el agricultor, guardiÁn de la creaciÓn - fÉlix revilla grande, sj

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Página | 1 Sal Terrae 97 (2009) 485-496 El agricultor, guardián de la creación Félix REVILLA GRANDE, SJ* «La agricultura es la profesión propia del sabio, la más adecuada para el sencillo y la ocupación más digna para todo hombre libre» (Cicerón). «Si supiera que el mundo se ha de acabar mañana, yo hoy aún plantaría un árbol» (Martin Luther King).

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EL AGRICULTOR, GUARDIÁN DE LA CREACIÓN - FÉLIX REVILLA GRANDE, SJ.

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Page 1: EL AGRICULTOR, GUARDIÁN DE LA CREACIÓN - FÉLIX REVILLA GRANDE, SJ

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Sal Terrae 97 (2009) 485-496

El agricultor, guardián de la creación

Félix REVILLA GRANDE, SJ*

«La agricultura es la profesión propia del sabio,

la más adecuada para el sencillo

y la ocupación más digna para todo hombre libre»

(Cicerón).

«Si supiera que el mundo se ha de acabar mañana,

yo hoy aún plantaría un árbol»

(Martin Luther King).

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Escribo desde la meseta castellana, Comunidad de Castilla y León, con una

peculiaridad rural y agrícola muy distinta de otras zonas (aunque a los ojos

urbanícolas todo es campo). Nuestros pueblos, en otras épocas tan activos,

vivos y productivos, han sufrido desde la década de los 50 una sangría humana

tan drástica que hoy muchos de ellos son inviables; su desaparición sólo es

cuestión de tiempo. Densidades de población por debajo de 5 habitantes por

kilómetro cuadrado, y medias de edad por encima de los 60 años... Se están

muriendo en silencio y, en general, vivimos de espaldas a ellos, salvo cuando

hacemos «turismo rural».

1. El mundo rural y agrario del que muchos venimos

La vida agrícola y rural hasta los años 70

y su relación con la Buena Noticia del Evangelio

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Jesús, aunque no fuera agricultor, procede y vive inmerso en una cultura

agraria y mediterránea. De ella no sólo tomó el lenguaje (parábolas y

ejemplos); tomó mucho más que eso: modos de actuar y de ser, maneras de

afrontar la vida y relacionarse, valores culturales y sociales, concepciones

vitales...

Los recursos agrícolas, pecuarios, ambientales que usa Jesús en sus

palabras, en sus parábolas, en sus ejemplos, los entenderían bien los habitantes

de nuestra zona que vivieron hasta aproximadamente los años 70 del siglo

pasado. Porque las labores de la viña, el bieldo, las bellotas para los cerdos (ya

parece que existía el «pata negra» en tiempos de Jesús), el trigo y la cizaña, el

granero, la mano en el arado, etc. son carne de nuestra carne, son también

parte no sólo de nuestra actividad, sino también de nuestra cultura, de nuestras

concepciones vitales. Por eso, el mensaje, la Buena Noticia que Jesús

anunciaba a la gente sencilla, que entendían desde su realidad, entra en la

cabeza y el corazón de nuestras gentes: ellos no necesitan explicación del

mismo. No tanto en el de otras culturas rurales, y mucho menos en el de las

urbanas. Se trata, en definitiva, de un mensaje muy asequible para nuestra

cultura mediterránea y de secano, y hasta para el tiempo actual en que

vivimos1.

La agricultura cambió muy poco desde Jesús hasta los años 50. Hemos

producido lo mismo y con los mismos medios, por lo que el lenguaje de Jesús

ha sido no sólo entendible, sino actual, cotidiano, real, vivo... Y así también el

evangelio ha ido impregnando nuestra cultura rural, ha ido haciéndose parte de

nuestro lenguaje, de nuestra manera de entender las cosas de la vida; y lo ha

hecho como no ha ocurrido en ninguna otra parte del mundo. Y en el

transcurso del tiempo ha dado lugar a una bellísima historia de evangelio

encarnado en nuestros pueblos y en nuestra gente.

Y a esta cultura del evangelio se ha ido incorporando la historia de los

creyentes y de la Iglesia, que ha vestido sus acontecimientos, sus fiestas, sus

momentos importantes del año y de la vida social: las fiestas patronales, un

santoral unido a las labores agrícolas, a las atenciones que hay que prestar al

clima para el trabajo en el campo, que marca tiempos de siembra y siega, que

indica labores a realizar.

