el amor en la literatura

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Diez historias de amor y una canción desesperada

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Textos de tema amoroso

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Page 1: El amor en la literatura

Diez historias de amor y una canción

desesperada

Page 2: El amor en la literatura

2

Índice

Reflexiones……………………….. …...pag. 3

Agradable me es ahora la soledad…..pag. 6

El largo esperado encuentro…………pag. 9

Un inesperado encuentro…………….pag.12

Después de la caída, el amor………...pag. 15

La esposa del Cantar…………………pag. 18

Gestos y detalles de amor……………pag. 20

Una belleza oculta…………………… pag. 23

En la ventana que da al jardín……… pag. 26

Protestas y confesión de amor……… pag. 30

La canción desesperada…………….. .pag. 34

Page 3: El amor en la literatura

3

1. Reflexiones

Eva es muy joven, una niña toda curiosidad

y entusiasmo. Para ella, el mundo es un

encanto, una alegría, un misterio. Se queda

muda de placer cuando encuentra una nueva

flor, el cielo azul o las perlas, el rocío, la

sombra púrpura de las montañas, las islas de

oro que flotan en el esplendor del atardecer, la

pálida luna que navega a través de las nubes

desgarradas, las chispeantes estrellas. Todas

esas cosas no tienen ningún valor práctico,

pero como tienen color y majestad, Eva pasa el

tiempo admirándolas y contemplándolas. ¡Si

pudiera quedarse quieta sólo un par de

minutos…! Eva es esbelta, ágil, elegante. Sus

formas tienen una graciosa armonía. La vi en

una ocasión en que estaba de pie sobre una

roca. Tenía la cabeza erguida, protegiéndose

los ojos con una mano, seguía el vuelo de un

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4

pájaro por el espacio. En aquel momento me

di cuenta de que era hermosa.

Recuerdo que un día entró en el Paraíso un

brontosaurio. Yo lo consideré un desastre,

pero decidió domesticarlo. Me apresuré a

decirle que un animal de compañía, de siete

metros de largo y treinta de longitud resultaría

un tanto engorroso, sobre todo si uno quería

colocarlo sobre sus rodillas para acariciarlo.

Todo fue inútil. Eva se había empeñado en

domesticar al monstruo. Es más, como era

hembra, quiso ordeñarlo y me pidió que le

ayudara. Me negué. Se le ocurrió también

enseñarle a mantenerse sobre sus patas, e

incluso utilizarlo como puente para cruzar el

riachuelo que cruza el Paraíso. Lo consiguió a

medias, porque como ya estaba domesticado,

el brontosaurio le seguía a Eva por todas

partes, y cuando ella se retiraba, habiendo

dejado al monstruo en posición de puente

sobre el río, el animal corría detrás de ella, con

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5

lo que nunca pudo cruzar el riachuelo. Todos

la seguían como esclavos, todos sin excepción.

Y yo, Adán, también. ¡Es tan hermosa, tan

encantadora, tan nueva que yo no podría ya

prescindir de ella! Pero todavía no le he dicho:

“Eva, te quiero”, ni ella me lo ha preguntado

nunca. Seguramente no sabe lo que es eso del

amor. Yo lo descubrí cuando me la encontré al

lado tras aquel largo sueño.

(Marck Twain, El diario de Adán)

Page 6: El amor en la literatura

6

2. Agradable me es ahora la soledad

¡Oh mi Señora y mi vida! Jamás pensé, en

tu ausencia, ofenderte! No quiero tener ya con

la tristeza, amistad. ¡Oh bien sin comparación;

oh, insaciable contentamiento! De día estaré

en mis aposentos, y de noche en aquel paraíso

dulce, en aquel alegre vergel, entre aquellas

suaves plantas. ¡Oh noche de mi descanso!

