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Dramas de Guillermo Shakespeare Índice INTRODUCCIÓN POR ESTEBAN PUJALS I.- WILLIAM SHAKESPEARE II.- MENÉNDEZ PELAYO Y SU TRADUCCIÓN DE SHAKESPEARE ADVERTENCIA PRELIMINAR EL MERCADER DE VENECIA MACBETH ROMEO Y JULIETA OTELO

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Dramas de Guillermo Shakespeare Índice INTRODUCCIÓN POR ESTEBAN PUJALS I.- WILLIAM SHAKESPEARE II.- MENÉNDEZ PELAYO Y SU TRADUCCIÓN DE SHAKESPEARE ADVERTENCIA PRELIMINAR EL MERCADER DE VENECIA MACBETH ROMEO Y JULIETA OTELO

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DRAMAS DE GUILLERMO DE SHAKESPEARE. —

[p. VII] INTRODUCCIÓN POR ESTEBAN PUJALS

En la advertencia preliminar al volumen de 1881 que contiene su traducción de cuatro dramas de Shakespeare, Menéndez Pelayo se excuse de no encabezarlo con «la biografía y juicio del autor», aplazando esta presentación para el final de la versión de la obra shakespeareana que tenía intención de realizar y en la que no perseveró. Este deseo justifica el siguiente estudio de Shakespeare y el comentario introductorio de los cuatro dramas traducidos.

I

WILLIAM SHAKESPEARE

Vida y ambiente

Muy de cuando en cuando y de un mode excepcional, acaso como signo extraordinario para acentuar el misterio de la vida, la humanidad se ve favorecida por la aparición de un ser especialmente privilegiado para un determinado arte, virtud [p. VIII] o zona del saber; y este chispazo providencial que se arranca de un cruce del espacio y el tiempo, puede trazar una parábola de luz a lo largo de la historia. Esta vez el lugar fue In glaterra; la época, el Renacimiento; y el nombre William Shakespeare. Este será el hombre que, salido del corazón de la Inglaterra rural, conquistará con su fuerza expresiva y creadora los teatros del período isabelino y adentrándose en el alma de las generaciones sucesivas quedará reconocido como la figura suprema del teatro moderno universal. Hay poquísimas figures literarias de la grandeza de Shakespeare: Homero, Virgilio, Dante, Cervantes; ...probablemente ninguna otra de su estatura.

Como intuyó acertadamente Carlyle hace más de un siglo, Shakespeare es el intérprete y el cantor del hombre y de sus actitudes, reacciones y comportamiento en el seno de una sociedad moldeada par el catolicismo. Es el gran dramaturgo renacentista que estudia el alma del hombre en todos sus repliegues y la tensa tanto en el mal como en el bien haste sus límites extremos. La comparación que hace Carlyle entre Shakespeare y Dante en punto a realización es inspirada, apropiada y aleccionadora; y rebasando los resultados de su confrontación se puede decir que Dante y Shakespeare representan en la literature los dos grandes polos de la Europa católica; ya que si Dante en su Comedia nos revela el alma del catolicismo, el motor interno de la fe que creó y mueve nuestra cultura, Shakespeare con sus dramas considerados en conjunto, con un logro artístico no menos sobresaliente, nos muestra la actividad humana en la zona práctica y externa de este mundo europeo forjado al yunque de la tradición cristiana. En cuanto al humanismo de Shakespeare, que recoge el humanismo católico medieval y la relación del hombre con Dios, ya expresada en alguno de los salmos bíblicos, lo hallamos elocuentemente manifestado en la brillante definición de Hamlet, cuando éste, abrumado por su propia confusión, se interroga y admira acerca de lo que es el hombre.

William Shakespeare nació en Stratford —condado de Warwick, oeste de Inglaterra—, una graciosa villa al borde del río Avon, y en ella transcurrió la niñez y la primera juventud [p. IX] del

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dramaturgo. Stratford-upon-Avon era entonces un lugar de unos dos mil habitantes, que poseía su Escuela de Gramática, su Casa Gremial y un mercado comarcal bastante próspero. En una acomodada y espaciosa casa tudor, situada en Henley Street, al norte del poblado, y en el seno de una familia artesana —su padre era guantero o comerciante de cueros y lanas—, nace Shakespeare un día muy cercano a la festividad de San Jorge de 1564, y es bautizado el 26 de abril en la iglesia de la Santísima Trinidad de Stratford. Poco se sabe de su juventud en el lugar, aparte de que su padre fue alcalde cuando el niño tenía cuatro o cinco años; que probablemente se educó en la Escuela de Gramática a la que tenía derecho a asistir como hijo de la villa; que se casó a los dieciocho años con Anne Hathaway, una joven mayor que él de la aldea vecina de Shottery, y que les nacieron tres hijos entre 1583 y 1585. Estos son los únicos hechos ciertos de este período y todo lo demás son probabilidades y suposiciones.

Aunque se ha escrito bastante sobre el matrimonio de Shakespeare con Anne, es extraño que no se sepa el lugar ni la fecha de dónde ni cuándo se casaron. Existe licencia de matrimonio del 27 de noviembre de 1582; pero no es inverosímil que la ceremonia religiosa se hubiera realizado antes, ya que su hija mayor Susan nació en mayo de 1583. Lo que sí da que pensar, según afirma Clara Longworth en Shakespeare: A Portrait Restored, es que el día siguiente de haberse otorgado esta licencia de matrimonio se le exige a Shakespeare un documento notarial por el que se compromete a satisfacer por dicha licencia 40 libras a John Whitgift, obispo de Worcester, el brazo derecho de Isabel I en la implantación de un protestantismo más rígido. Si el precio ordinario de dichas licencias oscilaba en aquella época entre tres y diez chelines, el hecho de que el eficaz prelado protestante le exigiera tal suma a Shakespeare, hace suponer que este matrimonio unía a dos familias católicas y que esa era la tasa que se imponía a los que insistían en casarse según el llamado antiguo rito. Que la familia de Shakespeare eran «recusants», o católicos no conformistas con la religión estatal de Isabel I, parece probado por distintas fuentes. [p. X] Entre el año 1585, fecha del nacimiento de sus hijos gemelos Hamnet (o Hamlet) y Judith, en Stratford, y el 1592, en el que el dramaturgo ya aparece en Londres, atacado por Robert Greene, uno de sus rivales de pluma, no existe documento alguno para apoyar la probabilidad más aparente de las razones de su traslado a Londres. Ante esta circunstancia, y sin desechar la leyenda local de su enemistad con el señor del luger, Sir Thomas Lucy, referente al hecho del robo de venado o de la caza en vedado en la propiedad de éste, u otros motivos secundarios que pudiesen contribuir a su deserción de Stratford, lo más sencillo es suponer que Shakespeare se encaminó hacia Londres impulsado por su vocación y en busca de posibilidades y ambiente en donde nutrir y ejercitar su talento. Una fecha muy aprorimada de su traslado a la corte es la de 1590, dos años después del accidente de la Armada Invencible: Shakespeare tenía 26 años; Cervantes y Lope de Vega 43 y 28 respectivamente.

En realidad, el ambicioso inglés del siglo XVI que sintiese en el alma el aguijón dramático no podía dirigir sus pasos sino hacia Londres. En los últimos decenios del siglo XVI, Londres —como Madrid—, en su calidad de corte y sede tradicional de especial predilección y gusto para el arte dramático, disponía ya de establecimientos para las representaciones teatrales. Si bien lo más general y expedito consistía en el tinglado ambulante montado improvisadamente en las plazas o patios de cualquier ciudad inglesa, según la costumbre medieval, el Londres tudor poseía verdaderas casas de espectáculos que respondían a las exigencies de la época. El primer teatro permanente del período isabelino se levantó en Shoreditch —al norte de la City— y se llamó simplemente The Theatre, cerca del cual al año siguiente se edificó The Curtain. Los teatros londinenses posteriores, por razones de puritanismo moral, se construyeron en Southwark, en la ribera sur del Támesis, cruzando el puente de

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Londres. Desde un punto de vista moderno estos teatros populares isabelinos eran de una austeridad asombrosa. Pequeños y defectuosos en su mayoría, solían presenter la forma poligonal o circular; el escenario avanzaba hacia los espectadores, que se situaban en frente y a su [p. XI] alrededor, generalmente de pie, sobre todo en el patio; la decoración era estática, o casi inexistente, determinada por la descripción dramática y evocada por la imaginación del espectador. Pues a pesar de estas precarias condiciones, bajo la insistencia de la censure moral y la crítica estética, sometidos a la zarpa de epidemias asoladoras, el genio dramático y poético inglés de este período consiguió —como en España— producir en ellos las creaciones más formidables del teatro de todos los tiempos.

Cuando Shakespeare llega a Londres sobre 1590 el teatro se encuentra apoyado por una excelente tradición medieval, con unos géneros determinados y en manos de los ingenios universitarios Greene, Peele y Lyly, y de Thomas Kyd y Christopher Marlowe. Se desconocen los caminos par los cuales Shakespeare se acercó al teatro. Lo que no se puede perder de vista es que, por humildes que fueran los servicios que la empresa teatral requiriera de él, en su primera temporada de Londres, el hombre que hacia 1594-95 da a la escena unas obras de la categoría poética y la habilidad dramática de Romeo and Juliet y A Midsummer Night's Dream, decididamente ha seguido un camino certero. ¿Explicación? Estos hechos no la tienen. En el caso de Shakespeare se da el milagro del genio y el misterio de la creación artística singular que no se explican con antecedente ninguno de alcurnia familiar o formativa, ya que en este punto de excelencia el fenómeno rebasa todo cauce de previsión. Se trata aquí de un instinto dramático de cualidades excepcionales, que en una rapidísima carrera consigue desarrollar orgánicamente sus posibilidades en varias fases que, si bien se diferencian, cada una de ellas queda superada y contenida en la que le sucede. Ya que Shakespeare como todo genio, no se desmiente a sí mismo, sino que se perfecciona con el tiempo, crece armónicamente, como en la naturaleza un ser orgánico. Así que en él nada es apenas abrupto, y el acierto dramático excelso o el momento poético excepcional que existen en sus obras maduras, encuentran su filiación embrionaria ya en sus primeras producciones.

Es el privilegio del genio, que acierta a desarrollarse en redondo, y, plantado en el suelo de su época, absorbe lo que [p. XII] conviene a su crecimiento sin que se precise alterar la composición del terreno o los factores ambientales para su fertilidad. Por eso Shakespeare no necesita revolucionar nada ni alterar ninguna de las convenciones dramáticas o poéticas existentes; sino que, ajustándose a ellas o adaptándolas a sus propósitos, consigue sacar el máximo provecho de lo que tiene a su alrededor, incluso de lo que modernamente pueden considerarse deficiencias: como la ausencia física de la mujer en la escena, la falta de decorados, y los extensos monólogos recitados al público desde el ángulo del delantal del escenario isabelino. Y es que el auténtico valor no es revolucionario de fuera, sino de dentro, que es el campo en donde se realizan las grandes transformaciones y las verdaderas conquistas; y sin necesidad de violentar ninguna de las costumbres literarias existentes, sobre la pista de la tradición y con los mismos procedimientos de los demás dramaturgos consiguió crear este arco iris excepcional, que arrancando de los dramas poéticos y brillantes de su juventud y pasando por la época media experimentadora, de problemática siniestra y profunda psicología, alcanza con las últimas producciones una afortunada fusión de los mundos de la realidad, la ilusión y la esperanza. Shakespeare murió en Stratford el 23 de abril de 1616; no en el mismo día natural, pero sí la misma fecha del calendario en la que murió Cervantes.

O bras

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Shakespeare no fue sólo dramaturgo, sino poeta narrativo y sonetista. Aunque sus obras teatrales vendrán casi a ahogar su labor poética, es significativo el hecho de que en un principio fueran sus poemas los únicos por él reconocidos como los primeros productos de su ingenio. Shakespeare empezó por tanto como poeta narrativo con Venus and Adonis, publicado en 1593, pero escrito seguramente unos tres o cuatro años antes. Es un poema juvenil e inmaduro, en el que se amplifica la leyenda de Venus y Adonis con descripciones campestres y escenas amorosas adicionales, pero en el que se perciben ya las posibilidades del autor. Los cuadros de caza y el incidente entre el caballo de Adonis y la yegua que aparece por los [p. XIII] alrededores están francamente conseguidos. Consta de 199 estrofas de seis versos con rima ababcc.

The Rape of Lucrece, aparecido en 1594, pero probablemente anterior a esa fecha, muestra más empuje, aunque demuestra ser también una obra primeriza que seguiría a la anterior. Es una amplificación de la trágica historia de Lucrecia, la casta matrona romana maltratada por Tarquino. Ocurrido el hecho, Lucrecia manda un mensajero a buscar a su marido Colatino. Mientras Lucrecia espera, el poeta queda a merced de su invención, y su instinto dramático del tiempo le hace recurrir a la descripción de una pintura del sitio y la toma de Troya que tiene a la vista, y entre ella y los comentarios de Lucrecia sobre los personajes y los hechos, se da la sensación al lector que transcurre el espacio que da lugar al regreso del marido, ante el cual se suicida para salver su honor. Escrita en la celebrada «rhyme-royal», —ababbcc—, consta de 265 estrofas, salpicadas de imágenes y versos muy afortunados.

The Sonnets se publicaron acaso sin el consentimiento de Shakespeare en 1609. El soneto, esta forma poética tan prestigiosa y utilizada por los isabelinos, adquiere la máxima perfección en manos de Shakespeare. Su serie de 154 sonetos, escritos durante un período de veinte años (1589-1609), marcan la cúspide de esa cadena de destacados sonetistas que son Sidney, Spenser, Daniel y Drayton. Los sonetos de esta colección no están presididos por una unidad argumental sostenida: unos son lamentos sobre la adversidad, el paso del tiempo, la ancianidad, el desconsuelo del abandono; otros son amorosos o se preguntan sobre el propósito de la vida. Un buen número de los más tempranos van dedicados a un hermoso joven, dotado de muchas prendas, pero retraído, a quien el poeta le aconseja insistentemente que se case. Algunos de estos sonetos pueden relacionarse en su tema y estilo a la parte de Venus and Adonis en que la diosa presiona infructuosamente en este sentido sobre el desinteresado protagonista. Masefield se preguntaba si la primera intención de Shakespeare no fue engarzarlos en este poema. Otros se refieren a una mujer de ojos y pelo negros, tez blanca, ingenue, caprichosa y falsa, que espoleaba los celos del autor por sus atenciones hacia otro [p. XIV] poeta. Mucho se ha comentado sobre la colección de sonetos de Shakespeare, y todo lector inquisitivo o crítico competente puede darles una personal organización o interpretación de conjunto o por grupos. Pero Shakespeare, que vivió todavia siete años a partir de su publicación, no parece se preocupara lo más minima de dejar ninguna otra pauta para ordenarlos o interpretarlos, sino la edición existente y la lectura textual, soneto por soneto, de la colección, para que cada cual la entendiese libremente. Acaso por indiferencia, quizá para nuestra confusión, no sería imposible que para enseñarnos humildad, Shakespeare nos legó este pequeño cosmos para que nos afanásemos a extraer su belleza y aprenter sus lecciones, en la medida que podamos, como las extraemos y las aprendemos del gran mundo que nos rodea, sin insistir demasiado en las intenciones iniciales de su creador.

Sin embargo, todo lo mejor que escribió Shakespeare como poeta narrativo y sonetista, no es sino una muestra de lo que era capaz de ofrecer a la literatura inglesa y universal como dramaturgo. No será

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posible aquí presentar una relación de las fuentes de los dramas de Shakespeare, los cuales el estudioso las encontrará en la exhaustive obra Narrative and Dramatic Sources of Shakespeare, dirigida por Geoffrey Bullough; pero sí conviene al menos mencionar Las crónicas de Holinshed para los dramas históricos ingleses, la traducción que North hizo de Las Vidas de Plutarco para las obras de asunto clásico, las narraciones de Geraldi Cinthio, Giovanni Florentino, Bandello, Saxo Grammaticus y Antonio Eslava para las de motivos legendarios heterogéneos. Es imposible establecer la cronología precisa de la composición y representación de los dramas de Shakespeare, pero no es difícil exponer un escalonamiento convincente. En cuanto al texto hay que reconocer que ya hubo desde el principio una suerte excepcional, pues en 1623 sus amigos Heminge y Condell publicaron sus dramas completes en el llamado «primer folio», que cotejados con las obras particulares llamadas «cuartos», aparecidas subrepticiamente, proporcionan una sólida base para las ediciones posteriores. Apenas es necesario advertir que Shakespeare no se preocupaba de las unidades de lugar y de tiempo, y precipita [p. XV] o refrena la acción y altera o comprime los hechos según los requerimientos dramáticos; en cambio si es conveniente insistir en el hecho de que no escribía sus dramas para ser leídos. sino para ser llevados a la escena ante el público isabelino, abigarrado pero imaginativo, que si bien se prestaba a colaborar con el autor y actores en producir la ilusión en un nivel que el realismo moderno rechazaría, exigía en cambio una constante movilidad de acción o sensación de la misma. Por esta circunstancia es tan necesario ver estos dramas bien representados, pues pueden variar mucho ciertos aspectos de los mismos al pasar de la página a la escena y aun dar perfecta intelección, claridad y realce a actitudes o situaciones que leídas quedán apagadas o rehúyen la captación.

El monólogo es un procedimiento importante en Shakespeare. Se utilizaba en el teatro de la época como medio directo de la revelación del carácter. Shakespeare lo acepta como hizo con otras convenciones y se sirve de él en diferentes circunstancias tanto para ambientar un acontecimiento como para ensanchar las dimensiones psicológicas de la persona dramática. A medida que adquiere maestría en su carrera, aprovechará cada vez más el monólogo para dar profundidad al carácter o prescindirá de él. En los dramas introspectivos, el monólogo es una pieza clave; en otros queda suBordinado a la circunstancia externa o prácticamente suprimido. En Hamlet es de capital importancia, como lo fue en Richard II y lo será en Macbeth y en Othello, por lo que a Iago se refiere. No lo es tanto en King Lear; y menos en Antony and Cleopatra y Corialanus, dramas que se montan básicamente en la acción. Pero volverá a ser frecuente en The Winter's Tale, Cymbeline y The Tempest, si bien en esta obras el soliloquio es a la vez estructural y participa del consciente artificio y la contextura que distingue los dramas de su último período.

Pero lo que distingue a Shakespeare de otros dramaturgos, y aún más al Shakespeare maduro del de sus primeros tiempos, es su vitalidad —progresiva— de crear caracteres; esta condición de incorporar en el carácter dramático las posibilidades dispersas de la poesía general. Al acercarse al año 1600, con obras como The Merchant of Venice, As You like It o The [p. XVI] Merry Wives of Winsor, se percibe una vivificación del carácter, y las figuras más conseguidas suelen ser las cómicas. Como consecuencia probable de su necesidad de expresión recurre frecuentemente a la prosa. Julius Cesar (1597-98) marca un cambio. La grandeza del asunto devuelve al verso su importancia, y si la figura de Marco Antonio se presenta ya sutilmente elaborada y modelada en la acción, será en Bruto en donde hallaremos el carácter revelado y expresado de un modo dramáticamente funcional. Y Bruto —que arranca ya en la figura de Ricardo II (1594?), pues en Shakespeare nada se produce abruptamente— conduce a Hamlet, cuyo drama es un procedimiento en gran escala de conseguir la revelación del

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carácter del principal protagonista. Asimismo es en Hamlet en donde encontramos el verso cargado de una energía peculiar, que revela un proceso de máximo desarrollo de las facultades dramáticas del autor . No se trata del simple análisis del pensamiento y de la emoción: este procedimiento daría un drama estático; sino que la acción real o aparente emanará sobre todo de la expresión del carácter de Hamlet y las intrínsecas necesidades del argumento. Lo mismo ocurrirá en el movimiento de las rapidísimas escenas de la batalla en Antony and Cleopatra, y el terror y huida de la reina y el furor de Antonio después de la derrota final. Igualmente sucederá en King Lear, en donde el desplazamiento físico del rey buscando cariño entre una hija y otra, para ir a ampararse finalmente en Cordelia, acción que realiza a través de una tempestad, adquiere un significado emotivo y simbólico extraordinario.

Es también en este período de sobre el año 1600 cuando empezará a reflejar el lugar y la circunstancia indirectamente mediante los caracteres y su actitud. La descripción o la narración informativa escuetas tienden a desaparecer y fundirse en el carácter: es éste que de paso nos las dará, de un modo concentrado, cargado de efectividad. La hora, el día, la noche, el ambiente fisico o psicológico no se nos revelará ya directamente, sino implícitamente por el personaje o la situación, a veces con una sola palabra, un sencillo ademán. Se trata de una difícil y compacta incorporación de la poesia en el drama, eficazmente conseguida en no pocas ocasiones. Pero esta [p. XVII] economía llevada a un extremo exigiría una tensión que de un modo natural acusaría el público; entonces el dramaturgo relaja la atención con alguna variante descriptiva aun en los dramas más apretados: recuérdese la idílica descripción que el rey Duncan y Banquo hacen del castillo de Macbeth. Es un pasaje sereno, que contrasta intencionadamente con el trágico e inminente asesinato del confiado monarca. Pero uno de Los momentos más excelentes de dramatización de logar, ambiente y circunstancia psicológica, reflejadas en el carácter —acaso el más sublime y característico de todo Shakespeare— es la escena de la tempestad en King Lear, identificada con la desesperación y desazón del anciano padre. Aquí se interpreta una en términos de la otra, y se crea dramáticamente la escena desde dentro con la identificación del desgraciado rey con la tempestad. Y el encuentro final entre Lear y su hija Cordelia, de tanta economía verbal por parte de la joven, que con su sola presencia llena el ambiente de sublimidad y candor, constituye uno de los momentos más sobrios e indescriptiblemente afortunados de la literature dramática universal.

* * *

La trayectoria poética y dramática de Shakespeare se proyecta con una increíble rapidez. Una vez el poeta toma contacto con el arte su personalidad intelectual y dramática recibe un impulso tan vigoroso que en poco más de veinte años recorre los extremes que van desde su etapa lineal de iniciación hasta la pluridimensional y simbólica de su madurez. En la carrera dramática de Shakespeare existe un período juvenil y de adiestramiento, el más extenso, que ocupa alrededor de los primeros diez años de Londres (1590-1600). Es una época de entusiasmo renacentista, en la que su arte se manifiesta en su arrebol isabelino por media de sus poemas y sonetos, con el bullicioso frescor de sus comedias, con la áurea abundancia verbal de sus primeras tragedies y de sus dramas históricos. En ella escribe con una efervescente brillantez y la poesía emerge triunfalmente por entre la contextura dramática, en el fondo de la cual percibimos la presencia de Spenser, [p. XVIII] Marlowe y Lyly. A este período de aprendizaje en el que Shakespeare alcanza ya momentos de gran maestría y en el que no faltan ejemplos de una problemática que rebota sobre dramas posteriores, sucede una etapa central de plenitud (1601-9) en la que estilísticamente ha aprendido a seleccionar,

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corregirse, omitir y a utilizar la prosa con frecuencia. Aquí somete la poesía a las exigencias de la creación dramática; y la penetración psicológica, la revelación del carácter en la acción y la profundidad y complicación de las metáforas constituyen sus cualidades literarias esenciales. Desde el punto de vista moral y filosófico manifiesta un cambio de dirección hacia los temas sombríos y un acuciante interés por ahondar en el corazón humano con anhelos de experimentar en el problema del mal. Es la fase dura y firme de la edad media del hombre en la que como padre y como maestro no se detiene en disimular los escollos de la vida y de las almas, y en su lección se empeña, en subrayar con rigor las trampas en donde la adversidad espera, que suelen ser las grietas y las quiebras de nuestra conciencia individual. El último período creador de Shakespeare lo constituye el de su placentero retiro en Stratford (1610-13). Ha llegado el momento de la paz y la moderación, en la que parece que el dramaturgo, apartado de Londres y superada la zona de experimentación e investigación del lado siniestro de la vida, encauza los temas por buen camino, ofreciéndonos con sus últimos dramas una terminación armónic a de compensación moral y felicidad, una visión caritativa y gloriosa de la existencia. Esta zona vital y creadora, que fusiona todos los períodos anteriores y reincorpora la visión renacentista de la juventud, se inicia ya en su época media, para culminar en las obras serenas y esperanzadoras y terminar su carrera con su último drama sobre Enrique VIII, en el que, mediante el noble retrato de Catalina de Aragón, ensalza la conducta ejemplar de una mujer en unas circunstancias excepcionales.