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Y así las propias labores agrícolas que se hacen cada día son repaso del

evangelio escuchado cada domingo y de la enseñanza de Jesús: el Pastor que

conoce a sus ovejas, el que coge el arado y echa la vista atrás, el sembrador

que sale a sembrar, las mujeres que van a por agua al pozo, o el que mira el

horizonte para ver el color del cielo y saber qué tiempo hará al día siguiente2.

Hoy, después del primer domingo de Cuaresma cualquier agricultor que el

lunes salga al campo y vea el arco iris se acordará de que Dios tiene un pacto

con él y con toda la creación (Gn 9,8-15)

Es cierto, la propia actividad agrícola tradicional invita por su naturaleza

tanto a la confianza, a la esperanza, a poner uno los medios y esperar que la

naturaleza ponga el resto; invita a la resistencia, a la paciencia, a mirar al

cielo. Por eso, no deja de ser una Escuela para la vida y para la vida cristiana,

donde son tan necesarias todas esas virtudes...

Puedo añadir que, en lo que yo he llegado a conocer, esta historia y esta

cultura han dado lugar a un mundo rural profundamente creyente en el Dios de

Jesús, lleno de valores evangélicos que nacen de un corazón agradecido al

Dios de la vida. Personas que valoran la palabra dada y recibida, la verdad, el

servicio y la ayuda a los otros, el cuidado de los enfermos, la honestidad, el

amor a los padres y a los hijos; personas que saben recibir del cielo con

agradecimiento el fruto de su trabajo, que saben partir el pan con el

hambriento y el forastero que pasa por el pueblo... Personas con gran

profundidad espiritual... Por eso, si algunos de los que esto leen son

originarios de este contexto, recordarán enseguida muchos nombres: muchos

de nuestros mejores compañeros-as, mamaron de esa leche. ¡Y cuántas

vocaciones de servicio y entrega auténticas han dado nuestros pueblos!

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En definitiva, en ese mundo, sentir la actividad agrícola como algo

vocacional, como lugar de encuentro con Dios y el prójimo era tan evidente

que no necesitaba mucha reflexión.

2. La crisis de los 60

El fuerte desarrollo económico de la España de los 60 estuvo falto de una

ordenación del territorio conforme a un modelo que pudiera dar lugar a un

desarrollo armónico, sostenible, que evitase fuertes desequilibrios. Y eso en

nuestra tierra dio lugar a una emigración masiva del campo a la ciudad, y en

muchos casos a ciudades muy lejanas de nuestros pueblos. Ello dio lugar a un

despoblamiento en algunas zonas y comarcas que prácticamente lo hacen

irreversible. Lo que podía haber sido una apuesta por un desarrollo económico

disperso del territorio, como ocurre en otras zonas de España y de Europa, se

convirtió en una industrialización intensa de núcleos urbanos que creó

problemas irreversibles en el mundo rural y no pocos problemas en el propio

medio urbano, sobre todo para las clases más populares, como se ve ahora, en

tiempos de crisis.

Esta despoblación llega al medio rural acompañada de la «modernización»

de la agricultura. En 30 años, la agricultura cambió más que en los 12.000

años anteriores. Ya ni el santoral nos sirve para sembrar, plantar, o cosechar...

Nuestro campo, el castellano, ha quedado humanamente arrasado. Se podría

decir con el Licenciado Rodrigo Caro: «Estos, Fabio, ¡ay dolor!, que ves ahora

campos de soledad, mustio collado, fueron un día Itálica famosa». Y esto es lo

que cada domingo, cuando otro jesuita y yo nos acercamos a celebrar la

Eucaristía a unos pueblos vallisoletanos, nos cuenta la gente: «esto, hace

cuarenta años, tenía tantos habitantes y aquí se hacía, se trabajaba... se tenían

unas fiestas...».

La agricultura ha superado los límites del clima, la producción, etc., pero

ha empezado a depender de nuevos factores: el mercado, la política agraria

comunitaria, las multinacionales, los agroquímicos y las semillas certificadas,

la energía, etc.

La agricultura moderna se ha echado en brazos de las empresas

agroquímicas y de maquinaria que les ha ido dictando lo que tenían que hacer

en cada momento: más agroquímicos, mejores semillas, maquinaria más

grande y de mayor consumo energético. Así se produce más, aunque los

precios de los productos bajen y, al final, ganemos lo mismo, o menos, o haya

excedentes. Todo esto ha hecho perder libertad al agricultor, que no fija los

precios de lo que compra (tampoco de lo que vende), que tiene inmensos

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patrimonios fruto de muchos años de trabajo, pero que apenas rinden para

llevar una vida digna y de los que sería muy difícil desprenderse. Estas

empresas multinacionales procuran que el agricultor se mueva en el terreno

justo para no abandonar lo que para ellos sí es una actividad productiva.

