ecclesia in america a la luz de nuestra señora de guadalupe, estrella de … · 2012-12-17 ·...
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Ecclesia in America a la luz de Nuestra Señora de Guadalupe,
Estrella de la Nueva Evangelización y Madre de la
Civilización del Amor
Prof. Carl Anderson
Caballero Supremo de Caballeros de Colón
10 de diciembre de 2012
Una cuestión de caminos
El 12 de diciembre de 1531, el último día de las apariciones de
Nuestra Señora de Guadalupe, cuando San Juan Diego tomó un camino
diferente con el fin de encontrar un sacerdote para su tío moribundo,
Nuestra Señora de Guadalupe salió a su encuentro en la desviación y le
hizo estas preguntas: -- ¿Qué hay, Hijo mío el más pequeño? ¿A dónde
vas? ¿A dónde te diriges?||1
Hoy, durante este Congreso, hacemos las mismas preguntas: ¿Qué
sucede? ¿A dónde vamos? ¿A dónde nos dirigimos?
Al igual que la Nueva España a principios del Siglo XVI, en muchas
formas en nuestros tiempos nos enfrentamos con un gran choque de
civilizaciones, que más preocupante debido al acelerado proceso de
globalización.
1 Nican Mopohua, v 107
De Chile a Canadá, la inmensa mayoría aún se considera cristiana. Y
sin embargo...los países y culturas construidos sobre la fe cristiana
muestran grandes insuficiencias de caridad, dignidad y veracidad,
insuficiencias que no son consistentes con el hecho de ser discípulos del
Dios que es Amor. Existe simultáneamente tanto una familiaridad con
Cristo como una ignorancia de Cristo, que en muchos lugares tiene como
resultado una interpretación errónea de Cristo y de la misión de la Iglesia.
La tierra que estamos llamados a evangelizar en un sentido
importante es nueva: no es ni precristiana ni cristiana. Por primera vez en
la historia, es una tierra que enfrenta un horizonte postcristiano.
El pueblo que una vez conoció a Cristo y lo siguió tanto a nivel
personal como cultural, hoy de muchas formas deja de reconocerlo, tanto
ante su Iglesia como ante los pobres.
¿A dónde vamos?
Cuando reflexionamos sobre la situación de la Iglesia en el Continente
Americano, a veces resuena en nosotros la respuesta de Juan Diego a
Nuestra Señora: “Causaré pena a tu venerado rostro, a tu amado corazón:
Por favor, toma en cuenta...que está gravísimo un criadito tuyo...Una gran
enfermedad en él se ha asentado, por lo que no tardará en morir”.2
Juan Diego hablaba de la plaga que estaba matando a su tío.
Nosotros enfrentamos otra enfermedad, igualmente mortal. Y como Juan
Diego, es la preocupación por la familia humana lo que nos trae hoy aquí.
Su intervención no debe tardar. La sabiduría de Ecclesia in America es
evidente.
2 Nican Mopohua, v 111
Ecclesia in America
Ecclesia in America es el anteproyecto de la nueva evangelización. Al
referirse a “América” en lugar del “Continente Americano”, la exhortación
apostólica propone un camino unificado para todo nuestro hemisferio; no
para un continente u otro, no para un país u otro, sino para todos como
una unidad. Esto es también en cierto sentido contracultural e incluso
radical. A pesar de la creciente globalización, ninguna otra institución
establece una visión única para superar los tan variados problemas en
cada país.
Pese a estar conscientes y deseosos de rectificar las muchas
enfermedades en América, la exhortación apostólica no comunica una
visión política, sino una eclesial; no una visión de sistemas, sino una visión
del encuentro con Cristo. En otras palabras, presenta una visión de una
evangelización “inculturada”, en la que nuestra diversidad es santificada y
purificada en su comunión en la Iglesia orientándonos hacia Cristo y en
consecuencia también a nuestros hermanos.
