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El Arte del Coaching Ontológico Julio Olalla Paper de Estudio · Guía nº 6 ACP 2016

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El Arte del Coaching Ontológico Julio Olalla

Paper de Estudio · Guía nº 6 ACP 2016

EL ARTE DEL COACHING ONTOLÓGICO

- Acérquense al borde, les dijo. - No podemos, Maestro; tenemos miedo;

- Acérquense al borde, repitió; - No podemos; tenemos miedo; - Acérquense al borde; insistió.

Ellos vinieron. El los empujó... Y ellos volaron…

Guillaume Apollinaire

¿Qué es el coaching ontológico?

La forma como hemos vivido el mundo nos ha permitido un gran desarrollo tecnológico y económico pero la felicidad y el bienestar humano no han evolucionado de forma paralela. Vivimos un mundo donde hay una gran crisis en términos de la pérdida de sentido, que se expresa en una carencia de felicidad y pasión en el vivir. Podríamos hablar de una epidemia de depresión, de desencanto y de mucha tristeza.

A primera vista nosotros, como Humanidad, parecemos haber tomado conciencia de que las interpretaciones en las que hemos vivido se han vuelto insuficientes para afrontar las crisis que la vida nos presenta. Toda práctica nace o se origina en una comunidad cuando las viejas prácticas en algún dominio no pueden hacerse cargo de las crisis emergentes. Y esa crisis en nuestra forma de vivir es parte del nacimiento del coaching ontológico.

Podemos definir el coaching ontológico como el arte de crear espacios en que, a través del aprendizaje, los seres humanos florecen y encuentran lo mejor de sí mismos.

Podemos decir también que es un arte que apunta a abrirle nuevas posibilidades a una persona de manera que en el futuro no esté limitada a actuar basada en su particular manera de mirar hoy el mundo.

Podemos verlo igualmente como una práctica que se hace cargo de una de las crisis centrales de la forma de saber de nuestro tiempo, que se ha olvidado del mundo interior, del alma, y ha privilegiado el mundo exterior, a través de lo racional y lo científico. El coaching ontológico es la práctica que busca integrar estos dos mundos, el interior y el exterior.

Cuando hablamos de esa gran fractura entre el mundo exterior y el mundo interior, nos referimos a cómo nuestra educación se ha enfocado en el mundo exterior, el racional. Por los últimos 400 años, la ciencia y la tecnología se han volcado fundamentalmente ahí. Todo nuestro aprendizaje es coherente con esa mirada y por ello hay profundos espacios de la existencia del ser humano —el espacio emocional, el espacio espiritual, el espacio corporal— que han sido abandonados y desterrados del aprender en nuestro tiempo.

El coaching surge como una necesidad práctica de desafiar esa forma de saber, para hacerse cargo de ese déficit. Y no surge como una escuela de pensamiento sino como una forma espontánea de colmar la necesidad de ir incorporando el mundo interior en el acto de aprender, en el acto de saber.

En este contexto, entendemos el coaching ontológico como una práctica basada en la compresión de los seres humanos como seres lingüísticos. Vivimos en el lenguaje, estamos inmersos en él, y muchas veces somos inconscientes de que vivimos en él. El hecho de ser español, polaco o sudafricano no es simplemente tener un determinado pasaporte ni hablar un cierto idioma; significa vivir en una deriva conversacional de cierto tipo que permite o no ciertos mundos, que agrega o no ciertas posibilidades.

El lenguaje es puramente un dominio del ser humano. Los animales se comunican también pero no en los términos de lo que representa el lenguaje para nosotros: la capacidad de abstracción, los actos del habla, la capacidad de juzgar o la capacidad de recordar eventos históricos. El lenguaje es una condición fundamental del ser humano.

Uno de los postulados que caracteriza al coaching ontológico es que el lenguaje no solo describe la realidad sino que por medio de él se genera la realidad.

Dicho esto, vemos el lenguaje asociado a los dominios emotivo y corporal. El lenguaje sin emoción se transforma en diccionario, en el mero significado de las palabras. No se puede entender el lenguaje como algo inseparable del mundo emotivo ni corporal: nos comunicamos desde nuestro lenguaje, nuestra emoción y nuestro cuerpo. De manera que entre lo lingüístico, lo emocional y lo corporal se genera una coherencia. Y el coaching mira esa coherencia. Si el coach trabaja en uno solo de esos espacios y deja de lado los otros dos, la antigua coherencia o manera de ser se mantiene y el Observador que es el coachee en realidad no ha cambiado, no se ha transformado en todos los ámbitos que constituyen su ser.

Cuando nosotros miramos al mundo de una cierta manera, y por lo tanto nos movemos en el mundo de cierta manera, hablamos de una coherencia en el sentido de que los mundos lingüístico, interpretativo, emocional y corporal se mueven o se articulan juntos. Por ejemplo, el pensamiento de “voy a perder algo que me importa” gatilla la emoción del miedo, y el cuerpo se recoge de una cierta manera, o se protege o quiere huir. Si yo ando triste, mi cuerpo se contrae y en mi discurso se advierte que se cierran posibilidades.

Por el contrario, si yo interpreto el mundo como una gran oportunidad probablemente mi mundo emotivo va a estar más del lado del entusiasmo o más dispuesto a hacer, actuar, intervenir, y mi corporalidad va a estar mucho más abierta a la acción. Es a esto a lo que nos referimos cuando hablamos de coherencia.

Queremos que esto quede muy claro. Si el coach interviene apuntando solo al mundo interpretativo sin generar cambios a nivel emocional o corporal, lo más probable es que la antigua coherencia del coachee se mantenga a pesar de que en el nivel lingüístico podamos generar interpretaciones diferentes. Por lo tanto el coach busca actuar sobre la coherencia. No basta solo con generar un pensamiento distinto, importa también que haya una emoción consistente con eso, y una corporalidad que lo sostenga.

Si un coachee me dice que teme hablar en público y mi única acción como coach es mostrarle razones para que esté tranquilo, es posible que en un primer momento se convenza de que no va a tener miedo, pero al momento de enfrentar al auditorio, muy posiblemente la emoción del miedo volverá y su cuerpo registrará las viejas sensaciones, con lo cual el aprendizaje no se completó y la antigua coherencia se mantiene.

