el arquitecto cainita_caín y la primera ciudad

21
EL ARQUITECTO CAINITA (O CAÍN Y LA PRIMERA CIUDAD) En el cielo de Grecia, así como en el de Cananea, debían sonar campanas. Un rumor metálico recorría las alturas. El aire vibraba como si finas láminas de cobre entraran en resonancia. Al contrario que en otras culturas, la tersa bóveda celestial, reluciente bajo el impávido sol, no estaba hecha de bronce, pero acogía una serie de refulgentes cuerpos siderales: palacios deslumbrantes, forjados con metal, que divinidades herreras, como Hefesto[1] en Grecia o Kothar[2] en Cananea, habían labrado para la divinidad principal. Zeus no moraba a la intemperie en lo alto del Olimpo; del mismo modo, Baal no podía yacer bajo las estrellas. Los dioses-padres merecían un vasto palacio, suspendido en el aire, en el que recibían a la corte celestial. A dichos poderes celestiales no les gustaban mansiones de piedra o de barro, comunes entre los mortales, sino que sólo la luz o el metal reflectante era el material adecuado para levantar los altísimos techos y paredes tras y bajo los cuales los dioses supremos descansaban. La tarea de llevar a cabo la construcción de estos deslumbrantes palacios había recaído en una divinidad conocedora de los secretos de la forja, dominadora del fuego y de la sangre que circula por las venas de la tierra, compuesta por frías nervaduras metálicas a las que, en tanto que divinidad herrera y minera, tenía acceso. Del mismo modo, ya en la tierra, los templos más suntuosos y descomunales, como el santuario principal en la isla de la Atlántida, cuyas paredes eran cuidados

Upload: jorge-olguin

Post on 22-Dec-2015

6 views

Category:

Documents


2 download

DESCRIPTION

Caín

TRANSCRIPT

Page 1: El Arquitecto Cainita_caín y La Primera Ciudad

EL ARQUITECTO CAINITA (O CAÍN Y LA PRIMERA CIUDAD)

En el cielo de Grecia, así como en el de Cananea, debían sonar campanas. Un

rumor metálico recorría las alturas. El aire vibraba como si finas láminas de

cobre entraran en resonancia. Al contrario que en otras culturas, la tersa

bóveda celestial, reluciente bajo el impávido sol, no estaba hecha de bronce,

pero acogía una serie de refulgentes cuerpos siderales: palacios

deslumbrantes, forjados con metal, que divinidades herreras, como

Hefesto[1] en Grecia o Kothar[2] en Cananea, habían labrado para la divinidad

principal. Zeus no moraba a la intemperie en lo alto del Olimpo; del mismo

modo, Baal no podía yacer bajo las estrellas. Los dioses-padres merecían un

vasto palacio, suspendido en el aire, en el que recibían a la corte celestial. A

dichos poderes celestiales no les gustaban mansiones de piedra o de barro,

comunes entre los mortales, sino que sólo la luz o el metal reflectante era el

material adecuado para levantar los altísimos techos y paredes tras y bajo los

cuales los dioses supremos descansaban. La tarea de llevar a cabo la

construcción de estos deslumbrantes palacios había recaído en una divinidad

conocedora de los secretos de la forja, dominadora del fuego y de la sangre que

circula por las venas de la tierra, compuesta por frías nervaduras metálicas a

las que, en tanto que divinidad herrera y minera, tenía acceso. Del mismo

modo, ya en la tierra, los templos más suntuosos y descomunales, como el

santuario principal en la isla de la Atlántida, cuyas paredes eran cuidados

Page 2: El Arquitecto Cainita_caín y La Primera Ciudad

trabajos de orfebrería que combinaban metales y piedras preciosos con el

marfil, según cuenta Platón, estaban dedicados a aquellas divinidades

herreras, como Hefesto, en el caso del continente perdido.

Atenea o Prometeo fueron dioses constructores en la Grecia antigua.

Edificaron y enseñaron las técnicas edilicias a los hombres. Sin aquéllos, los

mortales no habrían podido sobrevivir en la tierra, azotada siempre por la

cólera divina ante la creciente pujanza humana. Pero ninguno construyó

palacio alguno para Zeus, pues sólo sabían trabajar el barro (Prometeo)[3] o la

madera (Atenea), pero no la materia con la que se edifican los soñadas

moradas divinas. Quizá por este motivo, el primer constructor humano griego,

Dédalo[4], era al mismo tiempo arquitecto, escultor y orfebre, diestro en los

trabajos con metales (hilos de oro que trenzaba, delgadas placas de metales

preciosos que martilleaba sobre una estructura de madera, pesados muros y

puertas broncíneos, como las murallas que rodeaban el Hades y los anchos

vanos que sellaban el paso a los Infiernos y retumbaban cavernosamente

cuando se cerraban para siempre tras las sombras en pena que abandonaban el

mundo de los vivos). Sus construcciones, como el laberinto, se asemejaban a

endiabladas filigranas que trenzaban, como si de finos hilos de oro se tratara,

pasadizos que atrapaban, al igual que una invisible redecilla metálica, a los

incautos. Incluso las primeras estatuas, obra de Dédalo, se componían de

delgadas láminas de cobre o de bronce dispuestos sobre una estructura de

madera. En el principio, las creaciones, arquitectónicas y escultóricas,

refulgían como duras pupilas divinas.

Mircea Eliade[5] defendía que los herreros fueron los primeros artistas, los

creadores del mundo. Apreciados, aunque temidos, por el control que ejercían

sobre el fuego y los metales –elementos antitéticos que contraponían la dureza

y lo danzante, lo gélido y lo ardiente-, los herreros vivían apartados,

encerrados en rugientes forjas de las que, sin que se supiera bien cómo se

lograba, salían joyas, armas, útiles cortantes, y las broncíneas paredes de los

templos principales y de las moradas celestiales que sólo las almas de los

difuntos alcanzaban a descubrir en su tránsito hacia lo más alto. Físicamente

eran casi unos monstruos. La noción romántica del genio, según la cual el

artista inspirado crea en connivencia con potencias infernales que le alientan,

le inspiran ideas endemoniadas, se enraíza en la primigenia concepción del

herrero, cuyos gestos aplacan o soliviantan las llamas. Pero este íntimo

contacto con la energía vital de la tierra dejaba graves secuelas físicas. Los

Page 3: El Arquitecto Cainita_caín y La Primera Ciudad

herreros vivían cerca del fuego al que no podían dejar de cuidar día y noche.

No podían abandonar la forja. Casi nadie había podía verles. Aquélla, en cuyo

oscuro interior resoplaban las llamas, estaba ubicada lejos del poblado, en los

límites mismo del espacio habitado, para evitar que las llamas, en un momento

de descuido, pudieran acaban con el pueblo. La lejanía, y el bramido de la

hoguera, que el espacio interior amplificaba, como una voz cavernosa, dotaban

a la forja y a los herreros de un aura temible. Nadie sabía a fe cierta que ocurría

en el interior del taller. La falta de ventanas impedía otear cómo se trabajaba,

se controlaba el fuego, se licuaban los metales que adoptaban mansamente las

formas más insospechadas. Hojas cortantes, puntas aguzadas, curvadas

cuchillas de hoces aceradas, de la forja salían inmisericordes útiles afilados

con los que se cultivaba la tierra y se cercenaban vidas.

