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VICTORIA ACCORAMBONI STENDHAL Ediciones elaleph.com

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V I C T O R I A A C C O R A M B O N I

S T E N D H A L

Ediciones elaleph.com

Editado porelaleph.com

1999 – Copyright www.elaleph.comTodos los Derechos Reservados

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VICTORIA ACCORAMBONIDUQUESA DE BRACCIANO1

Desgraciadamente para mí y para el lector, estono es una novela, sino la traducción fiel de un relatomuy grave escrito en Padua en 1585.

Hace unos años, estando en Mantua, me puse abuscar bocetos y cuadros pequeños como mi fortu-na, pero tenían que ser de pintores anteriores al año1600 ; por esta época acabó de morir la originalidad

1 Victoria Accoramboni, sobrina de Sixto V, esposa del prín-cipe Orsini, asesinada después por un hombre que le decía:«¿Os coca mi puñal el corazón?»Victoria fue muerta en diciembre de 1585 ; Ludovico fueestrangulado con un cordón de seda carmesí el 27 de di-ciembre de 1585, en Padua.

(Notas de Stendhal en el manuscrito italiano.)

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italiana, que la toma de Florencia en 1530 habíapuesto ya en gran peligro.

Un viejo patricio muy rico y muy avaro mandóa ofrecerme, en vez de cuadros, y muy caros, unosmanuscritos antiguos amarilleados por el tiempo.Dije que quería hojearlos y el hombre accedió, di-ciendo que se fiaba de mi honradez para no recor-dar, si no compraba los manuscritos, las curiosasanécdotas que iba a leer.

Con esta condición, que me plugo, hojeé, congran detrimento de mis olor, trescientos o cuatro-cientos legajos en los que se recopilaron, hace dos otres siglos, unos relatos de aventuras trágicas, carte-les de desafío referentes a duelos, tratados de pacifi-cación entre nobles vecinos, memorias sobre todaclase de temas, etc. El viejo propietario de estosmanuscritos pedía por ellos un precio exorbitante.Al cabo de muchas negociaciones, compré muy ca-ro el derecho de mandar copiar algunos relatos queme gustaban y que pintan las costumbres de Italiahacia el año 1500. Tengo de estas historias veintidósvolúmenes en folio, y una de ellas es la que va a leeraquí el lector, si es que tiene paciencia para ello.Conozco la historia de Italia en el siglo XVI y creoque lo que sigue es absolutamente verídico. Me he

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esforzado por que en la traducción de ese antiguoestilo italiano, grave, directo, soberanamente oscuroy salpicado de alusiones a las cosas y a las ideas deque se ocupaba la gente bajo el reinado de Sixto V(en 1585),no hubiera reflejos de la bella literaturamoderna y de las ideas de nuestro siglo sin prejui-cios.

El desconocido autor del manuscrito es personacircunspecta, no juzga nunca un hecho, no lo aliñanunca: se limita a contarlo tal como es; si algunavez, sin proponérselo, resulta pintoresco, es que, en1585, la vanidad no adornaba todos los actos de loshombres con una aureola de afectación; entonces sepensaba que sólo con la mayor claridad posible sepodía interesar al vecino. En 1585, nadie ,r. propo-nía entretener mediante la palabra, a no ser los bu-fones mantenidos en las cortes o los poetas. No sehabía llegado aún a decir: «Moriré a los pies devuestra majestad», cuando el que lo decía acababade mandar a buscar caballos para huir; no se habíainventado esta clase de traición. Se hablaba poco ytodos ponían muchísima atención en lo que les de-cían.

Así pues, benévolo lector, no busques aquí unestilo brillante, vivaz, esmaltado de sutiles alusiones

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a las maneras de sentir que están de moda; no espe-res las emociones arrebatadoras de George Sand ;esta grave escritora habría hecho una obra maestracon la vida y las desventuras de Victoria Accoram-boni. En el relato sincero que te ofrezco no puedesencontrar otros valores que los más modestos de lahistoria. Cuando a alguien, corriendo solo la posta alcaer la noche, se le ocurra por casualidad pensar enel gran arte de conocer el corazón humano, podrátomar como base de sus juicios li circunstancias dela presente historia. El autor lo dice todo, lo explicatodo, no deja nada que hacer a la imaginación dellector; escribía a los doce días de morir la heroína.

Victoria Accoramboni nació, de una familiamuy noble, en una pequeña población del ducadode Urbino llamada Agobio. Desde muy niña llamóla atención a todo el mundo por su rara y extraordi-naria belleza, pero esta belleza fue el menor de susencantos; no le faltaba nada de lo que se puede ad-mirar en una doncella de ilustre cuna; pero, entretantas cualidades extraordinarias, ninguna tan rele-vante, y hasta puede decirse can prodigiosa, comocierta gracia seductora que desde el primer mo-mento conquistaba el corazón y la voluntad de to-

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dos. Y su naturalidad, que daba autoridad a sussimples palabras, no permitía la menor sospecha deartificio; aquella dama dotada de tan sin par bellezainspiraba confianza desde el primer momento. Sisólo fuera verla, se podría, a duras penas, resistir asu seducción; pero el que la oyera hablar, y sobretodo si llegaba a tener alguna conversación con ella,no podía en modo alguno librarse de tan extraordi-nario encanto.

Muchos jóvenes caballeros de la ciudad de Ro-ma, donde vivía su padre y donde vemos su palacioen la plaza de los Ruscicuci, cerca de San Pedro,pretendieron su mano. Hubo muchos celos y nopocas rivalidades; pero al fin los padres de Victoriaprefirieron a Félix Peretti, sobrino del cardenalMoncalto, que fue después Sixto V, reinante hoypor ventura.

Félix, hijo de Camila Peretti, hermana del car-denal, se llamó antes Francisco Mignucci ; tomó elnombre de Félix Peretti cuando fue solemnementeadoptado por su tío.

Al entrar Victoria en la casa Perecci, aportó aella, sin proponérselo, esa preeminencia que se pue-de llamar fatal y que la acompañaba por doquier; desuerte que podemos decir que sólo viéndola era po-

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sible no adorarla2. El amor que su marido le teníarayaba en verdadera locura; su suegra, Camila, y elpropio cardenal Montalto parecían no tener en elmundo otra ocupación que la de adivinar los gustosde Victoria para procurar satisfacerlos inmediata-mente. Toda Roma admiró cómo ese cardenal, co-nocido por la exigüidad de su fortuna tanto comopor su repulsión por toda clase de lujo, se complacíaen adelantarse siempre a todos los deseos de Victo-ria. Joven, resplandeciente de belleza, adorada portodo el mundo, no dejaba de tener algunos capri-chos muy costosos. Victoria recibía de su nueva fa-milia regalos de altísimo valor, perlas y, en fin, todolo más raro y valioso que ofrecían los orfebres deRoma, muy bien surtidos por entonces.

Por amor a esta seductora sobrina, el cardenalMontalto, can conocido por su severidad, trató a loshermanos de Victoria como si fueran sus propiossobrinos; por intervención suya, el duque de Urbinohizo duque y el papa Gregorio hizo obispo de

2 Por lo que yo recuerdo, en la Biblioteca Ambrosiana deMilán se encuentran sonetos, llenos de gracia y sentimiento,y otras composiciones rimadas de Victoria Accoramboni. Ensu época se hicieron sonetos bastante buenos sobre su ex-traño destino. Parece ser que tenía tanto talento como atrac-tivo y belleza. (N. de Stendhal.)

