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Page 1: El Amor en la Formación del Ministerio - Alfonso Ropero
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PH.D. (St. Alcuin House University, Oxford Term. Inglaterra. St Anselm of Canterbury College); Th.M. (Centro Superior de Estu-dios Teológicos, CEIBI, Santa Cruz de Tenerife). Fundador y pastor durante 20 años de la Iglesia Evangélica de Tomelloso (Ciudad Real, España). En la actualidad es Director Editorial de CLIE.Autor de varias obras de historia, teología y filosofía . Ha publicado gran número de estudios bíblicos y teológicos en revistas especiali-zadas, y ha dado conferencias y seminarios en varios países de Eu-ropa y América.

Dr. Alfonso Ropero Berzosa

Cita de Theilard de Chardin, el fenómeno humano, en Charles E. RavenNo amamos suficientemente al hombre

Eladio Cabañero

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I. PARTE1. Introducción

2. La esencia del amor 3. El amor: aportación original del cristianismo

4. Capacitación pastoral 5. Interdependencia pastor-rebaño

II. PARTE1. Sentimiento e intelecto en la capacitación académica

2. El descubrimiento de las emociones 3. Intelecto y sentimiento en la Biblia

4. Conclusión

Así dice Jehová mi Dios: Apacienta las ovejas de la matanza, a las cuales matan sus compradores, y no se tienen por culpables; y el que las vende, dice: Bendito sea Jehová, porque me he enriquecido; ni sus pastores tienen compasión de ellas. Zacarías 11:4-5

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Introducción De vez en cuando conviene hacer un alto en el camino y preguntarnos en qué consiste ver-daderamente la fe cristiana, y más en una época convulsa y de grandes cambios. Nunca debemos dar nada por supuesto, y menos que por ser cris-tianos ya sabemos qué es ser cristiano.

Más conveniente todavía cuando, desde el interior, asistimos impotentes a la

proliferación de nuevos grupos y movimien-tos pseudo cristianos cuyo fin parece no

ser otro que el lucro de sus promotores, amparados en corrientes doctrinales de moda que les vienen como anillo al dedo para su mensaje manipulador. La verdad es que tampoco hay que salir-se de las corrientes tradiciones para notar que hay iglesias que abusan , iglesias verdaderamente tóxicas , da-ñinas , pastores que más que minis-tros de Dios son auténticos trasqui-ladores del rebaño al que deberían servir .

La esencia del cristianismo En otros tiempos fue muy común escribir ensayos sobre la esencia del cristianismo a modo de ejercicios de autorreflexión en un momento que los creyentes y los teólogos buscaban nuevas ma-neras de entender su fe y conservar esta sin los añadidos que se van po-sando sobre la fe por el peso de la tradición, pero sin perder nada de

su contenido original al arrojar de su espacio sagrado lo que mercaderes y

cambistas hayan podido introducir.

Sin pretender agotar el tema, que es imposible en este marco, me gustaría centrarme en un punto principal que distingue al cristianismo de cual-quier otra religión, y que no siempre recibe la atención que se merece por parte de los mismos interesados.

Casi desde el inicio de nuestra fe se nos en-señó que el corazón del Evangelio se encuentra en Juan 3:16. Y no estaban muy descaminados. En él se expresa, explícita e implícitamente la esencia del cristianismo.

1. De tal manera amó Dios… Aprendemos de una sola vez que Dios es amor en su esencia y en su relación con el hombre.

2. Al mundo… para que todo aquel crea no se pierda sino tenga vida eterna. Que la salvación por la que el hombre se reconcilia con Dios está basada en el amor.

3. Dado a su Hijo Unigénito… Que el Salvador, Dios-Hijo, entregado por Dios Padre al recha-zo y al sufrimiento, asumido voluntariamente por el Hijo, es la gran prueba del amor de Dios por el mundo. Amor que pasa por el sacrificio y el sufrimiento.

El amor es, pues, la causa, y también la meta de salvación. Le amamos porque Él nos amó primero (1 Jn. 4:19) y derrama su amor salvífico en nosotros para que amemos.

En consecuencia, que la vida cristiana, que es respuesta de fe a ese amor inicial de Dios, es amor, amor a Dios por el que se abre a la vida divi-na y se une a ella en comunión espiritual y perso-nal de vida, y amor al prójimo, que es el amor con que Dios ama al mundo. La comunidad de fe que surge de la comunión de esas personas que han ex-perimentado el amor Dios en la salvación y salud de sus vidas, es una comunidad de amor, mediante el cual manifiesta la vida intratrinitaria de Dios, que es comunión de Personas desde la eternidad y

I. PARTE

El Amor en la Formación del Ministerio

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El Amor en la Formación del Ministerio

que se vuelca en la comunidad mediante la efusión del Espíritu, el cual hace presente la realidad de Cristo para gloria de Dios Padre.

En una palabra, la esencia del cristianismo es amor, y por ende, el secreto de la vida cristiana también es amor. Todo lo demás viene por añadi-dura.

La esencia del amor El amor del que aquí hablamos no es mero sen-timentalismo que se imagina un mundo color de rosa, ni se agota en expresiones de buena vo-luntad o buenas palabras. Hablamos de un senti-miento fuerte y clarividente que no ignora que el amor es la cosa más difícil de mundo de llevar a la práctica, y a pesar de esto, la cosa más necesa-ria para el buen desarrollo de las relaciones perso-nales. Como decía, Erich Fromm, “la humanidad no podría existir ni un solo día sin amor” , y esta es precisamente la creencia que está en la base del mensaje evangélico.

