duhau emilio y giglia angela_introduccion_las reglas del desorden

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IAS REGIAS DEL DESORDEN: HABITAR LA METRÓPOLI

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Siglo Xxi editores, s.a. de c. v, CERRO DEL AGUA 248, ROMERO DE TERREROS, 04310. MÉXICO,D. 1'.

Siglo x x ¡ editores, s.a. ,lliCONOCIMIENTOS TUCUMAN 1621. 70 N, C'050AAG. BUENOS AIRES. ARGENTINA

Siglo xx¡ de españa editores, s.a. ME:NÉNDEZ PIDAl 3 BIS, 28036, MADRID. ESPAÑA

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DUhau, Emilio

Las reglas del desorden: habitar la metrópoli I POr Emilio DUhau ya Angel Giglia. - México: Siglo XXI Editores: Universidad Autónoma Me­

2008.tropOlitana, Unidad Azcapotzalco,

570 p. - (An)uiteetura y urbanismo)

lSBN-13: 978-968-23-2760_5

1. Urbanización _ Ciudad de México - Siglo XXI. I. Giglia, Ange_ la, coaut. 11. 1. 111. Ser.

primera edición, 2008

© siglo xxi editores, s. a. de c. v.

en Coedición Con la universidad autÓ1l0ma metropolitana, unidad azcapotza/co

isbn 978-968-23-2760_5

derechos resenados conforme a la ley, Se proh,be la reprOdUcción tOtal o parcial por cualquier medio mecánico o electrónico sin permiso eScritodel editor: impreso y heCho en rnéxico.

impreso en litográfica tauro andrés lllolina enl'íquez 4428,

col. viaducto piedad, 08200, méxico, d. t.

linarias ealidad lad de le fUeDetrás de un libro, los conocimientos y el oficio que supone, es posible rastrear banis_múltiples vínculos y deudas cuya importancia va mucho más allá de lo estricta­, Unomente intelectual. Y más en el caso de un libro como éste, que es el resultado pro-del encuentro entre dos recorridos intelectuales y biográficos muy distintos, no

sólo por la diversidad de las disciplinas de procedencia, sociología y antropología, sino por los diferentes contextos en que adquirieron la formación básica en sus

IUesrespectivas disciplinas, y por el tiempo de arraigo en la Ciudad de México, donde Emilio Duhau llegó hacia fines de los años setenta y Angela Giglia años después, llo­

rla­en los noventa. Nuestro primer reconocimiento va al Consejo Nacional de Ciencia y Teconolo­ tos

gía que hizo posible la investigación que dio origen a este libro mediante el finan­ a­

ciamiento del Proyecto "Espacio Público y Orden Urbano en la Ciudad de México". iU

eEn segundo lugar, queremos mencionar nuestros lugares de trabajo, el Área de Sociología Urbana de la uAM-Azcapotzalco y el Departamento de Antropología de la uAM-Iztapalapa, por haber sido espacios abiertos y estimulantes en los cuales hemos podido encontrar y mantener relaciones de intercambio intelectualsuma­mente fructíferas.

Para Emilio Duhau, ha sido especialmente importante en relación con la visión de la metrópoli adoptada en este libro, la experiencia compartida con los colegas de su grupo de trabajo en la UAM-A, en particular René Coulomb y PriscilJa ConnoJly, en torno a la construcción del Observatorio de la Ciudad de México. Con René Coulomb, Emilio Duhau ha compartido diversas iniciativas académicas e intelec­tuales que marcaron indudablemente su perspectiva actual sobre la ciudad. Entre ellas es necesario recordar la organización de tres sucesivos Coloquios nacionales de investigadores urbanos, que fueron e! antecedente principal de la creación, desde 1992, de! Observatorio de la Ciudad de México (OCIM), una iniciativa en la que participaron también de forma destacada Priscilla Connolly y Alejandro Suárez Pareyón, director del Centro de la Vivienda y Estudios Urbanos (CENVI), quienes aportaron las bases para la construcción de un Sistema de Información Geográfica para la zona metropolitana de la ciudad de México, elemento fundamental en la construcción del Observatorio, además de los otros miembros actuales del área de sociología urbana: Ma. Soledad Cruz, Ma. Ana María Duran, María Teresa Esquivel, Cristina Sánchez Mejorada y judith VilJavicencio. Fue a partir de las discusiones del equipo del OCIM que surgieron los tipos de poblamiento, un modelo de aná­lisis que, en este libro, aunque reelaborado y aplicado de forma específica, ha sido

[7J

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r 1. INTRODUCCIÓN: ORDEN URBANO Y EXPERIENCIAS METROPOLITANAS

En la gran ciudad, usted no está solo LEMA DEL REPORTE VIAL

DE UNA ESTACIÓN DE RADIO

DIFERENCIAS Y DESIGUALDADES EN LA EXPERIENCIA DE LA METRÓPOLI

Como ya se ha mencionado en el prólogo, en este libro intentaremos ilustrar la relación existente entre lo que proponemos llamar orden socio-espacial de la metró­poli y la diversidad de la experiencia metropolitana asociada a dicho orden. Cabe destacar, desde ahora, que no se trata de postular una relación mecánica o deter­minista entre la organización del espacio y las prácticas urbanas, pero sí de resaltar y razonar sobre los nexos existentes entre estas dos dimensiones de la realidad metropolitana.

Con el término "experiencia metropolitana" nos referimos tanto a las prácticas como a las representaciones que hacen posible significar y vivir la metrópoli por parte de sujetos diferentes que residen en diferentes tipos de espacio. El concepto de experiencia alude a las muchas circunstancias de la vida cotidiana en la metró­poli y a las diversas relaciones posibles entre los sujetos y los lugares urbanos, a la variedad de usos y significados del espacio por parte de diferentes habitantes. Para Alain Bourdin la noción de experiencia

reenvía a los actores, individuos grupos u organizaciones, ya la manera como estructuran las

relaciones entre las diferentes situaciones que atraviesan. En el trabajo, luego con su familia,

en un lugar de esparcimiento, participando en una ceremonia religiosa, o enfrentándose

a un acontecimiento imprevisto, ¿de qué manera el individuo (o en otros casos el grupo)

moviliza sus recursos cognitivos, de relaciones y económicos para hacer frente a esas dife­

rentes situaciones e inscribirse en los "universos sociales" correspondientes? ¿Cómo vincula

esas situaciones? ¿Cómo otorga sentido a cada una de ellas ya su sucesión? ¿Cómo construye

saberes y significados a partir de esas situaciones sucesivas? Pero también, ¿cuáles cuestiones

surgen de esas situaciones, cuáles dilemas y retos implican para el actor? ¿De cuáles recursos

lo proveen y por ende cómo influyen en su comportamiento y la construcción de marcos

interpretativos? (Bourdin, 2005: 13-14, traducción nuestra).

El concepto de experiencia implica la vinculación entre, por un lado, los horizontes de saberes y valores -Ias visiones del mundo- y por otro lado, la dimen­sión de las prácticas sociales, ancladas en contextos situacionales. La noción de experiencia puede considerarse como el lado dinámico de la cultura, o como una forma de ver a la cultura urbana en su concreta actualización por parte de dife­rentes sujetos y sus múltiples maneras de vivir y de- ser parte de la metrópoli. Al reflexionar acerca de la experiencia de la metrópoli, proponemos un enfoque que

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ORDEN URBANO Y EXPERIENCIAS METROPOLITANAS22

privilegia "los intercambios, las relaciones interindividuales, las interacciones; lo cual significa prioritariamente desprenderse de las visiones esencialistas, esto es, guardar una actitud crítica hacia las categorizaciones étnico-culturales, en términos de identidad colectiva, de tradición, etcétera" (Althabe y Sélim, 1998: 84). En suma, hablar de experiencia urbana es para nosotros una manera de focalizar y delimitar las prácticas que hacen la metrópoli (Signorelli, 1999: 85), en lugar de definir una supuesta esencia cultural de lo urbano y luego, a partir de allí, escoger las prácticas urbanas pertinentes.

En el análisis de la experiencia urbana distinguimos entre un espacio local o de proximidad (de dimensiones y formas variables) y un espacio metropolitano más amplio (de dimensiones y formas igualmente variables). El primero es el espacio en los alrededores de la vivienda que corresponde generalmente a un tipo especí­fico de hábitat, como el barrio, la colonia, la unidad habitacional, el conjunto residencial, el pueblo conurbado... En algunos casos, la experiencia del espacio local puede caracterizarse por permitir o favorecer una multiplicidad de relaciones sociales, que pueden constituir un tejido relativamente denso y así fortalecer el sentido de pertenencia y el arraigo local.' El segundo, el espacio metropolitano, igual que el anterior, puede ser el escenario de múltiples relaciones, cuya geogra­fía responde a la lógica y a las estrategias de movilidad de los sujetos y a sus rela­ciones con la metrópoli. En este espacio, los sujetos dibujan sus relaciones en forma de una telaraña, mucho menos densa, pero más amplia, en la que las dis­tancias entre un punto y otro de la red pueden llegar a ser de varias decenas de kilómetros. Las prácticas rutinarias de la metrópoli dibujan diferentes mapas o regiones de la experiencia metropolitana, que pueden definirse como esas partes de la metrópoli donde predominantemente se desenvuelven ciertos habitantes que residen en determinados lugares, y que definen su radio de acción habitual dentro de la gran ciudad. Estas regiones de la experiencia se refieren, para decirlo de otra manera, al "espacio vivido", entendido como un espacio "conocido, apropiado y que reasegura" y que se encuentra "en relación estrecha con la trama de los equi­pamientos funcionales (comercios, transportes, servicios, etc.) que ocasionan los desplazamientos de los individuos", pero que tiene que ver también con "factores topográficos y sobre todo psico-sociológicos que restringen o amplían el espacio frecuentado" (Metton y Bertrand, 1974: 137-38). La experiencia de la metrópoli es en buena medida el resultado de nuestra relación con el espacio vivido, que se realiza en el habitar. Este concepto hay que definirlo cuidadosamente. Para empe­zar, consideramos al habitar como una de las actividades humanas más elementales 1 y universales, y lo definimos como el proceso de significación, uso y apropiación 1 del entorno que se realiza en el tiempo, y que por lo tanto nunca puede conside­ i

!rarse como "acabado" ya que se está haciendo continuamente (Signorelli, 2006). iEntre otras cosas, los seres humanos se caracterizan porque continuamente maní­,/'

i 1 La densidad es un atributo de las redes de relaciones. Indica la proporción de sujetos que se

conocen sobre el total de los sujetos que componen una red. Sobre el uso de las redes sociales en jsociología y antropología urbana, véase Hannerz, 1986.