Estamos atrapados y hemos perdido la libertad.

¿Qué queda, entonces, de la cita de Cicerón que abre este artículo?

3. Una cultura que se pierde

Cada vez que me acerco al pueblo de mis abuelos a dar el último adiós a

alguno de mis seres queridos, tengo la vivencia de estar asistiendo a la

despedida de algo más que una persona cercana a mí; se va con ellos una

manera de entender la vida llena de cosas muy profundas y bellas desde el

punto de vista de la fe y de la persona humana en su relación con el medio. Y

esta herencia se pierde, no es como las fincas, las naves o la maquinaria, que,

aunque sea de mala manera, se reparten. Se pierde una cultura rural que

también es Creatura de Dios, además tan evangelizada, tan llena de sentido,

tan conocedora de la agricultura, del campo, de la naturaleza en sus

entresijos... ¡Y eso no lo hereda nadie! O, al menos, deja de ser casa común. Y

con eso se van modos y maneras muy profundas de entender la palabra de

Dios.

4. Nuestro hoy

«Primero fue necesario civilizar al hombre

en su relación con el hombre.

Ahora es necesario civilizar al hombre

en su relación con la naturaleza y los animales»

(Victor Hugo).

Hoy el panorama de la agricultura es muy distinto en los diversos lugares del

mundo. Pero, en conjunto. diríamos que hay dos grandes polos:

a) Una agricultura moderna, tecnificada, industrializada, que en algún caso no

se puede llamar «agricultura» (como los cultivos superintensivos bajo

plástico o cultivos industrializados). Pero, en conjunto, con muy poco peso

en la economía mundial. Primer mundo.

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b) Una agricultura de subsistencia normalmente, en países pobres, que sufre la

presión de las grandes empresas (que buscan mayores superficies para sus

cultivos transgénicos que alimenten ganados, o produzcan energía) y de los

aranceles de los países ricos proteccionistas. Resto del mundo.

¿A qué nos anima nuestra fe en el panorama actual a quienes estamos

involucrados en la actividad agraria y en el mundo rural? ¿Cuáles son los

retos, las esperanzas, los horizontes a perseguir, los demonios a combatir...?

Asistí hace unos meses a unas conferencias sobre teología y ecología que

dieron en Burgos dos compañeros jesuitas, José Ignacio García y Jacques

Haers, que me han ayudado a poner palabras más concretas a lo que ahora

escribo y a lo que llevo tiempo sintiendo por dentro.

En el mundo moderno estamos obligados a entender nuestra nueva realidad

y a reformular nuestra fe en esta realidad. Lo que ahora nos toca no es peor

que el pasado. No podemos vivir del pasado, ni tener la fe de épocas

pretéritas; sencillamente, tenemos que abrirnos a lo que nos toca vivir hoy.

Eso quiere decir que hemos de estar atentos a los signos de los tiempos, a

aquellas realidades importantes que acontecen en nuestro entorno vital y

profesional y que iluminan nuestra vida y nuestra fe.

«No recordéis lo de antaño,

no penséis en lo antiguo;

mirad que realizo algo nuevo;

ya está brotando, ¿no lo notáis?»

(Isaías 43,18).

Una de esas cuestiones que acucian hoy nuestro mundo es la crisis

medioambiental. Esta crisis, que afecta a la relación del hombre con su medio,

es un signo de los tiempos también para nosotros los agricultores. Tenemos

que leer esa situación desde nuestra profesión de agricultores y desde nuestra

fe y nuestro compromiso; y desde ahí comprender cómo esta situación nos

apunta con el dedo, nos abre interrogantes y nos plantea algunos retos:

a) En primer lugar, el agricultor, por la esencia de la propia actividad que es

trabajar con el medio natural para producir alimentos para hombres y

animales, puede y debe sentirse en una labor co-creadora con Dios. Esta

creación inacabada, que cada día pide lo mejor de nosotros para hacerla

avanzar. Una creación llamada a un desarrollo armónico. Tenemos mucho

que decir ahí. Comenzaremos por reconocer nuestra responsabilidad en la

crisis medioambiental del mundo actual. Por haber dejado entrar en nuestra

casa muchos modos de hacer sin discernimiento alguno (demonios), hemos

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contribuido a la contaminación de acuíferos, a la desertización del

territorio, al derroche del agua, a la producción de alimentos insanos.