El amor es una convicción, una actitud que crea carácter, gracias al cual el creyente se planta ante la vida y la realidad del mundo con un vigor, una fortaleza y una esperanza que no son de este mundo. Es la dinámica sufriente y gozosa a la vez del nuevo mundo que irrumpe en el viejo mundo.

Esa dinámica se manifiesta en muchos campos, que no son precisamente sentimentales ni una huída de la responsabilidad sociopolítica tan apremiante que nos plantea la sociedad y el mero hecho de vivir. Por empezar por arriba, y en lo que a la Iglesia respecta, es necesario replantearse qué significa el amor en el ministerio pastoral, y lo mismo cabe decir respecto a los Institutos Bíblicos y Seminarios Teológicos encargados en la forma-ción de los futuros ministros y líderes cristianos, le educación y la disciplina académica necesitan impregnarse de amor para no volverse frías, inte-lectuales, sino vitales, lúcidas, que generen ilusión en aquellos medios que miran con desconfianza la formación teológica y académica.

La aportación original del cristianismo: amor El amor es lo peculiarmente distintivo del cristianismo. Se perci-be claramente en el texto donde Je-sucristo proclama lo que Él llama el “nuevo mandamiento del amor”. Se encuentra en el capítulo 13 del Evangelio de Juan, en un contexto sumamente significativo. Aparece al final de los días de Jesús, cuando él tiene plena conciencia de su desti-no trágico. “Antes de la fiesta de la pascua, sabiendo Jesús que su hora había llegado para que pasase de este mundo al Padre, como había amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el fin” (v. 1). El amor de Jesús y el mandamiento de amarse, va precedido de un gesto tan elocuente de humildad y servicio de amor por los suyos como lavarle los pies a sus discí-pulos, a todos y cada uno de ellos (v. 5). A continuación les anuncia que pronto será “glorificado” (v. 31), que es la pecu-liar manera de Juan de referirse a la cru-cifixión, y que se marchará a un lugar don-de los discípulos no podrán acompañarle (v. 33). Y entonces, precisamente en ese momento cuando Jesús anuncia su partida, presuponiendo que quedarán “huérfanos” de su presencia, Jesús les hace entrega de un “mandamiento nuevo”, el gran legado de Jesús: “Que os améis unos a otros; como yo os he amado, que también os améis unos a otros” (v. 34), el rasgo principal por el que han de ser conocidos sus discípulos, la señal distintiva de su seguimiento: “En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos con los otros” (v. 34).

Lo verdaderamente asombroso es notar que, en este lugar, Jesús da a entender, que el amor actualiza su presencia en medio de los creyentes. Es como si dijera: “Me voy, pero no les dejo huér-

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Lejos de todo maniqueísmo, Agustín no divide la historia ente buenos y malos, luz y tinie-blas, Dios y Satanás, sino que con aguda perspecti-va cristiana la plantea como una cuestión de amor, de amor a sí, con el olvido de Dios y el prójimo, y de amor a Dios, con el olvido de sí hasta el punto de liberare para los demás. Esto significa que no es posible dividir a la humanidad entre unos grupos y otros en virtud de raza, lengua, cultura o reli-gión, sino entre personas que aman egoístamente y aquellas que lo hacen altruistamente. No se trata de pertenencia a clases, sino de una actitud inter-na. Por eso bien dijo Lutero que “aquello a lo que se inclina tu corazón es tu Dios”.

Esto explica que cuando los cristianos han inclinado su corazón al poder, la búsqueda de in-fluencia, el éxito…, las páginas de la historia cris-tiana se han vuelto oscuras y escandalosas. Des-graciadamente la historia del cristianismo está llena de divisiones, polémicas, odios teológicos, persecución y quema de brujas y herejes, de cru-zadas guerras externas e internas, de corrupción política, de intereses creados que nada tienen que ver con el mensaje de Cristo y su mandamiento de amor. Los detractores de la fe han encontrado ar-gumentos más que suficientes para descalificar el cristianismo documentando su largo historial de crímenes . Terrible. Y aleccionador. Una adverten-cia que nos pone en alerta sobre la fácil que resul-ta deslizarse por la pendiente de la falta de amor, porque, quizá, como decía H.G. Wells, “nuestros corazones son todavía demasiado pequeños para su mensaje” , el mensaje de Cristo.

Esto quizá explique el déficit sentimental de los cristianos. Cierto que periódicamente se producen explosiones emocionales en las iglesias, emociones centradas más en la persona misma que en Aquel que hace que la persona se trascien-da a sí misma en amor a Dios y al prójimo.

fanos, el amor que mantengan entre sí hará actual en cada momento mi presencia. Mi amor perdura en su amor”. Al amar, los cristianos hacen presen-te a Jesús, vivo, actual; por el contrario, la falta de amor…

Que al amor no es sólo lo distintivo del cristianismo, sino su aportación más importante a la civilización, no ha pasado inadvertido por los historiadores y pensadores. Así, el filósofo espa-ñol Julián Marías dice que “no parece dudoso que la gran innovación del cristianismo es la radical insistencia en el amor, muy superior a la que po-damos encontrar en otras culturas o religiones” , de ahí que el cristianismo “haya sido la raíz de un florecimiento incomparable de lo sentimental en

todos los órdenes” .

