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Edición No. 11

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Edi

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Mi primer libro fue un duende calzón flojo, camisa rayada, pies volteados, y travieso por devoción. Ese fue el pri-mer libro que me llevó mi madre con sus cuentos orales en mi niñez. Eran historias reales y ficciones diversas y verdaderas que ella aprendió de niña con una de sus tías que también apren-dió las historias de su madre y de sus tías en su niñez.

Yo tenía cinco años y miraba las co-sas con inocencia y fantasía desmedi-da. Mi madre llegó y contó la historia de Felipita Martínez Velásquez, hija de su pariente Jesús Velásquez y de Ro-sendo Martínez, a quien se la había llevado un duende por el bosque del Cerro Agüero.

—La niña –dijo mi madre– fue en la mañana a dejar las vacas a la huerta y por la tarde no había regresado. Y la esperaron la tarde y la noche y la mu-chachita no regresó a la casa.

El padre y sus vecinos la buscaron por la tarde, pero no la encontraron en

la montaña. Así lo hicieron durante una semana y nada hallaron entre los árbo-les. Pasaron los meses y los años y la Felipita no regresó a su hogar. Felipita nunca más volvió a la casa, porque el duende se la llevó con engaños y sus travesuras de chavalo bandido.

Dicen –agregó mi madre– que el duende le llevaba flores por la mañana y le lanzaba piedritas lisas y encantado-ras por la tarde. Tal vez por eso se fue con él y nunca volvió la muchachita.

Mi segundo libro se llamó La María Sucia y La María Limpia, dos mucha-chas hermanas de crianza de la litera-tura oral. Una, sucia y fea, desgreñada, la que hacía los oficios de la casa e iba al río a lavar la ropa y traer agua para los quehaceres. La otra, limpia y boni-ta, pero no hacía nada en la casa, por-que era la hija de mamita, haragana y fresca como se les dice a las holgaza-nas.

En una ocasión –relató mi madre–, la María Sucia fue al río y allí encontró a

Carta Literaria 03

Amiga de la docencia

Pedro Alfonso Morales [Telica, León, Nicaragua, 13 de mayo, 1960] Poeta, narrador y músico, abogado, máster en Lengua y Literatura Hispánica, UNAN-León, y Universidad de Alcalá de Henares, UAH, España. Miembro del Foro Nicaragüense de Cultura y del Centro Nicaragüense de Escritores. Ha recibido varios premios por sus composiciones musicales y literarias: primer lugar en el XXXIX Festival de la Canción Nicaragüense (2004), por su canción Mi Güegüense; primer premio del IV concurso de los Juegos Florales Centroamericanos, Belice y Panamá (2005), con sede en León, en la rama de cuento con el libro Apuntes sobre las últimas noticias del periódico.

Datos de la ensayista:

EL LIBRO QUE ME TOCÓ VIVIR Por: Pedro Alfonso Morales

Email: [email protected] Obras Publicadas: Cuentos: Serenito (1996); León es hoy a mí… (1999); El duende y otros cuentos (2003); Apuntes sobre las

últimas noticias del periódico (2007); Poesía: Vino tinto (2005); Palestina en los ojos de una niña (2011); Incrédula goza el

sueño del poeta (2012); La sal del azul del pan (2013); Libros de textos para secundaria: Curso de Lengua y Literatura, 7º, 8º,

la viejita que lavaba sus tripitas en la ribera. La anciana la mandó a la loma donde estaba un rancho en el cual debía entrar o salir, según cantara el gallo o rebuznara el burro. Cuando el burro rebuznó, la María Sucia, se metió al rancho y nada pasó. Y cuando el ga-llo cantó, ella salió del rancho y vean lo que ocurrió. La estrella que se había desprendido del cielo le cayó en la frente. Así toda iluminada llegó feliz a su casa.

La María Limpia se llenó de envidia, cuando miró a su iluminada hermana. Tomó dos recipientes y se fue al río a traer agua para la casa, cosa que nunca había hecho en su vida. Cuando llegó al río, observó a la ancianita que lavaba sus tripitas en la ribera. La señora la mandó a la loma donde estaba el ran-cho al que debía entrar o salir, según cantara el gallo o rebuznara el burro.

