el adiós de jorge silvestre
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El adiós de Jorge Silvestre
Nunca quise quedarme en estos campos
donde el calor sin tregua nos acosa
y uno se contradice demasiado.
Basta. Es necesario que me vaya.
Adiós a lo ganado y lo perdido,
me voy a otro lugar donde veneren
la vida como dádiva y enigma,
la pasión del instante
y el efímero sueño de la tierra…
***
Adiós a la narcosis de la siesta,
al vaho de la anaconda y sus verdes pantanos
y al sudoroso sol de la canícula.
Adiós, tristeza monológica,
mi fetiche mestizo.
Siempre quise otro reino, otra palabra,
me he despedido de mi sombra,
de las palmeras y su monótono dialecto…
Tantas veces me he ido,
tantas seguí cada velero que partía
hacia no sé qué mar sin mar,
hacia un remoto azul polisilábico.
***
Partir, ver alejarse la sombra de estos muelles
desde algún barco al horizonte.
Irse más lejos, donde se extinga, por inútil,
cualquier atisbo de congoja.
Y arrancarse el paisaje de los ojos
con el lluvioso tedio de sus chácharas.
Que ya no quede la vida tan remota
ni la piedad posponga la justicia.
Salir veloz hacia otros ámbitos
a leguas de estas costas,
a leguas de esos cerros con los ojos de sapo
cuyo verdor bosteza.
***
Partir y no partir –para quedarse,
y en el negro cuaderno de la noche
llevar la cuenta de tantos barcos que nos dejan…
Partir y no partir jamás –aunque queramos,
¿o acaso es fácil borrarse de la sangre
el salvaje perfume de estos árboles?
La tierra no es redonda en todas partes
de la misma manera.
Aquí es redonda y verde,
aquí tiene otra luz que, lejos, hace falta.
Quedarse ahora –para no partir,
pero partir para jamás quedarse
y estar ausente o casi, más allá del adiós,
como quien hace siglos que se ha ido
y ya no mira las tardes mortecinas
que vierten en los ojos de los perros
el doloroso resto de su llama.
Ir a bordo de un barco
pero quedarse en otro
y que los dos prosigan
por sus opuestas travesías…
Adiós a todo lo que fuimos,
adiós al ojo derecho del perro
y al izquierdo que espera en un zaguán desierto,
parpadeando junto a la cal de las paredes.
***
Partir saben las hojas y los muertos
en la hora infinita. Al Norte, al Sur,
a donde el viento los lleve al fin, girando
sin pausa, al soplo del enigma.
Aquí aprendieron antes toda despedida,
junto a estos muelles de esfuminos blancos,
donde despliegan su batiente vuelo
los obstinados alcatraces.
Y en su momento desde aquí partieron
como notas en el compás de una guitarra
que la muerte nos tañe, como navíos,
no por marcharse para volver más tarde
o no volver jamás para quedarse.
Se los llevó la ausencia de sí mismos,
eso que a la arboleda añade el amarillo,
el soplo exangüe de los bosques,
la añoranza que expande su madera…
Partir supieron antes de estar aquí,
como lo supe un día antes de mi llegada,
como hoy sé que me he ido tantas veces
y otras tantas volví para salir de nuevo,
siguiendo al mar, mi amargo compañero,
y sus inciertos horizontes.
***
Para partir me quedo ahora,
para alejarme parto.
¿Desde que espacio miran mis ojos esta tarde?
Quizá no quede tarde sino olvido,
el olvido que traen las olas a estos muelles…
También el mar se va y retorna,
móvil, inmóvil, siempre inalcanzable,
mi viejo mar de azul polisilábico.
Partir a bordo de lo que nuca parte,
así me iré sin irme, tengo bastante ausencia
para llegar a donde quiero.
Puedo zarpar sin barco, estas olas me siguen,
las llevo entre mis venas.
Adiós, paisajes del camino,
paisajes que arrollé para llevarme
y ya no irán conmigo.
Adiós, terribles soles del hacha,
país que he amado en unos ojos de mujer,
adiós a quien yo fui cuando la amaba;
me voy para quedarme, me quedo para irme,
entre olvido y recuerdo
ya sólo escucho –y no sé dónde– el mar.
***
Me voy de este camino cuyas piedras
nos llevan siempre hacia las mismas casas.
Dejo mi infancia, su bosque, su leyenda.
– Adiós a todo lo que he sido.
Me voy en barco, a nado o a caballo,
compré una tumba en África,
mi reloj ya gotea su despedida.
Adiós a mis amigos y enemigos,
a estos perros con sus ojos de abismo;
viajo al país de una mujer,
a su cuerpo, a sus senos
que no han de ser nunca colinas,
detesto las metáforas,
es lo que más nos envejece.
Adiós al rezo nocturno de mi lámpara,
a mis poemas que siempre dicen lo contrario,
me corro de este pueblo donde mi sombra desvaría,
viajo sin boleto de vuelta ni de ida,
viajo sin viajar: que la calle se aleje,
que los perros ladren al reloj mientras se borran,
estoy cansado de partir: no doy un paso,
no salgo ya con nadie ni con nada
ni permanezco aquí vuelto una piedra,
mi adiós corre por dentro de las cosas,
se va y no parte, es decir, ya ha partido,
nació para no ser un adiós ni una metáfora,
nació para nacer y transformarse hora tras hora
en ida y vuelta, en grito, en sombra, en nada.
***
Sí, sólo yo que he partido tantas veces
puedo, por hoy, quedarme.
Sólo yo que me he ido, que siempre estuve lejos,
puedo permanecer aquí esta tarde.
Un instante quizá y ya me ausento.
Si jamás viví aquí más de un momento,
está bien que me quede.
Después de todo, siempre partí para quedarme,
y acaso sea mejor que no me quede.
Me voy pero no me voy y por eso me voy.
Al mar le debo mis preces taoístas
y el nihilismo de la luz sin patria.
Adiós, blanco velero donde viajo y no viajo.
Sólo quien no ha partido nunca
puede por fin marcharse ahora.
***
Sólo por ti, mi bella, ahora no parto.
Aunque no sepa cómo he de quedarme,
en cuál lugar, hasta qué año,
sólo por ti retorno de improviso
y a cada nuevo instante estoy de vuelta.
¿En qué otra tierra el mar nos dice y nos desdice,
nos habla y nos deshabla?
Te amé cuando el sol cubre la montaña
con esta luz de sal que lava el aire.
Sólo por ti, mi bella, permanezco,
es decir, zarpo ahora, mar adentro, aunque no zarpe,
se aleja el barco que me lleva, no mi cuerpo,
mi cuerpo sigue aquí junto a tus ojos,
donde el sol cubre la montaña.
Hay un adiós de quien parte y un adiós de quien vuelve
y otro que nadie sabe a dónde se dirige;
con este último adiós estoy a bordo,
con él me ausento y permanezco.
***
Siempre anduve de paso, mirando la vida que corre
en algún tren opuesto al mío.
Antes de llegar me he despedido.
Aquí y allá jamás he dado un paso
sin desear a la vez ir y volver.
Ya no sé cuando el mar borró mi nombre,
el ávido salitre hizo bien su trabajo.
Hoy todos me llaman el-que-parte
y a veces el-que-vuelve,
según vaya o regrese,
llevado de la mano de mi sombra.
Y hasta el viento me llama según suene
su soplo seco entre las piedras,
a veces Noche, a veces Naúfrago
y a veces también Nadie,
el mago errante que grabó La Odisea
en el rumor de alguna vieja caracola.
Eugenio Montejo