el busca vidas

44
1

Upload: alberto-alfaro

Post on 26-Jun-2015

468 views

Category:

Documents


9 download

TRANSCRIPT

Page 1: El busca vidas

1

Page 2: El busca vidas

2

EL BUSCA VIDAS PETER B. KYNE

¿Hasta qué punto una persona es capaz de superar los obstáculos para alcanzar sus objetivos?

Page 3: El busca vidas

3

ué valoramos hoy en día en las organizaciones y empresas para promocionar a un colaborador? ¿Cuál es el criterio definitivo que se utiliza para evaluar el desempeño de un equipo? ¿Qué diferencias hay entre los muy buenos y los números uno? ¿Cuáles son los

elementos decisivos que catapultan a un profesional al éxito?

El relato de El buscavidas, de una forma amena y didáctica, encierra en unas pocas líneas valores tan importantes y decisivos como la fidelidad ante la persecución de un objetivo, la lealtad a la palabra dada, el afán de superación ante las dificultades y la toma de iniciativas o pro-actividad.

El lector no podrá evitar embriagarse con la lectura del mismo desde el principio hasta el final, cuando la lectura se convierte en la aventura de entregarse a una historia cuyo final ansía conocer.

A lo largo de la historia, el lector vivirá emociones de muy diversos colores y matices, enfadándose con alguno de los protagonistas, solidarizándose con otros e incluso deseando introducirse en el libro, para participar activamente en la historia narrada.

El buscavidas debería ser lectura obligada no solo en las empresas y organizaciones, sino también en colegios y universidades, como referencia del enorme potencial del comportamiento del ser humano y su capacidad para vencer las mayores adversidades.

Querido lector, dispóngase a descubrir en la lectura de este libro el potencial de desarrollo, como profesional y como persona, que permanece oculto dentro de sí mismo. ¿Acepta el reto?

Miguel Aguirre

Socio MRC International Training

Q

Page 4: El busca vidas

4

MRC International Training es una empresa especializada desde hace quince años en el desarrollo de las personas y de los equipos de trabajo, para optimizar los resultados de todo tipo de organizaciones. La eficacia de su metodología se pone de manifiesto en las cifras que avalan su trayectoria: quince mil personas entrenadas en más de 150 empresas, muchas de ellas líderes en sus respectivos sectores: Alcampo, Altadis, Bank de Sabadell, Barclays, Bosch/Siemens, B.T. Ignite, Cementos Molins, CEPSA, Codorniú, Ernest & Young, LÓreal, Morgan Stanley, Puleva, Roche o Telefónica, entre otras.

www.mrctraining.com

Page 5: El busca vidas

5

INDICE

Págs. EL BUSCAVIDAS 7 Epílogo. El proyecto de la picea blanca o el jarrón azul 36 Cuidado con Henderson 37 Valor o experiencia 37 Puertas abiertas 38 El lenguaje adecuado 38 Lealtad en el frente 38 Tres fallos 39 Informar de las funciones 39 Sobresalir y obstáculos 39 Picea blanca y superación de las expectativas 40 Un dólar por encima 40 El jarrón azul 40 Las preguntas adecuadas 41 Agotar las posibilidades 41 Matar o aprovechar el tiempo 41 Confianza arriba y abajo 42 Entregar los bienes 42 El grado del jarrón azul 42 Lo voy a conseguir 42 Sobre el autor 43

Page 6: El busca vidas

6

Page 7: El busca vidas

7

CAPITULO I

Page 8: El busca vidas

8

San Francisco, 1921

l señor Alden P. Ricks, conocido en el mundo de la industria de la madera y en los círculos navales de la costa del Pacífico como Cappy Ricks, lo desbordan los problemas. Y así se lo hizo saber al señor Skinner, presidente y director general de Ricks Logging & Lumbering

Company, la empresa que representaba los principales intereses de Cappy en la industria de la madera y de igual modo informó al capitán Matt Peasley, su yerno y también presidente y director ejecutivo de la compañía Blue Star Navigation, otra empresa que representaba los intereses de Ricks en la industria de la marina mercante norteamericana.

El señor Skinner escuchó la información en silencio. No estaba emparentado con Cappy Ricks. Matt Peasley se sentó, cruzó las piernas e intercambió algunas miradas con su dinámico suegro.

― ¡Tú tienes problemas! ― se burló, poniendo énfasis en el pronombre ― ¿Qué te ocurre? ¡Es que te duele la espalda o tal vez crees que Herbert Hoover no es el hombre adecuado para ocupar la Secretaría de Comercio?

― Contén tu sarcasmo, jovencito ― gritó Cappy ― sabes demasiado bien que no es una cuestión de salud o de política. Lo cierto es que en mi vejez me encuentro totalmente rodeado de la cofradía más selecta de inútiles desde que Áyax desafió al rayo.

― ¿A quién te refieres?

― A Skinner y a ti.

― ¿Por qué? ¿Qué hemos hecho?

― Me convencisteis para que aceptase la administración de veinticinco de esos malditos cargueros de la Marina Nacional y en cuanto pasan a nuestro cargo el pánico azota a nuestro país, la cantidad de cargamentos se viene abajo, los ingenieros navales van a la huelga y todos los malditos pimpollos que enviamos a que se ocupen de una de nuestras oficinas en Asia enseguida se vuelven engreídos y piensan que han recibido un mandato divino que les permite tragar todo el whisky sintético manufacturado en Japón para mayor beneficio de los norteamericanos sedientos. En mi vejez, vosotros dos habéis conseguido que lleguemos a la situación de tener que despedir a la gente por medio de un telegrama. ¿Por qué? Pues porque formamos parte de un juego que no se desarrolla en casa. Muchos de nuestros negocios están tan lejos de aquí que no somos capaces de controlarlos.

Matt Peasley levantó un dedo acusador hacia Cappy Ricks.

― Nunca te hemos convencido para que aceptaras la dirección de esos barcos de la Marina Nacional. Es a mí a quien convencieron. Yo soy la cabeza visible. Tú te retiraste hace diez años. Todos los problemas que llegan a esta oficina recaen sobre mis competentes espaldas, viejo colonizador.

― En teoría, sí. En la práctica, no. Supongo que no esperaréis que abandone todo esfuerzo mental y físico. ¡Grandísimas sanguijuelas! ¿Acaso se me niega el derecho a mostrar mis sentimientos en asuntos donde me juego mi dinero? Admito que sois vosotros dos los que lleváis mis negocios y que normalmente lo hacéis bastante bien, pero… pero… ¡Ejem! ¿Qué te ocurre, Matt? ¿Y a ti, Skinner? Si Matt comete un error, tienes el deber de recordárselo antes de que los resultados lo hagan, ¿verdad? Y viceversa. ¿Habéis perdido la capacidad de juzgar a los hombres y a vosotros mismo o es que nunca habéis gozado de ella?

A

Page 9: El busca vidas

9

― Tengo la sensación de que se refiere a Henderson, de la oficina de Shanghai ― le cortó Skinner.

― Exacto, Skinner. Y estoy aquí para recordarte que si nos hubiéramos limitado a seguir practicando nuestro juego, que es la navegación costera y hubiéramos dejado la navegación por el Pacífico y sus cargamentos generales en manos de los demás, en este momento no habría ninguna oficina en Shanghai y no tendríamos que soportar a ningún Henderson.

― Es el mejor vendedor de madera que hemos tenido ― se defendió el señor Skinner ― Y el mercado del Pacífico todavía está sin explotar. Tengo la esperanza de que vamos a recibir muchos pedidos de cargamentos para el mercado asiático.

― Y él había pasado por todos los puestos de esta oficina: desde recadero a director de ventas en el departamento de madera e incluso ocupó el cargo de agente de pasaje en la empresa de navegación ― apostilló Matt Peasley.

― Eso lo admito. ¿Pero acaso me consultasteis cuando decidisteis enviarlo a China a él solo?

― Por supuesto que no. Soy el jefe de la compañía Blue Star Navigation, ¿o no? Henderson estaba a cargo de la oficina de Shanghai antes de que abrieras la boca para ejercer tu derecho a opinar.

― Y en aquel momento te dije que Henderson no lo haría bien, ¿verdad?

― Verdad.

― Y ahora tengo la oportunidad de recordarte que no me diste la oportunidad de decírtelos antes de que lo enviaras allá. Henderson era un buen hombre, una bomba, pero sólo cuando tenía a alguien por encima de él. Llevo veinte años tratando de acabar con los delirios de grandeza de ese muchacho. Y ahora se ha ido al sur con ciento treinta mil taels1 de nuestra cuenta en Shanghai.

― Permítame recordarle, señor Ricks ― atajó el señor Skinner ―, que se le concedió un depósito de un cuarto de millón de dólares.

― No me repliques, Skinner. No me repliques. Déjame recordarte que yo soy el genio que le concedió ese seguro.

― Bien, debo admitir que tu clarividencia en ese asunto permitirá que la oficina de Shanghai siga adelante este año ― replicó Matt Peasley ―. Sin embargo, debemos afrontar la realidad Cappy, Henderson a ha vivido por encima de sus posibilidades. Ha invertido en negocios equivocados en el momento equivocado y ha coronado su ineficacia derrochando nuestra cuenta bancaria en Dios sabe qué. Eso no lo podríamos prever. Cuando enviamos a un hombre a Asia para que sea nuestro director, debemos confiar en él a ciegas o retirarle nuestra confianza. No tiene sentido lamentarse ahora Cappy. Debemos encontrar un sucesor a Henderson y enviarlo a Shanghai en el próximo barco para que aclare las cosas y lo ponga todo en orden.

― Muy bien, Matt ― replicó Cappy magnánimo ― no te lo voy a echar en cara. Supongo que no soy muy generoso, regañándote de una manera tan cruel. Quizá, cuando tengas mi edad y las debilidades mentales y morales te reconcoman y te consuman la sangre como a mí, serás capaz de juzgar mejor que yo la capacidad de los demás para aceptar el peso de la responsabilidad. Skinner, ¿tienes ya un candidato para ese puesto?

― Lamento decir señor, que no. Todos los hombres de mi departamento son muy jóvenes… demasiado jóvenes para cargar con esa responsabilidad. 1 Tael: Moneda china de planta. (N. del T.)

Page 10: El busca vidas

10

― ¿Qué quieres decir con jóvenes? ― replicó Cappy.

― Bueno, el único que podría aspirar a ese puesto es Andrews y no tiene la suficiente experiencia. Diría que solo tiene unos treinta años.

― Unos treinta, ¿eh? Eso me recuerda que tú tenías veintiocho años cuando te pagué diez mil anuales en metálico y que tu responsabilidad me costó un par de millones de dólares.

― Sí señor, pero es que Andrews no ha sido nunca puesto a prueba…

― Skinner ― interrumpió Capy con voz agresiva ―, no dejo de preguntarme por qué diablos todavía no te he despedido. Dices que nunca hemos examinado a Andrews. ¿Y eso por qué? ¿Por qué mantenemos en esta oficina material que no ha sido examinado? ¿Eh? Contesta a eso. ¡Vaya, vaya, vaya! No me repliques. Si no has cumplido con tu deber, merecerías haber pasado un año de vacaciones cuando la madera se vendía sola en 1919 y 1920 y deberías haber dejado que Andrews ocupara tu sillón para comprobar de qué pasta estaba hecho.

― Es una suerte que no me hubiera marchado por un año ― protestó Skinner con respeto ―, porque el mercado se desplomó, igual que ahora y si cree que no debemos apresurarnos a vender la suficiente madera durante estos días para mantener a nuestros barcos ocupados…

― Skinner, ¿Qué edad tenía Matt Peasley cuando puse en sus manos la Blue Star Navigation con todo lo que hay en ella? Mira por donde, no tenía cumplidos los veintiséis. Skinner, ¿has cambiado tanto desde entonces que ya no recuerdas cómo os puse aprueba a ambos? ¿En qué momento te convertiste en un aguafiestas, agarrando por el cuello a la industria con absurdas teorías de que la espalda de un hombre debe doblarse como una herradura y sus cabellos deben blanquearse antes de que pueda gozar de responsabilidades y de un salario de subsistencia? Este es un mundo de hombres inteligentes, un mundo de hombres persistentes y no un mundo de hombres viejos. Skinner, nunca lo olvides. Y las personas que se superan a sí mismas casi siempre suelen estar por debajo de los treinta años. Matt ― concluyó, volviéndose hacia su yerno ―, ¿qué te parece Andrews para ese puesto en Shanghai?

― Creo que servirá.

― ¿Por qué lo crees?