Ya me parece haber pasado un año sin que

haya visto aquel suave refrigerio, aquel

deleitoso descanso de mis trabajos. Y tú,

espacioso reloj, ¿qué esperas? Si esperases lo

que yo, cuando das las horas, correrías más sin

riendas. Pero…¡qué pido, loco de mí…? Todo

se rige con un freno igual, todo se mueve con

igual espuela. ¿Qué me aprovecha a mí que

den las doce horas el reloj de hierro si no las

ha dado el del cielo? Pues por mucho que

madrugue no amanece más temprano. Pero tú,

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7

imaginación dulce, tú puedes traer a mi

fantasía la presencia angélica de aquella

imagen luciente; devuelve a mis oídos el

suave son de sus palabras, aquel decirme

suyo: “Apártate, mi señor, y no os lleguéis

tanto a mí…”, o aquel otro decir, “…no seáis

descortés…”, que con sus rubicundos labios

me dirigía. O cuando me decía: “…No quieras

mi perdición…” que de rato en rato me

proponía. ¡Oh, aquellos amorosos abrazos,

entre palabras y palabras; aquel soltarse y

asirse, o aquel huir y allegarse…! ¡Aquellos

azucarados besos, y aquella salutación final

con que se me despidió…, con cuánta pena

salió de su boca…! ¡con cuántas lágrimas, que

parecían perlas que sin sentir se le caían de

aquellos claros y resplandecientes ojos…!

Pero, ¿qué digo…? ¿con quién hablo…?

¿estoy en mi seso? ¿Qué es ésto, Calisto?

¿Soñaba…, dormía…? ¡Oh mezquino yo…!

¡Cuán agradable me es ahora la soledad, el

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8

silencio y la oscuridad! Me vino a la memoria

la traición que a mí mismo me hice en

despedirme de mi señora, que tanto amo. Esta

herida es la que siento, ahora que se ha

enfriado, ahora que está helada la sangre que

ayer hervía…¡Oh mísera suavidad de esta

brevísima vida! ¡Oh, breve deleite mundano,

cuán poco duran, y cuánto cuestan tus

dulzores…!

( Fernando de Rojas, La Celestina, Acto XIV)

Page 9: El amor en la literatura

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3. El largo esperado encuentro

Penélope sintió desfallecer sus rodillas y su

corazón al reconocer las señales que Ulises

daba. Corrió a su encuentro derramando

lágrimas; le echó los brazos alrededor del

cuello, lo besó en la cabeza y le dijo: - “No te

enojes conmigo, Ulises, ya que eres el más

circunspecto de los hombres y las deidades

nos enviaron la desgracia de que no

gozásemos juntos de la mocedad ni de que

juntos llegáramos al umbral de la vejez. No te

enfades conmigo, ni te irrites si no te abracé,

como ahora, tan pronto como estuviste ante mi

presencia. Mi ánimo, aquí dentro del pecho,

estaba horrorizado ante la posibilidad de que

viniese algún hombre a engañarme con sus

palabras. (…) Ahora, ya que has sido capaz de

detallarme las señales y particularidades de

nuestro lecho, al que nadie nunca llegó sino

tú, has logrado convencerme de quién eres…”.

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(…) Mientras conversaban, el ama aderezaba

el lecho con blandas ropas, alumbrando con

antorchas encendidas. En acabando de hacer la

cama los condujo al lecho, retirándose

enseguida. Ulises y Penélope llegaron muy

alegres al lugar de su antigua alcoba. (…) La

divina Penélope refirió cuánto había sufrido

al contemplar la multitud de los

pretendientes, y Ulises contó cuántos males

había inferido a otros hombres y cuántas

fatigas había arrostrado en sus viajes e

infortunios. Y Penélope se holgaba de

escucharlo, y el sueño no le rindió hasta que

Ulises terminó su relato (…) Se levantó Ulises

del blando lecho y dirigió a su esposa las

siguientes palabras: - “Mujer, los dos hemos

sufrido mucho. Tú, aquí, llorando por mi

vuelta, y yo sufriendo los infortunios que me

enviaron los dioses para detenerme, lejos de la

patria, cuando lo que yo deseaba era volver a

vosotros, a ella. Mas ya que nos hemos

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reunido nuevamente en este deseado lecho, tú,

mujer, escucha lo que te encomiendo: como al

salir el sol se divulgará la noticia de que maté

en palacio a los pretendientes que te

asediaban, vete a lo alto de la casa con tus

siervas y quédate allí sin mirar a nadie ni

preguntar cosa alguna…”. Cubrió sus

hombros con la magnífica armadura y

haciendo levantar a su hijo Telémaco le

mandó que tomase las armas de guerra, se

armaron todos con el bronce, abrieron la

puerta y salieron de la casa. Ya la luz se

esparcía por la tierra.