Son 37 los dramas que escribe Shakespeare, comprendidos en 34 títulos, debido a que Henry IV consta de dos, y Henry VI de tres partes. Algunos no fueron compuestos íntegramente por él, pero indudablemente los corrigió y tuvo en ellos una buena parte. Este es el caso del drama sobre Tomás Moro, [p. XIX] que no se terminó ni llevó a la escena, y no se ha publicado hasta últimamente en sus obras completes. Shakespeare entra en liza con sus dramas históricos de asunto inglés, de los cuales escribirá diez, centrados en su mayoría en la Guerra de Las dos Rosas. Los principales son Richard II (1594?, pub. 1597), Henry V (1597 ?, pub. 1600) y Richard III (1591?, pub. 1597), y es tan viva la pintura de los protagonistas y del ambiente, que se puede decir que muchos ingleses conocen mejor los de talles de este acontecimiento y han aprendido más filosofía de la historia en estos dramas de Shakespeare que en la misma Historia de Inglaterra. Henry VIII (1613?, pub. 1623) también participa de estas mismas cualidades, y el derrurrlbamiento de la grandeza y la soberbia del cardenal Wolsey y la gloria meteórica de la audacia y la venalidad de Ana Bolena invitan a la meditación.

Alternando con los dramas históricos de sus primeros tiempos Shakespeare escribe comedias, cuyos convencionalismos habrá que aceptar para poder sacarles el debido rendimiento: situaciones artificiales, arreglos matrimoniales evidentes, felices y complicados finales, geografía fantástica. Sin embargo —y téngase en cuenta que Shakespeare no deja de ser él ni aun en la obra más endeble o descuidada—, de entre esas comedies primerizas pueden salir obras tan finamente acabadas en su estilo como Love's Labour's Lost (1591-3, pub. 1594), A Midsummer Night's Dream (1594?, pub. 1600) y As You Like It (1597?, pub. 1623) en las que la cortesía y la jovialidad de la primera, la complicada y tenue estructura de la segunda, las alternancias de gracia y melancolía de la tercera, y las filosóficas y poéticas reflexiones de todas ellas, constituyen no sólo una promesa cara al futuro sino una lección de vida y de comprensión, a la vez que una singular demostración de dominio artístico. The Merchant of Venice (1596?, pub. 1600) y Measure for Measure (1601?, pub. 1623) son comedias de carte trágico en que se está todo el tiempo bordeando la catástrofe. Ésta no se desencadena en la primera, gracias al habilidoso procedimiento de la intervención de Porcia que actúa como abogado contra el usurero judío; y en la segunda por la virtud y la serenidad, el conocimiento

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de los hechos y el [p. XX] dominio de las circunstancias, elementos que están todos en manos del duque de Viena, que vive en la ciudad en reclusión y vistiendo hábito de religioso. Esta obra es un avance del estilo dramático que Shakespeare utilizará en las dos grandes obras trágico-cómicas del final de su vida.

Pero donde Shakespeare alcanzará un renombre más universal será en el género trágico, al cual se dedicará preferentemente en la fase central de su carrera dramática. Probablemente de 1596 (pub. 1597) es Romeo and Juliet, este canto de cisne en holocausto al amor, que más que una tragedia es un poema dramático en el que la pasión y la muerte se dan la mano para celebrar para siempre el triunfo del amor romántico. El paso firme se llevará a cabo con Julius Cesar (1597-1600, pub. 1623) en el que la creación de las figuras de Bruto, Casio y Antonio, enmarcados opuestamente en las circunstancias históricas de la época, ponen a Shakespeare en la línea de sus grandes concepciones trágicas posteriores. La gran tragedia de Shakespeare es Hamlet (1601?, pub. 1603) y con ella empieza la serie de dramas siniestros que llevarán su nombre a todos los rincones de la tierra. Hamlet es la tragedia del príncipe atormentado que no sabe ni vengarse ni vivir sin hacerlo. Es la historia de un hombre cuya razón ha sido destronada por las circunstancias que le rodean y que es incapaz de enfrentarse con ellas hasta el final en que lo realiza inoportunamente. Es el hombre marcado que arrastra tras él a todos los que le rodean; pero que precisamente por su humana debilidad, su defectuosa grandeza, su actitud de protesta y de justicia, bien que llevada a una demencial distorsión de la realidad, los bombres de todos los tiempos se han sentido atraídos por él, tomándolo como un símbolo de la compleja y contradictoria manera de ser de la humanidad. A Hamlet se siguen Othello (1601-6?, pub. 1622), Macbeth (1606?, pub. 1608) y King Lear (1606?, pub. 1608): el drama de los celos, el de la perversa ambición, y el de la senil insensatez contrastada entre la egoista incomprensión y la angélica magnanimidad. Los tres son dramas angustiosos, de una fascinadora fuerta dramática. Son poderosas calas que el dramaturgo en su época dura filtra hasta el corazón del hombre. Técnicamente son dramas compactos y [p. XXI] organizados en que no falta ni sobra ademán ni palatra. El verso y prosa se complementan y todo en ellos es funcionalmente dramático. Con los amores maduros de Antony and Cleopatra (1606-8, pub. 1623), que tienen como escenario casi la totalidad del mundo civilizado antiguo, recogemos, si bien refrenado, el arrebol renacentista de la juventud de Shakespeare. En la romántica pasión de esta pareja mayor el dramaturgo cerraba la parábola trágica empezada con Romeo and Juliet unos quince años antes.

A partir de 1611 y en su casa de Stratford Shakespeare escribe Cymbeline , The Winter's Tale y The Tempest (publica dos todos en 1623) . Existe en estos dramas un cambio de modalidad demasiado profundo y radical para ser afectado sólo por presiones externas. La idea de la conversión, aunque no fuese exactamente religiosa, sino una reincorporación a la madurez de unas intuiciones ya presentidas en la juventud, un redondeamiento de la visión tradicional mediante el acercamiento de los planos de realidad natural e ideal —o sobre natural— es lo más aceptable: se trata de esa caridad del alma que la madurez trae consigo y al descubrimiento que tarde o temprano realize todo artista de que la vida está dominada por el poder de la ilusión. Los tres son dramas que contienen un importante germen de tragedia en un principio, pero al que Shakespeare, transformando el mal en bien, les da un final aleccionador y positivo. Los dos primeros son dramas de celos que podrían recorrer el mismo itinerario que Othello. The Winter's Tale , en realidad lo sigue; pero hay en el trasfondo del drama una sombra providencial extendida en ciertas circunstancias y sobre todo en una persona, Paulina, que dominan la adversidad y hacen que los errores, los crimenes y las desgracias ocurridas no sean exactamente tales y todo se restablezca a través del sacrificlo y la compunción. Si este drama es un

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Othello cuyo viraje en su punto clave le da un final feliz, The Tempest es un Hamlet que ya comienza con buena disposición. La parte desagradable del drama ya ha ocurrido al empezar. Próspero, el duque de Milán, ha sido suplantado y desterrado con su hija Miranda, por su hermano. Próspero es un hombre caritativo y poseedor de unos mágicos poderes, [p. XXII] que utilizará para llevar a todos sus enemigos por el camino del bien y casar felizmente a su hija con el príncipe de Nápoles. Estas obras últimas de Shakespeare son lecciones de sabiduría y alegría mucho más sutiles, simbólicas y profundas de lo que una ojeada rápida nos pudiera hacer creer. Cuando Próspero en su epílogo recite aquellos sencillos y entrañables versos, hace pensar en que Shakespeare se despide del público y de su arte con una nota ejemplar de sabiduría y humildad:

Aquí terminan todos mis hechizos, y el poder que me queda es sólo mío, que es bien poco. .........................................................

Ahora yo carezco de espíritus que ayuden, de artes de encantamiento, y mi final es la desesperación si la oración no viene a socorrerme, la cual se filtra tanto que consigue asaltar la misma gracia.

Aquí nos anuncia el maduro Shakespeare, al final de su carrera, que por encima del arte del hombre más genial existe un arte superior de humildad y caridad que es el único que puede darle al hombre la maestría de sí mismo y de la vida.

I I

MENÉNDEZ PELAYO Y SU TRADUCCIÓN DE SHAKESPEARE

Puesto que el propósito de Menéndez Pelayo consistía, según se desprende de sus palabras, en verter al español la obra entera de Shakespeare, es ocioso especular sobre el criterio selectivo que le guió a escoger los cuatro dramas que tradujo frente a los demás. Lo que sí resulta evidente es que el [p. XXIII] Menéndez Pelayo de la juventud —tenía 25 años cuando apareció su volumen shakespeareano— se interesaba más por la vertiente trágica del dramaturgo inglés que por sus posibilidades en el sector de la comedia o del drama histórico. Otra observación consiste en que de las cuatro obras presentadas no hay ninguna que pertenezca a la última fuse del itinerario dramático de Shakespeare, que tanto interés viene despertando desde hace algunos años. Esto, sin embargo, tendría una justificada explicación: en el período en que Menéndez Pelayo traducía a Shakespeare dominaba aún la ideología romántica, y ésta había sentido predilección por la vertiente trágica del autor británico. He aquí quizá las ratones básicas de una selección, que lógicamente tuvo que haber habido, puesto que las obras elegidas por el joven traductor no se ajustan ni a un sistema cronológico de redacción ni a la tradición editorial inglesa de la obra shakespeareana. No obstante, sin duda todas ellas son dramas del máximo valor. The Merchant of Venice es una tragicomedia en la que se enaltece la amistad y la magnanimidad y se revela y confunde el torcido resentimiento racial y la

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incompatibilidad ideológica; Romeo and Juliet es una tragedia poemática en la que se exalta el amor romántico de la primera juventud; Othello representa el derrumbamiento de la razón de un hombre bueno debido a la infección de los celos; Macbeth dramatiza la ambición del poder, abriéndose paso hacia el crimen, para abocar en la desesperación, la locura y la muerte.

Cronológicamente, el primero de estos cuatro dramas es Romeo and Juliet (posiblemente del año 1595). Se trata de una obra de juventud en la que la pasión amorosa impremeditada y romántica se interpreta a escala universal por la pareja Julieta-Romeo en el arrebolado marco decorative de la poesía renacentista. La fuente primitiva de evitar el matrimonio mediante una droga, que es el argumento principal de esta tragedia, es antigua y precede de una novela de Jenofonte de Éfeso, del siglo II ó III. Los nombres de los protagonistas y la querella de Los Capuleto y Los Montesco le llegaron a Shakespeare de los autores italianos Luigi da Porto y Bandello y a través del francés Pierre Boaistuau; pero, sobre todo, de un [p. XXIV] poema y una versión en prose del tema que existían en inglés por obra de Arthur Brooke (1562) y William Painter (1567), escritos unos treinta años antes que el drama de Shakespeare. El argumento de Romeo and Juliet se desarrolla en Verona, en donde dos important es familias de esta ciudad viven desde tiempo en franca oposición y discordia. Al baile tradicional de los Capuleto, que esta vez parece coincid ir con la presentación en sociedad de Julieta, asiste Romeo, vástago de Los Montesco, protegido por un antifaz. Allí se enamora inmediatamente de Julieta, viéndose correspondido por la joven Capuleto. Terminado el festival, Romeo acude al balcón de Julieta y se prometen mutuo amor a pesar de saber que pertenecen a familias irreconciliables. De este idilio nocturno, impregnado de pasión y revelado con todo el decorativismo de imágenes y estilo de la poesía renacentista, nace la promesa de matrimonio de la joven pareja para la mañana siguiente. A partir de este momento los amantes se ven motivados por una gran precipitación; pues es evidente que los Capuleto encaminarán los asuntos para que Julieta sea pronto la esposa del conde Paris, sobre todo desde la presencia en escena de Romeo. El Padre Lorenzo casa secretamente a Romeo y Ju lieta, pero, poco después de la ceremonia, el primo de la joven provoca imprudentemente a Romeo y muere herido por éste. El hecho lleva a Romeo al destierro para el próximo día. Después de pasar la noche con Julieta, Romeo sale hacia Mantua al filo del alba. Pero los asuntos se complican. El conde Paris presiona; la madre obliga; el padre manda y señala una fecha para el enlace de su hija con Paris. Julieta no se atreve a poner de manifiesto que ya está casada con Romeo, y acude al Padre Lorenzo en busca de consejo. El religioso, para ganar tiempo, recurre al ardid de la droga que dejará aparentemente sin vida a Julieta durante 42 horas: el tiempo preciso para poner a Romeo al corriente de lo que debe hacer. El plan es magnífico, Julieta lo acepta resueltamente; pero falla la ejecución. El mensaje del Padre Lorenzo no alcanza a Romeo; ha habido un juego de circunstancias que no se han podido controlar. El joven, que se ha enterado de lo aparente como real, se ha adelantado; el Padre Lorenzo, si bien viene a la hora de ver [p. XXV] despertar a Julieta, no lo hace a tiempo de evitar la muerte de Romeo. Al volver en sí Julieta y encontrar a Romeo muerto a su lado, se apresura a seguirle, sirviéndose de la daga de su amante en un momento de distracclón del religioso. El Padre Lorenzo explica lo ocurrido, y los Capuleto y los Montesco, reconociendo los funestos resultados de su enemistad y unidos por la fuerza de los acontecimientos, llegan a una tardía pero sincera reconcillaclon.

Los elementos dramáticos quedan constituidos por: 1) La oposición de las dos familias veronesas. 2) La atracción predestinada que existe entre Romeo y Julieta. 3) Un elemento de fatalidad que va hilvanando con puntadas negatives la obra, y que es presentido por Romeo la noche del baile, antes de entrar en casa de Julieta. 4) Es un drama de precipitaciones en el que los retrasos son tan funestos

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como las impaciencias: presión del conde Paris y de los padres para casar a Julieta; precipitación de los amantes para conseguir su fin, adelantándose a los acontecimientos; retraso del mensaje enviado a Romeo; retraso del Padre Lorenzo al mausoleo de los Capuleto; Julieta despierta unos segundos tarde. 5) Reconciliacíón de las familias, unidas y aleccionadas por el desastre. Una última observación, que viene a ilustrarnos con cuánta austeridad respecto de là presencia de la mujer el gran dramaturgo isabelino montaba un drama. Romeo and Juliet es definitiva mente un drama de amor. Pues bien, en este drama sólo existen cinco contactos entre los amantes, algunos de ellos brevisimos: la escena del baile, la del balcón, la ceremonia del enlace, la de las nupcias —naturalmente invisible— seguida de la despedida, y la de la tumba, en la que uno de los dos, real o aparentemente, ya no existe.

La narración del desconsiderado judío de The Merchant of Venice (1596?) deriva de una de las historietas contenidas en Las Gesta Romanorum (siglo XIII) que Giovanni Fiorentino tradujo al italiano a fines del siglo XIV con el título de Il Pecorone (El atontado) y que se publicó en 1558. En la obra primitiva ya se halla el episodio de los tres cofres. También hay que tener en cuenta, entre otras fuentes, Il Novellino de Masuccio y The Jew of Malta de Marlowe.

[p. XXVI] A sus dos aspectos cómico y trágico, centrados en las escenas de los cofres y de las sortijas y en la del juicio, The Merchant of Venice añade un doble argumento: el que se deriva del amor y la amistad Bassanio-Porcia, Bassanio-Antonio, y el que se basa en el duelo entre la rencorosa envidia y la magnanimidad, representadas por Shylock y Antonio, manifestadas en la perversa obsesión del judío en cerrarse a la voz de la clemencia y en empeñarse en hacer sentir el peso de la ley sobre una persona que, como el mercader veneciano, poseía las virtudes de la generosidad y la fortaleza en grado máximo.

El esquema argumental es el siguiente. Bassanio, un apues to caballero veneciano de buena familia, venida a menos, se ha enamorado de Portia, la joven dueña de Belmont, cuya belleza y riquezas atraen pretendientes de todos los confines. El padre de Portia, al sentirse morir, había tenido la extraña inspiración, consignada en el testamento, de que su hija no debía casarse sino con el hombre que acertara a adivinar en cuál de Los tres cofres —de oro, plata y plomo— se encontraba el retrato de la dama. Con el fin de ponerse en condiciones de rivalizar con los demás candidatos, Bassanio acude a su amigo Antonio para que le preste 3.000 ducados. Pero Antonio, que en este período tiene todo su dinero empleado en expediciones rnercantiles, decide pedir al usurero judío Shylock la suma que Bessanio necesita. Shylock —dramáticamente el personaje más importante de la obra— odia intensamente a Antonio por tres motivos: por ser cristiano, por prestar dinero sin interés y porque sabe que le desprecia a él y a su raza. Sin embargo, se apresta a facilitar a Antonio los 3.000 ducados sin rédito por un plazo de tres mesas con la condición de que, si el mercader no se los devuelve puntualmente, tendrá que pagar la deuda con una libra de su propia came. Horrorizado, Bassanio invite a su amigo a desistir de un compromise tan insensato; pero Antonio acepta desdeñosamente el pacto, confiado en que sus naves llegarán con tiempo suficiente.

Mientras tanto, Bassanio ha hecho el viaje a Belmont, y Portia se ha enamorado de él y se lo confiesa. Guiado por su amor y por la inscripción, Bassanlo tiene la finura mental de escoger el cofre de plomo en el que se halla el retrato de la [p. XXVII] joven, terminando aquí las dudas y temores de ambos enamorados, que se preparan para la boda. También Graciano, el amigo de Bassanio, sabrá conquistar el cariño de Nerissa, la doncella de Portia. Ambas jóvenes, apasionadamente ilusionadas, entregan a

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sus novios unas sortijas como prenda de fidelidad para toda la vida. Pero, en medio del regocijo de los amantes, llega a Belmont un mensajero con una abrumadora carte de Antonio en la que notifica a Bassanio que sus naves se han extraviado, y que, habiendo expirado el plaza de tres meses, se encuentra a merced de Shylock y con el caso ante los tribunales.

Portia —el otro importantísimo carácter del drama— no pierde momento, precipita la boda, y envía a Bassanio a Venecia con todo el dinero que el judío pueda exigir por el compromiso y salvar así a su amigo Antonio. Ella misma, disfrazada de varón, se presenta en el juicio en sustitución del abogado que debía intervenir en la defensa de Antonio, acompañada de Nerissa como escribiente. El juicio constituye el punto culminante del drama y en él se revelan vivamente el espíritu y condiclón de los personajes enfrentados. La intervención de Portia —fingiendo ser el joven abogado romano Baltasar— es dramáticamente brillantísima, y nos incita a pensar en la extraordinaria habilidad del niño que representaría este dificilísimo papel en el teatro isabelino. Portia, en cuanto abogado, empieza su defense apelando a los sentimientos del judío y argumentando sobre la virtud de la clemencia, dádiva del cielo y mitigadora de la justicia. Es una excelente introducción en la que Portia ejercita sus nobles cualidades persuasivas para convencer a Shylock; pero el judío, apoyado en la ley, insiste en obtener la libra de carne de Antonio, rechazando la suma, diez veces mayor de la comprometida, que le ofrece Bassanio. La causa parece perdida para Antonio, y éste se despidde serenamente de su amigo. Pero cuando el judío se adelanta, cuchillo y balanzas en la mano, para cobrar la deuda, Portia le confunde y anonada, apoyada precisamente en la justicia: en el compromiso está escrito que debe ser exactamente una libra de came, y no se habla de sangre; por tanto, si Shylock corta un gramo más o menos y en el acto hay [p. XXVIII] derramamiento de sangre, el judío habrá quebrantado el compromiso y Portia pedirá su muerte y la confiscación de sus bienes. Shylock se encuentra aquí condenado por los mismos principios legales que había invocado y, a la vista de la imposibilidad, desiste de su intento. Las autoridades y sus adversarios en el pleito tienen entonces ocasión de aplicar la clemencia que él había rehusado para los demás. El duque de Venecia le perdona la vida, y la confiscación para el estado la mitad de sus bienes. Antonio renuncia en Shylock la otra mitad que el duque le había otorgado como compensación, a condición de que el judío se convierta al cristianismo. Shylock sale de la audiencia confundido, pero en el fondo, contento.

Agradecidísimo Bassanio de la actuación del abogado, le ofrece Los 3.000 ducados objeto del pleito. Como es de su poner, Portia —como abogado Baltasar— no los acepta, pero le pide el anillo que sabe lleva en el dedo. Bassanio es consciente de que no debe deshacerse de él; se resiste, annque se le hace imposible negárselo al defensor que ha salvado la vida de su amigo. Asimismo Nerissa —como escribiente— reclama la sortija de Graciano. En este punto la tragicomedia queda superada y la obra tiende rápidamente a la convención có mica.

Portia y Nerissa regresan a Belmont antes que sus maridos, y al aparecer éstos les preguntan inmediatamente qué ha ocurrido con las sortijas. Mediante una variación temática de la escena del juicio, acusan a sus maridos de infidelidad y les amenazan con tomarse por venganza las mismas libertades que pretenden creer que se han tomado ellos. La fingida rencilla no será duradera y pronto se habrán aclarado los malen tendidos. Portia revela su actuación como abogado de Antonio; llegan noticias de que los barcos del mercader han arribado' salvos a puerto, y la obra termina con una nota de encantadora y reconciliatoria alegría.

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The Merchant of Venice es un drama muy variado, de problemática humana, religiosa y moral, que contiene fragmentos tan felices en el aspecto serio y profundo (el discurso de Portia en el juicio) como ágiles y poéticos (el dúo Lorenzo-Jéssica —la hija del judio y su navio— hacia el final de la obra). [p. XXIX] Si bien es cierto que objetivamente Shylock es tratado con injusticia, y que la escena del juicio, acertada como resulta en la representación, delata al instante su procedencia del mundo de la fábula, debemos convenir en que el tema principal lo constituye el pleito entre la ley y la clemencia, y la lección de Shakespeare consiste en demostrar que quienes se empeñan en rechazar la clemencia para ajustarse estrictamente a la ley tienen que ester dispuestos a atenerse a las consecuencias.

Othello, representado por primera vez en 16044, deriva de una novelita contenida en los Hecatommithi (Colección de 100 mitos) del italiano Geraldi Cinthio (1565, traducción francesa de 1584), si bien la obra de Shakespeare se aparta de la fuente en no pocos detalles. En Cinthio el único carácter que tiene nombre es la heroine, a la que llama Disdemona; al marido se le llama el moro, y a Iago, el abanderado. Se desconoce la procedencia del nombre del protagonista.

Othello es el drama más concide de Shakespeare, el de argumento más apretado, y cuya versificación se pliega a la acción del modo más admirable. Hamlet, con ser un drama interno, levantado muy subjetivamente por el príncipe danés, todavia presenta elementos externos y concretos, de cierto calibre, que constituyen el baluarte contra el cual Hamlet se bate. Pero Othello se levanta desde dentro sobre nada, la tremenda monstruosidad de los celos del moro, pilotados por la fría maldad, la desalmada perversidad de Iago. En Hamlet podemos objetivar la presión dramática en la vindicativa exigencia del espectro y el espectáculo un poco indecoroso de la pareja madura que se regocija ante los ojos del ensimismado y melancólico príncipe. En Othello la presión viene de dentro. Nace en el resentido y retorcido carácter de Iago, se ceba en la noble y sencilla personalidad de Otelo, aniquilando como un vendaval de locura la magnífica pareja Otelo-Desdemona. Iago representa la perversión y la mezquindad calculistas, que filtrando inteligentemente su veneno en un alma brava y generosa como la del moro la enturbian y pervierten, la ciegan al bien y a la serenidad, y la preparan para el mal. Iago y Otelo son dos caracteres distintos, que en un [p. XXX] momento dado pueden concordar y compenetrarse admirablemente. La inteligente perversidad de Iago y el generoso apasionamiento de Otelo pueden aunarse en según qué circunstancias como caballo y caballero para la acción común fatal. A pesar de sus diferencias, concurren en ellos no pocas coincidencias reales o aparentes: son ambos celosos, honrados profesionales, puntillosos. En Iago se puede discutir su dignidad profesional, ya que la apreciación que hace de Cassio como militar no parece objetiva; pero no son nada sospechosos el valor militar y la pericia de Iago, méritos que el propio Otelo admira. Los celos y la tendencia puntillosa de Iago, annque sometidos y fríos, no son menores que los de Otelo, francos y desbordados. La tragedia la desencadena Iago descargando su funesta carga negativa sobre Otelo, a quien centrará y orientará camino del mal en el momento en que la tentación —el supuesto delito de Deséemona— se adueña del alma del arrebatado general. Por su parte, Desdemona apenas tratará de evitar la desgracia, percibiendo de antemano que el intento sería ocioso. Iago y Otelo son los polos de la tragedia, montada subjetivamente sobre nada concreto, y originada en un grano de mostaza que encerrado en el corazón del héroe echará raíces, tronco y ramas de proporciones tan colosales que, derribando fulminantemente a la razón, anonadará la personalidad del héroe.

