el buen doctor

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EL “BUEN DOCTOR” Todo el pueblo de Périgord, en Francia, le llamaba “el buen Doctor”, y en verdad merecía este título, porque era realmente bueno con todos, y, sobre todo, con los pobres. Sin embargo, el doctor no era un hombre religioso. No es que fuese descreído. No llegaba a tanto. Tampoco fue la ciencia quien le quitó la fe. Su problema era la indiferencia. Desde su matrimonio, se había relajado y no se había preocupado en recibir los sacramentos, pero creía; fe sí tenía. Los años no pasan en balde y llegan momentos en la vida de los médicos en que también ellos necesitan cuidados médicos. Pero tras los exámenes pertinentes, toda esperanza de curación quedaba descartada. Pero ¿quién cuidaría al abuelo? La tarea no era tan sencilla, pues era un poquito renegón. Su nieta, que estaba de vacaciones, se ofreció con cariño, pero sobretodo había un pensamiento que la atormentaba: el abuelo está en pecado y no puede morir así. Sentada junto al enfermo, lo entretenía y cuidaba. Y mientras descansaba el anciano, dirigía con lágrimas una plegaria al cielo: «Oh, Virgen buena, Vos que sois todo misericordia y todo lo podéis, moved a penitencia el corazón de mi abuelo! No permitáis, santa Madre de Dios, que muera sin auxilios espirituales. En vos, Madre mía, tengo puesta toda mi confianza.» Y tras esa oración, las tres Avemarías... Las tardes iban pasando y había que entretener al abuelo… Una tarde, la niña empezó a pasar revista al contenido de una gran cartera donde el anciano guardaba algunas cosas, seguramente recuerdos… Sus ojos se detuvieron en un sobre viejo. - Una antigua carta, abuelo. ¿De quién será que la has conservado?... - Léela y haremos memoria. - Veamos qué dice: «Mi querido ahijado: ¡Cuánto siento no poder abrazarte antes de que te marches a París!, pero me es imposible ir a verte. Estoy atada a la cama por mi reumatismo. Seguramente no volverás a ver aquí abajo a tu vieja madrina, y por esto te pido escuches mis consejos, que serán los últimos. Tú sabes que París ha sido siempre un abismo, y ante ese peligro tiemblo por ti. Sé un hombre fuerte, de buen temple, firme en la fe. Permanece fiel al Dios de tu bautismo, que has de ver en la eternidad. Yo te pongo bajo la protección de la Santísima Virgen María, y te recomiendo encarecidamente seas constante en la práctica de piedad que desde muy niño tuviste de rezar mañana y noche las tres Avemarías... «Rogará por ti tu madrina, que te estrecha fuertemente sobre su corazón...» La lectura de la carta hizo que el abuelo perdiera su mirada en una imagencita de la Virgen María que había puesto la nieta sobre la

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EL BUEN DOCTOR Todo el pueblo de Prigord, en Francia, le llamaba el buen Doctor, y en verdad mereca este ttulo, porque era realmente bueno con todos, y, sobre todo, con los pobres.

Sin embargo, el doctor no era un hombre religioso. No es que fuese descredo. No llegaba a tanto. Tampoco fue la ciencia quien le quit la fe. Su problema era la indiferencia. Desde su matrimonio, se haba relajado y no se haba preocupado en recibir los sacramentos, pero crea; fe s tena.

Los aos no pasan en balde y llegan momentos en la vida de los mdicos en que tambin ellos necesitan cuidados mdicos. Pero tras los exmenes pertinentes, toda esperanza de curacin quedaba descartada.

Pero quin cuidara al abuelo? La tarea no era tan sencilla, pues era un poquito renegn. Su nieta, que estaba de vacaciones, se ofreci con cario, pero sobretodo haba un pensamiento que la atormentaba: el abuelo est en pecado y no puede morir as. Sentada junto al enfermo, lo entretena y cuidaba. Y mientras descansaba el anciano, diriga con lgrimas una plegaria al cielo: Oh, Virgen buena, Vos que sois todo misericordia y todo lo podis, moved a penitencia el corazn de mi abuelo! No permitis, santa Madre de Dios, que muera sin auxilios espirituales. En vos, Madre ma, tengo puesta toda mi confianza. Y tras esa oracin, las tres Avemaras...Las tardes iban pasando y haba que entretener al abuelo Una tarde, la nia empez a pasar revista al contenido de una gran cartera donde el anciano guardaba algunas cosas, seguramente recuerdos Sus ojos se detuvieron en un sobre viejo.

Una antigua carta, abuelo. De quin ser que la has conservado?... Lela y haremos memoria. Veamos qu dice: Mi querido ahijado: Cunto siento no poder abrazarte antes de que te marches a Pars!, pero me es imposible ir a verte. Estoy atada a la cama por mi reumatismo. Seguramente no volvers a ver aqu abajo a tu vieja madrina, y por esto te pido escuches mis consejos, que sern los ltimos. T sabes que Pars ha sido siempre un abismo, y ante ese peligro tiemblo por ti. S un hombre fuerte, de buen temple, firme en la fe. Permanece fiel al Dios de tu bautismo, que has de ver en la eternidad. Yo te pongo bajo la proteccin de la Santsima Virgen Mara, y te recomiendo encarecidamente seas constante en la prctica de piedad que desde muy nio tuviste de rezar maana y noche las tres Avemaras... Rogar por ti tu madrina, que te estrecha fuertemente sobre su corazn...La lectura de la carta hizo que el abuelo perdiera su mirada en una imagencita de la Virgen Mara que haba puesto la nieta sobre la cmoda. Las lgrimas corran por sus mejillas. Haca ya 48 aos que su madrina le haba aconsejado esas bellas cosas y nada. Su vida pas por su pensamiento como en una pelcula: su infancia feliz, su primera comunin, su extraviada juventud, su matrimonio, su alejamiento de Dios. La nieta comprendi en seguida y poniendo toda su confianza en el Inmaculado Corazn de Mara, musit: Abuelito, quieres que recemos a la Virgen?

Por mi madrina!... Dios te salve, Mara..., dijo el abuelo. Y rezaron las Tres Avemaras.

Llama al Padre dijo el enfermo, porque he de contarle unas cositas...Acudi el sacerdote y el doctor hizo su confesin con singular fervor. Al da siguiente empeor alarmantemente y lleg el padre para administrarle el Santo Vitico... Cogi el buen Doctor con dificultad la mano de su nieta y, haciendo un gran esfuerzo, le dijo: Esto se acaba... reza conmigo las tres AvemarasAl terminar la tercera Avemara expir dulcemente.

P. Javier Andrs Ferrer, mCR