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Fossombrone a Octaviu Accoramboni, cuando éstetenía apenas treinta años; Marcelo Accoramboni,mozo muy bravo y fogoso, acusado de varios crí-menes y encarnizadamente perseguido por la corte3,había escapado a duras penas de unas diligenciasjudiciales que podían costarle la condena a muerte;honrado con la proyección del cardenal, pudo reco-brar cierta tranquilidad, y un tercer hermano deVictoria, julio Accoramboni, fue elevado por el car-denal Alejandro Sforza a los primeros honores desu corte can pronto como el cardenal Montalto se lopidió.

En fin, si los hombres supieran medir su felici-dad, no por la insaciabilidad infinita de sus deseos,sino por el goce efectivo de los bienes que ya po-seen, la boda de Victoria con el sobrino del cardenalMontalto habría podido parecer a los Accotamboniel colmo de las venturas humanas. Pero el deseoinsensato de ventajas inmensa e inseguras puede

3 La corte era el cuerpo armado encargado de velar por laseguridad pública, los guardias y agentes de policía del año1580. La mandaba un capitán llamado Barguello, el cual erapersonalmente responsable del cumplimiento de las órdenesdel gobernador de Roma (el prefecto de policía). (N. deStendhal.)

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llevar a ideas extrañas, llenas de peligros, a los hom-bres más colmados de los favores de la fortuna.

Bien es verdad que si, como muchos sospecha-ron, algún pariente de Victoria contribuyó, por eldeseo de una mayor fortuna, a librarla de su marido,poco después hubo ocasión de reconocer cuántomás cuerdo hubiera sido contentarse con las venta-jas moderadas de una situación agradable y que nohabría tardado en llegar al pináculo de todo la que laambición de los hombres puede desear.

Mientras Victoria reinaba así en su casa, una no-che en que Félix Peretti acababa de meterse en lacama con su mujer, una tal Catalina, natural de Bo-lonia y doncella de Victoria, entregó a aquél unacarta. La había traído un hermano de Catalina, Do-menici de Aquaviva, apodado “el Mancino” (elZurdo). A este hombre le habían desterrado deRoma por varios delitos, pero Félix, a ruego de Ca-talina le había procurado la poderosa protección desu tío el cardenal, y el Mancipo iba con frecuencia ala casa de Félix, que tenía en él mucha confianza.

La carta a que nos referimos iba firmada con elnombre de Marcelo Accoramboni4, el hermano de

4 ¿Con el nombre o por la mano de Marcelo Accoramboni?Esto es importante. Probablemente la carta fue escrita por

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Victoria que más quería su marido. Generalmente,vivía escondido fuera de Roma, pero a veces searriesgaba a entrar en la ciudad, y entonces encon-traba refugio en la casa de Peretti.

En la carta entregada a una hora can extempo-ránea, Marcelo pedía protección a su cuñado FélixPeretti; le conjuraba a ir en su ayuda y añadía que leesperaba cerca del palacio de Montecavallo para unasunto de suma importancia.

Félix dio a conocer a su mujer esta extraña car-ta, luego se vistió y no tomó más armas que su es-pada. Cuando se disponía a salir, acompañado de unsolo servidor que llevaba una antorcha encendida, lesalieron al paso su madre Camila, todas las mujeresde la casa y, entre ellas, la propia Victoria. Todas lesuplicaban encarecidamente que no saliera a unahora tan avanzada. Como Félix no cediera a talessúplicas, las mujeres, de rodillas y con lágrimas enlo.; ojos, le conjuraron a que la escuchara.

Estas mujeres, y sobre todo Camila, estaban ho-rrorizadas por el relato de las cosas que pasabantodos los días, y permanecían impunes, en aquellos

Marcelo, cómplice entonces. La maldita oscuridad de la len-gua italiana ha hecho escribir a nome en vez de di mano. 26abril 1833. (N. de Stendhal en el manuscrito italiano)

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tiempos del pontificado de Gregorio XIII, lleno dedesórdenes y atentados inauditos. La preocupabaademás una idea: cuando Marcelo Accoramboni searriesgaba a merar en Roma, no tenía la costumbrede mandara buscar a Félix, y esta llamada, a taleshoras de la noche, les parecía muy extraña.

Félix, con todo el fuego de su edad, no se rendíaa cales motivos de temor; pero cuando supo que lacarta la había traído el Mancino; hombre al que que-ría mucho y a que había protegido, no hubo manerade detenerle, y salió de casa.

Como ya hemos dicho, le precedía un solo cria-do con una antorcha encendida; peto, apenas habíadado el pobre joven unos pasos por la cuesta deMontecavallo, cayó herido por tres disparos de ar-cabuz. Los asesinos, al verle en el suelo, se arrojaronsobre él y le acribillaron a puñaladas, hasta que lespareció bien muerto. Inmediatamente llegó la noti-cia fatal a la madre y a la mujer de Félix, y, por ellas,a su tío el cardenal.

El cardenal, sin que su rostro revelase la máspequeña emoción, hizo que le vistieran los hábitos yse encomendó él mismo a Dios a la vez que le en-comendaba aquella pobre alma (así cogida de im-proviso). Luego se dirigió a casa de su sobrina y,

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con admirable gravedad y un continente de profun-da paz, puso freno a los grito, y los llantos femeni-nos, que comenzaban a resonar en toda la casa. Suautoridad sobre aquellas mujeres fue de tal eficacia,que a partir de aquel momento, y ni siquiera cuandosacaron de la casa el cadáver, no se vio ni se oyó enellas absolutamente nada que se apartara de lo queen las familias más moderadas ocurre por la, muer-tes más previstas5. Nadie pudo sorprender en elcardenal Montalto señal alguna, ni siquiera modera-da, de dolor; nada cambió en el orden y en la apa-riencia exterior de su vida. Roma no tardó enconvencerse de esto, aunque observaba con su cu-riosidad acostumbrada los menores movimientos deun hombre tan profundamente ofendido.

Por casualidad, al día siguiente de la muerteviolenta de Félix se convocó en el Vaticano el con-sistorio (de los cardenales). Todo el mundo penabaen la ciudad que, por lo menos el primer día,¡ el car-denal Montalto se consideraría exento de esta fun-ción pública. ¡Tenía que aparecer en ella ante losojos de tantos y tan curiosos restos! Observarían los

5En este relato, el interés se desplaza. Aquí el interés desdeluego, un inferís de pura curiosidad pasa al cardenal. (N. deStendhal en el manuscrito italiano.)

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menores detalles de esa flaqueza natural que, sinembargo, es tan conveniente disimular en un perso-naje clac, ya en un puesto eminente, aspira a otromás eminente aún6; pues todo el mundo reconoceráque no conviene que quien ambiciona elevarse porencima de todos los demás hombres se conduzcacomo uno de ellos.

Pero las personas que así pensaban se equivoca-ron doblemente, pues, en primer lugar, el cardenalMontalvo, según su costumbre, fue de lo, primerosque llegaron al consistorio, y, además, ni los másclarividentes pudieron descubrir en él la menor se-ñal de sensibilidad humana. Al contrario, con susrespuestas a los colegas que quisieron dirigirle pala-bras de consuelo ,obre tan terrible acontecimiento,asombró a todo el mundo. La aparente entereza desu alma, en medio de tan atroz desgracia, fueron eltema de los comentarios de la ciudad.