― Porque tiene que servir. Lleva con nosotros lo bastante como para haber adquirido los conocimientos y la experiencia suficientes para ese puesto…

― ¿Ha adquirido el coraje necesario para hacer bien el trabajo, Matt? ― interrumpió Cappy. Eso es más importante que esa maldita experiencia de la que Skinner y tú tanto habláis.

― No sé nada de su valor. Supongo que tiene fuerza e iniciativa. Sé que tiene una personalidad agradable.

― Bien, antes de enviarlo allí debemos saber si posee fuerza e iniciativa.

― Entonces ― señaló Matt Peasley, levantándose ― necesito unos cuantos meses para encontrar el sucesor de Henderson. A no ser que seas capaz de señalar al afortunado.

― Sí por supuesto ― admitió Skinner ―. Estoy seguro de que no está al alcance de mis limitadas posibilidades descubrir la fuerza y la iniciativa de Andrews en tan poco tiempo. Él posee las cualidades necesarias para hacer bien su trabajo, pero…

Page 11: El busca vidas

11

― Pero ¿tendrá fuerza e iniciativa para tomar decisiones rápidas a diez mil kilómetros de distancia de un consejo experto y para soportar las consecuencias de esa decisión? Eso es lo que quiero saber, Skinner.

― Señor ― contestó Skinner educadamente ―, sugiero que usted mismo dirija la prueba.

― Acepto la propuesta, Skinner. ¡Por el santo profeta de pie rosado! El próximo hombre que enviemos a la oficina de Shanghai debe ser un buscavidas. Tres directores corruptos son ya demasiados.

Y sin más, Cappy puso sus ancianas piernas sobre la mesa y se deslizó en su silla giratoria hasta apoyarse, sobre su columna vertebral. Inclinó la cabeza sobre su pecho y cerró los ojos.

― Está ideando la prueba para Andrews ― susurró Matt Peasley, mientras Skinner y él se dirigían hacia la salida.

Page 12: El busca vidas

12

CAPITULO II

Page 13: El busca vidas

13

in embargo, el propietario y presidente emérito de Ricks no estaba destinado a disfrutar de un periodo de reflexión sin interrupciones. En diez minutos, su secretaria particular lo llamó por teléfono.

― ¿Qué ocurre? ― gritó Cappy al receptor.

― Hay un joven en la oficina. Su nombre es William E. Peck y desea verlo personalmente.

― Cappy lanzó un suspiro.

― Vaya, así que desea verme personalmente. ¿Y quién es?

Cappy se recostó en su silla mientras esperaba a que la secretaria mascullara una respuesta.

― Dice que estuvo con nuestro más fiero competidor y quiere contarle cómo hace unos años consiguió que su gente del Medio Oeste saliera corriendo.

Eso captó la atención de Cappy.

― Muy bien ― contestó ― Hágale pasar.

Casi inmediatamente, el conserje hizo pasar al señor Peck al despacho de Cappy. En el momento en que abrió la puerta, el visitante saludó, se puso «firme» con un gesto natural y sencillo y se inclinó respetuosamente, mientras la mirada serena de sus grandes ojos azules se posó sin pestañear en el autócrata de la compañía Blue Star Navigation.

― Señor Ricks, me llamo William E. Peck. Le agradezco que aceptara mi solicitud de celebrar una entrevista.

― ¡Bueno, ejem! ― Cappy le lanzó una mirada de desafío ―. Siéntese, señor Peck.

El señor Peck tomó asiento, pero mientras caminaba hacia la silla que se encontraba junto a la mesa de Cappy, el anciano advirtió que el visitante padecía una ligera cojera y que su antebrazo izquierdo había sido amputado casi hasta el codo. Para alguien tan observador como Cappy, la insignia de la Legión Americana que lucía en la solapa del señor Peck lo explicaba todo.

― Bien, señor Peck ― le interrogó ―, ¿qué puedo hacer por usted?

― Vengo a solicitar un puesto de trabajo ― explicó el veterano con brevedad.

― ¡Por el santo profeta de pie rosado! ― exclamó Cappy ―. Habla como si esperara no ser rechazado.

― Exactamente, señor. No tengo previsto que me rechace.

― ¿Por qué?

Los atractivos rasgos físicos del señor William E. Peck se tornaron en la sonrisa más fascinante que Cappy Ricks había visto jamás.

― Soy un vendedor, señor Ricks contestó. Sé que esa afirmación es correcta porque he demostrado durante cinco años que soy capaz de vender cualquier cosa que tenga un valor tangible. Sin

S

Page 14: El busca vidas

14

embargo, siempre he visto que antes de proceder a vender bienes tuve que vender algo al fabricante de esos bienes. A saber… ¡a mí mismo! Estoy a punto de venderle a mí mismo.

― Señor Peck ― dijo Cappy sonriendo ―, usted gana. Ya se ha vendido a mí. ¿Cuándo le vendieron un puesto en las fuerzas armadas de los Estados Unidos de America?

― La misma mañana en la que entramos en la guerra, señor. El 7 de abril de 1917.

― Yo me alisté con los Caballeros de Colón 2 en Camp Kearny, pero cuando se negaron a dejarme partir al extranjero con mi división se me rompió el corazón y me vine a bajo.

Ese pequeño eufemismo enardeció considerablemente el corazón del señor Peck.

― Si señor Ricks, ya conozco la historia ― replicó con sensibilidad ―. Estuve con la compañía Portland Lumber, vendiendo madera en el Medio Oeste antes de la guerra ― explicó ―. La forma más segura de sacar ventaja a tus competidores es conocerlos mejor de lo que se conocen ellos mismos. Tengo la costumbre de averiguar qué es lo que más desean tus vendedores y tus directores. Para mí eso se convirtió en un hábito tan fuerte que me resultaba difícil despojarme de él después de haber firmado el contrato.

Cappy asintió con la cabeza.

― La semana pasada, el Tío Sam me dio el alta en el Hospital General Letterman, con una pensión de diez mil dólares por media invalidez. Mi brazo fue una pérdida, pero enseguida aprendí a arreglármelas sin él. Sin embargo, me costó más tiempo recuperar mi pierna rota y ahora es más corta de lo normal. Y también padecí neumonía y gripe y después de eso los médicos encontraron algunos indicios de tuberculosis. Estuve ingresado durante un año en el hospital estatal para tuberculosos de Fort Bayarde, Nuevo México. Sin embargo, está certificado que lo que queda de mí es de primera calidad. Estoy listo para volver al trabajo.

― ¿No siente la menor nostalgia o desánimo? ― aventuró Cappy.

― Bah, soy de los que olvidan rápido, señor Ricks, conservo la cabeza fría y la mano diestra. Puedo pensar y escribir y si mi coche pincha una rueda puedo caminar más rápido y durante más tiempo de lo normal. ¿Tiene un trabajo para mí, señor Ricks?

― No, no lo tengo, señor Peck. Estoy fuera del negocio, ya sabe a lo que me refiero. Me jubilé hace diez años. Esta oficina no es mas que un cuartel general para dar consejos, replegar a las tropas y vigilar la empresa que lleva mi nombre. El señor Skinner es el tipo al que debería ver.

― Y he visto al señor Skinner, señor ― contestó el antiguo soldado ―, pero no fue muy simpático. Me informó de que no había negocios suficientes para mantener ocupados a la actual plantilla de vendedores, sin hacer caso de mi experiencia, así que le dije que aceptaría cualquier cosa, de taquígrafo para arriba. Soy campeón de mecanografía con una mano del Ejército de los Estados Unidos. Puedo cubicar madera y ponerle precio. Puedo llevar los libros de contabilidad y contestar el teléfono.

― No hubo suerte, ¿eh?

― No señor. Dijo que no había ningún puesto vacante, por mucho que quisiera ofrecerme uno.

2 Caballeros de Colón (Knights of Columbus): Sociedad fraternal y benéfica católica fundada en New Haven, Conecticut, en 1882 para fomentar el intercambio social y cultural entre sus miembros, ayudar a sus integrantes y beneficiarios, proteger y fomentar el catolicismo y promover un espíritu de fraternidad entre los ciudadanos de todas las razas y credos. (N. del T.)

Page 15: El busca vidas

15

― Bien, entonces, hijo ― Cappy informó confidencialmente a su jovial visitante ―, le aconsejo que vaya a ver a mi yerno, el capitán Matt Peasley. Él es el que, a fin de cuentas, parte el bacalao en nuestro negocio.

― También me he entrevistado ya con el capitán Peasley. Fue muy amable. Me aseguró que sentía que me debía un trabajo, pero el negocio va tan mal que no podía encontrar un hueco para mí. Me afirmó que actualmente acoge a una docena de veteranos simplemente porque no se sintió capaz de rechazarlos, a pesar de no tener trabajo suficiente para mantenerlos ocupados. Yo lo creí.

― Bien mi querido señor Peck. ¿Entonces por qué acude a mi?

― Porque ― respondió el señor Peck sonriendo ― quiero que se ponga por encima de ellos y me dé un trabajo. En lo que sea, siempre y cuando pueda hacerlo. Si es así, lo haré como nunca se había visto antes y si no estoy a la altura de las circunstancias, presentaré mi renuncia para ahorrarle el trago de tener que despedirme. Llevo cuatro años de desventaja y tengo que ponerme al día. Tengo las mejores referencias…

― Ya veo que las tiene ― le cortó Cappy suavemente, mientras apretaba el pulsador. El señor Skinner entró. Lanzó una ojeada a William E. Peck y luego desvió su mirada inquisitoria hacia Cappy Ricks.

― Señor Peck, ¿me disculpa un momento? ― preguntó Cappy, mostrando a Peck el pasillo. Cuando se cerró la puerta, Cappy dirigió su mirada directamente a su objetivo.

― Skinner ― susurró amablemente ―. He estado pensando en la posibilidad de enviar a Andrews a la oficina de Shanghai y he llegado a la siguiente conclusión. Debemos aprovechar esta oportunidad. Actualmente ésta oficina tiene vacante un puesto de mecanógrafo y debemos conseguir un director para el puesto sin más demora. Te diré que vamos a hacer. Enviaremos a Andrews en el próximo barco, pero informándole de que su puesto es temporal. Entonces, si no lo hace bien, podemos hacer que vuelva a esta oficina, donde es un hombre muy valioso. Mientras tanto..¡ejem, ejeem!... Mientras tanto, me complacería mucho, Skinner, que aceptaras contratar a ese joven en tu oficina y le dieras la oportunidad de descubrir de qué pasta está hecho. Te lo pido como un favor personal, Skinner, como un favor personal.

En lenguaje deportivo, diríamos que al señor Skinner le estaban haciendo la cuenta de los diez segundos… y él lo sabía. Si algo había aprendido trabajando con Cappy Ricks era que las peticiones del comandante siempre equivalían a una orden.

― Muy bien, señor ― replicó Skinner con desaliento ― Imagino que ya le habrá ofrecido el puesto. ¿Ya ha llegado a un acuerdo sobre el sueldo que va a percibir el señor Peck?

Cappy hizo un ademán de desprecio.

― Esos detalles los dejo completamente en tus manos, Skinner. No tengo la menor intención de inmiscuirme en la administración interna de tu departamento.

Cappy se dirigió hacia la puerta e hizo pasar de nuevo al señor Peck.

― Naturalmente, el señor Peck percibirá lo que es justo y ni un centavo más.

Se volvió hacia el triunfante señor Peck, que comenzaba a comprender que había conseguido el trabajo.

Page 16: El busca vidas

16

― Ahora, escúcheme bien, joven. Si piensa que esto es un camino de rosas, borre inmediatamente esa idea de la cabeza. Saldrá inmediatamente a batear y tendrá que golpear fuerte a la bola, con diligencia y prontitud. La primera vez que cometa una falta, recibirá una advertencia. LA segunda vez que lo haga, dejará de mecanografiar facturas durante una semana para que recapacite y la tercera vez que cometa una falta, será expulsado… para siempre. ¿Me he expresado con claridad?

― Perfectamente, señor ― declaró felizmente el señor Peck ―. Lo único que pido es poder hacer mi trabajo y estoy seguro de que me abriré paso y me convertiré en una de las adquisiciones más valiosas del señor Skinner. Muchas gracias, señor Skinner, por permitir que me contrataran, especialmente con los tiempos que corren. Aprecio mucho su gesto y procuraré por todos los medios ser digno de su confianza.

