el caÑonero infanta isabel un veterano de la guerra de cuba

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DÍA del domingo OGOODCODODDDDDOaOODDaDDODDaDODDDDDODDDODDOODDDDDDDODDDDDDnDDODDDDDDDDOaDODDDDDaaDDDODDDDÜDODDOnnOODDDOD ODnDDCDDOOnaDOnDaODOOnDDDDOnDanDDDaDaaOODaODaGDDDDOOOaODDOnDDOnnaDDnDDDDDDDDDaaDDDDDODCDODDDnaOOnDOODDD P OR la antigua Alameda del Muelle —o de Banciforte o la Marina, si se prefiere— siempre la gracia y elegancia ma- rinera de Santa Cruz de Teneri- fe. En años idos para siempre, frente estaba la playa abierta a la mar y el desembarcadero en el que, en el memorable julio de 1797, Horacio Nelson perdió un brazo, herida que, con la derro- ta en las calles de Santa Cruz, determinó la retirada de las fuer- zas británicas. Tras este encuentro —era gue- rra entre caballeros—los saludos e intercambios entre el general Gutiérrez y el marino inglés y, en toda la Historia de la ciudad, aquella defensa de la españolidad de la Isla —de todas las Canarias— en la que participa- ron los casi siempre olvidados marinos franceses que aquí se encontraban. En el Museo Mili- tar de Almeida —y creo por ini- ciativa del coronel Juan Arencibia— los nombres que, por derecho propio y con los de otros muchos isleños, bien me- recen figurar en la calles nuevas de los también nuevos barrios de la capital de la Isla del Teide. En su «El antiguo Santa Cruz», don Francisco Martínez Viera —el inolvidable alcalde de la ciudad y hombre que a mu- chos, muchos, nos enseñó el há- bito del buen leer— escribió: «Diez años del ataque de la es- cuadra del almirante Nelson, en 1797, fue construida la Alameda de la Marina por iniciativa del marqués de Branciforte, que era comandante general de estas is- las, y «costeada por la generosi- dad de las personas distinguidas de este vecindario, movidas del buen gusto y deseos de reunir su sociedad en tan propio recreo», como decía la lápida que osten- taba en su desaparecida fachada. Este pequeño jardín que fue lu- gar de reunión y de recreo de «nuestras bellas» durante muchos años, el primero que en nuestra ciudad se construyó cuando no era ni siquiera villa, estaba cer- cado con muros con verjas de madera y por una artística facha- da de tres elevados arcos que re- mataban un escudo de piedra y dos estatuas de mármol, una de las cuales decora el Parque Mu- nicipal». La Alameda, diseñada por el ingeniero Andrés Amat de Tor- íosa, bien conserva —apuntando con su dedo de agua a las estrellas— la fuente de mármol de origen genovés y, en todo su contorno, la gracia marinera de la ciudad que nació y creció al filo de la ola, al calor y color de toda la mar que rompía en las playas abiertas al océano alto y libre. La antigua y buena imagen debe ser de los años anteriores a 1914 pues, en fondeo, la estam- pa marinera de un trasatlántico alemán del Lloyd Norte —un tí- pico «Sierra»de los que, en- tregados en 1912, hacían por nuestro puerto la línea regular al Plata. De aquellos «Sierra» —«Sierra Ventana», «Sierra Morena», «Sierra Salvada», etc.— queda amplio y profundo recuerdo en la memoria de cuan- tos vieron y vivieron aquella eta- pa del puerto de Santa Cruz. En el Muelle Sur —entonces único— la grúa «Titán» que, a vapor, fue sustituida en los pri- meros años de la década de los 30 por la que ahora se desguaza en la dársena de Los Llanos. Atracado, uno de los correillos grandes —«Viera y Clavijo», «La Palma», o «León y Casti- llo» que, por la popa, tiene a un frutero de la Otto Thoresen: «Santa Cruz», «San Mateo «San lélmo», etc., que hacían el servicio regular frutero entre los puertos isleños y el Reino Uni- do, servicio que, en la década de los 20, pasó a la actual Fred Ol- sen Line, la naviera que con otras— Forwood, Yeoward, etc.