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“El amor en la adolescencia, ¿sentimiento profundo o simple atracción?” "To da pasión, alguna apariencia etérea que se da, tiene su raíz en el instinto sexual." Arthur Schopenhauer ¿Estamos biológicamente programados para amar? Recordamos que en el cuento “El amor es eterno mientras duele” Paola y Mario están perdidamente enamorados el uno del otro. Una experiencia extática, inefable y casi mística, un fenómeno que les parece, tal la gracia, precioso como un don divino. Ellos mismos se sienten transportados y sin embargo soberanamente libres. Lo que ellos viven desafía toda ley de la naturaleza, toda determinación, toda necesidad. Esto es lo maravilloso, lo fabuloso, lo extraordinario. Sin embargo, según los investigadores especializados en la neurobiología del estado amoroso, se trata allí de una experiencia perfectamente ordinaria y previsible “Muy ingenuos son los enamorados que creen en la magia del flechazo, en el misterio fatal de la pasión y en la trascendencia del amor. El amor les parece inexplicable. Pero si el amor es incomprensible, el desamor lo es también”. Entonces ciertos científicos piensan poder probar exactamente lo contrario. ¿Quién tiene razón, los románticos o los científicos? Desde hace unos treinta años, una nueva rama de la biología de la evolución se desarrolló, dinamitando, sobre este terreno todavía poco explorado por la ciencia que es el amor, el viejo debate de la naturaleza y de la cultura. Las conclusiones de los investigadores toman en efecto toda nuestra tradición cultural en materia de amor. Según ellos, el amor es racionalmente explicable: él obedece a lógicas, leyes y esquemas universales, que, antes de ser psicológicos, son de orden biológico. En materia de deseo y de sentimiento, hay de hecho poco misterio. El Occidente ha transmitido un ideal erróneo, el de Tristán e Isolda caídos bajo el encanto de la magia, hechizados por una fuerza divina, de un Cupido que dispersaba sus flechas a merced de sus caprichos y a merced de una Vénus fatal. Pero son sólo mitos. La realidad es mucho más prosaica… A Platón, que piensa en el deseo como un "demonio" enviado a los hombres por los dioses, la ciencia replica que el deseo es una propiedad emergente de los sistemas nervioso, endocrino, circulatorio y urogenital, que implica una decena de regiones del cerebro, una treintena de mecanismos bioquímicos y de centenas de genes específicos que sostienen estos diversos procesos. A Carmen, que canta que el amor es «niño de gitano que nunca conoció ley», los estudiosos responden que el amor es una mecánica neurofisiológica compleja, regida por una programación implacable. Todo esto falta singularmente de poesía, estoy de acuerdo. Sin embargo, estos supuestos proporcionan el deseo y el amor bajo una nueva luz, que sería un error de la filosofía pasar por alto. Más aun cuando uno de los primeros que han tenido la intuición de un cálculo genético del amor no es un biólogo, sino un filósofo, el genial Arthur Schopenhauer. Que yo sepa, los científicos no se refieren a la Metafísica del amor sexual. Sin embargo, la demostración del gran desmitificador de amor, que lleva cerca de ciento cincuenta años,

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Page 1: El amor aa

“El amor en la adolescencia, ¿sentimiento profundo o simple atracción?” "Toda pasión, alguna apariencia etérea que se da, tiene su

