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EL CAMINO DE FRANCIA JULIO VERNE SEGUNDA PARTE

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  • E L C A M I N O D EF R A N C I A

    J U L I O V E R N E

    S E G U N D A P A R T E

    Diego Ruiz
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    XV

    De qu manera y en qu estado entramos mihermana y yo en el hotel de las Armas de Prusia; loque hablamos y lo que pensamos por el camino, no

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    lo s; en vano he tratado muchas veces derecordarlo. Probablemente no cambiaramos unasola palabra. Si se hubiera podido notar la turbacinque llevbamos, seguramente hubiramos infundidosospechas. No hubiera sido preciso ms para serconducidos ante las autoridades. Se nos hubieseinterrogado, acaso nos hubiesen detenido, sillegaban a descubrir qu lazos nos unan a la familiaKeller.

    En fin, no s cmo, llegamos a nuestrahabitacin sin haber encontrado a nadie. Mi.hermana y yo quisimos conferenciar antes de ver aM. y Mlle. de Lauranay, a fin de ponernos de acuer-do sobre lo que convena hacer.

    All estbamos los dos, mirndonos como ton-tos, agobiados, sin atrevernos a pronunciar una solapalabra.

    - Pobre desgraciado! Qu ha hecho? - exclamal fin mi hermana.

    - Que qu ha hecho? (respond.) Lo quehubiera hecho yo y cualquiera en su lugar. M. Juanha debido ser maltratado, injuriado por eseFrantz...., y le habr herido; esto deba suceder mstarde o ms temprano. Si, yo hubiera hecho otrotanto.

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    - Mi pobre Juan! Mi pobre Juan! - murmurabami hermana, en tanto que las lgrimas corran porsus mejillas.

    - Irma (dije): valor! Es preciso tener valor!- Condenado a muerte!- Minuto (exclam yo.) Ya se ha puesto en

    salvo; ya est fuera de sus alcances, y en cualquierparte que se halla ha de estar mejor que en elregimiento de esos bribones de Grawert, padre ohijo.

    - Y esos mil florines que se prometen a cual-quiera que lo entregue, Natalis?

    -Esos mil florines no estn todava en el bolsillode nadie, Irma; y, probablemente, nadie los cobrarnunca.

    - Y cmo podr escapar mi pobre Juan? Su.nombre est esparcido por todas las ciudades ytodas las aldeas. Cuntos infames habr que estarndeseando entregarle! Los mejores no querrnrecibirle en su casa ni por una hora!

    -No te acongojes, Irma (respond). Todava noest perdido todo. En tanto que los fusiles no estnapuntados contra el pecho de un hombre....

    - Natalis! Natalis!....

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    - Y adems, Irma, los fusiles pueden fallar: estose ha visto muchas veces. No te acongojes. M. Juanha podido huir y refugiarse en el campo; esta vivo, yno es hombre para dejarse prender. l se salvar!No tengas miedo.

    Lo digo sinceramente: si yo usaba este lenguaje,no era solamente para dar un poco de confianza ami hermana, no; yo tena confianza. Evidentemente,lo ms difcil para M. Juan despus del hecho, habasido emprender la fuga, y puesto que habaconseguido realizarla, no pareca que fuese fcilecharle mano, puesto que los edictos prometan unarecompensa de mil florines a cualquiera que lograseapoderarse de l. No! Yo no quera perder laesperanza, a pesar de que mi hermana no queraescuchar nada.

    - Y Mad. Keller? - dijo.Si; esto era quizs ms grave. Qu haba sido de

    Mad. Keller? Haba podido lograr reunirse con suhijo? Saba lo que haba ocurrido? Acompaara aM. Juan en su fuga?

    - Pobre mujer! Pobre madre! (repeta mihermana.) Puesto que ha tenido tiempo de alcanzaral regimiento en Magdeburgo, no debe ignorarnada. Sin duda sabe que su hijo est condenado a

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    muerte. Ah, Dios mo, Dios mio!....Cuntosdolores acumulis sobre ella!....

    - Irma (dije): clmate, yo te lo ruego. Si teescucharan! Bien sabes que Mad. Keller es unamujer enrgica. Quizs M. Juan haya podidoencontrarla!

    Aunque esto parezca sorprendente, lo cual esposible, lo repito, yo hablaba con sinceridad. Noest en mi naturaleza abandonarme a ladesesperacin.

    - Y Marta? - dijo mi hermana.- Mi opinin es que conviene dejar que lo ignore

    todo (respond). Esto me parece malo; Irma.hablndole de ello, nos expondramos a hacerlaperder su valor. El viaje es largo todava, y la pobrejoven tiene necesidad de todas las fuerzas de sualma. Si llegara a saber lo que ha sucedido, que M.Juan est condenado a muerte, que ha huido, que sucabeza ha sido puesta a precio, no vivira!Seguramente se negara a seguirnos.

    - S, tienes razn, Natalis; pero y M. de Lau-ranay? Guardaremos tambin para con l elsecreto?

    - Igualmente, Irma. Con decrselo noadelantaramos nada. Ah! si nos fuera posible el

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    ponernos en busca de Mad. Keller y de su hijo!.... S;entonces debiramos decrselo todo a M. deLauranay; pero nuestro tiempo est contado, y nosest prohibido permanecer ms das en esteterritorio. Muy pronto seramos nosotros tambinarrestados, y no veo de qu servira esto a M. Juan.Conque vamos, Irma; es preciso tener juicio. Sobretodo, que Mlle. Marta no se aperciba de que hasllorado.

    - Y si sale a la calle, Natalis, no puede dar lacasualidad que lea el edicto y sepa?....

    - Irma (respond): no es probable que M. y Mlle.de Lauranay salgan del hotel durante la noche,puesto que no han salido durante el da. Por otraparte, cuando llegue la noche, ser muy difcil leerun edicto. Por consiguiente, no tenemos que temerque ellos se enteren: conque ten cuidado contigo,hermana ma, y se fuerte.

    - Lo ser, Natalis: comprendo que tienes razn.S, me contendr; no se ver nada por fuera! Peroen mi interior ....

    - Por dentro llora, Irma; pues la verdad es quetodo esto es bien triste; pero cllate: esta es laconsigna.

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    Despus de la cena, durante la cual yo habledesatinadamente, a fin de llamar la atencin sobrem y ayudar as a mi hermana, M. y Mlle. deLauranay permanecieron en su habitacin, con-forme yo lo haba previsto. De todos modos, as eramejor. Despus de una visita que hice a la cuadra,volv a reunirme con ellos, y los invit a acostarsetemprano.

    Yo deseaba salir a eso de las cinco de la maana,pues tenamos que hacer una jornada, si no muylarga, al menos muy fatigosa, a travs de un pasmontuoso.

    Todos nos metimos en la cama. Por lo quo a mihace, puedo asegurar que dorm bastante mil. Todoslos sucesos de aquellos das desfilaron por micabeza. Aquella confianza qu yo tena cuando setrataba de animar el decado espritu de mi hermana,pareca que se me escapaba entonces. Las cosas seiban poniendo mal. Juan Keller haba sido cogido,entregado.... No es as como se razona entresueos?

    A las cinco ya estaba levantado. Despert a todoel mundo, y fui a hacer enganchar. Tena prisa porsalir de Gotha.

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    A las seis, cada uno ocup su sitio en la berlina;cog las riendas de mis caballos, que habanreposado bien y los hice marchar a buen pasodurante una tirada de cinco leguas. Habamosllegado ya a las primeras montaas de la Thuringia.

    All las dificultades iban a ser grandes, y serapreciso andarse con mucho cuidado.

    No es que dichas montaas sean muy elevadas:evidentemente no son los Pirineos ni los Alpes. Sinembargo, el terreno es duro para los carruajes, yhaba que tomar tantas precauciones por la berlinacomo por los cabildos. En aquella poca apenasestaban trazados los caminos. Todo se volvadesfiladeros, muy a menudo estrechsimos, a travsde gargantas talladas en la roca, o de espesosbosques de encinas, de pinos y de brezos.

    Las veredas en zig-zag eran frecuentes, as comolos senderos tortuosos, por los cuales la berlinapasaba como encajonada entre montaas cortadas apico, y profundos precipicios, en el fondo de loscuales rugan algunos torrentes.

    De vez en cuando descenda yo de mi asiento, afin de conducir los caballos por las riendas; M. deLauranay, su nieta y mi hermana, echaban pie atierra para subir las cuestas ms empinadas. Todos

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    marchaban valerosamente, sin quejarse, lo mismoMlle. Marta, a pesar de su constitucin delicada, queM. de Lauranay, no obstante su avanzada edad. Porotra parte, era preciso con frecuencia hacer alto, afin de tomar aliento y respirar. Cunto meregocijaba de no haber dicho nada de lo queconcerna a M. Juan! Si mi hermana desesperaba yse afliga a pesar de mis razonamientos, cul nohubiera sido la desesperacin de Mlle. Marta y de suabuelo!

    Durante aquella jornada del 21 de Agosto, nohicimos cinco leguas, en lnea recta, se entiende,pues el camino se haca interminable con sus milvueltas y revueltas, de tal modo, que algunas vecesnos pareca que volvamos por los mismos pasos.

    Tal vez no nos hubiese venido mal un gua; perode quin hubiramos podido fiarnos? Francesesentregados a la merced de un alemn, cuando laguerra estaba declarada!.... No! Ms vala no contarms que consigo mismo para salir del apuro.

    Por otra parte, M. de Lauranay haba atravesadocon tanta frecuencia la Thuringia, que lograbaorientarse sin gran dificultad. Lo ms difcil eracaminar por en medio de los bosques. Logrbamosconseguirlo, no obstante, guindonos por el sol, que

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    no poda engaarnos, pues l, al menos, no es deorigen alemn.

    La berlina se detuvo a eso de las ocho de lanoche, en el lmite de un bosque de chaparrossituado en los flancos de una alta montaa de lacadena de los Thurlenger Walks. hubiese sido muyimprudente aventurarse a travs del bosque durantela noche.

    En aquel sitio, nada de fonda ni hotel; ni si-quiera una cabaa de leadores. Era precisoacostarse en la berlina, o bajo los primeros rbolesdel bosque.

    Se cen con las provisiones que llevbamos enlas maletas. Yo desenganch los caballos. Como lahierba era abundante por todos lados, los dejplacer en libertad, con la intencin, sin embargo, devolar sobre ellos durante la noche.

    Obligu a M. de Lauranay, Mlle. Marta y a mihermana a ocupar de nuevo sus puestos en laberlina, donde podran al menos reposar al abrigodel relente de la noche y de una especie de lluviamenuda que empezaba a caer, bastante glacial, puesel terreno en que estbamos alcanzaba ya ciertaaltura.

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    M. de Lauranay se ofreci a pasar la nocheconmigo. Yo rehus! Veladas como aquellas no sonconvenientes para un hombro de su edad. Adems,yo me bastaba solo.

    Envuelto en mi gran manta de viaje, con elramaje de los rboles sobro mi cabeza, no sera muydigno de compasin. Ya haba pasado muchospeores que sta, all en las praderas de Amrica,donde el invierno es ms rudo que en ningn otroclima, y no me inquietaba mucho por una nochems pasada al raso.

    En fin: hasta entonces todo iba a pedir de boca,en lo que a nosotros se refera. Nuestra tranquilidadno fue turbada lo ms mnimo, y la berlina, enaquella ocasin, vala tanto como cualquierhabitacin de los hoteles del pas. Con las porte-zuelas bien cerradas, no haba cuidado de sentir lahumedad; con las mangas de viaje, no se podatemer al fro, y si no hubiera sido por las inquie-tudes que nos inspiraba la suerte de los ausentes,hubiramos dormido perfectamente.