Desde el punto de visto teológico, Agustín de Hipona, concibió la historia como

una historia de amor, de dos amores especí-ficamente, según se puede leer en su obra magna La ciudad de Dios: “Dos amores fundaron dos ciudades: el amor de sí mis-mo hasta el desprecio de Dios, la terre-na; y el amor de Dios hasta el desprecio de sí, la celestial. La primera se gloría en sí misma; la segunda se gloría en el Señor. Aquélla solicita de los hombres la gloria; la mayor gloria de ésta se ci-fra en tener a Dios como testigo de su conciencia. Aquélla se engríe en su gloria; ésta dice a su Dios: Gloria mía, tú mantienes en alto mi cabeza (Sal. 3:4). La primera está dominada por la ambición de dominio en sus prín-cipes o en las naciones que somete; en la segunda, los que ministran y los asisten se sirven mutuamente en el amor, los primeros sirviendo y los se-gundos aprendiendo. Aquélla ama su propia fuerza en los potentados; ésta le dice a su Dios: Yo te amo, Señor; tú eres mi fortaleza (Sal. 18:2)”.

El Amor en la Formación del Ministerio

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El Amor en la Formación del Ministerio

Lo esencial en la capacitación pastoral Los pastores, que continúan la labor del Pastor por excelencia, deberían ser ejemplares en la cuestión del amar. Para ello es preciso comen-zar con una pregunta elemental, esencial: ¿Qué es lo que capacita a un creyente para ser pastor, predicador o responsable de la enseñanza en la iglesia? ¿Formación académica? ¿Titulación? ¿Do-tes administrativas? ¿Capacidad oratoria? Proba-blemente. Pero dado que estamos hablando de la esencia, hay algo previo a todo esto y sin lo cual nadie está capacitado , por más que sea tenido por autoridad entre los hombres.

En Jn. 21:15-17 tenemos una escena ma-ravillosa del encuentro del Jesús resucitado por Pedro. En tres ocasiones pregunta Jesús a Pedro que si le ama y ante su respuesta positiva, en tres ocasiones también le deja el mismo encargo: “Apa-cienta mis corderos, apacienta mis ovejas”. Entre otras cosas, lo primero que aprendemos aquí es que la capacitación para el pastorado reside en el amor, el amor a Jesús. Sólo el amor nos autoriza a ejercer un ministerio responsable y fructífero en la comunidad.

Pero no sólo el amor a Jesús. Como hizo notar San Agustín, “cada vez que le pregunta, el Señor confía a Pedro que le declara su amor, sus corderos, diciéndole: Apacienta mis corderos, apa-cienta mis ovejas, como si dijera: «¿Qué crees que significa para mí el que tú me amas? Muéstrame tu amor en mis ovejas. ¿Qué significa para mí tu amor, si he sido yo mismo quien te ha concedido el amarme? Pero tienes dónde mostrar tu amor hacia mí, dónde ejercitarlo: apacienta mis corderos».

“Hasta qué punto han de ser apacentados los corderos del Señor y con cuánto amor han de serlo las ovejas compradas a tan elevado precio, lo manifestó Jesús en lo que sigue. Cuando le fueron encomendadas las ovejas, Pedro escuchó lo refe-rente a su propia pasión futura [Jn. 21:18]. Aquí manifestó el Señor que aquellos a quienes él confía sus ovejas debían amarlas hasta estar dispuestos a morir por ellas. Así lo dice el mismo Juan en su

carta: Como Cristo entregó su vida por nosotros, así debemos entregarla tam-bién nosotros por los hermanos (1 Jn 3:16)” . Precisamente en la enseñanza de Jesús sobre el Buen Pastor, dice lo que distingue al buen pastor de los asalariados es que da su vida por las ovejas (Jn. 10:11), es así como logra que experimenten vida en abundan-cia (v. 10).

El amor es la llave que nos abre el corazón de Dios y el corazón de la gente. El amor es también la llave de la sabiduría. Precisamente por amor querremos saber todo lo que podamos sobre Jesús y su men-saje, que se nos encarga transmitir y enseñar a las gentes, y sobre la vida humana y la sociedad a la debemos dirigirnos y cuyo cuidado se nos ha confiado. Esto incluye conocimientos bíblicos, teológicos y de casi todas las disciplinas seculares que tienen que ver con el ser humano: antropología, sociolo-gía, historia, filosofía, psicología…

El amor, además, nos guarda de la co-dicia (cf. 1 Tim. 3:8), nos hace desinteresados de bienes ajenos (“El amor no busca lo suyo”, 1 Cor. 13:5) y nos provee el eje sobre el que debe girar nuestro ministerio. Nos marca el norte para no extraviarnos y ser obreros aprobados que no tienen de qué avergonzarse, excepto de no haber amado suficiente, de no haber sido suficientemen-te generosos. Si no se ama suficientemente a Dios, y por ende, al hombre, raramente se va a producir ningún cambio significativo.

“Hermosa es la tierra —cito de nuevo a Agustín—, hermoso el cielo y hermosos los ánge-les; pero más hermoso es quien hizo todo esto. Por eso los que anuncian a Dios porque le aman, los que anuncian a Dios por Dios, apacientan las ove-jas y no son mercenarios. Esa castidad o pureza de miras exigía del alma nuestro Señor Jesucristo

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San Agustín, que era un tremendo psicó-logo, decía acertadamente: “si hay ovejas buenas, hay también pastores buenos, pues de las buenas ovejas salen buenos pastores”. Un pueblo irritado producirá líderes irritados; un pueblo desconten-to producirá líderes descontentos. Pensemos en el gran Moisés, las veces que provocado por las que-jas continuas del pueblo, se irritó y se desalentó por completo, llegando en una ocasión a romper las tablas de piedra de la Ley. Incluso el mismo Dios se queja a Moisés diciendo: “¿Hasta cuándo me ha de irritar este pueblo? ¿hasta cuándo no me ha de creer con todas las señales que he hecho en medio de ellos?” (Nm. 14:11).