Siguiendo a Cristo, quien describió su papel soberano como “dar
testimonio de la Verdad”, 3
“Al aceptar esta misión [de la nueva evangelización], todos
deben recordar que el núcleo vital de la nueva evangelización ha
de ser el anuncio claro e inequívoco de la persona de Jesucristo,
Ecclesia in America enfoca correctamente la
evangelización católica en lo más importante:
3 Durante el interrogatorio de Pilato a Cristo, Juan 18:37: “Pilato le dijo, ‘¿Entonces tú eres rey?’. Jesús respondió: ‘Tú lo dices: yo soy rey. Para esto he nacido y he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad’”.
es decir, el anuncio de su nombre, de su doctrina, de su vida, de
sus promesas y del Reino que Él nos ha conquistado a través de
su Misterio Pascual”.4
La verdad que se comunica en la nueva evangelización no cambia,
solo cambia la forma en que se comunica al pueblo de América.
Recientemente, nuestro Santo Padre presentó cómo debemos
considerar el “contenido” de la nueva evangelización.
“En nuestra continua catequesis por el Año de la Fe, ahora
consideramos la cuestión de cómo debemos hablar a nuestros
contemporáneos acerca de Dios, comunicando la fe cristiana
como respuesta a los deseos más profundos del corazón
humano. Esto significa llevar a los hombres y mujeres de
nuestro tiempo el Dios de Jesucristo. Significa dar día con día
testimonio sereno y humilde del centro del mensaje del
Evangelio. Es la Buena Nueva del Dios que es Amor, quien se
acercó a nosotros en Jesucristo incluso hasta la Cruz y quien en
la Resurrección nos brinda la esperanza y la promesa de la vida
eterna. Jesús nos da un ejemplo: mediante su amorosa
preocupación por las cuestiones de los pueblos, las luchas y las
necesidades, los condujo al Padre. En la tarea de llevar a Dios a
nuestros contemporáneos la familia representa un papel
privilegiado, porque en ella la vida de fe se vive diariamente con
alegría, diálogo, perdón y amor.”5
4 Ecclesia in America, § 66.
5 Benedicto XVI, Audiencia General, Sala Pablo VI, 28 de noviembre de 2012.
Hace cinco siglos, nuestro hemisferio dio el ejemplo perfecto de una
evangelización inculturada cuando María se apareció a San Juan
Diego. Su mensaje de reconciliación, unidad y amor dio origen a la
gran evangelización de todo el hemisferio. Con su sola presencia,
Nuestra Señora de Guadalupe se convirtió en el primer y mayor
modelo de la unidad cristiana presentada a todos los pueblos,
superando la parcialidad nacional y étnica. Como la Virgen Mestiza
del Tepeyac, se llamó a sí misma la madre compasiva de “de todas
las gentes que aquí en esta tierra están en uno, y de los demás
variados linajes de hombres”.6
Y de este modo, la “estrella de la nueva evangelización” es una
evangelizadora como ninguna otra. En el momento del encuentro con Juan
Diego no está consiguiendo su propia salvación. Es la evangelizadora por
excelencia, en parte porque llega al mundo, en cierta forma, desde la
visión beatífica, un estado de suprema cercanía con Dios. Su ejemplo y
continua maternidad de todos los pueblos es hoy un camino seguro para la
nueva evangelización.
El encuentro con Cristo en América: Cultura de la guerra, cultura de la muerte
Una similitud entre nuestra cultura actual y la cultura que introdujo
Nuestra Señora de Guadalupe, es la expectativa de la guerra.
A principios de año, el Papa Benedicto recordó a los obispos de
Estados Unidos, “En el centro de toda cultura, perceptible o no, hay un 6 Nican Mopohua, v. 30-31.
consenso respecto a la naturaleza de la realidad y al bien moral, y, por lo
tanto, respecto a las condiciones para la prosperidad humana”.7
En la época de las apariciones, el corazón de la cultura
Mesoamericana incluía una expectación de la guerra y una necesidad
distorsionada de sacrificio. La cultura Azteca constantemente hace
referencia a la desolación: “La guerra y la muerte marcaron la pauta de
toda lectura y ceremonia que acompañaría a los indígenas toda su vida”.