( Homero, La Odisea)

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4. Un inesperado encuentro

Dido, la Reina, presa hacía tiempo de graves

cuidados, abriga en sus venas heridas de

amor, y se consume en su oculto fuego.

Recuerda una y otra vez las palabras y la

imagen del marido muerto, y la ansiedad y no

le deja conciliar el apacible sueño. Amanece, y

le habla así a su hermana. – “Ana, ¿qué

desvelos son éstos… ¿quién es el huésped que

ha entrado en nuestra morada…? ¡Qué

gallarda presencia, y cuán valiente y esforzado

parece! Si no llevase yo en mi ánimo la firme

resolución de no unirme a hombre alguno

desde que la muerte dejó burlado mi corazón

y si no me inspirase un enorme hastío el

tálamo conyugal, tal vez sucumbiría ahora a

esta flaqueza. Reconozco, y veo los vestigios

de aquel antiguo fuego agitando en mi sangre

las banderolas de la pasión…”. A lo que

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13

contestó su hermana: - “Hermana, ¿acaso has

de consumir tu juventud en soledad y tristeza?

¿No habrás de conocer nunca la dulzura de los

favores de Venus? ¿Crees, acaso, que las

cenizas de un muerto exigen tales sacrificios?

Hermana, piensa; discurre cómo retener, con

los cuidados de la hospitalidad, a este

huésped que hoy nos honró con su llegada…”.

Con éstas palabras inflamó Ana aquel corazón

ya abrasado por el amor, y dio esperanzas a

aquel ánimo indeciso, acallando la voz del

pudor. Y Dido, alzando una copa en la diestra,

consultó los agüeros, y exclamó luego: - “¿De

qué sirven las promesas que esclavizan a la

mujer, y la atan a un doloroso recuerdo,

cuando arde en amor? Mientras una invoca a

los dioses, la dulce llama consume sus huesos

y vive en su pecho la oculta herida de amor.

Ardo en pasiones, y como la cierva herida

recorro la ciudad con la flecha que dejó el

cazador en mi costado. Y cuando cae la tarde y

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me retiro veo el lecho solitario y gimo en la

oscuridad. Busca la mano adónde asirse, y

todo se le torna el cuerpo del amado,

estrechando una almohada en su regazo. Así

se engañan los insensatos”.

Así se pasaba la vida, mientras el amor se

hacía a la mar, y se alejaba de las playas donde

Dido quedaba con su antiguo amor, muerto, y

su nueva ilusión desvanecida.

(Virgilio, La Eneida, libro IV)

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5. Después de la caída, el amor

Cuando miro al Pasado, el Paraíso se me

aparece como un sueño. Era un lugar de

sorprendente belleza, y ahora lo he perdido y

nunca volveré a verlo. Pero he encontrado otro

Paraíso: Adán. El Paraíso es él. Soy feliz. Me

ama con todas sus fuerzas, y yo lo amo a él con

toda mi naturaleza apasionada. No sé por qué

lo amo. No me preocupa saberlo. Tengo la

impresión de que se trata de un sentimiento

fatal. ¿Por qué lo amo? Sencillamente, porque

soy una mujer y él es un hombre. Tiene buen

corazón. Es fuerte, es guapo, pero podría

amarle si no lo fuera. Le admiro, y estoy

orgullosa de él, pero aunque no le admirase le

amaría igual. Si fuera débil, trabajaría con

gusto para él, le serviría, y velaría a la cabecera

de su cama hasta mi muerte. Le quiero. Es

mío. No hay otro motivo. Esta clase de amor

no es producto del razonamiento. Es un

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sentimiento espontáneo y natural. No hay que

explicarlo. Digo las cosas tal como las pienso,

pero no soy más que una niña, una mujer-

niña, la primera que ha examinado estos

problemas: Eva. Es posible que por ignorancia

y debido a mi inexperiencia esté equivocada.

