dozy, reinhart - historia de los musulmanes de españa hasta la conquista de los almorávides iv

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    C O L E C C I Ó N U N I V E R S A L

    R .  Dozy

    H I S T O R I A   D E L O S M U S U L M A N E S D E E S P A Ñ A

    T O M O

      I V Y Ú L T I M O

    M C M X X

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      S

      P R O P I E D A D

    C o p y r i g h t

      b y C a l p e , 1 9 2 0 .

    P a p e l  espec i lmente  f a b r i c a d o p o r L A  Р Л Р Ш Л В А

      E S P A Ñ O L A *

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    C O L E C C I Ó N

      U N I V E R S A L

    R.  D O Z Y

    His tor ia

     musulmanes

      de

      España

    hasta  la conquista de los Almorávides

    T O M O   I V Y U L T I M O

    L a  t r a d u c c i ó n d e ) f r a n c é s h a s i d o

    hecha

      p o r M a g d a l e n a F u e n t es .

    M A D R I D ,

      1 9 2 0 ,

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    " T i p o g r á f i c a R e n o v a c i ó n "  С .

      A. ,  L a r r a ,

      6 у 8 . — M A D R I D ,

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    L I B R O   C U A R T O  Y

      U L T I M O

    L O S R E I N O S D E T A I F A S ( 1 )

    I

    Hacía muchos años que las provincias de la Es

    paña m usu lm ana ge hallaihah inv olu ntar iam en te

    abandonadas a sí mismas- En general , el pueblo

    se afligía de esto, pensaba cc.n espanto en el por

    venir y sentía nostalgia del pasado- Los capitanes

    extranjeros fueron los únicos que se aprovecharon

    de la desm em bración de la p enín sula . Los geme-

    rales berberiscos se repart ieron el Mediodía; los

    eslavos reinaron en Levante, y el resto tocó en

    suerte, ya a advenedizos, ya al corto número de

    familias nobles que, por cualquier azatr, habíait

    resistido a les golpes que Abdemrahrnan III y Al-

    ( 1) E l a u t o r t i t u l a el c u a r t o  tomo  d e e s t a

      o b r a

      Les  petits?

    souverains;  p e r o , t r a t á n d o s e d e u n l i b r o d e h i s t o r i a e s p a ñ o l a ,

    m e h a p a r e c i d o m á s p r op i o y c a s t i z o t i t u l a r l e

      Los

      reinos

      de

    taifas,  p o r s e r i a d e n o m i n a c i ó n c o n q u e l o s m o d e r n o s h i s t o

    r i a d o r e s  e s p a ñ o l e s d e n o m i n a n , g e n e r a l m e n t e , e s t e p e r í o d o . —

    N . de l a T .

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    manzor habían asestado a l ia ar is tocracia . Final

    mente , las dos c iudades más importantes , Córdoba

    y Sevi l la , se habían const i tuido en repúbl icas .

    Los hamuditaff eran, aunque sólo de nombre, los

    je tes de l par t ido berber i sco . Pre tendían tener de

    recho a todas las comarcas árabes de la península ;

    pero ,

      en realidad, ¡no poseían más que la ciudad

    emia y de las Baleares. Este últiano, el mayor

    pira/ta de su tiempo, se hizo célebre por sus ex

    pediciones a Cerdeña y a las costas de Ital ia , así

    como por la protección que dispensó a los litera

    tos.

      Otros eslavos re inaron a l pr incipio en Va

    len cia ; p er o , en 102 1, fué procflaanado re y A bda-

    taziz, nieto del célebre Altoainzor (2). Em Zarago

    za, una noble familia ánáfoe, la de los Beni-JEud,

    ( 1 )

      H a s t a

      entonces

      E l v i r a

      h a b í a s i d o l a c a p i t a l d e l a

      p r o

    v i n c i a ; p e r o h a b i en d o s u f r i d o m u c h o e s t a c i u d a d c o n l a g u e

    r r a

      civil,

      e m i g r a r o n s u s h a b i t a n t e s h a c i a e l a ñ o 1 0 1 0 y s e

    ¡ t r a s l a d a r o n  a  G r a n a d a .

    ( 2 ) S u  p a d r e  f u é e l i n f o r t u n a d o A b d e r r a h m a n - S á n c h o l .

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    ajcanaó el peder después de la muerte de Mon-

    dir, ocurrida en 1039.

    Fina lmente , s in conta r gran número de pequeños

    estados, exist ía además el reino de Toledo, donde

    reinó un tal Yaix hasta el año 1036, en que ios

    Beni-Ei- 'n-nun tornaron posesión de éi- Perténie-

    c íar t a una ant igua famil ia berberisca , que había

    tomado parte en la conquis ta de España en e l

    siglo VIII.

    En Córdoba, düspués de aibolido el califato, re

    uniéronse los principales vecinos y resolvieron con

    fiar el poder ejecutivo a Aben-Qhanars, cuya capa

    cidad era reconocida uníversaimente . El rehusó a l

    principio la dignidad que se le ofrecía, y cuando

    cedió al f in a las instancias de la asamblea, fué

    sólo a condición de que le diesen por compañeros

    dos miembros del Senado, pertenecientes a su fa

    milia, es decir, Mohámied bean-Abas y Afodalaziz

    ben-Hasan. La asamblea consint ió en e l lo; pero

    est ipulando que ambos tendrían solamente voto

    consultivo.

    El primer cónsul gobernó la repúbl ica con equi

    dad y prudencia, y, gracias a él , los cordobeses no

    tuvieren que quejarse de ¡la brutal idad de los ber

    beriscos. Su primer cuidado había sido l ioenciarlos,

    « te ni en d o ton sólo a los Ben i-Iforen, . con cuya

    obediencia podía contar, y reemplazando a los de

    más por una mil ic ia c ívica . En apariencia , dejó

    subsis t i r las inst i tuciones republ icanas. Cuando se

    ie ped ía un fa vo r: "N o soy yo quien pu ed e con

    cederlo—respondía—; leso atañe al Senado, y ye

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    no soy más que e l e jecutor de sus órdenes." Cuan

    do recibía una comunicación oficial dirigida a él

    sólo,  rehusaba enterarse de el la , diciendo que de

    bía i r di r igida a los vis i res . Antas de adoptar una

    resolución, consul taba s iempre a l Senado. Jamás

    se daba tono de príncipe, y, en vez de habitar el

    palacio real , permaneció en la modesta casa que

    siempre había ocupado. Sin embargo, en real idad

    era i l imitado su poder, porque a l Senado nunca

    se le ocurr ía contrar iar le . Su probidad era r ígida

    y escrupulosa; no quería que el tesoro público es-

    tuviora en- su casa, y confió su custodia a los hom

    bres más respetados de la c iudad. Cierto que era

    aficionado al dinero, pero nunca el interés le indu

    jo a nada indecoroso. Económico y circunspecto,

    por no docir avaro, duplicó su fortuna, l legando a

    ser el hombre más rico de Córdoba; pero, al mis

    mo t iempo, hacía esfuerzos laudables para resta

    blecer la prosperidad pública- Esforzábase en man

    tener amistosas relaciones con los estados vecinos,

    y lo consiguió tan bien, que  él  comercio y la indus

    tria gozaron al poco t iempo de la seguridad que

    tanto necesitaban. Con esto bajaron los ¡precios

    de los géneros, y Córdoba se repobló con nuevos

    habi tantes , que reconstruyeron a lgunos de los ba

    r r ios ,  demolidos o incendiados por los bereberes

    durante el ¡saqueo de la ciudad

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    to perteneció desde entonces a Sevilla, en cuya his

    tor ia habremos de ocuparno

    s

      pr inc ipa lmente .

    La suerte de Sevil la había estado l igada duran

    te largo tiem|po a la de Córdoba- Lo mismo que la

    capital, ha b ía obedecido sucesiva m ente a s ob era

    nos de la familia onimíada y ¡hamudita; pero 3a

    revolución de Córdoba en 1023 repercutió en Se

    villa- Habiéndose sublevado los cordobeses contra

    Casim el Hamudita, y habiéndole arrojado da su

    terri torio, este principe decidió refugiarse en Se

    villa, donde se hallaban dos hijos suyos con una

    guarnic ión berberisca , mandada por Mohámed

    ahen-Ziri, de la tribu de Iforen. En consecuencia,

    ordenó a los sevillanos evacuar mil casas, que de

    bían ser ocupadas por sus t ropas. Esta orden

    causó un descontento tanto más vivo cuanto que

    los soldados de Casim— los m á s po bre s de su xazr.—

    tenían la t r is te reputación de ser grandes saquea

    dores.

      Córdoba acababa d.e mostrar a los sevil la

    nos la posibil idad de sacudir el yugo, y estaban

    tentados a seguir el ejemplo de la capital . El te

    mor a lia gua rnición b er b er is ca ' los de ten ía aú n;

    pero el cadí de ¡a ciudad, Abu-M-Casim Mohámed,,

    de la fam ilia de los Ben i-Ab ad, consiguió sob orn ar

    al jefe de esta guarnición. Le dijo que le sería

    fácil hacerse dueño de Sevil la , y desde entonces

    Mohámed aben-Ziri se declaró dispuesto a secun

    darle. El cadí se al ió también con el comandante

    berberisco de Carmona, y entonces los sevil lanos,

    ayudados por la guarnic ión, tomaron las a rma»

    contra los hijos de Casim, cuyo palacio si t iaron.

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    Cuando l legó a las puertas de Sevi l la , que en

    con t ró ce r radas , Cas im procuró gana rse a los ha

    bi tantes con promesas ; pero no lo cons iguió , y ,

    como su s ¡higos es ta b an ex pu estos a u n inm ine nte

    pel igro, se comprometió, por úl t imo, a evacuar e l

    terr i tor io sevi l lano con ta l que íe devolvieran sus

    hijos y sus bienes. Los sevil lanos accedieron a

    «lio,  y , habiéndose re t i rad o Casim, apro vec haro n

    la pr imera ocas ión para echar a la guarnic ión

    berberisca (1).