8
Y sin embargo hoy, a pesar de haber abandonado desde hace tiempo
las suposiciones de la religión azteca, la cultura contemporánea sigue
teniendo la influencia de distorsiones similares respecto a los
prerrequisitos del florecimiento humano. ¿No encontramos en la sociedad
y en ciertas políticas públicas una suposición tácita de que ciertas muertes
son condiciones para el florecimiento humano?
En sentido literal, su percepción de la realidad, articulada mediante su
religión, hizo de la guerra, la muerte y el sacrificio, las condiciones para el
florecimiento humano. En esta visión del mundo, la libertad de vivir estaba
condicionada por la guerra y la muerte. La expectación de la guerra y la
necesidad de muerte eran algunos de los prerrequisitos cotidianos para el
florecimiento humano de la cultura Azteca.
¿No vemos, en nuestra cultura contemporánea, una cultura en la que,
en palabras de Evangelium Vitae, “Se puede hablar, en cierto sentido, de
una guerra de los poderosos contra los débiles?”. ¿No vemos también con
el Beato Juan Pablo II “una estructura de pecado” en una cultura que
concluye que “una vida que exigiría más acogida, amor y cuidado es tenida 7 Benedicto XVI, Discurso a un grupo de obispos de Estados Unidos en visita “Ad Limina”, 19 de enero de 2012. 8 Monseñor Eduardo Chávez, Nuestra Señora de Guadalupe y San Juan Diego: Evidencia histórica, p. 56.
por inútil, o considerada como un peso insoportable y, por tanto,
despreciada de muchos modos”? Y en esta cultura, “quien, con su
enfermedad, con su minusvalidez o, más simplemente, con su misma
presencia pone en discusión el bienestar y el estilo de vida de los más
aventajados, tiende a ser visto como un enemigo del que hay que
defenderse o a quien eliminar”.9
Es la definición misma de una cultura de muerte, y el Beato Juan
Pablo II no dudó en decírnoslo.
10
De este modo, en Caritas in Veritate, el Papa Benedicto XVI nos
recuerda que aún existe en la vocación permanente y universal que
comparte toda la gente una semilla de esperanza. Dijo: “Todos los
hombres perciben el impulso interior de amar de manera auténtica; amor y
verdad nunca los abandonan completamente, porque son la vocación que
Dios ha puesto en el corazón y en la mente de cada ser humano.”
El encuentro con esta cultura es
fundamental para la nueva evangelización y es fundamental para el futuro
del Cristianismo en nuestro hemisferio.
11 Y por
ello es posible que seamos “colaboradores” del Beato Juan Pablo II y del
Papa Benedicto XVI al hablar acerca de la posibilidad de una nueva
cultura, una cultura que ellos llaman “una civilización del amor” y que en
Ecclesia in America el Beato Juan Pablo II reconoció como obra de
aquellos “capaces de amar con el mismo amor de Dios”.12
La civilización del amor no puede imponerse desde arriba o desde
afuera de una cultura histórica en particular. Este es el punto de partida
9 Juan Pablo II. Evangeliu Vitae, §12 (1995). 10 Ibid 11 Benedicto XVI, Caritas in Veritate, §1. 12 Ecclesia in America, §10
para una evangelización auténtica, inculturada. Y precisamente por ello
siempre necesitamos volver nuestra mirada hacia Nuestra Señora de
Guadalupe, Estrella de la Nueva Evangelización. Y también por ello
debemos ver a Nuestra Señora de Guadalupe bajo otro título: Madre de la
Civilización del Amor.