Amo a algunos pájaros por su canto, pero no

amo a Adán por eso; al contrario, cuanto más

canta más me enfurezco con él. Sin embargo le

pido que cante, pues quiero interesarme por

todo lo que a él le gusta. Al principio no podía

soportar su modo de cantar, y ahora lo

soporto. Cada vez que canta se quema la leche,

pero no me importa. Me he acostumbrado a

beber leche quemada. Tampoco lo amo por su

inteligencia. Si no la tiene no es culpa suya. Él

no se ha hecho a sí mismo. Lo ha hecho Dios,

y Dios tendría sus motivos. De todos modos,

con el tiempo, su inteligencia se desarrollará.

Entretanto, a mí me gusta tal como es.

Tampoco lo amo por su finura o modales.

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Desde esos puntos de vista tiene aún muchas

debilidades. Ni le amo por su habilidad e

ingenio, que nunca pone de manifiesto. No le

amo tampoco por su educación y galantería. Él

cree que es por eso, y se equivoca. El hombre

tiene la particularidad de creerse amable.

Dirijo al cielo esta plegaria: Que podamos

abandonar juntos, Adán y yo, esta existencia.

Esta súplica durará mientras dure el mundo, y

se perpetuará en el corazón de las mujeres

enamoradas. Pero si uno de nosotros debe

morir primero, ruego al cielo que sea yo. Yo

soy débil. Le soy menos útil a él que él a mí.

Mi existencia sin él no sería ya existencia. No

podía soportarla. Y cuando muera, Adán

pondrá sobre mi tumba: “DONDE EVA

ESTABA, ALLÍ ESTABA EL PARAÍSO”.

(Marck Twain, El diario de Eva)

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6. La Esposa del Cantar

Venga a mí mi amado, a su huerto y coma

del fruto. Y he aquí que mi amado llama y

dice: - “Ábreme, paloma mía, porque están

llenos del relente de la noche mis cabellos”. Y

mi Amado metió su mano y abrió, y se

conmovió mi corazón. Mi alma había quedado

desmayada al eco de su voz.

Mi amado es escogido entre millares. Sus

cabellos largos y espesos como renuevos de

palmera; sus ojos, como los de las palomas;

sus labios, lirios rosados que destilan mirra

purísima; su pecho y si vientre como un vaso

de marfil, y sus piernas son columnas de

mármol. Su aspecto, majestuoso, y suavísimo

el eco de su voz.

A mi huerto hubo de bajar mi Amado, al

plantío de las yerbas aromáticas. Yo soy toda

de mi Amado, y mi Amado es todo mío. Yo

soy dichosa porque soy toda de mi Amado y

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su corazón está siempre inclinado hacia mí.

Por eso le digo: Ven, querido Esposo,

salgamos al campo, moremos en él.

Levantémonos de mañana y miremos si están

en cierne las vides. Allí te abriré con más

libertad mi corazón. Allí tenemos a nuestro

alcance toda suerte de frutas exquisitas. Las

nuevas y las añejas: todas las he guardado

para ti, ¡oh Amado mío!.

(Cantar de los Cantares, de la Biblia)

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7. Gestos y detalles de amor

¿Cómo es el primer gesto de desabrimiento

en el amor…? Todo es fallecedero y nada es

eterno. Se han disipado ese ímpetu, ese

ardimiento, esa perseverancia de los primeros

días, minuto por minuto se quiere gozar del

ser amado. Todo vive por él y para él: la luz,

las formas, las cosas, el planeta, los mundos en

el espacio. En todo se ve al ser amado. Una

ebriedad dulce, deliciosa, llena el espíritu. A

todas horas el ser querido hinche nuestros

sentidos. La espera del momento de verlo nos

lleva ansiosamente de un instante a otro.

¡Deliciosa espera! ¡Dulce ansiedad! Todo

converge…hacia este momento en que

dirigimos nuestros pasos hacia la mansión de

la amada. Y luego, en su presencia, el aire que

respiramos es más suave, vivo y penetrante.

Las cosas son más ligeras. Lo que nos

desplacía antes, ahora merece nuestra

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indulgencia. No queremos ni cóleras ni gritos.

Todo es azul y flotante. Lo disculpamos

todo…La corriente del tiempo desaparece: este

instante que bebemos con ansia, locamente, va

a ser eterno…Cerramos los ojos a las lágrimas

y al dolor. No existe más que nuestra dicha en

el planeta…Y poco a poco, con lentitud, el

ardor va decreciendo…Comenzamos a ver que

muchos de los actos realizados en la plenitud

de la pasión eran un poco ridículos.