Hay una estrecha relación entre dar y reci-bir en todos los órdenes de la vida.

¿Quéremos buenos pastores? Seamos bue-nos miembros. ¿Quéremos buenos masestros? Seamos buenos alumnos. ¿Quéremos buenos her-manos? Seamos buenos hermanos. ¿Quéremos buenos amigos? Seamos buenos amigos. Como dice la Escritura. “El hombre que tiene amigos, ha de mostrarse amigo; y hay amigo más cercano que un hermano” (Prov. 18:24).

Como ya intenté hacer ver en su día, la co-munidad que edifica y es edificada es una vía de doble sentido, dando y recibiendo a partes iguales .

cuando le decía a Pedro: Pedro, ¿me amas? ¿Qué significa ¿Me amas? ¿Eres casto? ¿No es adúltero tu corazón? ¿No buscas en la Iglesia tus conve-niencias, sino las mías? Si eres así, apacienta mis ovejas. No serás mercenario, sino pastor” .

“La historia nos muestra algo digno de te-nerse en cuenta: el pueblo no se fija en el título de una persona para seguirlo...; se fija en su actitud de entrega y en su desinterés. Ni siquiera piensa en su religión, porque no hay mayor testimonio divino que el de la entrega de la propia vida por los demás” .

Así fue como lo entendió el apóstol Pablo: “el amor de Cristo nos apremia, habiendo llega-do a esta conclusión: que si uno murió por todos,

luego todos murieron; y por todos murió, para que los que viven, ya no vivan para sí, sino

para aquel que murió y resucitó por ellos” (2 Cor. 5:14-15).

También, aunque con altos vuelos místi-cos, decía San Juan de la Cruz, Ya no guardo mi ganado, ni ya tengo otro oficio, que ya sólo en amar es mi ejercicio

O sea, ya no me preocupo solo de lo mío y mis negocios, sino en aquel amor que lleva a la negación de uno mismo para ganar a Dios y al mundo.

Interdependencia pastor-reba-ñoAhora bien, el buen pastor no se mantiene en el buen camino por sí mismo. Ya sé, ahora dirán, “natural-mente, se mantiene por la fuerza y el poder del Espíritu de Dios”. Cier-tamente, pero también por algo más que nos concierne a todos.

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Sentimiento e intelecto en la capacitación académica ¿Qué tiene que ver el Amor con la Acade-mia? ¿El sentimiento con la reflexión, el estudio

con la emoción? ¿Eros con Academo? ¿Acaso no es el amor un sentimiento demasiado subjeti-

vo que hay que desterrar de la investigaciónn y de las ciencias en general para alcanzar

un conocimiento objetivo accesible a to-dos? Esa ha sido la creencia generalizada de la cultura occidental desde el inicio de la Modernidad hasta nuestros días. Emociones fuera, seriedad, rigor y ob-jetividad es lo que el mundo se nece-sita, comenzando por las institucio-nes de enseñanza.

Había que reprimir las emo-ciones y dejar a un lado las prácti-cas piadosas de antaño, semillero de supersticiones y enemigas del progreso ilustrado. Había llegado el momento de apuntarse al ca-rro de la diosa Razón y dejar que esta condujera a la humanidad a un nuevo mundo de igualdad, fra-ternidad y solidaridad, guiado por principios claros y evidentes por sí mismos, lógicos y racionales, so-metidos al análisis y experimenta-ción de las ciencias. Había que dejar atrás la tutela de la religión con sus

doctrinas basadas en el principio de la autoridad, asentadas más en el sen-

timiento que en la racionalidad, como

un estadio primitivo superado por la edad de la razón y las ciencias.

En vano protestó Pascal que hay razones que la razón no entiende, pero el corazón com-prende . En cuanto hombre de ciencia fue muy respetado, pero en cuanto creyente fue dejado a un lado como pensador dominado por la pasión religiosa.

La modernidad, que todos hemos vivido y bajo cuyo imperio hemos aprendido a concebir el mundo y a nosotros mismos, quiso construir un humanismo basado en la Ley y en la razón. Era el humanismo de la Ilustración y los derechos del hombre, de Kant, de los republicanos franceses y de revolucionarios de todo tipo.

Este humanismo, como bien hace notar Luc Ferry, filósofo francés, que fue Ministro de Cultu-ra en su país, organizó grandes masacres en nom-bre de unos principios mortíferos que se preten-dían superiores a la humanidad, y que ignoraron a la persona, al individuo, al hombre de carne y hueso, sacrificado en el ara de la Razón, la Nación, la Patria, la Libertad, la Democracia, el Futuro, el Progreso, lo que sea. Ahí tenemos el siglo XX, uno de los más violentos de la historia, junto a los es-pectaculares avances de la ciencia. Por el contra-rio, Luc Ferry propone un segundo humanismo de la fraternidad y la solidaridad basado en el amor .

El descubrimiento de las emociones A Pascal le tocó vivir el amanecer de la Mo-dernidad, por eso su voz fue la de un predicador en el desierto. Nosotros, con mejor fortuna en este punto, estamos viviendo el ocaso de esa moderni-dad, anunciada y analizada por los filósofos de la llamada postmodernidad.