María de Guadalupe como modelo para todos los cristianos
En Puebla, en 1979, el Beato Juan Pablo II describió los tres pilares
necesarios para “el presente y el futuro de la evangelización”. Estos tres
pilares son “la verdad sobre Jesús el Salvador”, “la verdad sobre la Iglesia”
y “la verdad sobre el hombre y su dignidad”.13 Pero si queremos volver a
estas tres verdades, en el pasado el Papa Benedicto señaló que “es
necesario volver a María”.14
Entonces parece imperativo profundizar nuestra reflexión acerca de
por qué damos a María el título de Nuestra Señora de Guadalupe “la
estrella de la nueva evangelización”. Hace quinientos años, Nuestra
Señora de Guadalupe se apareció a los pueblos indígenas de América
como la perfecta proclamación inculturada del Evangelio. La joven mujer
que recibió la Palabra en silencio y le permitió que en ella diera fruto fue
una evangelizadora mucho más eficiente que aquellos predicadores que
intentaron convertir a un inmenso continente nuevo.
Lo que necesitamos ahora, en este crítico momento de la historia, es
un regreso radical a la Fuente, que es el Señor, y este regreso no puede
13 Juan Pablo II, Discurso en la III Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, 28 de enero de 1979. 14 Joseph Ratzinger y Vittorio Mesori, Informe Ratzinger, 106.
tener lugar sin algo semejante a lo que sucedió en los inicios de la
proclamación de la Palabra y a lo que señala Nuestra Señora de
Guadalupe.
En las muchas representaciones icónicas de Pentecostés,
observamos a la Iglesia como era, es y debe ser continuamente.
Observamos a la Iglesia en su realidad teológica: los apóstoles reunidos
alrededor de la Madre de Dios, esperando el don del Espíritu que les
permitirá que la Palabra de Dios sea perfectamente inculturada no solo en
una lengua o en un continente, sino en todas las culturas y en todos los
pueblos de la tierra.
María, el centro sagrado e inmaculado de la Iglesia creyente, nos
enseña lo que significa recibir la palabra de Dios, contemplarlo y permitirle
dar su fruto en nuestra vida. En ella, vemos lo que significa implorar y
recibir el fuego “inteligente”, transformador y renovador que en palabras
del Santo Padre “en Dios se convierte en luz”.15
María es la “estrella de la nueva evangelización” porque es el amor
contemplativo, amoroso, compasivo, la siempre fiel presencia que permitió
a la Iglesia llegar a establecerse, no como obra del hombre, sino como el
don del Dios que es Amor.
María conduce a Cristo, no a ella misma. Como describe el Beato
Juan Pablo II en las Bodas de Caná: “La Madre de Cristo se presenta ante
los hombres como portavoz de la voluntad del Hijo, indicadora de aquellas
exigencias que deben cumplirse, para que pueda manifestarse el poder
15 Benedicto XVI, Meditación durante la Primera Congregación General, XIII Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos, 8 de octubre de 2012.
salvífico del Mesías”.16 Aquí, se interna en el espíritu de los profetas
judíos, por así decirlo, en cuanto a que ella, como Juan el Bautista, llamó a
que “preparen el camino del Señor, allanen sus senderos”.17
Esta claridad de propósitos – para proclamar a la persona de
Jesucristo – es evidente otra vez en la aparición de Nuestra Señora de
Guadalupe. Su primera petición a San Juan Diego es la construcción de
una iglesia donde pudiera mostrar a su hijo a todo el pueblo. De acuerdo
con el Nican Mopohua le dice:
“Mucho quiero, ardo en deseos de que aquí tengan la bondad
de construirme mi templecito, para allí mostrárselo a Ustedes,
engrandecerlo, entregárselo a Él, a Él que es todo mi amor, a
Él que es mi mirada compasiva, a Él que es mi auxilio, a Él
que es mi salvación.18
Auténtica evangelización inculturada
Los pueblos nativos ven en Nuestra Señora de Guadalupe un
verdadero reflejo de sí mismos y al mismo tiempo una expresión perfecta
de la inculturación de la fe cristiana. Ella comunicó verdades eternas y
universales en la lengua y costumbres de los pueblos indígenas. Sus
palabras, como se registran en el Nican Mopohua, muestran también cómo
afirmó las semillas de la verdad en los elementos de su cultura e historia:
su aprecio por la verdad, su creencia en un creador y en un maestro divino 16 Juan Pablo II, Redemptoris Mater, §21. Se menciona también en in Ecclesia in America, §11. 17 Marcos 1,3. 18 Nican Mopohua. V. 26-28.
del cielo y de la tierra. En un movimiento que supera las recientes
tendencias de hablar solo del “Cristo histórico”, ella también abandonó su
propia identidad histórica asumiendo la forma de mestiza, una hija de los
habitantes, y habló en su lengua Náhuatl con su lenguaje rico, variado y
formal.