Sonreímos. El amor verdadero –nos decimos-

es serenidad, reposo; el ardimiento exaltado

no puede perdurar…Y comenzamos a

encontrar justificantes para una ausencia, para

el retardo en contestar una carta…Y entonces,

dolorosamente, asoma la primera lágrima a los

ojos de la amada…No ha querido ver el

primer gesto de cansancio en el amado. En la

mujer que ama –y que ama en la declinación

de la vida- no hay horror semejante al de

sentir el desabrimiento del amado envuelto en

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palabras corteses que se esfuerzan,

violentamente, por parecer cordiales.

(Azorín, Doña Inés)

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8. Una belleza oculta

De regreso a Altamira, Santos volvió a

encontrarse con la campesina. Estaba tendida

junto a él, los codos hundidos en la arena, la

cara entre las manos, soñadora la mirada.

Santos se detuvo a contemplarla. Bajo los

delgados harapos que se adherían al cuerpo, la

curva de la espada y las líneas de las caderas y

de los muslos eran de una belleza estatuaria.

Santos la sacó de su abstracción al advertir

ella su presencia, y se hizo un ovillo para

ocultar la desnudez de sus piernas. Luego

rompió a reír, de bruces sobre el arenal.

Santos preguntó: “¿Eres tú Marisela?”; ella

respondió azorada: “Sí”. El contestó: “¿No te

da miedo andar por estos lugares desiertos? Ya

es tiempo de que regreses a tu casa”. Ella

repuso: “Y a usted, ¿qué le importa?”. Santos

le contestó que si no le habían enseñado a

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hablar con la gente, y ella le insinuó que la

enseñara él…, quien le dijo: “Te enseñaré,

pero tienes que pagarme por adelantado

mostrándome la cara que tanto te empeñas en

ocultar. He venido a conocerte, porque me han

dicho que eres muy fea…”. Y sin que Santos

insistiera, levantó y bajó enseguida la cabeza,

pero con los ojos cerrados y apretando la boca

para que no se le escapara la risa, entre

coqueta y azorada.

Tendría unos quince años, y aunque el

desaliño le marchitaba la juventud, bajo

aquella miseria se adivinaba un rostro de

facciones perfectas. Bastó un breve instante

para que los ojos de Santos apresaran la

revelación de su belleza. Y exclamó: “¡Qué

bonita eres…!”, y tras esto se quedó

contemplando mientras ella, humanizada por

el primer destello de emoción que aquella

exclamación le había producido le decía con

voz dulce y suplicante: “Váyase…”. Santos

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contestó. “No, todavía falta. No me has

mostrado tus ojos. Déjame verlos…” Y ella,

animosa, abrió los hermosos ojos y se quedó

mirándole sin pestañear, mientras él volvía a

exclamar. “Eres preciosa”. Y ella replicó:

“Váyase, váyase, pues…”. Decía esto con

rubor, pero sin dejar de mirarle.

( Rómulo Gallegos, Doña Bárbara)

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9. En la ventana que da al jardín

Ya se pone Julieta a la ventana como el sol

saliendo por los balcones del Oriente. Es mi

vida la que aparece. ¿Cómo podría yo decirle

que es señora de mi alma?

Ella nada me dijo hasta ahora, pero sus ojos

hablarán. Ahora pone su mano en la

mejilla…¡Quién pudiera tocarla como el

guante que la cubre…! Me ha visto…

- ¡Romeo, Romeo…! ¿Eres tú…? No eres tú

mi enemigo, sino el nombre que llevas de

Montesco. ¿Por qué no tomas otro nombre?

La rosa no dejaría de ser rosa, ni de

esparcir su aroma, aunque se llamase de

otro modo. Deja tu nombre, y en cambio

toma toda mi alma, Romeo.

- Julieta, si yo pudiera lo arrancaría de mi

pecho.

- ¿Cómo has llegado hasta aquí, Romeo? Los

muros son altos y difíciles de escalar.

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- Julieta, los muros salté con las alas que me

dio el amor. El amor me guió hasta aquí.