raíz en el instinto sexual." Arthur Schopenhauer

¿Estamos biológicamente programados para amar? Recordamos que en el cuento “El amor es eterno mientras duele” Paola y Mario están perdidamente enamorados el uno del otro. Una experiencia extática, inefable y casi mística, un fenómeno que les parece, tal la gracia, precioso como un don divino. Ellos mismos se sienten transportados y sin embargo soberanamente libres. Lo que ellos viven desafía toda ley de la naturaleza, toda determinación, toda necesidad. Esto es lo maravilloso, lo fabuloso, lo extraordinario. Sin embargo, según los investigadores especializados en la neurobiología del estado amoroso, se trata allí de una experiencia perfectamente ordinaria y previsible “Muy ingenuos son los enamorados que creen en la magia del flechazo, en el misterio fatal de la pasión y en la trascendencia del amor. El amor les parece inexplicable. Pero si el amor es incomprensible, el desamor lo es también”. Entonces ciertos científicos piensan poder probar exactamente lo contrario. ¿Quién tiene razón, los románticos o los científicos? Desde hace unos treinta años, una nueva rama de la biología de la evolución se desarrolló, dinamitando, sobre este terreno todavía poco explorado por la ciencia que es el amor, el viejo debate de la naturaleza y de la cultura. Las conclusiones de los investigadores toman en efecto toda nuestra tradición cultural en materia de amor. Según ellos, el amor es racionalmente explicable: él obedece a lógicas, leyes y esquemas universales, que, antes de ser psicológicos, son de orden biológico. En materia de deseo y de sentimiento, hay de hecho poco misterio. El Occidente ha transmitido un ideal erróneo, el de Tristán e Isolda caídos bajo el encanto de la magia, hechizados por una fuerza divina, de un Cupido que dispersaba sus flechas a merced de sus caprichos y a merced de una Vénus fatal. Pero son sólo mitos. La realidad es mucho más prosaica…A Platón, que piensa en el deseo como un "demonio" enviado a los hombres por los dioses, la ciencia replica que el deseo es una propiedad emergente de los sistemas nervioso, endocrino, circulatorio y urogenital, que implica una decena de regiones del cerebro, una treintena de mecanismos bioquímicos y de centenas de genes específicos que sostienen estos diversos procesos. A Carmen, que canta que el amor es «niño de gitano que nunca conoció ley», los estudiosos responden que el amor es una mecánica neurofisiológica compleja, regida por una programación implacable. Todo esto falta singularmente de poesía, estoy de acuerdo. Sin embargo, estos supuestos proporcionan el deseo y el amor bajo una nueva luz, que sería un error de la filosofía pasar por alto. Más aun cuando uno de los primeros que han tenido la intuición de un cálculo genético del amor no es un biólogo, sino un filósofo, el genial Arthur Schopenhauer. Que yo sepa, los científicos no se refieren a la Metafísica del amor sexual. Sin embargo, la demostración del gran desmitificador de amor, que lleva cerca de ciento cincuenta años, reúne las encuestas conducidas hoy en los laboratorios de neurobiología. La idea directiva es rigurosamente la misma: el amor es una trampa que nos tiende la naturaleza para conducirnos a la reproducción. Veamos primero de más cerca lo que en dicho Schopenhauer, antes de volver a la ciencia del amor. De buenas a primeras, escribe, el amor es un fenómeno irracional, capaz de hacer loco al más sabio y de poner en peligro mortal al más prudente. Es lo que explica la incomprensión total de la que es víctima desde hace tiempo, incluido por parte de los poetas, moralistas y filósofos. "Los moralistas maldecirán esta concupiscencia brutal. Los poetas hablarán de almas predestinadas y de atracciones inevitables. Platón contará que, en los tiempos cuando los hombres eran andróginos, Júpiter, irritado contra ellos, les desdobló, que, para bajar su orgullo, les hendió en dos como lenguados, y que, desde entonces, cada uno corre después de la mitad que perdió hasta que haya encontrado su otra mitad. Pero los poetas son unos soñadores, los moralistas son unos asnos, y Platón se burla de nosotros.» El amor desarregla, en ambos sentidos del término: porque resiste a toda teorización y porque es siempre intempestivo. Schopenhauer lo acusa de venir inoportunamente para perturbar los grandes espíritus, para interrumpir a hombres de Estado y sabios en sus ocupaciones graves, no vacilando

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en «deslizar sus cartas amorosas y sus rizos de cabello hasta en las carteras ministeriales y los manuscritos de los filósofos».