Además de la coherencia, me interesa en el aprendizaje como coach el concepto del Observador. Uno de los fenómenos más interesantes en nuestra existencia es que observamos el mundo pero raramente somos Observadores del Observador que somos. Lo que vemos lo damos por sentado, decimos “así son las cosas”, sin darnos cuenta de que es nuestra manera particular de mirar. Esa forma de ceguera se traduce en que cuando nos miramos a nosotros mismos, generamos una resignación disfrazada de realismo, con frases como “Yo soy así” o “Yo no puedo cambiar”. Y desde ahí es imposible movemos hacia un aprendizaje transformacional.

El coaching tiene que ver con cambiar de lugar, desplazar al Observador que es el coachee, de manera que se le posibilite desarrollar un nuevo conjunto de acciones que le eran imposibles con el Observador que era antes. Por cierto que es más complejo que esto, pero ello no quita que para mí este sea uno de los principios fundamentales de lo que es el coaching.

Ampliando un poco la mirada, puedo darme cuenta de que un Observador pertenece a tradiciones históricas, culturales y sociales; que hay una mirada particular del mundo que trasciende a los individuos que componen una sociedad, una era o una cultura, y que esa manera de mirar el mundo condiciona a cada Observador en su forma de vivir y habitar la Tierra.

Un ejemplo: una gran mayoría de comunidades indígenas privilegian una cierta forma de ver el mundo en que los animales son sagrados y los árboles y plantas honrados y cuidados. Son Observadores distintos a la mirada prevaleciente en nuestra Modernidad, que ve la naturaleza como un espacio de predicción y control. No es inocente que hablemos de ‘recursos naturales’, como si la Naturaleza estuviera ahí solamente para que el hombre la controle y se aproveche de ella. Es un Observador completamente diferente.

Si pertenezco a una cierta tradición o cultura con muchos tabúes o que celebra esto y aquello no, esa manera de entender el mundo necesariamente trae consecuencias en mi vivir en el mundo. Y muchas de esas consecuencias pueden no ser buscadas por mí. Yo quisiera vivir una vida diferente pero mientras vea el mundo como lo estoy viendo, una manera de vivir diferente es imposible.

Para vivir una vida diferente debo empezar a ver el mundo de otra manera. Y el coaching es eso lo que aporta. El coaching ontológico, en consecuencia, implica un proceso de transformación por el que optamos y en el cual aceptamos observar, cuestionar y cambiar el Observador que somos y el principio de coherencia que nos constituye para actuar de manera diferente en el mundo.

Acá quiero dejar esta reflexión. En la enseñanza tradicional lo que importa es transmitir información. Nosotros creemos que el aprendizaje necesario en el mundo de hoy debe incluir al Ser, debe incluir a quien aprende, no solo lo que se aprende. Y en el sentido de que incluye al Ser, a quien aprende. Es la razón por la cual lo llamamos coaching ontológico. Por tanto, el coaching ontológico no se preocupa solo de la acción efectiva ni solo de la información, sino del Ser.

En muchas disciplinas solo es importante la acción efectiva, y muchas veces se produce esa acción efectiva aunque se le rompa el alma a la gente. Es un poco lo que está pasando en muchas de nuestras organizaciones. Nosotros pensamos que la acción efectiva es importante pero si no está enfocada a generar un vivir efectivo, un vivir pleno, no tiene sentido: la conexión entre el Ser y la acción, entre el hacer efectivo y el vivir efectivo, también es coaching ontológico.

La confianza en el coaching

Para que exista una interacción humana generativa y satisfactoria, la confianza es una emoción inevitable. Podemos mirar la confianza desde distintas perspectivas: el juicio que alguien hace del otro de que es sincero. Esta sería la confianza mirada desde el punto de vista ético. Es decir: “Yo creo lo que esta persona me dice”. Yo confío en que lo que me dice no está siendo negado por una conversación interior.

Otra perspectiva de la confianza tiene que ver con la competencia. Si alguien me dice que va a desarrollar un informe de ventas, yo puedo considerar sincera a esa persona al decirlo pero puedo no tener confianza en sus competencias para hacer lo que me está diciendo que puede hacer.

Una tercera perspectiva tiene que ver con la confiabilidad, que representa la consistencia de una persona en el cumplimiento de sus promesas. Es una distinción que tiene que ver con la forma como una persona (u organización) ha cumplido con sus promesas a lo largo del tiempo.

La confianza es un elemento crucial en un coaching. El coach debe poder generar la confianza de que es competente y que va a actuar con sinceridad para acompañar la transformación buscada por el coachee. Asimismo, su actuación debe generar confiabilidad en el coachee.

¿Cómo miramos la sinceridad en la relación de coaching? En la conversación de coaching todo lo que se hace debe ser hecho como una manera de cuidar al coachee. El coachee debe ver que él es la preocupación fundamental del coach y debe considerar que cualquier cosa que se haga —aunque no le guste— es para cuidarlo. Nuevamente, es responsabilidad del coach generar en el coachee el juicio de que está siendo cuidado. El coach siempre debe estar atento a revisar que este juicio esté presente.

En términos del juicio de competencia, el coach debe tener la capacidad de observar una gama más amplia de posibilidades que el coachee y de incorporar distinciones. Si el coachee considera al coach como un Observador de posibilidades más limitado que él mismo, difícilmente se pondrá en sus manos. El coachee debe suscribir el juicio de que el coach no es solo un Observador diferente sino que tiene una mirada más amplia que él mismo.

Esta capacidad de ser un Observador con un amplio mundo interpretativo, que le pueda ofrecer diferentes opciones al coachee, es fundamental para llegar a ser un coach ontológico. Los coaches ontológicos están llamados a convertirse en Observadores competentes del alma de las personas.

Por otra parte, el coach debe ser competente para poder acompañar al coachee, a partir de sus observaciones, para que él descubra los espacios de aprendizaje y las acciones que lo lleven a un vuelco ontológico. Además de ser un Observador ontológico, el coach debe saber qué acciones emprender para poder co-construir con el coachee una intervención que este considere efectiva.

El coach debe mantener la confiabilidad con su coachee, y a medida que la relación entre coach y coachee avance y se llegue a terrenos más profundos, el nivel de confianza tiene que hacerse más grande.

Uno de los peligros más grandes con respecto a la confianza es que, una vez que nos es otorgada, la ponemos en el trasfondo, la vemos como dada, y podemos llegar a descuidarla. La confianza requiere de una atención permanente porque puede cambiar en cualquier momento si se modifican las circunstancias, las expectativas o los objetivos.