Desdemona, hija del senador veneciano Brabancio se ha casado secretamente con Otelo, un valeroso general moro al servicio de Venecia. Invitado frecuentemente a casa del senador, Otelo había

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conquistado el amor de la joven con la historia de sus hazañas, contada como en familia durante la sobremesa. Brabancio acusa a Otelo de haberle raptado a su hija, pero en este mismo momento llegan noticias de Venecia de que los turcos preparan un ataque contra Chipre y se requiere la pericia del moro para enfrentarse con ellos. Este hecho pone en seguida de relieve la categoría nacional del personaje y realza su básica sinceridad al intentar justificarse ante el duque de Venecia. Otelo parte para Chipre, en donde se le reúne Desdemona, acompañada por Iago, abanderado de Otelo. Iago está furioso y celoso contra Otelo por dos [p. XXXI] razones: porque Otelo ha nombrado lugarteniente a Cassio cuando creía que era él quien merecía el ascenso, y porque cree —y así lo dice— que Otelo ha estado con su mujer Emilia, absurda suposición que no se fundamenta en el drama. Iago anuncia que Desdemona será el instrumento de su venganza: «mujer por mujer». Una vez en Chipre, y ganada la batalla contra los turcos, Otelo se retira al castillo con Desdemona dejando la plaza al cuidado de Cassio y Iago. Éste compromete a Cassio en una ruidosa juerga nocturna, viéndose Otelo obligado a destituirle. Cassio acude a pedir la intervención de Desdemona, aconsejado por Iago, con el fin de sugerir a Otelo que su mujer tiene sus razones para ayudar al lugarteniente. Las reticencias, las medias palabras y el tono comedido de Iago son lo que envenena al moro. Una prueba rebuscada y falsa —la del pañuelo— ofuscará a Otelo llevándole a la desesperación y a su celosa locura. En este estado, estrangula a Desdemona, que no se atreve a defenderse, por considerarlo inútil. El sentido común lo aclara todo; a Otelo se le cae la venda de los ojos en el momento en que ha matado a su mujer, y se suicida. El carácter de Cassio se reivindica, y Iago, motor de la desgracia, será merecidamente castigado.

La fuerza de la tragedia estriba en el desmoronamiento de la conciencia de Otelo por obra de la inteligente perversidad de Iago. El carácter del general, al mismo tiempo que grande es tan íntegramente ingenuo, que si por una parte no se le ocurre dudar de la buena fe de su abanderado, por otra desconfía de su propio valor para retener el cariño de una mujer tan adorable como la suya. Desdemona, enamoradísima de Otelo, como lo declara ante el senado y se demuestra a lo largo de la obra, es una de las figuras más finas de la galería de mujeres shakespeareanas.

El argumento de Macbeth, aunque organizado diferentemente por Shakespeare, precede de la Chronicle of Scottish Histoty (1578) de Holinshed. Allí se encuentran los principa les caracteres, que Shakespeare alterará o configurará a su gusto, y también el episodio de las brujas.

En sus grandes tragedias, Shakespeare escoge a un personaje bueno y de gran categoría —cuya naturaleza, como la [p. XXXII] de todo hombre, tiene un fallo fundamental— y lo coloca en la circunstancia en que este defecto debe ponerse a prueba. En Hamlet es la vengativa irresoloción del príncipe danés; en Othello, la celosa condición del general veneciano; y en Macbeth, la ambición del ilustre guerrero escocés espoleada por unos indicios sobrenaturales y llevada a la exacerbacion por lady Macbeth. Pero si en Hamlet y en Otelo, dentro de sus niveles de culpabilidad, encontramos unas posibilidades de justificación, en Macbeth y su mujer irrevocablemente no se vislumbran. Son dos seres arrastrados hacia el mal por la ambición de poder, en cuyas almas no aparece un resquicio para la salvación.

Macbeth es la tragedia de Shakespeare en la que se establece con más claridad la proposición de si el hombre es o no un juguete del destino, y en la que se expone de un modo más tajante el problema del mal y la libertad. Macbeth, y más aún lady Macbeth, sucumben tan irreflexivamente a la apasionada ambición, que constituye el gran defecto de su carácter, que pierden por completo el señorío de sus

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almas y son derrumbados del pedestal de la razón por las fuerzas del mal.

Macbeth, pariente del rey Duncan de Escocia, es un hom bre de indiscutibles cualidades y gran valor militar. Al empezar el drama lo encontramos acompañado de Banquo, otro general escocés, de regreso de una batalla en la que acaban de derrotar al ejército del rey de Noruega y a dos facciones locales en Fife. La capacidad que ha demostrado poseer Macbeth para vencer a sus tres enemigos externos fracasará al encon trarse con los tres enemigos que pretenden asaltar su fortaleza moral: su ambición, unas halagadoras voces del destino representadas por las brujas y la maléfica influencia de su ambiciosa mujer.

Al atravesar un erial, camino del palacio de Duncan, en Forres, Macbeth y Banquo se encuentran con tres brujas que saludan al primero como señor de Glamis —título que posee—, señor de Cawdor y aun rey de Escocia, objetivos estos dos en los cuales jamás había soñado el bravo general. Banquo protesta de que estas extrañas apariencias hayan sido tan [p. XXXIII] generosas en las predicciones de su compañero y en cambio no le digan nada a él «que ni pide ni teme sus favores ni su odio». Las brujas entonces saludan a Banquo y le prometen que, aunque él no reinará, sus hijos serán reyes. Estas palabras siembran la semilla del desconcierto en el alma de Macbeth, si bien dejan a Banquo serenamente escéptico.

Al llegar al palacio, el rey ratifica a Macbeth en el nombramiento de señor de Cawdor. Este hecho, que venía a cumplir la predicción de una de las brujas, levanta en su ánimo la ambición de la realeza prometida. Mas ¿cómo podría convertirse en realidad la envidiable salutación de la tercera bruja? La dignidad de señor de Cawdor se le había concedido con una casi milagrosa naturalidad; si operaba con él así el destino, del mismo modo alcanzaría el cetro. Pero esto se mostraba como algo imposible, pares el rey Duncan y los príncipes le cerraban el camino, y sólo el pensamiento de aniquilarlos, de momento le parecía odioso. Pero el veneno de la ambición ya se había filtrado en el ánimo de Macbeth, y, al entrar en contacto con su mujer, la trayectoria se hacía clara: era preciso forzar el destino, provocando la muerte del rey. Aquí la casualidad venía a favorecer las circunstancias y a espolear la tentación de la ambiciosa pareja: el rey Duncan llegaba a Inverness, para pasar la noche en el castillo de Macbeth. Todo estaba, pues, al alcance de la mano, y vencidos los escrúpulos de conciencia por la insidiosa presién de su mujer y la visión de la daga, Macbeth asesinaba al rey.

A la mañana siguiente se descubría el horroroso regicidio, y a pesar de que las apariencias acusaban a los embriagados chambelanes del rey, y aun a los príncipes Malcolm y Donalbain, Banquo sospecha que Macbeth es el autor del asesinato. Los príncipes, temiendo ser víctimas de la misma fuerza destructiva, huyen uno a Inglaterra y otro a Irlanda. Vacante el trono escocés, Macbeth es elegido rey, por ser el pariente más cercano. En realidad se habían complido hasta aquí las profecías de las brujas y Macbeth podría considerarse satisfecho. Pero ello no va a ser así. Si las brujas descifran los destines, Macbeth piensa que no serán sus hijos, sine los de Banquo, quienes tarde o temprano reinarán. Por tanto, en [p. XXXIV] esta cadena de crímenes que ha empezado están incluidos Banquo y su hijo Fleance. El padre sucumbe en el atentado pero el hijo consigue evadirse, circunstancia que hará qué con el tiempo se cumpla la predicción que las brujas revelaron a Banquo.

Este comportamiento conducirá a Macbeth a una enfermiza condición mental y una situación política insostenible. Su impopularidad va en aumento, la desconfianza crece, la oposición se delata

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abiertamente, y los nobles escoceses que sienten responsabilidades políticas huyen a Inglaterra para pedir ayuda al rey Eduardo (el Confesor) y convencer el príncipe Malcolm que debe aceptar el cetro de Escocia. Desesperado Macbeth acude a consultar a las brujas respecto de su futuro. La extraña respuesta que recibe le alivia hasta el punto en que su derrumbada conciencia es susceptible de apreciar el consuelo: Macbeth no será vencido hasta que el bosque de Birnam avance hasta Dunsinane. Como esto está en oposición a toda ley natural, la posibilidad de mantenerse en el trono parece asegurada; pero Macbeth ha llegado a tal estado que no puede conciliar el sueño; su mujer enloquece y se suicida; y el mundo, cuyos honores tanto había codiciado, le parece un cuento relatado por un idiota. En estas circunstancias el príncipe Malcolm, al mando de una combinación de fuerzas inglesas y escocesas, aparece por el bosque de Birnam con sus nobles Siward, Macduff, Angus y otros, y ordena que las tropas se camuflen con ramas y adelanten hacia el castillo de Macbeth en Dunsinane. Así se viene a cumplir también, aunque de un modo increíble en un principio, la última predicción de las brujas. Macbeth es derrotado y muerto, y Malcolm es coronado como legítimo rey de Escocia.

No es precise subrayar la importancia moral de una obra que es una cascada de excelente poesía dramática. El final de Macbeth y su mujer, a pesar de ser personalidades que para la realización del mal están al nivel de su misión, no puede ser otro ni en el mundo poético ni en el real. Shakespeare no fuerza la moraleja de la última escena del drama, que es rapidísima y conclusiva en sí misma. Macbeth es un poema trágico sin fallos, cuya economía verbal es ejemplar. [p. XXXV] Constituye una poderosa y terrible realidad revestida de un trágico esplendor, que muestra hasta qué abismos de horrorosa perversidad puede hundirse el alma de un hombre cuando ésta ha sido apresada por las fuerzas del mal.

* * *

Toda traducción es una labor arriesgada, y la de Shakespeare de ningún modo puede considerarse una excepción. Aunque sus grandes dramas, por lo trabajados y llevados a la escena, son muy conocidos, Shakespeare presenta siempre problemas de semántica y estilo, alusiones recónditas y errores textuales, de difícil superación para el traductor. Aceptado de antemano un buen conocimiento de la obra y del lenguaje shakespeareanos, al momento de su traducción aparecen escollos imposibles de salvar. Hay frases cuyo significado creemos entender; pero no podemos asegurar que nuestra interpretación sea ni la única ni la veraz. Sin antecedentes españoles fieles en los cuales pudiera confiar, Menéndez Pelayo se encontró, por tanto, con todas las escabrosidades que presenta una traducción de Shakespeare, y si bien su versión de los cuatro dramas publicados en 1881 está hecha con una agilidad que promete que de ella resultarán buenas representaciones, es preciso reconocer que hay detalles en los que, por una u otra razón, el traductor se apartó bastante del texto shakespeareano. Es verdad que, como afirma en su advertencia preliminar, su propósito no consistió en hacer una traducción «literal o interlineal» del texto, sino en ser «más fiel al sentido que a las palabras» con el fin de interpretar lo mejor posible el espíritu de Shakespeare para las generaciones españolas de los dos últimos decenios del siglo XIX. Sin embargo, hay momentos en que sorprende su libertad de interpretación, puesto que la versión recta hubiera sido más apropiada. Se comprenden las elisiones de frases o la reducción de ciertos pasajes que a su juicio pudieran retener la acción, por considerarlos innecesarios, parentéticos, o por parecerle demasiado recargados o distanciados del estilo que él quería [p. XXXVI] utilizar; lo que cuesta comprender son ciertas omisiones o desviaciones del texto cuando éste exigía la simple traduccion literal.

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Unos pocos ejemplos servirán para ilustrar de un modo concreto lo que acabo de apuntar. En Romeo and Juliet , cuando los jóvenes protagonistas entran en contacto en la escena del sarao en casa de los Capuleto, se recitan un soneto dialogado en el que, utilizando las metáforas del peregrino y la santa y las palmas y los besos, se manifiesta su amor. Entonces Romeo recela de haber sido demasiado atrevido; pero Julieta le contesta:

Good pilgrim, you do wrong your hand too much Which mannerly devotion shows in this; For saints have hands that pilgrims' hands do touch, And palm to palm is holy palmers' kiss. (Acto I, esc. V).

Si la interpretación que Menéndez Pelayo ofrece de todo el soneto me parece ya excesivamente libre, la prosificación del segundo cuarteto, realizada en dos líneas, da una idea completamente alejada de la disposición e intenciones de Julieta.

En Macbeth se encuentran también momentos que, sin presenter graves dificultades, han sido defectuosamente traducidos, probablemente por precipitación. Cuando Macbeth y Banquo tropiezan con las brujas y éstas colman de buenas promesas a Macbeth, Banquo se dirige a ellas con estas palabras:

My noble partner You greet with present grace and great prediction Of noble having and of royal hope, That he seems rapt withal. To me you speak not. If you can look into the seeds of time And say which grain will grow and which will not, Speak then to me, who neither beg nor fear Your favours nor your hate. (Acto I, esc. III).

[p. XXXVII] La versión española de este fragmento resulta poco efectiva comparada con el original y en la traducción de los dos últimos versos se observa una grave omisión.

Parecido procedimiento de reducción, con semejante re sultado, encontramos en la misma obra cuando Malcolm comunica al rey Duncan la muerte del señor de Cawdor:

My liege, They are not yet come back. But I have spoke With one that saw him die; who did report That very frankly he confess'd his treassons, Implor'd your highness' pardon, and set forth A deep repentance. Nothing in his life

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Became him like the leaving it: he died As one that had been studied in his death To throw away the dearest thing he ow'd As 'twere a careless trifle. (Acto I, esc. IV).

Aquí la traducción de los tres últimos versos, leída atentamente, descubre la falta de lógica de su significado.

Asimismo las últimas palabras que acerca de la vida pronuncia Macbeth, cuando le anuncian la mnerte de su mujer:

Out, out, brief candle! Life's but a walkink shadow, a poor player That struts and frets his hour upon the stage And then is heard no more: it is a tale Told by an idiot, full of sound and fury, Signifying nothing. (Acto V, esc. V).

Aunque en este fragmento no ha habido apenas omisiones y no se ha co metido ningún desliz —o libertad— de interpretación, estoy seguro de que la versión de la última sentencia hubiera conseguido una superior efectividad dramática de haberse realizado de un modo literal.

Sin embargo, al enjuiciar una labor como ésta, considero [p. XXXVIII] más adecuada la valoración de los aciertos de conjunto y de detalle conseguidos que la detección de las transgresiones. En este caso, teniendo en cuenta la idea de Menéndez Pelayo de plegarse a la «sencillez, a la sobriedad y al servicio del estilo» de nuestra lengua, se logró cumplidamente el objetivo. En The Marchant of Venice, la consciente apelación de Porcia a la clemencia del judío, ante el tribunal veneciano, en defensa de Antonio (Acto IV, escena I), es un ejemplo de buena traducción en prosa del original shakespeareano; y la contestación de Porcia al agradecimiento de Antonio (hacia el final de la misma escena), un modelo de reducción. Igualmente en Othello: el discurso que el moro hace ante el senado de Venecia, exponiendo la naturalidad de los medios de que se ha valido para conquistar a Desdemona, y la encantadora confesión de amor que la joven esposa hace seguidamente (Acto I, escena III), son dos buenos ejemplos también del procedimiento de adaptación y reducción eficazmente conseguidos.

En conjunto, hay que convenir que la traducción de estos cuatro dramas realizada por Menéndez Pelayo fue una noble empresa; y si lo que él se propuso fue dar una versión sencilla y sobria, que pudiera leerse con facilidad, con el fin de «popularizar» en la España de su tiempo la obra del «más grande de los dramaturgos del mundo», es seguro que lo consiguió. Por otra parte, causa verdadera admiración el hecho de que, un hombre que sostenía un ritmo de trabajo como Menéndez Pelayo y sentía la presión de tantos intereses literarios que exigían su solicitud, se ilusionara en traducir a Shakespeare y le rindiera homenaje vertiendo al español cuatro de sus grandes dramas.

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DRAMAS DE GUILLERMO DE SHAKESPEARE —

[p. 3] ADVERTENCIA PRELIMINAR

Sale a luz este primer tomo de la versión de Shakespeare, sin la biografía y juicio del autor que debían encabezarle.Ocupaciones y tareas de todo género, falta de reposo, y aun obstáculos literarios que fuera largo enumerar, nos hacen diferir para remate del último volumen lo que debió ir en el primero. Quizá con la tardanza resulte menos imperfecto nuestro estudio.

En la traducción he procurado, ante todo, conservar el sabor del original, sin mengua de la energía, propiedad y concisión de nuestra lengua castellana. Muchas veces he sido más fiel al sentido que a las palabras, creyendo interpretar así la mente de Shakespeare mejor que aquellos traductores que crudamente reproducen hasta los ápices del estilo del original, y las aberraciones contra el buen gusto, en que a veces incurría el gran poeta. Como la gloria de Shakespeare, el más grande de los dramáticos del mundo (aunque entren en cuenta Sófocles y Calderón), no consiste en estas pueriles menudencias, sino en el vigor y verdad de la expresión, y sobre todo en el maravilloso poder de crear caracteres y fisonomías humanas, reales y vivas, que es entre todas las facultades artísticas la que más acerca al hombre a su divino Hacedor, parecería mezquindad y falta de gusto entretenerse en recoger las migajas de la mesa del gran poeta, cuando nos brindan en el centro de ella los más sabrosos y fortificantes manjares. Mi traducción no es literal o interlineal, como puede hacerla quienquiera que sepa inglés, con seguridad o de no ser entendido o de adormecer a lectores españoles. Yo he querido hacer, [p. 4] bien o mal, una traducción literaria, en que comprendiendo a mi modo los personajes de Shakespeare, colocándome en las situaciones imaginadas por el gran poeta, y sin omitir a sabiendas ninguno de sus pensamientos, ninguno de los matices de pasión o de frase, que esmaltan el diálogo, he procurado decir a la española y en estilo de nuestro siglo lo que en inglés del siglo XVI dijo el autor. No he añadido ni un vocablo de mi cosecha, ni creo haber suprimido nada esencial, característico y bello. En conservar las rudezas de expresión y las brutalidades de color he puesto especial ahinco, como quiera que forman parte y muy esencial de la índole del poeta. Algo he moderado el pródigo lujo de su expresión, sobre todo cuando degenera en antítesis, conceptillos y phebus extravagante. Sírvame de disculpa el que lo mismo han hecho los alemanes que han traducido a Calderón, y por análogas razones los extraños que sólo ven en el gran poeta la alteza del pensamiento, y no la expresión casi siempre falsa y desconcertada, ponen a Calderón sobre su cabeza mucho más que los nuestros. Quizá me haya llevado demasiado lejos mi amor a la sencillez, a la sobriedad y al nervio del estilo. Por si fuere así, anticipadamente pido perdón, declarando que mi principal objeto ha sido hacer una traducción que pueda leerse seguida con facilidad y sin tropiezo de notas y comentarios, en suma, popularizar a Shakespeare en España.

De las cuatro obras dramáticas incluidas en este tomo hay excelentes traducciones castellanas. El Macbeth fue puesto en versos castellanos, algo duros y parafrásticos, pero fidelísimos y robustos, por D. José García de Villalta (que escribía el inglés con tanta facilidad como el castellano), y silbada estrepitosamente (para vergüenza nuestra debe decirse, aun que muy bajo y de modo que no lo oigan los extranjeros) por el público del teatro del Príncipe en 1835. Después le ha traducido con mayor fluidez y armonía D. Guillermo Macpherson, a quien debemos otra elegante versión de Julieta y Romeo. Villalta publicó también un fragmento de Otelo, y así ésta como el Mercader de Venecia y

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Julieta fueron bien interpretadas, con ciertas escabrosidades de diccción pero con mucho sabor shakesperiano, por el malogrado Jaime Clark. [p. 5] También hemos oído aplaudir, aunque sin llegar a verlas, las traducciones del Marqués de Dos Hermanas.

De todas las demás nos hemos aprovechado en la interpretación de los pasajes difíciles, así como de la comparación de algunos textos ingleses y de varios comentadores.

M. M. P.

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DRAMAS DE GUILLERMO DE SHAKESPEARE —

[p. 8] EL MERCADER DE VENECIA

PERSONAS DEL DRAMA

EL DUX EL PRÍNCIPE DE MARRUECOS -Pretendientes de Porcia EL PRÍNCIPE DE ARAGÓN - Pretendientes de Porcia ANTONIO, mercader de Venecia BASANIO, su amigo SALANIO, Amigos de Antonio SALARINO, Amigos de Antonio GRACIANO, Amigos de Antonio SALERIO, Amigos de Antonio LORENZO, amante de Jéssica SYLOCK, judío TÚBAL, otro judío, amigo sudo LANZAROTE GOBBO, criado de Sylock EL VIEJO GOBBO, padre de Lanzarote LEONARDO, criado de Basanio BALTASAR, Criados de Porcia ESTÉFANO, Criados de Porcia PORCIA, rica heredera NERISSA, doncella de Porcia JÉSSICA, hija de Sylock

SENADORES de Venecia, OFICIALES del Tribunal de Justicia, CARCELEROS, CRIADOS Y otros

La escena es parte en Venecia, parte en Belmonte, quinta de Portia, en el continente

[p. 9] ACTO I

ESCENA PRIMERA

Venecia. Una calle

ANTONIO, SALARINO Y SALANIO

Antonio

No entiendo la causa de mi tristeza. A vosotros y a mí igualmente nos fatiga, pero no sé cuándo ni

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dónde ni de qué manera la adquirí, ni de qué origen mana. Tanto se ha apoderado de mis sentidos la tristeza, que ni aun acierto a conocerme a mí mismo.

Salarino

Tu mente vuela sobre el Océano, donde tus naves, con las velas hinchadas, cual señoras o ricas ciudadanas de las olas, dominan a los pequeños traficantes, que cortésmente les saludan cuando las encuentran en su rápida marcha.

Salanio

Créeme, señor; si yo tuviese confiada tanta parte de mi fortuna al mar, nunca se alejaría de él mi pensamiento. Pasaría las horas en arrancar el césped, para conocer de dónde sopla el viento; buscaría continuamente en el mapa los puertos, los muelles y los escollos, y todo objeto que pudiera traerme desventura me sería pesado y enojoso. [p. 10] Salarino

Al soplar en el caldo, sentiría dolores de fiebre intermitente, pensando que el soplo del viento puede embestir mi bajel. Cuando viera bajar la arena en el reloj, pensaría en los bancos de arena en que mi nave puede encallarse desde el tope a la quilla, como besando su propia sepultura. Al ir a misa, los arcos de la iglesia me harían pensar en los escollos donde puede dar de través mi pobre barco, y perderse todo su cargamento, sirviendo las especias orientales para endulzar las olas, y mis sedas para engalanarlas. Creería que en un momento iba a desvanecerse mi fortuna. Sólo el pensamiento de que esto pudiera suceder me pone triste. ¿No ha de estarlo Antonio?

Antonio

No, porque gracias a Dios no va en esa nave toda mi fortuna, ni depende mi esperanza de un solo puerto, ni mi hacienda de la fortuna de este año. No nace del peligro de mis mercaderías mi cuidado.