La nueva evangelización, al igual que toda evangelización, debe ser
inculturada.
“Vivir en el mundo pero no del mundo” es una guía precisa de la
verdadera inculturación. Incluye reconocer la verdad en las culturas, así
como diferenciar entre la verdad y la lengua en que se comunica la verdad.
Es decir: la inculturación de la comunicación y la tradición, no una mezcla
de valores morales.
Cabe señalar que el Beato Juan Pablo II vio la importancia de las
experiencias religiosas no esenciales para comunicar y nutrir la fe de los
católicos de América. Llamó a la piedad popular “una inculturación de la fe
católica”. Instó a buscar en ellas “con clarividente prudencia, indicaciones
válidas para una mayor inculturación del Evangelio”.19
Una evangelización inculturada habla al individuo y subraya la
importancia de lo que dijo el Papa Juan Pablo en Ecclesia in America:
“Jesucristo es, pues, la respuesta definitiva a la pregunta sobre el sentido
de la vida y a los interrogantes fundamentales que asedian también hoy a
tantos hombres y mujeres del Continente Americano”.
19 Ecclesia in America, §16
Aquí, me gustaría mencionar dos temas específicos: el papel del
laicado y el testimonio de caridad.
El papel del laicado
Al leer las señales de vida en la Iglesia, creo que todos podemos
reconocer que nuestro hemisferio se encuentra en un momento crucial de
la historia. Muy similar a la reforma interna emprendida por los
Franciscanos y Dominicos del Siglo XIII, cuya forma de vida constituyó un
regreso a los principios evangélicos, hoy los católicos se ven llamados a la
evangelización, que en sí misma constituye un tipo de reforma del modo
de vida de los católicos.
Esta evangelización reconoce la vital contribución del laicado. Esto
no otorga al laicado una nueva misión, sino que, más bien, concientiza al
laicado sobre la misión del Bautismo, la vocación de santidad y la vocación
de evangelizar.
El hecho de que Juan Diego y su tío fueran laicos es algo
significativo. Su dedicación a la fe es evidente en Juan Diego, que va a
menudo a la lejana capilla por instrucciones, así como su insistencia en
poner en primer lugar la salvación de su tío moribundo.
Después de las apariciones de Nuestra Señora, el laicado también
representó un papel mayor en la evangelización. Al difundir la palabra de la
aparición y la fe que trajo tan compasivo encuentro con Dios, los hombres
y mujeres laicos ayudaron a que aumentara la conversión de millones de
personas.
Actualmente, un aspecto central de la obra del laicado es su papel
como representantes de la familia cristiana y por lo tanto, de la Iglesia
doméstica.
Debido a la importancia central de la familia, no solo para sus
miembros, sino también para la sociedad y la cultura, la nueva
evangelización debe contener en su núcleo la recuperación de un
entendimiento sacramental del matrimonio cristiano. Si la nueva
evangelización debe ser una proclamación encarnada de la belleza de
Dios, que es comunión, y de la Iglesia, que es el sacramento de esta
comunión, no puede más que tener en su centro a la iglesia doméstica. No
solo porque la familia es el “lugar modelo” en el que se transmite la fe a
las nuevas generaciones o donde se viven valores cristianos.