El coach debe tener siempre presente estos grandes dominios en el caso de la confianza:

o Generar confianza: El coach debe estar atento a generar esa confianza mostrando competencia en lo que hace y generando el juicio de sinceridad en el otro.

o Mantener la confianza: el coach debe ser veraz; ser proactivo,

consistente entre lo que dice y lo que hace. Eso permitirá mantener la confianza que ya se logró.

o Recuperar la confianza en caso de que se haya perdido o se

pueda perder: el coach debe tener la capacidad de pedir disculpas, de perdonar o de rectificar, si es el caso.

El grado de confianza del coachee dependerá de las posibilidades que, según su juicio, se le abran durante el coaching. Esto significa que el coach no debe entrar en la conversación de coaching para agradar el coachee. Este no espera ser agradado, sino acompañado o desafiado para lograr lo que se ha propuesto al pedir coaching.

Quiero referirme a un territorio muy ligado a la confianza. Se trata de una emoción fundamental en el coaching: la ternura, la emoción en que un ser humano acoge a otro ser humano con afecto.

Acoger con afecto es lo que llamamos ternura. Yo te puedo acoger con cordialidad, y a eso lo llamaría ser atento. Pero si lo hago con afecto, si yo como coach trasmito con mi presencia, “mira aquí conmigo tienes todo el espacio seguro, yo te cuido, habla de lo que te duele”, eso va más allá de la confianza, y genera un espacio de seguridad emocional para el coachee.

En la sociedad actual, donde prima el individualismo sobre lo comunitario, estamos perdiendo la capacidad de la ternura, que en algunos casos se convierte en una emoción incómoda o que debe esconderse. Pero teniendo eso presente, si en la relación entre el coach y el coachee no existe ese aspecto afectuoso que a mí me da seguridad, por mucha confianza que yo tenga emocionalmente, no me atrevo a decir ciertas cosas como “Me siento avergonzado” o “me siento culpable”. Pero si tú, como coach, demuestras ternura, yo me voy a sentir dispuesto a expresar cosas que, aunque exista confianza, preferiría guardar.

La ternura genera un espacio amoroso en que el otro es acogido en su dolor. En otras palabras, es el espacio que permite que fluyan conversaciones inéditas para el coachee.

Sufrimiento, dolor y coaching

"El dolor es inevitable, pero el sufrimiento es opcional". Buda

El dolor y el sufrimiento son parte de la vida pero en ocasiones sufrimos de manera innecesaria. Generalmente utilizamos dolor y sufrimiento como sinónimos. Sin embargo es importante entender la diferencia.

Definimos el dolor emocional como el sentimiento que surge ante determinadas situaciones, generalmente relacionadas con una pérdida o con un problema que nos afecta de manera importante. Surge en el instante en

que somos heridos física o emocionalmente. Es una sola emoción, su duración es relativamente corta y es proporcional al evento que la produjo. Puede ser cualquier emoción que nos afecte: tristeza por una pérdida, estrés ante la necesidad de enfrentar un problema, enojo o frustración, entre otras.

El sufrimiento va un paso más allá: es la respuesta cognitivo-emocional que tenemos ante un dolor físico o ante una situación dolorosa. Es un conjunto de emociones y pensamientos que se entrelazan, adquiriendo más intensidad y duración que el dolor emocional. De hecho, el sufrimiento puede durar indefinidamente aunque la situación que lo provocó ya se haya solucionado. Lo que llamamos sufrimiento está asociado a varias emociones. Podemos sufrir por tristeza, por culpa, por vergüenza, por miedo, por rabia, por envidia… En realidad no hay una emoción que sea el sufrimiento mismo. El sufrimiento es un espacio en que ciertas emociones se niegan a dejarnos.

Por ejemplo, hablamos de dolor emocional cuando nos referimos a la profunda tristeza producida por la pérdida de un ser querido. Hablamos de sufrimiento cuando dicha tristeza se convierte en una depresión que dura varios años y que generalmente involucra otros sentimientos (muchas veces inconscientes) de enojo, inseguridad o desesperanza, y pensamientos como: "Esto es injusto" o "no me lo merezco", por ejemplo.

El sufrimiento se constituye a partir de un juicio o una serie de juicios que hacemos acerca de una determinada situación actual o histórica. Por eso señalamos que el sufrimiento es en definitiva un fenómeno lingüístico, que surge de las interpretaciones que hacemos de lo que nos sucede. El ver el sufrimiento desde los juicios nos permite intervenir en ellos, dándoles a estos juicios que generan sufrimiento una nueva interpretación. Como coaches, podemos construir con el coachee nuevas historias, narrativas y juicios que alivien su sufrimiento.

Lo importante en el sufrimiento de los seres humanos es que aparece en alguna parte una señal, una indicación de que hay algo que podría cambiar. El deseo de un cambio. Podríamos llamar —aunque el que sufre no lo llame así— un deseo de aprender algo.

El sufrimiento puede manifestarse en múltiples formas de emoción. Al final, es un estado en el que no quiero continuar, hay algo que me está

diciendo “ya no quiero más de esto”. Si es la culpa, es por parar ya ese deseo de castigarme; si es la tristeza, es que quiero terminar con esta permanente sensación de pérdida; si es la rabia, es poder decir “No” en determinadas circunstancias y evitar que me pasen por encima. El sufrimiento cumple con una misión: es la de sacudirte, decirte “Algo tienes que hacer para que se produzca un cambio”.

Claro, yo puedo vivir el sufrimiento con resignación también, al decir “¿sabes qué? No hay nada que pueda hacer para cambiar”.

El sufrimiento puede tener años de estar ahí como puede ser reciente, pero cuando el coachee se acerca al coach, normalmente algo lo hace sufrir. Hay un descontento con este vivir de ahora; con cómo se está conectando o siendo parte del mundo. Y el sufrimiento por lo tanto apunta a que el coach —desde escuchar cómo es este Observador que sufre por eso que sufre— vea cuál es el quiebre, cuál es el origen, cuál es la fuente, cuáles son los deseos o, dicho de otra manera, cómo esta persona está mirando el mundo, que la hace sufrir.

Eso quiere decir que el coach mira en qué momento su interpretación, su emocionar, su corporalidad se quedó añorando algo diferente. Entonces el coach busca e identifica aquello, pero conectado con una manera de mirar. Por ejemplo, si el niño ha sido abusado, lo más probable es que al crecer haya en él varias emociones; vergüenza, miedo, culpa… Pero como esas emociones se quedaron atascadas en ese niño y le generaron juicios sobre sí mismo (“Valgo poco”, “Nadie me respeta”), entonces el coach puede mirar cuál es la coherencia de este Observador que necesita romperse para que esta persona pueda mirar y habitar el mundo de otra manera y aparezcan posibilidades de acción que en la coherencia actual están negadas. El sufrimiento puede ser una gran guía cuando el coachee se lo manifiesta al coach.