    Habiéndose l iber tado as í l a c iudad, los pa t r i

    c ios se reunie ron para cons t i tu i r un gobie rno. S in

    embargo, no es taban t ranqui los acerca de las con

    secuencias de su rebel ión, pues temían que vol

    v ie sen muy pron to los hamudi t a s i r r i t ados pa ra

    ca s t i ga r a los culp ables ; as í que n ingu no se

    atrevió a echar sobre s í la responsabi l idad de lo

    ocurr ido, poniéndose todos de acuerdo para ha

    cerla recaer únicamente sobre e l cadí , cuyas r i

    quezas envidiaban, previendo, con secreto placer,

    él  in st an te en que di ch as riquez as fues en confisca

    das (2). Ofrecióse, pues, al cadí la autoridad so

    berana; pero cualquiera que fuesie su ambición, era

    demasiado prudente para acepta r la :en aque l los

    momentos. Su origen no era i lust re . Era muy r ico,

    porque poseía e l terc io del terr i tor io sevi l lano, y

    gozaba de gran cons iderac ión por su saber y su

    ta lento; pero su famil ia no pertenecía , s ino desde

    ( 1 ) B e n - H a y a n ,  apud  A b e n - B a s a m , t .  I ,  f o l .  1 2 9 r . ;  Aliad

    t o m o  I I , p p . 3 2 , 2 0 8 ,- e t c .

    ( 2 )

      Abad

    t .  I , p . 221 . •

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    hacía poco,  a Ja  al ta nobleza,  y  comprendía  que,

    no teniendo soldados

      a su

      disposición—y

      aun no

    los tenía—,  la  exclusivis ta  y  orgul losa a r i s tocra

    cia

      de

      Sevil la

      se

      sublevar ía pronto cont ra

      un ad

    venedizo.  Y en  verdad que no era  otra cosa. Cier

    to  que  después, cuando  los  abadi tas es tuvieron  a

    punto  de  restablecer  en  provecho propio  el  trono

    de

      los

      cal i fas , e l los pre tendieron descender

      de los

    ant iguos reyes la jmi tas ,  que,  antes  de  Mahoma,

    habían re inado  en  H i r a ; c i e r t o  que los  famélicos

    poetas  de su  cor te aprovechaban todas  Jas  ocasio

    nes para ce lebrar

      tan

      i lus t re or igen; pero

      no

      jus

    t i f ica semejante pre tensión:  los  abadi tas  y sus

    aduladores  no  pud ie ron p roba r l a j amás . Todo  lo

    que esta famil ia tenía

      de

      común

      con los

      ant iguos

    reyes  de  H i r a  es que  pertenecía, como ellos,  a la

    t r ibu yemeni ta  de  L a j m; pe ro  la  r a m a  de  es ta t r i

    bu ,  de la  cua l procedían  los  abad i t a s , pa rece  que

    no había habi tado nunca

      en

      Hira, sino

      en

      Arix,

    en  las  f ron t e r a s  de  S i r i a  y  Egipto , d i s t r i to  de

    Eniesa  (1), y los  abadi tas , l e jos  de  pod er enlazar

    su genea logía

      con la de los

      reyes

      de

      H i r a ,

      no lo

    gra ron nunc a r e mon t a r l a

      más

      allá

      de

      Noairn,

      pa

    dre  de Itaf,  capi tán  de una  división  de las  t ropas

    de Emesa ,  que  había l legado  a  E s p a ñ a  con  Balch.

    y, habiendo recibido

      los

      soldados

      de  Emesia

      tie

    r r a s c e rc a  de  Sevilla,  él se  estableció  en la  aldea

    de Yainin, s i tuada  en el  d is t r i to  de  Toc ina , a  ori

    l las

      del

      Guadalquivir . Sie te generaciones

      de gen-

      1 )

      Abad

    t. I , p. 220. cf.

      C a u s s i n ,

      t.  III, pp.  212, 422.

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    tes honradas, económicas y laboriosas sacaron a

    la famil ia , lenta y penosamente , de la obscuridsd.

    Ismael , padre de nuestro cadí , fué e l pr imero que

    la ilustró, el que, por así decirlo, hizo inscribir en

    el  libro de ero  de la nobleza sevillana el nombre

    de los Beni-Abad o abaditas (1). A la vez teólogo,

    jur i sconsul to y guerre ro , había mandado un re

    gimiento de la guardia de Hixem II , y después

    había sido imán de la gran mezquita de Córdoba

    y cadí de Sevil la . Renombrado por su clarividencia,

    por su sagacidad, per la prudencia de sus con

    sejos y la firmeza de su carácter, no lo era menos

    por su probidad; porque, a despecho de la gene

    ral corru pció n, no .aceptó n un ca nin gú n do nativo

    del califa ni de sus ministros. Su l iberalidad no

    tenía l ímites, y los cordobeses desterrados encon

    traban en su casa hospital idad generosa- Todas

    estas cualidades le valieron el t í tulo del hombre

    más noble do Occidente. Había muerto en 1019,

    poco antes de la época de que tratamos (2).

    Su hijo Abu-'l-iCasim Mohámed acaso igualó al

    padre en saber , pero no en vir tudes. Egoís ta y am

    bicioso, su primer acto había sido un acto do in

    gra t i tud . Cuando murió su padre , y esperaba su-

    cederle como cadí, fué preferido otro. Dirigióse a

    Casiim aben-Haimud, y, gracias a la intervención de

    este príncipe, obtuvo el empleo que deseaba (3). Ya

    hemos visto cómo correspondió después a este fav or.

    ( 1) A b a d e r a el t a t a r a b u e l o d e I s m a e l .

    (2 )  Abad t . I , pp . 220 , 3S 1 y s i g s . ; t . I I , p . 173 .

    (3 )

      Abad

    t .

      Г , p . 2 2 J .

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    m i n ad as

      al-ajauen

      o

      al-ajouen,

      los

      dos

     •

     herm anos.

    nombre

      que se ha

      conservado

      en la

      denominación

    ac tua l

      de  Aktfoenz  (1).

      Es t aban hab i t ados

      por es

    pañoles crist ianos, cuyos ascendientes habían fir

    mado  un  t r a t a d o  con  M uza ab en-N osair . cuando

    este general conquiste,

      a

      Viseo

      (2);

      pero

      en la

    época

      de que

     hablamos

      no

      parece

      que

      es t aban

      so

    metidos

     al rey de

     León

     ni a

      ningún pr íncipe musul

    mán .

      El

      cadí

      se

      hizo dueño

      de

      es tas

      dos

      for tale

    zas,  y  obligó  a  t resc ien tos  de sus  defensores  a

    e n t r a r  a su  servicio  (3), d;e  suer te  que  desde  en

    tonces pudo disponer  de  quinientos j inetes. Tenía,

    pues,  bas tan tes so ldados para hacer cor rer ías

      por

    los vecinos dominios

      (4),

      pero

      no

      p a ra defender

    a Sevil la contra

      un

      a taque fuer te . Es to

      es lo que

    ocurr ió  en  1027, cuando  el  ca l i fa hamudi ta Yahya

    ben-Alí  y el  señor berberisco  de  Ca rm ena , Mohá-

    men ben-Abdala, fueron  a  s i t i a r  a  Sevilla  (5). De

    masiado débi les para oponer

      una

      l a rg a res i sten-

    ( 1 )  Lo s  e s p a ñ o l e s  y los  p o r t u g u e s e s  suelen  e m p l e a r  l a le

    t r a  í en vez de la

      g u t u r a l

      á r a b e  kh ;

      v é a s e

      mi

      G l o s a r l o

      da

    F e n - A d a r l ,

      p. 23. Por lo

      d e m á s ,

      se

      r e c o r d a r á

      que en la

      o r i l l a

    d e r e c h a

      del Rln,

      c e r c a

      de  C a u b ,  hay

      t a m b i é n

      dos

      c a s t i l l o s ,

    b i e b e n s t e í n  y  S t e r n b e r g , l l a m a d o s  los  hermanos—die  Bru-

    (1er—.

    ( 2 )  I . a  c o n q u i s t a  de  V i s e o  por  M u z a  fué  m e n c i o n a d a  por

    M a c a r ,

      t, I , p. 174.

    ( 3 ) S i s e n a n d o ,  del  c u a l h a b l a  el  m o n j e  de  S i l o s — c .  90—,

    y que,,  d e s p u é s  de  h a b e r a b a n d o n a d o  el  s e r v i c i o  'de  M o t a d i d

    p o r

      el de

      F e r n a n d o

      I,  llegó  a ser

      g o b e r n a d o r

      de  C o i m b r a ,  era.

    s e g ú n t o d a  p r o b a b i l i d a d ,  uno de los  c r i s t i a n o s  de  A l a f o e n z .

    ( 4 )

      Abad,

      t. II, p. 7. E l

      a u t o r r e f i e r e e s t o h a b l a n d o

      de

    M o t a d i d ,  h i j o  del  c a d i ; p e r o  se  e q u i v o c a  en  e s t e p u n t o .

    ( 5 )  Abad,

      t.  I I ,  p . 216. E l

      a u t o r

      á r a b e — A b e n - J a l d u n — ,

    e n  vez de  n o m b r a r  al  c a d t n o m b r a  a q u í ,  p or  " e r r o r ,  a

    M o t a d i d ,

      s u  h i j o .

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    15-

    cia, los sevillanos entraron en negociaciones con.

    Yahya, declarándose dispuestos a reconocer su so

    beranía, a condición de que no entrasen los berbe

    riscos en la ciudad. Yahya consintió en ello; pero?

    exigió como rehenes a algunos jóvenes patricios

    que respondiesen con su cabeza de la fidelidad de

    los sevillanos. Esta demanda difundió la conster

    nación en la ciudad; ningún patricio quería en

    tregar su hijo a los bereberes, que podían matar

    le a la menor sospecha. Tan sólo el cadí no va

    ciló,

      ofreciendo a Yahya su hijo Abad; y «1 califa,,

    sabiendo que el cadí gozaba de gran influencia, se

    contentó con este único rehén. Gracias a aquel acto-

    de abnegación, el cadí vio acrecentada su popula

    ridad. Y no teniendo desde entonces nada que te

    mer ni de los nobles ni del califa, pues recono

    cía su soberanía en apariencia, creyó l legado el

    momento de reinar solo. Descartados ya del con

    sejo algunos patricios, como Ben Hachaoh y Ho-

    zani, no le quedaban más que dos colegas: Zobaidi

    y Aben-Yarim. Los despidió, y Zobairi fué ade

    más desterrado (1). Un plebeyo de los alrededores

    de Sevi l la , l lamado Habib, fué nombrado primer

    ministro. Era un hombre sin principios, pero in

    teligente, activo y adicto en absoluto a los inte

    reses de su señor (2).