Nuestra fe nos enseña que Dios es unidad en comunión, una
Trinidad, que Él es amor. Dios nos hizo un irrevocable don de sí mismo en
su Hijo Jesucristo, que es su alianza con su creación. Y debido a que el
hombre está hecho a la imagen de Dios, “Él permanece para sí mismo un
ser incomprensible, su vida está privada de sentido si no se encuentra con
el amor”.20
Millones de personas que aún no conocen el amor de Dios necesitan
que la familia cristiana sea un icono del Dios que es comunión. Necesitan
ver que todos los elementos de la vida humana encuentran su plenitud en
20 Juan Pablo II, Redemptor Hominis, §10 (1979).
el Hijo de Dios hecho hombre. Necesitan ver familias que son realmente
comunidades humanas, que puedan así mostrar a sus incrédulos
hermanos la belleza del Dios que es amor.
Por ello el Beato Juan Pablo II nos enseño que la familia es
esencialmente misionera. Su misión, que fluye de su ser, precede a toda
actividad externa de evangelización a la que las familias cristianas puedan
comprometerse. Toda actividad de este tipo actividad produce frutos
auténticos, evangélicos, cuando fluye de una misión fundamental que
coloca a la familia basada en el matrimonio sacramental en el corazón de
la misión de la Iglesia.
En palabras del Beato Juan Pablo II, “la familia recibe la misión de
custodiar, revelar y comunicar el amor”, el amor que es un reflejo de la
comunión Trinitaria y que comparte “el amor de Dios por la humanidad y el
amor de Cristo nuestro Señor por la Iglesia su esposa”.21
A partir de lo anterior, parece obvio que entre estos elementos, el
principal de ellos para la nueva evangelización es el llamado universal a la
santidad del Concilio Vaticano Segundo.
22 Este llamado es realmente
universal, incluye todas las etapas de la vida y a todos los pueblos de la
tierra. Me parece necesario poner de relieve que tanto este llamado de
Dios como nuestra respuesta al mismo son fundamentales para la Nueva
Evangelización, 23
21 Juan Pablo II, Familiaris Consortio, §17 (1981).
y al respecto vemos un extraordinario ejemplo en la vida
de San Juan Diego.
22 Concilio Vaticano II, Constitución Dogmática sobre la Iglesia, Lumen Gentium, §5 (1962). 23 Ecclesia in America, no. 33.
En el mensaje de Nuestra Señora de Guadalupe y en la vida de San
Juan Diego, queda claro que este llamado para una nueva asimilación y
proclamación del Evangelio abarca a la Iglesia como un todo, y a todo
pueblo y nación en la que esté presente.
Lo que se necesita no son solo nuevas iniciativas pastorales para
aquellos que ya no se acogen al Cristianismo, aunque evidentemente este
esfuerzo es imperativo. La nueva evangelización debe ser más extensa y
también debe tener un alcance más amplio. Aunque la época puede
estimularla, no puede determinarse por una simple crisis actual.
El impuso renovado de evangelización implica una reapropiación
fundamental de nuestra fe por toda la Iglesia, y una proclamación
profundamente encarnada en los hombres y mujeres de nuestro tiempo.
Requiere lo que podría describirse como un regreso “radical” a la Fuente,
una vida renovada de plenitud de la fe. En otras palabras, lo que se
requiere es lo que vemos en la vida de San Juan Diego: un valeroso
testimonio de santidad. El Beato Juan Pablo II lo afirmó así en
Christifedeles Laici: los fieles laicos tienen “un papel original e
irreemplazable” en la obra de la nueva evangelización. 24
La santidad de la vida formada y fortalecida por los sacramentos y
que se vive en total fidelidad con la Iglesia y el compromiso con Jesucristo,
es la única forma de reconstituir una identidad católica. Es la única forma
de que la Iglesia dé un testimonio creíble en sus instituciones y en cada
uno de sus miembros, a un mundo mortalmente hambriento de la
presencia del Dios viviente.
24 Juan Pablo II, Christifedeles Laici, no. 7 (1988).
Caridad que evangeliza
Finalmente, el método que mejor expresa que Cristo es amor, en
todas sus formas, empezando por la familia y extendiéndose a lo más
general, pero sin embargo urgente, se refiere a los pobres y a los que
sufren.
El Hemisferio Occidental es tierra fértil para la semilla de la caridad.