El recinto aparecía como un espacio mágico, encantado, y aterrador.

Encerrados tras los gruesos muros del taller, carentes de oberturas, a fin que

las llamas no pudieran desmandarse, el espacio que los herreros ocupaban era

muy reducido. Por este motivo, las piernas, cuyos músculos apenas se

ejercitaban, se quedaban en los huesos. Por el contrario, los brazos, que debían

activar pesados sopletes y manejar gruesas pinzas de hierro, sin que el fuego

los alcanzase, se curvaban como garfios y se desarrollaban en exceso, como los

imponentes, y algo ridículos, músculos de Hércules. En Grecia, los míticos

primeros herreros, llamados los Carcinos, hijos de Hefesto, el dios de la forja

que, al igual que éstos, vivía en la isla de Lemnos, eran unos descomunales

cangrejos. El término griego karkinos (cangrejo) también significaba pinza[6].

Los garfios superiores de los cangrejos se asemejaban a los brazos deformes de

los herreros, endurecidos por el fuego, convertidos en eficacísimos

instrumentos, unidos indisolublemente con las tenazas metálicas que

manejaban, fusionados con éstas, curvados de tanto rodear el fuego. Al mismo

tiempo, los cangrejos se desplazan de lado, debido a la desproporción que

existe entre los miembros delanteros y posteriores, y sus movimientos

erráticos recuerdan los andares renqueantes de los herreros, incapaces de

desplazarse en línea recta debido a sus débiles piernas, cargadas por el

excesivo peso de los brazos hipertrofiados. Los Carcinos eran seres

primordiales, anteriores a las divinidades olímpicas. Cuando Hefesto nació, ya

recorrían las entrañas de la tierra desde tiempos inmemoriales. Al igual que

los Curetes (inventores del chalkos, el bronce), los Dactilos (cuyo nombre venía

de dactulos o dactilos, dedo, por la inaudita agilidad de las manos, hábiles en

Page 4: El Arquitecto Cainita_caín y La Primera Ciudad

los trabajos artesanos, especialmente los de la forja que requerían un control

certero sobre las extremidades superiores a fin de no acabar escaldado y poder

templar el metal) y los Telquines (del verbo thelgoo, encantar, operar mediante

ardides o sortilegios), el mundo ya les pertenecía cuando Zeus, a quien

cuidaron de niño, nació. Cuando el diluvio, del que sobrevivieron, ya poblaban

las tierra, y su sabiduría y sus ardides eran legendarios. Se les adoraba –y se

les temía como a magos cultos e inquietantes. Pero los hombres no podían vivir

sin ellos. Todo lo que los humanos sabían, todas las artes y las técnicas gracias

a las cuales domesticaron la tierra, les fue enseñado por estos genios

ancestrales que incluso construyeron los primeros templos.

Los herreros, cuyo trabajo no se distinguía del obrar de los magos, y que los

alquimistas, ya en época cristiana, prosiguieron (tratando de reencontrarse

con el metal primordial, áureo, cuando, debido a la caída, la materia opaca no

había eclipsado el eterno fulgor del oro, que era la carne de los dioses), eran,

entonces, considerados, en todas o casi todas las culturas, como unos héroes

fundadores o civilizadores, de quienes dependían los medios con los que los

mortales pudieron sobreponerse a todas los calamidades con los que los

nuevos dioses les afligieron.

Entre estos avances con los que la suerte de los humanos mejoró se hallaban

las ciudades. La organización del espacio, delimitándolo y parcelándolo, así

como la erección de muros defensivos, de un techo protector, fueron un

excelente método de supervivencia. Los hombres, hasta entonces

desperdigados, abandonados, pudieron reagruparse y cobijarse. El nacimiento

de la arquitectura, agudamente contado por Vitrubio (De architectura, II, 1),

culmina un proceso de lenta socialización, alrededor de un “hogar” –un fuego,

y también una morada. Un día, un rayo prendió en unas ramas muertas. Las

llamas se extendieron. El frío invernal cesó, y las tinieblas se disiparon. Los

hombres aprendieron a controlar el fuego, y luego a despertarlo. Se juntaron

formando corrillos alrededor de la lumbre. Las lenguas se soltaron. Los

humanos empezaron a comunicarse, a convivir, a compartir conocimientos,

bienes y espacios. Los primeros cantos se alzaron, y las danzas. Los pasos de

los bailarines trazaban líneas, al principio inconexas, semejantes a

enrevesados, laberínticos trazos, que poco a poco dibujaban, abrían caminos

en el la tierra, componían surcos que iban parcelando el suelo[7]. Fueron las

artes del fuego las que alumbraron un lugar, cálido y luminoso, donde

refugiarse, calentarse, sintiéndose protegido.

Page 5: El Arquitecto Cainita_caín y La Primera Ciudad

No sólo los dioses de la forja fueron arquitectos. También los ceramistas, que

necesitaban del fuego para cocer, y animar, sus creaciones, supieron crear

espacios de acogida. Así, Prometeo, en Grecia, modeló estatuas con barro, creó

incluso a los hombres, con la materia primera de la diosa-madre, y luego les

entregó el fuego, robado del carro solar, para que no se perdieran en la noche y

supieran, gracias a sus consejos, modelar y cocer ladrillos, y levantar paredes y

techumbres, componiendo moradas, al abrigo del destino inmisericorde:

“Prometeo: (…) en un principio, aunque tenían visión, nada veían, y, a pesar de

que oían, no oían nada, sino que, al igual que fantasmas de un sueño, durante

su vida dilatada, todo lo iban amasando al azar.

No conocían las casas de adobe cocidos al sol, ni tampoco el trabajo de la

madera, sino que habitaban bajo la tierra, como las ágiles hormigas, en el

fondo de grutas sin sol.

(…) Hice que vieran con claridad las señales que encierran las llamas, que

antes estaban sin luz para ellos. Tal fue mi obra.

Bajo la tierra hay metales útiles que estaban ocultos para los hombres: el

cobre, el hierro, la plata y el oro. ¿Quién podría decir que los descubrió antes

que yo? Nadie –bien lo sé-, a menos que se quiera decir falsedades”[8].

Prometeo, ¿un herrero? Bien lo tenía que ser, si quería edificar a y para los

seres humanos.

Esta equiparación entre el herrero y el arquitecto, que daba lugar a una visión

tan positiva del espacio construido, tan común en Grecia, ¿se podía aplicar al

mundo hebreo?