    El cadí quiso en seguida ensanchar su terr i to

    rio,

      apoderándose de Beja, ciudad que en los úl-

    ( 1) F u é p r i m e r o a  C a i r a u a n  y d e s p u é s a A l m e r í a , d o nd e-

    llegó  a s e r c a d í . V é a s e

      A b a d ,

      t . I , p . 234 , nota 49 .

    (2 )

      Abad,

      t . I . p . 223 .

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    Carmena le recomendó que pasase por Sevil la y

    diese gracias al cadí; pero Mohámed sentía

    hacia éste tal aversión, que respondió al berbe

    risco:

      "Prefiero morir siendo tu prisionero, que

    contraer ninguna obligación con ese hombre. Si no

    es a ti sólo a quien debo mi libertad, si también

    tengo que agradecérsela al cadí de Sevilla, per

    maneceré donde estoy." El señor de Carmena, res

    petando sus sentimientos y sin insist ir más, mandó

    conducirle a Badajoz con todos los honores inhe

    rentes a su jerarquía .

    Cuatro años después, en 1034, Abríala el afta-

    sita se vengó, pero de una manera poco noble, de

    los reveses experimentados. Había concedido al

    cadí paso para su ejército, que, a las órdenes de

    Ismael, debía hacer una correría por el reino de

    León; pero cuando Ismael llegó a un desfiladero,

    no lejos de la fr o n te ra leone sa, le atac ó de im

    proviso. Muchos soldados sevillanos fueron muer

    tos;

      otros, asesinados en su fuga por los j inetes

    leoneses. El mismo Ismael escapó de la carnicería

    con un puñado de guerre ros ; pero mient ras se d i

    rigía a Lisboa, ciudad fronteriza al noroeste de

    los estados de su padre, él y los suyos tuvieron

    que sufrir las mayores privaciones.

    Desde entonces el cadí se convirtió en el más

    mortal enemigo del príncipe de Badajoz (1); pero

    1 )

      A b a d , t . I , p p . 2 2 3 , 2 2 5 ; A b e n - J a l d u n — A b a d , t . I I

    p á g i n a s 2 0 9 , 2 1 0 — d e d i c a t a m b i é n a l g u n a s p a l a b r a s a e s t e s

    a c o n t e c i m i e n t o s ; p e r o , e n v e z d e n o m b r a r a l c a d í , n o m b r a a

    s u h i j o M o t a d i d .

    H l S T .

      M D S U L M A N K S . T . I V 2

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    no poseemos detal les sobre las batal las que se die

    ron más ade lante , y s in duda es ta guerra no tuvo

    en la España musulmana consecuenc ias tan im

    portantes como un acontecimiento de otro orden

    de que ahora vamos a ocuparnos.

    El cadí, como ya hemos dicho, había reconocido

    la soberanía del ca l i fa hamudita Yahya ben-Ali .

    Esto había s ido durante mucho t iempo un acto

    sin ninguna consecuencia; el cadí reinaba sin fis

    calización en Sevil la , pues Yahya era demasiado

    débil para hacer valer al l í sus derechos. Tal es

    tado de cosas cambió poco a poco. Yahya logró

    atraer sucesivamente a su causa a todos los je

    fes berberiscos; llegó a ser, en realidad, lo que

    antes había sido de nombre: el jefe de todo el

    part ido africano, y como había establecido su cuar

    te l general en Carmena, de donde había arrojado

    a Mohámed ben-Abdala (1). amenazó a. la vez a.

    Córdoba y a Sevilla (2).

    La gravedad del peligro inspiró entonces al

    cadí un pensamiento que hubiera s ido grande y

    patriót ico   S Í  nc se lo hubiese sugerido, en parte, la

    ambición. Para impedir a los berberiscos, unidas

    ahora, reconquistar el terreno perdido, era nece

    saria la unión de los árabes y los eslavos bajo un

    solo jefe, como único medio de preservar al país

    de volver a sufrir los males que había padecido.

    El cadí lo conocía; deseaba que se formase una

    ( 1 ) I l c i i - H a y a n ,  apud  A b e n - B a s a m . t. I , f o l . SI r . y v . .

    82 r.

    ( 2 ) A b d - a l - l ; a h t d , p p . 3 7 - 3 8 ; A b a d , t . I , p . 2 2 2 ,  1. 22.

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    gran l iga en que entraran tcdos los enemigos de

    los africanos; pero al mismo t iempo quería ser su

    jefe.

      No ignoraba los obstáculos que tenía que

    vencer; sabía que los príncipes eslavos, los seño

    res árabes y los senadores de Córdoba se senti

    rían heridos en su desconfiado orgullo si t rataba

    de dominarlos; pero no se desaliento por estas

    consideraciones, y como las circunstancias le pres

    taban un poderoso apoyo, consiguió hasta cierto

    punto realizar su proyecto. Veamos lo que hizo.

    Hemos dicho antes que el desgraciado califa

    Hixem I.( se había evadido de palacio durante el

    reinado de Solimán, y, según las apariencias, ha

    bía muerto

      en

      Asia ignorado y desconocido. Sin

    embargo, el pueblo, adicto siempre a la dinastía

    ommíada, que le había proporcionado prosperidad

    y gloria, se resist ía a creer en la muerte de este

    monarca, y

      s

     acogía ávidam ente los ex t rañ os ru

    mores que circulaban sobre él- Había algunos que

    se preciaban de poder dar los detal les más pre

    cisos de su permanencia en Asia. Primero, decían,

    había ido a la Meca, provisto de una bolsa reple

    ta de dinero y piedras preciosas; pero, habiéndo

    sela quitado los negros de la guardia del emir. ,

    pasó dos días y dos noches sin comer, hasta que,

    compadecido un alfarero, le preguntó si sabía

    amasar el barro. Hixem le respondió al azar que sí .

    "Pues bien—dijo entonces el alfarero—, si quieres

    entrar a mi servicio, te daré un  dirhern  y un pan

    diarios." "Acepto reconocido tu oferta—le respon

    dió Hixem—, pero te suplico que me des en segui-

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    aquel hombre fuese el ex califa, y los clientes

    ommíadas, ta les como los his toriadores Ben-Hayan

    y Ben-Hazm, aunque interesados en reconocer al

    supuesto Hixem, han protestado siempre, del , modo

    más enérgico, contra esto que l lamaban una gro

    sera impostura .  Jalaf,  s in embargo, tenía ambi

    ción. Habiendo oído decir con frecuencia que se

    parecía mucho a Hixem, fingió ser este monarca,

    y, como no había nacido en Calatrava, sus conve

    cinos le creyeron, y lo que es más, le reconocieron

    como soDerano, remellándose contra su señor, Ismael

    aben-Di- 'n-nun, príncipe de Toledo. Este fué a

    si t iarlos; pero su resistencia no fué larga, y, ha

    ciendo salir de su ciudad al supuesto Hixem, se

    sometieron de nuevo a su antiguo señor (1).

    Sin embargo, e l papel de Ja laf no había termi

    nado:  no había hecho más que comenzar- En

    cuanto el cadí de Sevilla fué informado de la re

    aparición de Hixem II, comprendió inmediatamen

    te e l part ido que podía sacarse de aquel hombre

    haciéndole venir a Sevilla. Le importaba poco que

    fuese o no fuese Hixem; para él lo esencial era que

    la semejanza fuera ba s ta nt e gran de p ar a po

    der sostener, sin comprometerse mucho, que era

    Hixem, porque entonces podía organizarse en su

    nombre una l iga contra los berberiscos, l iga de que

    el cadí, como primer ministro del califa, sería el

    jefe y el ataña. Por lo tanto, invitó al pretendiente

    a trasladarse a Sevil la , y le prometió su apoyo

    (1 )  A b a d ,  t . I I , p .  34 .

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    En tanto, y mientras e l part ido eslavo árabe se

    armaba por doquiera contra é l , Yahya s i t iaba a Se

    vil la y asolaba su terri torio, resuelto a vengarse

    ruidosamente del as tuto cadí . Pero estaba rodeado

    de t ra idores . Los berberiscos de Carmona, a quie

    nes había obligado a al istarse bajo sus banderas,

    e ran muy adic tos a su ant iguo señor ; mantenían

    inteligencias con él, y en octubre de 1035 algunos

    de el los se fueron se cre tam en te a Sevil la . U na

    vez al l í informaron al cadí y a Mohámed ben-Ab-

    dala de que les ser ía muy fáci l sorprender a Yah

    ya, pues este príncipe estaba casi siempre ebrio-

    El cadí y su al iado decidieron aprovechar inme

    diatamente este aviso. En consecuencia, Ismaei,

    hi jo del cadí , se puso en marcha al frente del

    ejerci to sevil lano, y acompañado de Mohámed ben-

    Abdala. Llegada la noche, se emboscó con el grue

    so de sus t ropas y envió un escuadrón contra Car-

    mona, con obje to de a t raer a Yahya fuera de la

    plaza . Su proyecto tuvo éxi to. Yahya estaba entre

    tenido en beber cuando le informaron de la apro

    ximación de los sevillanos, y, levantándose de su

    sofá, exc lam ó: "¡Q ué fel icidad ¡B en-A bad viene

    a devolverme la vis i ta ¡Que se arm en a l momen

    to ¡A caba l lo " F ue ro n e jecu tadas s us órdenes,

    y poco después sal ía de la ciudad acompañado de

    trescientos j inetes . Exci tado por e l vino, se pre

    cipitó sobre sus adversarios, sin tomarse t iempo

    para d is t r ibui r sus t ropas en orden de ba ta l la , y a

    pesar de que la obscuridad, casi le impedía distin

    guir los objetos. Aunque algo desconcertados al

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    principio

     por tan

      brusco a taque,

      los

      sevil lanos res

    pondieron

      a él con

     vigor,

      y

      cuando

     al fin se

      vieron

    obligados

      a

      re t i ra rse , re t rocedie ron hac ia

      el

      sitio

    en

      que se

      hal laba Ismael . Desde entonces, Yahya

    estaba perdido. Ismael cayó sobre

      los

      enemigos

      a

    la cabeza

      de los

      c r i s t ianos

      de

      Alafoens

      y los de

    r ro tó ,  mur i e ndo

      el

      mi smo Y a hya ;

      y

      acaso

      la ma

    yor ía

      de sus

      so ldados habr ían compar t ido

      su

    suer te ,

      si

      Mohámed hen-Abdala

      no lo

      hub ie se

      im

    pedido, ro ga nd o  a  Ismael  que pe rdonase a  aquellos

    desgraciados. "Casi todos—le dijo—son bereberes

    de Carmona, obl igados, contra  su  voluntad ,  a  ser

    vir  a un  u s u r p a d o r  a  quien aborrecían." Isma'-l

    cedió  a sus  ins tanc ias  y  ordenó  que cesase  la  per

    secución. Apenas dada esta orden, Mohámed galo

    pó hac ia Ca rm ona p a r a volver

      a

      a p o d e r a r s e

      de

    su pr inc ipado.