    A eso de las cuatro de la maana, cuando apenasempezaba a ser de da, M. de Lauranay sala de laberlina, y vino a proponerme vigilar en mi puesto, afin de que yo pudiese descansar una o dos horas.

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    Temiendo disgustarle si rehusaba otra vez, acept, ycon los brazos sobre los ojos, y la cabeza apoyadaen mi manta, ech un buen sueo.

    A las seis y media estbamos todos en pie.- Debis estar muy fatigado, M. Natalis, - me

    dijo Mlle. Marta.- Yo? (respond.) he dormido como un lirn en

    tanto que vuestro abuelo velaba. Es un excelentehombre M. de Lauranay!

    - Natalis exagera un poco (respondi stesonriendo); y la noche prxima me permitir....

    - No os permitir nada, M. de Lauranay(respond yo alegremente). Estara bueno ver velaral amo hasta el da, en tanto que yo criado...

    - Criado! - dijo Mlle. Marta.- Si, criado o cochero, lo mismo da. Es que no

    soy cochero, y un cochero hbil, de lo cual mealabo? Llammoslo postilln, si queris, para bajarun poco mi amor propio. No soy por eso menosvuestro servidor.

    - No, nuestro amigo (respondi Mlle. Marta,tendindome la mano), y el ms fiel que Dios hayapodido darnos para conducirnos a Francia.

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    Ah! que buena era la seorita! Qu no harauno por gentes que le dicen cosas como esta, y conun acento tan verdadero de amistad?

    S, ojal pudisemos llegar a la fronteraQuisiera Dios que Mad. Keller y su hijo lograsenpasar al extranjero, entretanto que lograban versejuntos!...

    En cuanto a m, si la ocasin se presentara desacrificarme de nuevo por ellos, estoy dispuesto, y sies preciso dar la vida, amn; como dice el cura demi aldea.

    A las siete estbamos ya en marcha. Si estajornada del 22 de Agosto no ofreca ms obstculosque la del dio anterior, debamos, antes que llegarala noche, haber atravesado todo el territorio de laThuringia.

    En todo caso, el dio comenz bien. Las pri-meras horas fueron duras indudablemente, porqueel camino suba todava por entro rocas cortadas apico, y el suelo estaba en algunos sitios tan malo,que era preciso a veces empujar las ruedas. Pero enfin salimos de aquellos malos pasos sin ningnentorpecimiento,

    Hacia medioda habamos llegado a lo ms altode un desfiladero, que se llama el Gebauer, si mis

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    recuerdos no me engaan, el cual atraviesa lamontaa ms elevada de la cadena. No faltaba msque descender hacia el Oeste. Sin dejar correrdemasiado el carruaje, lo cual no hubiera sidoprudente, se ira de prisa.

    El tiempo no haba cesado de ser tempestuoso.Si la lluvia haba cesado de caer desde la salida delsol, el cielo estaba cubierto de espesas nubes,semejantes, por la electricidad que encierran, aenormes bombas. Basta el ms pequeo choquepara que estallen. Entonces surge la tempestad, quees siempre de temer en los pases montaosos.

    En efecto: hacia las seis de la tarde, los es-tampidos del trueno se dejaron or. Estaban lejostodava, pero se les senta aproximarse con excesivarapidez.

    Mlle. Marta, sepultada en el fondo de la berlina,absorta en sus pensamientos, no pareca asustarsedemasiado. Mi hermana cerraba los ojos ypermaneca inmvil.

    - No sera mejor hacer al te? - me dijo M. deLauranay, inclinndose por fuera de la portezuela.

    - Mejor sera (respond), y me parara, acondicin de encontrar un sitio conveniente para

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    pasar la noche; pero sobre esta pendiente no la creomuy probable.

    - Prudencia, Natalis!- Estad tranquilo, M. de Lauranay, - respond.No haba acabado de hablar, cuando un intenso

    relmpago envolvi materialmente la berlina y loscaballos. Un rayo acababa de herir uno de los msaltos rboles, que estaba a nuestra derecha.Felizmente el rbol cay del lado del bosque.

    Los caballos se espantaron muchsimo, y yocomprend que no iba a poder sujetarlos.Descendieron por el desfiladero a galopo, a pesar delos esfuerzos desesperados que yo haca paradetenerlos. Lo mismo los caballos yo, estbamosciegos por los relmpagos y ensordecidos por losestampidos de los truenos. Si aquellos animales, quecorran como locos, daban un paso en falso, laberlina se precipitara en los abismos profundsimosque bordeaban el camino.

    De repente, las riendas se rompieron, y los ca-ballos, an ms libres, se lanzaron con ms furiatodava. Una catstrofe inevitable nos amenazaba.

    En aquel momento se produjo un choque. Laberlina acababa de estrellarse contra el tronco de unrbol que estaba atravesado en el desfiladero. Los

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    tiros se rompieron, y los caballos saltaron porencima del rbol. En aquel. sitio el desfiladero hacaun brusco recodo, al otro lado del cual lasdesgraciadas bestias desaparecieron en el abismo.

    La berlina se haba roto al choque, se habanroto las ruedas delanteras, pero no haba volcado.M. de Lauranay, Mlle. Marta y mi hermana, salieronde ella sin heridas. Yo, aunque haba sido arrojadodesde lo alto del pescante, estaba, sin embargo, sanoy salvo.

    Qu irreparable accidente! Qu iba a ser denosotros ahora, sin medios de transporte, enaquellos desiertos bosques de la Thuringia? Qunoche pasamos!

    Al da siguiente, 23 de Agosto, fue precisoemprender a pie aquel penoso camino, despus dehaber abandonado la berlina, de la cual nohubiramos podido hacer uso, aunque hubisemostenido otros caballos para reemplazar los quehabamos perdido.

    Yo hice un paquete con algunas provisiones yvarios efectos de viaje, y me la ech al hombro,atado al extremo de un palo.

    As descendamos por el desfiladero, que, si deLauranay no se equivocaba, deba conducirnos a la

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    llanura. Yo marchaba delante. mi hermana, Mlle.Marta y su abuelo, me seguan de la mejor maneraposible. No calculo en menos de tras leguas ladistancia que recorrimos en aquella jornada. Cuandolleg la noche y nos decidimos a hacer alto, el solponiente iluminaba las vastas llanuras que seextienden hacia el Oeste, al pie de las montaas dela Thuringia.

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    La situacin era grave. Y cunto se agravaratodava, si no encontrbamos un medio de reem-plazar el carruaje perdido, la berlina abandonada enlos desfiladeros de los Thuringler-Walks! Ante todo,se trataba de encontrar un refugio para pasar lanoche. Despus, ya pensaramos en lo que habaque hacer.

    Yo estaba muy disgustado. No se vea ni unacabaa en los alrededores. No saba qu hacer,cuando, subiendo hacia la derecho, percib unaespecie de choza construida en el lmite del bosqueque se extenda en la ltima derivacin de la cadenade montaas.

    Aquella cabaa estaba abierta a los vientos pordos de sus lados, a ms de la faz anterior. Las tablascarcomidas dejaban pasar la lluvia y el viento. Sin

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    embargo, la cubierta del techo haba resistido, y scomenzaba a llover fuerte, aquello nos servira a lomenos de abrigo.

    La tempestad de la vspera haba limpiado tancompletamente el cielo, que no habamos tenidolluvia durante el da. Desgraciadamente, con lanoche, las espesas nubes vinieron del oeste; despusse formaron esas nieblas acuosas que parecen estaral ras del suelo. Yo me conceptuaba, por tanto, muyfeliz con haber encontrado aquella guarida, pormiserable que fuese, pues ya no tenamos la berlinapara pasar en ella la noche.

    M. de Lauranay se haba impresionado muchocon este accidente, sobre todo por su nieta. Unalarga distancia nos separaba todava de la fronterafrancesa; por consiguiente, cmo podramosterminar el viaje en el plazo marcado, si nosveamos obligados a continuar a pie? Tenamos,pues, que hablar de todas estas cosas; pero lo quehaba que hacer primeramente era andar mis deprisa.

    En el interior de la choza, que no pareca haberestado habitada recientemente, el suelo estabacubierto de una copa de hierba seca. All sin duda,se refugiaban los pastores que conducen sus

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    rebaos a pacer a la montaa, en aquellas ltimascolinas de la cadena de los monte de Thuringia. Alpie de aquella colina se extendan las llanuras deSajonia, en direccin de Fuida, a travs de losterritorios de la provincia del Alto-Rhin.

    Bajo los rayos del sol poniente, que les hera ensentido oblicuo, aquellas colinas se extenda hacia elhorizonte, formando leves ondulaciones Parecaninmensas wastes, nombre que se da en Alemania alos terrenos menos ridos que la landas. Aunqueestas wastes estuviesen de trecho en trechointerrumpidas por pequeas alturas no deban, sinembargo, los caminos ofrecer la dificultades quehabamos tenido que vencer des de que salimos deGotha.

    Cuando lleg la noche, ayud a mi hermana adisponer algunas de nuestras provisiones por lacena, que apenas probaron M. y Mlle.. de Lauranay,fatigados como sin duda se hallaban por aquellajornada de todo el da. Tampoco Irma tena deseosni estaba en disposicin de comer. El cansancio sesobrepona al hambre.

    - Hacis mal! (les deca yo. ) Alimentarse es loprimero; descansar despus: este es el mtodo delsoldado en campaa. Hemos de tener necesidad de

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    nuestras piernas en adelante: por consiguiente, espreciso cenar, Mlle. Marta.

    - Bien quisiera, amigo Natalis (me respondi)pero me sera imposible. Maana por la maanaantes de partir, intentar tomar algn alimento.

    - Siempre ser una comida menos - repliqu yo.- Sin duda; pero no temis nada: no os har

    retrasar en nuestra marcha.En fin. no pude obtener nada de ella, a pesar de

    mis vivas instancias, a pesar de que prediqu con unejemplo devorador. Yo estaba resuelto a tomarfuerzas como cuatro, como si al da siguientehubiera de soportar cudruple trabajo.

    A pocos pasos de la choza corra un arroyo delmpidas aguas, que se perda en el fondo de unaestrecha garganta. Algunas gotas de esta agua,mezclada con aguardiente, de lo cual llevaba yo unfrasco de viaje completamente lleno, podan bastarpara constituir una bebida reconfortante.

    Mlle. Marta consinti en beber dos o tres tragos;M. de Lauranay y mi hermana la imitaron, lo cuallos sent muy bien.

    Despus, los tres fueron a tenderse dentro de lachoza, donde no tardaron en dormirse.

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    Yo haba prometido ir tambin a tomar mi partede sueo, con la intencin decidida, por supuesto,de no hacer tal cosa.

    Al prometer hacerlo as, me guiaba la idea deimpedir que M. de Lauranay quisiese velar conmigo,pues era preciso evitar que se impusiese aquelexceso de fatiga.

    Por consiguiente, me qued de centinela, pa-seando arriba y abajo. Ya se comprender que hacereste servicio no tena nada de nuevo para unsoldado. Por prudencia, las dos pistolas que yohaba cogido de la berlina, me las haba colocado enla cintura. Me pareca que haba de ser muyprudente el hacer guardia de verdad.