― ¡Qué joven más sinvergüenza! ¡Sinvergüenza del demonio! ― murmuró Cappy para sus adentros ―. ¡Tiene sentido del humor! ¡Pobre viejo Skinner! Desde que el mercado cayó en picada está completamente asustado y perdido. Si alguna vez le viniera a la cabeza algún pensamiento nuevo o inconveniente, al instante caería fulminado por un rayo. Ahora está que echa chispas, porque es incapaz de decir una palabra en su propia defensa, pero, o mucho me equivoco, o piensa hacerle la vida imposible al señor Peck hasta el punto de que, a su lado, el infierno le va a parecer unas vacaciones de verano. ¡Santo Cielo! ¡Qué vacía estaría mi vida si no pudiera meter un poco de cizaña de vez en cuando!

El joven señor Peck se había levantado de su asiento y se había puesto firme.

― ¿Cuándo empiezo a trabajar, señor? ― preguntó al señor Skinner.

― En cuanto esté preparado ― replicó Skinner mostrando una sonrisa glacial.

El señor Peck consultó su barato reloj de pulsera.

― Ahora son las doce ― pensó en voz alta ―. Voy a salir un momento, cojo algunas cosas y me incorporo al trabajo a la una en punto. Así podría ganarme medio día de paga.

Miró a Cappy Ricks y citó:

― Piensa en ese día perdido cuyo sol en su ocaso descubre sorprendido que los precios se han disparado y se han cumplido las tareas con sumo placer 3

Incapaz de mantener la compostura ante semejante frivolidad en horas de oficina, el señor Skinner se retiró, envuelto en toda su dignidad subantártica. Cuando la puerta se cerró tras él, las cejas del señor Peck se levantaron en un signo de aprensión.

― No he comenzado con buen pie, señor Ricks ― opinó.

― Sólo me pidió que le diera la oportunidad de empezar ― replicó Cappy ―. No le garanticé un buen comienzo, sencillamente porque no puedo hacerlo. Sólo puedo aconsejar a Skinner y a Matt Peasley, nada más. Siempre hay un punto en el que debo dar marcha atrás… esto... William.

― Llámeme Bill Peck, señor.

3 Aquí William Peck recoge la cita anónima «Piensa en ese día perdido, cuyo sol en su ocaso descubre que tu mano no ha realizado ninguna tarea digna» (Count that day lost whose low descending sun. Views from thy hand no worthty action done). Esta cita, que habla de la necesidad de no malgastar el tiempo, Peck la modifica para expresar su deseo de aprovechar cuanto antes el día de trabajo. (N. del T.)

Page 17: El busca vidas

17

― Muy bien, Bill ― Cappy se incorporó hasta el borde de la silla y observó de forma impertinente a Bill Peck por encima de sus gafas ―. No lo perderé de vista, jovencito ― dijo con voz aguda ―. Reconozco abiertamente nuestra deuda con usted, pero el día que se le meta en la cabeza que esta oficina es una atracción de feria… ― se detuvo con aire pensativo ―. Me pregunto cuánto le pagará Skinner ― musitó ―. Es igual ― prosiguió ―, sea lo que sea, acéptelo y cuando llegue el momento oportuno y haya demostrado que lo merece, intercederé por usted y haré que le aumenten el sueldo basado en el tiempo que haya pasado en Portland Lumber.

― Muchas gracias, señor. Es usted muy amable. Que pase buen día, señor.

Y dicho eso, Bill Peck cogió su sombrero y salió cojeando de La Presencia. Apenas se había cerrado la puerta tras él, el señor Skinner volvió a entrar en la guarida de Cappy Ricks. Abrió la boca para decir algo, pero Cappy Ricks le hizo callar con un dedo inquisidor.

― No quiero oír ni media palabra, Skinner ― gorgojeó afablemente ―. Sé exactamente lo que me vas a decir y debo admitir que tienes derecho a quejarte, pero… ¡ejem…ejem…! Ahora, Skinner, escucha mis razones. ¿Cómo demonios pudiste despreciar a ese buscavidas vendedor de madera y cómo tuviste agallas para rechazar a un veterano lisiado? Allí estaba él, con la mirada de un hombre inquebrantable e imbatible. Pero tú, alma fría e insensible, lo miraste a los ojos y lo rechazaste como un borracho rechaza una cerveza sin alcohol, simplemente porque no tienes ni a un solo buscavidas en todos los Estados Unidos de América. Skinner, ¿cómo pudiste hacerlo?

Impertérrito ante el dedo inquisidor de Cappy, el señor Skinner adoptó una actitud claramente desafiante.

― En los negocios no caben los sentimientos ― respondió amargamente ―. El jueves pasado las oficinas locales de la Legión Americana comenzaron su campaña de inserción laboral de sus lisiados y sus desempleados y en tres días renovó doscientos nueve puestos de trabajo en las distintas empresas que controla. Si no lo hubiéramos detenido, los habría contratado a todos. La pandilla que usted embarcó hacia nuestra fresadora en Washington ya ha solicitado un nuevo puesto conocido como el Puesto de Cappy Ricks No. 534. Hemos tenido que desprendernos de hombres experimentados para hacer un hueco a más excombatientes y hemos llegado demasiado lejos ― protestó Skinner ―. Le informo, señor, de que todos los negocios de Ricks han incorporado a todos los veteranos posibles y en este momento esos negocios se han cubierto de gloria.

― Está bien, el señor Peck es el último veterano que te pido que acojas, Skinner ― prometió Cappy con tono arrepentido.

― Para ser sincero, señor Ricks, el señor Peck no me cae nada bien. Me pidió trabajo y le di una respuesta. Después acudió al capitán Matt y fue rechazado; entonces, sólo para demostrar su mal gusto, pasó por encima de nosotros y lo indujo a que le diera un trabajo por la fuerza. Maldecirá el día en el que se sintió inspirado a actuar así.

― ¡Skinner! ¡Skinner! ¡Mírame a los ojos! ¿Sabes por qué te pedí que aceptaras a Bill Peck?

― Sí lo sé. Porque es usted demasiado compasivo.

― ¡Qué zoquete más poco imaginativo eres! ¿Cómo iba a rechazar a un hombre irrechazable? Bueno, te apuesto lo que quieras a que Bill Peck fue uno de los mejores soldados que jamás se haya visto. Es un tipo que sabe fijar su objetivo. A ti te caló como tal, Skinner. Se negó a dejar que le impidieras avanzar. Skinner, ese tal Peck ha tenido que enfrentarse a expertos. Sí señor… ¡a expertos! ¿Qué clase de trabajo le vas a asignar?

Page 18: El busca vidas

18

― El puesto de Andrews, por supuesto.

― Ah, claro, lo olvidaba. Una cosa, Skinner, ¿no tenemos ciento quince mil unidades de picea blanca lista para vender?

El señor Skinner asintió y Cappy prosiguió con el entusiasmo ingenuo de quien acaba de hacer un descubrimiento maravilloso, convencido de que va a revolucionar el mundo de la ciencia.

― Asígnale ese pestilente asunto y que la venda, Skinner y si de paso eres capaz de llenar un par de docenas de cargueros de abeto rojo o de pino, o algún otro producto parecido, o algún suelo o techo de alerce, o alguna partida de cicuta… de hecho, cualquier cosa que nadie quiera como regalo… ya me entiendes, ¿verdad Skinner?

El señor Skinner mostró su sonrisa de pez espada.

― Y si fracasa… au revoir ¿eh?

― Sí, supongo que sí, aunque no quiero pensar en ello. Por otro lado, si lo consigue, ganará el sueldo actual de Andrews. Debemos ser justos, Skinner. A pesar de nuestras faltas, debemos ser justos.

Se levantó y dio unos golpecitos en el hombro enjuto del director general.

― Bueno, bueno, Skinner. Perdona si me he precipitado… ejem… un poco… ejem. ¡Skinner, si pones un precio prohibitivo a esa picea blanca, por el santo profeta de pie rosado que te despediré! Sé justo, sé justo. No juegues sucio. Recuerda que el señor Peck tiene la mitad de su antebrazo izquierdo enterrado en Francia.

Page 19: El busca vidas

19

CAPITULO III

Page 20: El busca vidas

20

las doce y media, mientras Cappy bajaba a toda prisa por California Street para almorzar en el Club Comercial, se encontró con Bill Peck cojeando por la acera. El ex soldado lo detuvo y le entregó una tarjeta.

― ¿Qué le parece, señor? ― preguntó ―. ¿A que es una estupenda tarjeta de visita?

Cappy leyó:

COMPAÑÍA RICKS LUMBERING & JOGGING

Madera y sus derivados

248 California St.,

San Francisco

REPRESENTADA POR WILLIAM E. PECK

Si es capaz de poner los clavos… ¡nosotros se la vendemos!

Cappy Ricks pasó detenidamente un dedo por encima de la tarjeta de visita de Peck. Estaba impresa. ¡Y los grabados en cobre o los troqueles de acero no se hacen en media hora!

― ¡Por los doce andrajosos apóstoles! ― ese era el juramento más terrible de Cappy y nunca lo empleaba a no ser que algo le rompiera los esquemas ―. Bill, de bandido a bandido, confiésalo. ¿Cuándo decidiste por primera vez entrar a trabajar con nosotros?

― Hace una semana ― contestó Bill Peck débilmente.

― ¿Por qué en Ricks Lumbering & Logging?

― Porque todo el trabajo que pudiera hacer en Portland Lumber no podría compararse con su madera. Usted tiene los mejores productos del mercado.

― ¿Y cuál era tu graduación cuando acabó la guerra?

― Era soldado raso.

― No te creo. ¿Nunca te ofrecieron nada mejor?

― Si, muchas veces. Sin embargo, si lo hubiera aceptado, tendría que haber renunciado al mejor trabajo que he tenido nunca. No se ganaba mucho dinero, pero estaba lleno de emociones y de experiencias interesantes. Solía disfrazarme de árbol de Navidad u ocultarme en un furgón y cargarme a los mejores tiradores del enemigo. Me llamaban Peck el Chico Malo. A veces tenía tentaciones de dejarlo, pero cada vez que pensaba en el número de americanos que salvaba a diario me daba cuenta de que el ascenso de graduación para mí no era más que un pedazo de papel.

― Si hubieras comenzado en cualquier otra rama del servicio militar, habrías rebajado a John J. Pershing 4 a la categoría de soldado de primera. ¡Bill escucha! ¿Tienes experiencia vendiendo picea blanca?

4 John J. Pershing: El general John J. «Black Jack » Pershing es uno de los oficiales más famosos de la historia de Estados Unidos. Nacido en el estado de Missouri en 1860, se graduó en West Point y luchó en la guerra de Cuba contra España, en la Insurrección

A

Page 21: El busca vidas

21

Bill Peck se mostró claramente desconcertado. Sacudió la cabeza.

― ¿Qué clase de madera es esa? ― preguntó.

― Condado de Humboldt, California, picea, es tosca, fibrosa, húmeda y huele exactamente igual que una mofeta. Me temo que Skinner quiere que empieces desde lo más bajo y la picea desde luego lo es.

― ¿Se puede clavar clavos en ella, señor Ricks?

― Sí, claro.

― ¿Alguien ha comprado alguna vez picea, señor?

― Bueno, de vez en cuando uno de nuestros brillantes y jóvenes vendedores da con alguien que está dispuesto a probar con cualquier cosa. Si no fuera así, por supuesto, no seguiríamos produciéndola. Afortunadamente, Bill, tenemos muy poca cantidad, pero cada vez que nuestro jefe de compras de maderas se tropieza con un árbol, no tiene el valor para dejar que siga en pie y, como consecuencia, siempre tenemos a mano la suficiente picea blanca como para que nuestros vendedores no pierdan la humildad.

― Puedo vender lo que sea, pero a un precio razonable ― replicó Bill Peck, y siguió caminando hacia la oficina ―. Lo voy a conseguir.

Durante dos meses Cappy Ricks perdió de vista a Bill Peck. El veterano fue enviado a Utah, Arizona, Nuevo México y Texas para que se fuera familiarizando con los numerosos detalles sobre las tarifas y el peso de los cargamentos y con las fábricas que representaba; todas esas cosas que un buen vendedor debería dominar antes de ponerse en la carretera. Desde Salt Lake City hizo un pedido de dos cargamentos de alerce rústico y en Ogden consiguió convencer a un almacén minorista, con el que el señor Skinner había tratado de hacer negocios durante años, para que probara una partida de picea blanca, de diferentes longitudes y categorías, a un dólar por encima del precio que marcó Skinner. En Arizona vendió algunas partidas de madera para la minería, pero hasta que no entró en el mismo corazón de Texas, el camarada Peck no comenzó realmente a demostrar su capacidad como vendedor. Las perforadoras de petróleo eran su especialidad y hacía pedidos con tanta rapidez que el señor Skinner se vio obligado a telegrafiarle pidiendo clemencia e indicándole que dedicara su talento a la venta comercialmente más fructífera de tablillas y de vigas de cedro, de abeto Douglas y de secuoya. Finalmente, completó su periplo y regresó a casa, vía Los Ángeles, deteniéndose, no obstante, en San Joaquín Valley a vender dos cargamentos más de picea blanca. Cuando telegrafió para hacer este pedido, el señor Skinner fue a ver a Cappy Ricks telegrama en mano.