      Los

     ne g ros

      de

      Y a hya ,

      que se ha

    bían hecho dueños

      de las

      p u e r t a s

      de la

      ciudad,

    quisieron impedirles

      la

      ent rada ; pero Mohámed,

    secundado

      por el

      pueblo , pene t ró

      por una

      brecha ,

    se dirigió

      al

      palacio

      de

      Yahya , ent regó

      las

      mu j e

    re s

      de

      este príncipe

      a 'sus

      hi jos

      y se

      aprop ió

      to

    dos

      sus

      tesoros—noviembre

      de

     1035— .

    La not ic ia

      de la

      m u e r t e

      de

      Y ah ya caus o ~inde-

    cihle júbilo, tanto  en  Sevilla como  en  Córdoba.  El

    eadí , cuando  la  recibió, cayó  de  rodi l las , dando

    grac ia s  al  cielo,  y  cuan tos  le  rodeaba n s iguieron

    su ejemplo  (1)- Por de  p ron t o ,  no  ha b í a na da  que

    ( 1 ) B e n - H a y a n ,

      avud

      A b e n - B a s a n ,

      t. I , fo l , 81 r., 82 r. ;

    A b d - a l - U a h i d ,  pp. 38 y 43;  Abad,  t. I I , p. 33.  C o m p á r e s e  con

    l a

      n o t a  A al fin de  e s t e v o l u m e n .

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    el cadí , concertó una al ianza con Habus de Gra

    nada; y cuando se puso en marcha el ejérci to se

    vil lano, sal ió a su encuentro con sus propias tro

    pas y con las de su aliado y le obligó a reti

    ra r se (1 ) .

    Era evidente que él cadí había confiado dema

    siado en sus fuerzas, y podía temer que llegase el

    momento

      en que los ejército s de A lm er ía y Gra

    nada, tomando a su vez la ofensiva, invadieran el

    ter r i to r io sevi llano. A fo rtu na da m en te p a r a él, el

    azar, que le servía casi siempre a medida de sus

    deseos, quiso que uno de sus enemigos le librase

    del otro.

    I I

    En la época de que hablamos, dos hombres igual

    mente notables, pero que se odiaban mortalmente,

    dir igían los asuntos de Granada y Almería . Eran

    el árabe Ben Abas y el judio Samuel.

    Rabi Samuel ha-Levi , l lamado ordinariamente

    Alben-Nagdela, había nacido en Córdoba, donde

    había aprendido e l Talmud con e l rabino Hanoj ,

    jefe espiri tual de la comunidad judía. También

    se había aplicado con gran éxito al estudio de la

    l i teratura árabe y de casi todas las ciencias cul

    t ivadas entonces. Por otra parte , no había s ido

    durante mucho t iempo otra cosa que un simple

    droguero, pr imero en Córdoba, luego en Málaga,

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    donde se estableció después de la toma de la ca

    pital por los berberiscos de Solimán, cuando un

    afortunado azar vino a sacarle de su humilde

    condición.

    Su t ienda se hallaba cerca de un cast i l lo per-

    teneciente a Ahu-'l Casim   ben-al-Arif,  visir de

    H aba s, re y cU¡ G ra n ad a. Como la gen te d e este

    «astillo tenía muchas veces que escribir a su se

    ñor, y eran i l i tera tos , hacían redactar sus cartas

    a Samuel . Estas cartas exci taron la admiración

    del visir , porque estaban escri tas con la mayor

    elegancia y esmal tadas ar t ís t icamente con las más

    bellas flores de la retórica árabe. Así que cuando

    tuvo ocasión de ir a Málaga se apresuró a infor

    marse de quién las había escri to, y l lamando al

    judío,

      le di jo: "No es digno de t i estar en una

    tienda. Mereces brillar en la corte, y si quieres,

    serás mi secretario." Samuel acompañó al visir

    cuando éste regresó a Granada, y la s impat ía que

    había sentido hacia él se acrecentó cuando en sus

    conversaciones sobre negocios de estado descubrió

    en él un raro conocimiento de los hombres y de

    las cosas y un golpe de vis ta verdaderamente ma

    ravilloso. "Todos los consejos que daba Samuel

    era como si a lguien interrogase la palabra de

    Dios",

      dice un historiador judío. Por eso, el visir

    los seguía siempre, y nunca tuvo más que motivos

    de elogio. Después, habiendo caído enfermo y com

    prendiendo que se aproximaba su ñn, di jo al rey

    que había venido a visi tarle y que no sabía cómo

    reemplazar al f iel servidor que iba a perder. "Se-

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    ñor, en estos últimos tiempos no te he aconsejado

    por mi propia cuenta , s ino por inspiración de mi

    secretario, el judío Samuel. Fija en él tu at:-n-

    c ión, porque será para t i un padre y un minis

    t r o ;

      haz cuanto te diga , y Dios te ayudará ." El

    rey Habus siguió este consejo, alojó a Samuel en

    su palacio, y el judío llegó a ser su secretario y su

    inspirador (1) .

    En ningún otro estado musulmán había gober

    nado un judío directa y públicamente con el t í tuüo

    de visir y de canciller. Cierto que con frecuencia

    los judíos habían gozado de cierta consideración

    cerca de los príncipes musulmanes, que solían con

    fiarles, sobre todo, la administración de las rentas;

    pero de ordinario la tolerancia musulmana no l le

    gaba hasta e l punto de consent i r pacientemente

    que un judío fuese primer minis t ro. Pero también

    si esto había de ser posible en alguna parte tenía

    que ser en Granada. Los judíos eran a l l í tan nu

    merosos, que la denominaban la "ciudad de los ju

    d íos"

      (2); y como eran poderosos y ricos, interve

    nían muy a menudo en los asuntos del Estado.

    All í , en una palabra , habían encontrado, s i no la

    tierra prometida, ail míenos el maná del desierto

    y la roca de Horeb. La elevación de Samuel tenía

    aú n o tr a explicación. P a r a el rey de G rana da

    no e ra fác i l ha l la r un pr imer minis t ro ; porque , a

    decir verdad, no podía confiar tan importante car

    i o

      Journal  Asiat.,

      s e r i e I V , t . X V I , p p .  2 0 3 - 2 0 5— a r t i c u

    l o d e M . M u n k — .

    (2 )  C r ó n i c a d e l M o r o R a s i s , p .  37.

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    go  ni a un beréber ni a un árabe. En aquel t iempo

    s t

      exigía que un minis t ro fuese muy i lust rado,

    que fuera capaz de re da cta r las car tas des t inad as

    a otros príncipes, y que se escribían en prosa ri

    mada y en un est i lo sumamente rebuscado. El rey

    de Granada prefería , sobre todo, esta clase de ta

    lento.

      Parec ía un advenedizo , que t ra ta ra de dar

    se tono de gran señor, y, por lo mismo que era se

    mibárbaro, se preocupaba mucho de no parecerlo.

    Preciábase de ser a lgo l i tera to, y hasta pre tendía

    que la nación de que era oriundo—la de Cinhe-

    cha—no era de origen berberisco, sino árabe (1).

    Necesitaba a toda costa un ministro que no fuese

    inferior a los de sus vecinos; pero ¿dónde encon

    t rar lo? Sus berberiscas sabían bat i rse , conquis tar ,

    saquear e incendiar c iudades; pero eran incapaces

    de escribir correctamente una sola l ínea en la len

    gua del Corán. Respecto a los árabes, que sopor

    taban su yugo t rémulos de i ra y de vergüenza, no

    podía fiarse de ellos. Hubieran creído honrarse

    engañándole y vendiéndole . En estas c i rcunstan

    cias,  un judío como Samuel, que, según el test i

    monio de los mismos sabios árabes, dominaba to

    das las sutilezas de su lengua, y que por celoso que

    fuera de su rel igión, cuando escribía a musulma

    nes no sentía escrúpulo al emplear las fórmulas

    rel igiosas que eran de ri tual (2), tenía que ser

    para él un verdadero tesoro. Y no tuvo que aver-

    ( 1 ) B e n - H a y a n ,

      apud

      A b e n - B a s a n , t . I , f ol .

      122 r .

    ( 2 )  V é a s e  m i  I n t r o d u c c i ó n a l a C r ó n i c a d e B e n - A d a n .

    p a g i n a  97 .