Hemos visto experiencias de este tipo en las cuales nosotros, como coaches ontológicos, somos capaces de mostrar a las personas formas de reinterpretar sus historias, de soltar algunos juicios, de emprender acciones cuando nada parecía posible y de cambiar espectacularmente su estado de ánimo. Para quienes no conocen el poder del coaching ontológico estas experiencias pueden parecer casi milagrosas. Sin embargo, no hay nada

milagroso al respecto; se trata solo del poder que tiene un nuevo discurso acerca de los seres humanos.

Más importante aún, el coaching ontológico trata el sufrimiento como punto de apoyo para iniciar una transformación y para diseñar una vida con más sentido. Cada vez que sufrimos, surge una oportunidad para reflexionar sobre nosotros mismos, para examinar quiénes somos y qué se revela sobre nosotros a partir del sufrimiento. Algunas personas aceptan el desafío, otras no. Lo que hagamos depende de nosotros. A veces un gran quiebre existencial o histórico contiene las semillas de enormes avances.

Si observamos experiencias personales e históricas, vemos que el sufrimiento a menudo proporciona a la gente grandes posibilidades de crecimiento. Aquellos que fueron derrotados y sufrieron, a menudo son los que han podido levantarse con mayor firmeza y altura. Esos grandes quiebres han sido transformados en oportunidades. En cambio aquellos que sienten que todo está bien o que no han declarado sus quiebres, a menudo se quedan en la complacencia, admirando la coherencia que les dio su éxito. No crecen, se mueven más lentamente, están demasiado satisfechos de sí mismos para observar siquiera el progreso que otros realizan a su alrededor. La II Guerra Mundial constituye, en ese sentido, una experiencia reveladora. Los países más heridos por la guerra fueron aquellos que experimentaron mayores transformaciones y a la postre, terminaron convirtiéndose en líderes mundiales.

El coaching y los discursos históricos

Una de las más sólidas interpretaciones que tenemos hoy en día en la Modernidad es que el individuo comienza y termina consigo mismo, y nos cuesta entendernos en un contexto histórico. Por lo tanto tendemos a decir ‘yo soy así’, ‘yo nací asá’, ‘yo soy este tipo de persona’, y tenemos juicios acerca de quiénes somos pero sin relacionarnos con nuestra historia.

El coach ontológico tiene ojos para mirar la historia del coachee, su devenir cultural y su historia personal.

Si yo tengo frente a mí un coachee que pertenece a la tradición colombiana, y dentro de Colombia es paisa, y además vivió la experiencia de

tener un familiar secuestrado cuando él era niño, como coach veo su historia y veo un devenir. Esta persona no es como es porque sí, sino que viene de una historia. Y además habla un idioma: habla español, no habla chino. No vive en esa historia solamente a través de sus eventos sino que la historia le provee un mundo interpretativo, le provee un mundo emocional, le provee una manera de pararse en la vida, le provee una apariencia física, y además una familia que ha aprendido a hacer las cosas de cierta manera.

Para ejemplificar lo que digo, voy a contarles lo siguiente: una mujer que venía del Perú me contó una historia que le pasó cuando era niña, y ella la interpretaba en una emoción cultural muy propia del Perú: la tristeza. Y toda su historia la contó desde la tristeza. Entonces yo la invité a que me contara esa historia desde la rabia y también desde el entusiasmo. La mujer al principio no podía, pero de repente empezó a contar la historia desde la rabia, y le cambió su corporalidad y las palabras que decía. Me dijo “vi algo totalmente distinto con lo que me pasa” y no lo podía creer. ¿Por qué ella lo estaba mirando desde la tristeza? por una simple razón, porque en su tradición cultural eso que contaba es difícil verlo desde otra emoción. Lo asombroso es que cuando el peruano cuenta la historia, cree que la tristeza le pertenece al evento. Nosotros decimos que la tristeza le pertenece a la historia interpretativa y emocional en que ese pueblo en particular vive.

Un coach debe estar familiarizado con los principales discursos históricos en los que vive su coachee. Si estamos haciendo coaching ontológico en México, deberíamos conocer algunos discursos históricos básicos de ese país, relativos al género, la edad, la raza, la religión, las preferencias políticas y sexuales, entre otros.

La historia, la tradición interpretativa, emotiva, el mundo explicativo que me ha dado esa historia va iluminando una manera de mirar el mundo y de hacer en el mundo. Los brasileños viven una vida de una manera distinta a los polacos. Y están tomados por esa forma en que se mira en Brasil, están condicionados por un espacio cultural determinado.

El coaching tiene esa perspectiva, saca de la interpretación individual de la persona, y entiende al individuo en conexión con un pasado, con una tradición, con una familia, con una sociedad, con una cultura… En definitiva, con un contexto.

Dominios de observación en el Coaching Ontológico

El coach tiene al frente a su coachee. ¿Hacia dónde debe dirigir la mirada? Planteamos ocho dominios diferentes que el coach puede observar: el experiencial, el discursivo, el relacional, el espiritual, el de ejecución, el moral, el emocional y el corporal. Cada uno de ellos mostrará un aspecto importante del alma del coachee.

Dominio experiencial

Para entender quién está siendo el coachee es importante que el coach conozca las experiencias por las que esa persona ha pasado. El que seamos como somos es en parte consecuencia de las acciones y los acontecimientos que han moldeado nuestra vida.

Las experiencias por las que el coachee ha pasado son un aspecto importante del coaching, especialmente si se trata de experiencias que han sido decisivas para darle un sentido a quién es él en el presente. Pero debemos tener claro que no obtendremos el registro completo de sus experiencias y —lo que es aún más importante— no es lidiando con las historias de los coachees que producimos los cambios ontológicos, sino reinterpretándolas o desafiándolas, para, desde ahí, generar un espacio de libertad que le permita elegir qué quiere para él de ahí en adelante.

Normalmente el coachee le otorga a su registro de experiencias una gran importancia. Para él, el pasado suele tener un gran peso y puede que incluso se encuentre atrapado en él. Muchas veces es tarea del coach hacer esta historia más liviana y, una vez expuestos los hechos básicos, moverse hacia los aprendizajes que el coachee necesita para poder hacerse cargo de lo que le ocurre. El coach debe evitar quedar entrampado en el pasado del coachee.