— ha señalado un hito en el desarrollo frutero y marítimo de Canarias. En primer término, la Alameda de Branciforte —o del Muelle, si se prefiera— y, en fondeo ante las gabarras, remolcadores y aljibes flotantes, la estampa gallarda del cañonero «Infanta Isabel», que durante años estuvo de apostadero en nuestro puerto. En el Muelle Sur, un correillo de la Insular de Vapores Canarios —luego pasaron a la Trasmediterránea— con un frutero de la Otto Thoresen noruega. Y, en la dársena exterior, un «Sierra» de la línea alemana a puertos del Plata El cañonero «Infanta Isabel», un veterano de la guerra de Cuba En primer término, el «tren de lanchas», gabarras carboneras con buen festón de defensas, al- jibes flotantes —«Tulsa», «Ala- rico», «Jorge V», etc.— con chi- meneas en candela y que y casi banda a banda, tenían en fondeo a los remolcadores «Tenerife», de Marmitón, «Elsie», de Depó- sitos de Carbones de Tenerife, y «Cory», de Cory Hermanos. Fruteros de cabotaje, goletas de altos palos y finos masteleros —bien las cantó Basil Lubbock en uno de sus libros— y, en el mismo centro de la imagen, los tres palos y la solitaria chimenea del cañonero «Infanta Isabel», el veterano de la guerra de Cub~ ba que, con mucha y larga his- toria sobre sus cuadernas, por entonces estaba de apostadero en aguas de Santa Cruz de Tenerife. EL «INFANTA ISABEL» Entre 1879 y 1881, en los asti- lleros británicos de la Thames Iron Works, en Blackwall —en el Támesis— para la Armada espa- ñola se botaron los «Gravina» y «Velasco», cruceros no protegi- dos y de segunda clase, tipo de buque entonces muy en boga en las Marinas de Inglaterra y Fran- cia. En la primera destacaban las series «Pelikan», «Cura§ao», «Pheasant» y otras y, en la se- gunda, los «Vipere» y «Volti- geur». En su obra «Buques de guerra españoles. 1885-1971», el coronel don Alfredo Aguilera escribió: «Las seis copias de los «Velas- co», salidas de arsenales españo- les, lo fueron: en La Carraca, el «Ulloa», «Colón» e «Infanta Isabel», primer crucero metáli- co construido en España, dirigi- do por los ingenieros navales se- ñores Urcull y Alzóla, que lo bo- taban el 26 de junio de 1885. Aquellos otros dos buques y el «Don Juan de Austria», cons- truido en Cartagena, eran lanza- dos en el mismo día, 23 de ene- ro del 87, onomástica del joven soberano Alfonso XIII. En el mismo mediterráneo arsenal se- botaba también en agosto del 88, el «Venadito», librado a la Ar- mada en el 91 y cuya construc- ción dirigía el ingeniero naval se- ñor Puente. En cuanto al «Isabel u», único crucero ferrolano, se botaba el 18 de febrero de 1886. Este último, mandado construir con el nombre de «Infanta Isa- bel», lo cambiaba por el luego conservado, según Real Orden del 31 de diciembre del 83. Di- rigieron su construcción los in- genieros navales señores Comer- ma y Reches, empleándose por primera vez en arsenales españo- les las remachadoras hidráulicas para planchas y ángulos, justifi- cándose así la rapidez construc- tora de las obras del buque». El «Infanta Isabel» —al igual que el «Conde de Venadito»— desplaza 1.190 toneladas, cuaren- ta más que sus gemelos. De 64 metros de eslora, 9,70 de man- ga, 3,86 de calado y 5,33 de pun- tal, en tres palos y bauprés lar- gaba 1.132metros cuadrados de velamen en tres velas cangrejas, petifoque, foque y contrafoque. Estaba equipado con una má- quina de doble presión —construida en los talleres sevi- llanos de la