José Ortega y Gasset fue uno de los grandes precursores de esa postmodernidad colocando la vida, la vida de cada cual, en el centro de la reali-dad . Él comprendió mejor que nadie que estába-mos presenciando el fin del racionalismo, de esa racionalidad instrumental y descarnada que no

II. PARTE

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ba plenamente el intelectualismo: todo lo bueno se esperaba de la cabeza. Hoy, en cambio, comen-zamos a entrever que esto no es verdad, que en un sentido muy concreto y riguroso las raíces de la cabeza están en el corazón” (Corazón y cabeza, 1927).

Después Xavier Zubiri hablará de “inteli-gencia sentiente” , desde un punto de vista estric-tamente filosófico y con el rigor propio de Zubiri. modernamente, con un extraordinario número de ventas en todo el mundo, llegó la inteligencia emo-cional, de Daniel Goleman, desde el punto de vista psicológico . “La investigación científica —dice el autor, ha soslayado el papel desempeñado por los sentimientos en la vida mental, dejando que las emociones fueran convirtiéndose en el gran con-tinente inexplorado de la psicología científica” . “En la actualidad —continúa— dejamos al azar la educación emocional de nuestros hijos con con-secuencias más que desastrosas. Una posible solu-ción consistiría en formar una nueva visión acerca del papel que deben desempeñar las escuelas en la educación integral del estudiante, reconcilian-do en las aulas a la mente y al corazón” . “El viejo paradigma proponía un ideal de razón liberada de los impulsos de la emoción. El nuevo paradigma, por su parte, propone armonizar la cabeza y el co-razón” .

Sacando a la luz de la página impresa el fru-to de muchos años de investigación científica en el campo de la neurociencia, Antonio R. Dama-sio, publica un libro que se ha hecho muy famo-so: El error de Descartes . Según este autor, este importante neurocientífico, el error de Descartes sería no haber visto que las emociones juegan un importante papel en la práctica de la racionalidad o, lo que es lo mismo, que las emociones forman parte de lo que llamamos cognición. Según esta nueva visión de la inteligencia, las emociones y los sentimientos están implicados en el proceso inte-lectual, tanto para bien como para mal. Son indis-pensables para la racionalidad. En el mejor de los casos los sentimientos nos encaminan en la direc-ción adecuada, nos llevan al lugar apropiado en un

hace justicia a la realidad radical que es la vida. Radical, en cuanto en ella radica todo cuanto per-cibimos y pensamos.

Porque la vida es razón y es más, es pasión, es interés, es proyecto… En una de sus afirmacio-nes magistrales, Ortega enseñó que “la razón es una breve isla flotando en el inmenso mar de la vitalidad primaria” . Y dijo más, con su estilo in-confundible:

“En el último siglo se ha ampliado gigan-tescamente la periferia de la vida. Se ha ampliado y se ha perfeccionado; sabemos muchas más co-sas, poseemos una técnica prodigiosa, material y social. El repertorio de hechos, de noticias sobre el mundo que maneja la mente del hombre medio

ha crecido fabulosamente. Cierto, cierto. Es que la cultura ha progresado -se dice-. Falso, falso.

Eso no es la cultura, es sólo una dimensión de la cultura, es la cultura intelectual. Y mien-tras se progresaba tanto en ésa, mientras se acumulaban ciencias, noticias, saberes sobre el mundo y se pulía la técnica con que dominamos la materia, se desatendía por completo el cultivo de otras zonas del ser humano que no son intelecto, cabeza; sobre todo, se dejaba a deriva el corazón, flotando sin disciplina ni pu-limento sobre el haz de la vida.

”Así, al progreso intelectual ha acompañado un retroceso senti-mental; a la cultura de la cabeza, una incultura cordial. El hecho mismo de que la palabra se entienda sólo referi-da a la inteligencia denuncia el error cometido. Porque es de advertir que esta palabra, tan manejada por los alemanes en la última centuria, fue usada primeramente por un español, Luis Vives, quien escogió para signifi-car con preferencia el cultivo del cora-zón, cultura animi. El detalle es tanto más de estimar cuanto que en la época

de Vives, en el Renacimiento, domina-

El Amor en la Formación del Ministerio

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El Amor en la Formación del Ministerio

espacio de toma de decisiones, donde podemos dar un buen uso a los instrumentos de la lógica.

Intelecto y sentimiento en la Biblia No podemos entrar ahora en todas las im-plicaciones de este nueva concepción de la razón y del papel que juegan las emociones en ella. Baste señalar por ahora dos puntos esenciales.

Primero, lo que ya todos sabemos, pues la Palabra de Dios nos los lleva diciendo desde hace siglos: “Oye, Israel: Jehová nuestro Dios, Jehová uno es. Y amarás a Jehová tu Dios de todo tu co-razón, y de toda tu alma, y con todas tus fuerzas” (Dt. 6:4-5).

Amor que muchas veces se ha entendido como un sentimiento placentero, despojado del acto de la voluntad —imperativo amarás— que conlleva esfuerzo y decisión, por eso el texto bíbli-co une corazón y alma con fuerza. Tampoco para Dios el amor a la humanidad es algo subjetivo, ale-gre y dichoso. Es un acto de gracia que le costó lo que más quería, la vida de su Hijo Unigénito, dado por amor para la salvación del mundo (Jn. 3:16).