Es sabido que la imagen de la ciudad que la Biblia ofrece está torcida. La

Jerusalén celestial, que no requería templos para cobijar a la divinidad, era

equiparada al Paraíso (en el que, bien es cierto, no cabía ciudad alguna), pero

la misma ciudad terrenal, pese a estar bajo el influjo -o el embrujo- de su

modelo aéreo, no siempre fue bien recibida. Para Pablo (quien no se apartaba

de la tradición bíblica), la relación que la ciudad visible establecía con su

modelo celestial era la misma que Agar, la esclava de Abraham, mantenía con

Sara, su esposa: la Jerusalén celestial era una madre, libre; la terrenal estaba

reducida, esclavizada (Ga 4, 25-26). Isaías (Is 1, 21) se preguntaba cómo

Jerusalén había podido degradarse tanto hasta convertirse en una prostituta,

Page 6: El Arquitecto Cainita_caín y La Primera Ciudad

en un nido de asesinos. Sodoma y Gomorra, añade el profeta (Is 1, 9-11), se han

erigido en los modelos de las ciudades de Sión. Si las ciudades de Israel

merecían semejante consideración, las urbes extranjeras, de las grandes

potencias (Asiria, Babilonia), eran indefectiblemente proscritas. Habrá que

esperar la descripción del palacio del legendario rey-sacerdote Juan, ya en

plena Edad Media (s. XII), para que la ciudad Babilonia, convertida en una ala

de su gigantesco palacio celestial, construido mil años antes por el apóstol

Tomás, el patrón de los arquitectos, para Gundosforo, el rey de la India, dejara

de ser arrastrada en el lodo y mereciera un juicio positivo[9]. A la ciudad de

Damasco (también condenada por Jeremías a perecer por el fuego –Jr 49, 23-),

Isaías augura un final próximo entre escombros, abandonada a los rebaños (Is

17, 1-2). Todo el texto profético de Isaías es una invectiva contra algunas

grandes ciudades mesopotámicas: Babilonia, Tiro, Damasco, Asur (“Quebraré

Asur en mi país, la pisotearé sobre mis montañas” –Is 14, 24-). La ciudad es

sanguinaria, mancilla el suelo con deshechos, y mancilla su nombre, tan llena

de desórdenes como se halla, advierte Ezequiel (Ez 22, 2-4). El profeta

visionario se refiere a Jerusalén, la ciudad material, hecha carne, pero su

diatriba bien podría dirigirse hacia cualquier urbe.

La edificación, sin embargo, no estaba proscrita en la Biblia, siempre que el

arquitecto fuera Yahvé. Las ciudades de Judea, anunciaba un salmo (Sal lxix,

36), fueron construidas por Dios; los hombres no dejarán de construir en vano

si, previamente, Yavhé no ha levantado una casa (Sal cxxvii, 1), como si de un

acto modélico, y de una forma paradigmática, se tratara[10]. Tras la maldición

y la destrucción, Yavhé levantó de nuevo los muros de Jerusalén con piedras

preciosas, las almenas, con rubíes, y dispuso los cimientos de la muralla sobre

zafires (Is 54, 11-12). Las piedras se alzaban sobre quistes de luz. Del mismo

modo, restauró personalmente todas las ciudades de Judea convertidas en

ruinas (Is 44, 26). Desde luego, Pablo no dudó en presentar a Dios como

arquitecto y creador de una ciudad, dotada de todos los cimientos necesarios,

que tenía que ser entregada a Abraham (He 11:10)[11]

Sin embargo, la arquitectura era juzgada de manera muy distinta cuando

incumbía a los seres humanos. Cuando Yavhé construía, se consideraba que

ayudaba a su pueblo, mientras que la edificación por parte de los hombres era

juzgada como un acto de soberbia. El hecho de que importantes urbes se

asentaran en Asiria y en Babilonia, que asediaban a Israel, no debía contribuir

a mejorar la imagen de las grandes aglomeraciones urbanas.

Page 7: El Arquitecto Cainita_caín y La Primera Ciudad

En Sumer, en los inicios era la uru-ul-la (la ciudad eterna o de un tiempo

lejano)[12]. Antes de que Nammu, la diosa madre, confundida con Abzu[13],

las insondables aguas primordiales, diera a luz, en medio de un remolino

acuático, a los principales dioses celestiales (An, Enlil, Enki, etc.), antes de que

los ríos (id, que también denomina las aguas matriciales), las marismas, las

tierras y los juncales fueran establecidos, en la tierra se hallaba uru-ul-la; la

uru-ul-la era todo el espacio, como si el mundo en ciernes estuviera contenido

en lo que se podría traducir por la ciudad de los orígenes. Dioses y humanos

aún no existían y, sin embargo, la urbe primordial estaba habitada: las almas

de los difuntos moraban en ella. Y de la ciudad de los muertos, sumida en la

más absoluta oscuridad, la vida y la luz emergieron. La ciudad precedía la

creación del mundo. Según alguna cosmogonía sumeria, aquélla era

considerada como la condición para que el mundo visible e invisible llegara a

ser. Incluso en aquellos mitos de los orígenes en los que la ciudad no

preexistía, en los tiempos anteriores al diluvio, cuando los hombres no habían

aún sufrido un segundo y definitivo castigo, siete ciudades, creadas y habitadas

por divinidades, consideradas por este motivo sagradas, se destacaban muy

por encima del resto de las urbes fundadas tras el descenso de las aguas. Las

ciudades no fueron edificadas como un último refugio sino como un espacio

creador, en el que la vida se alumbraba.

Sin embargo, la concepción de la creación del mundo era, para los hebreos,

muy distinta a la que imperaba en Mesopotamia. El Paraíso, al igual que la

Edad de Oro en el mundo latino, carecía de ciudades. Los mortales, en ausencia

de enemigos (alimañas, espíritus y fantasmas, semejantes envidiosos y

divinidades airadas), no necesitan un techo protector ni muros de defensa

algunos. Toda la tierra, a la sombra del árbol de la vida, era perfectamente

habitable. Y dioses, hombres y animales moraban en absoluta armonía, como

lo muestran los nostálgicos cuadros norteños manieristas, pintados por

protestantes, que representan el Edén y evocan tiempos de pureza tan alejados

del boato católico romano.

Tras la caída, el hombre tuvo que esconderse y protegerse (de sí mismo y del

iracundo ojo divino[14]); necesitaba ocultarse y, al mismo tiempo, descansar

en un cobijo en el que, refugiado, pudiera detener su huida eterna a la que

dios, por haber cometido el primer crimen de la historia que determinaría el

destino de los mortales, le había condenado.

La primera ciudad, según la Biblia, fue obra de Caín[15]. Eva era su madre.

Page 8: El Arquitecto Cainita_caín y La Primera Ciudad

Sobre este punto, no caben dudas. Pero, ¿y el padre? ¿Acaso era Adán? El texto

bíblico nos explica que, tras haber dado a luz a Caín, su primer hijo, Eva

exclamó: “he ganado un hombre con Yavhé” (Gn 4:1). Yavhé, ¿padre de

Caín[16]? ¿Era, entonces, Eva, una diosa? ¡Cuánto no se ha escrito sobre esta

enigmática frase. ¿Enigmática? Quizá, por el contrario, demasiado clara. Se ha

comentado a menudo que la insólita creación de Eva, a partir de una costilla de

Adán, habría sido inspirada por un mito sumerio según el cual, Enki -el dios

que modeló al prototipo de los hombres, que les educó y les ayudó a

sobreponerse a su sino, enseñándoles, como más tarde haría el griego

Prometeo, a edificar templos y ciudades, a cultivar y a irrigar los campos y a

organizar equitativamente el espacio-, tras crear y ordenar el mundo, se

desmandó. Empezó a actuar sin respetar las leyes de la naturaleza. Como un

ser ensordecido, ingirió plantas primigenias, hijas de la diosa-madre, a la que

le faltó el respeto. Fue entonces cuando un atroz dolor le azuzó, entre otras

partes del cuerpo, el costado. La diosa-madre lo abandonó a su suerte. Había

violentado el ordenado reino natural. Enki supo hallar un remedio que

restableció el equilibrio: creó a una diosa, llamada Ninti, afín de que lo curara

y lo atendiera. Ti, en sumerio, significa costilla: Nin-ti era la Señora de la

costilla. Era, de algún modo, el hada madrina, la cuidadora del dios, que supo

serenarle[17].