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ORDEN URBANO Y EXPERIENCIAS METROPOLITANAS

pulan, modifican y significan el entorno que los rodea, humanizándolo. Para continuar una línea de reflexión propuesta por Radkowsky (2002), podemos distin­guir dos distintas acepciones del término habitar, una noción de habitar más ins­trumental y otra más simbólica. La primera se refiere al habitar como al proceso de producción y establecimiento de una protección con respecto a las intemperies y a otros tipos de amenazas. En este sentido habitar quiere decir "sentirse al am­paro", abrigados."

Amparo significa protección [... ] y existen tantos amparos como maneras de protegerse:

contra las precipitaciones atmosféricas, contra el calor, la humedad, los insectos, los anima­

les, los hombres, los malos espíritus [oo.] Por una parte por lo tanto, la morada no asegura

jamás la protección total sino solamente parcial y muy relativa [oo.] por la otra no es nece­

sario gozar de un hábitat para disponer de un amparo: las hojas de un árbol representan

una excelente protección contra el sol (Radkowsky, 2002: 24, traducción nuestra).

Tiene caso preguntarse si esta sensación de amparo puede realmente ser posible cuando las condiciones materiales de la vivienda dejan-mucho que desear (como es el caso de los asentamientos periféricos de autoconstrucción) o cuando la com­plejidad de la metrópoli hace que el denominador común de nuestra relación con ella sea una sensación de incertidumbre y de estar en riesgo, más que de certeza y seguridad (Reguillo, 2005). El significado de habitar corno "estar amparado" nos parece poco pertinente en el caso de la experiencia de la Ciudad de México. Exis­te otro significado de habitar, que no se basa en la idea de amparo sino en la noción de presencia en un lugar. El habitar es la relación de un sujeto -individual o colectivo- con un lugar y con relación a sus semejantes. Al estar vinculado con la noción de presencia, el habitar alude al establecimiento de una centralidad, aunque sea transitoria y cambiante, ya la constitución de un principio de orden, es decir, ordenador de la posición del sujeto con respecto al entorno. En ese sen­tido, según Radkowsky "habitar es igual a ser localizable".

El sujeto llena con su presencia cierta porción del espacio, determinando así el límite, y por

lo tanto la forma-espacial del lugar (determinación directamente proporcional a la exactitud

de la localización) y cierta fracción de tiempo durante la cual él se encuentra en ese lugar,

determinando así el límite, y por lo tanto la forma-temporal de ese lugar (determinando

hasta dónde y hasta cuándo se extiende esa presencia). Estas dos coordenadas, provistas

conjuntamente y mediante la misma operación son absolutamente indisociables: para que

el sujeto sea espacialmente localizable es necesario que esté presente en algún lugar, que

esté allí; y para estar presente se necesita que persista allí durante cierta fracción de tiempo,

así sea mínima [oo.] Constituido en función de la presencia de un sujeto, el lugar la pro­

porciona y la libra; su función es de dar al sujeto como presente, la de asegurar su presen­

, Véase al respecto Bachelard (1965). No puede haber un verdadero sentido del amparo en territorios sujetos a inundaciones recurrentes, a tolvaneras, donde la presencia de la luz eléctrica y del agua corriente permanece precaria durante años.

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;1 ORDEN URBANO Y EXPERIENCIAS METROPOLITANAS 24

cia. No en absoluto, evidentemente, sino relativamente: dentro de los límites espado-tem­

porales de ese lugar. El hábitat constituye, por lo tanto, esencialmente el lugar de la

presencia. Provee tanto la presencia del sujeto como miembro o representante de una etnia,

como la de individuo (Radkowsky, 2002: 29-31, traducción nuestra).

Esta noción amplia de habitar evoca el concepto de "estar en el mundo" según el antropólogo italiano Ernesto De Martina (1977), para quien el concepto de presencia iba más allá del estar localizado en el espacio físico. Indicaba también el estar conscientemente en el tiempo, en el sentido filosófico de "estar presente en la historia" mediante la cultura. Con base en estos dos autores, definimos al ha­

bitar como el conjunto de prácticas y representaciones que permiten al sujeto colocarsedentro de un orden espacio-temporal, y al mismo tiempo establecerlo. Es el proceso mediante el cual el sujeto se sitúa en el centro de unas coordenadas espacio-temporales, mediante su percepción

y su relación con el entorno que lo rodea. Habitar la metrópoli alude por lo tanto al conjunto de prácticas y representaciones que hacen posible y articulan la presencia -rnás o menos estable, efímera, o móvil- de los sujetos en el espacio urbano y de allí su relación con otros sujetos.

Si el habitar define un conjunto amplio de fenómenos vinculados a la expe­riencia de la metrópoli, y a la relación con los espacios en cuanto lugares, es decir espacios geográficamente delimitados, materialmente reconocibles y provistos de significados compartidos," el residir alude a la vinculación con un espacio donde se desempeñan las funciones propias de la reproducción social (descansar, dormir, comer, guardar sus pertenencias). El espacio donde se reside puede no ser necesa­riamente aquel desde donde se establece una presencia social o la inserción en un orden socio-espacial que nos vincule a los demás. En ese sentido, consideramos que existe una forma de la relación con el espacio local que es definible como residir sin habitar. Esta modalidad es propia de algunos habitantes de la ciudad, quienes habitan la metrópoli pero no su espacio de proximidad (colonia, condominio, ba­rrio), donde únicamente residen. En cambio, otros sujetos habitan intensamente el espacio local y mucho menos el de la metrópoli. En ese caso, no necesariamente se debe suponer la existencia de "identidades colectivas" o de "comunidades 10­cales"," pero sí una cierta dosis de arraigo, que definimos como el estar vinculado a un lugar mediante la inserción del sujeto en redes de relaciones relativamente densas, situadas en el espacio 10caLS

, Sobre la noción de lugar véase la extensa bibliografía citada en el ensayo de T. F. Gieryn, 2000. Para el concepto de "no lugar" véase M. Augé, 1992.

, El autodefinirse en términos de "comunidad" o de "identidad local" es muy común cuando se quiere connotar el carácter del lugar donde se vive. Los habitantes de los pueblos conurbados no son los únicos que apelan a una cierta "esencia" que los definiría como "aparte" y específicos con respecto al resto, sino que podemos encontrar representaciones locales comunitarias entre los ha­bitantes de ciertos barrios céntricos como es el caso de Tepito o de la Merced; de ciertas unidades habitacionales y de ciertos condominios y fraccionamientos de clase media alta. En las páginas que siguen intentaremos dar cuenta de estas representaciones, como otras tantas formas de significar la experiencia del habitar el espacio local en una metrópoli cosmopolita.

, Sobre el análisis de redes véase el capítulo 5 "Pensar en redes", en Hannerz, 1986: 188-228.

r ORDEN URBANO Y EXPERIENCIAS METROPOLITANAS

t No existe una sola experiencia urbana, sino muchas y diferentes, según la ubi­cación de los sujetos en diferentes contextos socio-espaciales de la metrópoli. En cuanto a la relación entre las formas de la experiencia y el espacio urbano, partimosj de la hipótesis de que existe un grado significativo de correspondencia entre cada forma de producción del espacio urbano, su forma de organización, y las prácticas de apropiación y uso de éste último, tanto en su dimensión de espacio local, como también en su dimensión más amplia de espacio metropolitano, usado e imaginado de diferentes formas. De esta hipótesis se deriva que la experiencia de la metrópoli es distinta según el tipo de hábitat urbano en el que se reside, y a partir del cual se establecen relaciones con el resto del territorio metropolitano. Esta primera hipótesis incluye otra, según la cual las experiencias urbanas no cambian sólo a partir de las diferencias culturales, sociales o étnicas entre los sujetos, sino a partir de su ubicación socio-espacial. La tercera hipótesis implicada en este razonamiento consiste en sostener que la ubicación de los sujetos en cuanto residentes en un determinado espacio urbano puede ser considerada como un efecto y al mismo tiempo como un resultado de su posición social y cultural en la metrópoli.

l En otros términos, a partir del análisis del orden socio-espacial urbano que

discutiremos específicamente en el capítulo 6, consideramos pertinente establecer

{)' -como punto de partida-la existencia de una relación de correspondencia (relati­

j va) entre tipos de experiencias de la metrópoli y tipos de entorno urbano. Es por eso que la lectura que vamos a realizar de la experiencia urbana se organiza con base en las distintas ciudades que se presentarán y discutirán en la tercera parte del libro. Las ciudades son para nosotros como otros tantos escenarios distintos, por su forma de producción y su morfología -desde donde se hacen posibles prácticas y representaciones especificas de la rnetrópoli-." Al proponer este esquema de lec­tura, nuestro análisis intenta proponer una visión original de la experiencia de la metrópoli, que intenta distinguirse con respecto a las dos tendencias prevalecientes en los análisis sociológicos y antropológicos sobre este tema. La primera tendencia -especialmente presente en el caso de los estudios sobre la Ciudad de México- es particularista, en el sentido de que se aboca a estudiar contextos locales específicos, devolviéndonos análisis profundos, pero a menudo con resultados limitados, en el sentido que no son fácilmente generalizables. Son éstos los exhaustivos estu­dios sobre vecindarios, barrios o grupos específicos, casi siempre muy detallados y originales, pero casi siempre imposibilitados para decir algo sobre el conjunto de la metrópoli." La segunda tendencia, en cambio, tiende a ser universalista, en el sentido que pretende hablar sobre la experiencia de la metrópoli, como si esta última estuviera situada en un espacio indiferenciado, resultando por lo tanto en

6 Las ciudades son el resultado de distintas formas de producción del espacio urbano y cada una ,., funciona como un orden socio-espacial específico, que hemos calificado mediante distintos adjetivos. Para la Ciudad de México se pueden reconocer una ciudad del espacio disputado, del espacio homo­géneo, del espacio colectivizado, del espacio negociado, del espacio ancestral y del espacio insular. A cada uno de estos tipos de espacio se dedica un capítulo de la tercera parte (del capítulo 8 al 13).

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1

I7 Véase el cuidadoso análisis que de estos estudios hacen María Ana Portal y Patricia Safa (Por­

tal-Safa, 2005) .

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;"1 26 ORDEN URBANO Y EXPERIENCIAS METROPOLITANAS

análisis a menudo sugerentes, pero inevitablemente genéricos en cuanto despro­vistos de contextos socio-históricos y socio-espaciales precisos. Una subespecie de esta última tendencia es la que pretende hablar de "la metrópoli" en términos generales, mientras en efecto está hablando -sin decirlo, o sin saberlo- de una metrópoli en particular. En esta tendencia podemos situar un tipo de literatura que enfatiza lo fluido, lo móvil, lo plural y lo indefinido que caracterizaría. a la experiencia del espacio público en la metrópoli contemporánea." Simplificando un poco, prevalecen estos dos extremos: por un lado estudios minuciosos de contextos particulares (el vecindario X, el barrio Tal, la colonia Tal Otra); por el otro, estudios superficiales de contextos demasiado amplios ("la cultura -o la experiencia- de la ciudad contemporánea").