El amor a Dios, que en principio es una emoción fuerte, engloba la existencia entera y en todas sus dimensiones, incluido, el intelecto. El co-razón para el hebreo era el centro de la persona, fueron los griegos quienes comenzaron a separar el corazón de la mente. Por esta razón el Señor Jesús, al desarrollar este mandamiento, introduce aquí el concepto de “mente” (dianoia) para evitar una interpretación empobrecida de lo que signi-fica amar: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente y con todas tus fuerzas” (Mt. 22:37; Mc. 12:29; Lc. 10:27). Este parecer ser un añadido que los evan-gelistas no se hubiesen atrevido a insertar de no remontarse al mismo Jesús.

Por el Evangelio se han abierto nuestros ojos para que miremos la maravilla de la Ley di-vina (Sal. 119:18). Nuestro corazón de piedra ha

sido cambiado por un corazón de car-ne para amar a Dios. Amor infinito y eterno que nunca terminaremos de conocer pero en cuyo conocimiento debemos profundizar cada día. Lea-mos un texto tremendo: “Que habite Cristo por la fe en vuestros corazo-nes, a fin de que, arraigados y ci-mentados en amor, seáis plenamen-te capaces de comprender con todos los santos cuál sea la anchura, la longitud, la profundidad y la altura, y de conocer el amor de Cristo, que excede a todo conocimiento, para que seáis llenos de toda la plenitud de Dios” (Ef. 3:17-19). Una vez más, fe, amor y conocimiento aparecen indisolublemente unidos, en un con-texto bastante místico. Conocimiento y amor se solicitan mutuamente. De-cían los Padres de la Iglesia que quien ama a Dios es impulsado a convertirse, en cierto sentido, en un teólogo, en uno que habla con Dios, que piensa sobre Dios y que intenta pensar con Dios.

A veces tenemos motivaciones in-correctas y por eso las cosas salen mal. La motivación cristiana por la adquisición de co-nocimiento no tiene nada que ver con la capi-tación profesional: adquirir un título o diploma que nos abra las puertas de una profesión; ni de impresionar a los demás con una amplia variedad de ciencias, pues siempre y todos los aspectos, el amor debe presidir nuestro saber, para que nues-tro saber sea cristiano: “el conocimiento envanece, mas el amor edifica” (1 Cor. 8:1).

Por eso decimos que la motivación del cris-tiano debe ser, en todos los aspectos de su vida, el amor. Amor que asociamos a nuestra relación con el prójimo: familia, iglesia, sociedad, pero que también tiene que asociarse con la vida profesio-nal y académica.

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dos en seminarios y universidades del extranjero. El nivel académico se elevó. Pero, paradójicamen-te, la distancia con la iglesia fue mayor. Se puso como parámetro a lograr el modelo de los cen-tros de estudios europeos o norteamericanos y el objetivo fue la formación de teólogos al estilo de esas instituciones. Es suficiente ver los requisitos de acreditación de algunas agencias latinoameri-canas para entender la profunda brecha entre el graduado que la iglesia pretende y lo que la ins-titución teológica quiere lograr. La iglesia envía a sus candidatos para que sean pastores o líderes de ministerios y el seminario intenta devolvérselos teólogos”.

“Una formación ministerial teológicamen-te sólida sabrá vincular la reflexión teológica con la espiritualidad. En nuestras escuelas de teología en la misma medida que intenta elevarse el nivel académico disminuye la espiritualidad, como si hubiera una contradicción entre ambos” . Este es un grave problema para las disciplinas teológicas, que tienen lo espiritual como origen y meta. Y también como camino. El desfase entre lo teológico y lo espiritual es lo que ha llevado al descrédito y la desconfianza de lo primero en el pueblo creyente. No podía ser de otra manera. El pueblo no se reconoce en el “teólogo”. Lo ve por “encima”, o por “delante” de él, pero no a su lado. Lo cual es muy triste, pues la teología un don del Espíritu a la Iglesia y para la Iglesia.

Lo que ocurre en nuestro mundo evangéli-co no es un exceso, sino una grave carencia de teó-logos que lo sean de verdad. No de personas que dominan el hebreo o el griego, que saben algo de exégesis y hermenéutica y otras disciplinas acadé-micas, por las que ya se creen “alguien” en el saber teológico. Esa misma actitud carente de humildad —y asombro ante la inmensidad del saber— ya in-dica que ni han plantado su pie en la falda sagrada de la montaña teológica.

No se puede ser teólogo con sólo letras y sin espíritu. Ni maestro del pueblo de Dios sin corazón, pues entonces hasta la mente se vuelve

Falsas dicotomías Las falsas dicotomías nos han hecho mu-cho daño en la educación de la mente cristiana. Si bien es cierto que algunas personas han enfatiza-do la cabeza por encima del corazón, también es cierto, que hay quienes parecen haber separado la mente del corazón. La hora presente nos llama a integrar, no a dividir. A poner mente en el corazón y corazón en la mente.

El descrédito de la teología, y del estudio en general, en pueblo evangélico, en parte se debe a la actitud de aquellos que han pasado por teólogos o eruditos, pero cuya actitud hacia los demás ha es-tado tan carente de falta de humildad y tan sobra-da de arrogancia que muchos han sacado la con-

clusión que la dedicación al estudio riguroso de la Biblia va en detrimento de la espiritualidad, y

crea división en la iglesia: el grupo de los gnós-ticos —los instruidos— y los agnósticos —los que ignoran. Una división muy parecida al catolicismo romano anterior al Vaticano II, entre iglesia docente —que eneña y man-da— y discente —que aprende y obedece.Los pastores y maestros son un don del Espíritu para la edificación de la Iglesia: “Y él mismo constituyó a unos, apósto-les; a otros, profetas; a otros, evangelis-tas; a otros, pastores y maestros, a fin de perfeccionar a los santos para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo” (Ef. 4:11-12).