    Por la misma razn, me hallaba firmementedispuesto a resistir al sueo, a pesar de que losprpados me pesaban enormemente. Algunas veces,cuando mis piernas se fatigaban demasiado, merecostaba un poco cerca de la choza, con el odosiempre aguzado y la vista siempre avizor.

    La noche era obscura y sombra, a pesar de quelas nieblas bajas haban ido remontndose poco apoco a la! alturas. Ni un punto luminoso se vea enaquel obscuro velo, ni siquiera el reflejo de unaestrella. La luna se haba puesto casi a la misma hora

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    que el sol; ni el ms pequeo tomo de luz sedivisaba a travs del espacio.

    Sin embargo, el horizonte estaba libre de todabruma; si se hubiese encendido una pequea ho-guera en lo ms profundo del bosque, o en lainmensa superficie plana, la hubiera percibidoseguramente desde ms de una legua de distancia.

    Pero no!....: todo estaba obscuro; por delante,del lado de las praderas; a nuestra espalda, bajo ]osmacizos que descendan oblicuamente desde lamontaa vecina, detenindose en el ngulo en quese hallaba situada la choza. Por lo dems, el silencioera tan profundo como la obscuridad. Ni un soplode viento turbaba la calma de la atmsfera comosuele suceder con frecuencia cuando el tiempo estpesado, hasta el punto que la tempestad no semanifiesta ni siguiera en relmpagos de calor.

    Es decir, s; un ruido se dejaba escuchar con-tinuamente. Era un silbido prolongado, que re-produca las marchas tocadas por la charanga delReal de Picarda. Como se ve, Natalis Delpierre sedejaba llevar involuntariamente de sus malascostumbres.

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    No haba ms msico que l en el campo, enaquella hora en que los pjaros dorman bajo elfollaje de los pinos y de las encinas.

    Al mismo tiempo que silbaba, reflexionaba en elpasado. Se me representaba ante los ojos todocuanto haba hecho en Belzingen desde mi llegada;el casamiento, deshecho en el momento en que ibaa terminarse; el suspendido desafo entre el tenienteGrawert y M. Juan; la incorporacin de ste alregimiento; nuestra expulsin de los territorios deAlemania. Despus, en el porvenir entrevea lasdificultades que se amontonaban; Juan Keller, consu cabeza pregonada y puesta a precio, huyendocomo un presidiario de su condenacin a muerte; ysu madre, que no sabra dnde unirse con l.

    Y si haba sido descubierto? Y si algunosmiserables lo haban entregado para embolsarse laprima de los mil florines? No! Yo no poda, mejordicho, no quera creer esto. Audaz y resuelto, M.Juan no era hombre que se dejara prender, ni queconsintiera en ser vendido.

    Mientras que yo me abandonaba a estas refle-xiones, senta que mis prpados se cerraban a pesarmo. Entonces me levantaba, no queriendosucumbir al sueo. Era de sentir que la naturaleza

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    estuviera tan tranquila y que la obscuridad fuese tanprofunda. No haba ni un solo ruido que pudieradesvelarme, ni una luz en toda la campia, ni en loms lejano del cielo, que llamara mi atencin, ysobra la cual hubiera podido fijar mis miradas. Erapreciso un esfuerzo constante de mi voluntad parano ceder a la fatiga.

    Entretanto, el tiempo corra. Qu hora sera ya?Habra pasado la media noche? Bien pudiera ser,pues las noches son bastante cortas en esta pocadel ao. Para conocerlo, busqu con a vista algnreflejo blanquecino en el ciclo, hacia el Oriente, enlas crestas de las montaas. Pero nada sealabatodava la prxima aparicin del alba. Deba, pues,estar equivocado, y, en efecto, lo estaba.

    Entonces me vino a la imaginacin que, duranteel oa, M. de Lauranay y yo, despus de haberconsultado el mapa del territorio, habamosconvenido en que la primera ciudad importante quetendramos que atravesar sera Tann, en el distritode Cassel, provincia de Hesse-Nassau. All seramuy probable que pudisemos reemplazar laberlina. No nos importaba el medio de quehubiramos de valernos para llegar a Francia; contal de que llegramos, siempre iramos bien. Sin

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    embargo, para llegar a Tann era preciso andar unadocena de leguas, y.... En esto iba de miscavilaciones, cuando de repente me sobresalt.

    Me puse en pie, y escuch con atencin. Hapareci que se haba odo una detonacin lejana.Sera un tiro?

    Casi en seguida una segunda detonacin lleghasta m. No haba duda posible; era la descarga deun fusil o de una pistola. Al mismo tiempo habacredo ver como una luz rpida hacia e3 limite delos rboles que rodeaban la choza.

    En la situacin en que nos encontrbamos, enmedio de un pas casi desierto, todo era de temer. Siuna banda de vagabundos o de merodeadorasacertaba a pasar por all, seguramente hubiramossido descubiertos. Y aunque no fuesen ms quemedia docena de hombres, cmo habramospodido resistirlos?

    En esta incertidumbre transcurri un cuarto dehora. Yo no haba querido despertar a M. de Lau-ranay. Poda suceder muy bien que aquellasdetonaciones procediesen de un cazador a la esperadel jabal o del venado. En todo caso, por la luz queyo haba entrevisto, calculaba en una media legua ladistancia a que se haban disparado los tiros.

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    Yo permaneca en pie, inmvil, con la miradafija en aquella direccin; pero no oyendo nada,comenc a tranquilizarme, y aun a preguntarme sino habra sido el juguete de una ilusin del odo yde la vista.

    Algunas veces se cree no dormir, y se duerme; loque se toma por una realidad no era ms que lafugitiva impresin de un sueo.

    Resuelto a luchar contra la necesidad de dormir,me puse a pasear muy de prisa, de un lado a otro,silbando, sin darme cuenta de ello, mis marchasfavoritas. Algunas veces, en estos paseos, llegabahasta el ngulo del bosque, detrs de la choza, y meinternaba un centenar de pasos bajo los rboles.

    Al poco tiempo me pareci or como que algncuerpo se deslizaba bajo el ramaje. Tal ves habrapor all alguna zorra o algn lobo; lo cual eraposible. Por si acaso, prepar mis pistolas, y medispuse a recibirlo. Y tal es la fuerza de lacostumbre, que, aun en aquel momento, corriendoel riesgo de descubrirme, continuaba silbando,segn supe ms tarde, pues yo no me daba cuentade ello.

    De repente, cre ver surgir una sombra de entreel ramaje; el tiro de mi pistola salid al azar: pero al

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    mismo tiempo que la detonacin estallaba, unhombre apareca delante de mi.

    Le haba reconocido solamente a la luz delfogonazo de mi pistola: era Juan Keller.

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    XVII

    Al ruido, M. de Lauranay, Mlle. Marta y mihermana, sbitamente despertadas, se habanlanzado fuera de la choza. En el hombre que salaconmigo de entre la espesura del bosque, no habanpodido adivinar a M. Juan, ni a Mad. Keller, queacababa de aparecer casi en seguida. M. Juan selanz hacia ellos. Antes de que hubiese pronunciadouna palabra, lo haba reconocido Mlle. Marta, y l laestrechaba contra su corazn.

    - Juan! - murmur la joven.- Si, Marta! Yo mismo! Y mi madre tambin!

    Mlle. de Lauranay se arroj en los brazos de Mad.Keller.

    No convena perder la sangre fra ni cometerimprudencias.

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    - Entremos todos en la choza (dije); os va enello la cabeza, M. Juan.

    - Qu! Sabis quizs, Natalis?...- Mi hermana y yo lo sabemos todo.- Y t, Marta, y vos, M. de Lauranay? pregunt

    Mad. Keller.- Pues qu hay de nuevo? - exclam Mlle.

    Marta.- Vas a saberlo (respond yo). Entremos.Un instante despus, todos estbamos

    encajonados dentro de la choza. Si no nos veamosunos a otros, al menos' nos oamos. Yo, colocadotema d la puerta, escuchando siempre, no dejabade observar el camino.

    Y M. Juan lo refiri todo, no interrumpindosems que para escuchar si haba algn ruido en elexterior.

    Por otra. porte, este relato lo hizo M. Juan conun tono fatigoso, con frases entrecortadas, que lepermitan tomar aliento, como si llegase sofocadopor una larga carrera.

    -Querida Marta (dijo): esto deba suceder, y msvale que me encuentre aqu, oculto en esta choza,que all, bajo las rdenes del coronel von Grawert yen la misma compaa del teniente Frantz.

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    Entonces, en pocas palabras, Marta y mihermana supieron lo que haba pasado antes denuestra salida de Belzingen; la provocacininsultante del teniente; el encuentro convenido, y sunegativa a llevarlo a efecto despus de la in-corporacin de M. Juan al regimiento de Lieb.

    - Si (dijo M. Juan). Yo iba a estar bajo lasrdenes de aquel oficial, que podra entoncesvengarse de m a su placer, en lugar de vermeenfrente de l con un sable en la mano. Y aquelhombre que os haba insultado, Marta, yo le hubieramatado; estaba seguro de ello.

    - Juan! pobre Juan! - murmur la joven.-El regimiento fue enviado a Borna (aadi Juan

    Keller). All, durante un mes, fui sometido a lostrabajos ms duros, humillado en el servicio,castigado injustamente, tratado como no se trata aun perro; y todo por Frantz. Yo me contena; losoportaba todo, pensando en vos., Marta, en mimadre, en todos mis amigos. Ah! No sabis lo quehe sufrido! En fin: el regimiento sali piraMagdeburgo. All fue donde mi madre pudoreunirse conmigo; pero fue all tambin donde unanoche, hace cinco das, en una calle en que yo meencontraba solo con el teniente Frantz, despus de

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    haberme llenado de injurias, me hiri con su ltigo.Ya eran demasiadas humillaciones y demasiadosinsultos. Mo arroj sobre l, ciego, y le herfuertemente.

    - Mi pobre Juan!.... -murmur de nuevo Mlle.Marta.

    -Yo estaba perdido, s no lograba escaparme(aadi M. Juan). Felizmente, pude encontrar a mimadre ~n la fonda en que se alojaba. Algunosinstantes despus haba cambiado mi uniforme porun trajo de paisano, y salimos de Magdeburgo. Alda siguiente, segn supe bien pronto, estabacondenado a muerte por un consejo de guerra. sepona a precio mi cabeza: mil florines a quien meentregara! Cmo poder salvarme? No lo saba:pero yo quera vivir, Marta; quera vivir para volvera veros a todos.

    En este instante M. Juan se interrumpid.- Se oye algn ruido? - pregunt. .Yo me lanc fuera de la choza. El camine estaba

    silencioso y desierto. No obstante, apliqu mi odoal suelo. Ningn ruido sospechoso se escuchaba porel lado del bosque.

    - No se oye nada, - dije, entrando.

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    -Mi madre y yo (continu M. Juan) noshabamos lanzado a travs de las campias deSajonia, con la esperanza de poder alcanzaros,puesto que mi madre conoca el itinerario que lapolica os haba obligado a seguir. Caminbamoscasi siempre y con preferencia durante la noche,comprando un poco de alimento en las casasaisladas, atravesando de prisa las poblaciones, enmuchas de las cuales poda leer el edicto que pona aprecio mi cabeza.

    - Si; el edicto que mi hermana y yo hemos ledoen Gotha, - repliqu yo.

    - Mi designio (dijo M. Juan) era tratar de llegar aThuringia, donde, segn mis clculos, debaishallaros todava. Adems, all estara con msseguridad. Al fin llegamos a las montaas. Qucamino tan rudo!.... Bien lo sabis, Natalis, puestoque os habis visto obligados a recorrer una partede pie a pie.