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    ¡ronzarse de haberlo elevado a la categoría de pri

    mer ministro: su elección fué aprobada por los

    mismos árabes , que, a pesar de su intolerancia y

    de sus prejuicios contra los hi jos de Israel , se

    vieron obligados a confesar que Samuel era un ge

    n io super ior . Verdaderamente su saber e ra inmen

    so,  var iado, pues era matemát ico, lógico, as t ró

    nomo (1), y sabía nada menos que siete len

    gu as (2). Uñ ase a esto que e ra m uy gen eroso con

    los poetas y con los l i teratos en general ; así que

    aquellos a quienes había colmado de favores no

    le reg ate ab an sus elogios, y el poeta M onf at i l ha s

    ta le dirigió estos versos, que los escri tores mu

    sulmanes ci tan con un santo horror :

    "¡Oh, tú , que has reunido todas las buenas cua

    l idades que los demás sólo en parte poseen; tú,

    que has devuelto la l ibertad a la generosidad cau

    t iva; tú , que eres tan superior a los hombres más

    generosas de Oriente y Occidente, como el oro es

    sup erior al cobre ¡A h si los ho m bres pudiera n

    dist inguir lo verdadero de lo falso, no pondrían

    su boca m ás que sobre tus ded os E n vez de pre

    tender agradar a Dios , besando en la Meca la pie

    dra negra, besar ían tus manos, porque el las son

    las que disponen- de la felicidad. G ra ci as a t i he

    obtenido aquí abajo lo que deseaba, y espero que,

    gracias a t i , obtendré al lá arriba lo que deseo.

    Cuando me hallo cerca de t i y de los tuyos, profeso

    1 )  Vid.  m i I n t r o d u c c i ó n a l a

      C r ó n .

      d e B e n - A d a r i , p á

    g i n a s 9 6 - 9 7 .

    ( 2 )  Journ.  Asíat.,  p . 2 0 9 , en l a no ta .

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    abiertamente la re l igión que prescribe observar

    el sábado, y cuando estoy cerca de mi mismo pue

    blo,  la profeso secre tamente ." (1) .

    Pero lo que los árabes no podian est imar en su

    justo valor eran los servicios que Samuel prestaba

    a la l i t e ra tura hebra ica . Y e ran impor tant í s imos .

    Publicó en heb reo u n a introducción al Talm ud y

    veintidós obras de estudios gramaticales, entre las

    cuales la más extensa y notable era el   Libro de la

    riqueza que un juez competentísimo, un correl i

    gionario de Samuel, que floreció en el siglo XII,

    pone por c ima de todos los demás t ra tados  de  g r a

    mática. Era también poeta; escribió imitaciones

    de los Salmos de los Proverbios y del Eclesiastés.

    Henchidas de alusiones, de proverbios árabes, de

    sentencias tomadas de los filósofos, de raras ex

    presiones sacadas de los poetas sagrados, estas

    poesías eran muy difíci les de comprender; aun

    los m ás sabios judíos no po dían p en et ra r su sen

    t ido s in la ayuda de un comentario (2); pero como

    la afectación y el alambicamiento eran entonces

    tan comunes en la l i teratura hebrea como en la

    árabe, que le servía de modelo, la obscuridad se

    consideraba más como un mérito que como un de

    fecto.  Velaba, además, con paternal sol ic i tud por

    los estudiantes judíos, y, si eran pobres, subvenía

    generosamente a sus necesidades. Tenía a su ser

    vicio escribientes que copiaban la Michna y el

    O ) A b e n - B a s a m ,  t .  I ,  fol . 200  r .

    (2 )

      J o u r n .

      Asiat. pp . 2 2 2 - 2 2 4 .

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    Talmud, y regalaba estas copias a los alumnos que

    no tenían recursos para comprarlas . No se l imita

    ban sus beneficios a sus correligionarios de Espa

    ña. En África, en Sici l ia , en Jerusalén, en Bag

    dad, en todas partes, los judíos podían contar con

    su apoyo y sus liberalidades (1). Por eso los ju

    díos del principado de Granada, queriendo darle

    una prueba de su est imación y reconocimiento, le

    habían conferido desde el año 1027 el tí tulo d?

    naghid,  es decir, el de jefe o príncipe de los he

    breos granadinos.

    ¡Como hombre de Estado, unía a un espíritu lú

    cido y sagaz un carácter firme y una prudencia

    consumada. Be ordinario—cual idad preciosa en un

    diplomático — hab laba poco y pe ns ab a mucho-

    Aprovechaba todas las c i rcunstancias con ar te

    maravil loso; conocía el carácter y las pasiones de

    los hombres y los medios de dominarlos por sus vi

    cios.

      Era, además, un hombi*e de mundo; en los

    magníficos salones de la Alhambra se encontraba

    tan a su gusto, que se le hubiera creído nacido

    en la riqueza. Nadie hablaba con más habil idad

    y elegancia, ni manejaba mejor la adulación, ni

    sabía con tanto ar te ser halagador o famil iar en

    el discurso, arrastrando con su elocuencia y con

    sus persuasivos argumentos. Y, s in embargo—cosa

    rara en aquel los a quienes la rueda de la Fortuna

    h a elevado a un a sú bita .opulencia y a un a al ta

    dignidad—, no tenía ni la al t ivez ni la fatuidad

    (1 )

      Journ. Asiat.,

      p . 20 9.

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    insolente y necia, tan frecuente en los advene

    dizos.

      Bondadoso y amable con todos, poseía, la

    dignidad verdadera , que resul ta de la natura l idad,

    de la carencia ab so luta de pretensio nes. Lejos de

    avergonzarse de su primitiva condición y de que

    rer ocultarla, se gloriaba de ella, y con su senci

    llez se imponía a sus mismos detractores (1).

    También Zohair, visir de Almería, era un hom

    bre muy notable. Decíase de él que no tenía igual

    en cuatro cosas: el estilo epistolar, la riqueza, la

    vanidad y la avaricia. Su riqueza era, en efecto,

    casi fabulosa, pues-su fortuna se valuaba en más

    de quinientos mil ducados (2). Su palacio estaba

    amueblado con magnificencia principesca y ates

    tado de s i rvientes; tenía quinientas cantadoras ,

    todas de rara belleza; pero lo que admiraba más

    era una inmensa biblioteca que, sin contar con

    innumerables cuadernos sueltos, contenia cuatro

    cientos mil volúmenes. Parecía que no debía fal

    tarle nada para ser feliz a este favorito de la

    Fortuna. Era hermoso y joven aún, porque ape

    nas contaba treinta años; su origen, muy noble,

    por pertenecer a la antigua tribu de los defenso

    res de M ah o m a; n ad ab a en oro, y ademáis, corno

    era muy inst ruido, como tenía la respuesta pronta

    y se expresaba con suma elegancia y corrección,

    gozaba de gran renombre i l i terario. Pero, des-

    (1 ) V é a s e m i I n t r o d u c c i ó n a l a C r ó n i c a d e B e n - A d a r i , p á

    g i nas 9Ü-97 .

    (2 ) C i nc o

      millones

      d e f r a n c o s ; e n e l v a l o r a c t u a l d e n u e s

    t r a

      m o n e d a e q u i v a l e a t r e i n t a y  cinco  m i l l o n e s .

    H l S T . M U S U L M A N E S . — T . I V 3

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    graciadamente , una especie de vért igo se había

    apoderado de él ; su presunción no tenía l ímites, y

    le había creado innumerables enemigos. Sobre

    todo,

      los cordobeses estaban furiosos contra él,

    porque una vez que había ido a su ciudad con

    Zohair había t ra tado con e l mayor desdén a los

    hombres más dist inguidos por su l inaje o por su

    ta lento, y a l marchar había dicho: "No he vis to

    aquí más que

      saü

      y

      chail

    —mendigos e ignoran-

    t a s — " .

      El hecho es que su presunción rayaba casi

    en locura. "Aunque todos los hombres fuesen mis

    esclavos—decía en sus versos—, mi alma aun no

    estar ía sa t isfecha. Desearía ascender a un lugar

    más elevado que las más lejanas estrel las, y una

    vez al l í , querría subir todavía." Había compuesto

    también este verso, que repetía en cualquier oca

    sión, pero principalkmente mientras jugaba al

    a jedrez:

    "Cuando se t ra ta de mí , la desgracia duerme

    siempre y t iene expresamente prohibido e l he

    r i rme . "

    Desafío tan insolente, lanzado contra el destino,

    había excitado la indignación de todo el mundo en

    Almería , y un a t revido poeta , interpre tando la

    opinión pública, substi tuyó la segunda mitad del

    verso con estas palabras , que entrañaban una ver

    dadera profec ía :

    "Pero t iempo l legará en que e l dest ino, que nun

    ca duerme, la despie r te—a la desgrac ia—."

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    Árabe  de  pura sangre , Ben-Abas aborrec ía  a

    los bereberes

      y

      menosprec iaba

      a los

      jud íos .

      Tal

    vez

     no

      quis iera precisamente

      que su

      señor

      se

      unie

    se

      a la

      l iga arábigo-e s lava, p orque

      en

      este caso

    Zohair hubiese quedado obscurecido  por el  cadí  de

    Sevilla, jefe  de  dicha coalición; pero,  por lo me

    nos,

      se  ind ignaba  al  verle al iado  con un  beréber,

    que tenía

      por

      minis t ro

      a un

      judío

      a

      quien detes

    taba

      y de

      quien sabía

      era

      odiado.

      De

     acuerdo

     con

    Aben-Bacana  (1),  visir  de los  haniudi tas  de Má

    laga, in tentó pr imero derr ibar  a  Samuel, inven

    tando para conseguirlo innumerables calumnias,

    pero

      sin

      l o g r a r

      su

      objeto. Entonces procuró ene

    mistar

      a su

      señor

      con el rey de

      Granada , indu

    ciéndole  a  p r e s t a r  su  apoyo  a  Mohám>ed  de Car-

    mona, enemigo

      de

      H ab u s ,

      y

      este plan tuvo éxito.

    Poco después,

      en

      jun io

      de 1038 (2),

      H a b u s

      mu

    rió,  dejando  dos hi jos , l lam ado s,  el  mayor , Badís , y

    el menor, Bologuin.  Los berber iscos  y  a lgunos  ju

    díos querían entronizar  a  es te úl t imo; ot ros  he

    breos,

      entre el los Samuel,

      se

      inclinaban

      a

      Badis,

    3o mismo

      que los

      árabes . Habría es tal lado

      una

    guerra civil  si  Bologuin  no  hubiese renunciado

    espontáneamente  a la  corona,  y  cuando pres tó  ju

    ramento  a su  he rmano ,  sus  pa r t i da r ios ,  aun a pe-

    (1 ) M o i s é s b e n - E í s r a — e n

      el  Journ.  Asiat.,  p. 212,

      n o t a —

    l e l l a m a B e n - a b i - M u s a .