Cuando el gallo cantó, la María Lim-pia, se metió al rancho y nada pasó. Y cuando el burro rebuznó, la María Lim-pia salió del rancho y miren lo que ocu-rrió… El moco que se había desprendi-do del animal le cayó en la frente. Así toda cochina llegó llorando a su casa.

Mi tercer libro se llamó El vapor de tierra que trataba de tres hermanos que debían construir un vapor de ma-

dera que nave-gara en la tierra y no en el mar ni en los océanos. Y el joven que lo construyera se casaría con la preciosa hija del rey. El hermano ma-

yor –contó mi madre– cortó arboles y se puso a construir el vapor pero no

pudo hacerlo. El segundo tampoco lo pudo hacer, porque ambos tenían mal corazón. El tercer hijo dispuso hacer el vapor de tierra. Se fue al campo y cortó árboles suficientes. Ahí se le aparecie-ron dos ancianos pidiendo comida, tal como lo hicieron con sus dos herma-nos. El joven de buen corazón les dio de comer y de beber a los ancianos, cosa que no hicieron sus hermanos mayores.

Después que comieron, los ancianos le preguntaron qué hacía con tanta madera cortada. El muchacho le res-pondió que haría un vapor de tierra para casarse con la hija del rey. Los dos ancianos le ayudaron y terminaron pronto la construcción del vapor de tierra.

El muchacho después de sobrepasar varias trampas que le puso el rey, se casó con su hija. Una de las trampas consistía en ir a traer al centro del mar un vaso con agua. Si lo traía pronto vencía a su adversario. El joven contó con la ayuda del gigante que con dos trancadas llegó al océano. Se embrocó y agarró del centro del mar el agua y lo llevó donde el joven. Así venció a su suegro malévolo.

Mi cuarto libro se tituló La Puercatriz y trataba sobre el rey que enviudó y quiso casarse con la hija en un típico caso de incesto. La muchacha fue don-de el sacerdote a pedir ayuda. El reli-gioso le dijo que aceptara casarse con el papá si le cumplía tres condiciones:

—¡Que te consiga un vestido color del sol, uno color de la luna y otro co-lor de la mar!

El papá no se sabe cómo, consiguió y llevó los tres vestidos, pero la joven huyó con la ayuda del sacerdote. En un río se bañó y antes de ponerse su ropa

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Forjando el desarrollo cultural

Todos sabemos historias y todos podemos contarlas. ¡Y escribirlas también para que florezcan los escritores!

casual se encontiló el rostro y quedó totalmente negra, irreconocible. En la noche pidió posada a una anciana y en la mañana siguió su camino. Al rato llegó a un castillo y consiguió trabajo en una porqueriza.

Y como el rey quería casarse hizo tres fiestas. Puercatriz asistió a las tres y en cada una llevó un vestido nuevo que le había dado su padre. Después de la fiesta se quitaba sus hermosos vestidos y se encontilaba otra vez. A pesar de que bailaba con el rey y éste se había enamorado de ella, nunca pudo conquistarla porque antes de terminar la fiesta se escapaba y se escondía en la porqueriza. Luego se encontilaba y nadie la reconocía en la pocilga.

Al final el rey pidió que todas las mujeres le hicieran un pastel para ca-sarse con la que mejor lo hiciera. Puer-catriz lo hizo pero además, introdujo en el pastel el anillo que le había rega-lado el rey. Así descubrió quién era la joven que llegaba bien vestida a las fiestas y luego se escapaba. Así se ca-saron.

Mi quinto libro se nombró La Miqui-ta y trataba sobre don Siserá, un ancia-no que vivía en calzoncillos en su ran-cho del campo. Un día llegó a su casa La Miquita una joven muy haragana, pero inteligente y bondadosa. Dormía como un perro enrollada en el medio de medir maíz. Don Siserá creyó resol-ver el problema de hacer la comida en su casa. Y cuando regresaba del traba-jo La Miquita seguía durmiendo enro-llada en el medio de medir maíz.