    - En efecto, M. Juan (repliqu). Pero quin hapodido deciros?....

    - Ayer tarde, cuando, llegbamos al lado de alldel desfiladero de Gebauer (respondi M. Juan), viuna berlina partida por la mitad, que haba sidoabandonada en medio del camino. En el momento

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    reconoc el carruaje de M. de Lauranay. Era claroque os haba acontecido algn accidente. Estabaissanos y salvos? Ah! Qu angustiasexperimentamos! Mi madre y yo habamos.caminado toda la noche y al llegar el da era precisoocultarnos.

    - Ocultaros! (dijo mi hermana.) Y por qu?Acaso erais perseguidos?

    - Si (respondi M. Juan); perseguidos por tresbribones que habamos encontrado a la bajada deldesfiladero de Gebauer, el cazador furtivo Buch ysus dos hijos, de Belzingen. Ya los haba yo visto enMagdeburgo, en seguimiento del ejrcito, con otrogran nmero de vagos y ladrones de su especie. Sinduda saban que haba mil florines que ganarsiguiendo mi pista; eso es lo que han hecho, y estamisma noche hace apenas dos horas, hemos sidoatacados rudamente a una media legua de aqu, en elindero del bosque.

    - Es decir, que los dos tiros que yo cre or?....- Son los que han disparado ellos, Natalis. Mi

    sombrero ha sido atravesado por una bala, sinembargo, refugindonos en una espesura tanto mimadre como yo, hemos podido escapa de esosmiserables. Sin duda, han debido cree que hemos

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    retrocedido en nuestro camino, pues se han dirigidopor el lado de la montaa. Entonces nosotroshemos emprendido nuestra marcha hacia la llanura,y al llegar al lmite de bosque os he reconocido en elsilbido, Natalis. - Y yo que ha disparado sobra vos,M. Juan al ver un hombre que avanzaba!...

    - Poco importa, Natalis; pero es posible quevuestro tiro haya sido odo, y es preciso que mimarche al instante.

    - Slo? -exclam Mlle. Marta.- No! Partiremos juntos (respondi M. Juan). Si

    es posible, no nos separaremos hasta haberalcanzado la frontera francesa. Cuando la hayamospasado, ser ocasin de pensar en una separacin,que acaso, sea muy larga.

    Todos sabamos ya lo que nos importaba saber;es decir, cun amenazada estara la vida de M. Juan,si el cazador furtivo Buch y sus dos hijos volvan aponerse sobre sus huellas. indudablemente tratarade defenderse contra aquellos bribones; no serendira sin luchar tenazmente; pero cul sera elresultado de esta lucha, en el caso probable de quelos Buch hubieran reunido algunas genios de la peorespecie, de tantas como entonces infestaban lacampia?

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    En muy pocas palabras, M. Juan fue puesto alcorriente de todo lo que nos haba acontecido desdenuestra salida de Belzingen, y de cmo nuestro viajase haba hecho sin grandes tropiezos hasta elaccidente del Gebauer.

    Pero al presente, la carencia de caballos y decarruaje nos pona en una situacin extremada-mente difcil.

    -Es preciso procurarse a toda costa medios detransporte,- dijo M. Juan.

    . - Yo tengo esperanza de que nos ser fcilencontrarlos en Tann (respondi M. de Lauranay).En todo caso, mi querido Juan, no permanezcamosms tiempo en esta choza. Buch y sus hijos se hanextraviado quizs por este lado; es precisoaprovecharnos de lo que nos queda de noche.

    - Podris seguirnos, Marta? - pregunt M. Juan.- Estoy dispuesta, -contest Mlle.. de Lauranay.-Y t, madre ma, que acabas de soportar tantas

    fatigas?- En marcha, hijo mo - dijo Mad. Keller.No nos quedaban ms que algunas pocas pro-

    visiones; apenas las necesarias para llegar hastaTann; pero de todos modos, eran las suficientespara evitarnos el tenernos que detener en las aldeas

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    por donde Buch y sus hijos podran o habranpodido pasar.

    En vista de todos estas circunstancias, se decidilo siguiente antes de ponerse en camino; pues antetodo era preciso asegurar el nio, como decimos lospicardos en el juego del piquet. En tanto que nohubiera peligro en separarnos, estbamos decididosa no hacerlo, indudablemente, lo que haba de serrelativamente fcil para M. de Lauranay y para Mlle..Marta, para mi hermana y para mi, puesto quenuestros pasaportes nos protegan hasta la fronterafrancesa, sera mucho ms difcil para Mad. Keller ysu hijo. Por consiguiente, stos deban tomarlaprecaucin de no entrar en las ciudades por lascuales se nos haba obligado a pasar a nosotros.

    Se detendran antes de entrar, y nos esperaran alotro lado a nuestra salida. De esta manera, quiz nofuera imposible hacer el viaje juntos.

    - Partamos, pues (dije yo). Si puedo comprar uncarruaje y dos caballos en Tann, ahorraremosmuchos fatigas a vuestra madre, a Mlle. Marta, a mihermana y a M. de Lauranay. En cuanto a nosotros,M. Juan, no nos apuraremos por unos cuantos dasde marcha y unas cuantas noches de dormir al raso;

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    y ya veris qu hermosas son en estas noches lasestrellas que brillan sobre la tierra de Francia.

    Dicho esto, yo me adelant una veintena deposos hacia el camino. Eran las dos de la ma-drugada. Una profunda obscuridad envolva todo elpaisaje Sin embargo, en las ms altas crestas de lasmontaas se vislumbraban ya las primerasclaridades del alba.

    Pero si yo no poda ver nada, al menos podaor. Escuch por todos lados con una atencinextrema. La atmsfera estaba tan tranquila, que elms leve ruido de pasos por entre el ramaje de laarboleda no hubiera podido escaprseme.

    No se ola nada. Era preciso convenir en queBuch y sus hijos haban perdido las huellas de JuanKeller. Ya estbamos todos fuera de la choza. Yohaba cargado con las provisiones que quedaban, yos aseguro que no formaban un fardo muy pesado.De las dos pistolas que yo llevaba, di una o M. Juan,y me qued con la otra. Si la ocasin se presentaba,seguramente sabramos servirnos de ellas.

    En aquel momento, M. Juan es aproxim aMlle.. de Lauranay, y cogindole una mano, la dijocon voz conmovida:

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    - Marta: cuando quise tener la dicha de hacerosmi esposa, mi vida me perteneca. Ahora, no soyms que un fugitivo, un condenado a muerte.... Notengo ya el derecho de asociar vuestra vida a la ma!Juan (respondi Mlle.. Marta): estamos unidos anteDios. Que Dios nos gue!....

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    XVIII

    Pasar rpidamente los sucesos ocurridos du-rante los dos primeros das de nuestro viaje con M.Keller y su hijo. Hasta entonces habamos tenido lafortuna, al salir del territorio de Thuringia, de notropezar con ningn mal encuentro.

    Por otra parte, muy sobreexcitados, como noshallbamos, caminbamos a buen paso. Se hubiesepodido decir que Mad. Keller, Mlle. Marta y mihermana nos daban el ejemplo. Era preciso pedirlosque se moderasen. Se descansaba ordinariamenteuna hora por cada cuatro de marcha, y cuandollegaba la noche, dbamos por concluida nuestrajornada.

    El pas, poco frtil, estaba interceptado portodas partes por barrancos abiertos por los to-rrentes, y erizado de sauces y lamos blancos.

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    Ofrece un aspecto muy salvaje toda aquella parte dela provincia de Hesse-Nassau que ha formadodespus parte del distrito de Cassel. se encuentranen ella pocas poblaciones; solamente algunas granjasde techos planos, sin tejas ni canales. bamosatravesando entonces el territorio de Schmalkalden,con un tiempo favorable, un cielo nublado, y unabrisa bastante fresca que nos daba de espaldas. Sinembargo, nuestras compaeras iban ya muyfatigadas, cuando el dio 21 de Agosto, despus dehaber recorrido a pie una decena de leguas desde lasmontaas de Thuringia, llegamos a la vista de Tann,hacia las diez de la noche.

    All, conforme a lo que habamos convenido, M.Juan y su madre se separaron de nosotros. Nohubiera sido prudente atravesar aquella ciudad, en lacual M. Juan hubiera podido ser reconocido, y sabeDios qu consecuencias lo hubiese acarreado esto? .

    Quedamos convenidos en que al da siguiente., alas ocho de la maana, nos encontraramos en elcamino de Fulda. Si nosotros no ramos exactos a lacita,, era que la adquisicin de un carruaje y decaballos nos habra detenido. Pero Mad. Keller y suhijo no haban de entrar en Tann bajo ningnpretexto. Muy prudente fue este acuerdo, pues los

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    agentes se mostraron muy severos en el examen denuestros pasaportes. Hubo momentos en que creque iban a detener a gentes a quienes se expulsabadel territorio. Fue preciso decir de qu maneraviajbamos, en qu circunstancias habamos perdidonuestro carruaje; en fin, todo.

    Esto nos sirvi, sin embargo. Uno de losagentes, con la esperanza de una buena comisin,nos ofreci ponernos en relacin con un alquiladorde carruajes. Su proposicin fue aceptada. Despusde haber acompaado a Mlle. Marta y a mi hermanaal hotel, M. de Lauranay, que hablaba muy bien elalemn, vino conmigo en casa del alquilador.

    Carruajes de viaje no tenla. fue preciso con-tentarse con una especie de carricoche de dosruedas con una cubierta de cuero, y con el nicocaballo que podio engancharse a sus varas. Intil esdecir que M. de Lauranay debi pagar dos veces elvalor del caballo, y tres el del carricoche. Al dasiguiente, a las ocho, encontramos a Mad. Keller y asu hijo en el camino. Una mala taberna les habaservido de alojamiento. M. Juan haba pasado lanoche en una silla, mientras que su madre disponade un mal jergn. M. y Mlle.. de Lauranay, Mad.Keller y mi hermana, montaron en el carricoche, en

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    el cual haba yo colocado algunas provisionescompradas su Tann. Sentados los cuatro, quedabatodava un quinto sitio: se le ofrec a M. Juan; perorehus. Finalmente, convinimos en que leocuparamos los dos por turno, y la mayor parte deltiempo aconteca que bamos los dos a pie, a fin deno echar demasiado peso en el carruaje, y que elcaballo fuese ms descansado. Para comprar ste nohaba sido posible elegir. Ah! Cunto me acordabade nuestros pobres caballos de Belzingen! El 26 porla noche llegbamos a Fulda, despus de haber vistodesde lejos la cpula de su catedral, y desde unaaltura un convento de franciscanos. El 27atravesbamos Schilachtern, Sodon y Salmunster, enla confluencia de los ros Salza y Kinzig.

    El 28 llegbamos a Gelnhausen, y si hubiramosviajado por gusto, hubiramos debido visitar, segnse me ha dicho despus, su castillo, habitado porFederico Barbarroja. Pero fugitivos como bamos, opoco menos tenamos otras cosas en qu pensar.

    Sin embargo, el carricoche no iba tan de prisacomo yo hubiera querido, a causa del mal estado delcamino, que, principalmente en los alrededores deSalmunster, atravesaba bosques interminables,cortados por vastos estanques, mucho mi, grandes

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    que los que se ven en Picarda. Por esas razones nomarchbamos sino al piso, originndose retrasosque no deban de ser inquietantes. Hacia ya trecedas que habamos salido de Belzingen. Siete dasms, y nuestros pasaportes no tendran valorninguno.