Todos nuestros países viven algún grado de conmoción. Cristo mismo
explicó: los pobres que tendremos hasta el fin del mundo y los numerosos
tipos de pobreza que reconocemos. Existe también la conmoción
silenciosa del complaciente olvido de los demás, de la obsesión con el
materialismo, que blinda los corazones para no ver lo que el Dios de
Jesucristo nos reveló: es decir, “nuestra grandeza como personas
redimidas por amor y llamadas, en la Iglesia, a renovar toda la Ciudad de
los hombre a fin de que pueda transformarse en Ciudad de Dios”. 25
La visión de Nuestra Señora de Guadalupe de la futura capilla
comunica la calidez caritativa de la Iglesia, una calidez caritativa que en la
Iglesia todos estamos llamados a extender. Como escribió el Santo Padre
en Deus Caritas Est, “La Iglesia es la familia de Dios en el mundo. En esta
familia no debe haber nadie que sufra por falta de lo necesario”. Al mismo
Solo
construyendo una civilización del amor podemos los católicos ayudar a
construir la auténtica solidaridad que se describe en Ecclesia in America.
25 Benedicto XVI, Audiencia General, Sala Pablo VI, 28 de noviembre de 2012.
tiempo nos recuerda que “la caritas-agapé supera los confines de la
Iglesia”. 26
Más que nada, la vida sin Dios o la vida sin una auténtica
comprensión de Dios, descubre que el sufrimiento es la pregunta sin
respuesta. La nueva evangelización requiere una experiencia renovada de
sacrificio, unida en una comprensión del sufrimiento redentor, así como
una solidaridad del corazón con los que sufren. Así también de este modo,
la nueva evangelización nos llama a “una caridad que evangeliza”.
27
Cristo dijo que el mundo debe saber que somos cristianos por la
forma en que nos amamos unos a otros. Debemos prepararnos para dejar
que la caridad sea nuestra medida de la nueva evangelización. En el
primer capítulo de Ecclesia in America, el Beato Juan Pablo II recordó las
palabras de su predecesor en la clausura del Concilio Vaticano Segundo:
“en el rostro de cada hombre, especialmente si se ha hecho transparente
por sus lágrimas y por sus dolores, podemos y debemos reconocer el
rostro de Cristo”.
28
Para terminar, permítanme una observación más respecto a la nueva
evangelización en tiempos de globalización. El choque de civilizaciones
Es el prerrequisito ineludible para una nueva
evangelización. Pero quizás se nos debería permitir agregar que la nueva
evangelización nos llama a una mayor realización: que todo ser humano,
especialmente el que está marcado por lágrimas y sufrimiento, debe poder
ver el compasivo rostro de Cristo en aquellos que han sido llamados a
seguirlo.
26 Benedicto XVI, Deus Caritas Est no. 25(b) (2005) 27 Juan Pablo II, Ecclesia in Europa, No. 33 (2003) 28 Ecclesia in America, No. 12
que tuvo lugar en el Continente Americano entre los españoles y los
indígenas americanos de alguna forma puso de relieve los peores
aspectos de ambas culturas. Los españoles fueron testigos de los brutales
sacrificios humanos de los Aztecas, mientras los Aztecas fueron testigos
del comportamiento brutal contra ellos de algunas autoridades españolas,
que llegaron incluso a amenazar al Obispo Zumárraga. En este contexto
de conflicto cultural, apareció Nuestra Señora de Guadalupe como
mestiza, la encarnación de ambas culturas y como aceptación de lo mejor
de cada una de ellas.
Es lo que en Ecclesia in America el Papa Juan Pablo II llamó “una
perfecta evangelización inculturada”. (11) Fue el primer paso para la unión
de dos culturas diferentes bajo el manto de Nuestra Señora de Guadalupe
y el Evangelio de su Hijo, Jesucristo. Nuestra Señora de Guadalupe no
solo apareció como una mezcla de razas, sino que Juan Diego, al que se
le apareció, era un humilde indígena. Sin embargo, no fue suficiente que
se le apareciera o incluso que dejara su imagen. Para que la obra de la
evangelización adquiriera raíces en América, fue necesario que Juan
Diego – un indígena mexicano –colaborara con el Obispo Zumárraga – un
español – para difundir el mensaje de amor y reconciliación.