Para escapar a esta doble deriva, en las páginas que siguen, pero sobre todo en la segunda parte, proponemos una lectura que busca construir la inteligibilidad de las prácticas urbanas a nivel metropolitano a partir de un esquema analítico, que diferencia los espacios en algunos grandes tipos con características propias. Se trata de dar cuenta, en sus términos generales, de la complejidad de la experiencia urbana de una metrópoli en particular, considerando a los contextos socio-espa­ciales como elementos que ordenan -y por lo tanto hacen inteligible- esa comple­jidad. Esto quiere decir que a nuestro modo de ver, por compleja que sea la expe­riencia de la metrópoli, y por más gue existan muchas experiencias diferentes, es posible -por así decirlo- condensarlas en unos pocos tipos ideales, basados en los seis tipos de ciudades representadas por nuestras áreas testigo (capítulo 7).

Como una consecuencia de la división social del espacio que se presenta en el 1~capítulo 6, el hecho de residir en un determinado contexto urbano genera un i"efecto de lugar" según el termino usado por Bourdieu (2001a: 119-124), que I opera como un hecho social duro, esto es, objetivo, que refleja la posición de los

sujetos en el espacio social y dibuja por lo tanto su relación con la metrópoli.

La estructura del espacio social se manifiesta en los contextos más diferentes, en la forma de oposiciones espaciales, en las que el espacio habitado (o apropiado) funciona como una suerte de simbolización espontánea del espacio social. En una sociedad jerárquica no hay espacio que no esté jerarquizado y que no exprese las jerarquías y las distancias sociales, de un modo (más o menos) deformado y sobre todo enmascarado por el efecto de naturali­

zación que entraña la inscripción duradera de las realidades sociales en el mundo natural: I

l'así determinadas diferencias producidas por la lógica histórica pueden parecer surgidas de < la naturaleza de las cosas (basta can pensar en la idea de "frontera natural") (Bourdieu,

1993: 120).

8 Un ejemplo especialmente erudito de este enfoque es el ensayo de Manuel Delgado Et animal público, 1999, subtitulado significativamente "Hacia una antropología de los espacios urbanos", en el cual el autor logra hacer una recapitulación de buena parte de la abundante literatura sobre este tema.

ORDEN URBANO Y EXPERIENCIAS METROPOLrfANAS

El propio Bourdieu advierte sobre el carácter no mecánico ni lineal de los efectos de lugar. Si la estructura del espacio está vinculada a la estructura de las relaciones sociales esto es cierto en un doble sentido: por un lado hay que entender a las relaciones sociales para leer el espacio, es decir que hay que ver a este último como un resultado de ciertas relaciones sociales; y por otro lado, hay que mirar al espa­cio para entender las relaciones sociales urbanas. Con esto, cabe subrayarlo, no queremos proponer una suerte de determinismo espacial según el cual las prácti­cas sociales relacionadas con el uso del espacio urbano estarían determinadas de manera rígida por la forma y organización de este último. Sino más bien proponer un análisis de la experiencia de la metrópoli que vincule la organización del e~pa­cio metropolitano con las características socio-espaciales del entorno local y la posición socio-cultural de los habitantes. Cabe decir que este tipo de análisis no es nuevo para otras metrópolis, aunque para el caso de la Ciudad de México ha sido poco ensayado. Un análisis de este tipo presupone una lectura socio-espacial del espacio metropolitano como la que se hace en el capítulo 6, y que casi nunca se asocia a un análisis socio-cultural de las prácticas metropolitanas, como se hace en los capítulos de la tercera parte (capítulos 8 a 13). La fusión de estos dos aportes es lo que distingue este libro de otros intentos de lectura de la Ciudad de México. Para regresar a la cuestión de la relación entre la estructura del espacio y las prác­ticas metropolitanas, ésta ha sido reconocida desde hace tiempo para metrópolis

como París.

Los grupos socio-profesionales tienden a distribuirse en el espacio urbano recalcando las distancias y las oposiciones que los definen socialmente [oo.] cada tipo urbano esconde oposiciones internas, en París, entre los barrios llamados residenciales el Faubourg Saint Gerrnain guarda una imagen aristocrática más tradicional que la del XVI arrondissement [oo.]

La segregación espacial es entonces mucho más "sutil" y mucho más discriminante de lo que se suele pensar, como lo muestra el caso de los altos funcionarios: no existen simple­mente unos barrios burgueses y unos barrios obreros, sino una gama de situaciones residen­ciales cuya complejidad es la del espacio social, de las propias estructuras sociales (Pincen

y Pincon-Charlot, 1988: 122, traducción nuestra).

Como veremos más adelante, los diferentes contextos urbanos, o ciudades, configuran para quienes residen en ellos, otros tantos universos de significado y favorecen cierto tipo de prácticas urbanas más que otros. Los habitantes de las diferentes ciudades, se diferencian por tener distintas relaciones con su vivienda, con su entorno y con el resto de la metrópoli. Dibujan diferencias sutiles pero muy claras con quienes habitan en otras ciudades, delimitan espacialmente dónde termina su territorio y dónde empieza otro, y a menudo asocian estas diferencias entre contextos urbanos con un tipo de sociabilidad específica, como si a cada contexto pudiera corresponder una urbanidad característica. En algunos casos el tipo de espacio es usado para definir un tipo de modo de vida o de relaciones so­ciales, como cuando los habitantes de la ciudad central definen a la colonia popular colindante con la expresión "allá no tienen banquetas" (véase el capítulo 8). En

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otros casos sucede al revés, es un cierto tipo de relaciones, o de modo de vida, , que es presentado como distintivo de un tipo de espacio, como cuando desde la ciudad central se especifica "acá no hay cohetes", es decir, nosotros no hacemos fiestas religiosas, luego entonces no somos un pueblo, somos ciudad.

Así como existen "estrategias residenciales" que son legibles como indicios de la pertenencia a cierto sector social, también hay estrategias más amplias, que tienen que ver con el conjunto de la experiencia del espacio urbano, estrategias vinculadas estrechamente con ciertas representaciones de la metrópoli, ciertas formas de la movilidad y ciertas formas de organizar el tiempo. El moverse en automóvil o a pie, el comprar o no en la tiendita de la esquina, el ir o no cada mes al Sam's más cercano, el desplazarse 20 kilómetros para asistir a un concierto o para visitar amigos o parientes, el salir en la noche o no, el tomar taxi de sitio en lugar de abordarlo en la calle, constituyen otras tantas prácticas que remiten a ciertas representaciones, preferencias, elecciones y limitaciones acerca de lo que es pertinente y deseable hacer o no hacer en la metrópoli.

En otros términos, la experiencia específica de la metrópoli que se hace desde una ciudad y no otra, remite a lo que podríamos definir como un cierto habitus urbano, entendido como "sentido del juego", es decir como el conjunto de disposi­

ciones posibles a partir de una determinada posición social y espacial, como el sentido de lo que es posible y oportuno hacer con y en el espacio urbano, en cir­cunstancias determinadas y desde una determinada posición socio-espacial (Bour­dieu y Wacquant, 1995). Para utilizar una imagen espacial, las distintas experiencias configuran distintos mapas (reales e imaginarios) de la metrópoli, característicos de cada contexto urbano. Los mapas pueden en parte superponerse a otros, dis­tintos, y en parte resultar irreconciliables. Como escribe Bauman

los mapas que guían los desplazamientos de diferentes categorías de habitantes no se su­

perponen, al contrario: para que cada mapa tenga sentido, algunas áreas de la ciudad deben

ser excluidas en cuanto desprovistas de sentido y desde el punto de vista funcional, poco

prometedoras. La exclusión de estos lugares permite a todos los demás brillar y adquirir un

sentido (Bauman, 2002: 116, traducción nuestra).

Una familia de clase media de la colonia Nápoles va los fines de semana al centro, para comer en algún restaurante típico o para visitar alguna exposición de arte. Para una familia del municipio conurbado de Ixtapaluca, la visita al centro los fines de semana tiene como objetivo abaratar los costos en la compra de algún insumo para el trabajo cotidiano (comprar al mayoreo para revender al menudeo) o la vida diaria (por ejemplo zapatos y ropa para los niños al comenzar el año escolar) y se dirige hacia los mercados de Tepito y de la Lagunilla como a lugares normales y perfectamente frecuentables, cuando estos mismos mercados -por su mala reputación- no forman parte de la experiencia de la metrópoli de la familia de la colonia Nápoles, pero sí de su mapa mental de los lugares de riesgo que hay que evitar. Como veremos en los capítulos que siguen, la percepción de la diferencia cultural y socio-espacial opera como un reductor de la complejidad metropolitana

ORDEN URBANO Y EXPERIENCIAS METROPOLITANAS

y provee explicaciones sencillas para los conflictos que se generan tanto al interior de los distintos órdenes socio-espaciales como entre órdenes diferentes."

,:;'f' Al tomar como objeto a la experiencia urbana, nuestra investigación parte de reconocer que ésta no es homogénea ni neutral, sino que cambia según el tipo de ciudad desde la cual distintos sujetos establecen una relación con el resto de la metrópoli y elaboran el sentido de su posición en ella. Las experiencias de la me­trópoli configuran universos de prácticas y de representaciones no sólo diferentes

:1 . sino desiguales en cuanto a las posibilidades que ofrecen de aprovechar el espacio urbano como un recurso utilizable, para moverse en él o para prescindir de él. Las compras de inicio de año que la familia de Ixtapaluca hace en el bullicioso mer­cado de Tepito, la familia de clase alta que reside en Santa Fe las hace en Houston, Orlando o Miami, Estados Unidos, en un centro comercial cuya atmósfera etérea alude a las arquitecturas de alguna ciudad europea. Para los sectores sociales más favorecidos es posible elegir entre distintos espacios y, dentro ciertos limites, pres­cindir de frecuentar los espacios considerados riesgosos, ya sea volando a otro lado o moviéndose dentro de un auto blindado.