Cuando el coachee habla de sus experiencias, podemos percatarnos a veces de que su ánimo no es coherente con la información que está dando, o que la postura del cuerpo está mostrando que algo no calza completamente con el relato. A menudo el coach puede percatarse de que el relato de sus experiencias no hace referencia a dominios cruciales como las relaciones personales, la familia o el trabajo. Cuando esto sucede, le corresponde al

coach formular preguntas, indagar, seguir cualquier pista que tenga, para develar lo que no ha sido dicho.

El coaching ontológico pone el énfasis en que el coachee habite su historia para que reconozca en qué lugar se encuentra y, desde ahí, mirar cuáles son las acciones que necesita para el futuro. El pasado es relevante solo en relación con el futuro, visto como espacio de acciones posibles. A menudo sucede que el coaching ontológico efectivo ocurre como resultado de la liberación que el coachee hace del peso de su pasado.

Dominio discursivo

Además de las experiencias por las que hemos pasado, están las historias o explicaciones que tenemos de ellas. Llamamos historia a algo que va más allá del relato de experiencias. De acuerdo al modo en el que estamos usando el término, una historia se construye alrededor de juicios y/o explicaciones sobre “por qué” ocurrieron esas experiencias. En una historia le otorgamos sentido a los acontecimientos y los cargamos de significación para nuestras vidas.

Veamos un ejemplo. Un coachee dice: “Mi jefa me negó el aumento de sueldo que le pedí. Ella piensa que mi trabajo no es tan bueno como el de Sara. No considera toda la ayuda que Sara recibe de mí. Y además, hay muchísimas cosas que hago en la oficina de las que ni siquiera se entera. Sé que hay algo en mí que a mi jefa no le agrada; preferiría no tener que trabajar conmigo...”

Según el relato del coachee, lo que aconteció fue que le negaron un aumento de sueldo. Y además tenemos su explicación sobre lo que pasó. Posiblemente esa explicación tiene ciertos fundamentos y también necesitaríamos revisarlos. Pero aunque éste sea el caso, la forma en que el coachee habla de su experiencia pone énfasis en la relación entre el acontecimiento y su interpretación de por qué ocurrió.

Una regla fundamental en el coaching ontológico es la de separar siempre la experiencia (el fenómeno) de la explicación o el juicio que hace el coachee. Un coach sabe que podemos crear explicaciones y juicios muy distintos a partir de la misma experiencia. El coach acompaña a diferenciar las experiencias de las explicaciones, trabajando con ambas y

explorando las posibilidades que pueden generar otras historias y otras explicaciones.

Hay mucho más que recoger de este ejemplo. La forma en que el coachee habla sobre lo que le pasa no es trivial. Probablemente esa forma de hablar no esté circunscrita únicamente al acontecimiento particular del que habló, y bien podría revelar una forma de ser y, más aún, una forma de vivir (por ejemplo “Nunca me reconocen” o “el mundo es injusto conmigo”). Es probable que esta forma de hablar refleje el modo que tiene de tratar con este tipo de experiencias en su vida, que a su vez le muestra al coach el tipo de acciones para él disponibles y no disponibles cuando enfrenta situaciones de esta especie.

Por otro lado, en el dominio discursivo del coaching no solo la forma en que el coachee se expresa es importante sino el fondo, aquello que es un quiebre para esa persona en particular. Cada quiebre que el coachee trae a la conversación revela el tipo de persona que está siendo, por lo que cada coaching es una oportunidad para revelar el vínculo entre el quiebre y la persona que lo sostiene. La manera de conocer a nuestros coachees es a través de lo que nos cuentan.

Tener en cuenta el dominio discursivo nos sirve como coaches para mostrar formas de abordar el quiebre y ampliar las formas de ser del coachee y sus posibilidades en la vida.

Dominio relacional

Desde que somos niños vivimos en una serie de redes de relaciones, que se van ampliando con los años. Entender cómo se relaciona el coachee en los distintos espacios de su vida —social, familiar, laboral o comunitario— es muy importante para el coach.

Observar el dominio relacional en el coaching tiene que ver con escuchar cómo nuestro coachee vive con otros, cómo conversa con otros, cómo se relaciona, con quiénes, desde qué lugar, cuáles son sus juicios maestros en torno a la comunidad, a la familia, a su equipo de trabajo, a todo su hacer con otros. Es importante ver los roles que el coachee tiene en su vida o los personajes con los que actúa cuando se relaciona con los demás.

En este dominio queda en evidencia la manera como el coachee pide, ofrece o se compromete; la manera como escucha o como es escuchado. La manera como reconoce a los otros o espera ser reconocido. El tipo de conversaciones que mantiene, y cómo funciona dentro de un equipo o como miembro de una familia.

En este dominio de observación, como coaches podemos preguntarnos y preguntar a nuestro coachee ¿cómo es o fue la relación con su padre y con su madre?, ¿cómo se vive el tema de la autoridad?, ¿se vive sus relaciones desde la confianza o desde la desconfianza?, ¿qué necesidad tiene el coachee de ser reconocido?, ¿se apoya en sus propios juicios o se vive la vida desde juicios de los demás?

Todos estos aspectos pueden ser vistos en el dominio relacional. Es decir, cómo el mundo del coachee se forma a partir de su relación con otros, y como esas relaciones afectan su manera de percibir el mundo. Conversar es “cambiar con otro”. Cambiamos y aprendemos mediante las relaciones que tenemos, vemos las conversaciones como actos relacionales.

Dominio espiritual

En este dominio, el coach puede ver cuál es la relación de su coachee con lo que este considera sagrado.

El coach puede mirar cuál es el contacto con lo divino y lo sagrado del coachee. Creemos que siempre va a haber un contacto con lo sagrado, ya sea sagrado el universo, su familia, sus amigos, su dios o sí mismo. Entonces… ¿qué considera sagrado? ¿En qué cree? ¿De dónde viene su fe? ¿Qué lo sostiene cuando algo le pasa?

Es importante entender que no estamos hablando de religión sino de los espacios sagrados que tiene el coachee para habitar en el mundo.

¿Qué puede ser sagrado? Sagrada puede ser una conversación íntima con alguien. Puede ser el lugar donde guardo mis recuerdos, puede ser algo que me conecta con mis ancestros, mi relación con el fuego, con los rituales… Mi relación con la Naturaleza puede ser absolutamente sagrada.