De cierto modo, no es sorprendente que Nuestra Señora de
Guadalupe uniera culturas al tiempo que llevaba a la gente a su Hijo.
Desde los primeros días del Cristianismo, incluso durante la vida de Cristo,
estaba claro que su mensaje de salvación no era solo para un grupo, sino
para todos los que se abrieran a él. Sin importar de dónde provinieran
originalmente, esos primeros cristianos encontraron en Cristo una unidad
que trascendió todas las diferencias culturales. Y Nuestra Señora de
Guadalupe ayudó a su hijo a hacer lo mismo en América.
Esta lección es importante para los que trabajamos por una Nueva
Evangelización. No podemos acercarnos a otra cultura desde un punto de
vista relativista. No podemos decir que todo aspecto de toda cultura es
igualmente bueno. Tampoco debemos menospreciar a las culturas
diferentes a la nuestra o ver las diferencias como algo necesariamente
negativo. En otras palabras, debe tenerse cuidado de evitar lo que el Papa
Benedicto presentó como los dos peligros que surgen de la “amplia
comercialización del intercambio cultural”: 1) el eclecticismo cultural, y 2) el
bajo nivel cultural.
En el eclecticismo cultural, los grupos culturales “se superponen
unos a otros, sustancialmente equivalentes e intercambiables”, a menudo
con el efecto de que quedan separados sin un verdadero diálogo y sin
integración. Ve a las culturas de manera relativista y por lo tanto, elimina la
necesidad de aprender unos de otros, de escuchar la canción local de
verdad que se expresa en una cultura.
El segundo peligro, el bajo nivel cultural, “acepta de manera
indiscriminada tipos de conducta y estilos de vida perdiendo de vista el
sentido profundo de la cultura...y otras tradiciones de los diferentes
pueblos, en cuyo marco la persona se enfrenta a las cuestiones
fundamentales de le existencia”. 29
29 Benedicto XVI, Caritas in Veritate, 6.
A menudo el resultado es que una
cultura es asimilada por otra, volviéndose sorda a su propia historia y
muda en el diálogo cultural.
El Papa Benedicto concluye que:
“El eclecticismo y el bajo nivel cultural coinciden en separar la
cultura de la naturaleza humana. Así, las culturas ya no saben
encontrar su lugar en una naturaleza que las transciende,
terminando por reducir al hombre a mero dato cultural. Cuando
esto ocurre, la humanidad corre nuevos riesgos de sometimiento y
manipulación”.30
Como personas de fe debemos trazar un curso diferente. Debemos
aprovechar la oportunidad de encontrar una unidad cultural mediante una
identidad religiosa compartida y un sistema de valores. La verdad que la
Iglesia tiene para ofrecer al mundo no obstaculiza el desarrollo cultural, lo
satisface. Pero para predicar en culturas que no conocen a Cristo o que lo
han olvidado, el testimonio de Juan Diego es muy importante. En un
contexto cultural en el que la Iglesia es vista como una predicación
“externa” a la cultura, es crucial el testimonio de los laicos y de todos los
cristianos de la cultura interior. Este fue el testimonio de los primeros
cristianos que desencadenaron un interés en el Cristianismo en esta
misma ciudad, en lo que podríamos llamar la primera ola de
evangelización. Es el modelo que convirtió a todo el Continente
Americano. Y es también el modelo de la Nueva Evangelización, no solo
en América, sino en todo el mundo.
Ecclesia in America termina con palabras que encarnan de manera
apropiada el significado de nuestra reunión de hoy: “Enséñanos a amar a
tu Madre, María, como la amaste Tú. Danos fuerza para anunciar con 30 Ibid
valentía tu Palabra en la tarea de la nueva evangelización, para corroborar
la esperanza en el mundo. ¡Nuestra Señora de Guadalupe, Madre de
América, ruega por nosotros!”31
31 Ecclesia in America, §76.