Los responsables de semina-rios, colegios bíblicos, escuelas domi-nicales tienen que ser conscientes de la grave responsabilidad que asumen. Educar es despertar el corazón.

¿Qué ha ocurrido en la ense-ñanza teológica durante estos años? Según el Dr. J. Norberto Saracco, “los seminarios trataron de contar con un cuerpo docente cada vez más autócto-no y mejor preparado. Muchos de ellos

fueron enviados a obtener sus postgra-

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chiquita, pobre, ordinaria. El verdadero teólogo es aquel que ha puesto no solamente su cabeza, sino también su corazón, su alma y todas sus fuerzas, al servicio de la ciencia divina. Es, tiene que ser un enamorado del Dios que se revela y se da a sí mis-mo en el Hijo. Desgraciadamente, ciertas personas que quisieran pasar por teólogos no son nada más que escribas, por eso parecen lejanos, fríos, y algo engreídos. “Les falta enamoramiento” (J. Ratzin-ger).

El cultivo de la “cultura emocional”, de los sentimientos y virtudes morales y espirituales no va en detrimento de la “cultura intelectual”, del ri-gor académico, del análisis y reflexión filológica, histórica y teológica de la revelación divina. De ninguna manera el amor y la espiritualidad es una dispensa para no pensar y estudiar a fondo cada cuestión que atañe al depósito de la fe. El amor aplicado a la inteligencia no es menos exigente que la pura razón, al contrario, el amor es más exigen-te, porque aspira no a un aspecto parcial de la rea-lidad, sino que aspira a la totalidad, al infinito, que es Dios, a cuyo ser se accede por vía intelectual y por vía emocional. Por haber ignorado esto, el protestantismo abocó en la negación de lo sagrado en el mismo seno de la ciencia divina, que es la teología.

El pueblo fiel debe apoyar el estudio teoló-gico, y proveer de medios a aquellos capacitados para el mismo, por su propio bien y por su futuro. Por su salud presente y por las de aquellos que han de venir después. La teología practicada como un ejercicio de claridad intelectual al servicio de la Iglesia y su verdad, es un camino de liberación y de expansión de la experiencia creyente.

Conclusión El escrito ruso y Premio Nobel de Literatu-ra, Aleksander Solzhenitsyn, en impactante novela Un día en la vida de Iván Denísovich, donde narra la lucha por la supervivencia en un campo de pri-sioneros de la antigua URSS, hace referencia a un tal Alioska, un creyente bautista encerrado por su

fe, al que “había que amarle demasiado para no abusar de él”, de puro bueno y servicial que era. Es fácil deslizarse por la vida cómoda y regalada del mi-nisterio, y olvidar el amor que se debe a la gente, aunque sólo sea a ese ni-vel de no abusar de ella. La verdad es que no amamos suficiente a la gente, ni el esposo a la esposa, ni la esposa al esposo, ni el pastor al rebaño, ni el rebaño al pastor, cuando cada cual busca beneficios en lugar de buscar modos y maneras de ser beneficio-so a los demás. Llevamos el egoísmo escrito en nuestros genes, unas ve-ces por cuestión de supervivencia, y otros por el simple gusto de ser servi-dos y disfrutar así de nuestra parcela de poder.

Precisamente si el amor está co-locado entre los requisitos primeros e imprescindibles del ministerio, es por-que sólo el amor puede mantener des-pierta nuestra conciencia respecto al uso y abuso de los demás. El amor corrige los desórdenes de los deseos egoístas enseñán-dole la disciplina del dominio propio, de la autonegación, del servicio desinteresado, de dar para enriquecer y no sólo para ser enrique-cido. Bien dice el apóstol Pablo, apóstol y pas-tor sin igual, que el amor no busca lo suyo (1 Cor. 13:5). ¿Puede hacer algo más contrario a nuestras tendencias innatas? No sin razón los teólogos ha-blaban del amor de Dios, derramado por el Espíri-tu en nuestros corazones, como una virtud teolo-gal, es decir, una virtud que no nos es propio, sino otorgada por gracia.

El amor nos guarda del egoísmo, ese mons-truo de mil cabezas, y de la codicia, esa sed de riquezas que nunca se sacia. El amor a Dios y al prójimo debería evitar que nos convirtamos en “amantes de ganancias deshonestas” (1 Tim. 3:8). Y es fácil deslizarse por esa pendiente por un de-fecto de deformación profesional, cuando nos

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creemos con derecho a ser tratados con deferencia en todo, a disfrutar de un buen nivel de confort en virtud de la dignidad de nuestro ministerio, a tener preferencia en los puestos y cargos de la comunidad, poniendo cargas cada vez más pesadas sobre la con-gregación, ajenos a las cargas cotidianas que de ordi-nario tienen que llevar y soportar todos y cada uno de los miembros. Sí, hay que amar demasiado a la gente para no abusar de ella. Si no amamos suficientemente al hombre, ¿no será que no amamos suficientemente a Dios? ¿Y no es falta de amor a Dios esa desidia hacia el estudio teo-lógico y bíblico serio y riguroso? ¿Acaso el amor no es ante todo ganas de conocer? De conocer al ser amado y todo lo relacionado con él. Precisamente los grandes teólogos han sido y son los grandes ena-morados de Dios. Porque no se ama suficientemente a Dios y al prójimo, el pastor, el líder y otros respon-

1 E. Cabañero, “La despedida” (carta del padre del poeta poca antes de morir en la prisión por “rojo”): «Hay que ser generosos, / los demás están solos, / necesitan que alguien se ocupe de ellos / porque el amor más mínimo les fal-ta; / amamos poco al hombre», tú me dices. / No amamos bien al hombre. / Recordando aquel pan y aquella cárcel, / viéndote emocionado, / fiado en la verdad, claro, indefenso, / he vuelto a deshacer la despedida / para que ser tu hijo sea decirte / que no estás sin amor...»