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    Mad. Keller estaba muy fatigada. Qu sucederasi llegaban a faltarle las fuerzas por completo, y nosveamos obligados a dejarla en alguna ciudad, o enotra poblacin cualquiera? Su hijo no podrapermanecer con ella, que, a su vez, tampoco lohubiera permitido. En tanto que la frontera francesano estuviese entro los agentes prusianos y M. Juan,ste corra peligro de muerte.

    Qu de dificultades tuvimos que vencer paraatravesar el bosque de Lomboy que se extiende aizquierda y a derecha del ro Kinzig, basta lasmontaas del territorio de Hesse-Darmstadt! Creque no llegaramos nunca al otro lado del ro, y nosfue preciso perder mucho tiempo antes deencontrar un vado para poder pasar.

    En fin, el 29 el carricoche se detuvo un pocoantes de llegar a Hanan. Nos vimos obligados apasar la noche en aquella ciudad, en la cual senotaba un considerable movimiento de tropas y deequipajes,

    Como M. Juan y su madre hubieran tenido quedar un gran rodeo a pie, lo menos de dos leguas,para dar la vuelta a la poblacin, M. de Lauranay yMlle. Marta se quedaron con ellos en el carruaje.

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    Slo mi hermana y yo entramos en la ciudad a finde renovar nuestras provisiones.

    Al da siguiente, 30, nos encontramos en elcamino que corta el distrito de Viessbaden. De-jamos a un lado, hacia el medioda, la pequea villade Offenbach, y por la noche llegamos aFrancfort-aur-le-Mein.

    Nada dir de esta gran ciudad, sino que estsituada sobra la orilla derecha del ro y que en tuscalles hormiguean los hebreos.

    Habiendo pasado el Mein en la barca del bate-lero de Offenbach, habamos ido a salir frente porfrente al camino de Mayenza. Como no podamosevitar el entrar en Francfort para que nos revisaranlos pasaportes, una vez cumplida esta formalidad,volvimos a encontrar a M. Juan y a su madre.Aquella noche, por consiguiente, no nos vimosobligados a una separacin, siempre penosa. Pero loque nos fue ms grato y apreciable todava, fue elencontrar donde alojarnos (verdad es que muymodestamente) en el arrabal del Salhsenhausen,sobra la ribera izquierda del Mein.

    Despus de cenar todos en compaa, cada cualse fue apresuradamente a su cama, excepto mi

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    hermana y yo, que tenamos que comprar algunascosillas.

    En esta salida, mi hermana oy, entre otrascosas, lo siguiente, en casa de un panadero, dondevarias personas hablaban del soldado Juan Keller: sedeca que haba sido capturado en Salmunster, y sedaban minuciosos detalles de la captura.Verdaderamente, aquello hubiera sido muydivertido para nosotros, si hubisemos tenido ganade bromas.

    Pero lo que me pareci infinitamente ms grave,fue el or hablar de la prxima llegada delregimiento de Lieb, que deba dirigirse desdeFrancfort a Mayenza, y de Mayenza a Thionville.

    Si esto era cierto, el coronel von Grawert y suhijo iban a seguir el mismo camino que nosotros.En previsin de un encuentro semejante, noconvendra modificar nuestro itinerario y seguir unadireccin ms hacia el Sur, aun a riesgo decomprometernos, dejando de pasar por las ciudadesindicadas por la polica prusiana?

    Al da siguiente, 31, comuniqu esta mala noticiaa M. Juan, quien me recomend no hablar de ello nia su madre ni a Mlle. Marta, que tenan yasuficientes inquietudes. Al otro lado de Mayenza se

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    vera el partido que convendra tomar, y si seranecesario separarse hasta la frontera. Caminando deprisa, tal vez pudiramos ponernos a bastantedistancia del regimiento de Lieb, de manera quealcanzramos antes que l la frontera de Lorena.

    Partimos, pues, a las seis de la maana.Desgraciadamente, el camino era spero y fatigoso.

    Fue preciso atravesar los bosques de Neilruh yde La Ville, que estn prximos, casi tocando aFrancfort. Con este motivo hubo retrasos de variashoras, empleados en dar la vuelta a los caseros deHochst y de Hochheim, que estaban ocupados poruna seccin numerosa de equipajes militares. Yo viel momento en que nuestro viejo carricoche, con suflaco caballo y todo, nos iba a ser arrebatado para eltransporte de varios quintales de pan. Resultado:que aunque desde Francfort a Mayenza no hay msque una quincena de leguas, no pudimos llegar aesta ltima poblacin hasta la noche del 31. Noshallbamos entonces en la frontera delHesse-Darmstadt.

    Fcil es de comprender que Mad. Keller y suhijo haban de tener gran inters en no pasar porMayenza. Esta ciudad est situada sobre la orillaizquierda del Rhin, en su confluencia con el Mein, y

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    frente por frente de Cassel, que es como uno de susarrabales, el cual se une a la principal parte de lapoblacin por un puente de barcas de una longitudde seiscientos pies.

    Pero para encontrar de nuevo los caminos quese dirigen hacia Francia, es indispensable franquearel Rhin, sea por ms arriba o sea por ms abajo de laciudad, cuando no se quiera pasar por el puenteantes citado.

    Vednos aqu, pues, buscando con afn una barcaque pudiese transportar a M. Juan y a su madre.Todo fue intil; el servicio de las barcas estabainterrumpido por orden de la autoridad militar.

    Eran ya las ocho de la noche. Nosotros nosabamos verdaderamente qu hacer.

    - Es preciso, sin embargo, que mi madre y yopasemos el Rhin, - dijo M. Juan.

    - Y por qu sitio, y cmo? - respond yo.- Por el puente de Mayenza, puesto que, es

    imposible pasar por otra parte.En vista de esto, adoptamos el siguiente plan.M. Juan tom mi manta, en la cual se envolvi

    desde la cabeza hasta los pies; y luego, cogiendo elcaballo por las riendas, se dirigi hacia la puerta deCassel.

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    Mad. Keller se haba sepultado en el fondo decarricoche, entra los vestidos de viaje. M. y Mlle. deLauranay, mi hermana y yo, ocupbamos las dosbanquetas.

    As colocados, nos aproximamos todo lo posiblea las viejas fortificaciones de ladrillos enmohecidos,por entre las avanzadas, y el carricoche se pardelante del puesto que guardaba la cabeza delpuente.

    Encontrbanse all multitud de personas, quevolvan del mercado libre que se haba celebradoaquel da en Mayenza. All fue donde M. Juanrecurri a toda su audacia.

    - Vuestros pasaportes? - nos dijo.Yo mismo le alargu los documentos pedidos,

    que l entreg al jefe del puesto.-Qu gentes son esas? - le preguntaron.-

    Franceses que conduzco a la frontera.- Y quin sois vos?- Nicols Friedel, alquilador de carruajes e

    Hochst.Nuestros pasaportes fueron examinados con

    una atencin extremadamente minuciosa, por msque estuviesen en regla. Ya se comprender laangustia que a todos nos oprima el corazn.

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    - A estos pasaportes no les quedan ms quecuatro das de validez (dijo el jefe del puesto ); espreciso, por tanto, que, en ese trmino, estas gentesestn ya fuera del territorio.

    - Lo estarn (respondi Juan Keller); pero notenemos tiempo que perder.

    -Pasad.Media hora despus s, franqueado el Rhin, nos

    encontrbamos en el Hotel de Anhali, donde M. Juandeba representar hasta el ltimo momento su papelde alquilador de carruajes. No se me podr olvidarnunca aquella entrada nuestra in Mayenza.

    Lo que son las cosas!.... Qu recibimiento tandiferente se nos hubiera hecho cuatro meses mstarde, cuando, en Octubre, Mayenza se habarendido a los franceses! Qu alegra hubiese sidoencontrar all a nuestros compatriotas! De qumanera hubieran recibido, no slo a nosotros, aquienes se arrojaba de Alemania, sino tambin aMad. Keller y a su hijo, al saber su historial y auncuando hubiramos debido permanecer seis meses,ocho meses, en aquella capital, hubiera sido congusto, pues hubiramos salido con nuestros bravosregimientos y los honores de la guerra para entraren Francia.

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    Pero no se llega cuando se quiere; y lo principal,cuando ya se ha llegado, es poder salir cuando a unolo convenga.

    Cuando Mad. Keller, Mlle.. Marta y mi hermanaentraron en sus habitaciones del Hotel de Anhalt, M.Juan se fue a la cuadra a cuidar de, m caballo, y M.de Lauranay y yo salimos a la calle, a ver sisabamos, por casualidad, alguna noticia.

    Lo que nos pareci ms oportuno, fue elinstalarnos en una cervecera, y pedir los peridicos.Y verdaderamente, era cosa que mereca la pena desaberse lo que haba pasado en Francia desdenuestra partida. En efecto: haba tenido lugar laterrible jornada del 10 de Agosto, la invasin de lasTulleras, el degello de los suizos, la prisin de lafamilia real en el Temple, y el verdaderodestronamiento de Luis XVI.

    Cada uno de estos hechos eran de naturalezams que suficiente para precipitar la masa decoligados hacia la frontera francesa.

    Conociendo esto, la Francia entera se hallabadispuesta a rechazar la invasin.

    Continuaban organizados los tres ejrcitos;Luckner al Norte, Lafayette al Centro y Montes-quieu al Medioda.

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    En cuanto a Dumouriez, serva entonces a lasrdenes de Luckner como teniente general.

    Pero, - y esta era una noticia que no tena msque tres das de fecha, - Lafayette, seguido de al-gunos de sus compaeros, acababa de dirigirse alcuartel general austraco, donde, a pesar de susreclamaciones, se la haba tratado como prisionerode guerra.

    Por este hecho se podrn juzgar las disposi-ciones en que se hallaban nuestros enemigos paratodo lo que era francs, y qu suerte nos esperaba silos agentes militares nos hubiesen cogido sinpasaportes.

    Sin duda, entre lo que contaban los papeles,haba cosas que podan creerse, y otras de las cualesno debera hacerse caso; sin embargo, la situacin,segn las ltimas noticias, era la siguiente:

    Dumouriez, comandante en jefe de los ejrcitosdel Norte y del Centro, era un gran hombre; todo elmundo estaba persuadido de ello. Por eso mismo,deseosos de hacer caer sobre l los primeros golpes,los soberanos de Prusia y Austria estaban para llegara Mayenza. El duque de Brunswick diriga losejrcitos de la coalicin. Despus de haberpenetrado en Francia por las Ardennes, tenan la

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    intencin de marchar hacia Pars por el camino deChalons. Una columna de sesenta mil prusianos sedirigan por Luxemburgo hacia Longwe. Treinta yseis mil austracos, bajo las rdenes de Clairfayt ydel prncipe de Hohenlohe, flanqueaban el ejrcitoprusiano. Tales eran las terribles masas queamenazaban a Francia.

    Os digo por adelantado todas estas cosas, queyo no supe hasta ms tarde, porque conocindolasse comprende mejor la situacin.

    Entretanto, Dumouriez estaba en Sedn conveintitrs mil hombres. Kellermann, quereemplazaba a Luckner, ocupaba Metz, con veintemil.

    Quince mil estaban en Landau, a las rdenes deCustine: treinta mil en Alsacia, mandados por Biron,estaban dispuestos para unirse fuera necesario, biena Dumouriez, o bien a Kellermann.

    En fin: como ltima noticia, los peridicos noscomunicaban que los prusianos acababan de tomara Longwe, que bloqueaban a Thionville, y que elgrueso de su ejrcito marchaba sobre Verdun.