Quizá queriendo hacer un juego de palabras, Eva, con su exclamación

desafiante, dio nombre a su hijo: Caín. En efecto, Eva afirmó: “ganiti, es decir,

he obtenido”. El verbo qanah (nhq), en hebreo, significa obtener, ganar. Pero

también nombra la acción gracias a la cual se obtiene una ganancia, un bien o

un ser: crear, incluso engendrar. El verbo no carece de importancia. Nombra la

creación por excelencia, la creación de vida. Así, la Sabiduría sostiene que

“Yavhé me creó (qnny), primicia de su actividad, antes de sus obras antiguas”,

que fue “engendrada (por Él) (concepta, en la Vulgata) cuando no existían los

océanos, cuando no había manantiales cargados de agua” (Pr 8: 22, 24). Del

mismo modo, David, confuso y maravillado, alababa a Yavhé “porque tú has

formado (qny) mi cuerpo, me has tejido (skny) en el vientre de mi madre” (Sal

139: 13). En este caso, el acto creativo era comparado o equiparado al de un

tejedor o una tejedora. Qanah (crear) equivalía a sakhak (tejer). Huesos,

ligamentos y músculos se entremezclaban como la trama y la urdimbre de una

tela. En este ejemplo, además, la creación evocaba el gesto del primer

arquitecto uniendo fibras vegetales, cañas, juncos o ramas para conformar la

Page 9: El Arquitecto Cainita_caín y La Primera Ciudad

estructura y los paramentos de la primera morada. Tejido también estaba el

cuerpo desgarrado de Job: “me tejiste (skkny) de huesos y tendones” (Jb

10:11).

Qanah podría estar emparentado con bara (los especialistas discuten sobre

una posible raíz común). Este verbo, que se traduce por crear, nombra las

acciones de Yavhé descritas en el Génesis, desde la creación del mundo hasta

los seres vivos. Bara (y banah) tienen su equivalente en acadio: banû. Este

verbo común denomina toda una serie de empresas divinas que tienen como

fin el establecimiento del mundo. En el célebre poema cosmogónico babilónico

Enuma eliš, así como en otros textos, banû es reiteradamente empleado para

designar la aparición del cielo, el río cósmico, las aguas primordiales (el Apsû),

los dioses (Ee, I, 9; 12) los astros, las nubes (Ee, V, 48), el polvo de donde sale

todo y al que todo retorna (Ee, I, 107), las plantas, el ser humano (Ee, VI, 7; 33);

incluso fenómenos naturales como el diluvio, y las propias obras de arte (desde

edificios –Ee, IV, 145- hasta simples imágenes –Ee, V, 75-): todos han sido

“banû”, es decir, creados o engendrados[18]. Banû aún resuena en castellano:

la palabra “albañil” deriva, a través del árabe, del verbo acadio[19]. Es decir, se

trata, y Bottéro insiste en este punto, en un término procedente del

vocabulario arquitectónico, que nombra las acciones de un constructor, las

cuales son asumidas como un referente para toda clase de gestos creativos

(divinos y humanos) que tienen como fin el alumbramiento de seres y entes. En

tanto que ejerce la acción de banû, la divinidad o el hombre se comporta como

un constructor que da forma, crea formas. Así, en la traducción griega de la

Biblia hebrea, el verbo hebreo banah (crear) se traduce habitualmente (en la

descripción de los inicios en el Génesis, por ejemplo) por poiein (hacer,

fabricar, confeccionar objetos pequeños y obras de arte tales como estatuas, así

como edificar moradas, templos, altares; también significa inventar, incluso

crear, alumbrar), pero también por ktizein (fundar) y kataskeuazein (aparejar,

construir, amueblar): “Alzad a lo alto los ojos y ved: ¿quién ha creado

(katédeizen; en hebreo bânâ) estas cosas?”, exclamaba Isaías (Is 40:26). “En él

(Cristo), fueron creadas (ektísthe; en la Vulgata, condita –fundadas-, lo que

corrobora el vocabulario arquitectónico) todas las cosas” (Col 1:16), sostenía

Pablo. Estos verbos pertenecen al vocabulario de la arquitectura; en particular,

ktizein se refiere sobre todo a los gestos de un fundador de ciudades[20]. Un

ktistes (un “escita”) no es un simple creador, sino que se trata de un fundador

de asentamientos humanos. Su tarea se centra en la preparación del terreno a

Page 10: El Arquitecto Cainita_caín y La Primera Ciudad

fin de permitir que los humanos se instalen para siempre. Así, el “escita”

desbroza el territorio, cultiva las tierras y funda ciudades, tres acciones que se

nombran, en griego, con el verbo ktizein, entre los que destacan, para nuestro

estudio, los que se refieren a la las fases iniciales de la edificación: delimitar,

parcelar y levantar estructuras. De lo que se deduce que la suerte de los

colonos depende del ktistes. Sin él, seguirían su vida errante, sin hallar donde

instalarse definitivamente, un destino no muy distinto al de Caín, condenado a

errar eternamente tras el fratricidio cometido, toda vez que los colonos han

sido desterrados de la metrópoli por los crímenes o faltas cometidos que

manchan el buen nombre de su ciudad natal (a la que no podrán retornar) y

causan toda clase de males, como los que asolaron la ciudad de Tebas tras los

actos impíos que Edipo llevó a cabo.

La posible etimología del nombre propio Caín con el verbo qana estrechaba

aún más la relación entre el primogénito de Eva y el acto fundacional. Algunos

estudiosos[21] piensan que existiría, gracias a una raíz común, una conexión

entre el verbo qana y el sustantivo qaneh (en acadio, qanû). Por lógica, dicha

conexión parece fundada. Podemos intuir el significado de qaneh (o qanû), ya

que varias lenguas modernas poseen una palabra que deriva de una lengua

semita (el árabe, sin duda, derivado del acadio): una caña (une canne, en

francés, a cane, en inglés, etc.). Los juncos eran materiales de construcción

básicos, no sólo en el Próximo Oriente antiguo sino, hasta el endurecimiento

del gobierno iraquí a mediados de los años noventa, en las marismas del delta

del Tigres y el Eúfrates (hoy en el sur de Irak), desecadas por orden de Sadam

Husein. Andamios, elementos estructurales e incluso paramentos estaban

hechos con cañas que se confundían con las que la brisa mecía sobre las

quietas aguas de las marismas, según cuenta la autobiografía del rey

Gudea[22]. Las construcciones, insertadas sobre islas artificiales, hechas de

cañas apiladas, en medio de los juncales, se mezclaban con éstos. La caña

erguida, con la que se fabricaba el bastón de mando real, era lo que ordenaba el

territorio. Qanû deriva del sumerio GI (caña). Este término entra en la

composición de la expresión sumeria gi-na, que se traduce por ser estable.