Un día La Miquita fue donde el rey vecino y se presentó como criada de su amo, el rey don Siserá que era el pobre viejo que vivía en calzoncillos

metido en la montaña como un ermita-ño de las viejas generaciones. Allí se presentó con las ínfulas que el caso ame-ritaba:

—¡Señor –dijo La Miquita–, dice mi amo que le preste el me-dio para medir plata!

—¡Miquita, yo no tengo medio para medir plata! ¡Si te sirve el de medir maíz, llévatelo!

Así lo hizo con el medio de medir oro y diamantes. Y el rey creyó que don Siserá era un hombre rico. Y ella lo tenía engañado con sus mentiras y apariencias de bandida.

—¡Cuánta riqueza tiene tu amo y señor! –decía el rey a La Miquita.

Un día –dice mi madre– se llevó al viejo en calzoncillos a casa del rey. Cuando llegaron al río se detuvieron y armó su treta. La Miquita fue donde el rey a prestarle un traje, porque su amo se había caído en el río y estaba todo mojado y sucio. Llevó el traje y don Siserá se lo puso tranquilamente.

En otro viaje el rey le presentó a su hija, porque don Siserá sería un buen yerno. La Miquita hizo aparecer caba-llos, trajes y riquezas y el rey aceptó que su hija se casara con el viejo. Des-pués de la boda fueron a la casa de don Siserá, la cual era un pobre rancho de palma.

La Miquita, sabiendo que la casa del viejo era una desgracia, pidió a la araña que el rey viera riquezas por todos lados del camino y de la habitación del hombre. Así le dijo:

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Amiga de la docencia

Por eso los niños deben leer siempre y es uno de sus derechos humanos. El niño tiene derecho a tener una biblioteca con libros, cuadernos y lápices.

—¡Arañita, arañita, por el poder que Dios te ha dado, haz que el rey mire riquezas por todos lados! Y el rey vio encantado, las riquezas que segura-mente serían de su hija después.

Don Siserá durmió con su esposa, pero La Miquita amaneció muerta al día siguiente. Don Siserá la tiró al guin-do para que se la comieran los perros, pero al amanecer ahí estaba de regre-so la muerta. La mandó más largo, pero la muerta volvía a la casa en la mañana. Entonces, la guardó en una caja y la enterró en el patio de la casa. Allí, tal vez La Miquita se sentiría a gusto.

—¡Más te vale –le dijo La Miquita–, si no ya estuvieras muerto!

Mi sexto libro se llamó El Cenizoso, que trataba sobre la historia del rey que quería casar a su hija con el mejor partido e inteligente. El rey –me conta-ba mi primo Armando– llamó a todos los jóvenes del lugar y el que contesta-

ra bien las pre-guntas de su hija, con ése se casaría la mu-chacha. Las pre-guntas que hac-ía la princesa se desconocían y ninguno sabía responderlas.

Todos los jóvenes fueron al castillo, pero ninguno pudo contestar las pre-guntas de la princesa. Sólo quedaba el Cenizoso, que era un hombre que no se bañaba, y vivía entre las cenizas, todo sucio y desarreglado, maloliente y descachimbado. Alguien lo animó y decidió probar suerte en la casa del rey. Y tomó el rumbo del castillo del rey para ver a la princesa.

En el camino al castillo oyó que una gallina salió del matorral, cacaraquean-do. Buscó entre el monte y halló un par de huevos blancos y hermosos, y se los echó a la bolsa de su pantalón. Más adelante le dio ganas de cacāre y se metió entre el monte a evacuar el vien-tre. Luego agarró la cochinada, la en-volvió en una hoja, y se la echó a la bolsa y siguió el camino al castillo.

Cuando llegó donde la princesa, ésta dijo:

—¡Yo soy fuego! ¡Yo soy fuego! —¡Cuézame este huevo! ¡Cuézame

este huevo! —¡Váyase a la mierda! ¡Váyase a la

mierda! —¡Aquí está la mierda! ¡Aquí está la

mierda! La princesa llamó a su padre y le

presentó al yerno inteligente, que supo responder sus babosadas y con quien se casaría de inmediato para beneficio del rey y su castillo.