- ¡Ay, Romeo…, si el manto de la noche no

me cubriera, el rubor de virgen subiría a

mis mejillas. ¿Me amas…? Sí, sé que me

dirás que sí, y yo lo creeré, Romeo. Pero no

jures, amor. No jures por la luna, pues en

su rápido movimiento cambia de aspecto

cada mes. Jura por ti mismo, por tu

persona, que es el dios que adoro, y en

quien he de creer. No quiero esta noche oír

promesas. Son como el rayo que se

extingue apenas aparece. Aléjate ahora.

¿Qué digo? ¿Marcharte tú…? No te vayas.

Oh sí…, vete, Romeo. ¡Noche

deliciosa…Temo que todo pase en un

sueño, Romeo!

- Debo irme, Julieta…

- ¿Tan pronto te vas, Romeo? Aún tarda el

día. Es el canto del ruiseñor, no el de la

alondra, el que se oye. Todas las noches se

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posa a cantar en aquel granado. Es el

ruiseñor, amado mío.

- Julieta, no: es la alondra que anuncia el

alba. Mira, amada mía, cómo se van

tiñendo las nubes de Oriente con los

colores de la aurora. Ya se apagan las

antorchas de la noche. Ya avanza el día con

rápido paso sobre las húmedas cimas de

los montes. Tengo que partir, Julieta, si no,

aquí me espera la muerte.

- Romeo, quédate. ¿Por qué te vas tan

pronto, amor? Pero, ¿qué digo? ¡Vete! ¿Te

vas, mi señor, mi dulce sueño? Dame

nuevas de ti todos los días. Tan pesados

corren que temo envejecer antes de tornar

al verte, mi Romeo.

- Adiós, Julieta: te mandaré noticias, y mi

bendición por cuantos medios alcance.

Pasará el tiempo y en dulces coloquios de

amor recordaremos un día nuestra angustia

ahora.

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(W. Shakespeare, Romeo y Julieta)

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10. Protestas y confesión de Amor

Niza, 10 Germinal, año IV. A la Ciudadana

Bonaparte.

No he pasado un día sin amarte. No he

pasado una noche sin estrecharte entre mis

brazos. No he tomado, Josefina, una taza de té

sin maldecir la gloria y la ambición que me

tienen alejado de ti, que eres alma de mi vida.

En medio de los asuntos militares, a la cabeza

de mis tropas, recorriendo los campamentos,

sólo tú, mi adorable Josefina, estás en mi

corazón. Ocupas mi espíritu por completo, y

absorbes mis pensamientos. Si me alejo de ti,

lo hago con la esperanza y determinación de

volver a ti como el río al mar. Si en medio de

la noche me levanto para trabajar, lo hago

porque ello puede adelantar la hora de mi

regreso a ti, y me parece que gano tiempo al

día, y acelero tu llegada, dulce amiga. ¿Por qué

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me tratas de “Vos” en tu carta del 26 del

Ventoso? ¡Tú, a mí…, tratándome de “vos”!

¡Qué duro es de sufrir tales palabras! ¿Y cómo

has podido escribir una carta tan fría…? ¿Y

cómo dilatas tanto el tiempo de la dulce

comunicación con tu marido…? ¡Ah mi

Josefina: ese “vos” con el que a mi te diriges

no deja de atormentarme. Por ello está triste

mi alma, y mi corazón se siente esclavo, y me

asustan las cosas que imagino en tu

ausencia…, de ti, de mí, de nuestro amor. Un

día dejarás de amarme, Josefina. Por eso te

pido que me lo confirmes ahora, cuando aún

dices que me amas. Así prepararé el corazón

para los días de angustia, de soledad y

desdicha.

Adiós, mujer, tormento, dicha y esperanza

de mi vida, a quien amo y a quien a la vez

temo. Tú me inspiras sentimientos tiernos que

evocan en mi la plácida naturaleza…, pero

también despiertas los movimientos

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impetuosos del volcán y del trueno. No te

pido ni amor eterno, ni siquiera fidelidad…,

sino tan sólo…verdad y franqueza sin límites.

El día que me digas. “Te quiero menos…”, ese

día, Josefina, será el último de mi vida.

Acuérdate, Josefina, de lo que tantas veces te

he dicho: La Naturaleza ha hecho mi alma

fuerte y decidida, y a ti te ha formado de

encajes y gasas. ¿Has dejado ya de amarme…?