empresa Portilla, White y Compañía. Tal máqui- na tomaba vapor de cuatro cal- deras y, con 1.500 Hp sobre un eje, le daban media de 14 nudos a régimen normal. Como todos los cruceros de segunda enton- ces a flote en las Marinas del mundo, carecía de protección y, con 240 toneladas de carbón en los «side bunkers», a velocidad económica su autonomía era de 2.000 muías. Como sus gemelos, el «Infan- ta Isabel» tenía proa recta —rematada por el bauprés— y popa redonda, ambas bien ador- nadas por los escudos afiligrana- dos que entonces estaban de moda en todas las Marinas del mundo. Cada uno de estos bu- ques costó a la Marina de Gue- rra dos millones de pesetas se- gún —añade don Alfredo Aguilera— declaración del mi- nistro del Ramo, señor Auñon, durante interpelación en el Con- greso. Mucho, y siempre bien, se ha escrito de estos pequeños cruce- ros que, en su tiempo, señalaron el comienzo de una etapa en el desarrollo de la Armada españo- la. De ellos escribieron el inol- vidable Rafeel González Echega- ray —el buen santanderino que tanto y tan bien se ligó a Tenerife— don Juan Llabrés, el citado don Alfredo Aguilera con dibujos de Vicente Elias, Bordejé y Morencos y, muy recientemen- te, Agustín R. Rodríguez y Gon- zález. Unos en las Filipinas, otros en las Antillas —el «Infanta Isa- bel» en La Habana— todos inter- vinieron en la lucha contra las fuerzas de la USA Navy. Desde la capital de la entonces isla es- pañola, el «Infanta», con el «Ve- nadito» —su gemelo—y el caño- nero «Nueva España», que ter- minó sus días convertido en el carguero «Presen», lucharon contra las fuerzas navales esta- dounidenses que mantenían el bloqueo. A mediados de 1899, el «In- fanta Isabel» fue uno de los bu- ques que, en la agrupación na- val al mando del capitán de na- vio Marenco, regresó a España, con escala al redoso de la isla de El Hierro para, en fondeo, hacer carbón de los transportes que la convoyaban y, de cuando en cuando, remolcaban a las unida- des menores. Ya en España las unidades del hasta entonces Apostadero de La Habana, por Real Decreto del 18 de mayo de 1900 fueron dados bajas los buques que se conside- raban inútiles para el servicio —«Isabel II», «Navarra», «Marqués de la Ensenada», «Ejército», «Temerario», «Mar- qués de Molías», etc.— si bien algunos de ellos se salvaron del desguace y volvieron al servicio activo cuando el contralmirante Ramos Izquierdo fue nombrado ministro de Marina. El 3 de agosto de 1900, el «In- fanta Isabel» —ya clasificado como crucero de tercera clase— sufrió una explosión en una cal- dera y, en dicho accidente —ocurrido cuando el buque se encontraba fondeado en la Con- cha de San Sebastián— fallecie- ron dos de sus tripulantes y otros veintidós resultaron heridos. Modernizado en 1911, el «In- fanta Isabel» mantuvo su carac- terística estampa marinera —tres palos con velas cangrejas, puente y chimenea entre los trinquete y mayor— y, posteriormente, fue enviado como apostadero a la en- tonces Guinea Española. A par- tir de entonces, el «Infanta Isa- bel» estuvo artillado con diez ca- ñones Nordenfelt, de 57 milíme- tros y tiro rápido —repartidos a banda y banda— y, en el casti- llo, un Skoda de 70 milímetros. De nuevo en aguas de la Pe- nínsula, el «Infanta Isabel» que- integrado en la Escuadra de Instrucción. Sufrió en febrero de 1914 los efectos de un fuerte tem- poral y, por su ejemplar compor- tamiento, dos contramaestres y dos marineros fueron recompen- sados con la Cruz del Mérito Na- val. Ya en los años de la Primera Guerra Mundial, el «Infanta Isabel» intervino con otros bu- ques —«Extremadura», «Reina Regente», «Laya», «Recalde», etc.