En lo que se refiere sobre todo a los escenarios del riesgo y de la inseguridad, los imaginarios producidos por los medios de comunicación pueden jugar un papel decisivo. Zonas enteras de la metrópoli no son frecuentadas por ciertas per­sonas sólo con base en lo que han escuchado en la televisión. Sin embargo, en otros casos, el discurso de los medios puede actuar como un reductor de complejidad,

al hacer inteligible una realidad metropolitana que desde hace tiempo se ha vuel­to inabarcable. 10 Otros imaginarios urbanos, más sofisticados, son los que se pro­ducen y circulan a partir de la copiosa producción periodística y literaria sobre la Ciudad de México, tan copiosa que sin duda ameritaría un análisis aparte. Si los mencionamos aquí es porque reconocemos que estos textos, así como ofrecen importantes elementos de comprensión de ciertas situaciones o contextos, en otros casos se revelan completamente exagerados. Hablar de la experiencia urbana en una ciudad como México significa inevitablemente enfrentarse con ese conjunto de imágenes y discursos donde la protagonista estrella es la propia metrópoli, in­agotable fuente de asombro por parte de novelistas, cronistas, periodistas, intelec­tuales, etc. Cuando se escribe libremente sobre la Ciudad de México es difícil utilizar tonos mesurados y prudentes. Hemos encontrado una síntesis reciente de estas imágenes superlativas en un texto de Rubén Gallo, donde habla de la ciudad como de

9 Una interesante exploración de la experiencia de la metrópoli basada, entre otras cosas, en la selección de seis distintas familias con distintos niveles socioeconómicos y diferente ubicación en el espacio urbano ha sido realizada por Raúl Nieto, 1998, en el marcó de una investigación más amplia sobre la periferia de la Ciudad de México.

10 Remitimos al ensayo de Reguillo, 2005, sobre ciudad y riesgos. Para la función de reductor de la complejidad de la experiencia urbana que ejercen los medios de comunicación, véase el caso de los noticieros de radio, en Giglia y Winocur, 1996, y Winocur, 1998; el trabajo de Vernig sobre la televisión y la experiencia urbana, 1998.

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30 3 1 ORDEN URBANO Y EXPERIENCIAS METROPOLITANAS

uno de los lugares más peligrosos del continente [... ] Es una de las regiones más contami­nadas del planeta; hay días en que el smog es tan espeso que no se alcanza a ver el otro lado de la calle, y las estaciones de radio aconsejan a los padres que no saquen los niños a la calle. Es un eterno embotellamiento de seis millones de automóviles y más de cien mil taxis (... ] Es un pozo sin fin adonde van a parar todos los ríos del país; una urbe sedienta que vive amenazada por el peligro de quedarse sin agua. Es un mundo sin ley y sus habi­tantes temen tanto a los criminales como a los policías (que muchos consideran criminales con uniforme). La ciudad de hoyes un monstruo, un desastre urbano, una pesadilla pos­moderna (Gallo, 2005: 13).

Al preguntarse por qué sus habitantes "¿no salen huyendo del desastre urbano?", Gallo se muestra consciente de que la Ciudad de México es también "objeto de cariño" por parte de quienes vivimos en ella, y de que posee un sinnúmero de atractivos culturales y artísticos. Pero sobre todo,

la ciudad es uno de los espacios urbanos más intensos del mundo. Basta caminar por el cen­tro histórico para perderse en calles llenas de vida y de gente: allí hay parejitas de estudiantes enamorados (¿dónde no los hay?) grupos de danzantes neo indígenas, aglomeraciones de vendedores ambulantes, filas de adivinos que leen la mano y manifestaciones de campesinos inconformes. Todos éstos son personajes involuntarios en el gran teatro de la ciudad: un espectáculo delirante, caótico e interminable (ibidem, 13-14, cursivas nuestras).

A diferencia de estas narrativas, tendientes a resaltar lo extraordinario y lo des­mesurado (que sin duda existen) en la metrópoli mexicana, nuestro punto de vista apunta a entender la experiencia de la metrópoli como experiencia de lo cotidiano y de lo que pueda considerarse común y corriente. En suma, por extra­ñas que sean a veces, nos interesa comprender el funcionamiento normal de las prácticas urbanas. Desde este punto de vista, lo delirante y lo caótico, si es que son percibidos como tales, se inscriben en la cotidianeidad, como unos ingredientes más de lo que puede considerarse lo normalmente esperable. Precisamente lo que nos parece necesario entender es cómo lo predecible sigue prevaleciendo sobre lo extraordinario, lo desmesurado y lo insólito. Y de hecho, en la experiencia cotidia­na de la Ciudad de México, sigue siendo razonablemente predominante la expec­tativa de regresar con vida a casa después de un día normal, contra la eventualidad de ser engullido por el monstruo metropolitano. Y esto es posible aun cuando en un día normal se incluya la posibilidad de toparse con algunos inconvenientes e imprevistos. Nos parece, en suma, que en esta metrópoli, que para muchos es el "reino del caos", nuestras rutinas cotidianas todavía son previsibles. Cuando son interrumpidas por accidentes, éstos también forman parte de lo que uno puede esperarse al salir de su casa, y además la radio y en menor medida la televisión o los sistemas de telefonía celular se encargan de avisar casi en tiempo real de lo que está sucediendo o de lo que se puede encontrar. Es justamente esta predecibilidady recursividad de las prácticas sociales la que hay que entender cuando se trata de la experiencia de una metrópoli como ésta. Es más, podría formularse la hipótesis

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-por comprobar en las páginas que siguen- según la cual las prácticas urbanas se hacen tanto más rutinarias y predecibles cuanto más el imaginario de la metrópo­li tiende a exaltar lo extraordinario, lo impredecible y lo incontrolable.

Sin duda, algo que diferencia la experiencia de la metrópoli contemporánea con respecto a la experiencia ideal típica de la ciudad moderna, es la actitud del habitante frente a lo imprevisto. Esta actitud se ha vuelto "preventiva", ya que se basa en la puesta en práctica de estrategias tendientes a aminorar la impredecibi­lidad." Para caracterizar la experiencia urbana, Hannerz utiliza el concepto de serendipity que se refiere a la posibilidad, propia de las grandes ciudades, de "en­contrar "las cosas cuando no las estamos buscando, porque las cosas siempre están a nuestro alrededor" (Hannerz, 1998: 263). La experiencia de la serendipity resume elocuentemente la idea según la cual la ciudad es sinónimo de oportunidades, pero también -en las condiciones actuales de una metrópoli como México- de imprevistos y de riesgos. Cabría preguntarse si los riesgos difusos no son una ca­racterística de la época actual, más que de las metrópolis. En la "ciudad global", lo que Hannerz califica positivamente como serendipity -el encontrar continuamen­te algo imprevisto, a menudo útil o agradable- puede adquirir un sentido menos positivo y más inquietante. Actualmente

con la excepción de una pequeña élite (... ] en todo el mundo las personas sufren una pérdida de control sobre sus vidas, sus entornas, sus puestos de trabajo, sus economías, sus gobiernos, sus países y, en definitiva; sobre el destino de la tierra (Castells, 1999, v. II: 92).

Sin embargo, aun reconociendo que los riesgos pululan en nuestra experiencia de la Ciudad de México, y que no tenemos el control de nuestras vidas, nos pare­ce que evocar el caos para entender la metrópoli no sirve para penetrar en sus lógicas de funcionamiento, ni para dar cuenta tanto de sus características distinti­vas, como de lo que la hace semejante a cualquier otra gran ciudad, de América Latina y del mundo. En ese sentido, las crónicas periodísticas pueden ser de ayuda, en la medida en que la recurrencia de ciertos temas nos hace ver el carácter cró­nico o endémico de ciertas problemáticas que habitualmente se nos presentan como "emergencias", "alarmas" y "peligros inminentes't.F Leer las crónicas citadi­nas, tanto las periodísticas como las literarias, nos ayuda a destacar el carácter re­lativamente recurrente y predecible (por lo tanto no caótico) de las prácticas ur-

II No es éste el lugar para pasar en reseña la literatura sobre el fenómeno que Wirth denominó como "modo de vida urbano", resultado de la híper estimulación a la que la ciudad somete a sus 1 habitantes, y que los llevaría a asumir una actitud blasée, de toma de distancia y de evitación del

i contacto con el prójimo. Véase al respecto Giglia, 2001a.

12 En un apartado dedicado alterna de la "ciudad ilegible", Delgado llega a plantear una posición extrema, en línea con la visión catastrofista mencionada arriba. Sostiene que "cabría preguntarse hasta qué punto toda antropología urbana no sería sino una variante de la teoría de las catástrofes, .\ en tanto que sus objetos siempre son terremotos, deslizamientos, hundimientos, incendios, erupcio­nes volcánicas, corrimientos de tierras, inundaciones, derrumbamientos, desbordamientos, avalan­

1 chas, cataclismos a veces tan infinitesimales que apenas una única sensibilidad llega a percibirlos enJ el transcurso de un brevísimo lapso" (Delgado, 1999: 164-85). ~

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banas, como una forma más de contribuir a la inteligibilidad de la ciudad; esto es, como una forma de afianzar la idea de que la Ciudad de México, lejos de ser un caos absoluto o el escenario de la poscatástrofe, es un lugar habitado por lógicas propias, en las cuales, por supuesto, hay que incluir una buena dosis de incerti­dumbre generalizada y de riesgos recurrentes (véase el capítulo 16). Como bien lo escribe Rossana Reguillo

la ciudad, como construcción social, se reinventa cada día a partir de los pequeños o gran­des colapsos que experimenta en los múltiples subsistemas que la componen. Es decir, se trata de un sistema abierto al riesgo, cuyo precario equilibrio deviene inevitable tensión (2005: 320).

El que se trate de un sistema abierto, no debe hacemos olvidar el carácter siste­

mático, y recursivo, de los fenómenos metropolitanos. Es justamente esta sistemati­cidad la que pretendemos subrayar en las páginas que siguen en relación con las prácticas metropolitanas.