    Con tales nuevas, volvimos al hotel, y cuandoMad. Keller supo lo que pasaba, a pesar de que seencontraba muy dbil, rehus hacernos perder

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    veinticuatro horas en Mayenza, tiempo que lehubiera sido muy necesario para su reposo.

    Pero era grande el temor que tena de que suhijo fuera descubierto. Se convino, pues, en em-prender la marcha al da siguiente, que era el 1 deSeptiembre. Una treintena de leguas nos separabatodava de la frontera.

    Nuestro caballo, a pesar del cuidado que de lhaba tenido, no iba muy de prisa. Y, sin embargo,cunta necesidad tenamos de apresurarnos! Hastallegada la noche no descubrimos a lo lejos las ruinasde un antiguo castillo en la cima del Schlossberg. Alpie de esta montaa se extiende Kreuznach, ciudadimportante del distrito de Coblentza, situada sobreel Nahe, y que, despus de haber pertenecido aFrancia en 1801, volvi al dominio de Prusia en1815.

    Al da siguiente llegamos al casero de Kirn, yveinticuatro horas ms tarde al de Birkenfeld.Afortunadamente, corno no nos faltaban las pro-visiones, pudimos, tanto Mad. Keller y M. Juancomo nosotros, dar un rodeo y evitar la entrada enaquellas poblaciones, que no estaban marcadas ennuestro itinerario. Pero haba sido necesariocontentarnos con la cubierta del carricoche por

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    todo abrigo, y ya se comprende que las nochespasadas en tales condiciones no dejaban de serpenosas.

    Otro tanto nos aconteci cuando hicimos alto el3 de Septiembre por la noche. a las doce de la nochedel da siguiente espiraba el plazo que nos habasido concedido para evacuar el territorio alemn. Ytodava nos hallbamos a dos jornadas de marchaantes de llegar a la frontera. Qu sera de nosotros,si por casualidad ramos detenidos en el camino, sinpasaportes vlidos para los agentes prusianos?

    Acaso tuviramos que vernos obligados adirigirnos ms hacia el Sur, del lado de Sarrelouis,que era la poblacin francesa ms prxima. Perocon esto nos exponamos a caer precisamente en elcentro de la masa de prusianos que iban a reforzarel bloqueo de Thionville. Por consiguiente, nospareci preferible alargar nuestro camino, a fin deevitar tan peligroso encuentro.

    En suma: slo nos hallbamos a pocas leguasdel pas, sanos y salvos todos. Que llegramos allM. y Mlle.. de Lauranay, mi hermana y yo, notendra nada de extraordinario indudablemente. Encuanto a Mad. Keller y a su hijo, bien poda decirseque las circunstancias les haban favorecido. Cuando

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    Juan Keller se haba reunido con nosotros en lasmontaas de Thuringia, no contaba yo con laseguridad de que podramos estrecharnos las manosen la frontera francesa.

    Sin embargo, nos interesaba mucho evitar aSaarbruck, no solamente por inters de Juan Kellery de su madre, sino tambin por inters nuestro.Aquella ciudad nos habra ofrecido su hospitalidad,ms bien en una prisin que en un hotel. Fuimos,pues, a alojarnos a una posada cuyos huspedeshabituales no deban ser de primera calidad. Ms deuna vez el posadero nos mir de una manera muysingular. Hasta me pareci que, en el momento enque partamos, cambiaba algunas palabras convarios individuos reunidos alrededor de una mesa,en el fondo de una obscura habitacin, y a loscuales nosotros no podamos ver.

    En fin, el 4 por la maana tomamos el caminoque pasa entre Metz y Thionville, prontos adirigirnos, si era preciso, a la primera de dichasciudades, que los franceses ocupaban entonces.

    Qu marcha tan penosa fue aquella, a travs deuna masa de busques diseminados por todo el pas!El pobre caballejo no poda ms; as fue que, a esode las dos de la tarde, y al empezar a subir una larga

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    y empinada cuesta que se. desarrollaba entreespesos matorrales, y bordeaba algunas veces porcampos de arena, nos vimos obligados a echar pie atierra todos, menos Mad. Keller, que se hallabademasiado fatigada para bajarse del carricoche.

    Se caminaba, pues, lentamente. Yo llevaba elcaballo por la rienda; mi hermana iba cerca de m;M. de Lauranay, su aleta y M. Juan caminaban unpoco detrs. Excepto nosotros, no se vela un almapor el camino.

    A lo lejos, hacia la izquierda, se dejaban orsordas detonaciones. Por aquel lado se combata;sin duda era bajo los muros de Thionville.

    Da repente, y hacia la derecha, se oy un tiro.Nuestro caballo, herido mortalmente, cay a tierra,rompiendo las varas del carricoche. Al mismotiempo se oan estas vociferaciones:

    - Al fin le tenemos!- Si, este es Juan Keller! Para nosotros los mil

    florines!-Todava no, -dijo M. Juan.Un segundo tiro reson. Pero esta vez era M.

    Juan quien lo haba disparado, y un hombre rodabapor tierra cerca de nuestro caballo.

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    Todo esto haba pasado tan rpidamente, que yono haba tenido tiempo de darme cuenta de ello.

    - Son los Buch! - me dijo M. Juan.- Pues bien: zurrmosles, - respond yo.Aquellos bribones, en efecto, se encontraban en

    la fonda en que nosotros habamos pasado la noche.Despus de algunas palabras cambiadas con elposadero, se haban lanzado en nuestroseguimiento.

    Pero de tres, no eran ya ms que dos: el padre yel segundo de los hijos. El otro, con el coraznatravesado por una bala, acababa de espirar.

    Y entonces, dos contra dos, la partida sera igual.sta, por otra parte, no sera larga. Yo, a mi vez, tirsobre el otro hijo de Buch, al cual no hice ms queherir. Entonces l y su padre, viendo que su golpehaba sido errado, se movieron por entre laarboleda, hacia la izquierda, y se alejaron a todocorrer.

    Yo quera lanzarme en su seguimiento; pero M.Juan me lo impidi. Quin sabe si tendra razn!

    - No! (me dijo): lo que ms urge es atravesar lafrontera; en marcha, en marcha.

    Como ya no tenamos caballo, fue, precisoabandonar nuevamente nuestro carricoche. Mad.

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    Keller se vio obligada a echar pie a tierra, ymarchaba apoyada en el brazo de su hijo.

    Algunas horas ms, y nuestros pasaportes nonos protegeran.

    As se camin hasta la noche. Se acamp bajolos rboles, y nos servimos del resto de las pro-visiones. En fin: el da siguiente, 5 de Septiembre, alanochecer, atravesamos la frontera.

    Si! Era el suelo francs el que nuestros piespisaban entonces, suelo francs, ocupado porsoldados extranjeros!....

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    XIX

    Tocbamos, pues, al trmino de este largo viaje,que la declaracin de guerra nos haba obligado ahacer a travs de un pas enemigo. Este penosocamino de Francia le habamos recorrido nosotros,no solamente con extremas fatigas, sino expuestos agrandes peligros. Sin embargo, salvo en dos o trescircunstancias, entre otras cuando los Buch noshaban atacado, nuestra vida no haba estado enpeligro ni nuestra libertad tampoco.

    Esto que digo de nosotros era del mismo modoaplicable a M. Juan, desde que lo habamos en-contrado en las montaas de Thuringia. habatambin llegado sano y salvo. Al presente no lequedaba ms que dirigirse a alguna poblacin de losPases Bajos, donde podra esperar en seguridad eldesenlace de los acontecimientos. .

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    Sin embargo, la frontera estaba invadida.Austracos y prusianos, establecidos en aquella re-gin que se extiende hasta el bosque del Argonne,nos la hacan tan peligrosa como si hubisemostenido que atravesar los distritos de Postdam yBrandeburgo. Es decir, que, despus de las fatigaspasadas, el porvenir nos reservaba todava peligrosextremadamente graves.

    Qu queris? Cuando uno cree que ha llegado,apenas si se encuentra en el camino.

    En realidad, para pasar las avanzadas delenemigo y sus acantonamientos, slo nos faltabauna veintena de leguas que franquear. Pero enmarchas y contramarchas, cunto su alargara estecamino?

    Acaso hubiera sido mucho ms prudente entraren Francia por el Sur o por el Norte de la Lorena.Sin embargo, en el estado de abandono en que nosencontrbamos, privados de todo medio detransporte y sin ninguna esperanza de poderleposeer, era preciso mirarse mucho antes dedecidirse a dar tanto rodeo.

    Esta proposicin haba sido discutida entr M.de Lauranay, M. Juan y yo, y despus de haber

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    examinado su pro y su contra, me pareci queestuvimos acertados al rechazarla.

    Eran las ocho de la noche, en el momento enque llegbamos a la frontera. Delante de nosotros seextendan grandes bosques, a travs de los cuales noconvena aventurarse durante la noche.

    Hicimos, pues, alto para reposar basta lamaana siguiente. En aquellas elevadas mesetas, sino llueve hasta los principios de Septiembre, nodeja el fro de molestar con sus rigores.

    En cuanto a encender fuego, hubiera sido cosademasiado imprudente para fugitivos que deseanpasar desapercibidos. Nos colocamos, pues, de lamejor minera posible bajo las ramas de una haya.Las provisiones, que yo haba sacado del carricoche,pan, carne fiambre y queso, fueron instaladas sobrenuestras rodillas. Un arroyo nos dio agua clara, i lacual mezclamos algunas gotas de aguardiente.Despus, dejando a M. de Lauranay, Mad. KellerMlle.. Marta y mi hermana reposar durante algunashoras, M. Juan y yo fuimos a colocarnos diez pasosms all.

    M Juan, absorto por completo, no habl nada elprincipio, y yo me propona respetar su silencio,cuando de repente me dijo:

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    - Escuchadme, mi querido Natalis, y no olvidisjams lo que voy a deciros. No sabemos lo que nospuedo suceder, a m sobre todo. Puedo vermeobligado a huir, en cuyo caso es preciso que mimadre no se separe de vosotros. La pobre mujertiene agotadas sus fuerzas por completo, y si yo meveo obligado a dejaros, me es imposible asentir enque ella me siga. Bien veis en qu situacin se halla,a pesar de su energa y de su valor. Yo os la confo,pues, Natalis, como os confo tambin a Marta; esdecir, todo lo que tengo de ms querido en elmundo!

    - Contad conmigo, M. Juan (respond yo). Es-pero que no tendremos necesidad de separarnos; sinembargo, si esto sucediese, yo hara todo lo quepodis esperar de un hombre que os estconsagrado por completo.

    M Juan me estrech la mano.- Natalis (me dijo): si llegan a apoderarse de mi,

    no tengo que dudar mucho sobre mi suerte; bienpronto estar arreglada. Acordaos entonces que mimadre no debe volver a Prusia jams. Francesa eraantes de su casamiento; no existiendo ya su maridoni su hijo, justo es que concluya su vida en el pasque la vio nacer.

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    - Que era francesa decs, M. Juan? Decid mejorque lo es siempre, y que no ha cesado jams de serioa nuestros ojos.

    -Sea, Natalis. Vos la conduciris a vuestraprovincia de Picarda, que yo no he visto nunca, yque deseara tanto ver. Esperemos que mi madre, yaque no la felicidad, encontrar al menos en susltimos das el reposo que tiene tan merecido.Cunto debe haber sufrido la pobre mujer! Y l,M. Juan, no haba tenido tambin una gran parte enestos sufrimientos?