― Bien, debo admitir que Bill Peck sabe vender madera ― anunció a regañadientes ―. Ha extendido cinco nuevas facturas y aquí tengo un pedido de dos cargamentos más de picea blanca. Tendré que aumentarle el sueldo a primeros del año.

― Mi querido Skinner, ¿Por qué demonios tienes que esperar hasta primeros de año? Tu hábito pernicioso de demorar un desembolso de dinero nos ha costados los servicios de más de un buen trabajador. Sabes que tarde o temprano tendrás que aumentarle el sueldo, así que ¿Por qué no hacerlo ahora y sonreír como si estuviéramos en un anuncio de pasta dentífrica? Bill Peck se sentiría mucho mejor y, ¿Quién sabe? Quizá llegue a la conclusión de que, después de todo, eres un ser humano y aprenda a quererte.

Filipina, en la Expedición Mexicana y fue el comandante jefe en Europa durante la Primera Guerra Mundial. Tras su muerte en 1948, fue enterrado en el cementerio de Arlington. (N. del T.)

Page 22: El busca vidas

22

― Muy bien, señor. Le daré el mismo sueldo que tenía Andrews antes de que Peck pasara a controlar el territorio.

― Skinner, haces que me resulte imposible dejar de demostrarte quién es el jefe aquí. Él es mucho mejor que Andrews, ¿verdad?

― Creo que sí, señor.

― Entonces, por el amor de la justicia, págale más y hazlo contando desde el primer día de trabajo. Y ahora, vete. Me pones nervioso. Por cierto, ¿Qué tal le va a Andrews en Shanghai?

― Con su ineptitud, está ayudando a la compañía de telégrafos a pagar sus impuestos. Nos envía un telegrama tres veces por semana consultando asuntos que debería decidir por sí mismo. Matt Peasley está muy descontento con él.

― Ah, bien, no me siento decepcionado. Y supongo que Matt estará aquí dentro de nada para recordarme que fui yo quien tuvo la feliz idea de escoger a Andrews para ese puesto. Bueno, así fue, pero te recuerdo, Skinner, antes de que me ataques, que el nombramiento de Andrews para ese trabajo era temporal.

― Sí señor, lo era.

― Bien, supongo que tendré que buscar a su sucesor y soportar su gesto triunfal diciendo: «Ya te lo advertí». Creo que Bill Peck posee todas las cualidades de un buen director para nuestra oficina en Shanghai, pero antes tendré que ponerle un poco a prueba.

Miró al señor Skinner con una mueca de humor.

― Skinner, querido ― prosiguió ―. Voy a hacer que entregue un jarrón azul.

Los fríos rasgos del señor Skinner se iluminaron al instante.

― Bien, pero esta vez da el chivatazo al jefe de policía y al propietario de la tienda y ahórrate algo de dinero ― advirtió Cappy ―. No envidio al señor Peck, pero tengo la esperanza de que te va a dar menos problemas que el resto de nosotros.

Se acercó a la ventana y miró hacia California Street. En su rostro se dibujó una sonrisa.

― Sí ― continuó Cappy como si estuviera soñando ―, estarás de acuerdo conmigo, Skinner, en que si es capaz de entregar el jarrón azul, se merecerá ganar diez mil dólares al año como presidente de nuestra oficina en Asia.

― Estoy de acuerdo ― replicó Skinner de forma poco convincente.

― Muy bien, entonces. Prepáralo todo, Skinner, para que se cite conmigo a la una en punto, dentro de una semana a partir del domingo. Me ocuparé de los demás detalles.

El señor Skinner asintió. Cuando salió hacia su oficina todavía se reía entre dientes.

Page 23: El busca vidas

23

CAPITULO IV

Page 24: El busca vidas

24

na semana después del susodicho sábado, el señor Skinner no había acudido a la oficina y un mensaje telefónico procedente de su casa informaba al jefe de oficina que el señor Skinner se encontraba indispuesto. El jefe de oficina debía transmitir al señor Peck que él, el señor

Skinner, había pensado en la posibilidad de celebrar una reunión con él, pero que su indisposición no lo permitía. El señor Skinner esperaba sentirse mucho mejor mañana y puesto que tenía muchos deseos de mantener esa reunión con el señor Peck antes de que éste partiera a su próximo peregrinaje de ventas, el lunes, se preguntaba si el señor Peck tendría la amabilidad de acercarse a casa del señor Skinner el sábado a la una en punto. El señor Peck devolvió el mensaje de que estaría allí a la hora señalada y, por medio del jefe de oficina, fue honrado con el agradecimiento del señor Skinner.

A la una en punto del día siguiente, Bill Peck se presentó en la casa del director general. Encontró al señor Skinner en la cama, leyendo el periódico y con un aspecto sorprendentemente bueno. Comentó que confiaba en que el señor Skinner se sintiera todavía mejor de lo que su aspecto delataba. El señor Skinner confirmó que así era y enseguida pasaron a hablar de los nuevos clientes, de otros proyectos que deseaba particularmente que el señor Peck llevara a cabo, de la investigación de nuevos negocios y de otros detalles sin final. Y, en medio de este encuentro Cappy Ricks telefoneó.

En la cómoda que se encontraba junto a la cama del señor Skinner había un teléfono, así que éste último pudo contestar inmediatamente. El señor Peck observó atentamente cómo el señor Skinner escuchaba durante dos minutos y luego le oyó decir:

― Señor Ricks, no sabe cuánto lo lamento. Me encantaría poder hacer ese recado, pero me encuentro bastante indispuesto. De hecho, estoy hablando con usted desde la cama. Per el señor Peck está aquí conmigo y seguro que estará encantado de ocuparse de ese asunto.

― Por supuesto que sí ― se apresuró Bill Peck a asegurar al director general ―. ¿A quién quiere que mate el señor Ricks y dónde tengo que dejar el cadáver?

― ¡Jajajaja! ― el señor Skinner tenía una risa singularmente molesta y carente de toda alegría, como si se reprochara semejante arrebato de condescendencia ―. El señor Peck dice ― informó a Cappy ― que estará encantado de hacerse cargo de ese asunto. Quiere saber a quién hay que matar y dónde quiere que deposite el cadáver. ¡Jajajajaja! Peck, el señor Ricks quiere hablar con usted.

Bill Peck cogió el auricular.

― Buenas tardes, señor Ricks.

― Hola, viejo soldado. ¿Qué vas a hacer esta tarde?

― Los últimos preparativos para mi viaje de ventas de mañana, después de acabar mi reunión con el señor Skinner. Casi todo está arreglado, pero todavía quedan algunos pequeños detalles que me gustaría ordenar antes de ponerme en carretera. Por cierto, me acaba de subir generosamente el sueldo y le estoy muy agradecido por ello. Sin embargo, sé que, además de la generosidad que demuestra el señor Skinner, se debe a que usted le ha hablado bien de mí y quiero agradecérselo…

― Bueno, bueno. No quiero una palabra más, señor mío. Ni una palabra más. Ni Skinner ni yo regalamos nada. Sin embargo, ya que veo que esta tarde sientes mucho aprecio por mí, me gustaría que dejaras a un lado tus asuntos durante unos minutos y me hicieras un pequeño favor. Me disgusta que tengas que hacer de recadero pero… em… er… ejem… Es decir… ¡ejemmmm!

U

Page 25: El busca vidas

25

― No siento el menor falso orgullo, señor Ricks.

― Muchas gracias, Bill. Me alegra ver que piensas así. Bill, este mediodía estuve por la ciudad, después de ir a la iglesia y entré en una tienda de Sutter Street, entre Stockton y Powell Street, a mano derecha según se mira hacia Market Streeet y vi un jarrón azul en el escaparate. Siento debilidad por los jarrones, Bill. También soy experto en ellos. Pues bien, el jarrón que vi no era tan caro como suele ser habitual (de hecho, no lo compraría para mi colección), pero una de mis mejores amigas tiene la pareja de ese jarrón azul que vi en el escaparate y sé que se sentiría de lo más orgullosa si tuviera los dos, uno a cada lado de la repisa de su salón. ¿Lo comprendes? Salgo a las ocho en punto de la noche de la estación Southern Pacific con dirección a Santa Bárbara para estar mañana en su aniversario de boda. No me acuerdo cuántos años lleva de casada, Bill, pero mi hija me ha informado que ese dichoso jarroncito azul colmaría sus deseos. ¿Comprendes?

― Sí, señor. Piensa que sería muy amable por su parte poder llevar esta noche ese pequeño jarrón azul a Santa Bárbara. Tiene que llevarlo esta noche, porque si se espera a que la tienda abra el lunes el jarrón llegará a su anfitriona veinticuatro horas más tarde de su fiesta de aniversario.

― Exacto, Bill. Bien, sencillamente tengo que hacerme con ese jarrón. Si lo hubiera descubierto ayer, no te pediría que me lo trajeras hoy, Bill. Pero tengo que enviar algunos telegramas a nuestro director de la oficina de Shanghai y no veo de dónde puedo sacar tiempo para hacer las dos cosas.

― Por favor, no tiene que darme más explicaciones ni ofrecer disculpas, señor Ricks. Me ha dicho que el jarrón es…no, no me lo ha dicho. ¿Qué tonalidad de azul es, qué altura tiene y cuál es, aproximadamente, su diámetro? ¿Tiene una base o no? ¿Es todo azul o tiene algún dibujo?

― Es un jarrón con muchos adornos, Bill. Una especie de azul holandés o de porcelana de Delft, con chismes japoneses o chinos. No sabría describirlo con exactitud, pero tiene pájaros y flores. Mide unos treinta centímetros, tiene unos diez centímetros de diámetro y se asienta sobre una base de madera de teca.

― Muy bien, señor. Le aseguro que lo tendrá.

― ¿Y me lo entregará en el compartimento A, coche siete, a bordo del tren que va entre la Tercera y Townsend Street, a las siete cincuenta y cinco de la noche?

― Sí, señor.

― Gracias, Bill. El gasto será insignificante, te lo aseguro. Pídeselo al cajero por la mañana y dile que lo cargue a mi cuenta.

Y después de estas palabras, Cappy colgó.

Skinner rápidamente retomó el hilo de la conversación que mantenían antes de que los interrumpieran y hasta las tres de la tarde Bill Peck no pudo salir de la casa y dirigirse al centro de la ciudad a localizar el jarrón azul de Cappy Ricks.

Por el camino, recordó la montaña de papeles que lo esperaban en su mesa de trabajo antes de salir de viaje. Unas horas antes, había prometido al señor Skinner que los archivaría convenientemente antes de irse, a pesar de la insistencia del insensible jefe de que podían esperar.

― Me pregunto si hay alguien en Ricks Lumbering & Logging que pudiera ocuparse de una de las tareas ― reflexionó el joven, pero entonces recordó que le había dado su palabra tanto a Cappy Ricks como al señor Skinner. Él era la persona que debía hacer ambas tareas.

Page 26: El busca vidas

26

Se dirigió a la manzana donde se encontraba Sutter Street, entre Stockton y Powell Street y, aunque caminó despacio fijándose en los escaparates que había a un lado como al otro de la calle, no halló jarrón de ningún tipo de ellos. Ni siquiera había una sola tienda en la que pudiera encontrarse, ni por casualidad, un jarrón como el que había descrito Cappy.

Creo que el viejo ha errado en las coordenadas del objetivo ― concluyó Bill Peck ― o quizá le entendí mal. Llamaré a su casa y le pediré que me las repita.

Así lo hizo, pero no había nadie en la casa, salvo un mayordomo y todo lo que sabía era que el señor Ricks había salido y no dijo a qué hora pensaba regresar. Luego, trató en vano de hablar con la oficina. Tras su infructuoso intento, el señor Peck regresó a Sutter Street y escudriñó una vez más todos y cada uno de los escaparates que había en la manzana. Luego inspeccionó dos manzanas más arriba de Powell y dos manzanas más debajo de Stockton. El jarrón azul seguía permaneciendo invisible.