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·1 METRÓPOLI Y URBANIDAD: I¿ENCUENTROS INTERCULTURALES O EVITACIONES MUTUAS? ,

Si la ciudad es por definición un punto de encuentro, la sociabilidad es un coro­Jlario de la experiencia urbana y al mismo tiempo un requisito y una consecuencia j

de la vida en la ciudad. Por ser un lugar de aglomeración y de confluencia, la tolerancia de la diversidad y el respeto de la libertad personal están presentes en j la historia de las ciudades más que en otras formas de agrupamiento humano. Con j esto no se pretende decir que las ciudades no son al mismo tiempo lugares de

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conflicto o de exclusión, sino al contrario: "en cada época histórica, si la ciudad j representa una oportunidad, lo es para algunos más que para otros; si representa un riesgo, tal riesgo es para algunos marginal, para otros amenazador" (Signorelli, 1999: 38-39). Sin embargo, incluso los conflictos entre intereses contrapuestos remiten a la sociabilidad y a la idea de la ciudad como "espacio común", ya que, desde los griegos, "una ciudad que pertenezca a un solo hombre, no es una ciudad" (Sófocles, Antígona, citoen Amendola, 1997: 176). Retomaremos el uso del término urbanidad como sinónimo de sociabilidad urbana y también como calidad específica del medio urbano. Es el uso que propone Jerame Monnet quien define a la urba­nidad como "el arte de vivir juntos mediado por la ciudad" (Monnet, 1996) .13 Así

l' Existe un parentescoetimológico entre urbano yurbanidad, civilidad, ciudadanía y civilización. Los principales conceptos etimológicamente emparentados con la ciudad -urbanidad, civilidad, ciudadanía- implican la experiencia de la sociabilidad, entendida como la disposición genérica a entablar algún tipo de relación con otro ser humano, ya que todos aluden a campos de relaciones sociales que se ejercen en el medio urbano y que además presuponen y contribuyen a constituir al individuo occidental moderno (Elias, 1982). La aptitud para establecer relaciones con el otro

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definida, la urbanidad implica tanto el manejo de un código de buenos modales como el del comportamiento apropiado para estar en el ámbito público, esto es, para compartir el espacio. Estos códigos, como productos sociales y culturales, varían según los sujetos, su posición social y cultural y el entorno socio-espacial en

el que se mueven. Cabe pregun tarse si todavía sirve y es vigente esa actitud de tolerancia y cautelosa

disponibilidad hacia lo diferente, la urbanidad, para el habitante que se mueve en la metrópoli, o si no estamos frente a relaciones urbanas cada vez menos urbanas, es decir menos sociables y respetuosas de la heterogeneidad propia del contexto ur­bano. Si en toda ciudad la frecuencia de los contactos entre desconocidos impone el uso de ciertas reglas de coexistencia, la modernización, la industrialización y la metropolización complican el ejercicio de la sociabilidad hasta volverlo sumamente difícil. De allí se entienden ciertas definiciones aparentemente paradójicas de la sociabilidad urbana, descrita como una "sociabilidad poco sociable", ya que con­siste en buena medida en un arte de "administrar el contacto"." La diversidad y el gran número de interacciones entre desconocidos a las que obliga cotidianamente la ciudad moderna, imponen la estrategia que Goffman define de "inatención de urbanidad": "ésta consiste en mostrarle al otro que lo hemos visto y que estamos atentos a su presencia (el otro debe hacer lo propio) y, un instante más tarde, distraer la atención para hacerle comprender que no es objeto de una curiosidad o de una intención particular. Al hacer este gesto de cortesía visual, la mirada del primero puede cruzarse con la del otro, sin por ello aceptar un reconocimiento. Cuando el intercambio se desarrolla en la calle, entre dos transeúntes, la inaten­ción de urbanidad toma a veces la siguiente forma: miramos al otro a dos metros aproximadamente; durante ese tiempo se reparten gestos por los dos costados de la calle, luego se bajan los ojos en el momento en que el otro pasa, como si se

es un ingrediente importante en la definición del tipo ideal de individuoen cuanto ser civilizado, consciente de sí mismo, capaz de dominar sus impulsosy de respetar ciertos patrones de conducta frente a los demás. Elias nos recuerda la estrecha vinculación entre proceso de civilización y expe­riencia urbana: el proceso de constituciónde la "urbanidad"-en cuanto código de comportamiento distintivo que se impone en las cortes de Europa a partir del Renacimiento- incluyeelementos tales como el autocontrol, la educación, y la propreté, característicos del comportamiento urbano (Elias, 1982). Desde el Renacimiento en adelante el aprendizaje de las buenas maneras permite adquirir tanto el sentido de la posición social como el dominio de la persona, además de ser un poderoso instrumento para reconocer al otro, su procedencia, su afinidad o distancia con respecto a uno.

14 El encuentro en el ámbito público se caracterizaría por ser reservado,superficial,distanciado, desapegado, temporal, efímero. Para Sirnrnel, la actitud superficial, desapegada y desencantada del habitante de la metrópoli sería una reacción a la hiper-estimulación que provoca la ciudad en el individuo, debido a un aumento de sus dimensionesmás allá del umbral de lo soportable (Simmel, 1988). Según Wirth, esta actitud escasamente sociablesería una suerte de defensa frente a la acre­centada interdependencia de los roles en la vidaurbana, yaque "loscontactos en la ciudad pueden efectivamente ser cara a cara, pero no por eso dejan de ser superficiales, efímeros ysegmentados". La indiferencia y la actitud blasée que los citadinos manifiestan en sus relaciones pueden entonces ser consideradas como dispositivos que inmunizan contra las reivindicaciones personales y los ata­ques de los demás" (Wirth, 1988: 263, trad. nuestra). Más recientemente, el autor que más ha tra­bajado sobre la lógicade la sociabilidad en público es Erwin Goffman, 1957, cuyos análisis han sido retomados por Joseph, 1988, y aplicados a las relacionesen el espacio público urbano.

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tratara de un cambio de semáforos. Ése es, probablemente, el menor de los rituales interpersonales, pero es el que regula constantemente nuestros intercambios en sociedad" (Coffman, cito en Joseph, 1988: 78). Otro aspecto de la sociabilidad en la ciudad moderna es la posibilidad de "desconectar las representaciones", según la expresión de Coffman, esto es, actuar papeles diferentes en ámbitos diferentes: aspectos específicos del ser sociable se manifiestan sólo en ciertos ámbitos. Esta acrecentada diferenciación y fragmentación de las situaciones y de los vínculos sociales está relacionada con la posibilidad de multiplicar las facetas de la iden­tidad, una posibilidad que se ofrece en una medida sin precedente al individuo contemporáneo (Melucci, 1996). Sin embargo, estas diferentes actuaciones -como las diferentes facetas de la identidad del sujeto- no pueden estar totalmente separa­das unas de otras, ni tampoco están aisladas de las condiciones materiales, sociales y culturales que cada ciudad ofrece a sus moradores.

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este mismo entorno acaso no las separa y las vuelve impermeables. ¿Hasta dónde el orden socio-espacial se convierte en un poderoso factor de segregación de las diferencias y de las desigualdades? Es ésta una pregunta central que -como veremos en los capítulos que siguen- no tiene una sola respuesta. En su experiencia con­creta de la metrópoli, ¿dónde está el encuentro entre las mujeres de clase alta, habitantes de los fraccionamientos cerrados y las mujeres pobres de las colonias populares? ¿En cuáles espacios públicos los diferentes y los desiguales, los ricos y los pobres, se encuentran todos como ciudadanos, es decir en un plan de igualdad de derechos y obligaciones? ¿Dónde se encuentran los judíos que viven en Polan­co con los miembros de la iglesia de la Luz del Mundo que habitan en Cuajimalpa? ¿En qué lugar y en qué momento de su experiencia de la metrópoli el intelectual que vive en Tlalpan se encuentra con el indígena oaxaqueño que habita en Chal­co? Es más fácil que estos sujetos, diferentes y desiguales, se encuentren en algún

La hipótesis según la cual la experiencia de la metrópoli no es la misma según avión entre México y los Estados Unidos, o en algún seminario académico, o que

!I , el tipo de entorno urbano al que se pertenece, amerita ser discutida y sostenida

en relación con aquellas visiones de las metrópoli contemporánea que enfatizan su carácter heterogéneo y consideran a los encuentros interculturales como un rasgo característico de la experiencia urbana actual. Sostiene Carcía Canclini que

se vean y se escuchen por televisión, a que se encuentren cara a cara en un plan de igualdad en algún espacio público de la Ciudad de México.

Las experiencias de la metrópoli son desiguales en la medida en que reflejan el poder desigual de los actores en su relación con el espacio, y en particular en su capacidad para domesticarlo, es decir, para convertirlo en algo que tiene un

~ I de un mundo mulucultural -yuxtaposición de etnias o grupos en una ciudad o nación- pa­ significado y un uso para cada quien. Unos actores urbanos ocupan un predio para construir allí una vivienda precaria, y así convierten en doméstico un espacio, samos a otro intercultural globalizado. Bajo concepciones multiculturales se admite la di­hostil y crean lo urbano desde la nada, mediante un largo y fatigoso proceso deversidad de las culturas subrayando su diferencia y proponiendo políticas relativistas de humanización (capítulo 11). Otros, con otros recursos a disposición, compranrespeto, que a menudo refuerzan la segregación. En cambio, interculturalidad remite a la

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confrontación y al entrelazamiento, a lo que sucede cuando los grupos entran en relaciones una vivienda en un espacio ya domesticado, donde con mucho menos esfuerzo e intercambios. Ambos términos implican dos modos de producción de lo social: multicul­ no tardan en establecer su propia relación de apropiación y de significación con turalidad supone aceptación de lo heterogéneo; interculturalidad implica que los diferentes son lo que son en relaciones de negociación, conflicto y préstamos recíprocos (Carcía Canclini, 2007: 14-15).

Consideramos que el tema de la interculturalidad tiene que ser planteado como problema, a la hora de relacionarlo con el análisis del orden metropolitano, espe­cialmente considerando que este orden conlleva ciertas implicaciones en cuanto a la posible segregación y jerarquización de los espacios y de los sujetos urbanos. En particular, se trata de preguntarse por el papel del espacio público urbano en relación con la interculturalidad de la metrópoli." Porque por una parte no hay duda de que la metrópoli puede ser leída como un mosaico de representaciones y de prácticas culturales diferentes que se entremezclan, se enfrentan, se tensionan y conviven en el mismo entorno urbano. Pero por otra parte cabe preguntarse si

is En un texto reciente, Roselyne de Villanova y Ceneviéve Vermés definen al "mestizaje inter­cultural" como un concepto que permite pensar los préstamos y los intercambios culturales en si­tuaciones verticales de dominación, conflicto y desigualdad: "Mestizaje corno producción específica de las relaciones interculturales, cornoconstrucción sincrética entre desarrollos endógenosy aportes exógenos, como creación inestable, subversiva o negociada, en situaciones de relaciones sociales asimétricas" (De Villanova y Vermés, 2005: 15-16).

el entorno: se trata de saber dónde están los principales servicios y equipamientos y empezar a hacer uso de ellos. Otros más residen en viviendas exclusivas, en residencias inteligentes, donde muchos de los problemas que hay que solucionar en una casa en cuanto al funcionamiento de la electricidad, el gas, el agua, etc., son monitoreados por una computadora y donde las actividades propias de la reproducción de la vida cotidiana (abasto, limpieza, pago de servicios, transpor­tación, etc.) son tarea exclusiva de la servidumbre y del personal de vigilancia. Estos diferentes actores domestican su espacio en formas no sólo diferentes sino profundamente desiguales. Cabe preguntarse ahora ¿hasta qué punto estos ac­tores urbanos, diferentes y desiguales, y con experiencias diferentes y desiguales del espacio de la metrópoli, pueden eludirse sin encontrarse nunca? ¿Y hasta qué punto existen en la vida cotidiana de la metrópoli lugares, o situaciones, que propician el encuentro y el cruce de las miradas entre actores diferentes y desiguales? ¿Cuáles encuentros interculturales -y desiguales- nos esperan en las calles y las plazas al salir de nuestras casas? O mejor dicho, ¿es hoy en día el espacio público el lugar para hacer la experiencia de la interculturalidad, en la Ciudad de México? Como lo veremos a lo largo de los siguientes capítulos, el encuentro entre sujetos diferentes y desiguales no es lo que más caracteriza al espacio público en la metrópoli mexicana.