    -Ah, qu pas! (aadi.) Si hubiramos podidoretirarnos juntos de l, Marta siendo mi esposa,viviendo cerca de mi madre y de m, qu existenciahubiramos tenido y cun pronto hubiramosolvidado nuestros penas Pero qu loco soy; yo, unfugitivo, un condenado, a quien la muerte puedeherir a cada momento!

    - Minuto, M. Juan! No hablis as; todava no oshan cogido, y mucho me engaara yo si vos fueraishombre que os dejarais prender.

    - No, Natalis Ciertamente que no! Lucharhasta el ltimo extremo; no lo dudis.

    - Y yo os ayudar, M. Juan!

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    - Ya lo s, amigo mo; permitidme que osabrace. Es la primera vez que puedo abrazar unfrancs en tierra de Francia.

    - No ser la ltima- respond yo.S; el fondo de confianza que en mi exista, no

    haba disminuido, a pesar de tantas pruebas. No sinrazn pasaba yo en Grattepanche por uno de losms tenaces y ms cabezones de toda la Picarda.

    Entretanto, la noche avanzaba. Primero uno, yluego otro, tanto M. Juan como yo, descansamosalgunas horas. La noche estaba tan obscura y tannegra, sobra todo bajo los rboles, que el diablo noreconocera a su hermano menor. Pero no debaandar lejos este diablo, con todas sus trampas yengaos, pues todava no se haba cansado de hacermiserias y causar disgusto a aquella pobre gente.

    Mientras que yo estaba en vela, escuchaba conatencin y con el odo atento. El menor ruido mepareca sospechoso. Haba mucho que temer enmedio de aquellos bosques; si no de los soldadosdel ejrcito regular, al menos de los merodeadoresque le seguan. Ya habamos tenido ocasin da-experimentarlo en el asunto de los Buch, padre ehijos.

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    Por desgracia, dos de estos Buch se nos habanescapado. Con razn temamos que su primercuidado sera el de volvernos a sorprender,llevando, para que les ayudasen en su empresa yconseguir mejor su objeto, algunos bandidos de suespecie, a condicin de repartir la prima de los milflorines.

    Si; yo pensaba en todo esto, y tales pensa-mientos me tenan completamente desvelado.Pensaba, adems, que, en el caso de que elregimiento de Lieb hubiera salido de Francfortveinticuatro horas despus de nosotros, deba yahaber pasado la frontera. Estara acaso, como eramuy posible, prximo a nosotros en el mismobosque de Argonne?

    Estas aprensiones eran indudablementeexageradas; cosa que sucede siempre, cuando elcerebro se encuentra demasiado excitado. En alsituacin me hallaba yo precisamente. Se mefiguraba or pasos bajo los rboles; me pareca veralgunas sombras deslizarse o travs de la espesura.No hay necesidad de recordar que si M. Juan estabaarmado con una de nuestras pistolas, yo tena la otraen mi cinto; y ambos a dos estbamos bien resueltosa no dejar que nadie se nos aproximara.

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    En resumen.: aquella noche se pas sin alarmas.Verdad es que varias veces escuchamos los lejanostoques de las cornetas, y aun el redoblar de lostambores, que al amanecer tocaban diana. Estosruidos se escuchaban generalmente hacia el Sur, loque indicaba que las tropas se acantonaban poraquel lado.

    Muy probablemente seran aquellas columnasaustracas que esperaban el momento de dirig se aThionville y aun a Montmdy, ms al Norte.

    Segn supimos despus la intencin de losaliados no haba sido nunca el tomar dichas plazas,sino el rodearlos, inutilizando de este modo a susguarniciones, a fin de poder lanzarse luego sinobstculos a travs del territorio de los Ardennes.

    Corramos, pues, el peligro de haber encontradoa cualquiera de estas tropas, y hubiramos sidoverdaderamente barridos.

    A decir verdad, la diferencia de caer en manosaustracas o prusianas era nula. Tan brbaros,indudablemente, hubieran sido los unos como losotros.

    Tomamos, pues, la resolucin de subir un pocoms al Norte, por el lado de Stenay, y aun de Sedn,de manera que pudiramos penetrar en el Argonne,

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    evitando de este modo los caminos queindudablemente seguiran los ejrcitos imperiales.

    Desde el momento que fue de da nos pusimosen marcha.

    El tiempo estaba hermoso. Se escuchaban logorjeos de los pjaros, y despus, en los limite de laspraderas, el canto de las cigarras, signo evidente decalor. Ms lejos las alondras, lanzan de sus agudosgritos, se remontaban rectas por el aire.

    Caminbamos todo lo de prisa que permita ladebilidad de Mad. Keller. Bajo el follaje espeso delos rboles, el sol no poda molestarnos. Cada doshoras reposbamos un poco. Lo que me inquietabaa todas horas era que nuestras provisiones tocaban asu fin. Cmo reemplazarlas despus?

    Conforme habamos convenido, marcbamosnuestra direccin un poco ms hacia el Norte, lejosde las poblaciones y de los caseros, que el enemigodeba ocupar ciertamente.

    El da no fue sealado por ningn incidentenotable; pero, en cambio, el trayecto recorrido enlnea recta deba haber sido mediano. Al caer latarde, la pobre Mad. Keller, ms que andar, lo quehaca era arrastrarse. Esta seora, a quien yo habaconocido en Belzingen recta como un fresno,

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    marchaba ahora encorvada, doblndose sus piernasa cada paso, y yo vea prximo el instante en que yano podra dar un paso mas.

    Durante la noche, las lejanas detonaciones seescuchando sin interrupcin. Era indudablemente laartillera que funcionaba del lado de Verdun.

    El pas que atravesbamos est formado porbosques poco extensos y por llanuras regadas pornumerosas corrientes de agua. No son ms quearroyuelos en la estacin seca, y, por consiguiente,se podan atravesar con facilidad.

    Siempre que nos era posible, caminbamos elabrigo de los rboles, a fin de no ser tan fcilmentedescubiertos.

    Cuatro das antes, el 2 de Septiembre, segnsupimos ms tarde, Verdun, tan heroicamentedefendido por el intrpido Beaurepaire, que sesuicid antes que rendirse, haba abierto sus puertasa cincuenta mil prusianos.

    La ocupacin de la ciudad iba a permitir a losaliados inmovilizarse durante algunos das en lasllanuras del Mosa; Brunswick haba de contentarsecon tomar a Stenny, en. tanto que Dumouriez,bribn!, preparando en secreto su plan deresistencia, permaneca encerrado en Sedn.

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    Volviendo a lo que a nosotros nos concierne, loque ignorbamos era que el 30 de Agosto, hacia yaocho das de esto, Dillon se haba escurrido conocho mil hombres entra el Argonne y el Mosa.

    Despus de haber rechazado basta el otro ladodel ro a Clairfayt y a los austracos que ocupabanentonces las dos orillas, avanzaba rpidamente, conintencin de ocupar el paso mis al Sur del bosque.

    Si nosotros lo hubiramos sabido, en vez dealargar nuestro camino dirigindonos hacia elNorte, hubiramos ido rectamente hacia aquel paso.All, en medio de soldados franceses, nuestrasalvacin estaba asegurada.

    S! Pero nada ni nadie poda advertirnos deestas maniobras, y, segn parece, era destinonuestro el que hubisemos de soportar. todavagrandes fatigas.

    Al da siguiente, 7 de Setiembre, habamosagotado todas nuestras provisiones. Costara lo quecostara, era preciso procurrnoslas. Cuando lleg lanoche, divisamos una casa aislada, a la orilla de unalaguna y en los lmites de un pequeo bosque, acuya puerta se vea un antiguo pozo. No haba unmomento que perder. Llam a la puerta, abrieron, y

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    entramos. Me apresuro a decir que estbamos encasa de unos honrados aldeanos.

    Lo primero que nos dijeron fue que si losprusianos permanecan inmviles en sus acanto-namientos, se esperaba a los austracos, por aquellado.

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    En cuanto a los franceses, corra el rumor deque Dumouriez haba salido por fin de Sedn detrsde Dillon, y que descenda por entre el Argonne y elMosa a fin de arrojar a Brunswick ms all de lafrontera.

    Aquello era un error, como se ver bien pronto;error que afortunadamente no deba causar. nosningn perjuicio.

    Despus de decirnos esto, la hospitalidad quenos ofrecieron aquellos aldeanos fue tan completacomo era posible, dadas las deplorablescircunstancias en que se encontraban. Un buenfuego, lo que llamamos nosotros un fuego de ba-talla, se encendi en el atrio, y all mismo hicimosuna buena comida con huevos y salchichas, unabuena sopa de pan de centeno, algunas galletasanisadas, que en Lorena se llaman kisch, y manzanasverdes, todo bien rociado con vino blanco delMosela. Tambin sacamos de all provisiones paraalgunos das, y no olvid el tabaco, que ya comen-zaba a faltarme.

    A M. de Lauranay lo cost mucho trabajo elhacer que aquellas buenas gentes aceptaran lo quese les deba de justicia. Todo esto daba a JuanKeller, por adelantado, una buena idea de los

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    franceses. En una palabra: despus de una noche dereposo, partimos al da siguiente al amanecer.

    Pareca verdaderamente que la naturaleza habaacumulado la dificultades por aquel camino, puestodo en l eran accidentes del terreno espesurasimpenetrables, pantanos en los cuales se corrapeligro de hundirse hasta la mitad del cuerpo.

    Por otra parte, no se vea ningn sendero que sepudiese seguir con pie seguro. Todo se volvaespesos matorrales, como los que yo haba visto enel Nuevo Mundo, antes que el hacha del zapadorhiciese su obra solamente en ciertos agujeros de losrboles, que formaban nichos, se vean pequeasestatuas de la Virgen y de los Santos. Apenas si, detiempo en tiempo, encontrbamos algunos pastores,cabreros o leadores con sus zanjones de pellejo, oporqueros conduciendo sus cerdos al pasto. Todosellos, desde el momento que nos divisaban, seapresuraban a esconderse entre la arboleda, ypudimos darnos por muy contentos de que dos deellos se dignaran darnos el fin algunas seales delcamino.

    Se escuchaba tambin un fuego graneado defusilara, lo cual indicaba que se batan en lasavanzadas.

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    Sin embargo, adelantamos mucho haca Stenay,a pesar de que los obstculos eran tan grandes y lasfatigas tales, que apenas recorramos dos leguas porda.

    Lo mismo sucedi durante los das 9, 10 y 11 deSeptiembre. Pero si por un lado el territorio eradifcil, ofreca por otro, en cambio, una completaseguridad.

    No tuvimos en todo l ningn mal encuentro.No haba que temer el terrible Ver d! (quin vive?)de los prusianos.

    Nuestra esperanza, al tomar esta direccin,haba sido reunirnos al cuerpo de ejrcito deDumouriez.

    Pero lo que nosotros no podamos saber an, enque ya se haba corrido mas al Sur, a fin de ocuparel desfiladero de Grand-Pr, en el bosque delArgonne.

    Como he dicho entes, de tiempo en tiempollegaban hasta nosotros. las detonaciones de lasdescargas. Cuando los sentamos demasiados cerca,hacamos alto. Evidentemente, sobre los bordes delMosa no haba entonces empeada ninguna batalla.Eran simples ataques a los caseros o a las aldeas; locual se adivinaba por las grandes humaredas, que se

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    elevaban a veces por encima de los rboles, y porlos lejanos resplandores de los incendios, queiluminaban el bosque durante la obscuridad.