      Tal es, en

      e f e c t o ,

      el

      n o m b r e

      que Ho-

    m a i d i

      da al

      v i s i r A b e n - B a c a n a ,

      y

      s ó l o

      por

      e r r o r

      el

      c o p i s t a

    del

      man. de

      A b d - a l - U a h i d — v é a s e

      m i

      edición

      de

      e s t e a u t o r ,

    p á g i n a  4 3 — h a t a c h a d o  l a  p a l a b r a  ábi,  oue  h a b í a e s c r i t o  p r i

    m e r a m e n t e .

    2 )

      Abad,  t. II , p.  34.

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    (1 )  Journ.  Asiat.,  pp.  2 0 6 - 2 0 8 .

    sar suyo, se vieron obligados a seguir su ejem

    plo (1).

    El nuevo príncipe hizo todo lo posible por res

    tablecer la alianza con el señor de Almería, el

    cual declaró a l f in que todo quedaría arreglado en

    una ent revis ta . Acompañado de numeroso y mag

    nífico cortejo, se puso en marcha, y llegó inopina

    damente a las puer tas de Granada , s in haber de

    mandado permiso para c ruzar la f ronte ra . Badis

    quedó profundamente las t imado por es te paso in

    conveniente; pero recibió al príncipe de Almería

    con muchos miramientos, obsequió espléndida

    mente a su comitiva y los colmó de regalos. Sin

    embargo, la negociación no condujo a nada; ni

    los príncipes ni sus minis t ros—Samuel había con

    servado su puesto—lograron entenderse . Uñase a

    esto que Zohair, que se dejaba influir por Ben-

    Abas ,  adoptó respecto a Badis un aire de supe

    rioridad muy ofensivo; así que el rey de Granada

    pensaba yta en cast igar al príncipe de Almería

    por su insolencia, cuando uno de sus capitanes,

    llamado Bofloguin, se encargó de hacer la última

    tenta t iva para conseguir una reconci l iac ión. Lle

    gada la noche, fué a ver a Ben-Abas y le di jo:

    "Teme el castigo de Dios. Tú eres el obstáculo

    para l legar a un acomodamiento, porque tu señor

    se deja guiar por t i . Sin embargo, sabes, lo mismo

    que nosotros , que, cuando obrábamos de acuerdo,

    t r iunfábamos en nues t ras empresas , de ta l suer te

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    que todos nos envidiaban. Pues bien, restablezca

    mos nu es tra al ianza. El p un to en que no hem os

    podido entendernos hasta ahora, es el apoyo que

    prestáis a Mohámed de Carmona. Abandonad a

    este príncipe a su suerte, como exige nuestro

    emir, y todo lo demás se arreglará por sí mismo.

    Ben-Abas le respondió en u n ton o medio pr ote cto r,

    medio desdeñoso, y cuando el berberisco intentó

    conmoverle , abrazándole y derramando lágrimas:

    "Ahórra te todas esas demost rac iones y pa labras

    de efecto—le dijo—, porque no me producen nin

    guna sensación. Te repito hoy lo que te di je ayer:

    si tú y los tuyos no hacéis lo que queremos, (pro

    cederé de suerte que tengáis qui arrepent i ros ."

    Exasperado con estas palabras , preguntó Bolo-

    guin: "¿Es ésa la respuesta que debo dar a l Con

    sejo?"  "Sin duda— replicó Ben-A bas— , y s í quieres

    atr ibuirme términos todavía más fuertes que los

    que he empleado, de buen grado te lo permito."

    Llorando de indignación y de ira, Bologuin vol

    vió a presencia de Badis y de su Consejo, y des

    pués de referir la conferencia con el visir: "¡Ci-

    nechitas—exclamó—, la arrogancia de este hom

    bre es insop ortab le ¡Alzaos todos p a r a h um il la r

    la , porque si no, no seréis dueños ni de vuestras-

    m orad as " Lo s gra na din os com part ieron su cóle

    ra, y el otro Bologuin, el hermano de Badis, se

    mostró más indignado que todos, induciendo a su

    hermano a que adoptase en el mismo instante las

    medidas necesarias para cast igar a los a lmerien-

    ses,

      y Badis se lo prometió.

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    Pana regresar a sus Es tados , t en ía Zohai r  q r j

    e

    atravesar muchos desfi laderos y un puente,

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    malo,  sino porque deseaba la muerte de Zohair.

    Ben-Abas, dicen, ambicionaba remar en Aliñaría,

    por lo que deseaba que Zohair muriese comba

    tiendo contra, los granadinos, pues él esperaba

    poder sa lvarse huyendo y hacerse proclamar so

    berano en aquella ciudad. Tal vez haya algo de

    verdad en esta acusación; hemos de ver, por lo

    menos, que más adelante Ben-Abas se alabó ante

    Badis de haber tendido un lazo a Zohair.

    Sea de ello lo que quiera, a la mañana siguien

    te ,  3 de agosto de 1038, Zohair se  v io  cercado por

    las t ropas de Granada. Sus guerreros quedaron

    consternados; pero él no perdió su presencia de

    ánimo. Inmediatamente a l ineó en orden de bata

    l la su infanter ía negra , formada por quinientos

    hombres, y sus andaluces, ordenando a su lugar

    teniente Hodail caer sobre los enemigos al frente

    de la caballería eslava. Hodail le obedeció; mas,

    apenas entablado el combate, fué desmontado, sea

    por una lanzada, sea por un resbalón de su ca

    ballo,

      y entonces sus j inetes emprendieron la fuga

    en el mayor desorden. En el mismo instante, Za-

    hoir fué traicionado por los negros, en quienes

    tenía gran confianza, pero cjue se pasaron al ene

    migo después de apoderarse del depósito de ar

    mas.  No quedab an, pues, m ás q ue los an da luc es;

    pero éstas, que eran en general muy malos sol

    dados,

      se apresuraron a hui r , y , de grado o por

    fuerza , Zohair tuvo que hacer ot ro tanto. Como

    el puente de Alpuente estaba cortado y los desfi

    laderos ocupados por los enemigos, los fugitivos

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    en libertad al capitán, único de los militares que

    salvó su vida, pues todos los demás fueron entre

    gados sucesivamente al verdugo. Por el contrario,

    Ben-Abas fué el único de los funcionarios civi

    les que no recobró la l ibertad. El orgulloso visir

    conoció al fln la desgracia que con su loca audacia

    había desaliado, y vio cumplirse la predicción del

    poeta alménense. Encerrado en un calabozo de la

    Alhambra, le cargaron de cadenas que no pesaban

    menos de cuarenta l ibras. Sabía que Badis estaba

    muy irr i ta do co ntra él y que Samuel deseaba su

    muerte; pero aun conservaba alguna esperanza,

    porque Badis, a quien había ofrecido treinta mil

    ducados como precio de su libertad, mandó res

    ponderle que tomaba su demanda en considera

    ción, y ha bí a dejado t r a n s c u rr ir casi dos meses

    sin decidir nada respecto a él . Durante este t iem

    po luchaban en co ntra da s influencias en la coate

    granadina: por una par te , e l embajador de Cór

    doba solicitaba la l ibertad de los prisioneros, y

    principalmente la de Ben-Abas; por ot ra , Abu- ' l -

    Anuas Man afoen-Somadi, embajador y cuñado del

    amíri ta Abdalaziz de Valencia, insist ía con Badis

    paia que diese muerte a todos los prisioneros, y

    en pr imer término a Ben-Abas. Abdalaziz se ha

    bía apresurado a tomar posesión del principado

    de Almería, bajo pretexto de que le correspondía

    por derecho de devolución, pues Zohair había sido

    cliente de su familia, y temía que si Ben-Abas y

    los demás prisioneros recobraban la l ibertad, le

    disputasen el poder. El mismo Badis no sabía qué

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    part ido adoptar ; la avar icia y el deseo de ven

    ganza luchaban en su corazón; pero una tarde,

    que paseaba a caballo con su hermano Bologuin,

    le habló de la proposición de Ben-Abas y le pidió

    su parecer. "Si aceptas su dinero—le respondió—

    y recobra la l iber tad, promoverá una guerra que

    te costará el doble de su rescate. Opino que harás

    bien en darle muerte en seguida."

    Terminado el paseo, Badis mandó t raer a l pr i

    sionero, y le reprochó sus faltas con las palabras

    más duras . Ben-Abas esperó res ignado el f in de

    esta larga invectiva, y cuando el rey cesó de ha

    blar : "¡Señor—exclamó—, te supl ico que tengas

    piedad de mí; ¡ l íbrame de mis penas " "Hoy mis

    mo quedarás l ibre", respondió el príncipe; y como

    viese bri l lar un rayo de esperanza en el pál ido y

    sombrío rostro de su prisionero, calló por algunos

    instantes; después continuó con feroz sonrisa: "Te

    enviaré adonde sufras más." En seguida di r igió a

    Bologuin algunas palabras en beréber, idioma que

    Ben-Abas no comprendía; pero la úl t ima frase de

    Badis ,

      su terrible sonrisa, su aire feroz y amena

    zador, todo le indicaba claramente que iba a so

    nar su úl t ima hora. "¡Príncipe, pr íncipe—excla

    mó,  cayendo de rodil las—; perdóname la vida, te

    lo supl ico ¡A piá da te de mis m ujere s , de mis

    t ierno s hi jo s No y a t re in ta mi l du cad os; te ofrez

    co sesenta mil; pero, en nombre de Dios, ¡perdó

    name la v ida "

    Badis le escuchó sin contestar palabra; después,

    blandiendo su azagaya, se la hundió en efl pecho.

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    Su hermano Bologuin y su chambelán Ali ben-al-

    Caraui le imi taron; pero Ben-Abas, que no cesa

    ba de implorar la clemencia de sus verdugos, no

    cayó en t ierra hasta el decimoséptimo golpe—24

    de septiembre de 1038—-(1).