Ésta, a su vez, ha dado lugar al verbo acadio kunnu, de donde deriva kânu (que

no qanû –un sustantivo-, aunque la raíz sumeria es la misma, y ambos se

refieren a realidades interrelacionadas y poseen un abanico de significados

parecidos). Kânu quiere decir instalar, establecer. Designa la acción de un

arquitecto o un fundador cuando delimita un territorio, abre vías de

Page 11: El Arquitecto Cainita_caín y La Primera Ciudad

comunicación y traza canales, y enraíza una construcción cuyos cimientos se

adentran profundamente en el subsuelo. Así, por ejemplo, cuando, en una

oración en acadio, se alababa al dios de la arquitectura Ea (Enki, en sumerio)

por su acción creadora, cuando hubo fundado la tierra tras el primer gesto del

dios supremo o dios-padre Anu (An, en sumerio) con el que engendró (rehû) el

cielo, el verbo empleado, que es equiparado, puesto al mismo nivel, con rehû –

procrear-, es kunnu[23].

Ocurre que el participio pasado acadio kunnu, fijo, fijamente establecido,

traduce las nociones englobadas por el término sumerio zid, que son no sólo de

orden físico, diría que arquitectónico o espacial, sino moral –si es que se

pueden separar, ya que la verticalidad siempre se asocia a nociones de rectitud,

y lo curvo o lo torcido, a lo impuro, lo desviado o lo siniestro-. Desde luego, nos

encontramos nuevamente con un término propio del vocabulario

arquitectónico, que alude a los beneficios de la construcción. Zi o zid significa

recto o derecho, firme, bien hecho, con todas las connotaciones que aún

imperan hoy en día, como ya hemos mencionado. No debería extrañarnos,

entonces que zi también significase vida, la vida que el trabajo (recto) del

arquitecto, organizando el espacio y erigiendo abrigos y techos protectores,

aporta y garantiza. Estas instalaciones están sólida y firmemente colocadas. La

desdibujada, ensombrecida vida del nómada cobra vigor y nitidez cuando halla

por fin un espacio donde detenerse. El gesto o la gesta del fundador y del

constructor es una apuesta por la vida y permite que ésta pueda desarrollarse,

creando espacios iluminados en medio de la noche.

Lo que se desprende de estas consideraciones es una ruptura entre intenciones

y logros. El dios sumerio de la arquitectura Enki (o Ea) era un maestro en

ardides que algunos han comparado con los tricksters de las culturas

tradicionales[24], dioses o genios maestros en las artes del engaño y la ilusión,

capaces de imponerse, no por la fuerza, sino por la astucia, aprovechándose de

la situación. Del mismo modo, Caín no es una figura luminosa. El crimen que

comete precede la construcción de la primera ciudad. Pensamientos retuertos

dan lugar a obras rectas. Los creadores o fundadores, ¿tienen que ser seres

dúplices o criminales? La rectitud ¿solo incumbe a las acciones de una figura

caracterizada como siniestra? Si Caín no hubiera cometido el primer crimen,

¿seríamos aún unos seres errantes, perdidos en el desierto?

El nombre de Caín podría tener otro origen –que, pese a la diferencia con el

origen comentado hasta ahora, no se aparta del perfil establecido, al que

Page 12: El Arquitecto Cainita_caín y La Primera Ciudad

matiza y dota de una mayor complejidad-. Según algunos estudiosos, se habría

originado a partir de una raíz distinta. Caín provendría del hebreo qayin, el

cual, a su vez, sería una traducción del sumerio (si es que el término es

sumerio) tibira: escultor o metalista, herrero, en suma[25]. Tibira se escribe

mediante dos signos cuneiformes: DUB y NAGAR. El primero, leído como urdu

o urudu, significa cobre; el segundo, carpintero. Este último signo, en acadio

(se leía alluttu o kušu), servía para denominar al cangrejo, las pinzas o tenazas

(del herrero) y, finalmente, precedido del determinativo mul (estrella, en

sumerio), que designaba las constelaciones, la constelación de Cáncer : en

sumerio mulAL.LUL, “sede de Anu”, el dios-padre[26]. Al es azada –cuya

forma curva recuerda la de las pinzas del cangrejo-; lul, se traduce por falso,

engañoso, criminal incluso. La imagen del gran cangrejo es despiadada,

semejante a las del dios griego Marte cuando cruza la constelación-. La figura

de Caín, el agricultor, cuyos frutos fueron rechazados por Yavhé a favor del

sacrificio de corderos recién nacidos por parte de su hermano gemelo Abel, no

está lejos.

Retornamos a territorios ya explorados. Caín era el herrero –y, por este

motivo, podríamos pensar, lógicamente edificó la primera ciudad. Cáncer luce

en julio, el mes durante el cual una divinidad menor sumeria, creada por Enki,

llamada Kulla, podía secar al sol los ladrillos hechos con barro moldeado, y

empezar a levantar muros sin problemas ya que el suelo, tras las importantes

lluvias primaverales que llegaban a provocar inundaciones, estaba seco. Por

otra parte, se trataba de una constelación con muy pocas estrellas, cuyo brillo

es débil. Se consideraba entonces que el cangrejo celestial era negro (como la

piel requemada del herrero) y ciego (como todos los que trabajan encerrados y

ante un potente foco de luz como un hogar, cuyas llamas queman las pupilas).

Puede sorprender que al herrero se le denominase mediante la unión de las

palabras cobre y carpintero; sin embargo, los primeros trabajos de metal,

como los que, en Grecia, efectuaría Dédalo, no eran productos de fundición,

sino que estaban compuestos por finas láminas metálicas martilleadas y

clavadas sobre un andamiaje, oculto, de madera. Dado que las primeras

edificaciones eran de madera, el carpintero era un constructor en el

imaginario antiguo. Atenea, una de las divinidades griegas protectoras de los

constructores, también lo era de los carpinteros. La arquitectura, como el

primer templo de Delfos, obra de Apolo (el dios de la arquitectura griego), se

componía mediante un recubrimiento vegetal o de barro, un trenzado vegetal

Page 13: El Arquitecto Cainita_caín y La Primera Ciudad

sobre un perfecto entramado de vigas y pilares de madera.

Caín mató a su hermano Abel. El motivo del crimen no está claro. Yavhé habría

aceptado las ofrendas de este último, y rechazado las de Caín[27]. Se ha dicho

que Caín sintió celos de su hermano, mas el texto del Génesis es alusivo; nada

aclara sobre la causa del crimen. Lo único que se sabe es que Caín cometió un

fratricidio. Condenado a errar, fue expulsado del Paraíso. Huyó hacia el este

del Edén, donde fundó una ciudad. La primera ciudad. ¿Existe una lógica que

justifique esta sucesión de acciones: del crimen a la fundación[28]?