    En fin: en la noche del 11 de Septiembre to-rnamos la resolucin de interrumpir nuestra marchahacia Stenay, a fin de internarnos resueltamente enel Argonne.

    Al da siguiente este proyecto fue puesto enejecucin. Nos arrastrbamos todos,sostenindonos los unos a los otros. La vista deaquellas pobres mujeres tan valerosas, en aquellosmomentos con una fisonoma quo inspirabacompasin, demacrada y plomiza, con los vestidoshechos jirones a fuerza de pasar a travs de los setosy de las espesuras, marchando como a remolque, enfin, reducidas a nada, por la continuidad de lasfatigas; todo esto nos hera el alma.

    Hacia el medioda llegamos a un sitio en que,terminando el bosque, dejaba al descubierto unavasta extensin de terreno.

    All, recientemente, haba habido un combate.Cuerpos muertos yacan por el suelo. Yo reconocaquellos muertos, con su uniforme azul con vueltasrojas y polainas blancas, con sus cartucherascolgadas en cruz: tan diferentes de los prusianos,

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    con sus trajes azul de cielo o de los austracos,vestidos con uniformes blancos, y cubierta la cabezacon sombreros puntiagudos.

    Eran franceses, voluntarios. haban debido sersorprendidos por alguna columna del cuerpo deClairfayt o de Brunswick. Pero, a Dios gracias, nohaban sucumbido sin defenderse. Un buen nmerode alemanes estaban tambin tendidos cerca deellos, as como de prusianos, con sus schaks decuero con cadenetas.

    Yo me aproxim, y miraba aquella multitud decadveres con horror, pues jams he podidohabituarme a la vista de un campo de batalla.

    De repente arroj un grito. M. de Lauranay,Mad. Keller y su hijo, Mele. Marta y mi hermana,detenidos en el limite de la arboleda, a cincuentapasos detrs de m, me miraban, no atrevindose allegar hasta el centro de la explanada.

    M. Juan corri en seguida.- Qu hay, Natalis?Ah! Cunto senta yo no haber podido

    dominarme! Hubiera querido alejar a M. Juan; peroera tarde. En un instante haba comprendido porqu haba yo arrojado aquel grito.

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    Un cuerpo que yaca a mis pies, M. Juan no tuvonecesidad de mirar largo tiempo para reconocerle. Yentonces, con los brazos cruzados, sacudiendo lacabeza, dijo: .

    - Que mi madre y Marta ignoren....Pero Mad. Keller acababa de llegar hasta nos-

    otros, y vio lo que hubiramos querido ocultarla: elcuerpo de un soldado prusiano; de un feldwedel, delregimiento de Lieb, tendido sobra el suelo en mediode una treintena de sus camaradas. As, no hacaveinticuatro, este regimiento haba pasado por aquelsitio, y en aquellos momentos recorra el pasalrededor de nosotros! Nunca el peligro haba sidotan grande para Juan Keller. Si tena la desgracia deser preso, su identidad sera inmediatamentecomprobada y su ejecucin no se hara esperar.Vamos! Era preciso escapar cuanto antes, lo ms deprisa posible, de aquel territorio tan peligroso paral. Era preciso internarse en lo ms espeso de laselva de Argonne, en la cual no podra penetrar unacolumna en marcha. Aunque nos visemosobligados a ocultarnos durante varios das, no habaduda posible. Aquella era nuestra ltimaprobabilidad de salvacin, y la pusimos en planta.

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    Se camin durante todo el resto del da; an-duvimos toda la noche; caminamos...., no , nosarrastramos durante el da siguiente; y el 13, hacia elanochecer, llegamos a los lmites de aquel clebrebosque del Argonne, donde Dumouriez habadicho: Estas son las Termpilas de Francia, peroyo ser ms feliz que Lenidas

    Dumouriez deba serio, en efecto. All fue, y conaquel motivo, donde millares de ignorantes comoyo supieron lo que era Lenidas y las Termpilas.

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    XX

    El bosque del Argonne ocupa un espacio detrece a catorce leguas de extensin, desde Sedn,que est al Norte, hasta la pequea aldea de Pas-savant, que se encuentra al Sur. Su anchura media esde unas dos a tres leguas. All est situado como unaavanzada, que cubre nuestra frontera del Este consu lnea de macizos casi impenetrables. Las maderasy las aguas se mezclan y confunden all, en unaconfusin extraordinaria, en medio de los altos ybajos del terreno, entra torrentes y estanques, que auna columna la sera imposible seguramentefranquear.

    Este bosque est comprendido entre dos ros. ElAisne le bordea por todo su lado izquierdo, desdelos primeros arbustos del Sur hasta la aldea deSemuy, al Norte. El Aire le costea tambin a partir

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    de Fleury, hasta su principal desfiladero. Desde all,este ro se vuelve por medio de un recodo brusco, yse dirige hacia el Aisne, en el cual se arroja no lejosde Senuc.

    Del lado del Aire, las principales poblacionesson Clermont, Varennes, donde Lus XVI fuedetenido en su huida, Buzancy y Le ChnePopuleux;del lado M. Aisne, Saint-Menehould,Ville-sur-Tourbe, Monthois y Vouziers.

    Por su forma, a nada podra compararse mejoreste bosque que a un gran insecto con las alasplegadas inmvil o dormido entre dos corrientes deagua. Su abdomen es toda la parte interior, que es lams importante. Su busto y su cabeza estnfigurados por la parta superior, que se dibuja porencima del, desfiladero del Grand-Pr a travs delcual corra el Aire, de cuyo curso he hablado antes.

    Aunque en casi toda su extensin, el Argonneest cortado por aguas corrientes y erizado deespesos arbustos y matorrales, se puede, sinembargo, atravesarle por diferentes pasos, estrechossin duda, pero practicables aun para regimientosenteros.

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    Es conveniente que los indique aqu, a fin dehacer comprender mejor cmo han pasado lascosas.

    Cinco desfiladeros atraviesan el Argonne departe a parte. En el abdomen de mi insecto, el queest ms al Sur, llamado de las sietas, ya deClermont a Saint-Menehould, bastante direc-tamente.

    El otro, el llamado de la Chalade, no es ms queuna especie de senda que llega hasta el curso delAisne, cerca de Vienne-le-Chateau.

    En la parte superior del bosque no se cuentanmenos de tras pasos. El ms ancho y ms impor-tante, el que separa el busto del abdomen, es eldesfiladero del Grand-Pr.

    El Aire la recorre todo entero, desde Saint-Ju-vin; corre entre Termes y Senue, y despus se arrojaen el Aisne a legua y media de Monthois. Porencima del desfiladero del Grand-Pr, a dos leguaspoco ms o menos, el desfiladero de la Cruz delBosque ( retened bien este nombre) atraviesa elbosque del Argonne, desde Boultaux-Bois, hastaLongwe, y no es ms que un camino de leadores.

    En fin, dos leguas ms arriba, el desfiladero deChue-Populaux, por donde pasa el camino de

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    Rethel a Sedn, despus de haber dado dos rodeos,llega hasta el Aisas, enfrente de Vouziers.

    Por consiguiente, slo por este bosque podanlos imperiales avanzar hacia Chatons-sur-Marne.Desde all, encontraran ya el camino abierto hastaPars.

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    En vista de esto, lo que haba que hacer eraimpedir a Brunswick y a Clairfayt que franquearan elArgonne, cerrndoles cuanto antes los cincodesfiladeros que podan dar paso a sus columnas.

    Dumouriez, militar muy hbil, haba com-prendido esto el primer golpe de vista. Pareca queesto era cosa muy sencilla; sin embargo, era precisopensarlo bien, mucho ms cuando era posible que alos coligados no se les hubiese ocurrido siquiera laidea de ocupar aqullos pasos.

    Otra ventaja que ofreca este plan era la de noretroceder hasta el Marino, que es nuestra ltimolnea de defensa antes de llegar a Pars. Al mismotiempo, los coligados se veran en la necesidad dedetenerse en el territorio de Champagne-Pouille,donde careceran de todo recurso, en vez deextenderse por aquellas ricas llanuras situadas alotro lado del Argonne, para pasar all el invierno, siles convena invernar.

    Este plan fue, pues, estudiado en todos sus de-talles, y, - lo que ya era un comienzo de ejecucin,-el 30 de Agosto, Dillon, a la cabeza de ocho milhombres, haba llevado a cabo un movimientoaudaz, durante el cual, los austracos, corno antes hedicho, fueron rechazados hasta la ribera derecha del

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    Mosa. Despus, esta columna haba venido a ocuparel desfiladero situado ms al Sur, el de las isletas,habiendo tenido antes la precaucin de guardar elpaso de la Charlade.

    En efecto: el movimiento no careca de ciertaaudacia. En vez de hacerse del lado del Aisneapoyndose en los macizos del bosque, haba sidopracticado del lado del Mosa, presentando el flancoal enemigo. Pero Dumouriez lo haba querido as, afin de ocultar mejor sus proyectos a los coligados.

    Su plan habra de tener buen xito.El da 4 de Septiembre llego Dillon al desfila-

    dero de las isletas.Dumouriez, que haba salido despus que Dillon

    con quince mil hombres, se haba apoderado delGrand-Pr, un poco antes, cerrando as el pasoprincipal del Argonne.

    Cuatro das despus, el 7, el general Dubourg sediriga a Chene-Populeux, con objeto de defender elNorte del bosque contra cualquiera invasin de losimperiales.

    En seguida se ocuparon unos y otros en levantarparapetos, abrir trincheras, interceptar conempalizadas los senderos, y establecer bateras paracerrar ms seguramente los pasos.

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    El del Grand-Pr se convirti en un verdaderocampamento, con sus tropas repartidas por elanfiteatro que formaban aquellas alturas, y cuyacabeza estaba formada por el Aire.

    En aquel momento, de las cinco entradas delArgonne, cuatro estaban interceptadas, comopoternas de ciudadela, con su rastrillo echado y supuente levadizo levantado.

    Sin embargo, quedaba un quinto paso entrea-bierto todava. Este haba parecido tan poco prac-ticable, que Dumouriez no se haba apresurado aocuparle. Y yo aado que fue precisamente haciaeste paso adonde nos condujo nuestra mala fortuna.En efecto: el desfiladero de la Cruz del Bosque,situado entre el Chne-Populoux y el Grand-Pr, aigual distancia de uno que da otro, unas diez leguasprximamente, iba a permitir a las columnasenemigas penetrar a travs del Argonne.

    Y dicho esto, vuelvo a ocuparme de lo que anosotros nos concierne.

    El 13 de Septiembre por la noche llegamos a lapendiente lateral del Argonne, despus de haberevitado el atravesar las aldeas de Briquenay y deBouli-aux-Bois, que deban estar ocupadas por losaustracos. .

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    Como yo conoca los desfiladeros del Argonne,por haberlos recorrido varias veces cuando estabade guarnicin en el Este, haba precisamenteescogido el da la Cruz del Bosque, que me parecaofrecer varias ventajas. Para mayor seguridad, porun exceso de prudencia, no era este tampoco elcamino que yo pensaba seguir, sino un estrechosendero que se aproxima a l y que va de Briquenaya Longwe. Tomando esta especie de vereda,atravesaramos el Argonne por uno de sus sitios demayor espesor, al abrigo de las encnas, de las hayas,de los lamos blancos, de los sauces -y de loscastaos que crecen en aquellos sitios del bosque,menos expuestos a las heladas del invierno. De aquuna garanta de que no encontraramos a losmerodeadores y vagabundos, y de