Bien es verdad que en el mismo consistorio al-gunos hombres, más duchos en el arte de las cortes,atribuyeron aquella externa inmutabilidad, no a falcade sentimiento, sino a una gran capacidad d¿ disi-mulo; y esta opinión fue compartida en seguida por

6 Sentimiento muy romano en el que esto escribe. (N. deStendhal en el manuscrito italiano.)

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la multitud de los cortesanos, pues convenía nomostrarse demasiado profundamente herido poruna ofensa cuyo autor era seguramente poderoso yquizá podía, llegado el momento, cerrar el camino ala dignidad suprema.

Cualquiera que fuese la causa de esta insensibili-dad aparente y completa, lo cierto es que produjouna especie de estupor en toda Roma y en la cortede Gregorio XIII. Pero, volviendo al conconsisto-rio7, cuando, ya reunidos todos los cardenales, entróel papa en la sala, miró inmediatamente al cardenalMontalto y se vieron lágrimas en los ojos de su san-tidad; en cuanto al cardenal, no se alteró en absolutola expresión de su rostro.

Mayor aún fue el asombro cuando; en el mismoconsistorio, llegado el turna al cardenal Montaltopar:; prosternarse ante el trono de su santidad ydarle cuenta de los asuntos a su cargo, el papa, antesele darle tiempo a comenzar su informe, no pudomenos de echarse a llorar. Cuando su santidad pudohacer uso de la palabra, intentó consolar al cardenalprometiéndole que se haría pronta y severa justiciade tan enorme atentado. Pero el cardenal, después

7 Regla de tiempo violada. Cinco o seis días después, vuelvenal consistorio. (N. De Stendhal en el manuscrito italiano.)

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de dar muy humildemente la, gracias al sumo pontí-fice, le suplicó que no ordenara investigar sobre loocurrido, asegurando que lo de su parte, perdonabade corazón al autor, quienquiera que forre Y, hechoeste ruego en muy pocas palabras, el cardenal pasó ainformar como si nada extraordinario hubiera ocu-rrido.

Todos los cardenales presentes en el consistoriotenían los ojos fijos en el papa y en Montalto ; y,aunque sea de seguro muy difícil engañar al ojo ex-perto de los cortesanos, ninguno se atrevió a decirque el rostro del cardenal Montalto revelara la me-nor emoción al ver tan de cerca los sollozos de susantidad, quien, a decir verdad, estaba enteramentefuera de sí. Esta pasmosa insensibilidad del cardenalMontalto no falló en absoluto durante todo el tiem-po de su trabajo con su santidad, hasta tal puntoque impresionó incluso al mismo papa, el cual, ter-minado el consistorio, no pudo m( nos de decir alcardenal de San Sixto, su sobrino favorito: Vera-mente, costui é un gran frate! (¡En verdad, estehombre es un gran fraile!)8.

8 Alusión a la hipocresía que los mal pensados creen fre-cuente en los frailes. Sixto V había sido fraile mendicante yperseguido en su ordena Véase su vida, escrita por Gregorio

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La actitud del cardenal Montalto no cambió ennada en los días siguientes. Como es costumbre,recibió las visitas de pésame de los cardenales, losprelados y los príncipes romanos. Y con ninguno,cualquiera que fuere su relación con él, se dejó lle-var a ninguna palabra de dolor o de lamentación.Con todos, después de un breve razonamiento so-bre la inestabilidad de las cosas humanas, confirma-da y afianzada con sentencias y textos sacados de lasSagradas Escrituras o de los santos padres, se poníaen seguida a departir sobre las noticias de la ciudado sobre los asuntos particulares del personaje conquien se encontraba, exactamente como si quisieraconsolar a sus consoladores.

Roma esperaba sobre todo con curiosidad loque pasaría en la visita que tenía que hacerle el prín-cipe Pablo Giordano Orsini, duque de Bracciano, alque el rumor atribuía la muerte de Félix Peretti 9. Elvulgo pensaba que el cardenal Montalto no podríaencontrarse tan cerca del príncipe y hablarle a solas

Leti, historiador entretenido y no más mentiroso que otrocualquiera. Félix Peretti fue asesinado en 1580 ; su tío fueelegido papa en 1585. (N. de Stendhal.)9 El interés sigue viajando. Ahora pasa al príncipe Orsini. (N.de Stendhal en el manuscrito italiano.)

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sin dejar trascender algún indicio de sus sentimien-tos.

Cuando el príncipe llegó a casa del cardenal, ha-bía en la calle y junto a la puerta una enorme multi-tud; gran número de cortesanos llenaban todas lasescancias de la casa: tan grande era la curiosidad deobservar el rostro de los dos interlocutores. Pero nien el uno ni en el otro pudo nadie observar nadaextraordinario. El cardenal Montalto siguió puntopor punto todo lo que prescribían las convenienciasde la corte ; dio a su semblante un tinte de hilaridadmuy marcado y dirigió la palabra al príncipe con lamayor afabilidad. Al poco rato, al subir el príncipePablo a su carroza, ya solo con sus cortesanos ínti-mos, no pudo menos de decir riendo: In fatto, évero che costui é un gran frate! (En efecto, ¡es ver-dad que este hombre es un gran fraile!), como siquisiera confirmar las palabras dichas por el papadías antes 10.

Los sagaces han pensado que la conducta delcardenal Montalto en aquella circunstancia le facilitóel camino del trono; pues muchos pensaron que, 10 Este estilo tiene el defecto contrario al de «Julián»* : setoma el trabajo de señalar demasiadas pequeñas circunstan-

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bien fuera por naturaleza o bien por virtud, no sabíao no quería perjudicar a nadie, por más que tuvieragrandes motivos para estar irritado.

Félix Pererti no dejó nada escrito con relación asu mujer en en consecuencia, ésta tuvo que volver ala casa de sus padres. El cardenal Montalto dispusoque se llevara los trajes, las joyas y en general, todolo que había recibido mientras era la mujer de susobrino.

A los tres días de la muerte de Félix Peretti,Victoria fue a vivir, acompañada de su madre, en elpalacio del príncipe Orsini. Algunos dijeron que lasllevó a ese paso el cuidado de su seguridad personal,pues parece ser que la corte11 las amenazaba comoacusadas de «consentimiento» en el homicidio co-metido, o al menos de haber tenido conocimientodel mismo antes de la ejecución; otros pensaron (ylo ocurrido después pareció confirmar esta idea) quelo hicieron para que se llevara a efecto la boda, puesel príncipe había prometido a Victoria casarse conella en cuanto no tuviera marido.

cias evidentes por sí mismas. (N. de Stendhal en el manus-crito italiano.)11 La corte no se atrevía a penetrar en el palacio de un prín-cipe (N. de Stendhal.)

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El caso es que ni entonces ni después se ha sa-bido con certeza quién fue el autor de la muerte deFélix, aunque todos hayan sospechado de todos.Pero la mayoría atribuía esta muerte al príncipe Or-sini. Era cosa sabida que había estado enamoradode Victoria, de lo cual había dado pruebas inequívo-cas; y la boda subsiguiente fue la mayor de todasesas pruebas, pues la mujer era de condición taninferior, que sólo la tiranía de la pasión pudo ele-varla hasta la igualdad matrimonial 12. Esta opinióndel vulgo no cambió por una carta dirigida al go-bernador de Roma cuyo contenido se difundió a lospocos días del hecho. Estaba escrita con el nombrede César Palantieri, un joven de carácter fogoso yque había sido desterrado de la ciudad.