Salanio

Luego, estás enamorado.

Antonio

Calla, calla.

Salanio

¡Conque tampoco estás enamorado! Entonces diré que estás triste porque no estás alegre, y lo mismo podías dar un brinco, y decir que estabas alegre porque no estabas triste. Os juro por Jano el de dos caras, amigos míos, que nuestra madre común la Naturalexa se divirtió en formar seres extravagantes. Hay hombres que al oír una estridente gaita, cierran estúpidamente los ojos y sueltan la carcajada, y hay otros que se están tan graves y serios como niños, aunque les digas los más graciosos chistes.

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(Salen Basanio, Lorenzo y Graciano)

[p. 11] Salanio

Aquí vienen tu pariente Basanio, Graciano y Lorenzo. Bien venidos. Ellos te harán buena compañía.

Salarino

No me iría hasta verte desenojado, pero ya que tan nobles amigos vienen, con ellos te dejo.

Antonio

Mucho os amo, creedlo. Cuando os vais, será porque os llama algún negocio grave, y aprovecháis este pretexto para separaros de mí.

Salarino

Adiós, amigos míos.

Basanio

Señores, ¿cuándo estaréis de buen humor? Os estáis volviendo agrios e indigestos. ¿Y por qué?

Salarino

Adiós: pronto quedaremos desocupados para serviros.

(Vanse Salarino y Salanio)

Lorenzo

Señor Basanio, te dejamos con Antonio. No olvides, a la hora de comer, ir al sitio convenido.

Basanio

Sin falta.

Graciano

Mala cara pones, Antonio. Mucho te apenan los cuidados del mundo. Caros te saldrán sus placeres, o no los gozarás nunca. Noto en ti cierto cambio desagradable.

[p. 12] Antonio

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Graciano, el mundo me parece lo que es: un teatro, en que cada uno hace su papel. El mío es bien triste.

Graciano

El mío será el de gracioso. La risa y el placer disimularán las arrugas de mi cara. Abráseme el vino las entrañas, antes que el dolor y el llanto me hielen el corazón. ¿Por qué un hombre, que tiene sangre en las venas, ha de ser como una estatua de su abuelo en mármol? ¿Por qué dormir despiertos, y enfermar de capricho? Antonio, soy amigo tuyo. Escúchame. Te hablo como se habla a un amigo. Hombres hay en el mundo tan tétricos que sus rostros están siempre, como el agua del pantano, cubiertos de espuma blanca, y quieren con la gravedad y el silencio adquirir fama de doctos y prudentes, como quien dice: «Soy un oráculo. ¿Qué perro se atreverá a ladrar, cuando yo hablo?» Así conozco a muchos, Antonio, que tienen reputación de sabios por lo que se callan, y de seguro que si despegasen los labios, los mismos que hoy los ensaltan serían los primeros en llamarlos necios. Otra vez te diré más sobre este asunto. No te empeñes en conquistar por tan triste manera la fama que logran muchos tontos. Vámonos, Lorenzo. Adiós. Después de comer, acabaré el sermón.

Lorenzo

En la mesa nos veremos. Me toca el papel de sabio mudo, ya que Graciano no me deja hablar.

Graciano

Si sigues un año más conmigo, desconocerás hasta el eco de tu voz.

Antonio

Me haré charlatán, por complacerte.

[p. 13] Graciano

Harás bien. El silencio sólo es oportuno en lenguas en conserva, o en boca de una doncella casta e indomable.

(Vanse Graciano y Lorenzo)

Antonio

¡Vaya una locura!

Basanio

No hay en toda Venecia quien hable más disparatadamente que Graciano. Apenas hay en toda su

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conversación dos granos de trigo entre dos fanegas de paja: menester es trabajar un día entero para hallarlos, y aun después no compensan el trabajo de buscarlos.

Antonio

Dime ahora, ¿quién es la dama, a cuyo altar juraste ir en devota peregrinación, y de quien has ofrecido hablarme?

Basanio

Antonio, bien sabes de qué manera he malbaratado mi hacienda en alardes de lujo no proporcionados a mis escasas fuerzas. No me lamento de la pérdida de esas comodidades. Mi empeño es sólo salir con honra de los compromisos en que me ha puesto mi vida. Tú, Antonio, eres mi principal acreedor en dineros y en amistad, y pues que tan de veras nos queremos, voy a decirte mi plan para librarme de deudas.

Antonio

Dímelo, Basanio: te lo suplico; y si tus propósitos fueran buenos y honrados, como de fijo lo serán, siendo tuyos, pronto estoy a sacrificar por ti mi hacienda, mi persona y cuanto valgo.

[p. 14] Basanio

Cuando yo era muchacho, y perdía el rastro de una flecha, para encontrarla disparaba otra en igual dirección, y solía, aventurando las dos, lograr entrambas. Pueril es el ejemplo, pero lo traigo para muestra de lo candoroso de mi intención. Te debo mucho, y quizá lo hayas perdido sin remisión; pero puede que si disparas con el mismo rumbo otra flecha, acierte yo las dos, o lo menos pueda devolverte la segunda, agradeciéndote siempre el favor primero.

Antonio

Basanio, me conoces y es perder el tiempo traer ejemplos, para convencerme de lo que ya estoy persuadido. Todavía me desagradan más tus dudas sobre lo sincero de mi amistad, que si perdieras y malgastaras toda mi hacienda. Dime en que puedo servirte y lo haré con todas veras.

Basanio

En Belmonte hay una rica heredera. Es hermosísima, y además un portento de virtud. Sus ojos me han hablado, más de una vez, de amor. Se llama Porcia, y en nada es inferior a la hija de Catón, esposa de Bruto. Todo el mundo conoce lo mucho que vale, y vienen de apartadas orillas a pretender su mano. Los rizos, que cual áureo vellocino penden de su sien, hacen de la quinta de Belmonte un nuevo Colcos ambicionado por muchos Jasones. ¡Oh, Antonio mío! Si yo tuviera medios para rivalizar con cualquiera de ellos, tengo el presentimiento de que había de salir victorioso.

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Antonio

Ya sabes que tengo toda mi riqueza en el mar, y que hoy no puedo darte una gran suma. Con todo eso, recorre las casas de comercio de Venecia; empeña tú mi crédito hasta donde alcance. Todo lo aventuraré por ti: no habrá piedra que yo no mueva, para que puedas ir a la quinta de tu amada. Ve, infórmate de dónde hay dinero. Yo haré lo mismo y sin tardar. Malo será que por amistad o por fianza no logremos algo.

[p. 15] ESCENA II

Belmonte. Gabinete en la quinta de Porcia

PORCIA Y NERISSA

Porcia

Por cierto, amiga Nerissa, que mi pequeño cuerpo está ya bien harto de este inmenso mundo.

Nerissa

Eso fuera, señora, si tus desgracias fueran tantas y tan prolijas como tus dichas. No obstante, tanto se padece por exceso de goces como por defecto. No es poca dicha atinar con el justo medio. Lo superfluo cría muy pronto canas. Por el contrario la moderación es fuente de larga vida.

Porcia

Sanos consejos, y muy bien expresados.

Nerissa

Mejores fueran, si alguien los siguiese.

Porcia

Si fuera tan fácil hacer lo que se debe, como conocerlo, las ermitas serian catedrales, y palacios las cabañas. El mejor predicador es el que, no contento con decantar la virtud, la practica. Mejor podría yo enseñársela a veinte personas, que ser yo una de las veinte y ponerla en ejecución. Bien inventa el cerebro leyes para refrenar la sangre, pero el calor de la juventud salta por las redes que le tiende la prudencia, fatigosa [p. 16] anciana. Pero si discurro de esta manera, nunca llegaré a casarme. Ni podré elegir a quien me guste ni rechazar a quien me enoje: tanto me sujeta la voluntad de mi difunto padre.

Nerissa

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Tu padre era un santo, y los santos suelen acertar, como inspirados, en sus postreras voluntades. Puedes creer que sólo quien merezca tu amor acertará ese juego de las tres cajas de oro, plata y plomo, que él imaginó, para que obtuviese tu mano el que diera con el secreto. Pero, dime, ¿no te empalagan todos esos príncipes que aspiran a tu mano?

Porcia

Vete nombrándolos, yo los juzgaré. Por mi juicio podrás conocer el cariño que les tengo.

Nerissa

Primero, el príncipe napolitano.

Porcia

No hace más que hablar de su caballo, y cifra todo su orgullo en saber herrarlo por su mano. ¿Quien sabe si su madre se encapricharía de algún herrador?

Nerissa

Luego viene el conde Palatino.

Porcia

Que está siempre frunciendo el ceño, como quien dice: «Si no me quieres, busca otro mejor». No hay chiste que baste a distraerle. Mucho me temo que quien tan femenilmente triste se muestra en su juventud, llegue a la vejez convertido en filósofo melancólico . Mejor me casaría con una calavera que con ninguno de esos. ¡Dios me libre!

[p. 17] Nerissa

¿Y el caballero francés, Le Bon?

Porcia

Será hombre, pero sélo porque es criatura de Dios. Malo es burlarse del prójimo, pero de éste... Su caballo es mejor que el del napolitano, y su ceño todavia más arrugado que el del Palatino. Junta los defectos de uno y otro, y a todo esto añade un cuerpo que no es de hombre. Salta en oyendo cantar un mirlo, y se pelea hasta con su sombra. Casarse con él, sería casarse con veinte maridos. Le perdonaría si me aborreciese, pero nunca podría yo amarle.

Nerissa

¿Y Falconbridge, el joven barón inglés?

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Porcia

Nunca hablo con él, porque no nos entendemos. Ignora el latin, el francés y el italiano. Yo, puedes jurar que no sé una palabra de inglés. No tiene mala figura, pero ¿quién ha de hablar con una estatua? ¡Y qué traje más extravagante el suyo! Ropilla de Italia, calzas de Francia, gorra de Alemania, y modales de todos lados.

Nerissa

¿Y su vecino, el lord escocés?

Porcia

Buen vecino. Tomó una bofetada del inglés, y juró devolvérsela. El francés dio fianza con otro bofetón.

Nerissa

¿Y el joven alemán, sobrino del duque de Sajonia?

[p. 18] Porcia

Mal cuando está en ayunas, y peor después de la borrachera. Antes parece menos que hombre, y después más que bestia. Lo que es con ése, no cuento.

Nerissa

Si él fuera quien acertase el secreto de la caja, tendrías que casarte con él, por cumplir la voluntad de tu padre.

Porcia

Lo evitarás, metiendo en la otra caja una copa de vino del Rin; no dudes que, andando el demonio en ello, la preferirá. Cualquier cosa, Nerissa, antes que casarme con esa esponja.

Nerissa

Señora, paréceme que no tienes que temer a ninguno de esos encantadores. Todos ellos me han dicho que se vuelven a sus casas, y no piensan importunarte más con sus galanterías, si no hay otro medio de conquistar tu mano que el de la cajita dispuesta por tu padre.

Porcia

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Aunque viviera yo más años que la Sibila, me moriría tan virgen como Diana, antes que faltar al testamento de mi padre. En cuanto a esos amantes, me alegro de su buena resoloción, porque no hay entre ellos uno solo cuya presencia me sea agradable. Dios les depare buen viaje.

Nerissa

¿Te acuerdas, señora, de un veneciano docto en letras y armas que, viviendo tu padre, vinp aquí con el marqués de Montferrato?

Porcia

Sí. Pienso que se llamaba Basanio.

[p. 19] Nerissa

Es verdad. Y de cuantos hombres he vistp, no recuerdo ninguno tan digno del amor de una dama como Basanio.

Porcia

Mucho me acuerdo de él, y de que merecía bien tus elogios. (Sale un criado.) ¿Qué hay de nuevo?

El criado

Los cuatro pretendientes vienen a despedirse de vos, señora, y un correo anuncia la llegada del principe de Marruecos que viene esta noche.

Porcia

¡Ojalá pudiera dar la bienvenida al nuevo, con el mismo gusto con que despido a los otros! Pero si tiene el gesto de un demonio, aunque tenga el carácter de un ángel, más quisiera confesarme que casar con él. Ven conmigo, Nerissa. Y tú, delante (al criado). Apenas hemos cerrado la puerta a un amante, cuando otro llama.

ESCENA III

Plaza de Venecia

BASANIO Y SYLOCK

Sylock

Tres mil ducados. Está bien.

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Basanio

Sí, por tres meses.

[p. 20] Sylock

Bien, por tres meses.

Basanio

Fiador Antonio.

Sylock

Antonio fiador. Está bien.

Basanio

¿Podéis darme esa suma? Necesito pronto contestación.

Sylock

Tres mil ducados por tres meses: fiador Antonio.

Basanio

¿Y qué decís a eso?

Sylock

Antonio es hombre honrado.

Basanio

¿Y qué motivos tienes para dudarlo?

Sylock

No, no; motivo ninguno; quiero decir que es buen pagador, pero tiene muy en peligro su caudal. Un barco para Trípoli, otro para las Indias. Ahora me acaban de decir en el puente de Rialto, que prepara un navío para Méjico y otro para Inglaterra. Así tiene sus negocios y capital esparcidos por el mundo. Pero, al fin, los barcos son tablas y los marineros hombres. Hay ratas de tierra y ratas de mar, ladrones y corsarios, y además vientos, olas y bajíos. Pero repito que es buen pagador. Tres mil ducados... creo que aceptaré la fianza.

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[p. 21] Basanio

Puedes aceptarla con toda seguridad.

Sylock

¿Por qué? Lo pensaré bien. ¿Podré hablar con él mismo?

Basanio

Vente a comer con nosotros.

Sylock

No, para no llenarme de tocino. Nunca comeré en casa donde vuestro profeta, el Nazareno, haya introducido sus diabólicos sortilegios. Compraré vuestros géneros: me pasearé con vosotros; pero comer, beber y orar... ni por pienso. ¿Qué se dice en Rialto? ¿Quién es éste?

( Sale Antonio)

Basanio

El señor Antonio.

Sylock

(Aparte.) Tiene aire de publicano. Le aborrerco porque es cristiano, y además por el necio alarde que hace de prestar dinero sin interés, con lo cual está arruinando la usura en Venecia. Si alguna vez cae en mis manos, yo saciaré en él todos mis odios. Sé que es grande enemigo de nuestra santa nación, y en las reuniones de los mercaderes me llena de insultos, llamando vil usura a mis honrados tratos. ¡Por vida de mi tribu, que no le he de perdonar!

Basanio

¿Oyes, Sylock?

Sylock

Pensaba en el dinero que me queda, y ahora caigo en que no puedo reunir de pronto los tres mil ducados. Pero ¿qué [p. 22] importa? Ya me los prestará Túbal, un judío muy rico de mi tribu. ¿Y por cuántos meses quieres ese dinero? Dios te guarde, Antonio. Hablando de ti estábamos.

Antonio

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Aunque no soy usurero, y ni presto ni pido prestado, esta vez quebranto mi propósito, por servir a un amigo. Basanio, ¿has dicho a Sylock lo que necesitas?

Sylock

Lo sé: tres mil ducados.

Antonio

Por tres meses.

Sylock

Ya no me acordaba. Es verdad... Por tres meses... Pero antes decías que no prestabas a usura ni pedías prestado.

Antonio

Sí que lo dije.

Sylock

Cuando Jacob apacentaba los rebaños de Labán... Ya sabes que Jacob, gracias a la astucia de su madre, fue el tercer poseedor después de Abraham... Sí, el tercero.

Antonio

¿Y Jacob prestaba dinero a usura?

Sylock

No precisamente como nosotros, pero fíjate en lo que hizo. Pactó con Labán que le diese como salario todos los corderos manchados de vario color que nacieran en el hato. Llegó el otoño, y las ovejas fueron en busca de los corderos. [p. 23] Y cuando iban a ayuntarse los lanudos amantes, el astuto pastor puso unas varas delante de las ovejas, y al tiempo de la cría todos los corderos nacieron manchados, y fueron de Jacob. Este fue su lucro y usura, y por él le bendijo el cielo, que bendice siempre el lucro honesto, annque maldiga el robo.

Antonio

Eso fue un milagro que no dependía de su voluntad sino de la del cielo, y Jacob se expuso al riesgo. ¿Quieres con tan santo ejemplo canonizar tu abominable trato? ¿o son ovejas y corderos tu plata y tu oro?

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Sylock

No sé, pero procrean como si lo fueran.

Antonio

Atiende, Basanio. El mismo demonio, para disculpar sus maldades, cita ejemplos de la Escritura. El espíritu infame, que invoca el testimonio de las santas leyes, se parece a un malvado de apacible rostro o a una hermosa fruta comida de gusanos.

Sylock

Tres mil ducados... Cantidad alzada, y por tres meses... Suma la ganancia...

Antonio

¿Admitís el trato: sí o no, Sylock?

Sylock

Señor Antonio, innumerables veces me habéis reprendido en el puente de Rialto por mis préstamos y usuras, y siempre lo he llevado con paciencia, y he doblado la cabeza, porque ya se sabe que el sufrimiento es virtud de nuestro linaje. Me has llamado infiel y perro; y todo esto sólo por tu capricho, [p. 24] y porque saco el jugo a mi pacienda, como es mi derecho. Ahora me necesitas, y vienes diciendo: «Sylock, dame dineros». Y esto me lo dice quien derramó su saliva en mi barba, quien me empujó con el pie como a un perro vagabundo que entra en casa extraña. ¿Y yo qué debía responderte ahora? «No: ¿un perro cómo ha de tener hacienda ni dinero? ¿Cómo ha de poder prestar tres mil ducados?» o te diré en actitud humilde y con voz de siervo: «Señor, ayer te plugo escupirme al rostro: otro día me diste un puntapié y me llamaste perro, y ahora, en pago de todas estas cortesías, te voy a prestar dinero».

Antonio

Volveré a insultarte, a odiarte y a escupirte a la cara. Y si me prestas ese dinero, no me lo prestes como amigo, que si lo fueras, no pedirías ruin usura por un metal estéril e infecundo. Préstalo, como quien presta a su enemigo, de quien puede vengarse a su sabor si falta al contrato.

Sylock

¡Y qué enojado estáis! ¡Y yo que quería granjear vuestra amistad, olvidando las afrentas de que me habéis colmado! Pienso prestaros mi dinero sin interés alguno. Ya veis que el ofrecimiento no puede ser más generoso.

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Antonio

Así parece.

Sylock

Venid a casa de un escribano, donde firmaréis un recibo prometiendo que si para tal día no habéis pagado, entregaréis en cambio una libra justa de vuestra carne, cortada por mí del sitio de vuestro cuerpo que mejor me pareciere.

Antonio

Me agrada el trato: le firmaré, y diré que por fin he encontrado un judío generoso.

[p. 25] Basanio

No firmarás, en ventaja mía, esa escritura: prefiero no salir nunca de mi desesperación.

Antonio

No temas que llegue el caso de cumplir semejante escritura. Dentro de dos meses, uno antes de espirar el plazo, habré reunido diez veces más de esa suma.

Sylock

¡Oh, padre Abraham! ¡Qué mala gente son los cristianos! Miden a todos los demás con la vara de su mala intención. Decidme: si Antonio dejara de pagarme en el plazo convenido, ¿qué adelantaba yo con exigirle que cumpliera el contrato? Después de todo, una libra de carne humana vale menos que una de buey, carnero o cabra. Creedme, que si propongo tal condición, es sólo por ganarme su voluntad. Si os agrada, bien: si no, no me maltrates, siquiera por la buena amistad que te mnestro.

Antonio

Cierro el trato y doy la fianza.

Sylock

Pronto, a casa del notario. Dictad ese chistoso documento. Yo buscaré el dinero, pasaré por mi casa, que está mal guardada por un holgazán inútil, y en seguida soy con vosotros.

(Se va)

Antonio

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Vete con Dios, buen judío. Este se va a volver cristiano. Me pasma su generosidad.

[p. 26] Basanio

Sospechosas se me antojan frases tan dulces en boca de semejante malvado.

Antonio

No temas. El plazo es bastante largo, para que vuelvan mis navios antes de cumplirse.

[p. 27] ACTO II

ESCENA PRIMERA

Sala en la quinta de Porcia

(Salen el Príncipe de Marruscos y su servidumbre: Porcia, Nerissa y sus doncellas.)

El príncipe

No os enoje, bella Porcia, mi color moreno, hijo del sol ardiente bajo el cual nací. Pero venga el más rubio de los hijos del frío Norte, cuyo hielo no deshace el mismo Apolo: y ábranse juntamente, en presencia vuestra, las venas de uno y otro, a ver cuál de los dos tiene más roja la sangre. Señora, mi rostro ha atemorizado a los más valientes, y juro por el amor que os tengo que han suspirado por él las doncellas más hermosas de mi tierra. Sólo por complaceros, dulce señora mía, consintiera yo en mudar de semblante.

Porcia

No es sólo capricho femenil quien me aconseja y determina: mi elección no depende de mi albedrío. Pero si mi padre no me hubiera impuesto una condición y un freno, mandándome que tomase por esposo a quien acertara el secreto que os dije, tened por seguro, ilustre príncipe, que os juzgaría tan digno de mi mano como a cualquier otro de los que la pretenden.

[p. 28] El príncipe

Mucho os lo agradece mi corazón. Mostradme las cajas: probemos el dudoso empeño. ¡Juro, señora, por mi alfanje, matador del gran Sofí y del príncipe de Persia, y vencedor en tres batallas campales de todo el poder del gran Solimán de Turquía, que con el relámpago de mis ojos haré bajar la vista al hombre más esforzado, desafiaré a mortífera lid al de más aliento, arrancaré a la osa o a la leana sus cachorros, sólo por lograr vuestro amor! Pero ¡ay! si el volver de los dados hubiera de decidir la rivalidad entre Alcides y Licas, quizás el fallo de la voluble diosa sería favorable al de menos valer, y Alcides quedaría siervo del débil garzón. Por eso es fácil que, entregada mi suerte a la fortuna, venga yo a perder el premio, y lo alcance otro rival que lo merezca mucho menos.

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Porcia

Necesario es sujetarse a la decisión de la suerte. O renunciad a entrar en la prueba, o jurad antes que no daréis la mano a otra mujer alguna si no salís airoso del certamen.

El príncipe

Lo juro. Probemos la ventura.

Porcia

Ahora a la iglesia, y luego al festín. Después entraréis en la dudosa cueva. Vamos.

El príncipe

¿Qué me dará la fortuna: eterna felicidad o triste muerte?

[p. 29] ESCENA II

Una calle de Venecia

(Sale Lanzarote Gobbo)

Lanzarote

¿Por qué ha de remorderme la conciencia cuando escapo de casa de mi amo el judío? Viene detrás de mi el diablo gritándome: «Gobbo, Lanzarote Gobbo, buen Lanzarote, o buen Lanzarote Gobbo, huye, corre a toda prisa». Pero la conciencia me responde: «No, buen Lanzarote, Lanzarote Gobbo, o buen Lanzarote Gobbo, no huyas, no corras, no te escapes»; y prosigue el demonio con más fuerza: «Huye, corre, aguija, ten ánimo, no te detengas». Y mi conciencia echa un nudo a mi corazón, y con prudencia me replica: «Buen Lanzarote, amigo mío, eres hijo de un hombre de bien...» o más bien, de una mujer de bien, porque mi padre fue algo inclinado a lo ajeno. E insiste la conciencia: «Detente, Lanzarote». Y el demonio me repite: «Escapa». La conciencia: «No lo hagas». Y yo respondo: «Conciencia, son buenos tus consejos... Diablo, también los tuyos lo son». Si yo hiciera caso de la conciencia, me quedaría con mi amo el judío, que es, después de todo, un demonio. ¿Qué gano en tomar por señor a un diablo en vez de otro? Mala debe de ser mi conciencia, pues me dice que guarde fidelidad al judío. Mejor me parece el consejo del demonio. Ya te obedezco y echo a correr.

(Sale el viejo Gobbo)

Gobbo

Decidme, caballero: ¿por dónde voy bien a casa del judío?

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Lanzarote

Es mi padre en persona; pero como es corto de vista más que un topo, no me distingue. Voy a darle una broma.