Mi séptimo libro se llamó Tío Conejo y trataba sobre la historia del día que el conejo fue donde Papa Chu a pedirle que lo hiciera más grande porque era muy pequeño. Papa Chu le dijo:

—¡Si me traes un cuero de Tigre, uno de Mono y otro de Cocodrilo, yo te hago más grande! –Tío Conejo se fue a la montaña y dijo:

—¡Viene un huracán con fuertes vientos!

Pidió que lo amarraran a un palo para que no se lo llevara el viento huracanado. Le propuso al tigre que si quería que lo amarrara y éste aceptó. Allí nomás lo mató y lo peló vivo.

Luego puso una barbería y de-cía:

—¡Rasuro bonito! ¡Rasuro bonito! Todos los monos se rasuraron y el

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Forjando el desarrollo cultural

El niño debe leer por diversión y juego de alegrías. Nunca mande un niño a la biblioteca por castigo ni premio.

último tenía un pelito en la garganta, debajo del pescuezo. Le dijo que le enseñara la garganta y le enterró la tijera. Ahí nomás lo peló.

Después se fue al río a jugar con dos chibolas que compró en una pulpería. Le propuso al Cocodrilo que jugaran y éste le aceptó con la condición que no le diera en la nariz. Así jugaron un rato y al final le dio en la nariz, lo mató y lo peló de inmediato.

Y llevó los tres cueros para que Papá Chu lo hiciera más grande. Papá Chu le dijo:

—¡Si esto haces pequeño qué no harás más grande!

Y le guiñó las orejas. Desde entonces el conejo las tiene muy grandes. Así oye todos los ruidos del mundo y aprende las travesuras que luego eje-cuta con el Tío Coyote.

Mi octavo libro se tituló Tío Coyote y Tío Conejo en un sandillal.

—¡No se dice sandillal –me dijo el profe– sino sandiar!

—¡Ah, pero es que las palabras son como las frutas, cada quien agarra la que quiere y se la come a como quie-re! –le respondí.

Un día se metieron a comer sandías, las más hermosas, y después le metían las cochinadas dentro de la sandía. Cuando la viejita le llevó una al padre-cito, descubrió que le estaban comien-do sus sandías. El padrecito se enojó, porque cuando abrió la sandía halló las cochinadas del coyote y del conejo dentro de la sandía. Entonces le puso un muñeco de cera en la puerta y allí lo halló pegado al conejo. La viejita lo agarró, lo encerró en un cuarto, y lo apresó. Cuando pasó por allí el Coyote le dijo:

—¡Entre, Tío Coyote, porque me

darán una comida sabrosa! El Coyote aceptó, quitó el palo de la

puerta, y se metió, mientras el conejo se salía. Cuando llegó la viejita, supo que no había comida sabrosa. Ella lle-vaba un asador caliente que le metió en el fon-dillo y salió co-rriendo el Tío Coyote, con su culito quemado.

Mi noveno libro se llamó El Sembrador y era de papel, un libro de verdad dirán ustedes. Me lo compró mi madre en primer grado. Fue mi primer libro con letras por descifrar. Mi primer gran amigo sin saber que era amigo del alma. Es el libro que más veces he leído en mi vida. Mi padre que no sabía leer se sentía orgulloso de que yo sí leía en el libro. Y cuando llegaba una de mis tías le decía:

—¡Ya Pedro sabe leer!.. ¡Andá traé el libro y leele algo!

Y yo leía todo el libro de cabo a rabo, hasta aprendérmelo de memoria, por-que no había más libros. Después lle-gaba otra tía y hacía lo mismo con el libro. Luego llegaba un primo, un ami-go, un vecino y cualquiera que llagara a la casa, yo leía completo el libro otra vez.