En esta carta, Palantieti decía que no era necesa-rio que su señoría ilustrísima se tomara el trabajo debuscar en otro sitio al autor de la muerte de FélixPeretti, porque era él quien le había hecho matar 12 La primera mujer del príncipe Orsini, de la que tenía unhijo llamado Virginio, era hermana de Francisco I, gran du-que de Toscana, y del cardenal Fernando de Médicis. La hizoperecer, con el consentir miento de los hermanos de ella,porque tenía una intriga. Tales eran las leyes del honor intro-ducidas en Italia por los españoles. Los amores ilegítimos de

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por ciertas diferencias surgidas entre ellos algúntiempo antes.

Muchos pensaron que aquel asesinato no se ha-bía realizado sin el consentimiento de la casa Acco-ramboni; se acusó a los hermanos de Victoria,suponiéndolos seducidos por la ambición de empa-rentar con un príncipe tan poderoso y rico. Se acusósobre todo a Marcelo, fundándose en el indicio de lacarta que hizo salir de su casa al infortunado Félix.Se criticó a la propia Victoria, al verla ir a vivir alpalacio de los Orsini como futura esposa a raíz de lamuerte de su marido. Se decía que es poco probablellegaren un momento a manejar las armas pequeñascuando no se ha hecho uso, aun por poco tiempo,de las armas de largo alcance 13

La instrucción del asunto fue encomendada porGregorio XIII a monseñor Portici, gobernador deRoma. En los autos aparece solamente aquel Do-menici apodado «el Mancipo», detenido por la corte,confiesa, sin ser sometido a tortura (tormentato), enel segundo interrogatorio, con fecha del 24 de fe-brero de 1582: una mujer ofendían tanto a sus hermanos como a su marido.(N. de Stendhal.)

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«Que la causa de todo fue la madre de Victoria,y que fue secundada por la cameriera de Bolonia, lacual, inmediatamente después del homicidio, se re-fugió en la ciudadela de Bracciano (perteneciente alpríncipe Orsini y donde la corte no se atrevió a pe-netrar), y que los ejecutores del crimen fueron Ma-chione de Gubbio y Pablo Barca de Bracciano, lanciespezzate (soldados) de un señor cuyo nombre, pordignas razones, no consta.» A estas dignas razones»se sumaron, creo, los ruegos del cardenal Montalto,el cual solicitó con insistencia que no se llevaranmás allá las pesquisas; y, en efecto, no se siguió pro-ceso. El Mancipo salió de la cárcel con el precetto(orden) de volverse, so pena de la vida, directa-mente a su país y no moverse jamás de él sin unpermiso expreso. La liberación de este hombre tuvolugar en 1583, el día de san Luis, y como ese día eratambién el del cumpleaños del cardenal Montalto,esta circunstancia me confirma cada vez más en lacreencia de que el asunto terminó así a ruego delpropio cardenal. Con un gobierno tan débil como elde Gregorio XIII, un proceso de tal especie podía

13 Alusión ala costumbre de batirse con una espada y un pu-ñal.(N. de Stendhal.)

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tener consecuencias muy desagradables y sin ningu-na compensación.

Así quedaron interrumpidos los movimientosde la corte, pero el papa Gregorio XIII no quisoconsentir de ninguna manera en que el príncipe Pa-blo Orsini duque de Bracciano, casara con la viudaAccoramboni. Su Santidad, después de infligir a éstauna especie de prisión, le impuso el precetto de nocontraer matrimonio sin permiso expreso suyo o desus sucesores.

Muerto Gregorio XIII (a principios de 1585),doctores en derecho, consultados pos el príncipePablo Orsini, dictaminaron que el precetto quedabaanulado por la muerte de quien lo había impuesto, yel príncipe decidió casarse con Victoria antes de laelección de un nuevo papa. Pero la boda no pudorealizarse cuando el príncipe deseaba, en parte por-que quería tener el consentimiento de los hermanosde Victoria, y ocurrió que Octavio Accoramboni,obispo de Fossombroni, no accedió en modo algu-no a otorgar el suyo, y en parte porque no se creíaque la elección del sucesor de Gregorio XIII tuvieralugar tan pronto. El caso es que la boda no se cele-bró hasta el mismo día .°n que fue nombrado papael cardenal Montalto, tan interesada en el asunto, es

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decir, el 24 de abril de 1585, bien fuera por casuali-dad, bien porque el príncipe quisiera demostrar queno temía a la corte bajo el nuevo papa más de loque la temiera bajo Gregorio XIII.

Esta boda hirió profundamente a Sixto V (puestal fue el nombre elegido por el cardenal Montalto);había dejado ya las maneras de pensar que conve-nían a un fraile y había elevado su alma a la alturadel grado en que Dios acababa de ponerle.

Sin embargo, cl papa no dio señal alguna deenojo, sólo que cuando el príncipe Orsini acudióaquel mismo día, con todos los grandes señoresromanos, a besarle el pie, abrigando la secreta inten-ción de leer, si fuese posible, en la cara del santopadre los que podía esperar o temer de aquel hom-bre tan poco conocido hasta entonces, se dio cuentade que se habían acabado las bromas. Como el nue-vo papa miró al príncipe de manera singular y nocontestó una palabra a los cumplimientos de rigorque el príncipe le dirigía, decidióse éste a descubrirsin más tardar las intenciones de su santidad res-pecto a él.

Por mediación de Fernando, cardenal de Médi-cis (hermano de su primera esposa), y del embaja-

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dor católico14, pidió y obtuvo que el papa le conce-diera una audiencia en su cámara ; en esta audienciadirigió a su santidad un discurso estudiado y, sinhacer mención de las cosas pasadas, se congratulócon el papa de su nueva dignidad y le ofreció comofiel vasallo y servidor todo cuanto tenía y podía.

El papa15 le escuchó con suma seriedad y al finalle contestóque nadie deseaba canto como él que la vida y loshechos de Pablo Giordano Orsini fuesen en lo futu-ro dignos de la sangre Orsini y de un verdadero ca-ballero cristiano; que en cuanto a lo que había sidoen el pasado para la Santa Sede y para su persona, ladel papa, nadie podría decirlo mejor que la concien-cia del príncipe mismo; que, sin embargo, éste podíaestar seguro de una cosa: que así como le perdonabalo que había podido hacer contra Félix Peretti ycontra Félix, cardenal Montalto, nunca le per dona-ría lo que en el futuro pudiera hacer contra el papa

14 Se refiere al embajador de España, es decir, del <rey cató-lico> (N. De la T)15 Sixto V, papa en 1585, a los sesenta y ocho años, reinócinco años y cuatro meses; tiene coincidencias impresionan-tes con Napoleón.(N. de Stendhal,)

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Sixto 16;que en consecuencia, le conminaba a expul-sar inmediatamente de su casa y de sus estados atodos los bandidos (desterrados) y malhechores aquienes hasta el presente momento había dado asi-lo.