— en la vigilancia de litoral marroquí. Posteriormente pasó al apostadero de Santa Cruz de Tenerife, el cual luego cambió por el de Las Palmas y, en su lu- gar, arribó el «Laya». Se encon- traba en el Puerto de la Luz cuando la epidemia de «gripe es- pañola» afectó a su dotación, atendida por médicos españoles y dos extranjeros, el inglés Wi- lliam Seddon y el danés Thomas Thomson, a los que le fue con- cedida la Cruz del Mérito Naval. Tras un incendio de gabarras en el Muelle Sur santacrucero, el «Infanta» fue enviado a Barce- lona para, a la vuelta, arrumbar a La Güera, donde desembarcó fuerzas de Infantería de Marina para la protección de la zona. Siempre fondeado frente al cuartel del Grupo de Ingenieros —así nos lo muestra la antigua imagen— el «Infanta Isabel» era estampa permanente en el puer- to de la capital tinerfeña. En sus visitas a las Islas, tras virar las anclas y ya en franquía, largaba las congrejas y, poco a poco, se perdía, con blanco de velas y ne- gro de humo, en la raya lejana del horizonte. Nuevos cañoneros en la Armada española —-«Laya», «Launa», «Recalde», etc.— y, también, sus estampas grises y estilizadas, rematadas por la chimenea de sómbrete y en caída, relevaban al veterano de la guerra de Cuba. Tras ellos se incorporaron los de las series «Ardía», «Uad» y «Alcázar» a la Marina y, en 1926 —tras dos años en segunda situación— el «Infanta Isabel» fue dado de baja y, una vez desarmado, ven- dido para desguazar. Así, entre el chisporroteo alegre de los so- pletes desapareció para siempre la estampa elegante del pequeño crucero que, allá por 1890, sus- tituyó a la goleta de vapor «Áfri- ca» —de 629 toneladas, dos ca- ñones y 280 Hp de potencia de máquina— en la histórica esta- ción naval española en el Río de la Plata. Cuando el «Infanta Isabel» se fue para siempre, en el arse- nal ferrolano se encontraba el «Conde de Venadito» —tan liga- do a la historia de los Amagas tinerfeños— que se mantenía a flote como pontón y escuela para los especialistas en torpedos. En Cartagena se encontraba otro ge- melo, el «Isabel II», que arbo- laban los palos machos, que no los masteleros ni la solitaria chi- menea. Poco antes de que, en julio de 1936, se quebrase en España el frágil cristal de la paz, el «Vena- dito», zarpó a remolque para, en alta mar, ser utilizado como blanco por los cruceros «Almi- rante Cervera», «Miguel de Cervantes» y «Libertad», antes «Príncipe Alfonso» y más tarde «Galicia». Con su artillería de 152 milí- metros, los disparos de los cru- ceros —que iban a la máxima— lo centraron con las primeras sal- vas y, ya con las segundas, lo al- canzaron de lleno y hundieron. Entre los piques de la artille- ría de los cruceros —para Rafael González Echegaray los más bo- nitos que en el mundo han sido— desapareció el «Conde de Vena- dito», gemelo del «Infanta Isa- bel» que, durante años, fue es- tampa obligada en el puerto de Santa Cruz de Tenerife. Juan A. Padrón Albornoz SIN TRASPASO, CEDO LOCAL CÉNTRICO Con 16 cocinas tipo americano en exposición, electrodomésticos de reconocidísimas marcas. Tronja con dos oficinas, sala de exposición interior, local de trabajo, etc. Alquiler bajo. Como complemento le dejo dos locales con toda la maquinaria necesaria para la fabrica- ción de muebles de cocina, en magnífico sitio. Con teléfono y alqui- leres muy bajo. Informes teléfono 211807. 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Artículo de Juan Antonio Padrón Albornoz, periódico El Día, sección "Santa Cruz de ayer y hoy", 1989/04/23