[p. 30] Gobbo

Decidme, joven, ¿dónde es la casa del judio?

Lanzarote

Torced primero a la derecha; luego a la izquierda; tomad la callejuela siguiente, dad la vuelta, y luego torciendo el camino, toparéis la casa del judío.

Gobbo

A fe mía, que son buenas señas. Difícil ha de ser atinar con el camino. ¿Y sabéis si vive todavía con él un tal Lanzarote?

Lanzarote

¡Ah sí, Lanzarote, un caballero joven! ¿Habláis de ese?

Gobbo

Aquel de quien yo hablo no es caballero, sino hijo de humilde padre, pobre aunque muy honrado, y con buena salud a Dios gracias.

Lanzarote

Su padre será lo que quiera, pero ahora tratamos del caballero Lanzarote.

Gobbo

No es caballero, sino muy servidor vuestro, y yo también.

Lanzarote

Ergo, oídme por Dios, venerable anciano..., ergo habláis del joven Lanzarote.

Gobbo

De Lanzarote sin caballero, por más que os empeñéis, señor.

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[p. 31] Lanzarote

Pues sí, del caballero Lanzarote. Ahora bien, no preguntéis por ese joven caballero, porque en realidad de verdad, el hado, la fortuna o las tres inexorables Parcas le han quitado de en medio, o dicho en términos más vulgares, ha muerto.

Gobbo

¡Dios mío! ¡Qué horror! Ese niño que era la esperanza y el consuelo de mi vejez.

Lanzarote

¿Acaso tendré yo cara de báculo, arrimo o cayado? ¿No me conoces, padre?

Gobbo

¡Ay de mí! ¿qué he de conoceros, señor mío? Pero decidme con verdad qué es de mi hijo, si vive o ha muerto.

Lanzarote

Padre, ¿pero no me conoces?

Gobbo

No, caballero; soy corto de vista; perdonad.

Lanzarote

Y aunque tuvieras buena vista, trabajo te había de costar conocerme, que nada hay más difícil para un padre que conocer a su verdadero hijo. Pero en fin, yo os daré noticias del pobre viejo. (Se pane de rodillas). Dame tu bendición: siempre acaba por descubrirse la verdad.

Gobbo

Levantaos, caballero. ¿Qué tenéis que ver con mi hijo Lanzarote?

[p. 32] Lanzarote

No más simplezas: dame tu bendicion. Soy Lantarote, tu hijo, un pedazo de tus entrañas.

Gobbo

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No creo que seas mi hijo.

Lanzarote

Eso vos lo sabéis, aunque no sé qué pensar; pero en fin, conste que soy Lanzarote, criado del judío, y que mi madre se llama Margarita, y es tu mujer.

Gobbo

Tienes razón: Margarita se llama. Luego, sí eres Lanzarote, estoy seguro de que eres mi hijo. ¿Pero qué barbas, más crecidas que las cerdas de la cola de mi rocín! ¡Y qué semblante tan diferente tienes! ¿Qué tal lo pasas con tu amo? Llevo por él un regalo.

Lanzarote

No esta mal. Pero yo no pararé de correr haste verme en salvo. No hay judío más judío que mi amo. Una cuerda para ahorcarle, y ni un regalo merece. Me mata de hambre. Dame ese regalo, y se lo llevaré al señor Basanio. ¡Ese sí que da flamantes y lucidas libreas! Si no me admite de criado suyo, seguiré corriendo hasta el fin de la tierra. Pero ¡felicidad nunca soñada! aquí está el mismísimo Basanio. Con él me voy, que antes de volver a servir al judío, me haría judío yo mismo.

(Salen Basanio, Leonardo y otros)

Basanio

Haced lo que tengáis que hacer, pero apresuraos; la cena para las cinco. Llevad a su destino estas cartas, apercibid las libreas. A Graciano, que vaya luego a verme a mi casa.

(Se va un criado)

[p. 33] Lanzarote

Padre, acerquémonos a él.

Gobbo

Buenas tardes, señor.

Basanio

Buenas. ¿Qué se os ofrece?

Gobbo

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Señor, os presento a mi hijo, un pobre muchacho.

Lanzarote

Nada de eso, señor: no es un pobre muchacho, sino criado de un judío opulentísimo, y ya os explicará mi padre cuáles son mis deseos.

Gobbo

Tiene un empeño loco en serviros.

Lanzarote

Dos palabras: sirvo al judío..., y yo quisiera..., mi padre os explicará.

Gobbo

Su amo y él (perdonad, señor, si os molesto) no se llevan muy bien que digamos.

Lanzarote

Lo cierto es que el judío me ha tratado bastante mal, y esto me ha obligado... pero mi padre que es un viejo prudente y honrado, os lo dirá.

[p. 34] Gobbo

En esta cestilla hay un por de pichones, que quisiera regalar a vuestra señoría. Y pretendo...

Lanzarote

Dos palabras: lo que va a decir es impertinente al asunto... Él, al fin, es un pobre hombre, aunque sea mi padre.

Basanio

Hable uno solo, y entendámonos. ¿Qué queréis?

Lanzarote

Serviros, caballero.

Gobbo

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Ahí está, señor, todo el intríngulis del negocio.

Basanio

Ya te conozco, y te admito a mi servicio. Tu amo Sylock te recomendó a mí hace poco, y no tengas esto por favor, que nada ganas en pasar de la casa de un hebreo opulentísimo a la de un arruinado caballero.

Lanzarote

Bien dice el refrán: mi amo tiene la hacienda, pero vuestra señoría la gracia de Dios.

Basanio

No has hablado mal. Vete con tu padre: di adiós a Sylock, pregunta las señas de mi casa. (A los criados). Ponedle una librea algo mejor que las otras. Pronto.

Lanzarote

Vámonos, padre. ¿Y dirán que no sé abrirme camino, y que no tengo lindo entendimiento? ¿A qué no hay otro en toda Italia que tenga en la palma de la mano rayas tan [p. 35] seguras y de buen agüero como éstas? (Mirándose las manos). ¡Pues no son pocas las mujeres que me están reservadas! Quince nada menos: once viudas y nueve doncellas... bastante para un hombre solo. Y además sé que he de estar tres veces en peligros de ahogarme y que he de salir bien las tres, y que estaré a punto de romperme la cabeza contra una cama. ¡Pues no es poca fortuna! Dicen que es diosa muy inconsecuente, pero lo que es conmigo, bien amiga se muestra.

(Vanse Lanzarote y Gobbo)

Basanio

No olvides mis encargos, Leonardo amigo. Compra todo lo que te encargué, ponlo como te dije, y vuelve en seguida para asistir al banquete con que esta noche obsequio a mis íntimos. Adiós, no tardes.

Leonardo

No tardaré.

(Sale Graciano)

Graciano

¿Dónde está tu amo?

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Leonardo

Allí está patente.

Graciano

¡Señor Basanio!

Basanio

¿Qué me queréis, Graciano?

Graciano

Tengo que dirigiros un ruego.

Basanio

Tenle por bien acogido.

[p. 36] Graciano

Permíteme acompañarte a Belmonte.

Basanio

Vente, si es forzoso y te empeñas. Pero a la verdad, tú, Graciano, eres caprichoso, mordaz y libre en tus palabras: defectos que no lo son a los ojos de tus amigos, y que están en tu modo de ser, pero que ofenden mucho a los extraños, porque no conocen tu buena índole. Echa una pequeña dosis de cordura en tu buen humor: no sea que parezca mal en Belmonte, y vayas a comprometerme y a echar por tierra mi esperanza.

Graciano

Basanio, oye: si no tengo prudencia, si no hablo con recato, limitándome a rnaldecir alguna que otra vez aparte; si no llevo, con aire mojigato, un libro de devoción en la mano o el bolsillo; si al dar gracias después de comer, no me echo el sombrero sobre los ojos, y digo con voz sumisa: «amén»; si no complo, en fin, todas las reglas de urbanidad, como quien aprende un papel para dar gusto a su abuela, consentiré en perder tu aprecio y tu cariño.

Basanio

Allá veremos.

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Graciano

Pero no te fíes de lo que haga esta noche, porque es un caso excepcional.

Basanio

Nada de eso: haz lo que quieras. Al contrario, esta noche conviene que alardees de ingenio más que nunca, porque mis comensales serán alegres y regocijados. Adiós: mis ocupaciones me llaman a otra parte.

[p. 37] Graciano

Voy a buscar a Lorenzo y a los otros amigos. Nos veremos en la cena.

ESCENA III

Habitación en casa de Sylock

JÉSSICA Y LANZAROTE

Jéssica

¡Lástima que te vayas de esta casa, que sin ti es un infierno! Tú, a lo menos, con tu diabólica travesura la animabas algo. Toma un ducado. Procura ver pronto a Lorenzo. Te será fácil, porque esta noche come con tu amo. Entrégale esta carta con todo secreto. Adiós. No quiero que mi padre nos vea.

Lanzarote

¡Adiós! Mi lengua calla, pero hablan mis lágrimas. Adiós, hermosa judía, dulcísima gentil. Mucho me temo que algún buen cristiano venga a perder su alma por ti. Adiós. Mi ánimo flaquea. No quiero detenerme más, adiós.

Jéssica

Con bien vayas, amigo Lanzarote. (Se va Lanzarote). ¡Pobre de mí! ¿qué crimen habré cometido? ¡Me avergüenzo de tener tal padre, y eso que sólo soy suya por la sangre, no por la fe ni por las costumbres. Adiós, Lorenzo, guárdame fidelidad, comple lo que prometiste, y te juro que seré cristiana y amante esposa tuya.

[p. 38] ESCENA IV

Una calle de Venecia

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GRACIANO, LORENZO, SALARINO Y SALANIO

Lorenzo

Dejaremos el banquete sin ser notados: nos disfrazaremos en mi casa, volveremos dentro de una hora.

Graciano

Mal lo hemos arreglado.

Salarino

Todavía no tenemos preparadas las hachas.

Salanio

Para no hacerlo bien, vale más no intentarlo.

Lorenzo

No son más que las tres. Hasta las seis sobra tiempo para todo. (Sale Lanzarote). ¿Qué noticias traes, Lanzarote?

Lanzarote

Si abrís esta carta, ella misma os lo dirá.

Lorenzo

Bien conozco la letra, y la mano más blanca que el papel en que ha escrito mi ventura.

Graciano

Será carta de amores.

[p. 39] Lanzarote

Me iré, con vuestro permiso.

Lorenzo

¿A dónde vas?

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Lanzarote

A convidar al judío, mi antiguo amo, a que cene esta noche con mi nuevo amo, el cristiano.

Lorenzo

Aguarda. Toma. Di a Jéssica muy en secreto, que no faltaré. (Se va Lanzarote). Amigos, ha llegado la hora de disfrazarnos para esta noche. Por mi parte, ya tengo paje de antorcha.

Salarino

Yo buscaré el mío.

Salanio

Y yo.

Lorenzo

Nos reuniremos en casa de Graciano dentro de una hora.

Salarino

Allá iremos.

(Vanse Salarino y Salanio)

Graciano

Dime por favor. ¿Esa carta no es de la hermosa judía?

Lorenzo

Tengo forzosamente que confesarte mi secreto. Suya es la carta, y en ella me dice que está dispuesta a huir conmigo de casa de su padre, disfrazada de paje. Me dice también la cantidad de oro y joyas que tiene. Si ese judío llega a salvarse, [p. 40] será por la virtud de su hermosa hija, tan hermosa como desgraciada por tener de padre a tan vil hebreo. Ven, y te leeré la carta de la bella judía. Ella será mi paje de hacha.

ESCENA V

Calle donde vive Sylock

(Salen Sylock y Lanzarote)

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Sylock

Ya verás, ya, la diferencia que hay de ese Basanio al judío . —Sal, Jéssica.—Por cierto que en su casa no devorarás como en la mía, porque tiene poco.—Sal, hija.—Ni te estarás todo el día durmiendo, ni tendrás cada mes un vestido nuevo.— Jéssica, ven, ¿cómo te lo he de decir?

Lanzarote

Sal, señora Jéssica.

Sylock

¿Quién te manda llamar?

Lanzarote

Siempre me habíais reñido, por no hacer yo las cosas hasta que me las mandaban.

(Sale Jéssica)

Jéssica

Padre, ¿me llamabais? ¿qué queréis?

Sylock

Hija, estoy convidado a comer fuera de casa. Aquí tienes las llaves. Pero ¿por qué iré a ese convite? Cierto que no me convidan por amor. Será por adulación. Pero no importa, iré, [p. 41] aunque sólo sea por aborrecimiento a los cristianos, y comeré a su costa. Hija, ten cuidado con la casa. Estoy muy inquieto. Algún daño me amenaza. Anoche soñé con bolsas de oro.

Lanzarote

No faltéis, señor. Mi amo os espera.

Sylock

Y yo también a él.

Lanzarote

Y tienen un plan. No os diré con seguridad que veréis una función de máscaras, pero puede que la veáis.

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Sylock

¿Función de máscaras? Oye, Jéssica. Echa la llave a todas las puertas, y si oyes ruido de tambores o de clarines, no te pongas a la ventana, ni saques la cabeza a la calle, para ver esas profanidades de los cristianos que se untan los rostros de mil maneras. Tapa, en seguida, todos los oídos de mi casa: quiero decir , las ventanas, para que no penetre aquí ni aun el ruido de semejante bacanal. Te juro por el cayado de Jacob, que no tengo ninguna gana de bullicios. Iré, con todo eso, al convite. Tú delante para anunciarme.

Lanzarote

Así lo haré. (Aparte a Jéssica). Dulce señora mia, no dejes de asomarte a la ventana, pues pasará un cristiano que bien te merece.

Sylock

¿Qué dirá entre dientes ese malvado descendiente de Agar?

Jéssica

No dijo más que adiós.

[p. 42] Sylock

En el fondo no es malo, pero es perezoso y comilón, y duerme de día más que un gato montés. No quiero zánganos en mi colmena. Por eso me alegro de que se vaya, y busque otro amo, a quien ayude a gastar en pocos días su improvisada fortuna. Ve dentro, hija mía. Quizá pueda yo volver pronto. No olvides lo que te he mandado. Cierra puertas y ventanas, que nunca está más segura la joya que cuando bien se guarda: máxirna que no debe olvidar ningún hombre honrado.

(Vase)

Jéssica

Mala ha de ser del todo mi fortuna para que pronto no nos encontremos yo sin padre y tú sin hija.

(Se va)

ESCENA VI

GRACIANO Y SALARINO, de máscara

Graciano

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A la sombra de esta pared nos ha de encontrar Lorenzo.

Salarino

Ya es la hora de la cita. Mucho me admira que tarde.

Graciano

Sí, porque el alma enamorada cuenta las horas con más presteza que el reloj.

Salarino

Las palomas de Venus vuelan con ligereza diez veces mayor cuando van a jurar un nuevo amor, que cuando acuden mantener la fe jurada.

[p. 43] Graciano

Necesario es que así suceda. Nadie se levanta de la mesa del festín con el mismo apetito que cuando se sentó a ella. ¿Qué caballo muestra al fin de la rápida carrera el mismo vigor que al principio? Así son todas las cosas. Más placer se encuentra en el primer instante de la dicha que después. La nave es en todo semejante al hijo pródigo. Sale altanera del puerto nativo, coronada de alegres banderolas, acariciada por los vientos, y luego torna con el casco roto y las velas hechas pedazos, empobrecida y arruinada por el vendaval.

(Sale Lorenzo)

Salarino

Dejemos esta conversación. Aquí viene Lorenzo.

Lorenzo

Amigos: perdón, si os he hecho esperar tanto. No me echéis la culpa: echádsela a mis bodas. Cuando para lograr esposa, tengáis que hacer el papal de ladrones, yo os prometo igual ayuda. Venid: aquí vive mi suegro Sylock.

(Llama)

(Jéssica disfrada de paje asoma a la ventana)

Jéssica

Para mayor seguridad decidme quién sois, aunque me parece que conozco esa voz.

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Lorenzo

Amor mío, soy Lorenzo, y tu fiel amante.

Jéssica

El corazón me dice que eres mi amante Lorenzo. Dime, Lorenzo, ¿y hay alguno, fuera de ti, que sospeche nuestros amores?

Lorenzo

Testigos son el cielo y tu mismo amor.

[p. 44] Jéssica

Pues mira: toma esta caja, que es preciosa. Bendito sea el oscuro velo de la noche que no te permite verme, porque tengo vergüenza del disfraz con que oculto mi sexo. Pero al amor le pintan ciego, y por eso los amantes no ven las mil locuras a que se arrojan. Si no, el amor mismo se avergonzaría de verme trocada de tierna doncella en arriscado paje.

Lorenzo

Baja: tienes que ser mi paje de antorcha.

Jéssica

¿Y he de descubrir yo misma, por mi mano, mi propia liviandad y ligereza, precisamente cuando me importa más ocultarme?

Lorenzo

Bien oculta estarás bajo el disfraz de gallardo paje. Ven pronto, la noche vuela, y nos espera Basanio en su mesa.

Jéssica

Cerraré las puertas y recogeré más oro. Pronto estaré contigo.

( Vase)

Graciano

¡A fe mía que es gentil, y no judía!

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Lorenzo

¡Maldito sea yo si no la amo! Porque mucho me equivoco, o es discreta, y además es bella, que en esto no me engañan los ojos, y es fiel y me ha dado mil pruebas de constancia. La amaré eternamente por hermosa, discreta y fiel. (Sale Jéssica). Al fin viniste. En marcha, compañeros. Ya nos esperan nuestros amigos.

(Vanse todos menos Graciano)

(Sale Antonio)

[p. 45] Antonio

¿Quién?

Graciano

¡Señor Antonio!

Antonio

¿Solo estáis, Graciano? ¿y los demás? Ya han dada las nueve, y todo el mundo espera. No habrá máscaras esta noche. El viento se ha levantado ya, y puede embarcarse Basanio. Más de veinte recados os he enviado.

Graciano

¿Qué me decís? ¡Oh felicidad! ¡Buen viento! Ya siento ganas de verme embarcado.

ESCENA VII

Quinta de Porcia en Belmonte

PORCIA Y EL PRÍNCIPE DE MARRUECOS

Porcia

Descorred las cortinas, y enseñad al príncipe los cofres; él elegirá.

El príncipe

El primero es de oro, y en él hay estas palabras: «Quien me elija, ganará lo que muchos desean». El segundo es de plata, y en él se lee: «Quien me elija, cumplirá sus anhelos». El tercero es de vil

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plomo, y en él hay esta sentencia tan dura como el metal: «Quien me elija, tendrá que arriesgarlo todo». ¿Cómo haré para no equivocarme en la elección?

[p. 46] Porcia

En uno de los cofres está mi retrato. Si lo encontráis, soy vuestra.

El príncipe

Algún dios me iluminará. Volvamos a leer con atención los letreros. ¿Qué dice el plomo? «Todo tendrá que darlo y arriesgarlo el que me elija». ¡Tendrá que darlo todo! ¿Y por qué?... ¿Aventurarlo todo por plomo? Deslucido premio en verdad. Para aventurarlo todo, hay que tener esperanza de alguna dicha muy grande, porque a un alma noble no la seduce el brillo de un vil metal. En suma, no doy ni aventuro nada por el plomo. ¿Qué dice la plata del blanco cofrecillo? «Quien me elija logrará lo que merece...». Lo que merece... Despacio, príncipe: pensémoslo bien. Si atiendo a mi conciencia, yo me estimo en mucho. No es pequeño mi valor, aunque quizá lo sea para aspirar a tan excelsa dama. De otra parte, sería poquedad de ánimo dudar de lo que realmente valgo... ¿Qué merezco yo? Sin duda esta hermosa dama. Para eso soy de noble nacimiento y grandes dotes de alma y cuerpo, de fortuna, valor y linaje; y sobre todo la merezco porque la amo entrañablemente. Sigo en mis dudas. ¿Continuaré la elección o me pararé aquí? Voy a leer segunda vez el rótulo de la caja de oro: «Quien me elija logrará lo que muchos desean». Es claro: la posesión de esta dama; todo el mundo la desea, y de los cuatro términos del mundo vienen a postrarse ante el ara en que se venera su imagen. Los desiertos de Hircania, los arenales de Libia se ven trocados hoy en animados caminos, por donde acuden innumerables príncipes a ver a Porcia. No bastan a detenerlos playas apartadas, ni el salobre reino de las ondas que lanzan su espuma contra el cielo. Corren el mar, como si fuera un arroyo, sólo por el ansia de ver a Porcia. Una de estas cajas encierra su imagen, pero ¿cuál? ¿Estará en la de plomo? Necedad sería pensar que tan vil metal fuese sepulcro de tanto tesoro. ¿Estará en la plate que vale diez veces menos que el oro? Bajo pensamiento sería. Sólo en oro puede engastarse joya de tanto precio. En Inglaterra corre [p. 47] una moneda de oro, con un ángel grabado en el anverso. Allí está sólo grabado, mientras que aquí es el ángel mismo quien yace en tálamo de oro. Venga la llave: mi elección está hecha, sea cual fuere el resultado.

Porcia

Tomad la llave, y si en esa caja está mi retrato, seré vuestra esposa.

El príncipe (abriendo el cofre)

¡Por vida del demonio! sólo encuentro una calavera, y en el hueco de sus ojos este papel: «No es oro todo lo que reluce así dice el refrán antiguo: tú verás si con razón. ¡A cuántos ha engañado en la vida una vana exterioridad! En dorado sepulcro habitan los gusanos. Si hubieras tenido tanta discreción y buen juicio como valor y osadía, no te hablaría de esta suerte mi hueca y apagada voz. Vete en buen hora, ya que te ha salido fría la pretensión». Sí que he quedado frío y triste. Toda mi esperanza huyó, y el fuego del amor se ha convertido en hielo. Adiós, hermosa Porcia. No puedo hablar. El desencanto me quita la voz. ¡Cuán triste se aleja el que ve marchitas sus ilusiones!

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Porcia

¡Oh felicidad! Quiera Dios que tengan la misma suerte todos los que vengan, si son del mismo color que éste.

ESCENA VIII

Calle de Venecia

SALARINO Y SALANIO

Salarino

Ya se ha embarcado Basanio, y con él va Graciano, pero no Lorenzo.

[p. 48] Salanio

El judío se quejó al Dux, e hizo que le acompañase a registrar la nave de Basanio.

Salarino

Pero cuando llegaron, era tarde, y ya se habían hecho a la mar. En el puerto dijeron al Dux que poco antes hablan vista en una góndola a Lorenzo y a su amada Jéssica, y Antonio juró que no iba en la nave de Basanio.

Salanio

Nunca he vista tan ciego, loco, incoherente y peregrino furor como el de este maldito hebreo. Decía a voces: «¡Mi hija, mi dinero, mi hija... ha huido con un cristiano... y se ha llevado mi dinero... mis ducados... Justicia... mi dinero... una balsa... no... dos, llenas de ducados... Y además joyas y piedras preciosas... Me lo han robado todo... Justicia... Buscadla... Lleva consigo mi dinero y mis alhajas.

Salarino

Los muchachos le persiguen por las calles de Venecia, gritando como él: «Justicia, mis ducados, mis joyas, mi hija».

Salanio

¡Pobre Antonio si no cumple el trato!

Salarino

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Y fácil es que no pueda cumplirlo. Ayer me dijo un francés que en el estrecho que hay entre Francia e Inglaterra había naufragado un barco veneciano. En seguida me acordé de Antonio, y por lo bajo hice votos a Dios para que no fuera el suyo.

Salanio

Bien harías en decírselo a Antonio, pero de modo que no le hiciera mala impresión la noticia.

[p. 49] Salarino

No hay en el mundo alma más noble. Hace poco vi cómo se despedía de Basanio. Díjole éste que haría por volver pronto, y Antonio le replicó: «No lo hagas de ningún modo, ni eches a perder, por culpa mía, tu empresa. Necesitas tiempo. No te apures por la fianza que di al judío. Estate tranquilo, y sólo pienses en alcanzar con mil delicadas galanterías y muestras de amor el premio a que aspiras». Apenas podía contener el llanto al decir esto. Apartó la cara, dio la mano a su amigo, y se despidió de él por última vez.

Salanio

Él es toda su vida, según imagino. Vamos a verle, y tratemos de consolar su honda tristeza.