Sixto V, cualquiera que fuese el tono en que sedignaba hablar, venía una eficacia extraordinaria;mas, cuando estaba irritado y amenazador, diríaseque sus ojos lanzaban rayos 17. El caso ese que alpríncipe Pablo Orsini, acostumbrado desde siemprea que los papas le temieran, la manera de hablar deéste, que se. apartaba radicalmente de lo que el prín-cipe oyera en el transcurso de trece años, le hizo irderecho y rápido desde el palacio de su santidad 18 acontar al cardenal de Médicis lo que acababa deocurrir. Y, por consejo de éste, decidió despedir, sin 16 Digno de Napoleón. Puestos a castigar los crímenes co-metidos bajo el débil Gregorio XIII, sería cosa de nuncaacabar. (N. de Stendhal en cl manuscrito italiano.)17 En la sacristía de San Pietro a Vincoli se ve el verdaderoretrato de este gran hombre. Tiene el gesto furibundo deAlcestes indignado (El misantrópodo). Búsquese este rasgoen la vida de Sixto V, de Gregorio Leti. (N. de Stendhal en elmanuscrito italiano.)18 Creo que, si hubiera faltado al respeto al papa habríamuerto o pasado mucho tiempo preso. Victoria habría la-mentado la prisión de su marido, y, por consiguiente, le sal-vaba la vida. (N. de Stendhal en el manuscrito italiano.)

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la menor tardanza, a todos los perseguidos por lajusticia a quienes él daba ? asilo en su palacio y ensus estados, y se apresuró a buscar un pretexto de-coroso para salir inmediatamente del país sometidoal poder de un pontífice tan resuelto. Ha de saberseque el príncipe Pablo Orsini era tan exageradamenteobeso, que una pierna suya: era más gruesa que elcuerpo de un hombre corriente, y una de estasenormes piernas adolecía de la enfermedad llamadala lupa(la loba), así definida porque hay que nutrirlaaplicando a la par te afectada gran cantidad de carnefresca; si no se hace así, el terrible humor, a falta decarne muerta que devorar, se ceba en la carne vivaque le rodea.

El príncipe se acogió al pretexto de este mal pa-ra ir a los célebres baños de Albano, cerca de Padua,tierra dependiente de la república de Venecia, y alláse dirigió con su nueva esposa a mediados de junio.Albano era un puerto muy seguro para él, pues,desde hacía muchos años, la casa Orsini estaba uni-da. a la república de Venecia por servicios recípro-cos.

Ya en este país seguro, el príncipe Orsini nopensó más que en gozar de los esparcimientos dediversas estancias, y, con este propósito, alquil:! tres

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magníficos palacios: uno en Venecia el palacioDandolo, en la calle de la Zecca; otro en Padua, elFostarini, situado en la magnífica plaza llamada laArena; el terceto lo eligió en Salo, en la deliciosaorilla del lago de Garda; este último palacio habíapertenecido tiempo atrás a la familia Sforza Pallavi-cini.

A los señores de Venecia (el gobierno de la re-pública) les satisfizo mucho la llegada a sus estadosde tan insigne príncipe y se apresuraron a ofrecerleuna nobilísima condotta (o sea una cantidad muyconsiderable, pagadera anualmente, que el príncipehabría de emplear en reclutar una tropa de dos otres mil hombres y asumir el mando de la misma).El príncipe declinó con mucho desparpajo esteofrecimiento, contestando, a través de los emisarios,que aunque, por inclinación natural y hereditaria ensu familia, le sería muy grato servir a la serenísimarepública, dependiendo como dependía en aquelmomento del rey católico, no le parecía convenienteaceptar otra obligación. Esta respuesta entibió untanto la buena disposición de los senadores. Incli-nados antes a dispensarle en nombre de todo elpueblo, una recepción muy honorable cuando llega-

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ra a Venecia, dicha respuesta los determinó a dejarque llegara como un simple particular.

El príncipe Orsini, enterado de codo esto, deci-dió no ir a Venecia. Estando ya cerca de Padua, dioun rodeo en esta admirable región y se encaminócon toda su escolta al palacio preparado para él enSalo, a orillas del lago de Garda. Allí pasó todo elverano entre los más agradables y variados pasa-tiempos.

Llegada la época de cambiar de residencia, elpríncipe hizo algunos pequeños viajes, de los quesacó la conclusión de que ya no podía resistir el can-sancio como antes; temió por su salud; por fin pen-só ir a pasar unos días en Venecia, pero su esposa,Victoria, le disuadió y le indujo a permanecer enSalo.

Algunos pensaron que Victoria Accoramboni sehabía dado cuenca de los peligros que corrían losdías de su marido y que, después de inducirle apermanecer en Salo, pensaba llevarle más adelantefuera de Italia; por ejemplo, a alguna ciudad libre deSuiza; de este modo, para el caso de morar el prín-cipe, ponía en seguridad su persona y su fortunaparticular.

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Fundada o no esta suposición, el hecho es queno se cumplió, pues el 10 de noviembre, atacado elpríncipe en Salo de una nueva indisposición, tuvoen seguida el presentimiento de lo que iba a ocurrir.

Le preocupó la suerte de su desventurada espo-sa; la veía, en la bella flor de su juventud, quedarpobre, de fama y de bienes de fortuna, odiada porlos príncipes reinantes en Italia, poco querida porlos Orsini y sin la esperanza do otro casamientodespués de morir él. Como señor magnánimo y defe leal, hizo por propia voluntad un testamento enel que quiso asegurar la fortuna de aquella desventu-rada. Lególe en dinero o en joyas la importantecantidad de cien mil piastras 19, a más de todos loscaballos, carrozas ; muebles de que se servía enaquel viaje. El resto de su fortuna lo dejó a VirginioOrsini, su único hijo, habido de su primera mujer,hermana de Francisco I, gran duque de Toscana (lamisma a la que había hecho matar por infidelidad,con el consentimiento de sus hermanos).

Pero ¡cuán inciertas son las previsiones de loshombres! Las disposiciones con las que Pablo Orsi-ni pensaba dar una perfecta seguridad a aquella in-

19 Aproximadamente, dos millones de 1837. (N. de Stend-hal.)

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fortunada mujer tan joven, se tornaron para ella enprecipicios y ruina. El 12 de noviembre, después defirmar su testamento, el príncipe se sintió mejor. El13 por la noche le sangraron, y como los médicosno confiaban más que en una severa diera, dejaronorden terminante de que no tomara alimento algu-no.

Pero, nada más salir de la habitación los médi-cos, el príncipe exigió que le dieran de comer; nadiese atrevió a contra decirle y comió y bebió como decostumbre. Apenas terminado el yantar, i el príncipeperdió el conocimiento y, dos horas antes de poner-se el sol, falleció 20

Después de esta muerte. repentina, Victoria Ac-coramboni, acompañada por su hermano Marcelo ytoda la corte M difunto príncipe se trasladó a Padua,al palacio Foscarini, alquilado por el príncipe y si-tuado moca de la Arena.

Poco después que ella llegó su hermano Flami-nio, que gozaba de gran predicamento cerca delcardenal Farnesio. Victoria emprendí entonces la,diligencias necesarias para conseguir el pago del le- 20 Muerte tan tonta , aproximadamente, como la de FelipeIII, pero con la diferencia de rangos. Felipe murió porque el

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gado que le había hecho su marido, el cual ascendíaa sesenta mil piastras en efectivo que debían serlepagadas en el plazo de dos años y esto aparte de ladote, de la contradote y de todas las joyas, objetosde valor y muebles que estaban en su poder. Elpríncipe Orsini había dispuesto en su testamentoque, en Roma o en cualquier otra ciudad, a elecciónde la duquesa, se le comprara un palacio por un va-lor de diez mil piastras y una «viña» (casa de campo)de seis mil; ordenó además clac proveyera a su mesay a todo ,u servicio como cumplía a una mujer de surango. El servicio debía ser de cuarenta domésticos,con el correspondiente número de caballos.

