el ausente, la santita y el depositario.pdf

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  • EL AUSENTE, LA SANTITA Y EL DEPOSITARIO:

    La humedad sofocante del cuarto le haca recordar a Carlo. Hortensia lo senta all. l, en cierta

    manera, tambin estaba como la dientona, acompandolos; protegindolos de los putos! que

    queran quebrarlos. No poda dejar la imagen intermitente del posible estado de Carlo; la carne

    negra del cuerpo extraado, decorada por un concierto de larvas que la hacan parecer activa;

    viviente.

    -En algn lugar de la selva del salvador debe de estar tu cadver descomponindose; y yo

    aqu con esta carga, con esta msera carga de tener tu cuerpo lejos.

    La viuda reproduca en su cabeza, una y otra vez, la imagen de la carne engusanada; mientras

    respiraba el nico olor que la acercaba a su esposo. Si alguna vez has pasado junto a un lote baldo

    e inhalado el olor sofocante y amargo de un cuerpo pudrindose junto al escombro, podrs

    formarte una idea clara del ambiente que respiraba en aquel cuarto. Ella lo quera all, aunque solo

    pudiera tenerlo as como aroma; como un nuevo recuerdo.

    -Qudate aqu callado. No hables, no respires. Djame sentirte desde ahora como eres,

    djame respirarte as amargo Negro Dulce.

    La viuda tambin la senta a ella; ms presente, ms concreta. Vea la imponente figura empotrada

    en su altar, con su imagen de virgencita puesta sobre la chimenea de la sala. La dientona estaba

    bellamente arreglada, como la ms joven novia que se dirige a recibir las bendiciones antes de

    entregarse por primera vez a los brazos de su hombre. Sobre su vestido blanco le haba colocado

    una mantita morada con bordado de oro; en su cuello y dedos, estaban las alhajas que el ausente

    le haba obsequiado. Era la santita, la nia, la ms querida de la casa; mereca eso y ms por los

    favores que les haba hecho; por todos los ojetes que les haba quitado del camino para que

    funcionara bien el negocio.

    La apestosa sostena en una de sus huesudas manos la foto de un Carlo mucho ms joven, ms

    rollizo y feliz de como lo recordaban. En aquellas manitas blancuzcas y frente al resplandor de las

    veladoras; la imagen del entraable pareca sonrer.

    - Has de estar preocupado y muerto; lejos de nosotras; sin perro y muerto.

    Cmo quisiera tenerte aqu; olerte de verdad satisfecha; pero estas all perdido; lejos de

    nosotras, lejos de Miguelito y Rodrigo.

    Si estuvieras aqu te enterraramos; te meteramos a tu caja con la nia a un lado y te

    enterraramos con todo y perro.

    Mereces eso; mereces ser trado a nosotras de alguna manera. Ojal la hubiera.

    La santita ya no sostiene al mundo; te sostiene a ti.

  • Aquella Guadalupana sin ngel pareca sostener una luna invertida en su guadaa. Sus ojos, como

    dos astros, brillaban melanclicamente desde la partida del esposo; Hortensia intua el

    sentimiento de la santita, tristeza que tambin era suya. Sin el cuerpo de Carlo la nia no tena a

    ningn alma a la que acompaar a su destino.

    - El nio ya no pregunta por ti. La sola idea de que Miguelito te olvide me vuelve loca. Lo

    peor de estar muerto sin cuerpo es que tus seres queridos te olviden. Eso no te pasar a ti.

    Para eso tenemos a la nia, para que nos ayude a recordarte, para que nos ayude a

    guiarte hasta tu descanso eterno.

    Hortensia colocaba una nueva veladora en el altar cada dos das. La llama anaranjada intensificaba

    el olor a Carlo por toda la casa. La foto se pona ms viva cada da y ella se senta feliz al observar

    que el difunto cada vez se haca ms presente; aunque fuera slo como humedad putrefacta.

    El pequeo Miguelito haba cambiado mucho en los ltimos das, se le vea ms ausente;

    imaginando cosas y platicando con el perro. Cierta tarde, cuando volva de realizar las entregas

    vespertinas de mercanca, Hortensia escuch que el pequeo le hablaba a una de las sombras

    titilantes que la santita proyectaba sobre la pared de la chimenea. Los nios siempre imaginan

    cosas pensaba Hortensia pero le constern escuchar que el nio se diriga a la sombra llamndola

    pap.