Hemos introducido en nuestra tarea, sin la suficiente maduración, prácticas

que no son fruto de una decisión sopesada, sino, simplemente, porque así

se ganaba más dinero, o porque nos han dicho que los rendimientos serían

mayores, etc. Si me siento actor principal en esta labor creadora de Dios, en

una creación en la que considero importante un mundo en equilibrio, sano

y con futuro para todas las criaturas humanas y no humanas, tengo mucho

que aprender, que trabajar, que hacer. Se puede hacer otra agricultura. o

agricultura de otra manera.

b) Creo sinceramente que todos los agricultores disfrutan con su trabajo, por

la libertad, por vivir en la naturaleza, porque posibilita la creatividad. Este

disfrute es también una actitud cristiana. Hemos de pasar, de la amargura

que muchas veces nos envuelve por nuestra situación, a disfrutar con lo que

hacemos. El Señor, al terminar la Creación, se paró a ver lo que había

hecho y lo disfrutó. Recuperemos esa capacidad contemplativa sobre

nuestra tarea: es bonito sembrar, y ver nacer, y ver crecer, y espigar y

recoger un grano que es pan para todos; es bonito podar el viñedo y aclarar

racimos y cortar nietos y ver que nuestra vendimia es buena y que será vino

de alegría, que cura heridas, como dice una bonita Plegaria Eucarística.

Ponernos a tiro de que la contemplación de la naturaleza nos haga ver el

milagro3.

c) Tenemos que procesar también una parte importante de fracaso que

conlleva nuestro trabajo. Sigue existiendo la imagen del agricultor como el

hombre paleto, poco formado y que no entiende el mundo moderno4. A eso,

desde que estamos en Europa y en una agricultura global, hay que añadir

que en las ciudades piensan que nos comemos en subvenciones el

presupuesto de Europa, que nos pagan por no trabajar y no cultivar y que,

por tanto, vivimos del cuento... Nadie parece darse cuenta de que sin la

presencia de la actividad agrícola en el medio rural la crisis ecológica de

nuestro hábitat sería brutal. No entienden nada de lo nuestro, y tal vez

tampoco quieran entenderlo. Tenemos que elaborar interiormente esta

disminución o fracaso. Tendremos muchas cruces en nuestra tarea, pero

ésta será probablemente la Cruz. Porque se puede estar mal, pero, si al

menos te consuelan o te entienden... Ahora bien, si te abandonan y te

desprecian...

d) Está por delante el reto de –en terminología de un amigo dominicano–

importantizar nuestra profesión de agricultores. Y esto es también un reto

creyente, porque se trata de asumir con responsabilidad la tarea

encomendada en este proceso creativo. No es cuestión de que la prensa dé

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importancia a lo que hacemos; somos nosotros los que tenemos que valorar

lo que hacemos, dar categoría de Misión a nuestro trabajo. ¿Cómo?

– Mediante la formación y profesionalización: formarnos como

profesionales, para no ser engañados («la serpiente me engañó y comí»),

para ser capaces de tomar las decisiones adecuadas desde el punto de

vista de nuestra responsabilidad moral como creyentes (que no siempre

será producir más y a cualquier precio). Y los que trabajamos en la

formación debemos ofrecer con seguridad nuevas formas agrícolas y

ganaderas que sean rentables y que sean medioambientalmente

sostenibles. Todos debemos ir apostando por una agricultura profesional

y a la vez sostenible. Y la boina y el hablar menos finolis que el del

urbano han de ser señales de identidad cultural y no de ignorancia,

porque somos personas que trabajamos y sabemos trabajar en lo nuestro.

– Sintiéndonos responsables y respetuosos en nuestra relación con el

medio ambiente. Manejamos muchos parámetros ambientales: somos

una fábrica de consumo de CO2, trabajamos agroquímicos y semillas,

gestionamos el 80% del agua dulce del país... ¿Acaso no es ésa una gran

responsabilidad? Una responsabilidad que debemos manejar con orgullo

y con pasión, para la que, como hemos señalado, debemos estar

formados. Tenemos que hacer agricultura responsable, que defienda la

biodiversidad, que ponga en juego el conocimiento científico y técnico

para producir y, a la vez, mantener la tierra fértil. Hay que recuperar el

respeto por el campo y la tierra para que los demás la respeten. Como

dijo Columela en su obra «Los Doce Libros de Agricultura», hace dos

mil años: «Con frecuencia oigo a los primeros hombres de nuestra

ciudad culpar unas veces a la esterilidad de los campos, otros a la

intemperie que se nota en el aire de mucho tiempo acá, como

perjudiciales a los frutos; también oigo a algunos mitigar estas quejas

con una razón cierta a su parecer, pues piensan que la tierra fatigada y

desustanciada con la excesiva fertilidad de los primeros tiempos no nos

puede dar alimento a los mortales con la abundancia que le daba

entonces... Hemos puesto el cultivo de nuestras tierras a cargo del peor

de nuestros esclavos, como si fuera un verdugo que las castiga por

delitos que hubieran cometido, siendo así que nuestros antepasados...