La signora Victoria tenía mucha esperanza en elfavor de los príncipes de Ferrara, de Florencia y deUrbino, y en el de los cardenales Farnesio y De Mé-dicis, nombrados albaceas por el difunto príncipe.Es de observar que el testamento había sido envia-do a Padua y sometido a las luces de los excelentí-simos Par tizolo y Menochio, primeros profesoresde esta universidad y hoy tan célebres jurisconsul-tos.

chambellán que tenía que alejar el brasero no estuvo en supuesto (N. De Stendhal en el manuscrito italiano)

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Llegó a Padua cl príncipe Luis Orsini para llevara cabo lo que tenía que hacer con respecto al di-funto duque y a su viuda e ir seguidamente a hacer-se cargo del gobierno de la isla de Corfú, para el quehabía sido designado por la serenísima república.

Surgió por lo pronto una dificultad entre la sig-nora Victoria y el príncipe Luis cobre los caballosdel duque, que, según el príncipe, no entraban, enparidad, entre los muebles; mas la duquesa probóque debían ser considerados como muebles pro-piamente dichos, y se decidió que la viuda se serviríade ellos hasta ulterior resolución; Victoria presentócomo fiador al signor Soardi de Bergamo, condo-ttiero de los señores venecianos, patricio muy rico yde los primero, de su patria.

Surgió otra dificultad sobre cierta cantidad devajilla de plata que el difunto duque había entregadoal príncipe Luis en prenda de una cantidad de dine-ro que éste le había prestado. Todo se decidió porvía judicial, pues el serenísimo (duque) de Ferrara-ponía empeño en que las disposiciones del difuntopríncipe sed cumplieran en todos sus puntos. Estesegundo extremo se resolvió el 23 de diciembre, queera domingo.

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La noche siguiente irrumpieron cuarenta hom-bres en la casa de la signora Accoramboni. Vestíanunos hábitos de extravagante corte y dispuestos detal modo que quienes los llevaban no pudieran serreconocidos sino por la voz, y cuando se llamabanentre ellos lo hacían con ciertos nombres supuestos.

Empezaron por buscar a la persona de la du-quesa y, cuando la encontraron, uno de ellos le dijo:«Ahora hay que morir.»

Y, sin concederle un momento, aunque ella pe-día que la dejaran encomendarse a Dios, la pinchócon un fino puñal debajo del seno izquierdo, y, re-moviendo este puñal en todos los sentidos, el muycruel preguntó varias veces a la desdichada si le to-caba el corazón, hasta que exhaló el último suspiro.Mientras tanto, los otros buscaban a los hermanosde la duquesa, uno de los cuales, Marcelo, se salvó,porque no le encontraron en la casa; al otro le acri-billaron a puñaladas. Los asesinos dejaron a losmuertos en el suelo y a toda la gente de la casa enllantos y lamentos; y, apoderándose del cofre quecontenía las joyas y el dinero, se marcharon.

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La noticia llegó rápidamente a los magistradosde Padua; procedieron a la identificación de losmuertos y dieron cuenta a Venecia 21.

Durante todo el lunes acudió muchísima gente adicho palacio y a la iglesia de los Ermitaños para verlos cadáveres. Grande fue la emoción compasiva delos curiosos, especialmente al ver ala duquesa, tanbella. Lloraban su desventura y dentibus fremebant(rechinaban los dientes) contra los asesinos. Perotodavía se ignoraban sus nombres.

Como la corte empezó a sospechar, por fuertesindicios, que el! hecho perpetrado había sido pororden o, al menos, con el consentimiento del suso-dicho príncipe Luis, citóle a comparecer, y querien-do él entrar in corte (en el tribunal) del ilustrísimocapitán con una escolta de cuarenta hombres arma-dos, interceptáronle la puerta y le dijeron que entra-ra solamente con tres o cuatro. Mas, en el momentode pasar éstos, los otros se lanzaron tras ellos,apartaron a los guardias e irrumpieron todos.

Llegado el príncipe Luis ante el ilustrísimo ca-pitán, quejóse de tal afrenta, alegando que ningún 21 Aquí el interés histórico no puede ir a la par del interésnovelesco. La novela se pretende enterada de todo lo que

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príncipe soberano le había infligido jamás parecidotrato. Preguntóle el ilustrísimo capitán si sabía algosobre la muerte de la signora Victoria y lo ocurridola noche anterior; contestó que sí y que había orde-nado que de ello se diera parte a la justicia. Se dis-puso que se pusiese por escrito su respuesta; objetóél que los hombres de su rango no estaban sujetos atal formalidad y que tampoco debían ser interroga-dos.

El príncipe Luis pidió permiso para mandar uncorreo a Florencia con una carta para el príncipeOrsini dándole cuenta del proceso y del crimenacaecido. Exhibió una carta simulada que no era laverdadera y obtuvo lo que solicitaba.

Pero el emisario fue detenido fuera de la ciudady minuciosamente registrado; le encontraron la cartaque el príncipe Luis había exhibido y otra escondidaen las bocas del emisario, redactada a este tenor:

AL SEÑOR VIRGINIO ORSINI

Ilustrísimo señor:

pasa en el corazón de los héroes. (N. de Stendhal en el ma-nuscrito italiano.)

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Hemos dado cumplimiento a lo convenido en-tre nosotros, y de manera tal, que logramos engañaral ilustrísimo Tondini [al parecer, nombre del presi-dente de la corte que había interrogado al príncipe] ;tanto, que me tienen aquí por el caballero más cum-plido del mundo. Hícelo yo en persona, así que nodejéis de mandar de inmediato a los hombres quesabéis.

Esta carta causó impresión a los magistrados;apresuráronse a mandarla a Venecia y dieron ordende que se cerraran las puertas de la ciudad y se pu-sieran guardias en las murallas noche y día. Publi-cóse un bando haciendo saber que incurría enseveras penas quien, conociendo a los asesinos, nocomunicara a la justicia lo que sabía. Los que, figu-rando entre los asesinos, declararan contra uno, deellos, no serían inculpados, y hasta se les daría ciertacantidad de dinero. Pera el 24 de diciembre, vísperade Navidad, a eso de la medianoche, llegó de Vene-cia el signor Aloiso Bragadin con amplios poderesde parte del senado y con orden de hacer detener,vivos o muertos y contase lo que costase, al susodi-cho príncipe Luis y a todos los suyos.

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Reuniéronse en la fortaleza dicho avogadorBragadin, el capitán y el podestá.

Se ordenó, so pena de horca (della forca a todala milicia de a pie y de a caballo que, debidamentearmada, rodeara la casa del susodicho príncipe .Luis,cercana a la fortaleza y contigua a la iglesia de SanAgustín, de la Arena.