Más Tarde trasladó su búsqueda hacia un área correspondiente de Bush Street y, cuando eso no funcionó, examinó concienzudamente cuatro manzanas más allá de Post Street. Ya pensaba que no iba a obtener ningún resultado, cuando decidió ir una manzana más al oeste y otra más al sur y entonces descubrió el jarrón azul detrás del escaparate de una tienda de Greary Street, cerca de Grant Avenue. Lo inspeccionó a fondo hasta que se convenció de que era el objeto que buscaba.

Trató de abrir la puerta, pero estaba cerrada, tal y como había previsto. Entonces le dio una patada armando gran estruendo, con la esperanza de que el ruido atrajera a un posible vigilante que se encontrara en la parte trasera del edificio. Fue inútil. Retrocedió hasta el bordillo de la acera y leyó el letrero que se encontraba sobre la puerta:

Galería de Arte B. Johnson

Bueno, algo es algo. El señor Peck cojeó hasta el hotel Palace y consiguió una guía. Echando cuentas, había diecinueve B. Johnson esparcidos por toda la ciudad, así que antes de comenzar a llamar a los diecinueve, Bill Peck pidió prestada la guía al recepcionista del hotel y buscó a un B. Johnson en particular que tuviera una galería de arte. Su búsqueda no dio ningún fruto. B. Johnson estaba registrado como comerciante de arte en la dirección donde el jarrón azul reposaba junto al escaparate. Eso era todo.

Supongo que vive fuera de la ciudad ― concluyó el señor Peck y, enseguida, procedió a buscar guías telefónicas de ciudades adyacentes como Berkeley, Oakland y Alameda. No había ninguna a mano, así que, desesperado, cambió un dólar en monedas de cinco centavos, buscó una cabina telefónica y comenzó a llamar a todos los B. Johnson de San Francisco. De los diecinueve, cuatro no contestaron, tres estaban desconectados temporalmente, seis respondieron en idiomas que no fue capaz de descifrar, cinco no eran el B. Johnson que buscaba y uno juró que su nombre en realidad era Jolson y añadió que ya iba siendo hora de que la guía lo escribiera correctamente.

Los B. Johnson que residían en Berkeley, Oakland, Alameda, San Rafael, Sausalito, Mill Valley, San Mateo, Redwood City y Palo Alto fueron los siguientes en recibir su llamada y cuando finalizó semejante larga y costosa tarea, el ex soldado raso Bill Peck salió de la cabina telefónica empapado en sudor y más enfadado que una gallina culeca. Una vez fuera del hotel, alzó su demacrado rostro hacia el cielo y preguntó distraídamente al Todopoderoso qué es lo que pretendía al haberle salvado de una muerte rápida en el campo de honor, para luego condenarlo a hablar hasta la extenuación con todos los B. Johnson que existen en la vida civil.

Page 27: El busca vidas

27

Eran las seis en punto. De repente, a Peck le vino la inspiración. ¿El nombre se deletreaba Johnson, Johnsen, Jonson, Jansen o Jonsen?

Si tengo que volver a rebuscar en la guía esta noche, me muero ― se dijo desesperado y regresó a la galería de arte.

El cartel decía:

Galería de Arte de B. Jonson

Ojalá supiera dónde hay un garito clandestino ― se quejó el pobre Peck. Estoy algo mareado y un poquito de alcohol no puede hacerme daño. De todos modos, habría jurado que se escribía con H. Creo recordar que me había fijado particularmente en ese detalle.

Regresó a la cabina telefónica del hotel y comenzó a llamar a todos los B. Jonson de la ciudad. De los ocho que había, seis estaban fuera, uno lloriqueaba a causa del alcohol y el otro estaba muy sordo y gritaba sin que se le entendiera ni media palabra.

― En tiempos de paz no existen menos barbaridades que en tiempo de guerra ― suspiró el señor Peck.

Cambió un billete de veinte dólares en monedas de cinco, de diez y de veinticinco centavos; regresó a la calurosa y maloliente cabina telefónica y comenzó a realizar una batería de llamadas telefónicas a los B. Jonson de todas las ciudades de cierta importancia contiguas a la Bahía de San Francisco. Y tuvo suerte. A la sexta llamada encontró a un B. Jonson en San Rafael, pero el cocinero del señor B. Jonson le informó que estaba cenando en casa de un tal señor Simons en Mill Valley.

Había tres señores Simons en Mill Valley y Peck los llamó a todos antes de dar con el adecuado. Sí, el señor B. Jonson se encontraba allí. ¿Quién quiere hablar con él? ¿El señor Heck? ¡Ah, el señor Lake! Se produjo un silencio. Y luego exclamó…

― El señor Jonson dice que no conoce a ningún señor Lake y quiere saber el motivo de su llamada. Está cenando y no le gusta que lo interrumpan a no ser que el asunto sea de gran importancia.

― Dígale que el señor Peck desea hablar con él sobre un negocio muy importante. ― gimió el soldado raso.

― ¿El señor Metz? ¿El señor Ben Metz?

― No, no, no. Peck… P–e–c-k.

― ¿D-e-ck?

― No, P.

― ¿C?

― P.

― Ah, sí, E. E… ¿qué más?

― Ah, sí señor Eckstein.

Page 28: El busca vidas

28

― Mire, haga que el señor Jonson se ponga ahora mismo al aparato o iré hacia allí en el próximo barco y le diré que no le quiso pasar el teléfono cuando trataba de comunicarle que se ha declarado un incendio en su tienda.

Como era de esperar, transmitieron el mensaje al señor Jonson y casi al instante éste apareció resoplando y farfullando en el aparato.

― ¿Es usted…el… jefe… de bomberos? ― acertó a articular.

― Escuche, señor Jonson. No hay ningún incendio en su tienda, pero tuve que inventármelo para que se pusiera al teléfono y le pido perdón por ello. Soy el señor Peck, un completo extraño para usted. Verá, hay un jarrón azul en su tienda de Greary Street, en San Francisco. Necesito comprarlo y tengo que hacerlo antes de las siete cuarenta y cinco de esta noche. ¿Qué puedo hacer por usted para que cruce la bahía, abra la tienda y me venda ese jarrón?

― ¡Pues vaya una emergencia! ¿Acaso cree que estoy loco?

― No, señor Jonson, no lo creo. Aquí el único loco soy yo. Estoy loco por ese jarrón y tengo que conseguirlo ahora mismo.

― ¿Usted sabe lo que cuesta ese jarrón? ― la voz del señor B. Jonson sonó almibarada.

― No y me importa un bledo lo que cueste. Quiero lo que quiero y cuando lo quiero. ¿Es mío?

― Bueno, déjeme ver. ¿Qué hora es? ― se produjo un silencio mientras B. Jonson miraba su reloj ―. Ahora son las siete menos cuarto, señor Eckstein y el próximo tren no sale de Mill Valley hasta las ocho. Llegaré a San Francisco a eso de las nueve menos diez y estoy cenando con mis amigos y tengo que acabar mi sopa.

― Su esfuerzo merecerá la pena. Señor Jonson. Quiero ese jarrón.

― Escuche señor Eckstein, si tiene que conseguirlo, entonces llame a mi director de ventas, Herman Joost, en los Apartamentos Chilton, Prospect tres, dos, cuatro, nueve y dígale que le he ordenado que debe ir enseguida y venderle ese jarrón azul. Si lo considera necesario, puede llamarme aquí. Adiós señor Eckstein.

Y B. Jonson colgó el teléfono.

Al instante, Peck llamó a Prospect 3249 y preguntó por Herman Joost. La madre del señor Joost respondió al teléfono. Le dijo que lo sentía mucho, ya que Herman no se encontraba en casa, pero se dignó a informarle que estaba cenando en el club campestre. ¿Qué club campestre? La mujer no lo sabía. Así que Peck consiguió por medio del recepcionista del hotel una lista de los clubes campestres de San Francisco y sus alrededores y comenzó a llamar a todos. A las ocho en punto, le informaron que el señor Juice no era socio del club, que el señor Luce no se encontraba allí, que el señor Coos había fallecido hace tres meses y que el señor Boos no llevaba jugados más que ocho hoyos cuando recibió un telegrama pidiéndole que fuera inmediatamente a Nueva York. En los otros clubes, nadie conocía al señor Joust.

― Se acabó ― murmuró Bill Peck ―, que nunca se diga que no caí peleando. Voy a arrojar un ladrillo al escaparate, dejar una nota y conseguir el jarrón para el señor Ricks aunque me maten por ello. Se lo debo.

Cogió un taxi y ordenó al taxista que lo esperara en la esquina de Geary y Stockton. Además, le pidió prestado su martillo. Sin embargo, cuando llegó a la galería de arte de B. Jonson, había un policía en

Page 29: El busca vidas

29

la puerta, violando claramente las ordenes generales de los policías en servicio al estar fumando subrepticiamente un puro.

― Me alegro de que esté ahí, ya que me ha quitado la tentación de romper la ventana ― decidió el desesperado Peck. Luego continúo caminando por la calle, cruzó a la otra acera y regresó, pensando en las opciones que le quedaban. Ya había oscurecido y el nombre de la galería de arte de B. Jonson aparecía iluminado con pequeñas bombillas rojas, blancas y azules.

¡Y mira por dónde, estaba escrito B. Johnson!

El ex soldado William E. Peck se sentó en una boca de incendios y maldijo con rabia. También le dolía su maltrecha pierna y, por alguna maldita razón, notaba que el muñón de su brazo izquierdo emanaba una especie de picor en la mano que había perdido. Se dio cuenta de que le picaba por culpa del trabajo administrativo que le esperaba en Ricks Lumbering & Logging.

El mundo está lleno de obstáculos ― despotricó furioso ―. Estoy cansado y me muero de hambre. Me salté el almuerzo y he estado demasiado ocupado como para pensar en cenar. Y ahora me veo atrapado entre dos tareas que no he cumplido y de las que no puedo zafarme.

Regresó al taxi y se dirigió a la oficina donde, inasequible al desaliento, cogió los papeles mientras llamaba de nuevo a Prospect 3249 y descubrió que el perdido Herman Joost había regresado al seno familiar. El frenético Peck le transmitió el mensaje de B. Jonson, ante el cual el cauteloso Herman Joost contestó que le gustaría confirmar la autenticidad del mismo telefoneando al señor Jonson a la casa del señor Simon en Mill Valley. Si el señor Jonson o Johnson confirmaba la historia del señor Kek, el susodicho Herman Joost estaría en la tienda antes de las nueve en punto. Y si el señor Kek tenía la amabilidad, podría esperarlo allí.

A las nueve y cuarto Herman Joost apareció en escena. Mientras caminaba por la calle tuvo la precaución de avisar a un agente de policía y llevarlo consigo. Se encendieron las luces de la tienda y el señor Joost extrajo cuidadosamente el jarrón azul del escaparate.

― ¿Cuánto cuesta el maldito cacharro? ― preguntó Peck.

― Dos mil dólares ― contestó el señor Joost sin parpadear ―… En metálico ― añadió, por si acaso.

El agotado Peck se apoyó sobre el robusto guardián de la ley y suspiró. Aquello era el colmo. Sólo tenía unos diez dólares y faltaban siglos para que abrieran los bancos.

― ¿Se niega en redondo a aceptar mi cheque? ― dijo con vez trémula.

― No lo conozco, señor Peck ― se limitó a contestar Herman Joost.

― ¿Dónde está su teléfono?

El señor Joost condujo a Peck al teléfono y éste llamó al señor Skinner.

― Señor Skinner ― anunció ―, le habla lo que queda del señor Peck. He conseguido que me abrieran la tienda y por dos mil dólares ― en metálico ― puedo comprar el jarrón azul que tanto ha cautivado el corazón del señor Ricks.

― Ah, Peck, muchacho ― susurró el señor Skinner con simpatía ―. ¿Ha estado ocupado todo este tiempo con ese recado? Espero que antes haya acabado su trabajo…

Page 30: El busca vidas

30

― He estado en ello y el trabajo ya lo acabé. Voy a poner los cinco sentidos en este asunto hasta que entregue la mercancía. ¿Podría llevarme los dos mil dólares a la galería de arte de B. Johnson en Greary Street, cerca de Grant Avenue? Me siento demasiado agotado para ir yo mismo por él.

― Mi querido señor Peck, no tengo dos mil dólares en casa. Es una suma demasiado elevada como para tenerla en mano.