En este dominio también el coach puede explorar cuál es la cosmología del coachee, es decir, qué es aquello que le da sentido y propósito a su vida, qué lo conecta con el misterio y la gratitud.

El misterio de la existencia humana es tan vasto que remitir al coachee a un solo territorio nos hace achicar la dimensión de su ser. Incluir lo sagrado nos permite mirar holísticamente a nuestro coachee y hacerlo crecer ante nosotros. Mirar al coachee como un todo y no como la suma de sus partes hará que podamos conversar con él de una manera en que nuestro espíritu toque el suyo y viceversa.

Dominio de ejecución

El dominio de ejecución se observa en la manera en que el coachee hace las cosas, la manera en que actúa y que es transparente para sí mismo, y para la que no tiene historia, narrativa o discurso. Se trata simplemente de la manera en que llega a hacer las cosas en su vida. Recordemos que, en general, tomamos nuestra forma particular de hacer las cosas como la forma normal, o incluso natural, de hacerlas.

Un ejemplo: una coachee puede declarar que se muere de ganas de incorporarse al mercado laboral pero en su mundo ve esto como imposible puesto que debe cuidar a los hijos. Lo que ella aprendió de su madre y su abuela es que debía quedarse en la casa y no salir al mundo laboral, y para ella eso es lo natural.

Como coach puedo desafiar la manera cómo un coachee hace sus cosas, si es que declara que lo que está haciendo no le sirve o le cierra posibilidades.

Otro ejemplo sobre este dominio viene de las organizaciones. Un gerente recién nombrado en la empresa se encuentra con un equipo y al querer desafiar las prácticas del antiguo gerente, se encuentra con discursos como “así se hacen las cosas en esta oficina” o “Así lo hacíamos antes”.

Estamos acostumbrados a hacer las cosas de una cierta manera, y cambiar las prácticas que no nos sirven es una invitación que hace el coach. El dominio de ejecución lo que hace es desafiar las prácticas, lo que nos es transparente.

La forma en que hacemos las cosas no es trivial o sin sentido. Al contrario, la comunidad le adjudica un sentido. El no hacer las cosas en la forma en que las hace la gente de la comunidad, trae importantes consecuencias para nosotros. Nuestras acciones son interpretadas o escuchadas de un modo particular por la comunidad a la que pertenecemos.

Cuando actuamos, lo hacemos de un modo particular. Siempre es posible contemplar otras formas de hacer lo que hicimos. Por lo tanto, la forma en la que actúa un coachee en una determinada situación debe ser observada por el coach como una forma particular de actuar. El considerar otras formas posibles de actuar crea un importante espacio para el coaching, pues saca al coachee de su propia historia, mostrando que su forma de actuar responde a lo que aprendió, dada la historia que tiene, y que puede ser posible actuar de otra manera si se abre a un proceso de aprendizaje.

¿Cómo llegamos a actuar de una manera y no de otra? Para contestar esta pregunta miramos nuestra historia. A veces adoptamos ciertas formas de actuar simplemente porque eran las disponibles cuando estábamos creciendo: era la forma en que nuestros padres, nuestros profesores, nuestros pares o nuestros héroes actuaban. Una parte importante de nuestro aprendizaje se produce con solo imitar a los que nos rodean.

A veces actuamos de cierta manera debido a cierta experiencia particular que nos forzó a encontrar formas de enfrentar el mundo o a protegernos de una determinada manera para sobrevivir. Estamos moldeados por nuestra forma particular de hacer las cosas, por todas ellas, sea que nos abran o nos cierren posibilidades.

Dominio moral

El dominio moral establece lo que es y lo que no es posible para una persona; lo aceptable y lo inaceptable, lo prohibido y lo permitido.

El dominio moral está muy influenciado por el contexto al que pertenece el coachee. Los límites que una persona se fija a sí misma pueden provenir de experiencias particulares en la vida, de algunos discursos históricos determinados (los discursos religiosos, en general, tienen muchas veces un rol importante en el dominio moral de una persona), o de las “formas” en que la persona aprendió a hacer las cosas.

Es importante para el coach estar atento a los límites morales de su coachee. El coach siempre debe tener presente que lo que es posible, necesario o aceptable para sí mismo, no lo es necesariamente para el coachee.

Siempre decimos que al hacer coaching debe aceptarse la legitimidad del otro en tanto otro, y eso en ninguna parte es más importante que en el dominio de la moral.

Cuando hacemos coaching, nunca tenemos una imagen clara y completa de los límites morales del coachee. A menudo nos damos cuenta de dónde están los límites del coachee porque ya los hemos encontrado en nuestro camino, hemos puesto nuestros pies sobre ellos, “hemos tocado un nervio” que nos señala que los estamos traspasando. A veces cruzamos esas fronteras sin que el coachee nos haga saber que eso ha ocurrido, o sin que en ese momento actúe de una manera que nos ayude a enmendar el rumbo en el acto.

Por eso es tan importante estar atentos a todas las señales corporales, emocionales y lingüísticas que el coachee nos da, escuchar sus “no quiero hablar de eso”, su incomodidad corporal, su cambio de tema. Allí podemos mostrarle que nos damos cuenta de que estamos ante un límite suyo y que lo vamos a respetar. Sin embargo, si ese límite imprime restricciones al vivir satisfactorio del coachee es posible abrir una conversación acerca de los costos de ese límite, por ejemplo.

Los coaches estamos llamados a legitimar el Observador que el otro es, respetando estos límites y manteniendo una constante verificación de cómo se siente el coachee con nuestro acompañamiento.

Dominio emocional

Como Observadores, siempre vemos a los seres humanos en un estado emocional. Estados anímicos y emociones son distinciones que un Observador hace basándose en su juicio de la predisposición para la acción. Si alguien actúa de un modo que refleja que no ve opciones a futuro, diremos que esa persona está en un estado emocional que no le abre posibilidades. Por otra parte, si por ejemplo alguien está en el entusiasmo, diremos que está en un estado anímico que le abre posibilidades.

Los estados emocionales están muy relacionados con la música. Podemos, por lo tanto, usar esta conexión de modo similar cuando hablamos de ánimos y emociones. Podemos decir que la gente y las comunidades tienen diferentes “músicas”, diferentes estados emocionales.