Salarino

Vamos.

ESCENA IX

Quinta de Porcia en Belmonte

Nerissa

(A un criado). Anda, descorre las cortinas, que ya el infante de Aragón ha hecho su juramento y viene a la prueba.

(Sale el Infante de Aragón, Porcia y acompañamiento. Tocan cajas y clarines).

Porcia

Egregio infante: ahí tenéis las cajas: si dais con la que contiene mi retrato, vuestra será mi mano. Pero si la fortuna os fuera adversa, tendréis que alejaros sin más tardanza.

[p. 50] El infante

El juramento me obliga a tres cosas: primero, a no decir nunca cuál de las tres cajas fue la que elegí.

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Segundo, si no acierto en la elección, me comprometo a no pedir jamás la mano de una doncella. Tercero, a alejarme de vuestra presencia, si la suerte me fuere contraria.

Porcia

Esas son las tres condiciones que tiene que cumplir todo el que viene a esta dudosa aventura, y a pretender mi mano indigna de tanta honra.

El infante

Yo cumpliré las tres. Fortuna, dame tu favor, ilumíname. Aquí tenemos plata, oro y plomo. «Quien me elija, tendrá que darlo todo y aventurarlo todo». Para que yo dé ni aventure nada, menester será que el plomo se haga antes más hermoso. ¿Y qué dice la caja de oro? «Quien me elija, alcanzará lo que muchos desean«. Estos serán la turba de necios que se fie de apariencias, y no penetra hasta el fondo de las cosas: a la manera del pájaro audaz que pano su nido en el alero del tejado, expuesto a la intemperie y a todo género de peligros. No es mío pensar como piensa el vulgo. No elegiré lo que muchos desean. No seré como la multitud grosera y sin juicio. Vamos a ti, arca brillante de precioso metal: «Quien me elija, alcanzará lo que merece». Está bien, ¿qué alma bien nacida querrá obtener ninguna ventaja ni triunfar del hado, sin un mérito real? ¿A quién contentará un honor inmerecido? ¡Dichoso aquel día en que no por subterráneas intrigas, sino por las dotes reales del alma, se consigan los honores y premios! ¡Cuántas frentes, que ahora están humilladas, se cubrirán de gloria entonces! ¡Cuántos de los que ahora dominan querrían ser entonces vasallos! ¡Qué de ignominias descubririamos al través de la púrpura de reyes, emperadores y magnates! ¡Y cuánta honra encontraríamos soterrada en el lodo de nuestra edad! Siga la elección: «Alcanzará lo que merece». Mérito tenga. Venga la llave, que esta caja encierra sin duda mi fortuna.

[p. 51] Porcia

Mucho lo habéis pensado para tan corto premio como habéis de encontrar.

El infante

¿Qué veo? La cara de un estúpido que frunce el entrecejo y me presenta una carta. «Cuán diverso es su semblante del de la hermosísima Porcia! Otra cosa aguardaban mis méritos y esperanzas! «Quien me elija, alcanzará lo que merece». ¿Y no merezco más? ¿La cara de un imbécil? ¿Ese es el premio que yo ambicionaba? ¿Tan poco valgo?

Porcia

El juicio no es ofensa: son dos actos distintos.

El infante

¿Y qué dice ese papel? (Lee). «Siete veces ha pasado este metal por la llama: siete pruebas necesita el juicio para no equivocarse. Muchos hay que toman por realidad los sueños: natural es que su felicidad

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sea sueño también. Bajo este blanco metal has encontrado la faz de un estúpido. Muchos necios hay en el mundo que se ocultan así. Cásate a tu voluntad, pero siempre me tendrás por símbolo. Adiós». Todavía sería estupidez mayor, no irme ahora mismo. Como un necio vine a galantear, y ahora llevo dos cabezas nuevas, la mía y otra además. Quédate con Dios, Porcia: no faltaré a mi juramento.

Porcia

Huye, como mariposa que se quema las alas escape del fuego. ¡Qué necios son por querer pasarse de listos!

Nerissa

Bien dice el proverbio: Sólo su mala fortuna lleva al necio al altar o a la horca.

Un criado

¿Dónde está mi señora?

[p. 52] Porcia

Aquí.

El criado

Se apea a vuestra puerta un joven veneciano, anunciando a su señor, que viene a ofreceros sus respetos y joyas de gran valía. El mensajero parece serlo del amor mismo. Nunca amaneció en primavera, anunciadora del ardiente estío, tan risueña mañana como el rostro de este nuncio.

Porcia

Silencio. ¡Por Dios! tanto me lo encareces, que recelo si acabarás por decirme que es pariente tuyo. Vamos, Nerissa: quiero ver a tan gallardo mensajero.

Nerissa

Su señor es Basanio, o mucho me equivoco.

[p. 53] ACTO III

ESCENA PRIMERA

Calle de Venecia

SALANIO Y SALARINO

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Salanio

¿Qué se dice en Rialto?

Salarino

Corren nuevas de que una nave de Antonio, cargada de ricos géneros, ha naufragado en los estrechos de Goodwins, que son unos escollos de los más temibles, y donde han perecido muchas orgullosas embarcaciones. Esto es lo que sucede, si es que no miente la parlera fama, y se porta hoy como mujer de bien.

Salanio

¡Ojalá que por esta vez mienta como la comadre más embustera de cuantas comen pan! Pero la verdad es, sin andarnos en rodeos ni ambages, que el pobre Antonio, el buen Antonio... ¡Oh si encontrara yo un adjetivo bastante digno de su bondad!

Salarino

Al asunto, al asunto.

[p. 54] Salanio

¿Al asunto dices? Pues el asunto es que ha perdido un barco.

Salarino

¿Quiera Dios que no sea más que uno!

Salanio

¡Ojalá! No sea que eche a perder el demonio mis oraciones, porque aquí viene en forma de judío. (Sale Sylock). ¿Cómo estás, Sylock? ¿Qué novedades cuentan los mercaderes?

Syloch

Vosotros lo sabéis. ¿Quién había de saber mejor que vosotros la fuga de mi hija?

Salarino

Es verdad. Yo era amigo del sastre que hizo al pájaro las alas con que voló del nido.

Salanio

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Y Sylock no ignoraba que el pájaro tenía ya plumas, y que es condición de las aves el echar a volar en cuanto las tienen.

Salarino

Por eso la condenarán.

Salanio

Es claro: si la juzga el demonio.

Sylock

¡Ser infiel a mi carne y sangre!

[p. 55] Salanio

Más diferencia hay de su carne a la tuya que del marfil al azabache, y de su sangre a la tuya que del vino del Rin al vino tinto. Dinos: ¿sabes algo de la pérdida que ha tenido Antonio en el mar?

Sylock

¡Vaya otro negocio! ¡Un mal pagador, que no se atreve a comparecer en Rialtol ¡Un mendigo que hacía alarde de lujo, paseándose por la playa! A ver cómo responde de su fianza. Para eso me llamaba usurero. Que responda de su fianza. Decía que prestaba dinero por caridad cristiana. Que responda de su fianza.

Salarino

De seguro que si no cumple el contrato, no por eso te has de quedar con su came. ¿Para qué te sirve?

Sylock

Me servirá de cebo en la caña de pescar. Me servirá para satisfacer mis odios. Me ha arruinado. Por él he perdido medio millón: él se ha reído de mis ganancias y de mis pérdidas: ha afrentado mi raza y linaje, ha dado calor a mis enemigos y ha desalentado a mis amigos. Y todo ¿por qué? Porque soy judío. ¿Y el judío no tiene ojos, no tiene manos ni órganos ni alma, ni sentidos ni pasiones? ¿No se alimenta de los mismos manjares, no recibe las mismas heridas, no padece las mismas enfermedades y se cura con iguales medicinas, no tiene calor en verano y frío en invierno, lo mismo que el cristiano? Si le pican ¿no sangra? ¿No se ríe si le hacen cosquillas? ¿No se muere si le envenenan? Si le ofenden, ¿no trata de vengarse? Si en todo lo demás somos tan semejantes ¿por qué no hemos de parecernos en esto? Si un judío ofende a un cristiano ¿no se venga éste, a pesar de su cristiana caridad? Y si un cristiano a un judío, ¿qué enseña al judío la humildad cristiana? A vengarse. Yo os

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imitaré en todo lo malo, y para poco he de ser, si no supero a mis maestros.

[p. 56] Un criado

Señores: mi amo Antonio os espera en su casa, para hablaros de negocios importantes.

Salarino

Largo tiempo hace que le buscamos.

(Sale Túbal)

Salanio

He aquí otro de su misma tribu: no se encontraría otro tercero que los igualase como no fuese el mismísimo demonio.

(Vanse)

Sylock

Túbal, ¿qué noticias traes de Génova? ¿qué sabes de mi hija?

Túbal

Oí noticias de ella en muchas partes, pero nunca la vi.

Sylock

Nunca ha caído otra maldición igual sobre nuestra raza. Mira: se llevó un diamante que me había costado dos mil ducados en la feria de Francfort. Dos mil ducados del diamante, y además muchas alhajas preciosas. Poco me importaría ver muerta a mi hija, como tuviera los diamantes en las orejas, y los ducados en el ataúd. ¿Pero nada, nada has averiguado de ellos? ¡Maldito sea yo! ¡Y cuánto dinero he gastado en buscarla! ¡Tanto que se llevó el ladrón, y tanto cómo llevo gastado en su busca, y todavía no me he vengado! Cada día me trae una nueva pérdida. Todo género de lástimas y miserias ha caído sobre mí.

Túbal

No eres tú el solo desgraciado. Me contaron en Génova que también Antonio...

[p. 57] Sylock

¿Qué, qué? ¿le ha sucedido alguna desgracia?

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Túbal

Se le ha perdido un barco que venía de Trípoli.

Sylock

¡Bendito sea Dios! ¿Pero eso es cierto?

Túbal

Me lo han contado algunos marineros escapados del naufragio.

Sylock

¡Gracias, amigo Túbal, gracias! ¡Qué felices nuevas! ¿Con qué en Génova, eh, en Génova?

Túbal

Dicen que tu hija ha gastado en Génova ochenta ducados en una noche.

Sylock

¿Qué daga me estás clavando en el corazón! ¡Pobre dinero mío! ¡En una noche sola ochenta ducados!

Túbal

Varios acreedores de Antonio, con quienes vengo desde Génova, tienen por inevitable su quiebra.

Sylock

¡Oh, qué felicidad! Le atormentaré. Me he de vengar con creces.

Túbal

Uno de esos acreedores me mostró una sortija, con que tu hija le había pagado un mono que compró.

[p. 58] Sylock

¡Cállate, maldecido! ¿Quieres martirizarme? Es mi turquesa. Me la regaló Lia, cuando yo era soltero. No la hubiera yo cedido por todo un desierto henchido de monos.

Túbal

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Pero no tiene duda que Antonio está completamente arruinado.

Sylock

Eso me consuela. Eso tiene que ser verdad. Túbal, avísame un alguacil para dentro de quince días. Si no paga la fianza, le sacaré las entrañas; si no fuera por él, haría yo en Venecia cuantos negocios quisiera. Túbal, nos veremos en la sinagoga. Adiós, querido Túbal.

ESCENA II

Quinta de Porcia

BASANIO, PORCIA, GRACIANO, NESISSA y criados

Porcia

Os ruego que no os deis prisa. Esperad siquiera un día o dos, porque si no acertáis en la elección, os pierdo para siempre. Hay en mi alma algo que me dice (no sé si será amor) que sería para mi un dolor que os fueseis. Odio ya veis que no puede ser. Si no os parecen bastantes claras mis palabras (porque una doncella sólo puede hablar de estas cosas con el pensamiento) os suplicaría que permanecieseis aquí uno o dos meses. Con esto tendré bastante tiempo para enseñaros el modo de no errar. Pero ¡ay! no puedo, porque sería faltar a mi juramento, y no he de ser perjura aunque os pierda. Si [p. 59] erráis, haréis que me lamente mucho de haber faltado a mi juramento. ¡Ojalá nunca hubiera yo visto vuestros ojos! Su fulgor me ha partido el alma: sólo la mitad es mía, la otra mitad vuestra... He querido decir mía, pero no es mía, vuestra es también, y toda yo os pertenezco. Este siglo infeliz en que vivimos pone obstáculos entre el poseedor y su derecho. Por eso, y a la vez, soy vuestra y no lo soy. El hado tiene la culpa, y él es quien debe pagarla e ir al infierno, yo no. Hablo demasiado, pero es por entretener el tiempo, y detenerle, y con él vuestra elección.

Basanio

Permitid que la suerte decida. Estoy como en el tormento.

Porcia

¿Basanio en el tormento? pues qué, ¿hay algún engaño en vuestro amor?

Basanio

Hay un recelo, que me presenta como imposible mi felicidad. Antes harán alianza el fuego y el hielo, que mi amor y la traición.

Porcia

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Me temo que estéis hablando desde el tormento, donde el hombre, bien contra su voluntad, confiesa lo cierto.

Basanio

Porcia, mi vida consiste en vos. Dádmela, y os diré toda la verdad.

Porcia

Decídmela y viviréis.

Basanio

Mejor hubierais dicho: «decídmela y amad», y con esto [p. 60] sería inútil mi confesión, ya que mi único crimen es amar, delicioso tormento en que sólo el verdugo puede salvar al reo. Vamos a las cajas, y que la suerte nos favorezca.

Porcia

A las cajas, pues. En una de ellas está mi efigie. Si me amáis, la encontraréis de seguro. Atrás, Nerissa: atrás, todos vosotros y mientras elige, resuene la música. Si se equivoca, morirá entre armonias como el cisne, y para que sea mayor la exactitud de la comparación, mis ojos le darán sepulcro en las nativas ondas. Si vence (y no es imposible), oirá el son agudo de las trompetas, semejante al que saluda al rey que acaba de ser ungido y coronado, o a las alegres voces que, al despuntar la aurora, penetran en los oídos del extasiado novio. Vedle acercarse con más amor y más vigorosos alientos que Hércules, cuando fue a salvar a Troya del nefando tributo de la doncella que tenia que entregar a la voracidad del monstruo marino, en loctuoso día. Yo soy la víctima. Vosotros sois como las matronas dárdanas que con llorosos ojos han salido de Troya a contemplar el sacrificio. Adelante, noble Alcides: sal vencedor de la contienda. En tu vida está la mía. Todavía tengo yo más interés en el combate, que tú que vas a pelear, dando celos al mismo Ares. (Mientras Basanio elige, canta la música). «¿Dónde nace el amor, en los ojos o en el alma? ¿Quién le da fuerzas para quitarnos el sosiego? Decídnoslo, decídnoslo. El amor nace en los ojos, se alimenta de miradas, y muere por desvíos en la misma cuna donde nace. Cantemos dulces himnos en alabanza del amor. ¡Viva el amor, viva el amor!»

Basanio

Muchas veces engañan las apariencias. ¿Ha habido causa tan mala que un elocuente abogado no pudiera hacer probable, buscando disculpas para el crimen más horrendo? ¿Hay alguna herejía religiosa que no tenga sectarios, y que no pueda cubrirse con citas de la Escritura o con flores retóricas que disimulen su fealdad? ¿Hay vicio que no pueda disfrazarse con la máscara de la virtud? ¿No habéis visto muchos [p. 61] cobardes, tan falsos y movedizos como piedra sobre arena, y que por fuera muestran la belicosa faz de Hércules y las híspidas barbas de Marte, y por de dentro tienen los hígados tan blancos como la leche? Fingen valor, para hacerse temer. Medid la hermosura: se compra al peso, y son más ligeras las que se atavían con los más preciados arreos de la belleza. ¡Cuantas

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veces los áureos rizos, enroscados como sierpes al rededor de una dudosa belleza, son prenda de otra hermosura que yace en olvidado sepulcro! Los adornos son como la playa de un mar proceloso; como el velo de seda que oculta el rostro de una hermosura india; como la verdad, cuya máscara toma la fraude para engañar a los más prudentes. Por eso desdeño los fulgores del oro, alimento y perdición del avaro Midas, y también el pálido brillo de la mercenaria plata. Tu quebrado color, oh plomo que pasas por vil y anuncias más desdichas que felicidad, me atrae más que todo eso. Por ti me decido. ¡Quiera Dios cumplir mi amoroso deseo!

Porcia

(Aparte). Como el viento disipa las nubes, así huyen de mi alma todos los recelos, tristezas y desconfianzas. Cálmate, amor; ten sosiego: templa los ímpetus del alma, y dame el gozo con tasa, porque si no, el corazón estallará de alegría.

Basanio

(Abre la caja de plomo). ¿Qué veo? ¡El mismo rostro de la hermosa Porcia! ¿Qué pincel sobrehumano pudo acercarse tanto a la realidad? ¿Pestañean estos ojos, o es que los mueve el reflejo de los míos? Exhalan sus labios un aliento más dulce que la miel. De sus cabellos ha tejido el pintor una tela de araña para enredar corazones. ¡Ay de las moscas que caigan en ellos! ¿Pero cómo habrá podido retratar sus ojos, sin cegar? ¿Cómo pudo acabar el uno sin que sus rayos le cegaran de tal modo que dejase sin acabar el otro? Toda alabanza es poca, y sería afrentar al retrato tanto como el retrato al original. Veamos lo que dice la letra, cifra breve de mi fortuna. (Lee). «Tú a quien no engañan las apariencias, consigues la rara [p. 62] fortuna de acertar. Ya que tal suerte tuviste, no busques otra mejor. Si te parece bien la que te ha dado la fortuna, vuélvete hacia ella, y con un beso de amor tómala por tuya, siguiendo los impulsos de tu alma». ¡Hermosa leyenda! Señora, perdón. Es necesario cumplir lo que este papel ordena. A la manera que el gladiador, cuando los aplausos ensordecen el anfiteatro, duda si es a él a quien se dirigen, y vuelve la vista en torno suyo; así yo, bella Porcia, dudo si es verdad lo que miro, y antes de entregarme al gozo, necesito que lo confirmen vuestros labios.

Porcia

Basanio, tal cual me veis, vuestra soy. No deseo para mi suerte mayor, pero en obsequio vuestro quisiera ser veinte veces más hermosa de lo que soy, y diez mil veces más rica. Yo quisiera exceder a todas en virtud, en belleza, en bienes de fortuna y en amigos, para que me amaseis mucho más. Pero valgo muy poco; soy una niña ignorante y sin experiencia; sólo tengo una cosa buena, y es que todavía no soy vieja para aprender; y otra aún mejor, que no fue tan mala mi educación primera que no pueda aprender. Y aún tengo otra felicidad mejor, y es la de tener un corazón tan rendido que se humilla a vos como el siervo a su señor y monarca. Mi persona, y la hacienda que fue mía, son desde hoy vuestras. Hace un momento era yo señora de esta quinta y de estos criados, y de mí misma, pero desde ahora yo y mi quinta y mis criados os pertenecemos. Todo os lo doy con este anillo. Si algún día lo destruís o perdéis, será indicio de que habéis perdido mi amor, y podré reprenderos por tan grave falta.

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Basanio

Señora, me habéis quitado el habla. Sólo os grita mi sangre alborotada en las venas. Tal trastorno habéis producido en mis sentidos, como el tumulto que estalla en una muchedumbre cuando oye el discurso de un principe adorado. Mil palabras incoherentes se confunden con gritos que no tienen sentido alguno, pero que expresan un júbilo sincero. Cuando [p. 63] huya de mis dedos ese anillo, irá con él mi vida, y podréis decir que ha muerto Basanio.

Nerissa

A nosotros, mudos espectadores de tal drama, sólo nos toca daros el parabién. Sed dichosos, amos y señores míos.

Graciano

Basanio, señor mío; y tú, hermosa dama, disfrutad cuanta ventura deseo para vosotros, ya que no ha de ser a mi costa. Y cuando os preparéis a cerrar solemnemente el contrato, dadme licencia para hacer lo mismo.

Basanio

Con mucho gusto, si encuentras mujer.

Graciano

Mil gracias, Basanio. A ti lo debo. Mis ojos son tan avizores como los tuyos. Tú los pusiste en la señora; yo en la criada: tú amaste; yo también. Tu amor no consiente dilaciones; tampoco el mío. Tu suerte dependía de la buena elección de las cajas; también la mía. Yo ardiendo en amores perseguí a esta esquiva hermosura con tantas y tantas promesas y juramentos, que casi tengo seca la boca de repetirlos. Pero al fin (si las palabras de tal hermosura valen algo), me prometió concederme su amor, si tú acertabas a conquistar el de su señora.

Porcia

¿Es verdad, Nerissa?

Nerissa

Verdad es, señora, si no lo lleváis a mal.

Basanio

¿Lo dices de veras, Graciano?

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[p. 64] Graciano

De veras, señor.

Basanio

Vuestro casamiento aumentará los regocijos del nuestro.

Graciano

¡Pero quién viene! ¿Lorenzo y la judía? ¿y con ellos mi amigo, el veneciano Salerio?

(Salen Lorenzo, Jéssica y Salerio)

Basanio

Con bien vengáis a esta quinta, Lorenzo y Salerio, si es que mi recién nacida felicidad me autoriza para saludaros en este lugar. ¿Me lo permites, bellísima Porcia?

Porcia

Y lo repito: bien venidos sean.

Lorenzo

Gracias por tanto favor. Mi intención no era visitarte, pero Salerio, a quien encontré en el camino, se empeñó tanto, que al cabo consentí en acompañarle.

Salerio

Lo hice, es verdad, pero no sin razón, porque te traigo un recado del señor Antonio.

(Le da una carta)

Basanio

Antes de abrir esta carta, dime cómo se encuentra mi buen amigo.

Salerio

No está enfermo más que del alma; por su carta verás lo que padece.

[p. 65] Graciano

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Querido Salerio, dame la mano. ¿Qué noticias traes de Venecia? ¿Qué hace el honrado mercader Antonio? ¡Cómo se alegrará al saber nuestra dicha! Somos los Jasones que han encontrado el vellocino de oro.

Salerio

¡Ojalá hubierais encontrado el áureo vellocino, que él perdió en hora aciaga!

Porcia

Malas nuevas debe truer la carta. Huye el color de las mejillas de Basanio. Sin duda acaba de saber la muerte de un amigo muy querido, porque ninguna otra mala noticia podría abatir un ánimo tan constante; malo, malo. Perdóname, Basanio, pero soy la mitad de tu alma, y justo es que me pertenezcan la mitad de las desgracias que anuncia ese pliego.

Basanio

¡Amada Porcia! Leo en esta carta algunas de las frases más tristes que se han escrito nunca sobre el papel. Porcia hermosísirna, cuando por primera vez te confesé mi amor, no tuve reparo en decirte que yo no tenía otra hacienda que la sangre de mis venas, pero que era noble y bien nacido, y te dije la verdad. Pero así y todo hubo jactancia en mis palabras, al decirte que mis bienes eran ningunos. Para ser enteramente veraz, debí añadir que mi fortuna era menos que nada, porque la verdad es que empeñé mi palabra a mi mejor amigo, dejándole expuesto a la venganza del enemigo más cruel, implacable y sin entrañas: todo para procurarme dineros. Esta carta me parece el cuerpo de mi amigo: cada línea es a modo de una herida, que arroja la sangre a borbotones. Pero ¿es cierto, Salerio? ¿Todo, todo lo ha perdido? ¿Todos sus negocios le han salido mal? ¿Ni en Trípoli, ni en Méjico, ni en Lisboa, ni en Inglaterra, ni en la India, ni en Berbería, escapó ningún barco suyo de esos escollos tan fatales al marino?

[p. 66] Salerio

Ni uno. Y annque a Antonio le quedara algún dinero para pagar al judío, de seguro que éste no le recibiría. No parece ser humano: nunca he visto a nadie tan ansioso de destruir y aniquilar a su prójimo. Día y noche pide justicia al Dux, amenazando, si no se le hace justicia, con invocar las libertades del Estado. En vano han querido persuadirle los mercaderes más ricos, y el mismo Dux y los patricios. Todo en balde. Él persiste en su demanda, y reclama confiscación, justicia y el cumplimiento de su engañoso trato.