Tras el fratricidio, Yavhé condena a Caín al destierro: el suelo fértil cesa de

acogerlo. Por más que se esfuerce cultivando la tierra, ésta se volverá

súbitamente yerma. Caín sabe que se convertirá en un ser errante recorriendo

la tierra sin rumbo. Después de obtener la protección de Yavhé a fin de impedir

que cualquiera lo mate (la tierra, al parecer, estaba ya poblada, no se aclara

por quienes), Caín se refugió en el País de los Errantes (llamado Nod, de nud,

ir de un lado para otro), al este del Edén. Desde luego, en esta tierra se daban

las condiciones para instalar una ciudad. Nadie descansaba aún ni tenía un

espacio propio donde asentarse y morar. La ciudad iba a convertirse en lo que

detendría el incesante y errático deambular, constituyéndose en una meta que

orientaría y finalizaría el movimiento sin rumbo. “Caín conoció a su mujer que

dio a luz a Enoch. Se convirtió en un constructor de ciudades y dio el nombre

de su hijo a la ciudad, Enoch. A Henoch le nació Irad…” (Gn 4: 17-18). Como

Hallo[29] ha observado agudamente, el texto (tanto en lenguas modernas

como el español, el inglés o el francés, como en la Vulgata o en los Setenta –la

Biblia griega-) es ambiguo. No queda claro que el constructor sea Caín. Podría

ser Enoch. El nombre Enoch, con el que concluye la primera frase antes citada,

podría ser una exclamación. En este caso, la ciudad, levantada por el hijo de

Caín, llevaría el nombre del nieto de éste, Irad, palabra que Hallo asocia al de

la ciudad sumeria de Eridu. En el imaginario sumerio, ésta era considerada

como una de las siete ciudades antediluvianas, a las que precedía. Estaba

situada en las aguas primordiales del Abzu, y Enki, el dios-constructor

mesopotámico, quien inventó las artes edilicias y enseñó a los hombres a

edificar, era su divinidad tutelar. La primera ciudad, ¿era Enoch (palabra,

derivada del verbo hanak que significa empezar, dedicar, por lo que Enoch

sería la ciudad de los inicios, pero también la ciudad bendecida) o Irad

(también la ciudad de los comienzos)? Desde luego se trataba de una creación

ligada al origen mismo del mundo.

Page 14: El Arquitecto Cainita_caín y La Primera Ciudad

Sin embargo, un quiebro se habría producido en el proceso de creación del

mundo. La ciudad no era obra de Yavhé sino de Caín, o un descendiente suyo,

perteneciente a un linaje maldito (la posteridad de Caín es pródiga en

criminales, como Lamek, quien mató a un hombre y a un niño –Gn 4: 23-).

La figura excepcional del héroe civilizador y del héroe fundador, marcada por

la “gemelidad”, un nacimiento extraordinario anunciado por hados (Jesús,

Semiramis), casi siempre funestos (Segismundo, Perseo), una infancia rica en

acontecimientos extraordinarios (como la expulsión, encerrado en una cesta,

común a Moisés, Perseo, Sargón I, y Rómulo; la entrega al espacio indómito,

asilvestrado, de la selva, el río o el mar), y la capacidad de cometer actos

excepcionales, desde luchas dantescas con monstruos descomunales (a

menudo serpientes o dragones espantosos), que incluso violan las reglas de

convivencia (cometiendo crímenes horrísonos), que son rasgos que definen a

menudo estas figuras, está presente en muchas culturas[30]. Recordemos

incluso los enfrentamientos cósmicos entre Yavhé y Leviatán, Zeus y Tifón, o

Apolo y Pitón. Esta figura mítica está marcada por la alternancia de actos

destructivos y constructivos, de asesinatos seguidos, expiados por acciones

que, de alguna manera, devuelven la vida que ha sido truncada. Estos actos

tienen como fin la fundación de una ciudad. De Caín a Hércules, pasando por

Edipo, Orestes, Sargón I, Seminaris, Alejandro (lista en la que héroes míticos

alternan con figuras legendarias y personajes reales cuya vida adquirió pronto

tintes heroicos), gran parte de los fundadores de ciudades presentan una

biografía bastante común que, pese a las diferencias culturales y locales,

parece seguir un guión parecido (en el que, no obstante, no siempre figuran

todos los motivos míticos que componen la biografía de, por ejemplo, Cadmo,

el mítico fundador de Tebas[31]). La turbia personalidad del fundador era lo

que le facultaba para emprender una tarea tan hercúlea como la fundación de

una ciudad que solía concluir un viaje errático tras la expulsión de la ciudad

natal debido a los desmanes cometidos o los negros presagios que invitaban a

deshacerse de una figura tan potencialmente conflictiva. El mismo dios griego

de la arquitectura, Apolo, no era la luminosa y mesurada figura concebida en el

Clasicismo, sino un dios ávido de sangre que recorría Grecia puñal en mano,

como ha mostrado Detienne. Sin embargo, si bien algunos historiadores

romanos se sentían incómodos ante la personalidad del fundador de Roma

(quien asesinó a su hermano gemelo Remo antes de –o a fin de- emprender la

delimitación del espacio urbano), rasgos que los Padres de la Iglesia no

Page 15: El Arquitecto Cainita_caín y La Primera Ciudad

dudaron en destacar para denunciar el paganismo, la criminal figura del

fundador no parecía causar problemas de conciencia alguno en el mundo

antiguo. El destino de estas figuras era excepcional porque así lo habían

decidido las potencias celestiales, y no les cabía más que cumplir con lo que el

hado había determinado. Cualquier intento de torcer la suerte estaba

condenado al fracaso, como bien experimentó Edipo.

Lo que caracteriza la imagen de Caín es el repudio que le afecta. La Biblia lo

condena, pese a que su crimen es consecuencia de la indiferencia divina, como

si Yavhé hubiera retado, hubiera empujado a Caín a cometer un crimen

anunciado. El que Caín sea una figura patética y siniestra no es extraño. En

esto coincide con la personalidad de muchos fundadores. Que la ciudad se cree

como consecuencia o a continuación de la falta tampoco es singular. Sí lo es el

descrédito, el repudio del espacio urbano, marcado por la figura del fundador;

¿acaso un juicio propio de una sociedad nómada? O quizá ¿un juicio marcado

por la consideración que la construcción de la ciudad sólo puede ser una tarea

divina que, cuando es emprendida por un mortal, conlleva y simboliza un

enfrentamiento con Dios, y es causa y consecuencia de que el hombre se

presente como el rival del cielo?[32] Quizá Caín pueda ser considerado el

primer hombre en tanto que hombre porque se atrevió a edificar un mundo,

una ciudad –recordemos que Enoch, nombre de la ciudad que fundara Caín,

significa comienzo, y aparece como el inicio de unos nuevos tiempos que

clausuran la edad de la gracia, inaugurada por Dios-. La fundación de la ciudad

marcaría así el inicio de la edad del hombre, caracterizada no sólo por la

aparición de la muerte sino por la conciencia de la propia condición mortal,

como comenta Azúa : ante Dios, el hombre bajó los ojos; no quiso verse

reflejado en la dura mirada divina que le devolvía su imagen súbitamente

quebrada. La arquitectura era una prerrogativa divina. Cuando el hombre la

asumió, se hizo Dios –o pretendió erigirse en Dios[33]. La ciudad, entonces,

debía ser proscrita, y el hombre debía retornar a su condición de ser errante a

la que Dios le condenó. La ciudad pretendía constituirse como un nuevo

Paraíso con el que concluyera la maldición divina. Ponía en jaque la decisión

de Yavhé. ¿Podía ser defendida entonces? ¿Es extraño que, desde entonces, el

diablo, el gran destructor –diabole significa división, destrucción-, haya sido

considerado como el instigador, el inspirador de los grandes constructores,

quebrando la ley divina[34]?