cuanto mejores eran ellos, tanto mejor las trataban». A veces se presenta

al agricultor como el principal agente contrario al cuidado del medio

ambiente. Esto, a la vez que es radicalmente falso, debe mantenernos

muy alerta para apostar siempre por la tierra y su cuidado como nuestro

primer factor productivo.

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– Producimos alimentos. Las crisis alimentarias (vacas locas, dioxinas,

hambrunas, productos OGM, etc.) no hacen sino revelar que no hacemos

las cosas bien. A veces, no por nuestra responsabilidad, pero casi

siempre con nuestro concurso. No podemos permitir que eso ocurra, que

se nos utilice para ser vehículo de algo que afecta negativamente a las

criaturas. Debemos sentir la profunda satisfacción de saber que nuestro

trabajo hace posible que la gente coma, y coma sano. Hay que estar en la

punta de lanza de la apuesta por la agricultura respetuosa del medio

ambiente, la agricultura limpia, sin residuos, la agricultura sostenible, la

agricultura ecológica.

– No podemos sentirnos en un mundo en que los intereses de los

agricultores de Occidente se oponen a los de los pobres campesinos

indígenas; o que para que podamos tener un buen precio en el cereal

tiene que haber una mala cosecha en Europa del Este. Apostemos por

una agricultura solidaria. No es posible salvarse unos sí y otros no: ésa

no es una opción creyente. La opción creyente apuesta por el «todos

juntos» buscamos la manera de salir adelante (esto es hacer Iglesia, en

palabras de mi compañero belga Jacques Haers, citado anteriormente). Y

en ese «todos» entran todos los agricultores del mundo y todas las

criaturas urbanas y rurales. Pero para poder construir un mundo en

común, para hacer iglesia, una iglesia ecológica, debemos sacudirnos el

yugo de los poderes que no nos dejan ser dueños de nuestra actividad y

de nuestro futuro.

– Es importante apostar por trabajar juntos: las formas asociativas, que

nos permiten trabajar juntos, son una responsabilidad de nuestra vida

como cristianos. La salvación individual tiene poco sentido en una

creación que es única. En agricultura, lo único que logra el

individualismo es favorecer un sistema que es a todas luces injusto.

Tenemos que pertenecer a grupos, cooperativas, organizaciones

profesionales... y participar activamente en ellas, para, desde ahí, buscar

la justicia y la equidad. A pesar de que el camino esté lleno de fracasos.

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5. Hacia una nueva espiritualidad que brota

de nuestra relación con la tierra

«Hice huertos y jardines

y planté en ellos toda suerte de árboles frutales.

Hice estanques para regar con ellos

el bosque donde los árboles crecían»

(Eclesiastés 2,4-6).

Granjas-escuela, neo-rurales, turismo rural, agroturismo, comunidades de

postmodernos que reabren pueblos... En lenguaje castizo, diríamos que «la

cabra tira al monte»; en lenguaje más cuaresmal, «Acuérdate de que eres

polvo...». Tal vez la tierra nos sigue llamando como ofreciendo una alternativa

a nuestros modos actuales de vivir.

Creo que no es casualidad que en el proyecto de huertos ecológicos para

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personas mayores que funciona en nuestra Escuela de Valladolid (INEA)

tengamos 435 hortelanos y una larga lista de espera. Más de cuatrocientas

treinta familias de mayores se han juntado para cultivar. Comparten la ilusión

de tener un huerto ecológico donde poder expresar su saber y su creatividad.

Cultivan poco más de cien metros cuadrados cada uno, a los que dedican

muchas horas y sudores. El huerto les compensa con abundantes frutos... de

todo tipo.

Al caer la tarde, muchas decenas y cientos de personas asoman su

sombrero entre el denso follaje de su huertos y, como si fueran monjes,

trabajan en silencio los surcos de su huerto, recolectan los frutos después de

meses de espera y siembran y plantan para que siga habiendo futuro.