Cuando el coach escucha al coachee, además de lo que escucha basándose en lo que dice el coachee, también escucha “la música” en la que eso está siendo dicho, el estado emocional que se manifiesta en lo que el coachee dice.

El coach debe estar atento a escuchar y conocer la música del coachee y también a no dejarse atrapar en su música, es decir, estar atento a no fundirse en la emoción de su coachee para poder servirlo. Como coach me puedo conmover con lo que me cuenta mi coachee sin irme al mismo estado de ánimo o emoción. El coach acompaña al coachee hasta que pueda habitar una emocionalidad que le permita ver nuevas posibilidades.

El coaching ontológico es un proceso esencialmente emocional en que el ánimo del coach es tan importante como el del coachee. En la conversación de coaching tiene lugar una danza de dos mundos emocionales: el del coach y el del coachee.

Cualquier cosa que se haga en la conversación de coaching está basada en el contexto emocional que el coach sea capaz de generar y sostener. Si el contexto emocional no es apropiado, poco o nada puede ocurrir. En cambio si el contexto emocional es el adecuado, pueden ocurrir grandes cambios. El coach debe convertirse en un maestro para generar una emocionalidad adecuada en la conversación. Debe ser capaz de juzgar cuándo proponer un movimiento en la conversación (basándose en el contexto emocional existente), y cuándo es necesario esperar hasta que se haya creado el contexto emocional apropiado.

Una competencia importante en el coaching es el sentido de tiempo y oportunidad que debe desarrollar el coach. El coach debe saber cuándo dar y cuándo no dar un determinado paso. Los griegos llamaban kairos a este sentido de detectar el momento apropiado para efectuar una acción particular. Esta habilidad se relaciona fuertemente con la escucha.

Hay muchos aspectos que contribuyen a crear una emocionalidad dentro de la conversación de coaching. El ambiente físico de la conversación, el tono de voz del coach, la distancia física entre ambos, son elementos importantes para tener en cuenta.

Dominio corporal

Consideramos el cuerpo como un importante dominio de observación para el coach. Al mirar el cuerpo de una persona, el coach obtiene importantes claves para llegar a su alma. Un coach debe saber que la postura corporal de su coachee manifiesta sus emociones y conversaciones privadas. Al observar sus ojos, sus gestos y movimientos, puede leer lo que está ocurriendo en sus dominios emocionales y lingüísticos.

Los coaches ontológicos son Observadores competentes del cuerpo de las personas. A menudo logran saber qué reacción está teniendo el coachee incluso antes de que este se percate de ella, justamente porque el cuerpo habló antes, en su lenguaje propio.

Como sabemos, un Observador se produce a partir de un conjunto de distinciones. Sin distinciones, podemos observar muy poco o nada, aun cuando tengamos nuestros ojos bien abiertos y lo que suceda esté teniendo lugar ante nuestros propios ojos. El movimiento y la postura son el lenguaje del cuerpo. La forma en que estamos y la forma en que nos movemos expresa quiénes somos. Al mismo tiempo, con nuevas posturas y movimientos, nos transformamos poco a poco en alguien diferente.

El dominio del cuerpo no es solo importante en cuanto a lo que pueda observarse en el coachee. No debe olvidarse que este último también leerá el lenguaje del cuerpo del coach. Lo que dice nuestro cuerpo no es inocente. Por lo tanto, para convertirnos en buenos coaches, debemos estar conscientes de nuestra presencia, o sea de cómo somos escuchados, de lo que genera nuestra postura, nuestra mirada o nuestro tono de voz.

Si queremos ser escuchados con autoridad, podemos aprender en nuestro cuerpo a reflejar esa autoridad en movimientos y posturas; lo mismo si queremos ser escuchados con confianza, seguridad, entusiasmo o lo que requiramos para las conversaciones o los momentos de vida en los que estemos.

El rol de la intuición en el coaching

La conversación de coaching es una conversación sobre la vida y es a partir de la misma vida que ella debe ser desarrollada, es decir, es una conversación orgánica, que se va construyendo y va creciendo con la danza entre coach y coachee. En esa conversación, el coach, además de apoyarse en las distinciones que ha adquirido, usa también su intuición.

Conociendo tanto su oficio como sus propias experiencias, un coach se permite seguir sus intuiciones, lo que le dicen sus entrañas. Esta capacidad de seguir su intuición o de apoyarse en sus propias experiencias de vida como fuente de introspección, es decisiva para un coaching efectivo.

¿Cómo entendemos el fenómeno intuitivo?

En primer lugar, como seres humanos occidentales, nosotros hemos privilegiado la lógica y la razón al extremo de excluir otras formas de aprender en donde encontramos eventos inexplicables desde la lógica racional. Estas otras formas de aprender son percibidas como sospechosas, primitivas e irracionales.

El fenómeno intuitivo es la capacidad de registrar lo que nosotros vamos sabiendo que está más allá de una operación lógica o racional. Es aceptar que el coachee está dando señas de otro tipo no racional.

El fenómeno intuitivo tiene que ver con entender que tú y yo estamos conectados en muchas más formas que las que admitimos hoy en día en nuestra sociedad. Que la danza entre los dos es infinitamente más rica que una transacción intelectual en que yo te proveo información a ti y tú me provees información a mí. O que yo siento un poco de afecto por ti y tú también. Es mucho, mucho, mucho más grande que eso. Nosotros tenemos toda una resonancia emocional, nosotros estamos conectados con mundos que al conversar se conectan y permiten que afloren. Chispazos de saber que de otra forma no podrían aflorar. Asombros que no podrían surgir.

Si nosotros privilegiamos este otro tipo de conexiones, tenemos la capacidad en ciertos momentos de tener lo que yo llamaría golpecitos

intuitivos. Estos golpecitos, aparecen en mí como una voz interna que me dice: “me parece que eso no va por ahí” o “tengo la sensación de que lo que me estás diciendo me lo estás diciendo sin convicción” o “siento que no me estás contando la historia completa”, por ejemplo.

No podría contestar la pregunta ¿de dónde sé eso?; lo que puedo decir es que recibo muchas señales, escucho más allá de lo que literalmente me dice el coachee, o literalmente veo en su cuerpo o emoción, observando y dejándome tocar por aquello que llega a mí de una forma que no tiene explicación, que es una sensación que puedo convertir en una pregunta, y si no le pongo atención a estas señales, me puedo perder un espacio enorme en la interacción con el coachee.