Jéssica

Cuando vivía yo con él, muchas veces le vi jurar a sus amigos Túbal y Chus que prefería la carne de Antonio a veinte veces el valor de la suma que le debía, y si las leyes y el gobierno de Venecia no protegen al infeliz Antonio, mala será su suerte.

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Porcia

¿Y en vuestro amigo recaen todas esas calamidades?

Basanio

En mi amigo, el major y más fiel, el de alma más honrada que hay en toda Italia. En su pecho arde la llama del honor de la antigua Roma.

Porcia

¿Qué es lo que debe al judío?

Basanio

Tres mil ducados que me prestó.

Porcia

¿No más que tres mil? Dale seis mil, duplica, triplica la suma, antes que consentir que tan buen amigo pierda por ti ni un cabello. Vamos al altar, despidámonos, y luego corre a [p. 67] Venecia a buscar a tu amigo; no vuelvas al lado de Porcia hasta dejarle en salvo. Llevarás lo bastante para pagar diez veces más de lo que debe al hebreo. Págalo, y vuelve en seguida con tu fiel amigo. Mi doncella Nerissa y yo viviremos entretanto como viudas y como doncellas. Es necesario que partas el día mismo de nuestras bodas. Piensa en nuestros comensales; no arrugues el ceño, muestra la faz alegre. Ya que tan cara te he comprado, reflexiona cuánto he de amarte. Pero léeme antes la carta.

Basanio

«Querido Basanio: mis barcos naufragaron; me acosan mis acreedores; he perdido toda mi hacienda; ha vencido el plazo de mi escritura con el judío, y claro es que si se cumple la cláusula del contrato, tengo fortosamente que morir. Toda deuda entre nosotros queda liquidada, con tal que vengas a verme en la hora de mi muerte. Sin embargo, haz lo que quieras; si nuestra amistad no te obliga a venir, tampoco te hará fuerza esta carta».

Porcia

Amor mío, vete en seguida.

Basanio

Volaré, si me lo permites. Entretanto que vuelvo, el reposo y la soledad de mi lecho serán continuos estímulos para que yo vuelva.

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[p. 68] ESCENA III

Calle de Venecia

SYLOCK, SALANIO, ANTONIO Y EL CARCELERO

Sylock

Carcelero, no apartes la vista de él. No me digas que tenga compasión... Éste es aquel insensato que prestaba su dinero sin interés. No le pierdas de vista, carcelero.

Antonio

Oye, amigo Sylock.

Sylock

Pido que se cumplan las condiciones de la escritura. He jurado no ceder ni un ápice de mi derecho. En nada te había ofendido yo cuando ya me llamabas perro. Si lo soy, yo te enseñaré los dientes. No tienes escape. El Dux me hará justicia. No sé, perverso alcaide, por qué has consentido con tanto gusto en sacarle de la prisión.

Antonio

Óyeme: te lo suplico.

Sylock

No quiero oírte. Cúmpleme el contrato. No quiero oírte. No te empeñes en hablar más. No soy un hombre de buenas entrañas, de los que dan cabida a la compasión, y se rinden al ruego de los cristianos. No volváis a importunarme. Pido que se cumpla el contrato.

(Vase)

Salanio

Es el perro más abominable de los que deshonran el género humano.

[p. 69] Antonio

Déjale. Nada de ruegos inútiles. Quiere mi vida y no atino por qué. Más de una vez he salvado de sus garras a muchos infelices que acudieron a mí, y por eso me aborrece.

Salanio

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No creo que el Dux consienta jamás en que se cumpla semejante contrato.

Antonio

El Dux tiene que cumplir la ley, porque el crédito de la República perdería mucho si no se respetasen los derechos del extranjero. Toda la riqueza, prosperidad y esplendor de esta ciudad depende de su comercio con los extranjeros. Ea, vamos. Tan agobiado estoy de pesadumbres, que dudo mucho que mañana tenga una libra de carne en mi cuerpo, con que hartar la sed de sangre de ese bárbaro. Adiós, buen carcelero. ¡Quiera Dios que Basanio vuelva a verme y pague su deuda! Entonces moriré tranquilo.

ESCENA IV

Quinta de Porcia en Belmonte

PORCIA, NERISSA, LORENZO, JÉSSICA Y BALTASAR

Lorenzo

Señora (no tengo reparo en decirlo delante de vos), alto idea tenéis formada de la santa amistad, y buena prueba de ello es la resignación con que toleráis la ausencia de vuestro marido. Pero si supierais a quién favorecéis de este modo, y cuán buen amigo es del señor Basanio, más os enorgulleceríais de vuestra obra que de la natural cualidad de obrar bien, de que tantas muestras habéies dado.

[p. 70] Porcia

Nunca me arrepentí de hacer el bien, ni ha de pesarme ahora. Entre amigos que pasan y gastan juntos largas horas, unidos sus corazones por el vínculo sagrado de la amistad, ha de haber gran semejanza de índole, afectos y costumbres. De aquí infiero que siendo Antonio el mejor amigo del esposo a quien adoro, ha de parecerse a él necesariamente. Y si es así, ¡qué poco me habrá costado librar del más duro tormento al fiel espejo del amor mío! Pero no quiero decir más, porque esto parece alabanza propia. Hablemos de otra cosa. En tus manos pongo, honrado Lorenzo, la dirección y gobierno de esta casa hasta que vuelva mi marido. Yo sólo puedo pensar en cumplir un voto que hice secretamente, de estar en oración, sin más compañía que la de Nerissa, hasta que su amante y el mío vuelvan. A dos leguas de aquí hay un convento, donde podremos encerrarnos. No rehuséis el encargo y el peso que hoy me obligan a echar sobre vuestros hombros mi confianza y la situación en que me encuentro.

Lorenzo

Lo acepto con toda voluntad, señora, y cumpliré todo lo que me ordenéis.

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Porcia

Ya saben mi intención los criados. Vos y Jéssica seréis para ellos como Basanio y yo. Quedad con Dios. Hasta la vuelta.

Jéssica

¡Ojalá logréis todas las dichas que mi alma os desea!

Porcia

Mucho os agradezco la buena voluntad, y os deseo igual fortuna. Adiós, Jéssica. (Vanse Jéssica y Lorenzo). Oye, Baltasar. Siempre te he encontrado fiel. También lo has de ser hoy. Lleva esta carta a Padua, con toda la rapidez que cabe [p. 71] en lo humano, y dásela en propia mano a mi amigo el Dr. Belario. Él te entregará dos trajes y algunos papeles: llévalos a la barca que hace la travesía entre Venecia y la costa cercana. No te detengas en palabras. Corre. Estaré en Venecia antes que tú.

Baltasar

Corro a obedecerte, señora.

(Vase)

Porcia

Oye, Nerissa: tengo un plan, que todavía no te he comunicado. Vamos a sorprender a tu esposo y al mío.

Nerissa

¿Sin que nos vean?

Porcia

Nos verán, pero en tal arreo que nos han de atribnir cualidades de que carecemos. Apuesto lo que queráis a que cuando estemos vestidas de hombre, yo he de parecer el mejor mozo, y el de más desgarro, y he de llevar la daga mejor que tú. Hablaré recio, como los niños que quieren ser hombres y tratan de pendencias cuando todavía no les apunta el bozo. Inventaré mil peregrinas historias de ilustres damas que me ofrecieron su amor, y a quienes desdeñé, por lo cual cayeron enfermas y murieron de pesar. —¿Qué hacer entonces?—Sentir en medio de mis conquistas cierta lástima de haberlas matado con mis desvíos. Y por este orden ensartaré cien mil desatinos, y pensarán los hombres que hace un año he salido del colegio y revuelvo en el magín cien mil fanfarronadas, que quisiera ejecutar.

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Nerissa

Pero, señora, ¿tenemos que disfrazarnos de hombres?

[p. 72] Porcia

¿Y lo preguntas? Ven, ya nos espera el coche a la puerta del jardín. Allí te lo explicaré todo. Anda deprisa, que tenemos que correr seis leguas.

ESCENA V

Jardín de Porcia en Belmonte

LANZAROTE Y JÉSSICA

Lanzarote

Sí, porque habéis de saber que Dios castiga en los hijos las culpas de los padres: por eso os tengo lástima. Siempre os dije la verdad, y no he de callarla ahora. Tened paciencia, porque a la verdad, creo que os vais a condenar. Sólo os queda una esperanza, y esa a medias.

Jéssica

¿Y qué esperanza es esa?

Lanzarote

La de que quizá no sea tu padre el judío.

Jéssica

Esa sí que sería una esperanza bastarda. En tal caso pagaría yo los pecados de mi madre.

Lanzarote

Dices bien: témome que pagues los de tu padre y los de tu madre. Por eso huyendo de la Scyla de tu padre, doy en la Caribdis de tu madre, y por uno y otro lado estoy perdido.

[p. 73] Jéssica

Me salvaré por el lado de mi marido, que me cristianizó.

Lanzarote

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Bien mal hecho. Hartos cristianos éramos para poder vivir en paz. Si continúa ese empeño de hacer cristianos a los judíos, subirá el precio de la carne de puerco y no tendremos ni una lonja de tocino para el puchero.

(Sale Lorenzo)

Jéssica

Contaré a mi marido tus palabras, Lanzarote. Mírale, aquí viene.

Lorenzo

Voy a tener celos de ti, Lanzarote, si sigues hablando en secreto con mi mujer.

Jéssica

Nada de eso, Lorenzo: no tienes motivo para encelarte, porque Lanzarote y yo hemos reñido. Me estaba diciendo que yo no tendría perdón de Dios, por ser hija de judío, y añade que tú no eres buen cristiano, porque, convirtiendo a los judíos, encareces el tocino.

Lorenzo

Más fácil me sería, Lanzarote, justificarme de eso, que tú de haber engruesado a la negra mora, que está embarazada por ti, Lanzarote.

Lanzarote

No me extraña que la mora esté más gorda de lo justo. Siempre será más mujer de bien de lo que yo creía.

Lorenzo

Todo el mundo juega con el equívoco, hasta los más tontos... Dentro de poco, los discretos tendrán que callarse, y [p. 74] sólo merecerá alabanza en los papagayos el don de la palabra. Adentro, pícaro: di a los criados que se dispongan para la comida.

Lanzarote

Ya están dispuestos, señor: cada cual tiene su estómago.

Lorenzo

¡Qué ganas de broma tienes! Diles que pongan la comida.

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Lanzarote

También está hecho. Pero mejor palabra sería «cubrir».

Lorenzo

Pues que cubran.

Lanzarote

No lo haré, señor: sé lo que debo.

Lorenzo

Basta de juegos de palabras. No agotes de una vez el manantial de tus gracias. Entiéndeme, ya que te hablo con claridad. Di a tus compañeros que cubran la mesa y sirvan la comida, que nosotros iremos a comer.

Lanzarote

Señor, la mesa se cubrirá, la comida se servirá, y vos iréis a comer o no, según mejor cuadre a vuestro apetito.

(Vase)

Lorenzo

¡Oh, qué de necedades ha dicho! Tiene hecha sin duda provisión de gracias. Otros bufones conozco de más alto ralea, que por decir un chiste, son capaces de alterar y olvidar [p. 75] la verdadera significación de las cosas. ¿Qué piensas, amada Jéssica? Dime con verdad: ¿Te parece bien la mujer de Basanio?

Jéssica

Más de lo que puedo darte a entender con palabras. Muy buena vida debe hacer Basanio, porque tal mujer es la bendición de Dios y la felicidad del paraíso en la tierra, y si no la estima en la tierra, no merecerá gozarla en el cielo. Si hubiera contienda entre dos divinidades, y la una trajese por apuesta una mujer como Porcia, no encontraría el otro dios ninguna otra que oponerla en este bajo mundo.

Lorenzo

Tan buen marido soy yo para ti, como ella es buena mujer.

Jéssica

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Pregúntamelo a mí.

Lorenzo

Vamos primero a comer.

Jéssica

No: déjame alabarte, mientras yo quiera.

Lorenzo

No: déjalo; vamos a comer; a los postres dirás lo que quieras, y así digeriré mejor.

(Vanse)

[p. 76] ACTO IV

ESCENA PRIMERA

Tribunal de Venecia

DUX, SENADORES, ANTONIO, BASANIO, GRACIANO, SALARINO Y SALANTO

Dux

¿Y Antonio?

Antonio

A vuestras órdenes, Alteza.

Dux

Te tengo lástima, porque vienes a responder a la demanda de un enemigo cruel y sin entrañas, en cuyo pecho nunca halló lugar la compasión ni el amor, y cuya alma no encierra ni un gramo de piedad.

Antonio

Ya sé que V. A. ha puesto empeño en calmar su feroz encono, pero sé también que permanece inflexible, y que no me queda, según las leyes, recurso alguno para salvarme de sus iras. A ellas sólo puedo oponer la paciencia y la serenidad. Mi alma tranquila y resignada soportará todas las durezas y

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ferocidades de la suya.

[p. 77] Dux

Decid que venga el judío ante el tribunal.

Salarino

Ya viene, señor. Está fuera, esperando vuestras órdenes.

(Entra Sylock)

Dux

¡Haceos atrás! ¡Que se presente Sylock! Cree el mundo, y yo con él, que quieres apurar tu crueldad hasta las heces, y luego cuando la sentencia se pronuncie, haces alarde de piedad y mansedumbre, todavía más odiosas que tu crueldad primera. Cree la gente que en vez de pedir el cumplimiento del contrato que te concede una libra de carne de este desdichado mercader, desistirás de tu demanda, te moverás a lástima, le perdonarás la mitad de la deuda, considerando las grandes pérdidas que ha tenido en poco tiempo, y que bastarían a arruinar al más opulento mercader monarca, y a conmover entrañas de bronce y corazones de pedernal, aunque fuesen de turcos o tártaros selváticos, ajenos de toda delicadeza y buen comedimiento. Todos esperamos de ti una cortés respuesta.

Sylock

Vuestra Alteza sabe mi intención, y he jurado por el sábado lograr cumplida venganza. Si me la negáis, ¡vergüenza eterna para las leyes y libertades venecianas! Me diréis qué ¿por qué estimo más una libra de carne de este hombre que tres mil ducados? Porque así se me antoja. ¿Os place esta contestación? Si en mi casa hubiera un ratón importuno, y yo me empeñara en pagar diez mil ducados por matarle, ¿lo llevaríais a mal? Hay hombres que no pueden ver en su mesa un lechón asado, otros que no resisten la vista de un gato, animal tan útil e inofensivo, y algunos que orinan, en oyendo el son de una gaita. Efectos de la antipatía que todo lo gobierna. Y así como ninguna de estas cosas tiene razón de ser, yo [p. 78] tampoco la puedo dar para seguir este pleito odioso, a no ser el odio que me inspira hasta el nombre de Antonio. ¿Os place esta respuesta?

Basanio

No basta, cruel hebreo, para disculpar tu fiereza increíble.

Sylock

Ni yo pretendo darte gusto.

Basanio

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¿Y mata siempre el hombre a los seres que aborrece?

Sylock

¿Y quién no procura destruir lo que él odia?

Basanio

No todo agravio provoca a tanta indignación desde luego.

Sylok

¿Consentirás que la serpiente te muerda dos veces?

Antonio

Mira que estás hablando con un judío. Más fácil te fuera arengar a las olas de la playa cuando más furiosas están, y conseguir que se calmen; o preguntar al lobo por qué devora a la oveja, y deja huérfano al cordero; o mandar callar a los robles de la selva, y conseguir que el viento no agite sus verdes ramas; en suma, mejor conseguirías cualquier imposible, que ablandar el durísimo corazón de este hebreo. No le ruegues más, no le importunes; haz que la ley se cumpla pronto, a su voluntad.

Basanio

En vez de los tres mil ducados toma seis.

[p. 79] Sylock

Aunque dividieras cada uno de ellos en seis, no lo aceptaría. Quiero que se cumpla el trato.

Dux

¿Y quién ha de tener compasión de ti, si no la tienes de nadie?

Sylock

¿Y qué he de temer, si a nadie hago daño? Tantos esclavos tenéis, que pueden serviros como mulos, perros o asnos en los oficios más viles y groseros. Vuestros son; vuestro dinero os han costado. Si yo os dijera: dejadlos en libertad, casadlos con vuestras hijas, no les hagáis sudar bajo la carga, dadles camas tan nuevas como las vuestras y tan delicados manjares como los que vosotros coméis, ¿no me responderíais: «son nuestros»? Pues lo mismo os respondo yo. Esa libra de carne que pido es mía, y buen dinero me ha costado. Si no me la dais, maldigo de las leyes de Venecia, y pido justicia. ¿Me la dais? ¿sí o no?

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Dux

Usando de la autoridad que tengo, podría suspender el consejo, si no esperase al Dr. Belario, famoso jurisconsulto de Pisa, a quien deseo oír en este negocio.

Salarino

Señor: fuera aguarda un criado que acaba de llegar de Padua con cartas del doctor.

Dux

Entregádmelas, y que pase el criado.

Basanio

¡Valor, Antonio! Te juro por mi nombre, que he de dar al [p. 80] judío toda mi carne, y mi sangre, y mis huesos, antes que consentir que vierta una sola gota de la sangre tuya.

Antonio

Soy como la res apartada en medio de un rebaño sano. La fruta podrida es siempre la primera que cae del árbol. Dejadla caer; tú, Basanio, sigue viviendo, y con eso pondrás un epitafio sobre mi sepulcro.

(Sale Nerissa, disfrada de pasante de procotador)

Dux

¿Vienes de Padua? ¿Traes algún recado del Dr. Belario?

Nerissa

Vengo de Padua, señor. Belario os saluda.

(Le entrega la carta)

Basanio

Sylock, ¿por qué afilas tanto tu cuchillo?

Sylock

Para cortar a Antonio la carne que me debe.

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Graciano

Nigún metal, ni aun el hierro de la segur del verdugo, te iguala en dureza, maldecido hebreo. ¿No habrá medio de amansarte?

Sylock

No, por cierto, aunque mucho aguces tu entendimiento.

Graciano

¡Maldición sobre ti, infame perro! ¡Maldita sea la justicia que te deja vivir! Cuando te veo, casi doy asenso a la doctrina [p. 81] pitagórica que enseña la transmigración de las almas de los brutos a los hombres. Sin duda tu alma ha sido de algún lobo, inmolado por homicida, y que desde la horca fue volando a meterse en tu cuerpo, cuando aún estabas en las entrañas de tu infiel madre; porque tus instintos son rapaces, crueles y sanguinarios como los del lobo.

Sylock

Como no logres quitar el sello del contrato, nada guirás con tus destempladas voces sino ponerte ronco. Graciano, modera tus impetus y no pierdas la razón. Yo sólo pido justicia.

Dux

Belario en esta carta recomienda al Consejo un joven bachiller, buen letrado. ¿Dónde está?

Nerissa

Muy cerca de aquí, aguardando vuestra licencia para entrar.

Dux

Y se la doy de todo corazón. Vayan dos o tres a recibirle de la manera más respetuosa. Entre tanto, leamos de nuevo la carta de Belario: «Alteza: cuando recibí vuestra carta me hallaba gravemente enfermo, pero dio la casualidad de que, en el momento de llegar el mensajero, estaba conmigo un joven doctor de Padua llamado Baltasar. Le conté el pleito entre Antonio y el judío; repasamos pronto muchos libros; le dije mi parecer, que es el que os expondrá, rectificado por su inmenso saber, para el cual no hay elogio bastante. Él hará lo que deseáis. No os fijéis en lo mozo que es, ni creáis que por eso vale menos, pues nunca hubo en cuerpo tan juvenil tan maduro entendimiento. Recibidle, pues, y más que mi recomendación, han de favorecerle sus propias acciones». Esto es lo que Belario dice. Aquí viene el Doctor, si no me equivoco. (Sale Porcia, de abogado). Dadme la mano. ¿Venís por encargo de Belario?

[p. 82] Porcia

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Sí, poderoso señor.

Dux

Bien venido seáis. Tomad asiento. ¿Estáis enterado de la cuestión que ha de sentenciar el tribunal?

Porcia

Perfectamente enterado. ¿Quiénes son el mercader y el judío?

Dux

Antonio y Sylock: acercaos.

Porcia

¿Sois vos Sylock?

Sylock

Ese es mi nombre.

Porcia

Raro litigio tenéis: extraña es vuestra demanda, y no se os puede negar, conforme a las leyes de Venecia. Corre mucho peligro vuestra víctima. ¿No es verdad?

Antonio

Verdad es.

Porcia

¿Confesáis haber hecho ese trato?

Antonio

Lo confieso.

[p. 83] Porcia

Entonces es necesario que el judío se compadezca de vos.

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Sylock

¿Y por qué? ¿Qué obligación tengo? Decídmelo.

Porcia

La clemencia no quiere fuerza: es como la plácida lluvia del cielo que cae sobre un campo y le fecunda; dos veces bendita porque consuela al que la da y al que la recibe. Ejerce su mayor poder entre los grandes; el signo de su autoridad en la tierra es el cetro, rayo de los monarcas. Pero aún vence al cetro la clemencia, que viva, como en su trono, en el alma de los reyes. La clemencia es atributo divino, y el poder humano se acerca al de Dios, cuando modera con la piedad la justicia. Hebreo, ya que pides no más que justicia, piensa que si sólo justicia hubiera, no se salvaría ninguno de nosotros. Todos los días, en la oración, pedimos clemencia, pero la misma oración nos enseña a perdonar como deseamos que nos perdonen. Te digo esto, sólo para moverte a compasión, porque como insistas en tu demanda, no habrá más remedio, con arreglo a las leyes de Venecia, que sentenciar el pleito en favor tuyo y contra Antonio.

Sylock

Yo cargo con la responsabilidad de mis actos. Pido que se ejecute la ley, y que se cumpla el contrato.

Porcia

¿No puede pagar en dinero?

Basanio

Yo le ofrezco en nombre suyo, y duplicaré la cantidad, y aun le pagaré diez veces, si es necesario, y daré en prenda las manos, la cabeza y hasta el corazón. Si esto no os parece [p. 84] bastante, será porque la malicia vence a la inocencia. Romped para este solo caso esa ley tan dura. Evitaréis un gran mal con uno pequeño, y contendréis la ferocidad de ese tigre.

Porcia

Imposible. Ninguno puede alterar las leyes de Venecia. Sería un ejemplar funesto, una causa de ruina para el Estado. No puede ser.

Sylock

¡Es un Daniel quien nos juzga! ¡Sabio y joven juez, bendito seas!

Porcia

Déjame examinar el contrato.

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Sylock

Tómale, reverendisimo doctor.

Porcia

Sylock, te ofrecen tres veces el doble de esa cantidad.

Sylock

¡No! ¡no!: lo he jurado, y no quiero ser perjuro, aunque se empeñe toda Venecia.

Porcia

Ha espirado el plazo, y dentro de la ley puede el judío reclamar una libra de carne de su deudor. Ten piedad de él: recibe el triplo, y déjame romper el contrato.

Sylock

Cuando en todas sus partes esté cumplido. Pareces juez íntegro; conoces la ley; has expuesto bien el caso; sólo te pido [p. 85] que con arreglo a esa ley, de la cual eres fiel intérprete, sentencies pronto. Te juro que no hay poder humano que me haga dudar ni vacilar un punto. Pido que se cumpla la escritura.

Antonio

Pido al tribunal que sentencie.

Porcia

Bueno: preparad el pecho a recibir la herida.

Sylock

¡Oh sabio y excelente juez!

Porcia

La ley no tiene duda ni admite excepción en cuanto a la pena.

Sylock

¡Cierto, cierto! ¡Oh docto y severísimo juez! ¡Cuánto más viejo eres en jurisprudencia que en años!

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Portia

Apercibid el pecho, Antonio.

Sylock

Sí, si, ese es el contrato. ¿No es verdad, sabio juez? ¿No dice que ha de ser cerca del corazón?

Porcia

Verdad es. ¿Tenéis una balanza para pesar la carne?

Sylock

Aquí la tengo.

[p. 86] Porcia

Traed un cirujano que restañe las heridas, Sylock, porque corre peligro de desangrarse.

Sylock

¿Dice eso la escritura?

Porcia

No entra en el contrato, pero debéis hacerlo como obra de caridad.

Sylock

No lo veo aquí: la escritura no lo dice.