Y me parece increíble que mi padre, Timoteo Morales Caballero [24/08/24–02/01/91], que no sabía leer ni escri-bir, me enseñó a leer con un solo libro. Y en los años 80, mi padre aprendió a escribir su nombre y su apellido en la Gran Cruzada Nacional de Alfabetiza-

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Silbe canciones, acuéstese en el piso, baile como niño, juegue el cero escondido, pele los dientes, abra y cierre los ojos, y cuente cuentos con drama y melodía y gracia.

ción. En mi vida nunca he visto a un hombre más feliz que a él escribiendo

su nombre y su apellido con un lápiz de grafito. Entonces empezó a gus-tarme la lectura por mi padre que no sabía leer, pero hizo

que me gustara la lectura de tanto leer el mismo libro con la misma historia. El único libro que tenía era El Sembrador con sus pollos, aulas, alpiste, y sus historias de gallinas. Fue un libro ma-ravilloso.

Y he hablado de nueve libros, porque cada cuento para mí fue un libro. Y el número nueve resulta un número mágico en mi vida. Tal vez por eso siempre confundí el número 9 con la letra e que es un 9 mirando para el otro lado. El nueve estaba asociado a mi existencia y a mi experiencia de lector de cuentos que me contaba mi madre. Y el nueve se relaciona íntima-mente con mi vida en la lectura.

Resulta que yo aprendí a leer a los nueve años de edad. Mala suerte haber llegado tarde a la escuela. Por poco no voy a la escuela y nada hubie-ra aprendido. A esa edad fui a la es-cuela por primera vez y me deslumbró mi maestra con sus ojos y sus leccio-nes. Era una gatita linda que enamora-ba con su rostro y su proceder. Y me quiso tanto que decía que yo era inte-ligente. Y yo no era inteligente, sólo cumplía mis deberes de estudiante. Pero había leído nueve libros en los cuentos de mi madre.

La escuela no fue nada especial an-tes de los nueve años. No había nive-

les de Preescolar ni escuelitas públicas ni mi madre me enseñó letras en la casa. ¡Sólo me contaba cuentos! Mi madre ya me había regalado varios libros con sus cuentos orales que nos contaba a todos sus hijos.

Y cuando mi maestra Cristina Arbizú Arauz, me entregó la nota de primer grado, yo sentí una gran aflicción en mi existencia. Me puse muy triste, porque revisé la nota de los otros chavalos y ninguna marcó, sólo la mía. Ella, que me mandaba a llamar cuando no iba a clases, me marcó la nota.

—Y ¿por qué sólo a mí me marcó y a ellos nada le puso? –me pregunté–. ¡Cuando llegue a la casa mi mamá me va a regañar!

En el reverso del papel la maestra le puso “Sobresaliente” y yo no sabía qué era ser sobresaliente. Por eso estaba afligido pensando en la regañada de mi madre. Ahora sé que en primer grado fui sobresaliente, porque mi madre me regaló nueve libros desde el principio, desde antes que fuera a la escuela. Y mi maestra linda, no sólo me marcó mi nota con la palabra “sobresaliente”, sino que me enseñó a barrer la escue-la, a hacer los embarrados para aplacar el polvo en el piso de tierra, me enseñó a recitar poemas, y a cantar en la es-cuela los cantos de la novena.

Por eso creo que la primera lec-tura de los niños debe ser el cuento oral. Cuando el niño empieza, no inter-esa que le guste leer. Más bien, que le guste la literatura, el cuento en espe-cial, o la poesía. Yo creo que no hemos explotado el cuento oral como lo ex-plotó mi madre sin querer, y sin ser maestra de primaria. Allí está la peda-gogía de las cosas sencillas para ena-morarse de los libros.

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Forjando el desarrollo cultural

La idea es contar y contar para que el niño después tenga interés en lo que cuentan los libros y los adultos.

Creo que debemos recuperar el cuentacuentos, la contadora de histo-rias, el narrador de historias, como las del Tío Coyote y Tío Conejo. Cada ma-estra y cada maestro tienen que ser una especie de Scherezada para contar cuentos, uno tras otro. Si cada maestra o cada maestro fueran una Schereza-da, otros libros nos cantarían en las escuelas. Esa debe ser la gran misión del maestro: aprender cuentos y con-tarlo a sus chavalos en las escuelas para que se enamoren de la lectura.