Si un coachee habla sobre algo que le pasó en el trabajo, yo puedo intuir que tiene una tristeza profunda por otra cosa, o estoy con mi coachee y me está contando un quiebre y me aparece su relación con su mamá. Puede ser que el simple hecho de que la voz del coachee me empiece a mostrar cosas —o sus gestos o el movimiento de sus manos— pero de repente una extraña sospecha que no sé de dónde viene me dice que de pronto esto tiene que ver con algo que le pasó cuando era niño. Puedo ver cómo camina mi coachee o cómo se para y me puede parecer que se siente muy solo, o al ver su coherencia puedo intuir que viene de una vida con muchos golpes, que carga varias tristezas, que no las ha llorado… intuyo cuáles son las emociones que habita y cuáles no, o cuáles son sus juicios maestros, por ejemplo. La intuición y la observación de la coherencia del coachee van unidas.

Yo le pregunto a partir de lo que siento, lo que veo, lo que intuyo, y esas preguntas me permiten entrar en el alma de esa persona de una manera que de otra manera no hubiera podido entrar. El coaching se limita en forma dramática si el coach quiere hacer un análisis puramente mental lógico racional sin escuchar el saber que viene del lado emotivo e incluso de las percepciones corporales que son tan profundas y tan ricas.

Ahora, el gran enemigo de que el coach acepte y siga sus golpes intuitivos es que los transforme en afirmaciones finales. Cuando el coach acepta que esos golpes intuitivos son guías, pequeñas rutas por las que puede avanzar en su indagación, no debe pensar que son verdades

finales. El coach puede aceptar esas guías pero no transformarlas en afirmaciones absolutas.

A veces puedo tener ese golpe intuitivo y luego darme cuenta y decirle al coachee “parece que no era por ahí” y soltar aquello que intuí pero que no prosperó en la conversación. Mis intuiciones no son verdades, las verifico con mi coachee. Si generan la expansión de posibilidades, seguimos por esa línea y si no, buscamos otra línea de conversación. Mis intuiciones no son verdades; son solo mis interpretaciones.

Con la intuición el coach se abre a un mundo que le permite tener reflexiones que de otra manera no puede tener, y que le permite abrir un campo de preguntas que de otra manera no podría tener. El coaching no va a pasar porque yo le haga una interpretación inteligente al coachee. El coachee puede recibir 20 interpretaciones inteligentes y no le va a pasar nada. Solo le va a pasar algo en la medida en que su coherencia es afectada. Pero yo le puedo decir cosas muy inteligentes acerca de su quiebre, eso no quita que va a seguir con el quiebre.

El coach debe tener cuidado de transformar el coaching en un acto inteligente en el sentido de un acto muy mental, muy analítico. Como coach intervengo con todo mi ser, con el mundo emotivo que hay en mí, con mi capacidad intuitiva, con las distinciones que he aprendido, con mi capacidad de conectarme con la historia de esa persona.

Un momento especial: llegar al lugar donde se encuentra el alma

En el momento en que el coachee deja de vivir los juicios con los que ha vivido de sí mismo y los ve solo como juicios aprendidos en sus circunstancias históricas, emitidos por personas a las que les dio autoridad en un momento de la vida, por lo que fuera, en ese momento hay una liberación para poder aprender y para poder moverse del lugar donde está.

Y no basta solo con esto, por supuesto, pero ya hay un gran alivio. Una de las distinciones más importantes en el coaching es que el coachee distinga sus juicios como juicios y no como afirmaciones. Ahora, pueden haber sido impuestos por la historia. Hace un tiempo tuve una estudiante

africana negra que tenía incrustados en su alma los juicios que los colonizadores tenían de los negros en su país, los vivía como afirmaciones. “Somos inferiores”, “somos poco inteligentes”, “somos poca cosa”. Y cuando esta estudiante me dijo desde el fondo de su alma con qué juicios vivía de ella, yo le dije: “Bueno eso es lo que los colonizadores blancos decían de ustedes”. Esta mujer lloraba a mares al darse cuenta, y decía “Yo creí todos esos juicios”. Y le dije “Eso es ser colonizada; cuando tú crees que es verdad el mundo interpretativo del colonizador de quien eres, ahí fuiste colonizada, no solamente es la explotación económica. Tú te compraste ese cuento sobre ti y así te lo has vivido”.

Distinguir juicios de afirmaciones es una preciosa distinción que tiene el coach para permitir al coachee soltar esos discursos y emociones que lo tienen atrapado.

Otra competencia que desarrolla el coach es entender que mientras esta persona no cambie su mirada, tampoco va a cambiar de manera fundamental sus acciones. Si el coach se centra solo en qué es lo que hace el coachee sin acompañar a que sus ojos cambien, va a hacer cosas distintas pero va a producir más de lo mismo. Para que se produzcan realmente acciones que generen mundos diferentes, es fundamental que el coachee adquiera una mirada diferente.

Puede ver, por ejemplo, una interpretación distinta del mundo emotivo o una comprensión diferente de su historia cultural. O la capacidad de entender que los juicios con los que ha crecido eran los que estaban disponibles en ese espacio cultural en que vivía. O que su acción tiene que ver también con una interpretación de lo que es ser hombre o ser mujer, o que hace parte de una tradición, de una cultura, que no es una ocurrencia de un ser propio, aislado, que es él. Cuando el coachee, a través de la conversación de coaching ve eso, puede comenzar a elegir una historia diferente. Antes solo puede moverse dentro de las barreras de la historia en la que ha existido. Y eso hace del coaching un instrumento poderosísimo en el cambio de las personas.

El coaching ontológico explora estas conversaciones desde una cierta levedad del ser, que es esta capacidad de mirarnos con seriedad pero sin gravedad, con la posibilidad de coquetear con lo que somos. Una de las

competencias fundamentales del coach es el de mostrarle al coachee que podemos relacionarnos con nosotros mismos en este estado de levedad, sin gravedad ni afectación.

Cuando introducimos esta sensación de levedad, se genera un fuerte poder liberador ligado al coaching. Nos permite mirar nuestras historias solo como historias, tratar con nuestros juicios a sabiendas de que son solo juicios, examinar nuestras fronteras morales como declaraciones adquiridas, aceptar la facticidad de nuestras experiencias pasadas, observar nuestra forma de hacer las cosas simplemente como nuestra forma, relacionarnos con nuestros estados anímicos y nuestras emociones, sabiendo que podemos transformarlos. La vida es demasiado seria para ser tomada pesadamente.

Escrito por Julio Olalla y editado por José Luis Varela

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