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36 ORDEN URBANO Y EXPERJENCIAS METROPOLITANAS J 1

ORDEN URBANO Y EXPERJENCIAS METROPOLITANAS

Esto tiene que ver en parte con procesos que atañen a todas las grandes áreas tes de lujo, la distancia física puede ser muy corta, aunque la distancia social sea metropolitanas, pero que en la Ciudad de México, como veremos, presentan face­tas específicas. La idea de la ciudad moderna como espacio de encuentros y de

J enorme. La cercanía de viviendas precarias y de lujo es un rasgo típico del sur poniente de la metrópoli. Cabe aquí anticipar algo que se tratará con detenimien­

libertades, posibles a partir de cierto arte de vivir juntos, que históricamente se to en el siguiente capítulo, dedicado a un análisis del espacio público. En la histo­ria de la Ciudad de México, los espacios públicos no han sido los lugares para elcaracteriza por asumir formas diferentes, pero que siempre implica cierta modali ­encuentro con lo diferente (y tal vez lo han sido en forma muy limitada tambiéndad de hacer coexistir las diferencias, se adapta sólo muy parcialmente a la metró­

poli contemporánea. Como escribe Bauman en su libro Modernidad líquida,

La capacidad de vivir con las diferencias, y más todavía la de apreciar otro modo de vida y

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en otras ciudades, incluso París). Empero, las diferencias (culturales y étnicas) y las desigualdades (económicas, de oportunidades, de clase) forman parte de la experiencia cotidiana de los habitantes de la Ciudad de México, en al menos dos

gozarlo, no es una calidad que se adquiere fácilmente y mucho menos se da sola. Semejan­te capacidad es un arte y como todo arte requiere estudio y aplicación. En cambio, la inca­

:j dimensiones, una que es propia del ámbito privado y otra del ámbito público. Ninguna de las dos tiene que ver con la experiencia de lo público en cuanto lugar

pacidad de hacer frente a la irritante pluralidad de los seres humanos y a la ambigüedad de todas las decisiones clasificatorias se perpetúa y se refuerza por sí sola [ ... ] El proyecto

1 de encuentro entre ciudadanos con igualdad de derechos. La primera dimensión tiene que ver con la vida doméstica. Las relaciones inter­

de escapar al impacto de la multitonalidad urbana y encontrar un refugio en la uniformidad, culturales de desigualdad llenan la experiencia del espacio privado y la vida fami­monotonía y repetición de la comunidad es tan masoquista cuanto capaz de autorreprodu­ liar. En México existe una inierculturalidad histórica en la esfera doméstica y privada,

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cirse (Bauman, 2003: liS).

En las metrópolis contemporáneas existen, cada vez menos, ámbitos públicos en el sentido ideal típico. La plaza o la calle, donde cualquiera puede ir y venir, se vuelven cada vez menos atractivas para los sectores de población medios y altos que ven en estos lugares una multitud de riesgos incontrolables y de molestias y para todos aquellos sujetos urbanos que ven en el encuentro imprevisto con per­sonas distintas una fuente de agobio más que una oportunidad enriquecedora de la vida urbana. Al mismo tiempo se afirman otros ámbitos, restringidos y selectivos,

por la vía del mestizaje y de las relaciones de servidumbre." Baste recordar aquí la expresión "mandar a un propio" donde el propio es una persona de confianza que es mandada por alguien a hacer diferentes tipos de encargos y servicios. O la abundancia de servicios que es posible recibir en la casa. En la Ciudad de México una familia de clase media puede gozar de un conjunto de servicios que en otras metrópolis del mundo occidental son prerrogativa exclusiva de los más ricos y que además no es fácil encontrar en el mercado laboral. Procedentes de alguna colonia popular o de alguna vivienda de interés social, la masajista, la cosmetóloga, la ni­ñera, el experto en cómputo, la cocinera, el vendedor de seguros de vida, el jar­dinero, el veterinario, la enfermera, la astróloga, el acupunturista, el curanderocon acceso filtrado (únicamente en auto; únicamente para los socios; únicamentei

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1para quien paga el boleto). La posibilidad de un encuentro inesperado se reduce, tradicional, el experto de [eng-shui, el repartidor del supermercado o de pizzas, el mientras crece la posibilidad de encontrarse con gente como uno o con gente que está 1 de la farmacia y hasta la entrenadora de gimnasia, llegan al domicilio de las fami­¡ en tal lugar exactamente haciendo lo que yo también estoy haciendo. Es éste el caso de los lugares para el consumo y el esparcimiento. En estas condiciones, la sociabilidad

lias de clase media y alta, además del normal servicio doméstico, uno o más días a la semana.l"

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urbana, entendida como mezcla sui generis de reconocimiento del otro y de reser­ La segunda dimensión tiene que ver con la experiencia de ser consumidor.¡ I

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va, de interés e indiferencia, tiende a perder su sentido. Las personas con las que En lugares como los centros comerciales, los supermercados y los restaurantes abunda el personal cuyo trabajo es, desde una posición de subordinación, ayudar al consumidor a consumir. Empacadores, cuidadores de coches, vigilantes y valet

16 Estas relaciones desiguales en el ámbito doméstico empiezan a ser posibles también en las ciudades europeas en la medida en que existe la posibilidad de emplear personal que procede de otros mundos culturales y que se encuentra, por ser ilegal, en condiciones de absoluto desamparo (Miranda: 2003). Sin tener la menor pretensión de ofrecer referencias exhaustivas, sugerimos aquí únicamente la lectura del número de Nueva Aruropologia coordinado por Alicia Castellanos, 2000, sobre el racismo en México y el ensayo de Martha de Alba el al., 2006, sobre el sistemade castas.

17 La variedad de servicios a bajo costo, propia de una metrópoli como México, salta a la vista cuando nos comparamos con parientes y conocidos que viven en otros países. Cabe aquí recordar lo que cobra una balry sitter en Los Ángeles (12 dólares la hora) o una trabajadora doméstica en

se es sociable tienden cada vez más a parecerse entre ellas y las situaciones de encuentro se vuelven estereotipadas. La libertad implícita en la posibilidad de "diferenciar las representaciones" disminuye en la medida en que los sujetos in­teractúan en redes de relaciones cada vez más densas, en las que todos se conocen, o podrían fácilmente llegar a conocerse. El anonimato del fláneur en su paseo extasiado por las calles de París, "capital del siglo XIX" según el famoso ensayo de Benjamín, el anonimato en cuanto requisito positivo de la experiencia urbana de la ciudad moderna, corno sinónimo de libertad y oportunidad, ha dejado de ser un ingrediente deseable de la experiencia urbana en la ciudad globalizada: es preferible moverse entre gente y lugares conocidos, o por lo menos entre gente y lugares fácilmente reconocibles corno aptos y seguros para uno.

Roma (15 euros por hora), para darse cuenta de los desniveles retributivos propios de México, donde un día laboral de ocho horas de una trabajadora doméstica cuesta alrededor ele 200 o 250

Sin embargo, algo característico de esta metrópoli es que entre los habitantes de una vivienda precaria y los habitantes de una torre de departamentos inteligen­ pesos.

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parkings suelen depender para su sustento de las propinas del consumidor, ya que casi nunca reciben un sueldo por su trabajo. lB Esta abundancia de personal, así como la extensa disponibilidad de los servicios a domicilio, tiene que ver con que en la economía mexicana el trabajo es muy barato, en parte como un resultado de la abundancia de oferta laboral no especializada y en parte porque (salvo en algunos pocos sectores protegidos) las relaciones laborales se han flexibilizado hasta alcanzar niveles todavía impensables para los países europeos desarrollados. Proliferan, por lo tanto, las actividades de servicio a la persona que funcionan con base en redes de relaciones. Todas estas figuras de servidores y ayudantes llenan la experiencia de la metrópoli de relaciones de desigualdad declinadas bajo la forma de cliente-prestador de servicio. Tanto en el ámbito doméstico como en los lugares de uso público, como supermercados o restaurantes, la enorme desigual­dad que caracteriza estas relaciones de servicio, es vivida como inevitable y casi natural por ambas partes, pasando a formar parte de lo que es tan obvio que se vuelve invisible.

Una faceta específica del ser consumidor en esta gran ciudad es la que hemos propuesto llamar consumidor ambulante, refiriéndonos a la experiencia de ser sujetos en tránsito que en sus largos recorridos metropolitanos encuentran espacios y tiempos aptos para consumir." Probablemente la principal oportunidad de encuen­

ia En el supermercado, un adolescente (menos comúnmente una persona mayor) se encarga de poner todo lo que uno ha comprado en las bolsas de plástico. Conforme va llenando las bolsas las pone en el carrito. Pese a no recibir un sueldo sino sólo propinas, su trabajo es reconocido por el supermercado, ya que lleva una credencial y sólo puede hacerlo si cumple con ciertos requisitos, por ejemplo -en el caso de los adolescentes- tienen que estar regularmente inscritos en la escuela y con buenas calificaciones, ya que las propinas en el supermercado se entienden como una forma de pagar sus estudios, o de contribuir a los gastos de su ca.a mientras están estudiando. Es un tipo de trabajo muy apreciado por los estudiantes, ya que mientras uno de los adolescentes llena las bolsas por lo menos otros tres o cuatro están afuera, sen tados en una banca y platicando en tre ellos a la espera de que llegue su turno, o que la llegada de más clientes haga que se pongan en funcio­namiento más cajas, para así poder trabajar. Los jóvenes que hacen este trabajo se llaman "cerillos" en el lenguaje popular, y cualquier muchacho de clase trabajadora entre diez y dieciséis años que quiera seguir estudiando después de la escuela primaria, pa.a por este oficio en algún momento de su vida. En una tarde-noche de fin de semana puede llegar a ganar unos doscientos pesos, que a veces ahorra en vista de un gasto grande, y otras veces lo gasta ese mismo día y en el mismo super­mercado, comprando una parte del abasto para su familia, y de vez en cuando algo para sí mismo, como por ejemplo unos zapatos deportivos o unos pantalones. Los cerillos trabajan según los hora­rios del supermercado, así que pueden regresar a su casa hacia la media noche, después del cierre de la tienda. Al salir del supermercado, un hombre se acerca y pide si puede ayudar a llevar el ca­rrito hasta el coche y acomodar las bolsas de las compras en la cajuela, por lo cual también recibe una propina. En cualquier lugar con estacionamiento -como es el caso de casi todos los lugares públicos- el automovilista encontrará alguien que le ayude a estacionarse a cambio de una propina, o un ualet jJarking que se lleve su carro y lo estacione. Al llegar a un restaurante de mediana calidad, habrá una persona encargada de acompañar a los clientes a su mesa, otra que limpia la mesa (el garrotero), otra que llega para tomar la orden y otra, el mesero propiamente dicho, que sine la comida.