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Page 1: EL CAÑONERO INFANTA ISABEL UN VETERANO DE LA GUERRA DE CUBA

DÍA del domingo

OGOODCODODDDDDOaOODDaDDODDaDODDDDDODDDODDOODDDDDDDODDDDDDnDDODDDDDDDDOaDODDDDDaaDDDODDDDÜDODDOnnOODDDODODnDDCDDOOnaDOnDaODOOnDDDDOnDanDDDaDaaOODaODaGDDDDOOOaODDOnDDOnnaDDnDDDDDDDDDaaDDDDDODCDODDDnaOOnDOODDD

POR la antigua Alameda delMuelle —o de Banciforte ola Marina, si se prefiere—

siempre la gracia y elegancia ma-rinera de Santa Cruz de Teneri-fe. En años idos para siempre,frente estaba la playa abierta a lamar y el desembarcadero en elque, en el memorable julio de1797, Horacio Nelson perdió unbrazo, herida que, con la derro-ta en las calles de Santa Cruz,determinó la retirada de las fuer-zas británicas.

Tras este encuentro —era gue-rra entre caballeros— los saludose intercambios entre el generalGutiérrez y el marino inglés y,en toda la Historia de la ciudad,aquella defensa de la españolidadde la Isla —de todas lasCanarias— en la que participa-ron los casi siempre olvidadosmarinos franceses que aquí seencontraban. En el Museo Mili-tar de Almeida —y creo por ini-ciativa del coronel JuanArencibia— los nombres que,por derecho propio y con los deotros muchos isleños, bien me-recen figurar en la calles nuevasde los también nuevos barrios dela capital de la Isla del Teide.

En su «El antiguo SantaCruz», don Francisco MartínezViera —el inolvidable alcalde dela ciudad y hombre que a mu-chos, muchos, nos enseñó el há-bito del buen leer— escribió:«Diez años del ataque de la es-cuadra del almirante Nelson, en1797, fue construida la Alamedade la Marina por iniciativa delmarqués de Branciforte, que eracomandante general de estas is-las, y «costeada por la generosi-dad de las personas distinguidasde este vecindario, movidas delbuen gusto y deseos de reunir susociedad en tan propio recreo»,como decía la lápida que osten-taba en su desaparecida fachada.Este pequeño jardín que fue lu-gar de reunión y de recreo de«nuestras bellas» durante muchosaños, el primero que en nuestraciudad se construyó cuando noera ni siquiera villa, estaba cer-cado con muros con verjas demadera y por una artística facha-da de tres elevados arcos que re-mataban un escudo de piedra ydos estatuas de mármol, una delas cuales decora el Parque Mu-nicipal».

La Alameda, diseñada por elingeniero Andrés Amat de Tor-íosa, bien conserva —apuntandocon su dedo de agua a lasestrellas— la fuente de mármolde origen genovés y, en todo sucontorno, la gracia marinera dela ciudad que nació y creció alfilo de la ola, al calor y color detoda la mar que rompía en lasplayas abiertas al océano alto ylibre.

La antigua y buena imagendebe ser de los años anterioresa 1914 pues, en fondeo, la estam-pa marinera de un trasatlánticoalemán del Lloyd Norte —un tí-pico «Sierra»— de los que, en-tregados en 1912, hacían pornuestro puerto la línea regular alPlata. De aquellos «Sierra»—«Sierra Ventana», «SierraMorena», «Sierra Salvada»,etc.— queda amplio y profundorecuerdo en la memoria de cuan-tos vieron y vivieron aquella eta-pa del puerto de Santa Cruz.