Al apuntar el día (que era el de Navidad), se pu-blicó en la ciudad un bando exhortando a los hijosde San Marcos a acudir en armas a la casa del signorLuis a los que no tuvieran armas se los convocabaen la fortaleza, donde se les entregarían cuantas qui-sieren; este bando prometía una recompensa de dosmil ducados a quien entregara a la corte, vivo omuerto, al susodicho signor Luis, y quinientos du-cados por la persona de cada uno de sus hombres.Asimismo se ordenaba, a quienes no fueron pro-vistos de armas, que no se acercaran a la casa delpríncipe, para no estorbar a quienes se batieran, ca-so de que el susodicho príncipe juzgara oportunodisponer una salida.

Al mismo tiempo se emplazaron arcabuceros defortaleza, morteros y artillería gruesa en las murallasviejas, frente a la casa ocupada por el príncipe, y lomismo en las murallas nuevas, desde las cuales se

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dominaba la parte trasera de la casa. En este ladosituaron la caballería, para que pudiera maniobrarlibremente en el caso de ser necesaria su interven-ción. Se aprestaron en la orilla del río bancos, arma-rio, carros y otros muebles a modo de parapetos,con el fin de obstaculizar los movimientos de lossitiados si intentaban arremeter totora el pueblo enorden cerrado. Estos parapetos debían servir tam-bién para proteger a los artilleros y los soldadoscontra los tiros de arcabuz de los sitiados.

Por último, emplazaron en el río, enfrente y alcostado de la casa del príncipe, unas barcazas carga-das de hombres provistos de mosquete; y otras ar-mas propias para hostigar al enemigo se intentabauna salida; al mismo tiempo se levantaron barrica-das en todas las calles.

Durante estos preparativos llegó una carta delpríncipe en la qué, en términos muy comedidos, sequejaba de ser considerado culpable y de verse tra-tado como enemigo, y hasta como rebelde, antes deexaminar el caso. Esta carta la había redactado Live-roto.

El 27 de diciembre, los magistrados enviaron alos señores más principales de la ciudad a entrevis-tarse can el signor Luis, quien tenía en su casa cua-

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renta hombres, todos ellos antiguos soldados vete-ranos en las armas. Los encontraron ocupados enfortificarse con parapetos hechos de tablas y col-chones mojados, y preparando los arcabuces.

Los tres caballeros declararon al príncipe queestaban determinados a apoderarse de su persona; leexhortaron a que se rinde añadiendo que, si así lohacía antes de llegar a vías de hecho, podría esperarde ellos alguna misericordia. A lo cual respondió elsignor Luis que, si empezaban por retirar los guar-dias apostados en torno a su casa, se rendiría a losmagistrados, acompañado de dos o tres de sushombres, para tratar de¡ asunto, con la expresa con-dición de que siempre quedaría libre para tornar asu casa.

Los embajadores se hicieron cargo de estasproposiciones escritas de puño y letra del signorLuis y volvieron cerca de los magistrados, quienesrechazaron las condiciones, principalmente porconsejo del ilustrísimo Pío Enea y de otros noblespresentes. Los embajadores tornaron nuevamente acasa del príncipe y le notificaron que, si no se rendíapura y simplemente, arrasarían su casa con la artille-ría; a lo cual respondió que prefería la muerte a talacto de sumisión.

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Los magistrados dieron la señal de batalla y,aunque habrían podido destruir la casa casi total-mente con una sola descarga, prefirieron empezarcon cierta mesura, por si los sitiados se avenían arendirse.

Así fue, y con ello se ahorró a San Marcos elmucho dinero que habría costado reconstruir laspartes destruidas del palacio atacado; sin embargo,no todos lo aprobaron. Si los hombres del signorLuis no hubieran flaqueado y se hubieran lanzadosin vacilar fuera de la casi, cl resultado habría sidomuy incierto. Eran soldados veteranos no carecíande municiones, de arma,, ni de valor, y sobre todotenían el mayor interés en vencer; aun poniéndoseen lo peor, ¡ no era preferible morir de un tiro dearcabuz a perecer a manos del verdugo? Además,¿con quién tenían que habérselas? Con unos infeli-ces sitiadores poco experimentados en las armas; y,en este caso, los señores se habrían arrepentido desu clemencia y su bondad natural.

Empezaron, pues, por batir la columnata quehabía frente a la casa; después, tirando siempre unpoco por alto, demolieron la fachada. Mientrastanto, los de dentro dispararon muchos arcabuza-

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zos, pero sin otro resultado que el de herir en clhombro a un hombre del pueblo.

El signor Luis gritaba con gran ímpetu: « ¡Bata-lla!, ¡batalla! ¡Guerra!, ¡guerra!» Estaba muy ocupadoen hacer fundir balas con el estaño de las fuentes yel plomo de los cristales de las ventanas. Amenaza-ba con hacer una salida, pero los sitiadores tomaronnuevas medidas e hicieron avanzar artillería de másgrueso calibre.

El primer cañonazo abrió una buena brecha enla casa y derribó entre las ruinas a un tal PandolfoLeupratti de Camerino. Era un hombre de granarrojo y bandido de mucho cuidado. Desterrado delos estados de la santa Iglesia, el ilustrísimo señorVitelli había puesto su cabeza a precio de cuatro-cientas piastras por la muerte de Vicente Vitelli, ata-cado en su carruaje y muerto a tiros de arcabuz y apuñaladas por obra del príncipe Luis Orsini y pormano del susodicho Pandolfo y sus cómplices. Pan-dolfo, aturdido por la caída, no podía moverse; unservidor de los señores Caidi Listase adelantó haciaél armado de una pistola y, muy valientemente, lecortó la cabeza y se apresuró a llevarla a la fortalezay entregarla a los magistrados.

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Poco después, otro cañonazo derribó una paredde la casa y, con ella, al conde de Montemelino dePerusa, que murió entre las ruinas destrozado por labala.

Después vieron salir de la casa a un personajellamado el coronel Lorenzo, de los nobles de Came-rino, hombre muy rico y que en varias ocasioneshabía dado pruebas de valor y era muy estimado porel príncipe. Este hombre decidió no morir sin ven-ganza; quiso disparar su arcabuz; pero, aunque larueda giraba, ocurrió, quizá por designio de Dios,que el arcabuz no disparó, y en este momento unabala atravesó el cuerpo al coronel Lorenzo. El dis-paro lo había hecho un pobre diablo, monitor de losescolares en San Miguel. Y mientras éste se acercabaa cortarle la cabeza para ganar la recompensa pro-metida, se le adelantaron otros más ligeros y sobretodo más fuertes que el, los cuales se apoderaron dela bolsa, del arcabuz, del cinturón, del dinero y delas sortijas del coronel y le cortaron la cabeza.

Muertos los hombres en los que el príncipe Luisconfiaba más, se quedó muy perturbado y ya no sele vio hacer ningún movimiento. El signor Filenfi,su mayordomo de casa y secretario en traje civil,salió a un balcón y con un pañuelo blanco dio la

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señal de que se rendía. Salió y fue conducido a laciudadela «llevado del brazo», comen dicen que escostumbre en la guerra, por Anselmo Suardo, te-niente de los señores (magistrados).

Sometido inmediatamente a interrogatorio, dijono tener ninguna culpa en lo que había pasado,porque hasta la víspera de Navidad no llegó de Ve-necia, donde había estado varios días ocupado enlos asuntos del príncipe.

Le preguntaron cuántos hombres tenía con él elpríncipe; contestó: «Veinte o treinta personas.»