iu Véase el trabajo de Monnet, Giglia y Capron, 2007, sobre el arnbulantaje en los cruces de la Ciudad de México como un servicio a la movilidad, es decir, un servicio prestado a un cliente en tránsito.

r ORDEN URBANO Y EXPERIENCIAS METROPOLITANAS

tros cercanos entre sujetos socialmente y culturalmente muy distantes, se da en los semáforos, en los cruces viales, donde los automovilistas, detenidos temporalmen­te, son abordados por un sinnúmero de vendedores ambulantes y prestadores de servicios, casi siempre no requeridos, como limpiaparabrisas, quitapolvo, mimos, vendedores de periódicos, dulces, contenedores de plástico, mapas de la ciudad o del planeta, muñecos, pulseras, accesorios para autos, y muchos otros objetos cuya oferta, sólo aparentemente caótica, en realidad responde con precisión a diferen­tes exigencias y circunstancias de la movilidad metropolitana." Al pasar una y otra vez por los mismos semáforos, a lo largo de las rutas más habituales, se puede llegar a reconocer a tal o cual vendedor, e incluso a convertir el encuentro en una parada habitual (o por lo menos recurrente) para comprar el periódico, un capu­chino, un jugo de frutas, unas gomas dCf mascar, y de vez en cuando unas cosas más insólitas, como por ejemplo un queso manchego producido en una granja menonita, un juguete para el niño de la casa, unas flores, en tiempos de calor un abanico para la abuela, una mesita para la cama y hasta una piel de oveja o un pequeño librero. Los cruces de la metrópoli son lugares donde los pobres y los ricos, los giieros" y los morenos, los citadinos y los indígenas recién llegados del campo, pueden mirarse y eventualmente intercambiar alguna mercancía o presta­ción a cambio de dinero. Pensándolo bien, ¿no es el intercambio comercial, es decir el mercado, al origen del espacio público como lugar de la interculturalidad por excelencia? El famoso ensayo de Max Weber sobre los tipos de ciudades euro­peas nos recuerda que "toda ciudad es una localidad de mercado" y que muchas ciudades surgieron justamente de los mercados que se establecían sobre las prin­cipales vías de comunicación (Weber, 1996: 939). Hoy en día el intercambio co­mercial -en forma de ambulantaje- es omnipresente en la Ciudad de México. En estos lugares emblemáticos de la metrópoli que son los altos a la circulación, los automovilistas y los vendedores ambulantes experimentan simultáneamente su complementariedad de consumidores-vendedores, sus diferencias culturales y ét­nicas y la desigualdad de su condición. Se miran o se eluden, a menudo se reco­nocen sin hacerlo explícito, ya que los unos y los otros comparten diariamente el mismo lugar, aunque sea por unos minutos, se piden o se evitan recíprocamente, se llaman, regatean, y algunas veces se saludan como viejos conocidos. En muchos casos, como cuando una joven mujer con un bebé en brazos se acerca y limpia con un trapito nuestro espejo retrovisor, o cuando se nos acercan unos niños después

20 Los habitantes provistos de automóvil representan todavía una minoría de la población, prác­ticamente coincidente con las clases media y alta y con algunos sectores de clase trabajadora, sobre todo quienes trabajan en forma independiente y necesitan un vehículo para desempeñar su trabajo (maestros albañiles, plomeros, carpinteros, vendedores de cortinas o de tapicerías, y otros artesanos que prestan sus servicios a domicilio, quienes usan el automóvil como un instrumento para trans­portar sus herramientas y materiales de trabajo). Sin embargo, la compra de automóviles nuevos se ha incrementado enormemente en los últimos años dando lugar a un rápido crecimiento del parque

vehicular. 21 Güero es el término coloquial con el que se indica en el español usado en México a las per­

sonas de piel blanca. Es un término de connotaciones ambiguas, ya que puede ser usado para ha­lagar a alguien, pero al mismo tiempo es sinónimo de "vacuo", "vacío".

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de exhibirse en unas piruetas sobre el asfalto, el pago por la prestación -o por el espectáculo- se confunde con la limosna ya que se acompaña de un sentimiento de compasión." En suma, si en el espacio público urbano es todavía posible topar­ i se con el otro, hacer la experiencia de la diferencia cultural, no se puede decir que se trate de encuentros interculturales de comunicación e intercambio entre citadinos igualados por compartir el hecho de ser citadinos. En la intimidad de las casas así como en el bullicio de las calles de la metrópoli, los encuentros entre diferentes son casi siempre encuentros entre desiguales, en relaciones de comple­mentariedad y en posiciones de subordinación de los unos hacia los otros.

COMPRENDER Y EXPLICAR LA EXPERIENCIA DE LA METRÓPOLI

A partir de la hipótesis arriba mencionada, según la cual existe un grado significa­tivo de correspondencia entre la ubicación en cada una de las ciudades (o contex­tos socio-espaciales) y la forma de la experiencia urbana, éstas son algunas de las preguntas que en este libro se intentan responder: ¿de qué manera los diferentes actores urbanos, situados en posiciones socioculturales y en ciudades distintas, or­ganizan y significan su experiencia de la metrópoli? ¿Cómo consideran el residir en un determinado tipo de lugar? Desde ese lugar, ¿cómo se relacionan, practican e interpretan el resto de la metrópoli? ¿A qué porción del espacio metropolitano 1

!sienten que pertenecen? ¿Qué vinculaciones establecen con el espacio que prac­tican diariamente? ¡

En nuestro intento por interpretar la experiencia de la metrópoli y lo que la ¡ vuelve hasta cierto punto predecible, nos consideramos simultáneamente como 1 observadores y como parte de la realidad a estudiar. A lo largo tanto de la investi­ ! gación como de la redacción de este libro, hemos hecho un esfuerzo consciente por incluir nuestra propia experiencia de citadinos-habitantes, entre las fuentes de información a utilizar. Sería equivocado y casi imposible eludir el hecho de ser

JI parte del objeto estudiado. Es más, no podemos ni queremos soslayar el hecho de tener con este objeto una relación de implicación, en la medida en que nuestra actitud frente a la ciudad no es neutral o indiferente, es una actitud de habitantes usuarios, consumidores, transeúntes automovilistas que diariamente practican e interpretan el espacio urbano, los cambios en la calidad del aire, el mantenimien­to de las banquetas, el deterioro de los espacios públicos. En cuanto formamos parte de nuestro objeto de estudio, lo que sucede en la ciudad nos importa y nos

22 Desde hace algunos años el número de vendedores ambulantes ha rebasado con mucho el umbral que permitiría vivir de este trabajo, los mismos líderes de las asociaciones de ambulantes consideran que "ya no es una alternativa de supervivencia", Además, desde hace un poco más de un año, el realizar estas actividades ha sido decretado ilegal, mediante una Ley de cultura cívica que r las prohíbe explícitamente, pero que ha quedado totalmente inaplicada y se ha convertido más bien en un instrumento de extorsión para los policías, quienes dejan que los vendedores permanezcan en sus lugares de trabajo a cambio de una cantidad de dinero que ellos se embolsan.

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implica. Como ya lo hicimos en este capítulo, en los que siguen -y especialmente en los capítulos de la tercera y cuarta parte- echaremos mano de nuestra expe­riencia personal de habitantes de esta metrópoli, pero también de otras. En efecto, ambos autores de este libro hemos nacido lejos de la Ciudad de México, y hemos vivido o conocido de cerca otras grandes ciudades del mundo, especialmente París, Londres, Roma, Nápoles y Buenos Aires. Esperamos así poder evitar considerar a la Ciudad de México como si fuera la sola metrópoli en el mundo. El haber vivido en otras ciudades y el haber practicado otras formas de urbanidad, se convierte en una posibilidad fructífera de comparación entre realidades urbanas diferentes, con el objetivo de entender la experiencia urbana de la Ciudad de México, tanto en lo que tiene de sui generis, como en lo que la acerca a la experiencia de otras me­trópolis. Como hemos dicho antes, se puede habitar la metrópoli de muchas dife­rentes maneras. Entre ellas, no hay que olvidar que existe también la nuestra, esto es, que también quienes escribimos estas páginas somos sujetos urbanos, unos entre otros. No somos ajenos a nuestro objeto, sino que formarnos parte de él. Como escribió Jean Bazin, no se trata de estudiar "variedades de la especie huma­na" sino más bien "unas acciones, unas concatenaciones complejas de acciones", de las que el observador es parte actuante. ¿Acaso se trata

así como un naturalista va a recolectar in situ unas plantas para poderlas estudiar como

muestras de un medio natural dado, de ir a observar unos comportamientos, grabar unos

enunciados, recolectar unos objetos [... ] que parecen significativos de un medio social, de

una sociedad, de lo que la distingue de otras entidades equivalentes? ¿O más bien se trata

de una situación particular, en donde, encontrándome en compañía de algunos de mis

contemporáneos, trato de saber lo que pueden estar haciendo, de comprender cómo actúan,

no solamente en un lugar determinado, sino en el momento de una historia en el curso de

la cual nosotros somos, ellos y yo, actores, a diferente título? (Bazin, 2000, trad. nuestra).

Siguiendo la propuesta de Bazin, quien creía que el proyecto antropológico de la ciencia social consiste en disolver la alteridad en el sentido de no considerar al Otro como inaccesible sino asumir que "todo lo que es humano me es accesible" (Bazin, cit. enJewsiewicki, 2001), en las páginas que siguen intentaremos simultá­neamente comprender y explicar las distintas experiencias de la metrópoli. Para ello hemos utilizado diferentes datos y fuentes, de tipo cuantitativo y cualitativo. En la segunda parte discutiremos el orden socio-espacial de la metrópoli, sobre todo con base en fuentes y evidencias de carácter geoestadístico. En la tercera parte abordaremos las prácticas urbanas relacionadas con las diferentes ciudades

o contextos socio-espaciales (que se presentan en el capítulo 6) a partir de los datos recabados de nuestras entrevistas y encuesta." de nuestra propia experiencia y de

29 Se realizaron alrededor de 170 entrevistas y se aplicaron 19,80 cuestionarios, repartidos entre nuestras áreas testigo.