El contacto con la tierra beneficia al ser humano; el contacto con las plantas

y animales nos enriquece como personas, pues forman parte de la creación de

la que somos también parte.

La gente ya mayor busca en este contacto con la tierra poner en juego

valores, actitudes y capacidades que muchas veces la vida no nos deja

desarrollar. Busca curar heridas y dar descanso al espíritu. Tener un huerto

ecológico al lado de cientos de huertos nos sitúa en un contexto humano y

relacional donde se pueden desarrollar valores que nos hacen crecer por

dentro, a la vez que las plantas crecen por fuera: la relación del hortelano y su

huerto, del agricultor y su campo es como el relato del Genésis en pequeño. La

Naturaleza seduce, serena, reconcilia, da vida... Hace poco, una hortelana,

perteneciente al grupo de los 435 mencionados y cuyos problemas familiares

son de tal magnitud que podrían desequilibrar a cualquiera que no tenga su

fortaleza, me decía: «Y me dicen en casa que deje el huerto... y yo les digo

que no, que no lo dejo, porque para mí el huerto es la vida...».

Tal vez una de las buenas aportaciones que todavía puede hacer el campo

es ayudar a que esta espiritualidad ligada al campo, a la tierra y a la agricultura

pueda ser saboreada, vivida por otros que quieran acercarse a ella.

De la relación con la tierra, de la relación que se entabla con personas en

este entorno, puede surgir una nueva fuerza interior, que nos puede reconstruir

espiritualmente de una manera novedosa, dando lugar a personas que nos

sintamos más criaturas, más agradecidas, más naturales, más creyentes en un

Dios que es derroche de amor por las criaturas («ya está brotando, ¿no lo

notáis?»).

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«Del monte en la ladera,

por mi mano plantado, tengo un huerto,

que con la primavera

de bella flor cubierto

ya muestra en esperanza el fruto cierto»

(Fray Luis de León).

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6. Una palabra para nuestra Iglesia

Hace poco, leí una reflexión de un compañero jesuita, Marc Vilarassau, en

torno al libro bíblico de Rut. Uno de sus personajes, Noemí, no tiene hijos que

ofrecer a sus nueras viudas y les ofrece que la abandonen y se vayan en busca

de la vida. Sin embargo, una de ellas, Rut, le responde: «No insistas en que te

abandone y me separe de ti, porque donde tú vayas, yo iré, donde habites,

habitaré. Tu pueblo será mi pueblo, y tu Dios será mi Dios». Ojalá que los que

formamos la Iglesia seamos capaces de hablar como habló Rut y no olvidemos

el medio rural; en especial ahora que aparentemente tiene poco que ofrecer,

pues parece que ha perdido poder, influencia, y ya no produce vocaciones.

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* Director de la Escuela Universitaria de Ingeniería Técnica Agrícola

(INEA). Valladolid. <[email protected]>.

1. Recuerdo que una vez, en una aldea de Honduras, leímos el evangelio de la

vid y los sarmientos... Y después de un rato de predicación sobre esta

imagen, se nos ocurre preguntar: porque ustedes saben que es la vid,

¿verdad? Y nos respondieron: sí, es como una casa, una construcción....

Con ello recordamos que mucha gente hoy no entiende los ejemplos del

evangelio. ¡Y cuidado que los ejemplos son importantes para entender!

2. Recuerdo a un hermano jesuita, Elifio, hombre de gran experiencia

espiritual unida a la tierra y a la agricultura, que, siendo yo novicio y

estando de «prueba» en una finca en Tierra de Campos, y viajando en su

destartalado coche 4L, me paró un día en lo alto de una loma y, señalando a

un rebaño, me dijo: «¿Ves?, lo de Jesús es cierto: ese pastor conoce a cada

una de sus ovejas, aunque a ti y a mí todas nos parezcan iguales... Así nos

conoce y nos quiere a nosotros».

3. Según Jesús, un profesor y compañero mío, fue A. Einstein quien dijo que

se puede mirar la naturaleza y que nada parezca un milagro, y se puede

mirar la naturaleza y que todo parezca un milagro.

4. La caricatura es la boina y personas que se expresan rudamente, lo cual

puede verse en parodias en la televisión aún hoy, sin que nadie se

escandalice por la falta de respeto que supone; no tenemos un «lobby» que

se preocupe del mundo rural.

http://historial.pastoralsj.org/secciones/formacion.asp?id=114

[11/03/2014]