Le preguntaron los nombres y contestó que ha-bía ocho o diez que, por ser personas de calidad,comían, como él mismo,. a la mesa del príncipe, yque los nombres de éstos sí los conocía, peto que delos demás, gente de vida vagabunda y llegados pocohacía al servicio del príncipe, no tenía ningún cono-cimiento particular.

Nombró a tren personas, incluido el hermanode Liveroto.

Poco después entró en acción la artillería, situa-da en las murallas de la ciudad. Los soldados seapostaron en las casas contiguas a la del príncipe haimpedir la huida de sus hombres. El susodichopríncipe, que había corrido los mismos peligros que

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los dos hombres cuya muerte hemos relatado, dijo alos que le rodeaban que resistieran hasta que vieranun escrito de su mano acompañado de cierta señal;después de lo cual se rindió al ya nombrado Ansel-mo Suardo. Y como no pudieron conducirle en ca-rroza, como estaba prescrito, por causa de la granmuchedumbre y de las barricadas levantadas en lascalles, se resolvió que fuera a pie.

Iba en medio de los hombres de Marcelo Acco-ramboni a su lado, los señores condottieri, el te-niente Suardo, otros capitanes y nobles de la ciudad,todos muy bien armados. Seguía una buena compa-ñía de hombres de armas y de soldados de la ciudad.El príncipe Luís iba vestido de color pardo, estileteal costado y la capa levantada bajo el brazo con unaire muy elegante, dijo, con una sonrisa desdeñosa:c ¡ Si hubiera combatido! », como dando a entenderque habría vencido. Conducido ante los señoresmagistrados, los saludó dijo:

-Señores, soy prisionero de este gentilhombre -señalando al signor Anselmo-, y lamento mucho loocurrido, que no ha dependido de mí.

Ordenó el capitán que le quitaran el estilete quellevaba al costado y el príncipe se apoyó en un bal-

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cón y comenzó a cortarse las uñas con unas tijeritasque encontró allí.

Preguntáronle qué personas había en su cana ynombró entre las demás al coronel Liveroto y alconde Montemelino, del que ya se ha hablado aquí,añadiendo que daría diez mil piastras por rescatar auno de ellos y que por el otro daría hasta su sangre.Solicitó que le pusieran en un lugar adecuado a unhombre como él. Acordado así, el príncipe escribióde su puño y letra a sus hombres ordenándoles quese rindieran, y entregó como señal su anillo. Dijo alsignor Anselmo que le daba su espada y su arcabuz,pidiéndole que, cuando se encontraren sus armas ensu casa, se sirviera de ellas por amor a él, como ar-mas que eran de un caballero y no de un vulgar sol-dado. Los soldados entraron en la casa, laregistraron minuciosamente y convocaron a loshombres del príncipe, los cuales resultaron sertreinta y cuatro, después de lo cual fueron conduci-dos de dos en dos a la prisión del palacio. A lo,muertos los dejaron para cebo de los perros, y lajusticia se apresuró a dar cuenta de todo a Venecia.

Se observó que faltaban muchos soldados delpríncipe Luis, cómplices del hecho; se prohibiódarles asilo, so pena de demoler la casa y comiscar

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los bienes de los contraventores. Los que los de-nunciaren recibirían cincuenta piastras. Por estosmedios, fueron habidos muchos.

Mandaron de Venecia una fragata a Candia, conuna orden dirigida al signor Latino Orsini para quecompareciera inmediatamente para un asunto degran importancia, y se cree que perderá su cargo 22.

Ayer por la mañana, día de san Esteban, todo elmundo esperaba ver morir al príncipe Luis u oírcontar que había sido estrangulado en la prisión, yque así no ocurriera produjo general sorpresa, te-niendo en cuenta que no era pájaro para tenerlomucho tiempo enjaulado. Pero la noche siguientetuvo lugar el juicio, y el día do san Juan, un pocoantes del alba, se supo que el susodicho señor habíasido estrangulado y había muerto muy bien dis-puesto. Su cadáver fue trasladado sin dilación a lacatedral, acompañado por cl clero de la misma y porlos padres jesuitas. Quedó expuesto durante todo eldía sobre una mesa en el centro de la iglesia paraespectáculo del pueblo y espejo de inexpertos.

22 Prudencia necesaria entonces. El gobierno era mucho me-nos poderoso que en nuestros días. Tenía solamente la fuer-za pura, y en modo alguno el asentimiento. (N. de Stendhalen el manuscrito italiano.)

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Cumpliendo lo dispuesto en su testamento, aldía siguiente se trasladó a Venecia su cadáver y allíquedó enterrado.

El sábado ahorcaron a dos de sus hombres; clprimero y principal fue Furio Savorgnano; el otro,una persona vil.

El lunes, fue el penúltimo día del susodichoaño, ahorcaron a trece, entro los cuales había variosnobles; otros dos, uno de ellos llamado el capitánSplendiano y el otro el conde Paganello, fueronconducidos a través de la plaza y ligeramente atena-zados; una vez en cl lugar del suplicio, los derriba-ron a golpes, les cortaron la cabeza y descuartizaronestando todavía casi vivos. Estos hombres eran no-bles y, antes de dedicarse al mal, fueron muy ticos.Se dice que el conde Paganello fue quien mató a lasignora Victoria Accoramboni con la crueldad antesrelatada. A esto se objeta que el príncipe Luis, en lacarta que hemos citado, declara que fue él mismoquien ejecutó el hecho; quizá lo escribió por vana-gloriarse, como cuando hizo asesinar a Vitelli enRoma, o bien para mayor merecimiento del favordel príncipe Virginio Otsini.

El conde Paganello, antes de recibir el golpemortal, fue atravesado varias veces con un cuchillo

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debajo del seno izquierdo, para tocarle el corazón,como él hiciera con la pobre señora 23. Y le salía delpecho como un río de sangre. Así vivió más de me-dia hora, con gran asombro de todos. Era un hom-bre de cuarenta y cinco años que revelaba muchafuerza.

Todavía están levantadas las horcas patibulariaspara despachar a los diecinueve que quedan el pri-mer día que no sea fiesta. Pero como el verdugoestá cansadísimo y el pueblo como en agonía porhaber visto tantos muertos, se aplaza la ejecuciónestos dos días. No se cree que dejen a ninguno convida. Quizá se exceptúe solamente, entre los hom-bres del príncipe Luis, al signor Filenfi, su mayor-domo de casa, el cual se está esforzandomuchísimo, y en realidad la cosa es importante paraél, por demostrar que no tomó parte alguna en elhecho.

Ni los más viejos de esta ciudad de Padua re-cuerdan que se haya procedido, jamás, por unasentencia más justa, contra la vida de tantas perso-nas en una sola vez. Y esto, señores (de Venecia)

23 La ley del talión parece innata en el corazón del hombre.26 abril 1833. (N. de Stendhal en el manuscrito italiano.)

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han ganado buena fama y reputación en las nacio-nes más civilizadas24.

(Añadido con otra letra:)Francisco Filenfi, secretario y maestro di casa

fue condenado a quince años de prisión. El copero(copiere) Honorio Adami de Fermo y otros dos, aun año de prisión; otros siete fueron condenados agaleras con grilletes en los pies, y, por último, sietefueron puestos en libertad.

24 Lo más curioso, en esto, es la pintura de las costumbresmorales del historiador. 26 agosto 1836. (N. de Stendhal enel manuscrito italiano.)