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4 2 ORDEN URBANO Y EXPERIENCIAS METROPOLITANAS

diversas fuentes hemerográficas." Las narrativas de los actores y las etnografíasti~relativas a cada ciudad dialogan con los discursos emitidos sobre la metrópoli porr parte de diferentes actores con derecho de voz: los cronistas de la ciudad, los me­dios de comunicación (en especial la prensa escrita), los intelectuales nacionales~{,","1 y extranjeros, que desde distintos ángulos y para diferentes propósitos han hecho de la Ciudad de México su objeto de reflexión. Hemos utilizado también mate­Ji.'~ '~

~!1 riales de la prensa, en especial de la crónica de la metrópoli en los periódicos La ~: ~

Jornada y Reforma, como una fuente para leer las representaciones producidas poril los medios de comunicación sobre la ciudad. También nos hemos apoyado en los~J trabajos de investigación de los estudiantes que participaron en el proyecto, y que1'~ constituyen etnografías puntuales de algunas de las ciudades o de aspectos especí­~j ficos de la experiencia de la metrópoli, como por ejemplo el transporte público habitus, entendido como sentido del juego,(1

i'I y los centros comerciales. A estos trabajos se suman algunos otros resultados de I o "subjetividad socializada", síntesis original de lo subjetivo y lo social inextricable­

i j' tesis en cuya elaboración estuvimos, a diferente título, involucrados. Se trata de j mente vinculados. Este punto de partida es indispensable para entender el estatuto

~I ~, trabajos sobre zonas específicas de la ciudad que serán citados puntualmente en cognoscitivo de las entrevistas. En otras palabras, si no se adopta previamente una

cada uno de los capítulos para los cuales han sido utilizados. Por último, pero no determinada teoría del actor y de la acción social, no puede haber un uso correcto

~ menos importante, hemos tomado en cuenta algunas de las imágenes generadas en :1

de las entrevistas cualitativas. La teoría del habitus de Bourdieu permite neutralizar ~~ 1

~: ¡ la literatura sobre la vida en la ciudad. Estas últimas las hemos tomado más como la más recurrente de las críticas a los materiales narrativos orales recogidos en el un reflejo de los miedos y de ciertas idiosincrasias de los capitalinos y de quienes 1 marco de entrevistas abiertas, es decir la de su supuesta falta de representatividad,

Iescriben sobre la metrópoli, que como un reflejo fiel de la experiencia urbana. ~: El formar parte del objeto nos ha permitido realizar en forma más o menos ," f' sistemática una serie de actividades tales como la observación participante, las

entrevistas abiertas, y el análisis situacional. Estos materiales se unen a aquéllos

¡I ~' (

producidos de manera más estructurada, como la encuesta y las entrevistas. Estamos específica, que no es única, y que reenvía a factores que rebasan al individuo. Quien conscientes de que cada uno de estos materiales posee una naturaleza diferente. habla es un sujeto, y por lo tanto con un punto de vista subjetivo, pero al mismo

~ Hoy en día la investigación en ciencias sociales no puede construir su conocimien­ tiempo es un sujeto socialmente situado, un sujeto social. Por eso lo que dice no es r to con base en únicamente ,;1un solo tipo de datos, únicamente cuantitativos o l' cualitativos. Creemos que la construcción de nuestra propia visión del objeto deJ investigación, como una visión relativamente autónoma, depende justamente, en­

tre otras cosas, de cómo se combinan de forma original diferentes tipos de eviden­

-) cias, y de cómo los diferentes materiales son utilizados para generar información significativa y original. En el desarrollo de nuestra investigación, las entrevistas nos sirvieron para identificar temas o pistas, que luego hemos corroborado o en parte corregido mirando los resultados de la encuesta y nuestro propios conocimientos. Una vez escogidas las áreas testigo que se describen en el capítulo 7, hemos con­siderado pertinente llevar a cabo primero las entrevistas en profundidad y luego la encuesta, ateniéndonos de esta manera a una ya consolidada estrategia de la antropología y de la sociología cualitativa." En otros términos, hemos utilizado los

" Se consultaron sistemáticamente las secciones relativas a la crónica metropolitana en los pe­riódicos Ref01711a y La Jornada entre junio de 2002 y junio de 2007.

" En la historia de la sociología urbana existen ilustres antecedente en ese sentido. En Estados Unidos, los primeros acercamientos de tipo etnográfico a la vida de los habitantes urbanos se re­montan a la escuela de Chicago (Park el al., 1952; Zorbaugh, 1929). En Europa, desde los años se­tenta cabe recordar los trabajos de Ferrarotti, 1977, en Italia y de Daniel Bertaux, 1989, en Francia,

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resultados de las entrevistas semiestructuradas para identificar buena parte de los temas de la encuesta y para confirmar la pertinencia de ciertas preguntas o no. A partir de las entrevistas y de las primeras etnografías hemos elaborado un cucstio­nario general, pero que tuviera en cuenta lo que diferenciaba y lo que asemejaba a cada una de las áreas con respecto a las otras.

Cabe recordar aquí cuál es el estatuto cognoscitivo que atribuimos a una herra­mienta como la entrevista semiestructurada. En primer lugar, consideramos que el sujeto entrevistado es un actor social" al mismo tiempo único como persona pero socialmente determinado. Por lo tanto su discurso no es arbitrario o casual, sino que se vincula con su posición social, con su biografía y con la posición específica que ocupa en la situación de entrevista. El discurso emitido por el sujeto es posible leerlo como una manifestación de su

que alude a la idea de que el testimonio oral, por haber sido emitido por un in­dividuo particular, sería por eso mismo, absolutamente idiosincrático y singular. En efecto no es así. Obviamente el sujeto habla desde su visión del mundo, que es una visión particular. Sin embargo es una visión tomada desde una posición social

extemporáneo o casual, es el discurso que puede ser emitido desde una posición social determinada, que el sujeto no determina, y desde la cual puede decir ciertas cosas y no otras, jugando entre las opciones que considere más pertinentes en el momento, especialmente en relación con quien lo está escuchando.

En segundo lugar, y vinculado con esto último, consideramos que la entrevista no es una experiencia unidireccional, de mera recolección de información. Se trata más bien de una situación social, en cuya construcción intervienen por lo menos dos personas, el entrevistado y el entrevistador. Este último, con sus palabras y sus actos, contribuye a determinar los contenidos del discurso del entrevistado y tiene que ser consciente de ello. Siguiendo a Bourdieu (2001), en lugar de esfor­zarnos por mantenernos en un plan de neutralidad que no puede no resultar ficticio o ambiguo, hemos intentado involucrarnos en las entrevistas manifestando un interés explícito hacia el discurso y el punto de vista de nuestros entrevistados. Esto es posible si se conoce previamente el contexto desde donde habla el inter­locutor. El conocimiento previo de ese contexto es indispensable para entender lo

quienes realizaron las primeras investigaciones sobre los habitantes de origen rural residentes en viviendas precarias.

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que estamos escuchando, y para hacer las preguntas pertinentes en cada momen­ 2. VIDA Y MUERTE DEL ESPACIO PÚBLICO l

to de la entrevista. La mejor actitud que el entrevistador puede adoptar es la de conducirse como lo haría si se tratara de una conversación entre personas igual­mente interesadas en debatir cierto tema. Si se logra valorar correctamente los elementos sociales del discurso del entrevistado y al mismo tiempo la especificidad del punto de vista del sujeto como resultado de su trayectoria particular y el papel

~

de uno mismo en cuanto productor de la entrevista corno construcción social, se llega a la conclusión de que "contra la antigua distinción de Dilthey, hay que plan­

11

ESPACIO PÚBLICO Y ORDEN URBANO

1 tear que comprender y explicar son una sola cosa" (Bourdieu, 2001: 532). Si esto es cierto, entonces la visión desde afuera, objetiva, no puede no subsumir la posi­

1I

Para entender la metrópoli contemporánea, no se puede no pasar por una re­flexión en torno a la llamada crisis del espacio público moderno, un terna que

ción subjetiva del observador, en cuanto actor del escenario que pretende observar. Análogamente, asir el punto de vista del otro sólo es posible cuando logramos conocer y dominar las condiciones objetivas que lo sitúan allí donde está. En otras palabras, en las páginas que siguen el lector encontrará un intento de integración entre subjetivismo y objetivismo pero también entre enfoque cualitativo y enfoque cuantitativo, y entre micro y macro análisis. Dada la magnitud y complejidad del terna abordado, no podíamos eximirnos de hacer el intento. El lector juzgará si lo hemos logrado, y hasta qué punto.

!

desde los años noventa se ha convertido en una preocupación generalizada para los estudiosos de las grandes ciudades." La evolución experimentada por los espa­cios públicos urbanos durante los últimos decenios del siglo xx y lo que va del presente, constituye uno de los grandes ejes del debate actual en torno a la ciudad contemporánea. Se trata de un eje que tiende a condensar, por medio de la invo­cación de lo público y su crisis, la convicción generalizada, entre los estudiosos de la ciudad, de que las transformaciones experimentadas por ésta durante los últimos decenios del siglo xx habrían implicado un franco retroceso en la vida urbana. Predomina en estas lecturas la idea de pérdida de calidad de los espacios públicos por efecto de procesos de abandono, deterioro, privatización, segregación. La preocupación es grande en la medida en que la crisis del los espacios públicos es vista entre líneas corno una amenaza para la existencia misma de la ciudad corno sinónimo de civitas, es decir de lugar asociado históricamente al surgimiento de la democracia como forma de gobierno (Weber, 1944; Mumford, 1961). Al hablar de crisis del espacio público, es oportuno decirlo desde ahora, se está evocando -en formas no siempre explícitas- el fantasma de la desintegración urbana, la imposi­bilidad de "vivir juntos" en las grandes ciudades y la disolución de lo urbano corno lugar de encuentro y de intercambio. En las páginas de este capítulo expondremos nuestra visión en torno a la crisis del espacio público, y propondremos una lectu­ra que pretende matizar el escenario catastrófico propuesto por quienes anuncian la muerte del espacio público urbano, para proponer una lectura de la condición actual de los espacios públicos -y su crisis- que tome en cuenta algunas de las transformaciones de amplio alcance que han afectado en los últimos decenios las metrópolis contemporáneas.

I El título de este capítulo parafrasea el de un famoso libro de Jane Jacobs (1961) a quien de­bemos un análisis agudo y en muchos aspectos precursor de los procesos que afectan hoy en día la evolución de las grandes ciudades.

2 Una reseña exhaustiva de lo que se ha escrito en los últimos decenios en tomo a la crisis y a las transformaciones de los espacios públicos en las ciudades contemporáneas, no es el objetivo de este capítulo. Aquí mencionaremos, en orden cronológico, sólo algunos autores entre los más im­portantes que han tratado estos temas y que hemos tomado en cuenta en la elaboración de nuestro texto:Jacobs, 1961; Serinettt, 1974, 1990; Harvey, 1989, 2000; Augé, 1992; Sorkin, 1992; Davis, 1992; Mc Kenzie, 1994; Ascher, 1995; Joseph, 1998; Carda Canclini, 1999; Caldeira, 2000; Soja, 2000; Amendola, 2000; Chorra-Cobin, 2001 y Bourdin, 2005.

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