― Bueno, entonces, vaya al centro, abra la caja fuerte de la oficina y entrégueme el dinero en nombre del señor Ricks.

― La caja fuerte de la oficina tiene un cierre con temporizador, Peck. Imposible.

― Vale, entonces venga al centro e identifíqueme en los hoteles, cafés y restaurantes para que pueda cobrar mi propio cheque.

― ¿Su cheque es válido, señor Peck?

El flujo de improperios que se había ido acumulando en el sistema nervioso de Peck a lo largo de toda la tarde estaba a punto de sobrepasar sus límites. Quería enviar a gritos al señor Skinner una invitación blasfema hacia ciertas regiones inferiores.

― Mañana por la mañana ― prometió con voz ronca ―, le enseñaré qué clase de gandul miserable y despiadado es. Ahora debo ocuparme de otros asuntos.

Se excusó y colgó de golpe el teléfono.

A continuación, telefoneó a la residencia de Cappy Ricks y preguntó por el capitán Matt Peasley, quien, como sabía, vivía con su suegro. Matt Peasley cogió el teléfono y escuchó con compasión el relato de las desdichas de Peck.

― Peck, es el peor ultraje que he oído en mi vida ― declaró ―. Mira que ordenarle semejante tarea. Siga mi consejo y olvídese del jarrón azul.

― No puedo ― jadeó Peck ―. El señor Ricks se sentiría muy disgustado si no le llevara el jarrón. Por mi brazo derecho que nunca le decepcionaría. Ha apostado muy fuerte por mí, capitán Peasley.

― Pero es demasiado tarde para llevarle el jarrón, Peck. Salió de la ciudad a las ocho y ya son casi las nueve y media.

― Ya lo sé, pero si puedo asegurar la posesión legal del jarrón se lo haré llegar antes de que mañana tome el tren de vuelta en Santa Bárbara a las seis de la madrugada.

― ¿Cómo piensa hacerlo?

― Hay una escuela de aviación en la Marina y uno de los pilotos es amigo mío. Volará hasta Santa Bárbara conmigo y con el jarrón.

― Está loco ― dijo Peasley con admiración.

― Lo sé. Por favor, présteme dos mil dólares.

― ¿Para qué?

― Para pagar el jarrón.

Page 31: El busca vidas

31

― Definitivamente, ahora sí creo que está loco ― o tal vez borracho. Mire, si Cappy Ricks perdiera alguna vez la cabeza hasta el punto de pagar dos mil dólares por un jarrón, se desangraría hasta la muerte en menos de una hora.

― ¿Me va a prestar los dos mil dólares, capitán Peasley?

― No, amigo Peck. Vaya a casa, acuéstese y sabrá que ha hecho lo que ha podido. Ha hecho más que suficiente.

― Por favor. Usted puede cobrar los cheques. A usted le conocen mucho más que a mí y es domingo por la noche…

― Y es una bonita manera de interrumpir mi única noche de tranquilidad ― replicó Matt Peasley y, dicho esto, colgó.

― Bien ― preguntó Herman Joost ―, ¿vamos a quedarnos aquí toda la noche?

Bill Peck bajó la cabeza.

― Espere un momento ― pidió repentinamente ―, ¿es capaz de distinguir un buen diamante cuando lo ve?

― Sí ― contestó Herman Joost.

― ¿Esperaría aquí hasta que vaya a mi hotel y le traiga uno?

― Claro.

Bill Peck se alejó cojeando dolorosamente. Cuarenta minutos después, regresó con un anillo de platino engastado con diamantes y zafiros.

― ¿Qué valor tiene?

Herman Joost examinó el anillo a fondo y lo tasó por lo bajo en dos mil quinientos dólares.

― Quédeselo como garantía del pago de mi cheque ― le rogó Peck ―. Déme un recibo y cuando haya liquidado el cheque, volveré por el anillo.

Cincuenta minutos después, con el jarrón embalado y reposando en una robusta caja, Bill Peck entró en un restaurante y pidió la cena. Cuando acabó de reponer las fuerzas se subió a un taxi, se detuvo en la oficina para archivar sus informes sobre las posibilidades de venta de la picea blanca en otros territorios y fue conducido hasta la escuela de vuelo de la Marina. Consiguió que el vigilante nocturno le indicara la dirección de su amigo piloto y a medianoche, ya con su amigo a los mandos, Bill Peck y su jarrón azul se elevaron hacia la resplandeciente luna y pusieron rumbo al sur.

Hora y media más tarde, aterrizaron en un campo de rastrojos de Salinas Valley y, tras despedirse de su amigo, Bill Peck se abrió paso hasta la vía férrea y se sentó sobre ella. Cuando El tren que cargaba con Cappy Ricks apareció resoplando por el valle, Peck retorció el periódico dominical e hizo con él una improvisada antorcha que encendió. Se colocó en la mitad de la vía y agitó frenéticamente el llameante papel.

El tren se detuvo patinando, un revisor abrió la puerta de uno de los vagones y Bill Peck se subió resoplando.

Page 32: El busca vidas

32

― ¿Qué pretende hacer parando este tren? ― preguntó el revisor con enfado, mientras hacía una seña al maquinista para que arrancara ―. ¿Un billete?

― No, pero tengo dinero para pagar el trayecto. Y he detenido el tren porque quería cambiar mi modo de viajar. Busco a un hombre que está en el compartimiento A del coche siete y no podrá hacer nada para impedírmelo.

― ¿Busca a ese hombrecillo que lleva un cuello estilo Henry Clay 5 y patillas blancas de borrego?

― El mismo.

― Bien, le ha debido estar buscando justo antes de salir de San Francisco. Me preguntó que si había visto a un hombre manco con una caja bajo su brazo sano. Le llevaré hasta él.

Una llamada prolongada a la puerta del compartimiento de Cappy llevó al anciano a la entrada, vestido con un camisón de noche.

― Siento mucho haberlo molestado, señor Ricks ― dijo Peck ―, pero es que había tantos Johnston, Jonson y Jolson y me costó tanto conseguir los dos mil dólares, que no pude ponerme en contacto con usted a las siete cincuenta y cinco minutos de ayer noche, tal y como me ordenó. Me resultó completamente imposible realizar la tarea a tiempo, pero estaba dispuesto a no decepcionarlo. Aquí está el jarrón. La tienda no estaba a cuatro manzanas de donde usted pensaba, señor, pero estoy seguro que di con el correcto. Tiene que serlo. Fue difícil encontrarlo y aún más conseguirlo, así que debe ser lo bastante precioso como para que sea un buen regalo para cualquier amiga suya.

Cappy Ricks miró a Bill Peck como si éste fuera una aparición.

― ¡Por los doce andrajosos apóstoles! ― profirió. ¡Por el profeta sagrado de pie rosado! Pero si cambiamos el cartel de la puerta, mezclamos a los Johnson, pusimos a un agente de la policía para que vigilara y así no pudieras romper la ventana e hicimos que tuvieras que conseguir dos mil dólares un domingo por la noche en una ciudad en la que eres prácticamente un desconocido y, aunque perdiste el tren de las ocho, te adelantas a las dos de la madrugada y entregas el jarrón azul. Pasa y descansa tu pobre y maltrecha pierna. Bill. Revisor, estoy en deuda con usted.

Bill Peck entró y se desplomó agotado sobre el sofá.

― ¿Así que todo era una trampa? ― resolvió y su voz tembló de ira ―. Bien, señor, usted es un anciano y se ha portado bien conmigo. Por lo tanto, no le reprocho su pequeña broma, pero señor Ricks, no puedo entender qué le puede llevar a una persona decente a hacer pasar a alguien por una situación así. Me duele la pierna, me duele el muñón y me duele el corazón…

Se detuvo, ahogándose y los ojos se le llenaron de lágrimas de impotencia.

― no debería haberme tratado así, señor ― se quejó al rato ―. He sido entrenado para cumplir mis promesas, por muy descabelladas que pudieran parecerme. He sido adiestrado para satisfacerlas, a tiempo si fuera posible; pero si no pudiera, al menos para satisfacerlas del modo que sea. Me han enseñado a ser leal a mi superior y no sabe lo mucho que lamento que mi jefe considerara necesario enviarme a cazar un ganso para divertirse a mi costa. En los últimos tres años lo he pasado muy mal y cuando… cuando… me contrató pensé que era mi op.. opor… oportunidad… y… y… por mí ya puede asig… asig… asignar su picea blanca y su alerce rústico y todas sus extrañas existencias a 5 Clay, Henry: (1777-1852). Estadista norteamericano que fue Secretario de Estado bajo el mandato del presidente John Quincy Adams. Aunque trató sin éxito de alcanzar la presidencia durante las elecciones de 1824, 1832 y 1844, pasó a la historia por su capacidad para resolver conflictos, lo que hizo que se ganara el apelativo de El Gran Pacificador. (N. del T.)

Page 33: El busca vidas

33

algún holgazán como Skinner … Ahora que ya conoce mi plan, puede hacerlo… eso si… si… si es que no tiene… que sustituir a Skinner, porque es una persona tan fría… que es capaz … de dejar… a cualquiera en la estacada… incluyendo… a usted… señor.

Cappy Ricks miró a los ojos llameantes de Bill Peck.

― Bill, fue una crueldad… una crueldad imperdonable, pero quería encargarte un trabajo muy importante y tenía que descubrir muchas cosas sobre ti antes de confiarte ese puesto. Así que lo preparé todo para otorgarte el Grado de Jarrón Azul, que es la prueba suprema del buscavidas. Es un trabajo que muchos antes que tú lo han dejado en manos de sus mensajeros de la oficina, pensando que no estaba a su altura. Es un trabajo que muchos antes que tú han abandonado en cuanto se han tropezado con el primer obstáculo. Crees que has metido en este compartimiento un jarrón de dos mil dólares pero, entre tú y yo, lo que en realidad has traído es un trabajo que te hará ganar diez mil dólares como director de nuestra oficina en Shanghai.

― ¿¡Qué… qué!?

― Cada vez que tengo que escoger a alguien para asignarle un puesto permanente de diez mil dólares o más, otorgo al candidato el Grado de Jarrón Azul ― explicó Cappy ―. Sólo tres de los treinta hombres que lo han intentado, han conseguido entregar el jarrón, Bill. Estoy seguro de que puedes adivinar cuáles eran los otros dos y por qué hoy te dieron esos consejos, por muy crueles que te pudieran haberte parecido en ese momento.

Bill Peck había olvidado su ira, pero las lágrimas de su furia reciente todavía brillaban en sus audaces ojos azules.

― Gracias, señor. Lo haré muy bien en Shanghai.

― Sé que lo harás, Bill. Ahora dime, ¿no sentiste tentaciones de abandonar cuando te encontraste los obstáculos casi insuperables que puse en tu camino?

― Sí, señor. Quería suicidarme antes de terminar de telefonear a todos los J-o-h-n-s-o-n-s del mundo. Y cuando comencé con los J-o-h-n-so-n-s… bueno, así fue, señor. Pero no podía abandonar porque eso habría sido una deslealtad hacia un hombre que un día conocí.

― ¿Hacia qué hombre? ― preguntó Cappy con voz de asombro.

― Era mi general de brigada y siempre tenía un lema para la brigada: Lo voy a conseguir. Cuando el general de división lo llamaba y le decía que avanzara con su brigada y ocupara cierto territorio, nuestro general de brigada solía decir: «Muy bien, señor. Lo voy a conseguir». Si cualquier oficial de su brigada mostraba signos de abandonar su trabajo porque parecía imposible de realizar, el generadle brigada se limitaba a mirarlo una sola vez y entonces el oficial recordaba el lema y cumplía su misión o moría en el intento.

En el ejército, señor, el espíritu de cuerpo no emana desde abajo. Se filtra hacia abajo desde los mandos superiores. Una organización representa lo que su oficial al mando es… ni más ni menos. En mi compañía, cuando el sargento primero enviaba a un soldado a cocinar durante una semana, ese soldado podía caer en desgracia si no era capaz de mostrar una sonrisa y decir: «Muy bien, mi sargento. Lo voy a conseguir».

El general de brigada me mandó llamar una vez y me ordenó que saliera y capturara a un francotirador alemán. Tuve mucha suerte (algunas veces había hecho algunos trabajillos) y había oído hablar de mí. Desplegó un mapa y me dijo: «Por esta zona es donde se suele esconder. Vaya y

Page 34: El busca vidas

34

captúrelo, soldado Peck». Pues bien, señor Ricks, me cuadré ante él, lo saludé con el rifle y dije: «Señor, lo voy a conseguir»… Nunca olvidaré la mirada que me dirigió ese hombre. Vino a visitarme al hospital después de haber tropezado con uno de esos Austrian 88 6. Yo sabía que había perdido completamente el brazo izquierdo y sospechaba que mi pierna izquierda estaba a punto de abandonarme. Me sentí hundido y quería morir. Entonces él llegó, me levantó el ánimo y me dijo:

― Muy bien, soldado Peck, no está medio muerto. En la vida civil va a ser media docena de veces más útil, ¿verdad?