El Tío Coyote y el Tío Conejo son dos personajes que deben andar entre los niños como amigos y vecinos, con sus travesuras que despiertan la imagina-ción infantil. A ellos les encantan las pasadas de los dos animales más fa-mosos de Centroamérica. Y yo como maestro debo saber que en Tío Coyote y Tío Conejo tengo a dos cómplices en la formación y educación de los niños.

A mis nietos de 3 y 5 años les encantan las historias y travesuras de Tío Coyote y Tío Conejo. Ellos ya saben que el coyote debajo del zapote abre la boca para que le caigan los madu-ros. Pero el tercer zapote viene verde y le rompe los dientes a zapotazos.

Ya saben que en el río quieren co-merse el queso de la luna, pero hay que chuparse toda el agua del río. Y beben agua sin malicia y sin miedo, hasta reventar. ¡El coyote bebe, pero el conejo hace la mueca que bebe! Y cuando el agua les sale por la nariz, por la boca y por los oídos, se le pone un tapón para que sigan bebiendo. Y cuando le sale agua por los orines, también los tapa.

Por eso los grandes aliados de los directores, maestros y bibliotecarios deben ser las madres y los padres de

familia contándoles cuentos orales a sus hijos en sus hogares. Todos sabe-mos historias y todos podemos contar-las. ¡Y escribirlas también para que florezcan los escritores!

Los padres deben llenar de cuentos la vida de los niños. Y ver qué padre cuenta más cuentos… para premiarlo y reconocerle esa labor importante de contar para ser lector. Y que los niños cuenten sus propios cuentos y los que les han contado sus padres y madres. De ese modo llegarán a amar los libros y la lectura toda la vida.

Los adultos debemos darle valor a la lectura y a los libros. La lectura enri-quece el afecto, la intimidad y la emo-ción del niño. Lo acerca al arte, apren-de lenguaje, disfruta la fantasía y las aventuras, abre sus sueños, la magia de la vida, y sueña, ríe y se divierte, le quita miedos y complejos, potencia su imaginación, desarrolla su espíritu críti-co y estético, aprecia lo bello, lo acerca a los adultos, aprende la escucha y el idioma, desarrolla su autonomía espiri-tual, descubre sus sentimientos y se prepara para la creación de su mundo personal y familiar y universal. Y sobre todo, desarrolla su personalidad y aprecia la vida en toda su extensión y maravilla.

Por eso los niños deben leer siempre y es uno de sus derechos humanos. El niño tiene derecho a tener una biblio-teca con libros, cuadernos y lápices. Y a la par que los padres le com-pran camisas y calcetines deben comprarle libros y lápices para que lean y escriban. Y si no hay libros tiene derecho a que un adulto le cuen-

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Amiga de la docencia

escriba con los niños y publique con ellos un libro

hecho a mano.

te cuentos con gracia y entusiasmo. Y así aprender de la literatura que es como una madre adorable que todo lo da sin esperar nada a cambio.

Ahora bien, si queremos que el niño odie la lectura, hagamos lo que sigue. Apaguémosle el televisor y démosle un libro o una cartilla. No, el niño debe lidiar y valerse de la televisión y de los libros a la vez. No antepongamos co-mics ni muñequitos frente a los libros. Si les contamos un cuento se olvidan de la televisión y de los juegos y se quedan embelesados con las historias bonitas.

El niño debe leer por diversión y jue-go de alegrías. Nunca mande un niño a la biblioteca por castigo ni premio. No

se lee por casti-go y por alabar-le su conducta, pues odiará el libro, la lectura y usted no será su maestra pre-ferida. He escu-

chado a hombres que dicen: —¡Esa maestra nunca me mandó a

leer en mi niñez! No cometa ese pecado que le co-

brarán con el tiempo. Usted mande a leer con entusiasmo y diversión. Nun-ca ordene leer, mientras no prepare el ambiente para leer. Y no imponga sus gustos y deje que el niño escoja su libro y sus historias preferidas. Des-pués, dele las suyas.

—¿Y cómo animo la lectura del ni-ño? ¿Qué técnicas aplico en la lectura —me preguntó una maestra.

—¡Pues no aplique ninguna! —le dije yo.