    No tardó en saberse en Granada que el r ico y

    orgulloso Ben-Abas había cesado de existir. Re

    gocijáronse los africanos; pero nadie recibió esta

    noticia con tanta satisfacción como Samuel. Ya

    no le quedaba más que un enemigo peligroso, Aben-

    Bacana, y un secreto presentimiento le decía que

    perecería también muy pronto. Los judíos creían

    entonces, lo mismo que los árabes, que muchas

    veces se oían en sueños espíritus que vaticinaban

    el porvenir en verso, y una noche, mientras dor

    mía, escuchó Samuel una voz que le recitaba tres

    versos hebraicos, cuyo sentido es éste:

    "¡Ya ha perecido Ben-Abas, as í como sus ami

    gos y confidentes; D ios sea load o y santificado Y

    el otro ministro, el que conspiraba con él , también

    será pronto abatido y molido como la al ga rro ba .

    ;Qué ha s ido de sus murmuraciones , sus malda

    des y su poder? ¡Santificado sea el nombre de

    Dios (2 ) . "

    í l ) B o n - I i a y a n ,

      apud

      A b e n - ¿ l a s a n , t . I , f o l . 1 7 1 r . , 1 7 5 r . ;

    l í e n - a l - J a t i b ,  m a n , G . , f o l . 1 3 4 v . , 1 3 5 r . — a r t í c u l o s o b r e Z o -

    h a l r — ,

      5 1 v . , 52 v . — a r t í c u l o s o b r e

      A b u - K a f a r ,

      A h m e d b e n -

    A b a s  a l - A n s a r í — ;  M a c a r i ,  t . I I , p p . 3 5 9 - 3 6 0 ;  Abad,  t . I I , p á

    gina 34 .

    (2)

      V é a s e

      M o i s é s

      b e n - E z r a ,

      c i t a d o p o r M . M u n k e n el

    Journ.

      Asiat.,

      p . 2 1 2 . E n e s t e  p a s a j e  h a y q u e p r o n u n c i a r

    ui wi da , en

      p a s i v a ,

      e n v e z d e

      anxada,

      e n a c t i v a ,

      como

      h a c e

    M .  M u n k .

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    Pocos años después, como ya referiremos, vio

    Samuel cumplirse esta profecía; tan cierto es que

    el odio y el amor producen a veces una singular

    presciencia de lo futuro.

    I I I

    Bien a pesar suyo, Badis había prestado a lo?

    coligados, que reconocían por califa al supuesto

    Hixem, un importante servicio cuando hizo asal

    tar y dar muerte a Zohair . El amiri ta Abdalaziz ,

    de Valencia, que, como hemos dicho, había toma

    do posesión del principado de Almería, no estaba

    en estado de socorrer a su al iado el cadí de Se

    vil la , porque no tardó él mismo en tener que de

    fenderse contra Mochehid, de Denia, que veía con

    ojos malos el engrandecimiento de los Estados de

    su vecino (1); pero, al menos, el cadí no tenía ya

    que temer una guerra contra Almería , y , comple

    tamente t ranqui lo por es ta parte , no pensó desde

    entonces más que en tomar la ofensiva contra los

    berberiscos, comenzando por Mohámed, de Carmo.

    na, con el cual se había enemistado. Al mismo

    tiempo, mantenía intel igencias con una facción de

    Granada y t ra taba de promover a l l í una revo

    lución.

    En Granada había muchos descontentos de Ba

    dis .

      Al comienzo de su reinado, este príncipe ha

    t o V é a n s e m i s

      Investigaciones,

      t . I , p . 24 5.

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    ( 1 ) V é a s e

      Abad,

      t. I , p. 5 1 .

    bía hecho concebir algunas esperanzas (1); pero

    después se había mostrado cada vez más cruel ,

    más pérfido, más sanguinario y entregado  a  la

    embriaguez más vergonzosa . Primero se quejaron,

    después murmuraron y, por úl t imo, conspiraron.

    El alma de la conspiración era un aventurero

    llamado Abu-' l-Fotuh. Nacido a gran distancia de

    España, de una familia noble, oriunda del Chor

    cha n— antigua H ircania— , ha bía estudiado l i te

    ratura, f i losofía y astronomía con los más renom

    brados maestros de Bagdad; pero no era sólo un

    sabio:

      excelente j inete y guerrero int répido, apre

    ciaba un noble corcel o una espada bien templada

    tanto como, un h erm oso p oem a o un pro fun do tr a

    tado científico. Llegado a España en el año 1015,

    probablemente para buscar fortuna, pasó a lgún

    tiempo en la corte de Mochehid, de Denia. Allí se

    dedicó, ya a la l i teratura con este sabio príncipe,

    ya a t rabajar en su comentario sobre e l t ra tado

    gramatical t i tulado  Cko-mal,  ya a combatir al lado

    del pr íncipe en Cerdeña; a veces medi taba tam

    bién sobre las cuestiones filosóficas más abstrac

    tas ,

      o procuraba adivinar e l porvenir observando

    el curso de los astros. Habiendo ido en seguida

      a

    Zaragoza, residencia de Mondir, este príncipe le

    cobró afecto y le confió la educación de su hijo;

    pero como-^isegún la observación muy justa, aun

    que un poco discutida, del historiador árabe a que

    nos atenemos—los t iempos cambian, y con el los

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    mandó socorro a Badis y a Idris, de Málaga. Am-

    hoí respondieren a su l lamamiento; Idris , que es

    taba enfermo, le envió tropas a las órdenes de su

    primer ministro, Aben-Bacana; Badis acudió en

    persona con los suyos. Reunidos ambos ejércitos,

    Ismael, lleno de confianza en el número y en el

    valor de sus soldados, les presentó batalla inme

    diatamente; pero Badis y Aben-Bacana, viendo

    que el enemigo tenía superioridad numérica, o cre

    yéndolo al menos, no se atrevieron a aceptarla, y,

    sin preocuparse del señor de Carmona, le aban

    donaron a su suerte, tomando uno el camino de

    Granada y otro el de Málaga. Ismael comenzó en

    seguida la persecución de los granadinos. Afortu

    nadamente para Badis , cuando apenas hacía una

    hora que Aben-Bacana se había separado de éi,

    envióle un propio a toda prisa, rogándole que vi

    niera en su auxilio, sin el cual iba a ser aniqui

    lado por los sevillanos. Aben-Bacana se le reunió

    en seguida, y, unidos los dos ejércitos en las in

    mediaciones de Ecija, esperaron a pie firme al

    enemigo.

    Los sevil lanos, que creían tener que habérselas

    con un ejérci to en re t ira da , queda ron de sa gr ad a

    blemente sorprendidos cuando vieron que tenían

    que pelear contr a dos ejérci tos perfe ctam ente pre

    parados para recibirlos. Desmoralizados por esta

    circunstancia inesperada, bastó el primer choque

    para sembrar el desorden en sus filas. En vano in

    tentó Ismael rehacerlos y arras t rar los de nuevo

    al combate; víctima de su valor, fué muerto el

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    primero de todos, y entonces los sevillanos no pen

    a r o n m ás que en sa lvars e (1).

    Dueño del campo de batalla con tan fácil victo

    ria , y habiendo establecido su campamento a las

    puertas de Eei ja , Badis se quedó asombrado vien

    do venir a Abu-' l-Fotuh a echarse a sus pies. Le

    inducía a ello el amor hacia su familia. Con tal

    precipitación había tenido que sal ir de Granada,

    que se había visto obligado a abandonar a su suer

    te a su mujer y a sus hijos. Sabía que Badis ha

    bía hecho que los prendiera el negro Codam, su

    gran preboste , su Tris tán e l Ermitaño, y que Co

    dam los había encerrado en Almuñécar . Pero é l

    amaba apasionadamente a su mujer , joven y be

    l la andaluza, y la ternura hacia sus hijos—un

    hijo y una hi ja—era extremada. No pudiendo re

    solverse a vivir sin ellos, y sobre todo, temiendo

    que Badis se vengase de su crimen en aquellos se

    res queridos, iba a implorar su perdón; y aunque

    conocía el genio sanguinario e implacable del ti

    r ano ,  esperaba al menos en aquella ocasión que no

    se mostrase inflexible, puesto que ya había perdo

    nado a su t ío Abu-Rix, igualmente complicado en

    la conspiración.

    Arrodi l lándose ante e l pr íncipe:

    — ¡Señ or— le dijo—, ten piedad de m í ¡Te ase

    guro que soy inocente

    — ¡Qué — exclamó B ad is, con los ojos inflama-

    ( 1) A b d - a l - U a h l d , p p . 4 1 , 6 5 ;  Abad t .  I I ,  pp . 33 , 34 , 207,

    2 1 7 .  C f . B o n - a l - J a t t b , f o l . 1 1 4 v .

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    dos por la cólera—. ¿Te atreves a presentarte de

    lante de mí? ¡Has sembrado la discordia en mi

    familia, y ahora vienes a decirme que no eres cul

    pable ¿Crees que soy tan fácil de engañar?

    — ¡Señor, por am or de Dios, sé clem ente A cué r

    date de que un día me tomaste bajo tu protección,

    y que, condenado a vivir lejos de donde nací, ya

    soy ba stan te d esg raciad o. No m e im putes el cri

    men cometido por tu primo, en el que no tengo

    participación alguna. Cierto que le acompañé en

    su hu ida; pe ro lo hice por qu e, como sab ías que

    estaba aliado con él, temía ser castigado como

    cómplice suyo. Pero aquí me tienes; si absolu

    tamente lo deseas, estoy dispuesto a confesarme

    culpable de un crimen de que soy inocente, siempre

    que de este modo pueda obtener tu perdón. Tráta

    me cual corresponde a un gran rey, a un monarca

    colocado a dem asiada a l tu ra p a ra g u ar d ar rencor

    a un pobre hombre como yo, y devuélveme mi fa

    milia.

    —Indudablemente, y si a Dios le place, te tra

    taré como mereces. Vuelve a Granada, donde en

    contrarás a tu familia, y cuando yo regrese allí ,

    arreglaré tus asuntos.