Porcia

¿Tenéis algo que alegar, Antonio?

Anotonio

Casi nada. Dispuesto esto a todo y armado de valor. Dame la mano, Basanio. Adiós, amigo. No te duelas de que he perecido por salvarte. La fortuna se ha mostrado conmigo más clemente de lo que acostumbra. Suele dejar que el infeliz sobreviva a la pérdida de su fortuna y contemplar con torvos ojos su desdicha y pobreza, pero a mi me ha libertado de esa miseria. Saluda en mi nombre a tu honrada mujer; cuéntale mi muerte; dile cuánto os quise; sé fiel a mi memoria; y cuando ella haya

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oido toda la historia, podrá juzgar y sentenciar si fui o no buen amigo de Basanio. No me quejo del pago de la deuda: pronto la habré satisfecho toda, si la mano del judío no tiembla.

Basanio

Antonio, quiero más a mi mujer que a mi vida, pero no te amo a ti menos que a mi mujer y a mi alma y a cuanto existe, y juro que lo daría todo por salvarte.

[p. 87] Porcia

No te había de agradecer tu esposa tal juramento, si estuviera aqui.

Graciano

Ciertamente que adoro a mi esposa. ¡Ojalá que estuviese en el cielo para que intercediera con algún santo que calmase la ira de ese perro!

Nerissa

Gracias que no te oye tu mujer, porque con tales deseos no podría haber paz en vuestra casa.

Sylock

¡Qué cónyuges! ¡Y son cristianos! Tengo una hija, y preferiría que se casase con ella un hijo de Barrabás antes que un cristiano. Pero estamos perdiendo el tiempo. No os detengáis: prosiga la sentencia.

Porcia

Según la ley y la decisión del tribunal, te pertenece una libra de su carne.

Sylock

¡Oh juez doctísimo! ¿Has oído la sentencia, Antonio? Prepárate.

Porcia

Un momento no más. El contrato te otorga una libra de su carne, pero ni una gota de su sangre. Toma la carne que es lo que te pertenece; pero si derramas una gota de su sangre, tus bienes serán confiscados, conforme a la ley de Venecia.

Graciano

¿Lo has oído, Sylock?

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[p. 88] Sylock

¡Oh juez recto y bueno! ¿Eso dice la ley?

Porcia

Tú mismo lo verás. Justicia pides, y la tendrás tan cumplida como deseas.

Graciano

¡Oh juez íntegro y sapientísimo!

Sylock

Me conformo con la oferta del triple: poned en litertad al cristiano.

Basanio

Aquí está el dinero.

Porcia

¡Deteneos! Tendrá el hebreo completa justicia. Se complirá la escritura.

Graciano

¡Qué juez tan prudente y recto!

Porcia

Prepárate ya a cortar la carne, pero sin derramar la sangre, y ha de ser una Libra, ni más ni menos. Si tomas más, aunque sea la vigésima parte de un adarme, o inclinas, por poco que sea, la balanza, perderás la vida y la hacienda.

Graciano

¡Es un Daniel, es un Daniel! Al fin te hemos cogido.

Porcia

¿Qué esperas? Cúmplase la escritura.

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[p. 89] Sylock

Me iré si me dais el dinero.

Basanio

Aquí está.

Porcia

Cuando estabas en el tribunal, no quisiste aceptarlo. Ahora tiene que cumplirse la escritura.

Graciano

¡Es otro Daniel, otro Daniel! Frase tuya felicísima, Sylock.

Sylock

¿No me daréis ni el capital?

Porcia

Te daremos lo que te otorga el contrato. Cóbralo, si te atreves, judío.

Sylock

¡Pues que se quede con todo, y el diablo le lleve! Adiós.

Porcia

Espera, judío. Aun así te alcanzan las leyes. Si algún extraño atenta por medios directos o indirectos contra la vida de un súbdito veneciano, éste tiene derecho a la mitad de los bienes del reo, y el Estado a la otra media. El Dux decidirá de su vida. Es así que tú directa e indirectamente has atentado contra la existencia de Antonio; luego la ley te coge de medio a medio. Póstrate a las plantas del Dux, y pídele perdón.

Graciano

Y suplícale que te conceda la merced de que te ahorques [p. 90] por tu mano; aunque estando confiscados tus bienes, no te habrá quedado con que comprar una cuerda, y tendrá que ahorcarte el pueblo a su costa.

El Dux

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Te concede la vida, Sylock, aun antes que me la pidas, para que veas cuánto nos diferenciamos de ti. En cuanto a tu hacienda, la mitad pertenece a Antonio y la otra mitad al Estado, pero quizá puedas condonarla mediante el pago de una multa.

Porcia

La parte del Estado, no la de Antonio.

Sylock

¿Y para qué quiero la vida? ¿cómo he de vivir? Me dejáis la case, quitándome los puntales que la sostienen.

Porcia

¿Qué puedes hacer por él, Antonio?

Graciano

Regálale una soga, y baste.

Antonio

Si el Dux y el tribunal le dispensan del pago de la mitad de su fortuna al Erario, yo le perdono la otra media, con dos condiciones: la primera, que abjure sus errores y se haga cristiano; la segunda, que por una escritura firmada en esta misma audiencia instituya herederos de todo a su hija y a su yerno Lorenzo.

Dux

Juro que así lo hará, o, si no, revocaré el poder que le he concedido.

[p. 91] Porcia

¿Aceptas, judío? ¿Estás satisfecho?

Sylock

Estoy satisfecho y acepto.

Porcia

Hágase, pues, la donación en forma.

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Sylock

Yo me voy, si me lo permitís, porque estoy enfermo. Enviadme el acta, y yo la firmaré.

Dux

Vete, pero lo harás.

Graciano

Tendrás dos padrinos, cuando te bautices. Si yo fuera juez, habías de tener diez más, para que te llevasen a la horca y no al bautismo.

(Se va Sylock)

Dux

(A Porcia). Os convido con mi mesa.

Porcia

Perdone V. A., pero hoy mismo tengo que ir a Padua, y no me es lícito detenerme.

Dux

¡Lástima que os detengáis tan poco tiempo! Antonio, haz algún obsequio al forastero que, a mi entender, algo merece.

(Vase al Dux, y con él los Senadores)

[p. 92] Basanio

Digno y noble caballero, gracias a vuestra agudeza y buen entendimiento, nos vemos hoy libres mi amigo y yo de una calamidad gravísima. En pago de tal servicio, os ofrecemos los 3.000 ducados que debíamos al judío.

Antonio

Y será eterno nuestro agradecimiento en obras y en pa labras.

Porcia

Bastante paga es para mí el haberos salvado. Nunca fue el interés norte de mis acciones. Si alguna

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vez nos encontramos, reconocedme: no os pido más. Adiós.

Basanio

Yo no puedo menos de insistir, hidalgo. Admitid un presente, un recuerdo, no como paga. No rechacéis nuestras ofertas. Perdón.

Porcia

Necesario es que ceda. (A Antonio). Llevaré por memoria vuestros guantes. (A Basanio). Y en prenda de cariño vuestra sortija. No apartéis la mano: es un favor que no podéis negarme.

Basanio

¡Pero si esa sortija nada vale! Vergüenza tendría de dárosla.

Porcia

Por lo mismo la quiero, y nada más aceptaré. Tengo capricho de poseerla.

Basanio

Vale mucho más de lo que ha costado. Os daré otra sortija, [p. 93] la de más precio que haya en Venecia. Echaré público pregón para encontrarla. Pero ésta no puede ser... perdonadme.

Porcia

Sois largo en las promesas, caballero. Primero me enseñasteis a mendigar, y ahora me enseñáis cómo se responde a un mendigo.

Basanio

Es regalo de mi mujer ese anillo, y le hice juramento y voto formal de no darlo, perderlo ni venderlo.

Porcia

Pretexto fútil, que sirve a muchos para negar lo que se les pide. Aunque vuestra mujer fuera loca, me parece imposible que eternamente le durara el enojo por un anillo, mucho mas sabiendo la ocasión de este regalo. Adiós.

(Se van Porcia y Nerissa)

Antonio

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Basanio, dale el anillo, que tanto como la promesa hecha a tu mujer valen mi amistad y el servicio que nos ha prestado.

Basanio

Corre, Graciano, alcánzale, dale esta sortija, y si puedes, llévale a casa de Antonio. No te detengas. (Vase Graciano). Dirijàmonos hacia tu casa, y mañana al amanecer volaremos a Belmonte. En marcha, Antonio.

[p. 94] ESCENA II

Una calle de Venecia

PORCIA Y NERISSA

Porcia

Averigua la casa del judío, y hazle firmar en seguida esta acta. Esta noche nos vamos, y llegaremos así un día antes que nuestros maridos. ¡Cuánto me agradecerá Lorenzo la escritura que le llevo!

Graciano

Grande ha sido mi fortuna en alcanzaros. Al fin, después de haberlo pensado bien, mi amo el señor Basanio os manda esta sortija, y os convida a comer hoy.

Porcia

No es posible. Pero acepto con gusto la sortija. Decídselo así, y enseñad a este criado mío la casa de Sylock.

Graciano

Así lo haré.

Nerissa

Señor, oídme un instante. (A Porcia). Quiero ver si mi esposo me da el anillo que juró conservar siempre.

Porcia

De seguro lo conseguirás. Luego nos harán mil juramentos de que a hombres y no a mujeres entregaron sus anillos, pero nosotras les desmentiremos, y si juran, juraremos más que ellos. No te detengas, te espero donde sabes.

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Nerissa

Ven, mancebo, enséñame la casa.

[p. 95] ACTO V

ESCENA PRIMERA

Alameda que conduce a la casa de campo de Porcia en Belmonte

(Sale Lorenzo y Jéssica)

Lorenzo

¡Qué hermosa y despejada brilla la luna! Sin duda en una noche como esta en que el céfiro besaba mansamente las hojas de los árboles, escaló el amante Troilo las murallas de Troya, volando su alma hacia las tiendas griegas donde aquella noche reposaba Créssida.

Jéssica

Y, en otra noche como ésta, Tisbe, con temerosos pasos fue marchando sobre la mojada yerba, y viendo la espantosa sombra del león, se quedó aterrada.

Lorenzo

Y en otra noche como esta, la reina Dido, armada su diestra con una vara de sauce, bajó a la ribera del mar, y llamó hacia Cartago al fugitivo Eneas.

Jéssica

En otra noche así, fue cogiendo Medea las mágicas yerbas con que rejuveneció al viejo Esón.

[p. 96] Lorenzo

Y en otra noche por el mismo estilo, abandonó Jéssica la casa del rico judío de Venecia, y con su amante huyó a Belmonte.

Jéssica

En aquella noche juró Lorenzo que la amaba con amor constante, y la engañó con mil falsos juramentos.

Lorenzo

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En aquella noche, Jéssica, tan pérfida como hermosa, ofendió a su amante, y él le perdonó la ofensa.

Jéssica

No me vencerías en esta contienda, si estuviéramos solos, pero viene gente.

(Sale Estéfano)

Lorenzo

¿Quién viene en el silencio de la noche?

Estéfano

Un amigo.

Lorenzo

¿Quién? Decid vuestro nombre.

Estéfano

Soy Estéfano. Vengo a deciros que, antes que apunte el alba, llegará mi señora a Belmonte. Ha venido arrodillándose y haciendo oración al pie de cada cruz que hallaba en el camino, para que fuese feliz su vida conyugal.

Lorenzo

¿Quién viene con ella?

[p. 97] Estéfano

Un venerable ermitaño y su doncella. Dime, ¿ha vuelto el amo?

Lorenzo

Todavía no, ni hay noticia suya. Vamos a casa, amigo, a hacer los preparativos para recibir al ama como ella merece.

(Sale Lanzarote)

Lanzarote

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¡Hola, ea!

Lorenco

¿Quién?

Lanzarote

¿Habéis visto a Lorenzo o a la mujer de Lorenzo?

Lorenzo

No grites. Aquí estamos.

Lancarote

¿Dónde?

Lorenzo

Aquí.

Lancarote

Decidle que aquí viene un nuncio de su amo, cargado de buenas noticias. Mi amo llegará al amanecer.

(Se va)

Lorenzo

Vamos a casa, amada mía, a esperarlos. ¿Pero ya para qué es entrar? Estéfano, te suplico que vayas a anunciar la [p. 98] venida del ama, y mandes a los músicos salir al jardín. (Se va Estéfano). ¡Qué mansamente resbalan los rayos de la luna sobre el césped! Recostémonos en él: prestemos atento oído a esa música suavísima, compañera de la soledad y del silencio. Siéntate, Jéssica: mira la bóveda celeste tachonada de astros de oro. Ni aun el más pequeño deja de imitar en su armonioso movimiento el canto de los ángeles, uniendo su voz al coro de los querubines. Tal es la armonía de los seres inmortales; pero mientras nuestro espíritu está preso en esta oscura cárcel, no la entiende ni percibe. (Salen los músicos). Tañed las cuerdas, despertad a Diana con un himno, halagad los oídos de vuestra señora y conducidla a su casa entre música.

Jéssica

Nunca me alegran los sones de la música.

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Lorenzo

Es porque se conmueve tu alma. Mira en el campo una manada de alegres novillos o de ardientes y cerriles potros: míralos correr, agitarse, mugir, relinchar. Pero en llegando a sus oídos son de clarín o ecos de música, míralos inmóviles, mostrando dulzura en sus miradas, como rendidos y dominados por la armonía. Por eso dicen los poetas que el tracio Orfeo arrastraba en pos de sí árboles, ríos y fieras: porque nada hay tan duro, feroz y selvático que resista el poder de la música. El hombre que no siente ningún género de armonía, es capaz de todo engaño y alevosía, fraude y rapiña; los instintos de su alma son tan oscuros como la noche, tan lóbregos como el Tártaro. ¡Ay de quien se fíe de él! Oye, Jéssica.

(Salen Porcia y Nerissa)

Porcia

En mi sala hay luz. ¡Cuán lejos llegan sus rayos! Así es el resplandor de una obra buena en este perverso mundo.

Nerissa

No hemos visto la luz, al brillar los rayos de la luna.

[p. 99] Porcia

Así oscurece a una gloria menor, otra más resplandeciente. Así brilla el ministro hasta que aparece el monarca, pero entonces desaparece su pompa, como se pierde en el mar un arroyo. ¿No oyes música?

Nerissa

Debe de ser en tu puerta.

Porcia

Suena aún más agradable que de día.

Nerissa

Efecto del silencio, señora.

Porcia

El cantar del cuervo es tan dulce como el de la alondra, cuando no atendemos a ninguno de los dos, y de seguro que si el ruiseñor cantara de día. cuando graznan los patos, nadie la tendría por tan buen

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cantor. ¡Cuánta perfección tienen las cosas hechas a tiempo! ¡Silencio! Duerme Diana en brazos de Endimión, y no tolera que nadie turbe su sueño.

(Calla la música)

Lorenzo

Es voz de Porcia, o me equivoco mucho.

Porcia

Me conoce como conoce el ciego al cuco: en la voz.

Lorenzo

Señora mía, bien venida seáis a esta casa.

Porcia

Hemos rezado mucho por la salud de nuestros maridos. [p. 100] Esperamos que logren buena fortuna gracias a nuestras oraciones. ¿Han vuelto?

Lorenzo

Todavía no, pero delante de ellos vino un criado a anunciar su venida.

Porcia

Nerissa, vete y di a los criados que no cuenten nada de nuestra ausencia. Vosotros haced lo mismo, por favor.

Lorenzo

¿No oís el son de una trompa de caza? Vuestro esposo se acerca. Fiad en nuestra discreción, señora.

Porcia

Esta noche me parece un día enfermo: está pálida: parece un día anubarrado.

(Salen Basanio, Antonio, Graciano y acompañamiento)

Basanio

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Si amanecierais vos, cuando él se ausenta, sería de día aquí al mismo tiempo que en el hemisferio contrario.

Porcia [1]

¡Dios nos ayude! ¡Bien venido seáis a esta casa, señor mío!

Basanio

Gracias, señora. Esa bienvenida dádsela a mi amigo. Éste es aquel Antonio a quien tanto debo.

[p. 101] Porcia

Grande debe ser la deuda, pues si no he entendido mal, por vos se vio en gran peligro.

Antonio

Por grande que fuera, está bien pagada.

Porcia

Con bien vengáis a nuestra casa. El agradecimiento se prueba con obras, no con palabras. Por eso no me detengo en discursos vanos.

Graciano

(A Nerissa). Te juro por la luna, que no tienes razón y que me agravias. Ese anillo se lo di a un pasante de letrado. ¡Muerto le viera yo, si hubiera sabido que tanto lo sentirías, amor mío!

Porcia

¿Qué cuestión es esa?

Graciano

Todo es por un anillo, un mal anillo de oro que ella me dio, con sus letras grabadas que decían: «Nunca olvides mi amor».

Nerissa

No se trata del valor del anillo, ni de la inscripción, sino que cuando te lo di, me juraste conservarlo hasta tu muerte y llevarlo contigo al sepulcro. Y ya que no fuera por amor mío, a lo menos por los juramentos y ponderaciones que hiciste, debías haberlo guardado como un tesoro. Dices que lo diste al pasante de un letrado. Bien sabe Dios que a ese pasante nunca le saldrán las barbas.

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Graciano

Sí que le saldrán, si llega a ser hombre y a tenerlas. Con esta mano se le di. Era un rapazuelo, sin boto, tan bajo como [p. 102] tú, pasante de un abogado, grande hablador. Me pidió el anillo en pago de un favor que me había hecho, y no supe negárselo.

Porcia

Pues hiciste muy mal (si he de decirte la verdad) en entregar tan pronto el primer regalo de tu esposa, que ella colocó en tu dedo con tantos juramentos y promesas. Yo di otro anillo a mi esposo, y le hice jurar que nunca le perdería ni entregaría a nadie. Estoy segura que no lo hará ni por todo el oro del mundo. Graciano, mucha razón tiene tu mujer para estar enojada contigo. Yo me volvería loca.

Basanio

¿Qué podré hacer? ¿Cortarme la mano izquierda y decir que perdí el anillo defendiéndome?

Graciano

Pues también a mi amo Basanio le pidió su anillo el juez, y él se lo dio. Luego, el pasante, que nos había servido bien en su oficio, me pidió el mío, y yo no supe cómo negárselo, porque ni el señor ni el criado quisieron recibir más galardón que los dos anillos.

Porcia

¿Y tú qué anillo le diste, Basanio? Creo que no sería el que yo te entregué.

Basanio

Si yo tuviera malicia bastante para acrecentar mi pecado con la mentira, te lo negaría, Porcia. Pero ya ves, mi dedo está vacío. He perdido el anillo.

Porcia

No: lo que tienes vacía de verdad es el alma. Y juro a Dios que no he de ocupar tu lecho, hasta que me muestres el anillo.

[p. 103] Nerissa

Ni yo el de éste, hasta que me presente el suyo.

Basanio

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Amada Porcia, si supieras a quién se lo di, y por qué, y con cuánto dolor de mi alma, y sólo porque no quiso recibir otra cosa que el anillo, tendrías lástima de mí.

Porcia

Y si tú supieras las virtudes de ese anillo, o el valor de quién te lo dio, o lo que te importaba conservarle, nunca le hubieras dado. ¿Por qué había de haber hombre tan loco, que defendiéndolo tú con alguna insistencia, se empeñara en arrebatarte un don tan preciado? Bien dice Nerissa: ella está en lo cierto; sin duda diste el anillo a alguna dama.

Basanio

¡No, señora! lo juro por mi honor, por mi alma, se lo di a un doctor en derecho que no quería aceptar 3.000 ducados, y que me pidió el anillo. Se lo negué bien a pesar mío, porque se fue desairado el hombre que había salvado la vida de mi mejor amigo. ¿Y qué he de añadir, amada Porcia? Tuve que dárselo: la gratitud y la cortesía me mandaban hacerlo. Perdóname, señora; si tú misma hubieras estado allí (pongo por testigos a estos lucientes astros de la noche), me hubieras pedido el anillo para dárselo al juez.

Porcia

¡Nunca se acerque él a mi casa! Ya que tiene la prenda que yo más quería, y que me juraste por mi amor guardar eternamente, seré tan liberal como tú: no le negaré nada, ni siquiera mi persona ni tu lecho. De seguro que le conoceré. Ten cuidado de dormir todas las noches en casa, y de velar como Argos, porque si no, si me dejas sola, te prometo por mi honra (pues todavía la conservo) que he de dormir con ese abogado.

[p. 104] Nerissa

Y yo con el pasante. ¡Conque, ojo!

Graciano

Bueno, haz lo que quieras, pero si cojo al pasante, he de cortarle la pluma.

Antonio

Por mí son todas estas infaustas reyertas.

Porcia

No os alarméis, pues a pesar de todo, seréis bien recibido.

Basanio

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Perdón, Porcia, si te he ofendido, y aquí, delante de estos amigos, te juro por la luz de esos divinos ojos en que me miro...

Porcia

¡Fijaos bien! Dice que se mira en sus ojos, que ve un Basanio en cada uno de ellos. Juras por la doblez de tu alma, y juras con verdad.

Basanio

¡Perdóname, por Dios! Te juro que en mi vida volveré a faltar a ninguna palabra que te dé.

Antonio

Una vez empeñé mi cuerpo en servicio suyo, y hubiera yo perdido la vida, a no ser por el ingenio de aquel hombre a quien vuestro marido galardonó con el anillo. Yo empeño de nuevo mi palabra de que Basanio no volverá a faltar a sus promesas, a lo menos a sabiendas.

Porcia

Está bien. Saldréis por fiador suyo. Dadle la joya, y pedidle que la tenga en más estima que la primera.

[p. 105] Antonio

Toma, Basanio, y jura que nunca dejarás este anillo.

Basanio

¡Dios santo! ¡El mismo que di al juez!

Porcia

Él me lo entregó. ¡Perdón, Basanio! Yo le concedí favores por ese anillo.

Nerissa

¡Perdón, Graciano! El rapazuelo del pasante me gozó ayer, en pago de este anillo.

Graciano

Esto es como allanar las sendas en verano. ¿Ya tenemos cuernos, sin merecerlos?

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Porcia

No decís mal. Pero voy a sacaros de la duda. Leed esta carta cuando queráis. En ella veréis que el letrado fue Porcia y el pasante Nerissa. Lorenzo podrá dar testimonio de que apenas habíais pasado el umbral de esta casa, salí yo, y que he vuelto ahora mismo. Bien venido seas, Antonio. Tengo buenas nuevas para ti. Lee esta carta. Por ella sabrás que tres de tus barcos, cargados de mercaderías, han llegado a puerto seguro. No he de decirte por qué raros caminos ha llegado a mis manos esta carta.

Antonio

No sé qué decir.

Basanio

¿Tú, señora, fuiste el letrado, y yo no te conocía?

[p. 106] Graciano

¿Y tú, Nerissa, el pasante?

Nerissa

Sí, pero un pasante que no piensa engalanar tu frente, mientras fuere tu mujer.

Basanio

Amado doctor, partiréis mi lecho, y cuando yo falte de casa, podréis dormir con mi mujer.

Antonio

Bellísima dama, me habéis devuelto la salud y la fortuna. Esta carta me dice que mis bajeles han llegado a puerto de salvación.

Porcia

Y para ti, Lorenzo, también tiene alguna buena noticia mi pasante.

Nerissa

Y se la daré sin interés. Toma esta escritura. Por ella os hace donación el judío de toda su hacienda, para cuando el fallezca.

Lorenzo

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Tus palabras, señora, son como el maná para los cansados israelitas.

Porcia

Ya despunta el alba, y estoy segura de que todavía no os satisface lo que acabo de deciros. Entrémonos en casa y os responderé a cuanto me preguntéis.

[p. 107] Graciano

Sea. Y lo primero a que me ha de responder Nerissa, es si quiere más acostarse ahora o esperar a la noche siguiente, puesto que ya está tan cercana la aurora. Si fuera de día, yo sería el primero en desear que apareciese la estrella de la tarde, para acostarme con el pasante del letrado. Lo juro por mi honor: mientras viva, no perderé el anillo de Nerissa.

NOTAS A PIE DE PÁGINA:

[p. 100]. [1] . Suprimo un juego de palabras intraducible.

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