Haga todo aquello que le guste al niño para acercarse al libro y sus histo-

rias. Sea niño y niña, felices y conten-tos, sin malicia, sin daño, sin protocolo, pero con travesura, locura y emoción. Imite animales: cante como gallo, brin-que como perro, haga como cerdo, rebuzne, ladre, maúlle, croe y berree como una cabra piquetona, que eso a todos nos divierte.

Silbe canciones, acuéstese en el piso, baile como niño, juegue el cero escon-dido, pele los dientes, abra y cierre los ojos, y cuente cuentos con drama y melodía y gracia. Busque una sábana negra y conviértase en bruja con una escoba mocha, y vuele con los niños. Vístase con un pantalón roto y una camisa vieja y sea espantapájaros por un día y hable con ellos del entusiasmo de la vida.

Póngase una máscara y actúe como loca y grite y salte y cuénteles cuentos por doquier a los niños. Y sobre todo, tenga paciencia, prudencia, rigor, con-fianza, creatividad, respeto, persua-sión, sensibilidad y sicología al hablar con los niños. Verá cómo la querrán a usted y a los libros toda la vida. ¡Y us-ted será su maestra o su maestro pre-ferido! ¡Y nunca se olvidarán de usted!

Los adultos debemos estimular la imaginación del niño. Por ejemplo, podemos viajar en un libro, visitar el país de las letras, la tierra de las voca-les, las ciudades azules, la biblioteca de los pájaros, la casa de los colores, la nube que bebía agua en el río, el vien-to que dormía en una cueva, el niño que inventó la luna, la niña que convir-tió en guitara un caracol.

Además, pueden inventar trabalen-guas, juegos, palabras y misterios. El niño cree que todas las palabras ya fueron inventadas y que ya no hay na-da más qué inventar. Pero sé que si

Foro Nicaragüense de Cultura 10

Forjando el desarrollo cultural

Y esos libros que eran cuentos que me contó mi madre, me cambiaron la vida

digo Macuepa es una palabra que in-venté a partir de las palabras maestra, escuela y padres que sería la mejor manera de ayudar al niño para que lea y aprenda. Y si digo Hijo de la Macue-pa me refiero al fruto que nace de la buena relación de las maestras, la es-cuela y los padres de familia para que los niños lean sus libros y amen la lec-tura. Así florecerá el idioma con nue-vas palabras creadas por los niños.

Enseñemos al niño a cambiar la his-toria de un cuento. La Caperucita pue-de ser azul o negra, qué importa, si se puede trasgredir la historia y los perso-najes. El fardo no mató al hijo del tío Lucas sino que lo asustó y el chavalo, desde entonces, decidió estudiar y ser un gran contador de cuentos para la amenidad de los niños en la escuela. Los niños deben abrir la imaginación con esmero.

Se pueden mezclar historias y perso-najes diversos: el rey burgués puede aparecer montado en el bote de Fer-nando Silva o montado en el camión de Cooper en el cuento Los monos de San Telmo de Lisandro Chávez, o bus-cando El Chechereque de Juan Aburto. Y sobre todo, invente y cuente que todo es posible en literatura. Nadie se lo prohíbe. ¡Haga que el niño cuente y escriba sus historias personales que después las otras las inventará!

El niño puede recoger palabras raras y hacer un diccionario, pintar o dibujar un cuento, hacer una canción de un poema o de una historia, inven-tar un aparato del futuro, recoger los insultos de animales, escribir metáfo-ras y aliteraciones, jitanjáforas y cali-gramas.

El niño puede platicar con el libro o representarlo y hacer las veces del

libro. Puede hacer un cuento sobre una fotografía o un cuadro, una fruta, un viejo feo, una vieja bonita. Debemos enseñar al niño a contar historias y que luego las escriba. Primero, de forma oral, después que las escriba. Cuente, después cuente más cuentos al niño para que se enamore de la literatura. El niño que se enamore de la literatura, tendrá asegurada su felicidad y su ima-ginación. ¡Yo soy un hombre feliz en la alegría y en la tristeza! ¡Por los cuentos de mi madre! ¡De otro modo, estuviera muerto en vida! ¡Gracias, mamá!