2 Me refiero a la llamada “teología de la prosperidad”.

3 Cf. Mary Alice Chrnalogar, Escrituras torcidas, liberán-dose de las iglesias que abusan. Editorial Vida, Miami 2006; Ronald Enroth, Churches That Abuse (Iglesias que abu-san). Zondervan, Grand Rapids 1992.

4 Cf. Marc A. DuPont, Toxic Churches. Chosen Books, Grand Rapids 2004.

5 Cf. Daniel G. Bagby, El poder de la Iglesia para ayudar o dañar. Casa Bautista de Publicaciones, El Paso 1992; Alberto Daniel Gandini, La Iglesia como comunidad sanadora. Casa Bautista de Publicaciones, El Paso 1989; Mario E. Fumero, Cuando la iglesia perdió la sencillez. Producciones Peniel, Tegucigalpa 1996.

6 Cf. Bayardo Levy, ¿Ministros o trasquiladores? Pali-brio, Bloomington 2011; Jorge Erdely, Pastores que abu-san. Ediciones B, México 2008.

7 E. Fromm, El arte de amar. Cap. II. “La teoría del amor”.

8 Julián Marías, La educación sentimental, p. 42. Alianza Editorial, Madrid 1992.

9 Ibid., p. 45.

10 Karlheinz Deschner, Historia criminal del cristianismo, 10 vols.

11 Cit. Por Huston Smith, El alma del cristianismo, p. 79. Editorial Kairós, Barcelona 2007.

12 “Y si tuviese profecía, y entendiese todos los misterios y toda ciencia, y si tuviese toda la fe, de tal manera que tras-

ladase los montes, y no tengo amor, nada soy” (1 Cor. 13:2).

13 Agustín, Sermón 253,1-3.

14 Agustín, Sermón 137.

15 Santos Benetti, El proyecto cristiano. Ciclo B., p. 224. Paulinas, Madrid 1978.

16 Cántico Espiritual 28.

17 Véase A. Ropero, Renovación de la fe en la unidad de la Iglesia. Clie, Barcelona 1996.

18 Veáse Peter Kreeft, Christianity for Modern Pagans: Pascal’s Pensees (trad. cast. Cristianismo para paganos modernos. Educa, Buenos Aires 2005).

19 Luc Ferry, Sobre el amor. Una filosofía para el siglo XXI. Paidós, Barce-lona 2013.

20 José Luis Abellán, “Ortega y Gasset: adelantado de la postmodernidad”, en lecciones del curso Cincuenta años de Ortega y Gasset (1955-2005). Ma-drid, octubre-diciembre de 2005; Jacinto Sánchez Miñambres, “Ortega y el nacimiento de la posmodernidad”, en El Basilisco, nº 21, 62-63, 1996.

21 Ortega y Gasset, El tema de nuestro tiempo, VI.

22 Xavier Zubiri, Inteligencia Sentiente: Inteligencia y Logos (Madrid, 1982); Inteligencia Sentiente: Inteligencia y Razón (Madrid 1983).

23 Daniel Goleman, Inteligencia emocional. Editorial Kairós, Barcelona 1995.

24 Id., p. 13.

25 Id., p. 17. Precisamente lo que en nuestros días ha propuesto el Goe-the-Institut: “La educación entre el corazón y la razón”. Humbolt 158, 2012.

26 Id., p. 62.

27 Antonio R. Damasio, El error de Descartes (Crítica, Barcelona 2001; org. Descartes’ Error, Avon Books, Nueva York 1996).

28 Norberto Saracco, “La educación teológica en el siglo XXI. Nuevas res-puestas para nuevos desafíos. Una visión desde América Latina”. Manila, 15 de septiembre de 2005.

sables de la comunidad se contentan con tópicos y viejas verdades mal aprendidas causan daños con sus consejos carentes de visión y responsabilidad, pro-ducen estragos espirituales, morales y psicológicos de graves consecuencias. La falta de estudio, no se debe a falta de tiempo, sino a falta de amor, de inte-rés y de prioridades. ¿Nos pondríamos en manos de un cirujano que no se pone al día de las nuevas téc-nicas quirúrgicas? ¿Puede ser bueno el maestro que no analiza los nuevos métodos pedagógicos? Pues el pastor que es médico, maestro, consejero, conduc-tor de almas… ¿no debería ser más exigente en su formación, y ser el primero en poner en práctica el principio de la formación permanente? ¡Qué menos que eso para ser ministros aprobados que trazan bien la palabra de verdad!

Alfonso Ropero.

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Referencias

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Referencias

Fotos de la visita del Dr. Alfonso Ropero en Guatemala.Durante su visita se realizó la conferencia “El Amor en la Formación del Ministerio” tanto en Quetzaltenango como en la ciudad de Guatemala, con una buena asistencia de participantes.Además el Dr. Ropero realizo visitas a Radio Cultural, a Librería Bautista (Organizador y patrocinador del evento). El Dr Ropero tambien estuvo predicando en la Iglesia de Jesucristo La Familia de Dios.

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