Pero yo estaba muy desanimado y no lo creí, así que me miró con dureza y dijo:

― El soldado Peck va a hacer todo lo posible por recuperarse y para empezar, va a mostrar una sonrisa.

Por supuesto, como era una orden, tuve que darle la respuesta habitual, así que sonreí y dije:

― Señor, lo voy a conseguir.

Era todo un hombre, señor, y su brigada tenía espíritu… su espíritu…

― Ya veo, Bill. Su espíritu sigue vivo, ¿verdad?, aunque ahora tú eres el oficial al mando de tu vida. ¿Cómo se llamaba, Bill?

Bill Peck reveló el nombre de su ídolo.

― ¡Por los doce andrajosos apóstoles! ― la voz de Cappy Ricks denotaba asombro y en sus ojos ancianos y apagados se advertía una señal de reverencia ―. Hijo ― prosiguió dulcemente ―, hace veinticinco años tu general de brigada era candidato para un importante trabajo en mi oficina… y le otorgué el Grado de Jarrón Azul. No pudo conseguir el jarrón legítimamente, ya que lanzó una piedra contra el escaparate, agarró el jarrón y salió corriendo un par de kilómetros antes de que la policía lo atrapara. Me costó mucho dinero resolver el caso y hacer que las aguas volvieran a su cauce. Pero él era demasiado bueno, Bill y yo no pude estar a su altura; le dejé ir al encuentro de su destino. Pero dime, Bill. ¿Cómo conseguiste los dos mil dólares para pagar el jarrón?

― Una vez ― relató el ex soldado Peck con aire pensativo ―, el general de brigada y yo estábamos en la entrada de un refugio subterráneo. El refugio era un cuartel general y el enemigo no quería rendirse, así que lo bombardeé y, acto seguido, nos introdujimos en él. Encontré un dedo que llevaba un anillo… y el general de brigada me dijo que si no me quedaba con el anillo alguien lo haría por mí. Dejé el anillo como señal de mi cheque.

― ¿Pero cómo tuviste el valor para fiarme por un jarrón de dos mil dólares? ¿No te diste cuenta de que el precio era absurdo y que yo podría rechazar la transacción?

― Por supuesto que no. Usted es el responsable de los actos de su sirviente. Usted es todo un deportista y nunca rechazaría mi acción. Me dijo qué es lo que debía hacer, pero no insultó a mi inteligencia diciéndome cómo llevara cabo mi tarea. Cuando mi general de brigada me envió a perseguir al francotirador alemán no tuvo en cuenta la probabilidad de que el francotirador pudiera atraparme a mí. Me dijo que lo capturara. Era asunto mío ver la forma de lograr mi misión y de alcanzar mi objetivo, algo que, por supuesto, no habría conseguido si hubiera permitido que el alemán me capturara.

6 Austrian 88: Carro de combate ligero utilizado por el ejército alemán durante la Primera Guerra Mundial (N. del T.)

Page 35: El busca vidas

35

― Ya veo, Bill. Bien, si no quieres volver a ver más ese jarrón azul, entrégaselo al recadero por la mañana. Pagué quince dólares por él en un almacén de baratillo. Mientras tanto, súbete a esa litera y disfruta de un merecido descanso.

― ¿Pero no va a un aniversario de bodas en Santa Bárbara, señor Ricks?

― No. Bill, hace mucho tiempo descubrí que me viene muy bien escaparme de una ven en cuando de la ciudad y jugar la golf. Además, la prudencia me dicta que debo permanecer lejos de la oficina hasta una semana después de que el buscador de jarrones fracasa en su intento y… por cierto, Bill, ¿practicas algún tipo de deporte? Ah, perdóname. Había olvidado lo de tu brazo izquierdo.

― Míreme, señor ― replicó Bill Peck ―, soy lo bastante grande y lo bastante bueno como para jugar al golf con una sola mano.

― ¿Acaso lo has intentado alguna vez?

― No, señor ― replicó seriamente Bill Peck ―, pero… ¡lo voy a conseguir!

Page 36: El busca vidas

36

EL PROYECTO DEL

JARRÓN AZUL

Page 37: El busca vidas

37

l aprendizaje de Bill Peck en Ricks Lumbering & Logging nos da toda una lección sobre cómo desarrollar una actitud y una imagen de liderazgo, despertando el espíritu de lealtad entre todas las personas que fijan sus objetivos y vigilan su rendimiento y transmitiendo su

disposición a dar el próximo paso en su carrera. En esas primeras semanas en el Oeste, Bill no se limitó a alcanzar su marca, sino que la pulverizó. No se limitó a vender madera de picea blanca al precio estipulado, sino que supo hacer que la picea blanca se convirtiera en un bien preciado para sus clientes. Las primeras semanas o meses que pasamos en un nuevo trabajo o en un nuevo puesto marcan el tono de las expectativas de nuestro director. Podemos optar por dejar que esperen que hagamos muchas promesas y consigamos pocos resultados; por dejar que esperen que cumplamos con los plazos y con los objetivos; o por dejar que esperen que hagamos muchas promesas y las cumplamos todas. Nunca sabemos cuándo tendremos que pasar la prueba del jarrón azul, pero deberíamos tratar todos y cada uno de los proyectos como si fueran el jarrón azul... o nuestro billete para conseguir uno.

CUIDADO CON HENDERSON

¿Cuál es la diferencia entre un Henderson y un Peck? ¿Qué es lo que hace que pasemos de ser un gran seguidor a ser un gran director y un gran líder? Henderson y Peck son dos grandes vendedores, los mejores que ha visto la compañía Ricks Lumbering & Logging en el curso de varios años, tanto en los buenos momentos como en los malos. Sin embargo, Cappy sabía que Henderson no tenía lo necesario para manejar la nave. La diferencia está entre cumplir con un encargo al pie de la letra o satisface el espíritu del mismo. Cuando trabaja en un proyecto o hace una venta a un nuevo cliente, ¿se limita a cumplir con las cuotas y a emplear las tácticas que tenga a mano, o trata de encontrar nuevos métodos más eficaces, productivos y posiblemente, mejores de hacer el trabajo? ¿Recurre a sus propias ideas y a su creatividad para mejorar sus asignaciones sin que nadie se lo impida? ¿Toma decisiones por sí mismo, en lugar de acudir a un supervisor? La actitud de buscavidas de Bill Peck se basa en su convicción de que aporta algo a su trabajo que trasciende las reglas, las responsabilidades y alas tareas que le han asignado. Henderson trabaja para cumplir con su trabajo; Peck trabaja para llegar mucho más lejos.

VALOR O EXPERIENCIA

Cappy hace una pregunta sobre Andrews y sobre su capacidad de asumir las operaciones en Asia de Ricks Lumbering & Logging: «¿Tiene el valor suficiente?». ¿Por qué? No sólo porque premia el valor por encima de la experiencia, sino porque da por sentado que cualquiera que desee estar a la altura del trabajo debe tener la suficiente experiencia. El valor, por otra parte, no se adquiere con los estudios ni con la edad, aunque se puede aprender. Cappy busca el valor porque habla de confianza, compromiso, entusiasmo… todas ellas características comunes de los buscavidas de este mundo. Aunque la tecnología ha cambiado, ningún patrón quiere soportar la carga del equivalente moderno de los telegramas transoceánicos, algo característico de una dirección ineficaz. Los líderes ― ya sean directivos o trabajadores de primera línea ― toman decisiones cada día y esas decisiones requieren valor: una confianza en sus razonamientos y en su experiencia, así como la capacidad de confiar en las decisiones que han tomado.

E

Page 38: El busca vidas

38

PUERTAS ABIERTAS

¿Es una coincidencia que Bill Peck hubiera servido en la misma unidad que Cappy Ricks? ¿O que supiera más sobre el negocio de Ricks que algunos de sus propios empleados? Por supuesto que no. Un verdadero buscavidas hace indagaciones que le ayuden a abrir puertas. ¿Qué hay bajo la piel de la persona con la que queremos reunirnos? ¿Es un competidor que se mete por la fuerza en un territorio o es alguien que siente un apego sentimental hacia un alma máter, hacia el sentimiento de caridad o hacia una ciudad en común? ¿Qué puede hacer para conseguir que las personas que guardan la puerta le dejen traspasarla y así poder soltar su discurso ― para un trabajo o para una venta ― directamente a la persona que puede o que va a tomar la decisión final? En el caso de Peck, hizo los deberes lo suficientemente bien como para saber que ser un veterano de guerra podría ayudarle con Cappy Ricks ― pero lo que realmente lo cautivaría, antes de atravesar el umbral, es la información sobre cómo salir triunfador en el juego de la madera. Es más, una vez que estemos sentados frente a alguien, tendremos que abrir algunas cuantas puertas más, por lo que necesitaremos poseer más de una llave para conseguir que nuestra reunión sea un éxito.

EL LENGUAJE ADECUADO

A veces podemos olvidar que gran parte de una venta ― ya sea de nuestros productos o de nosotros mismos ― consiste en tocar la fibra sensible, en las conexiones que forjamos con otras personas basándonos en valores y experiencias compartidas que surgen en un momento de la conversación y no en un escrito perfectamente redactado. En este sentido, es Cappy el que se vende a Bill Peck, en un interesante giro de la narración ― en solo una línea, ha convencido a Peck de que no sólo le dará el trabajo, sino que también le dará una oportunidad de probarse a sí mismo. La venta va en las dos direcciones: es un contrato, después de todo, para la madera o para una carrera profesional y deberíamos buscar clientes y patrones que deseen satisfacer nuestros objetivos laborales con ingenio, sinceridad y pasión. No sólo ganaremos un gran sueldo o un gran jefe, sino que habrá más posibilidades de forjar una relación duradera que nos permita llegar mucho más lejos de lo que podríamos imaginar. No deje pasar por alto estas oportunidades.

LEALTAD EN EL FRENTE

Bill Peck aprendió la importancia que tienen las promesas en el campo de batalla, cuando el riesgo es alto, la incertidumbre grande y las privaciones severas. La batalla probablemente es el único entorno de liderazgo en el cual tanto los líderes como sus seguidores preferirían estar en cualquier otro lugar y, desgraciadamente, muchas veces los negocios se pueden parecer en gran medida a una batalla. Los líderes del combate más destacados ayudan a aquellos a los que liderean a rendir a niveles de productividad casi sobrehumanos ― aunque los líderes no son los únicos responsables de sacar adelante la batalla. Todos los componentes de la vanguardia tienen que estar dispuestos a poner en riesgo su vida por los demás y por la causa. La lealtad es un ingrediente vital para conservar la calma, mantener la concentración y no perder la cabeza. ¿No está seguro de cómo debe reaccionar en una situación difícil y complicada? Si puede conservar la lealtad hacia sus valores, hacia sus objetivos y ― lo que sería ideal ― hacia la persona a la que sirve, tendrá una importante referencia incluso en las situaciones más delicadas. Aunque no haya nadie que le inspire cada día, puede acudir a los mentores de su pasado ― a un profesor de confianza, a la persona que le dio su primer empujón en los negocios ― con el fin de conseguir el apoyo literal o figurado. ¿Qué le aconsejaría que hiciera? Sea leal a las lecciones que lo pusieron en la línea de salida de la vida y de los negocios.

Page 39: El busca vidas

39

TRES FALLOS

Todo jefe lleva una cuenta mental de los éxitos y los fracasos que usted haya tenido y usted también debería llevarla. Es una lástima que no podamos compensarlos uno a uno ― o mantener la balanza a nuestro favor por un ligero margen. Normalmente no hacen falta más que tres fallos para perder la confianza de alguien, ya sea la de su supervisor, la de sus clientes o la que tenga en sí mismo. Es imposible seguir la pista de sus fallos, a no ser que sepa con exactitud qué es lo que se considera un fallo y qué es lo que se considera una falta. Trate de averiguar qué es lo que su supervisor y sus clientes consideran no negociable y sepa qué es lo que usted mismo consideraría como un fracaso personal que acabaría completamente con su confianza y con su espíritu de buscavidas. Sea sincero consigo mismo cuando haga recuento de sus éxitos, de sus faltas y de sus fallos; pero tenga cuidado de no dejar que un fallo ― o incluso dos ― acaben con una trayectoria intachable.