La idea es contar y contar para que el niño después tenga interés en lo que cuentan los libros y los adultos. Además, pueda inventar sus propias historias en sus cuentos. Puede contar anécdotas de su casa y de su familia. Inventar una historia de su perro o de su gato. Inventar cuentos donde participe el niño, su papá, su mamá y sus herma-nos. La casa puede salir a pasear con ellos un día.

Escribir un cuento sobre Rubén o enviarle una carta y contarle su historia amorosa, o sus sueños de alcanzarlo un día. Inventar un cuento sobre números, colores, pájaros, animales, nubes, árboles y libros, y casas embru-jadas, gigantes, enanos, gordos y fla-cos.

Yo puedo empezar diciendo que Amarrillo iba por la calle cuando se encontró con Rojo y Celeste. Rojo lo

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Amiga de la docencia

quiero fundar una fábrica de cuentos y de libros para que todos los niños tengan sus cuentos a manos y gocen como yo he gozado la vida de los cuentos.

invitó a tomar un café en el barcito de la esquina, donde vendían libros boni-tos. En eso estaban cuando llegó Azul… de Rubén Darío y les contó la historia de El Rey Burgués.

Podemos escribir historias de magos, títeres, marionetas y de personajes feos, horripilantes y que causen risa y gracia. Recuerden que el cuento busca divertir y hacer reír al lector. Recrear nuestra historia mitológica con histo-rias basadas en carreta nagua, ceguas, padres sin cabeza o con cabeza, gigan-tonas, sirenas, hadas, duendes, brujos, monos. Haga cosas inverosímiles que a los niños les encanta, y les divierte con alegría infantil. ¡Enséñeles a reír con la alegría de los libros!

Y por último, escriba con los niños y publique con ellos un libro hecho a mano. Póngale una portada de cartuli-na con un dibujo, un título y el nombre del niño que es el autor. Eso le da un gran valor y sentido de responsabilidad frente a la vida.

Debe ilustrarlo con dibujos que se relacionen con el texto o con las ideas de sus historias. Presente el libro a sus compañeros y lea sus cuentos en el aula a los padres de familia. De los cuentos pueden realizar sociodramas y proyectar escenas de la obra para que todos gocen con el teatro basado en sus historias. ¡Hay tanto trabajo con los niños que usted querrá que el día ten-ga 30 horas! ¡Pues haga que los días tengan 30 horas en las historias de los niños!

Un día de estos, mire un árbol y póngale camisa y pantalón y hágalo caminar por el parque y que hable y cante sus virtudes y necesidades. Llévelo al parque y siéntelo en una banca a comer un helado o un mango

maduro. Todo dependerá de su imagi-nación y de las cosas que le hayan con-tado sus padres en la niñez y las que usted les cuenta en la escuela. ¡Las escuelas son los inventos más hermo-sos de la humanidad, sólo comparables con los inventos de los libros!

Ahora entiendo por qué me gusta leer y por qué me gusta escribir y por qué me gusta contar cuentos que me contaron en mi niñez los cuentos que le contó a mi madre su tía Francisca después que a ella se los contaron también en su vida de niña. Y esos li-bros que eran cuentos que me contó mi madre, me cambiaron la vida y, desde entonces, cada mañana al salir el sol, veo cuentos que me vuelan por la cabeza y por las manos y por mis pies. Y siento que es imposible vivir sin cuentos y sin libros en esta vida y en la otra y en todas las que existan en la tierra y en el cielo.

Por eso, quiero fundar una fábrica de cuentos y de libros para que todos los niños tengan sus cuentos a manos y gocen como yo he gozado la vida de los cuentos. ¡Pero necesito tu ayuda en esta empresa de cuentos! ¡Aquí está un lápiz, un cuaderno, una historia, un cuento, una sábana rota, una camisa de rayas y un pantalón con frutas para que nos vistamos de cuentos y salga-mos al mundo a sembrar semillas y esperanzas en la humanidad!

Telica, León. 24 de septiembre / 19 de octubre, 2011.

Foro Nicaragüense de Cultura 12

Forjando el desarrollo cultural