Page 16: El Arquitecto Cainita_caín y La Primera Ciudad

[1] DELCOURT, Marie: Héphaistos ou la légende du magicien, Les Belles

Lettres, París, 1982, ps. 62-63.

[2] OLMO, Gregorio del: Mitos y leyendas de Canaan según la tradición de

Ugarit, Ediciones Cristiandad, Madrid, 1981, p. 128.

[3] LURI, Gregorio: Biografías de un mito. Prometeos, Trotta, Madrid, 2001,

ps. 17-22.

[4] FRONTISI-DUCROUX, Françoise: Dédale. Mythologie de l´artisan en Grèce

ancienne, François Maspéro, París, 1975, ps. 35-44.

[5] ELIADE, Mircea: Herreros y alquimistas, Alianza, Madrid, 1990 (1ª ed.

francesa, 1956).

[6] DETIENNE, Marcel, VERNANT, Jean-Pierre: “Los pies de Hefesto”, Las

artimañas de la inteligencia. La metis en la Grecia clásica, Taurus, Madrid, 1988,

p. 241 (1ª ed. Francesa, 1974).

[7] POLIGNAC, François de: La naissance de la cité grecque, Ediciones La

découverte, París, 1995.

[8] ESQUILO: Prometeo encadenado, 448-454, 498-504, PEREA, Bernardo

(trad.): Esquilo. Tragedias, Gredos, Madrid, 1993, p. 559-560.

[9] TARDIEU, Michel: “”Sabbatiser suspendus au ciel”. Exercice du pouvoir et

inventions technologiques dans l´architecture des résidences du Prêtre Jean »,

en : AZARA, Pedro, FRONTISI-DUCROUX, Françoise, LURI, Gregorio (eds.):

Arquitecturas celestiales. Actas del coloquio internacional, Ediciones UPC,

Barcelona, 2008 (en prensa).

[10] Ambas citas de los Salmos proceden de ELLUL, Jacques: Sans feu ni lieu.

Signification biblique de la Grande Ville, Gallimard, 1975, ps. 57-58.

[11] Citado por GELIN, A. : « Jérusalem dans le dessein de Dieu », La vie

spirituelle, 372 (1952), p. 374.

Page 17: El Arquitecto Cainita_caín y La Primera Ciudad

[12] DIJK, J. van : « Le motif cosmique dans la pensée sumérienne », Acta

Orientalia, 28, 1-2 (1964), p. 13. La traducción de uru-ul-la como ciudad eterna

es de HALLO, William W. : Origins. The Ancient Near Eastern Background of

Some Modern Western Institutions, E.J. Brill, Leiden, Nueva York y Colonia,

1996, p. 13.

[13] BENITO, Carlo Alfredo : « Enki and Ninmah » and « Enki and the World

Order ». A Dissertation in Oriental Studies, Ph.D., University of Pennsylvania,

1969, University Microfilms, Ann Arbor, Michigan, p. 12.

[14] « Hénoch dit : " Il faut faire une enceinte de toursSi terrible, que rien ne

puisse approcher d'elle.Bâtissons une ville avec sa citadelle,Bâtissons une ville,

et nous la fermerons. "Alors Tubalcaïn, père des forgerons,Construisit une ville

énorme et surhumaine.Pendant qu'il travaillait, ses frères, dans la

plaine,Chassaient les fils d'Enos et les enfants de Seth ;Et l'on crevait les yeux à

quiconque passait ;Et, le soir, on lançait des flèches aux étoiles.Le granit

remplaça la tente aux murs de toiles,On lia chaque bloc avec des noeuds de

fer,Et la ville semblait une ville d'enfer ;L'ombre des tours faisait la nuit dans les

campagnes ;Ils donnèrent aux murs l'épaisseur des montagnes ;Sur la porte on

grava : " Défense à Dieu d'entrer. "Quand ils eurent fini de clore et de murer,On

mit l'aïeul au centre en une tour de pierre ;Et lui restait lugubre et hagard. " Ô

mon père !L'oeil a-t-il disparu ? " dit en tremblant Tsilla.Et Caïn répondit : "

Non, il est toujours là. "Alors il dit: " je veux habiter sous la terreComme dans

son sépulcre un homme solitaire ;Rien ne me verra plus, je ne verrai plus rien.

"On fit donc une fosse, et Caïn dit " C'est bien ! "Puis il descendit seul sous cette

voûte sombre.Quand il se fut assis sur sa chaise dans l'ombreEt qu'on eut sur

son front fermé le souterrain,L'oeil était dans la tombe et regardait Caïn. »

(HUGO, Victor : « La conscience », La légende des siècles)

[15] AZÚA, Félix de: La invención de Caín, Alfaguara, Madrid, 1999.

[16] Según la secta de los Cainitas, Eva tuvo a Caín con Sophia, el dios superior y

bueno, mientras que Yavhé, cruel y colérico, causante de sembrar resentimiento

entre los hombres, era una divinidad inferior y maligna (BEREILLE, G.:

“Cainites”, en VACANT, A., MANGENOT, E., AMANN, E. (eds.): Dictionnaire de

Théologie Catholique, II, 2, Librería Letouzey et Ané, París, 1932, cols. 1307-

Page 18: El Arquitecto Cainita_caín y La Primera Ciudad

1309).

[17] KRAMER, Samuel Noah : L´histoire commence à Sumer, Flammarion, 1994

(1ª ed. 1954 ; existe edición española), p. 198.

[18] BOTTÉRO, Jean: Mythes et rites de Babylone, Slatkine Reprints, Ginebra,

1996 (1ª ed. 1985) , p. 323. El hebreo banah y el acadio banû estarían

emparentados con el acadio bunnû, crecer o hacer crecer plantas. Se diría

entonces que el crecimiento vegetal es el paradigma de todo crecimiento; los

edificios se alzarían como las plantas y los árboles se desarrollan, lo que explica

que el Paraíso sea la tierra primordial y que la arquitectura, contrariamente a lo

que acontece en la Biblia, no desentone en este espacio primigenio (LAMBERT,

Wilfred G.: “Technical Terminology for Creation in the Ancient Near East”, en

PROSECKY, Jiri (ed.): Intellectual Life in the Ancient Near East: ponencias

presentadas en la 43º Reencontré Assyriologique Internationale, Praga, 1-5 de

julio de 1996, Praga, Academy of Sciences of the Czech Republic, Oriental

Institute, 1998, p. 193)

[19] Debo esta información al Dr. Gregorio del Olmo.

[20] CASEVITZ, M.: Le vocabulaire de la colonisation en grec ancien. Étude

lexicologique, Klincksieck París, 1985. Véase también : DETIENNE, Marcel : «

Défricher, fonder », Apollon le couteau à la main, Gallimard, París, 1998, ps. 26-

28.

[21] Sin embargo, el Dr. Gregorio del Olmo considera que esta relación no está

fundada.

[22] “Cilindro A de Gudea”, xxi, 17-18; véase la hermosa traducción de

JACOBSEN, Thorkild: The Harps That Once…Sumerian Poetry in Translation,

Yale University Press, New Haven y Londres, 1987, p. 414.

[23] BOTTÉRO, Jean: Op. Cit., p. 292

[24] DICKSON, Keith: “Enki and Ninhursag: The Trickster in Paradise”, Journal

of the Near Eastern Studies, 66, 1 (2007), ps. 1-32.