En el Muelle Sur —entoncesúnico— la grúa «Titán» que, avapor, fue sustituida en los pri-meros años de la década de los30 por la que ahora se desguazaen la dársena de Los Llanos.Atracado, uno de los correillosgrandes —«Viera y Clavijo»,«La Palma», o «León y Casti-llo» que, por la popa, tiene a unfrutero de la Otto Thoresen:«Santa Cruz», «San Mateo«San lélmo», etc., que hacían elservicio regular frutero entre lospuertos isleños y el Reino Uni-do, servicio que, en la década delos 20, pasó a la actual Fred Ol-sen Line, la naviera que conotras— Forwood, Yeoward,etc.— ha señalado un hito en eldesarrollo frutero y marítimo deCanarias.

En primer término, la Alameda de Branciforte —o del Muelle, si se prefiera— y, en fondeo ante las gabarras, remolcadores yaljibes flotantes, la estampa gallarda del cañonero «Infanta Isabel», que durante años estuvo de apostadero en nuestro puerto.En el Muelle Sur, un correillo de la Insular de Vapores Canarios —luego pasaron a la Trasmediterránea— con un frutero de la

Otto Thoresen noruega. Y, en la dársena exterior, un «Sierra» de la línea alemana a puertos del Plata

El cañonero «Infanta Isabel», unveterano de la guerra de Cuba

En primer término, el «tren delanchas», gabarras carbonerascon buen festón de defensas, al-jibes flotantes —«Tulsa», «Ala-rico», «Jorge V», etc.— con chi-meneas en candela y quey casibanda a banda, tenían en fondeoa los remolcadores «Tenerife»,de Marmitón, «Elsie», de Depó-sitos de Carbones de Tenerife, y«Cory», de Cory Hermanos.

Fruteros de cabotaje, goletasde altos palos y finos masteleros—bien las cantó Basil Lubbocken uno de sus libros— y, en elmismo centro de la imagen, lostres palos y la solitaria chimeneadel cañonero «Infanta Isabel»,el veterano de la guerra de Cub~ba que, con mucha y larga his-toria sobre sus cuadernas, porentonces estaba de apostadero enaguas de Santa Cruz de Tenerife.

EL «INFANTA ISABEL»

Entre 1879 y 1881, en los asti-lleros británicos de la ThamesIron Works, en Blackwall —en elTámesis— para la Armada espa-ñola se botaron los «Gravina» y«Velasco», cruceros no protegi-dos y de segunda clase, tipo debuque entonces muy en boga enlas Marinas de Inglaterra y Fran-cia. En la primera destacaban lasseries «Pelikan», «Cura§ao»,«Pheasant» y otras y, en la se-gunda, los «Vipere» y «Volti-geur».

En su obra «Buques de guerraespañoles. 1885-1971», el coroneldon Alfredo Aguilera escribió:«Las seis copias de los «Velas-co», salidas de arsenales españo-les, lo fueron: en La Carraca, el«Ulloa», «Colón» e «InfantaIsabel», primer crucero metáli-co construido en España, dirigi-do por los ingenieros navales se-ñores Urcull y Alzóla, que lo bo-taban el 26 de junio de 1885.Aquellos otros dos buques y el«Don Juan de Austria», cons-truido en Cartagena, eran lanza-dos en el mismo día, 23 de ene-ro del 87, onomástica del jovensoberano Alfonso XIII. En elmismo mediterráneo arsenal se-botaba también en agosto del 88,el «Venadito», librado a la Ar-mada en el 91 y cuya construc-ción dirigía el ingeniero naval se-ñor Puente. En cuanto al «Isabelu», único crucero ferrolano, se

botaba el 18 de febrero de 1886.Este último, mandado construircon el nombre de «Infanta Isa-bel», lo cambiaba por el luegoconservado, según Real Ordendel 31 de diciembre del 83. Di-rigieron su construcción los in-genieros navales señores Comer-ma y Reches, empleándose porprimera vez en arsenales españo-les las remachadoras hidráulicaspara planchas y ángulos, justifi-cándose así la rapidez construc-tora de las obras del buque».