INFORMAR DE LAS FUNCIONES

¿Cuántos de nosotros hemos tenido la ocurrencia de imprimir tarjetas de visita para un trabajo que todavía no hemos conseguido? Bill Peck demuestra exactamente hasta qué punto es un buscavidas haciendo precisamente eso. Aunque no se deba imitar literalmente, la estrategia de Peck dice mucho de lo que significa imaginarse a uno mismo triunfando antes de cruzar la puerta para hacer una entrevista o para conseguir el puesto de ventas y también dice mucho de lo que significa estar preparado para aprovechar una oportunidad cuando se presenta. Debe estar capacitado para acabar el trabajo antes de lo que creen, para comenzar antes de lo que esperan, para demostrar su entusiasmo, su compromiso y su previsión planificando el éxito de antemano. Antes de realizar la llamada debe convencerse de que está dispuesto a ser un ganador y debe saber qué elementos quiere tener a la mano en el momento de hacerlo. Los buscavidas no se caracterizan por la duda, por arrastrar los pies o por marcarse objetivos menores.

SOBRESALIR Y OBSTÁCULOS

Siempre existe un peligro cuando decidimos sobresalir sobre los vigilantes que guardan la puerta o sobre las personas que toman decisiones en niveles inferiores, tal y como hace Bill Peck cuando acude directamente a Cappy Ricks para conseguir el trabajo. Eso ocurre especialmente cuando a uno ya lo han rechazado las personas que trata de sobrepasar y más aún si, como el señor Skinner, esas personas aportan un tufillo de amargura a su trabajo. La primera regla del buscavidas es no aceptar jamás un «no» por respuesta. Pero, en la caza de ese posible «si», debe saber jugar sus cartas. ¿Cómo puede superar esos obstáculos sin comenzar con el pie equivocado? En primer lugar, asegúrese de que la persona que le dará ese «sí» realmente tiene el poder y la influencia necesarios para pasar por encima de todos los Skinner del mundo. De nada servirá convencer a alguien que pueda ser vetado o pisoteado. En segundo lugar, al igual que Peck, no dé por sentado el «sí». Recuerde que todo «sí»es una oportunidad, no un regalo.

Page 40: El busca vidas

40

PICEA BLANCA Y SUPERACIÓN DE LAS EXPECTATIVAS

A menudo parece como si nos cayeran los peores proyectos justo cuando tratamos de probarnos a nosotros mismos. Sin embargo, al igual que hizo Peck, debemos encontrar la forma de convertir un desastre, un proyecto huérfano o una tarea poco agradecida en su segundo éxito. ¿Qué se puede hacer con su picea blanca? Si es capaz de poner un clavo en ella, puede venderla.

Peck nunca deja de advertir que su trabajo consiste en vender picea blanca y, por lo tanto, debe encontrar la manera de hacerlo. ¿Tiene que demostrar en primera persona que se puede colocar en ella un clavo? Entonces lo hará. ¿Tiene que demostrarles cómo puede ser igual de buena que la madera que vende la competencia? Lo hará. ¿Tiene que encontrar nuevos clientes que estén buscando exactamente ese producto? Los encontrará. Los proyectos huérfanos y las tareas poco agradecidas son una gran oportunidad para exhibir toda su creatividad y para demostrar su perseverancia. Cuando lleguen a su mesa de trabajo, trate conscientemente de encontrar el modo de llevar a cabo ambas cosas al tiempo que trata de sacar adelante los proyectos.

UN DÓLAR POR ENCINA

Por supuesto, Bill Peck no se limitó a cumplir con su cuota de picea blanca: la vendió a un dólar por encima del precio estipulado. Cuando un vendedor transmite una ilusión genuina por un producto ― tal vez solo porque ha dado con aquello que hará que alguien se interese por él―, el efecto es contagioso. Cuando convenza a los demás de sus habilidades o de sus mercancías la sinceridad y la energía tienen un papel relevante. Aprovéchese de eso cuando pueda y conviértalo en una ventaja cuando trate de demostrar lo bueno que realmente es. Los buscavidas, por definición, compiten contra sí mismos, no contra marcas ni contra sus colegas.

EL JARRÓN AZUL

¿Qué es el jarrón azul? Para usted, es ese proyecto imposible que tiene en mente, que parece no tener nada que ver con su trabajo o con sus prioridades, que procede de ninguna parte y lo lleva hasta los límites de su energía, de su ingenio, de su capacidad para solucionar problemas y de su moral. Es un proyecto que le quita tiempo. Lo aparta de sus otros proyectos. Lo distrae de sus éxitos y le recuerda sus fracasos. Pero, lo que es más importante, es la oportunidad de toda una vida. A diferencia del encargo de vender picea blanca en grandes cantidades, el jarrón azul es ― desde el principio ― una prueba para conseguir algo más grande de lo que nunca pudiera pensar: un ascenso o la oportunidad de ser director. ¿Cómo puede explicarlo cuando un proyecto es un jarrón azul? ¿Debería tratarlo de una forma distinta a vender picea blanca? A veces, como era el caso de Bill Peck, se encontrará respondiendo al jefe de su jefe o trabajando en un proyecto que lo lleva mucho más allá de su esfera habitual de trabajo ― una clara seña de estar buscando un jarrón azul. La picea blanca suele ir de mano en mano en una oficina o la venden todos y no un empleado escogido al que ponen a prueba para el futuro. Cuando tiene la sensación de que una asignación podría ser un jarrón azul, debería hacer acopio de toda su habilidad, ilusión y valor para el trabajo. Puede ponerse a prueba a sí mismo ofreciendo picea blanca y acabar vendiendo grandes cantidades por el resto de su vida profesional. Pero cuando le llega la ocasión de probarse a sí mismo consiguiendo el jarrón azul, es la oportunidad de demostrar que puede liderear una compañía.

Page 41: El busca vidas

41

LAS PREGUNTAS ADECUADAS

Bill Peck había aprendido, tras varios años en el ejército y en los puestos de venta, que, haciendo las preguntas adecuadas, puede conseguirse ganar un valioso tiempo a su favor. No deje que le asignen un encargo sin conocer los detalles relevantes que pueden marcar la diferencia entre el éxito y el fracaso, especialmente cuando la apuesta es tan fuerte como su propia carrera profesional. ¿Cuál es exactamente su puesto? ¿Qué tiene que hacer para que su trabajo se pueda considerar un éxito? ¿Qué puede averiguar sobre los obstáculos que se vaya a encontrar antes de caer en ellos? ¿Qué información es desconocida u omitida? Imagine qué hubiera pasado si Bill Peck no hubiera pedido que le dieran una descripción del jarrón azul… ¿Podría haberlo encontrado cuando no estaba en la dirección que Cappy le había dado?

AGOTAR LAS POSIBILIDADES

La persistencia no significa nada si no agota el cien por cien de las posibilidades que se encuentre en su camino cuando trate de superar un reto. Antes de asumir que se ha puesto en contacto con todas las personas de su lista, revísela de nuevo. ¿La ha reducido sin darse cuenta? ¿Ha pasado por alto algún tipo de información vital ― tal vez no tan simple como una «h» que desaparece, pero quizá igual de importante ― como conseguir una audiencia con la persona que puede ayudarle a elaborar el plan para solucionar el «problema»? Antes de pensar en cada «no» es definitivo, pruebe de nuevo otro método elaborado con el fin de superar los obstáculos que se encuentran en el camino de otras personas. ¿Qué es lo más importante para las personas que trata de convencer? ¿Cómo puede conmoverlas para que le ayuden? ¿Qué podría ofrecerles para acabar con sus reservas o conseguir que digan «sí»? Utilice su frustración para concentrarse: ¿Qué es lo que le ha dado éxitos en el pasado? ¿Qué elementos o técnicas han actuado en su favor en el pasado? ¿Cómo puede aplicarse en esta situación? Trate de encontrar nuevos métodos para mantener altas sus opciones y su energía.

MATAR O APROVECHAR EL TIEMPO

Resulta interesante señalar cuando nos enfrentemos con el cansancio que produce intentar conseguir un reto imposible, cualquiera puede caer en la tentación de echarse una más que merecida siesta en un tiempo muerto. Sin embargo, Bill Peck lo considera como una oportunidad de rematar un proyecto que podría, si hubiera querido, haber dejado para más adelante. Pero él no quería demorarlo. Sabía que si, por alguna razón, no entregaba el jarrón azul a Cappy, no podría ofrecer ninguna excusa a Skinner por no haber archivado su informe el lunes por la mañana. Y también sabía que, aunque lo hubieran demorado por alguna buena razón, Skinner solo tendría en cuenta el retraso y no el informe. Por desgracia, cuando no somos capaces de cumplir nuestras promesas, para la mayoría de nosotros no quedan los éxitos, sino los fracasos. Debe encontrar el modo de probarse a sí mismo ― de recargar sus energías ― sin perder de vista las responsabilidades diarias que le encomiendan sus supervisores y sus clientes.

Page 42: El busca vidas

42

CONFIANZA ARRIBA Y ABAJO

Uno de los momentos de mayor tensión se produce cuando Bill Peck se da cuenta de que no puede decir que se haya ganado la confianza de Skinner a pesar de todo el buen trabajo que ha hecho en Ricks Lumbering & Logging. Ganarse la confianza de los de arriba y de los de abajo es la base de cualquier gran equipo de dirección, pero todos tenemos límites en la confianza que podemos conseguir de nuestros supervisores, colegas, empleados y clientes. En algún punto, se encontrará con una situación en la cual ninguna historia o creencia hará que pueda seguir adelante: solo se tendrá a sí mismo. Para ello, tiene que confiar en que los que lo rodean no actúan con ánimo de venganza, con rencor o sienten prejuicios hacia usted; normalmente, de hecho, solo están haciendo su trabajo. Si demuestra que es digno de esa confianza, casi con toda seguridad la próxima vez gozará de ella.

ENTREGAR LOS BIENES

Al final de una serie de obstáculos, todavía necesitará encontrar el medio de comunicar su éxito. Pero ¿para ello merece siempre la pena fletar un avión y detener un tren? Cuando se trata de llevar el jarrón azul, sí. Bill Peck no lo sabía, pero la ventanilla de entrega de su prueba estaba marcada por los fracasos de aquellos que habían sido puestos a prueba antes y no por el viaje de Cappy y la programación de la fiesta. Tampoco sabrá cómo lo juzgaban antes de que superara la prueba. Perlo puede estar seguro de que las decisiones que tome sobre la marcha se considerarán como éxitos siempre y cuando sepa cuál es el elemento más importante de su búsqueda.

EL GRADO DEL JARRÓN AZUL

Ya ha conseguido el jarrón azul y lo ha entregado: ¿qué viene ahora? Otra serie de pruebas y otra serie de oportunidades de probarse a sí mismo. En cada trabajo sólo puede pasar una vez la prueba del jarrón azul… si tiene suerte. Pero con cada nuevo ascenso y con cada nueva compañía puede encontrarse buscando de nuevo el jarrón azul. Uno de los mayores errores que cometió Bill Peck mientras luchaba contra los obstáculos fue olvidar que no era la primera persona que había sido puesta a prueba en Ricks Lumbering & Logging. Una vez conseguido, no debería volver a cometer el mismo error. Peasley y Skinner, propietarios del «Grado del Jarrón Azul», pueden ser y serán sus grandes aliados después del propio Cappy Ricks.

LO VOY A CONSEGUIR

Si es posible extraer alguna moraleja de EL BUSCAVIDAS, es el slogan de Bill Peck: «Lo voy a conseguir» Nada puede resumir mejor la determinación, la resistencia, la lealtad, la pasión y la responsabilidad personal de un buscavidas. Hágala suya y lo conseguirá.

Page 43: El busca vidas

43

SOBRE

EL AUTOR

Page 44: El busca vidas

44

Peter B. Kyne, nativo de San Francisco, fue un escritor prolífico y autor del best seller de los años veinte Kindred of the Dust. Sus historias sobre Cappy Ricks y sobre la compañía Ricks Lumbering & Logging se publicaron por entregas en el Saturday Evening Post y en la revista de William Randolph Hearts Cosmopolitan. Falleció en 1957.

El historiador Alan Exelrod es autor de las exitosas obras sobre el mundo de los negocios Patton on Leadership y Elizabeth I, CEO. Vive en Atlanta, Georgia, con su esposa y su hijo.