Mi corazón, eternamente ocupado por ti, tiene

temores que lo hacen desdichado. Adiós, y

recuerda que quien llega a querer menos…, es

porque nunca quiso mucho. Deseo vivamente

abrazarte. Estas noches, aquí solo, son tan

largas… Adiós, adiós, amiga mía.

Todo tuyo: Napoleón.

(Napoleón Bonaparte, Carta de Napoleón a

Josefina)

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Eros / Cupido

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La canción desesperada

Emerge tu recuerdo de la noche en que estoy.

El río anuda al mar su lamento obstinado.

Abandonado como los muelles en el alba.

Es la hora de partir, oh abandonado!

Sobre mi corazón llueven frías corolas.

Oh sentina de escombros, feroz cueva de

náufragos!

En ti se acumularon las guerras y los vuelos.

De ti alzaron las alas los pájaros del canto.

Todo te lo tragaste, como la lejanía.

Como el mar, como el tiempo. Todo en ti fue

naufragio!

Era la alegre hora del asalto y el beso.

La hora del estupor que ardía como un faro.

Page 35: El amor en la literatura

35

Ansiedad de piloto, furia de buzo ciego,

turbia embriaguez de amor, todo en ti fue

naufragio!

En la infancia de niebla mi alma alada y

herida.

Descubridor perdido, todo en ti fue naufragio!

Te ceñiste al dolor, te agarraste al deseo.

Te tumbó la tristeza, todo en ti fue naufragio!

Hice retroceder la muralla de sombra,

anduve más allá del deseo y del acto.

Oh carne, carne mía, mujer que amé y perdí,

a ti en esta hora húmeda, evoco y hago canto.

Como un vaso albergaste la infinita ternura,

y el infinito olvido te trizó como a un vaso.

Page 36: El amor en la literatura

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Era la negra, negra soledad de las islas,

y allí, mujer de amor, me acogieron tus brazos.

Era la sed y el hambre, y tú fuiste la fruta.

Era el duelo y las ruinas, y tú fuiste el milagro.

Ah mujer, no sé cómo pudiste contenerme

en la tierra de tu alma, y en la cruz de tus

brazos!

Mi deseo de ti fue el más terrible y corto,

el más revuelto y ebrio, el más tirante y ávido.

Cementerio de besos, aún hay fuego en tus

tumbas,

aún los racimos arden picoteados de pájaros.

Oh la boca mordida, oh los besados

miembros,

oh los hambrientos dientes, oh los cuerpos

Page 37: El amor en la literatura

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trenzados.

Oh la cópula loca de esperanza y esfuerzo

en que nos anudamos y nos desesperamos.

Y la ternura, leve como el agua y la harina.

Y la palabra apenas comenzada en los labios.

Ése fue mi destino y en él viajó mi anhelo,

y en él cayó mi anhelo, todo en ti fue

naufragio!

Oh sentina de escombros, en ti todo caía,

qué dolor no exprimiste, qué olas no te

ahogaron.

De tumbo en tumbo aún llameaste y cantaste

de pie como un marino en la proa de un barco.

Aún floreciste en cantos, aún rompiste en

corrientes.

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Oh sentina de escombros, pozo abierto y

amargo.

Pálido buzo ciego, desventurado hondero,

descubridor perdido, todo en ti fue naufragio!

Es la hora de partir, la dura y fría hora

que la noche sujeta a todo horario.

El cinturón ruidoso del mar ciñe la costa.

Surgen frías estrellas, emigran negros pájaros.

Abandonado como los muelles en el alba.

Sólo la sombra trémula se retuerce en mis

manos.

Ah más allá de todo. Ah más allá de todo.

Es la hora de partir. Oh abandonado

(Pablo Neruda, Veinte poemas de amor y una

canción desesperada)

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Frases célebres sobre el amor

Amar es encontrar en la felicidad de otro la

propia felicidad de amar (G. Papini)

El amor es la poesía de los sentidos (Balzac)

Son muchísimos los que aman; poquísimos los

que saben amar (Stefan Zweig)

Un niño es un amor que se ha hecho visible

(Novalis)

Amarse a sí mismo es el comienzo de una

aventura que dura toda la vida (O. Wilde)

El verdadero amor es la fruta madura de toda

una vida (Lamartine)

¿Qué es el bien? No es más que amor. (Tolstoi)

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