El «Infanta Isabel» —al igualque el «Conde de Venadito»—desplaza 1.190 toneladas, cuaren-ta más que sus gemelos. De 64metros de eslora, 9,70 de man-ga, 3,86 de calado y 5,33 de pun-tal, en tres palos y bauprés lar-gaba 1.132 metros cuadrados develamen en tres velas cangrejas,petifoque, foque y contrafoque.

Estaba equipado con una má-quina de doble presión—construida en los talleres sevi-llanos de la empresa Portilla,White y Compañía. Tal máqui-na tomaba vapor de cuatro cal-deras y, con 1.500 Hp sobre uneje, le daban media de 14 nudosa régimen normal. Como todoslos cruceros de segunda enton-ces a flote en las Marinas delmundo, carecía de protección y,con 240 toneladas de carbón enlos «side bunkers», a velocidadeconómica su autonomía era de2.000 muías.

Como sus gemelos, el «Infan-ta Isabel» tenía proa recta—rematada por el bauprés— ypopa redonda, ambas bien ador-nadas por los escudos afiligrana-dos que entonces estaban demoda en todas las Marinas delmundo. Cada uno de estos bu-ques costó a la Marina de Gue-rra dos millones de pesetas se-gún —añade don AlfredoAguilera— declaración del mi-nistro del Ramo, señor Auñon,durante interpelación en el Con-greso.

Mucho, y siempre bien, se haescrito de estos pequeños cruce-ros que, en su tiempo, señalaronel comienzo de una etapa en eldesarrollo de la Armada españo-la. De ellos escribieron el inol-vidable Rafeel González Echega-ray —el buen santanderino quetanto y tan bien se ligó aTenerife— don Juan Llabrés, el

citado don Alfredo Aguilera condibujos de Vicente Elias, Bordejéy Morencos y, muy recientemen-te, Agustín R. Rodríguez y Gon-zález.

Unos en las Filipinas, otros enlas Antillas —el «Infanta Isa-bel» en La Habana— todos inter-vinieron en la lucha contra lasfuerzas de la USA Navy. Desdela capital de la entonces isla es-pañola, el «Infanta», con el «Ve-nadito» —su gemelo— y el caño-nero «Nueva España», que ter-minó sus días convertido en elcarguero «Presen», lucharoncontra las fuerzas navales esta-dounidenses que mantenían elbloqueo.

A mediados de 1899, el «In-fanta Isabel» fue uno de los bu-ques que, en la agrupación na-val al mando del capitán de na-vio Marenco, regresó a España,con escala al redoso de la isla deEl Hierro para, en fondeo, hacercarbón de los transportes que laconvoyaban y, de cuando encuando, remolcaban a las unida-des menores.

Ya en España las unidades delhasta entonces Apostadero de LaHabana, por Real Decreto del 18de mayo de 1900 fueron dadosbajas los buques que se conside-raban inútiles para el servicio—«Isabel II», «Navarra»,«Marqués de la Ensenada»,«Ejército», «Temerario», «Mar-qués de Molías», etc.— si bienalgunos de ellos se salvaron deldesguace y volvieron al servicioactivo cuando el contralmiranteRamos Izquierdo fue nombradoministro de Marina.

El 3 de agosto de 1900, el «In-fanta Isabel» —ya clasificadocomo crucero de tercera clase—sufrió una explosión en una cal-dera y, en dicho accidente—ocurrido cuando el buque seencontraba fondeado en la Con-cha de San Sebastián— fallecie-ron dos de sus tripulantes y otrosveintidós resultaron heridos.

Modernizado en 1911, el «In-fanta Isabel» mantuvo su carac-terística estampa marinera —trespalos con velas cangrejas, puentey chimenea entre los trinquete ymayor— y, posteriormente, fueenviado como apostadero a la en-tonces Guinea Española. A par-tir de entonces, el «Infanta Isa-bel» estuvo artillado con diez ca-ñones Nordenfelt, de 57 milíme-tros y tiro rápido —repartidos abanda y banda— y, en el casti-llo, un Skoda de 70 milímetros.