    Tranquil izado con estas palabras, cuya ambi

    güedad no advirt ió al principio, Abu-' i-Fotuh tomó

    el camino de Granada, escoltado por dos j inetes;

    pero cuando llegó cerca de la ciudad, el negro Co-

    da¡m, ejec uta nd o las ó rd en es recib idas de su se

    ñor, hizo pr en de r a Ab u- ' I-F otu h p or sus sa té l i

    tes,  los cuales, después de rasurarle la cabeza, le

    H l S T . M U S U L M A N E S . — T . I V 4

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    montaron en un camel lo . Un negro de fuerza her-

    cúilea cabalgó detrás de él y empezó a abofetearle

    sin cesar. De este modo fué paseado por las calles,

    después de lo cual le encerraron en un calabozo

    muy es t recho, que tuvo que compart i r con uno de

    sus cómplices, un soldado berberisco, hecho prisio

    nero en la ba tal la de Ec ija. .

    Transcurr ieron muchos d ías . Badis había regre

    sado ya, pero no había decidido nada respecto

      a

    Abu-^l-Fotuh. Al contrar io del caso anter ior , cuan

    do se t rataba de Ben-Abas, Bologuin era quien le

    impedía pronunciar la fatal sentencia. Bologuin

    se interesaba por el doctor, no se sabe por qué;

    in te n ta ba pr ob ar su inocencia y Je defe ndía con tal

    calor , que Badis , temiendo disgustar le , vaci laba

    antes de adoptar una resolución. Pero un día que

    Bologuin se embriagó en una orgía—lo que le

    ocurr ía f recuentemente, lo mismo que

      a

      su her

    mano—, Badis mandó t raer a su presencia a

    Abu- ' l -Fotuh y a su compañero. Desde que

      v io

      a l

    doctor comenzó a lanzar contra él un torrente de

    injur ias , y cont inuó en es tos términos: "¡De nada

    te h a n serv ido las es t re l l as , em bus tero ¿N o le

    habías prometido a tu emir, a ese pobre imbécil ,

    convert ido en juguete tuyo, que no tardar ía en te

    nerme en su poder y que reinar ía t re inta años en

    m is E s t a do s? ¿P or qué no has fo rmulado m ás

    bien tu propio horóscopo, que hubiera podido pre

    servar te a t i empo de una gran desgrac ia? ¡Aho

    ra , m iserab le , tu v ida es tá en mis m an os "

    Abu- ' l -Fotuh no respondió nada, Cuando espe-

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    raba volver a ver a una esposa y a unos hijos

    adorados, se había humillado hasta el ruego y la

    mentira; pero entonces, plenamente convencido de

    que nada podría ablandar a aquel feroz y pérfido

    tirano, recobró todo su orgullo, toda la fuerza de

    su alma, toda la energía de su carácter. Con los

    ojos fijos en el suelo y la sonrisa de desprecio en

    los labios, guardó un silencio lleno de dignidad.

    Esta actitud noble y serena llevó al co'mo la irri

    tación de Badis. Echando espumarajas de ira sal

    tó de su asiento, y sacando su espada la hundió

    en el corazón de su víctima. Abu-'l-Fotuh recibió

    el golpe fatal sin pestañear, sin que su pecho ex

    halase una queja, y su valor arrancó a

    1

      mismo

    Badis un gri to involuntario de admiración. Des

    pués,

      dirigiéndose a Barhun, uno de sus esclavos,

    le dijo: "Corta la cabeza a ese cadáver y hazla

    clavar a un poste. En cuanto al cuerpo, entiérrale

    al lado de'

    1

    , de Ben-Abas Es preciso que mis dos

    enemigos descansen uno junto a otro hasta el día

    del juicio.. . Y ahora te toca a ti . ¡Acércate, sol

    dado "

    El berberisco, a quien se dirigían estas palabra?.,

    presa de indecible angustia , temblaba de pies a

    cabeza. Cayendo de rodil las procuró excusarse lo

    mejor que pudo y suplicó al príncipe  h  pe rdonase

    la vida. "¡M iserable — dijo Ba dis— ¿ H a s perd ido

    por completo la vergüenza? El doctor, en quien

    hubiera sido excusable un poco de miedo, ha su

    frido la muerte con un valor heroico; como acabas

    de ver, no se ha dignado dirigirme una sola pala-

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    estas dos cortes. En la de Granada no había más

    que berberiscos u hombres que, como el judío

    Samuel, obraban constantemente en interés de los

    bereberes, reinando, por lo tanto, allí una osten

    sible unidad de miras y de planes. En la corte

    de M álaga, po r el con trario , hab ía tamb ién esla

    vos,  y, por consiguiente, más o menos pronto,

    tenían que surgir los recelos, los odios y las ri

    validades que habían contribuido a derribar a los

    omeyas.

    El califa Idris I, enfermo ya cuando envió sus

    tropas contra los sevillanos, exhaló el último sus

    piro dos días después de recibir la cabeza de Is

    mael, muerto en la batal la de Ecija . Inmediata

    mente se empeñó la lucha entre Aben-Bacana, el

    ministro beréber, y Nacha, el ministro eslavo. El

    primero quería entronizar a Yahya, el hi jo ma

    yor de Idris, plenamente convencido de que en

    este caso el poder le pertenecería. El eslavo se

    opuso, y. como primer ministro de las posesiones

    africanas, proclamó allí califa a Hasan aben-

    Yahya, primo hermano del otro pretendiente, y

    preparó todo para cruzar el estrecho con él . De

    carácter menos firme y menos audaz, el ministro

    beréber se dejó int imidar por la acti tud amena

    zadora del eslavo. No sabiendo aué resolución

    adoptar , tan pronto quería pers is t i r en su proyec

    to como renunciar a él, descuidando en su indeci

    sión el tomar las medidas necesarias. De repente

    vio

      fondear la armada afr icana en e l puerto de

    Málaga. Huyó a toda prisa y se ret iró a Coma-

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    res con su pretendiente. Hasan, dueño de la capi

    t a l ,  le mandó a decir que le perdonaba y que le

    permitía volver. El berberisco se fió de su pala

    bra, pero le decapitaron. Se había cumplido la

    predicción que el judío Samuel creyó escuchar en

    sueños.

    Al poco tiempo, el competidor de Hasan rué

    muerto también. Acaso Nacha fué el único cul

    pable de este crimen, como insinúan algunos his

    toriadores; pero Hasan tuvo que sufrir el cast igo,

    y fué envenenado por su mujer, hermana del des

    dichado Yahya.

    En tonc es Nach a creyó poder presc ind ir de un

    testaferro. Quería poseer no sólo la autoridad,

    sino también el t í tulo de soberano, y, dando muer

    te al hijo de Hasan, que era todavía muy niño,  y

    encarcelando a su hermano Idris , se presentó

    atrevidamente como soberano a los berberiscos c

    intentó ganarlos con las más bri l lantes promesas.

    Aunque profundamente indignados de su increíble

    audacia, de su ambición sacrilega—porque sen

    tían una veneración casi supersticiosa por los des

    cendientes del Profeta—, los berberiscos creye

    ron, s in embargo, que debían esperar un momen

    to más favorable para cast igarle. Respondiéronle,

    por lo tanto, que le obedecerían y le prestarían

    ju ramen to .

    Entonces Nacha anunció su propósi to de ir s

    arrebatar Algeciras al hamudi ta Mohámed, que

    reinaba al l í . Sal ió a campaña; pero, desde los

    primeros encuentros con el enemigo, advirtió el

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    eslavo que los berberiscos se batían apáticamen

    te  y  que no podía contar con ellos. Creyó pru

    dente, por lo tanto, ordenar la ret i rada. Había

    concebido el proyecto de desterrar a los berebe

    res más sospechosos en cuanto l legase a la ca

    pital , atraerse a los demás a fuerza de dinero y

    rodearse del mayor número posible de eslavos.

    Pero sus más encarnizados enemigos supieron o

    adivinaron su plan, y al pasar el ejército por un

    estrecho desfiladero, cayeron sobre el usurpador

    y le m ataron — 5 de febrero de 104 3— (1).

    Mientras reinaba la mayor confusión entre las

    tropas—porque los bereberes lanzaban gri tos de

    aJegría y los eslavos huían por temor a compar

    tir la suerte de su jefe—, dos de los asesinos co

    rr ieron a r ienda suel ta hacia Málaga, y al l legar

    a la ciudad: "¡B uen a no t icia, buena not icia — ex

    clamaron— . ¡El us urp ad or h a m ue rto " De spués,

    precipi tándose sobre ol lugarteniente de Nacha, lo

    asesinaron, sacaron de la prisión a Idris, el her

    mano de Hasan, y fué proclamado califa.

    Desde enton ces el pap el desem peñ ado po r los

    eslavos concluyó en Málaga; pero Ja t ranquil idad,

    momentáneamente res tablecida, no fué de larga

    duración.

    Ciertamente que Idris II no tenía un espír i tu

    superior; pero era bueno, cari tat ivo y se ocupa

    ba casi exclusivamente en prodigar beneficios. Por

    ( )

      E s t a

      f e c h a s e e n c u e n t r a e n A b e n - B a s a n , t . I ,

      folio

    221 v.

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    él no hubiese habido ningún desgraciado. Liamó

    a los desterrados de todos Jos part idos y les de

    volvió sus bienes; jamás  dio  oídos a un delator,

    y hacía dis t r ibuir diar iamuvte quinientos ducados

    a. los po bre s. Su sim pa tía hacia los h om bres del

    pueblo—con los cuales le gustaba depart i r—con

    trastaba s ingularmente con e l fausto, la ostenta

    ción y la escrupulosa et iqueta de su corte. Por

    su calidad de descendientes del yerno del Profe

    ta, ios hamuditas eran-, a los ojos de sus subditos,

    casi semidioses . Para mantener una i lusión tan

    favorable a su autoridad, se presentaban raras ve

    ces en público y se rodeaban en una especie de*

    misterio. El mismo Idris, a pesar de la sencil lez

    de sus gustos, se atuvo al ceremonial establecido

    por sus predecesores: una cort ina le ocultaba a

    ías m irad as de los que le hab laban ; p ero como e ra

    la bondad en persona, a menudo olvidaba su pa

    pel .

      Un día, por ejemplo, un poeta de Lisboa le

    recitó una oda en loor de su caridad y glorificando

    su noble origen. "Mientras ios demás morta les

    han sido he