    - Le has hablado a Miguelito y no a m. Te necesito tanto; hblame! El perro le alla a la

    luna cada noche extrandote. Sus aullidos me duelen en el alma. Siento tu cuerpo lejos,

    pero no a ti.

    Cierta maana Hortensia se percat de que el olor de su esposo estaba desapareciendo; como

    perro sabueso empez a buscar el lugar donde el aroma se volva ms intenso. Su presin

    sangunea empez a subir cuando su cuerpo, al verse privado del olor, empez a desesperarse y

    temblar violentamente. Necesito dejar que la gota dorada corra para relajarme pens, mientras

    pona el encendedor sobre el cristal y buscaba que la piedra amarillenta hiciera ebullicin

    - Cuando mis pulmones estn llenos, percibo las cosas de una mejor manera. Cuando

    inhalo el humo de la porquera, te siento ms cerca de aqu.

    La gota empez a correr y el humo gris se disip sobre el vidrio cncavo, el popote, colocado sobre

    unos labios enllagados y resecos, empez a succionar rpidamente el desperdici de la ebullicin;

    sin embargo, el olor segua dbil, opaco. Sigui buscando desesperadamente pero no pudo

    encontrarlo; no estaba ni junto a la santita ni en el cuarto, no pudo percibirlo ni en el olor de las

    veladoras ni en la sala. Sali al patio y encontr a Miguelito y al perro jugando con el equipo de

    construccin que Carlo le haba obsequiado al nio dos das antes de partir a Centroamrica por la

    mercanca. Los dos se vean tan felices que a Hortensia le daba rabia el saber que olvidaban la

    ausencia de su esposo.

  • - Cmo puede ser posible que estn tan felices sin ti! Los prefiero tristes recordndote,

    querindote a mi manera. Pero no lo estn. Se ven felices brincando y sonriendo;

    enterrndose y escavando.

    Hortensia se abalanz violentamente sobre ellos. Slo tena un pensamiento en la cabeza; ellos

    deberan de pagar. Por el olvid imperdonable; deberan de pagar.

    Sus ojos se clavaron primero en el perro; ese simple animal que noches atrs se senta tan dolido

    por la prdida de su amo, ahora se encontraba ciego y feliz, jugando con un nio que ya no tena ni

    el menor recuerdo de su padre.

    Las manos de la viuda se pusieron rgidas, una fuerza inhumana la jalon ms hacia ellos; senta un

    infinito deseo de estrangularlos, tomarlos del cuello hasta escucharlos sollozar; encajar sus uas

    en sus cuellos y disfrutar sus exhalaciones de agona.

    - Los dos deben de pagar!

    Hortensia se detuvo; en su cerebro se ilumin una chispa. Su corteza entorrinal activ el recuerdo

    del olor deseado. Estaba extasiada por su encuentro, alguno de los dos cuerpos era el receptculo

    de Carlo. Era la seal que esperaba; por fin podra ayudar a Carlo a encontrar su descanso eterno.

    - La santita ha logrado traerte de vuelta. En su infinita gracia me ha brindado la

    oportunidad de enterrarte como se debe. Ese olor dulce que emite, no puedo dudar que

    ests all.

    La viuda espero a que todos estuvieran dormidos. Tom una sbana de su cuarto y el cuchillo del

    cajn de la cocina y se dirigi al dormitorio; all estaban los dos descansando apaciblemente. Lo

    envolvi en una sbana para poder confundirlo, mientras le susurraba que todo estara bien. l se

    tranquiliz ante las palabras serenas de la mujer que lo amaba.

    - Pronto estars tranquilo, esperando a que vayamos a tu lado. Comprende que te amamos

    y ahora te toc a ti. La santita te ayudar a encontrar el camino; no te alejes de su mano.

    Ella sabe cules son los senderos que deben recorrer

    Hortensia se detuvo frente al altar. Vea que la sonrisa de Carlo se volva an ms viva con el

    resplandor titilante de las veladoras. Levant el cuerpo del depositario; lo tom de la cabeza y con

    un movimiento violento y contundente desplaz el filo del cuchillo por su garganta; la sangre

    salpic sobre la foto de Carlo. Esa noche Hortensia durmi tranquila sabiendo que su esposo sera

    llevado por la mano de la santa a su descanso eterno.