Page 19: El Arquitecto Cainita_caín y La Primera Ciudad

[25] Entre los descendientes de Caín se halla Tubal-Caín, al que la Biblia señala

explícitamente como “el antepasado de todos los herreros que trabajan el cobre

y el hierro” (Gn 4:22) (Tubal, del hebreo yabal –Iby- significaría encabezar,

dirigir. Se acentuaría así el parecido entre el herrero y el “ecistes”, el fundador

que guía a los colonos hacia la tierra prometida donde se creará una nueva

ciudad).

[26] “MUL.APIN”, tablilla I i7, en HUNGER, H., PINGREE, D.: MUL.APIN: An

astronomical Compendium in Cuneiform, Archiv für Orientforschung,

suplemento 14 (1989), p. 20.

[27] La ruptura entre los hombres y el cielo es consecuencia de un primer

sacrificio mal ejecutado. Del mismo modo que, en Grecia, el engaño al que los

hombres, encabezados por Prometeo, someten a Zeus, sacrificándole las partes

innobles de la víctima sacrificada, desencadena la irrupción de los males que

Pandora aporta y la apresurada entrega del fuego a los hombres para ahuyentar

a aquéllos, irreparablemente sembrados en la tierra, y protegerse, la entrega de

los peores frutos por parte de Caín, según algunos padres de la iglesia (PALIS,

E.: “Cain”, Dictionnaire de la Bible, II, 1, Librería Letouzey et Ané, París, 1926,

p. 37) desencadena la maldición de la humanidad y de todos sus esforzados

trabajos. Es el sacrificio, que busca sellar una nueva alianza entre la tierra y el

cielo, el que separa al hombre de dios, y está en el origen de la condición mortal

de aquél y de la consiguiente necesidad de un techo protector, un hogar o una

ciudad en el que refugiarse. El altar (y el fuego) son el punto central, y el origen

del espacio urbano.

[28] LÉONARD-ROQUES, Véronique: “ »À l´Est d´Éden ». Du meurtre à la

fondation », Caïn et Abel. Rivalité et responsabilité. Figures & Mythes, Ediciones

du Rocher, París, 2007, ps. 105-150

[29] HALLO, William W.: Op. cit., ps. 11-12.

[30] RANK, Otto: El mito del nacimiento del héroe, Paidós, Barcelona, 1981 (1ª

ed. alemana, 1922); DOUGHERTY, Carol: “Murderous Founders”, The Poetics of

Colonisation. From City to Text in Archaic Greece, Oxford University Press,

Page 20: El Arquitecto Cainita_caín y La Primera Ciudad

Oxford y Nueva York, 1993, ps. 31-44; AZARA, Pedro: “¿Por qué la fundación de

la ciudad?, en AZARA, Pedro, MAR, Ricardo, RIU, Eduardo, SUBÍAS, Eva (eds.):

La fundación de la ciudad, Ediciones UPC, Barcelona, 2000, ps. 157-162.

[31] VIAN, Francis: Les origines de Thèbes. Cadmos et les Spartes, Librería C.

Klincksieck, París, 1963.

[32] Esta visión tan negativa de la actividad constructora y de la ciudad

desaparece con el Cristianismo (para el cual Cristo es una piedra fundacional o

una piedra de ángulo sobre la que la Iglesia, compuesta por las piedras vivientes

que son los hombres, se asienta. De todos modos, Yavhé ya era considerado

como un “santuario”, “un abrigo”, “una fortaleza” o “un refugio” en el Antiguo

Testamento, por ejemplo en Ezequiel -Ez 11:16-, o en los Salmos –Sal 90:1; 91:2-.

Igualmente, Cristo será considerado portador de un “santuario”, su cuerpo, o se

presentará a sí mismo como el templo verdadero de la Jerusalén celestial –Jn

2:19-21; Ap 21:22-; mientras, los cristianos primitivos poseerán un templo que

es su cuerpo donde morará el espíritu o el dios viviente, según Pablo -1Co 3:16-

17; 6:19; 2Co 6:16). Así, Basilio de Cesárea, tras alabar las habilidades del ser

humano, considera que la mejor parte de tierra donde mora el hombre “ha

recibido todo lo que conviene al hábitat” (oikesin, de oikos, casa). Las moradas

son el símbolo de la dignidad, la perfección del mundo. En cuanto a la segunda

mejor parte, es indispensable para la agricultura (BASILIO DE CESÁREA: Sur

l´origine de l´homme (Hom. X et XI de l´Hexaéméron), 272 B, en SMETS,

Alexis, VAN ESBROECK, Michel (trads.), Sources Chrétiennes, vol. 26 bis,

Ediciones du Cerf, París, 1970, p. 203). Basilio recupera, sin duda sin saberlo,

las antiguas nociones sumerias de la ki-tuš y sobre todo de la ki-ùr. Ki-ùr,

literalmente tierra (ki)-techo(ùr) es la tierra originaria en tanto que tierra

protectora, habitable; tierra maternal (más que tierra-madre), que ofrece un

techo, un abrigo, en la que uno se siente cobijado. Esta tierra es como una casa;

es una verdadera morada. La arquitectura no se opone al espacio virgen sino

que, muy por el contrario, lo califica en tanto que espacio de acogida. La tierra

donde viven los hombres, que en los inicios de la historia, se confundía con

Sumer, es un lugar concebido como un lugar recoleto y seguro. De ahí que ki-ùr

también signifique ciudad, como observa van Dijk (DIJK, J. van: Op. cit., ps. 47-

48). Igualmente, ki-tuš, aunque nombre espacios construidos por los dioses o

por los hombres, también se refiere a la tierra entendida como un lugar de

acogida y de recogida. Tuš significa tanto casa como habitar, establecerse,

Page 21: El Arquitecto Cainita_caín y La Primera Ciudad

asentarse. La ki-tuš es la tierra hogareña, aquella que Enki, el dios de la

arquitectura, habilita, como se canta en unos hermosos versos del mito “Enki y

la habilitación del mundo”: “Lograste (oh Enki) que la gente se sienta segura en

sus tierras o moradas –(…) ukù ki-tuš-ba bí-in-ge-en´” (“Enki y la habilitación

del mundo” –Enki and the World Order-, 51, en BENITO, Carlo Alfredo: Op. cit.,

p. 116)

[33] San Agustín insiste reiteradamente (Ciudad de Dios, libros XV, XVI y

XVIII) que Caín está en el origen de la ciudad de los hombres, de la que

Babilonia, y posteriormente Roma (a la que llama la “nueva Babilonia”), son dos

muestras destacables.

[34] Según Basilio, Caín era el “primus ille diaboli discipulus”, carcomido por la

envidia ante la creación divina: BASILIUS MAGNUS: “Homilía de invidia”,

Homilía XI, Homiliae et Sermones, en MIGNE, J.-P., MIGNE (ed.): Patrologiae

Graeca PG, 31 (1857), 92D, col. 376. Esta opinión era compartida por Juan

Crisóstomo: A Caín, al igual que al demonio, le movía el odio y la envidia (“nam

sicut diabolus, odio et invidia motus…”): SAN JUAN CRISÓSTOMO: “In Cap. IV.

Genes Homil.XIX”, Homiliae in Genesin, en MIGNE, J.-P.: Op. cit., 53(1862),

col. 162.