De nuevo en aguas de la Pe-nínsula, el «Infanta Isabel» que-dó integrado en la Escuadra deInstrucción. Sufrió en febrero de1914 los efectos de un fuerte tem-poral y, por su ejemplar compor-tamiento, dos contramaestres ydos marineros fueron recompen-sados con la Cruz del Mérito Na-val.

Ya en los años de la PrimeraGuerra Mundial, el «InfantaIsabel» intervino con otros bu-ques —«Extremadura», «ReinaRegente», «Laya», «Recalde»,etc.— en la vigilancia de litoralmarroquí. Posteriormente pasóal apostadero de Santa Cruz deTenerife, el cual luego cambiópor el de Las Palmas y, en su lu-gar, arribó el «Laya». Se encon-

traba en el Puerto de la Luzcuando la epidemia de «gripe es-pañola» afectó a su dotación,atendida por médicos españolesy dos extranjeros, el inglés Wi-lliam Seddon y el danés ThomasThomson, a los que le fue con-cedida la Cruz del Mérito Naval.

Tras un incendio de gabarrasen el Muelle Sur santacrucero, el«Infanta» fue enviado a Barce-lona para, a la vuelta, arrumbara La Güera, donde desembarcófuerzas de Infantería de Marinapara la protección de la zona.

Siempre fondeado frente alcuartel del Grupo de Ingenieros—así nos lo muestra la antiguaimagen— el «Infanta Isabel» eraestampa permanente en el puer-to de la capital tinerfeña. En susvisitas a las Islas, tras virar lasanclas y ya en franquía, largabalas congrejas y, poco a poco, seperdía, con blanco de velas y ne-gro de humo, en la raya lejanadel horizonte. Nuevos cañonerosen la Armada española—-«Laya», «Launa», «Recalde»,etc.— y, también, sus estampasgrises y estilizadas, rematadaspor la chimenea de sómbrete yen caída, relevaban al veteranode la guerra de Cuba. Tras ellosse incorporaron los de las series«Ardía», «Uad» y «Alcázar» ala Marina y, en 1926 —tras dosaños en segunda situación— el«Infanta Isabel» fue dado debaja y, una vez desarmado, ven-dido para desguazar. Así, entreel chisporroteo alegre de los so-pletes desapareció para siemprela estampa elegante del pequeñocrucero que, allá por 1890, sus-tituyó a la goleta de vapor «Áfri-ca» —de 629 toneladas, dos ca-ñones y 280 Hp de potencia demáquina— en la histórica esta-ción naval española en el Ríode la Plata.

Cuando el «Infanta Isabel»se fue para siempre, en el arse-nal ferrolano se encontraba el«Conde de Venadito» —tan liga-do a la historia de los Amagastinerfeños— que se mantenía aflote como pontón y escuela paralos especialistas en torpedos. EnCartagena se encontraba otro ge-melo, el «Isabel II», que arbo-laban los palos machos, que nolos masteleros ni la solitaria chi-menea.

Poco antes de que, en julio de1936, se quebrase en España elfrágil cristal de la paz, el «Vena-dito», zarpó a remolque para, enalta mar, ser utilizado comoblanco por los cruceros «Almi-rante Cervera», «Miguel deCervantes» y «Libertad», antes«Príncipe Alfonso» y más tarde«Galicia».

Con su artillería de 152 milí-metros, los disparos de los cru-ceros —que iban a la máxima—lo centraron con las primeras sal-vas y, ya con las segundas, lo al-canzaron de lleno y hundieron.

Entre los piques de la artille-ría de los cruceros —para RafaelGonzález Echegaray los más bo-nitos que en el mundo han sido—desapareció el «Conde de Vena-dito», gemelo del «Infanta Isa-bel» que, durante años, fue es-tampa obligada en el puerto deSanta Cruz de Tenerife.

Juan A. PadrónAlbornoz

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