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E m i l V o le k
^m
M E T A E S T R U G T U R A U S M O
POÉTIC
MODERNA SEMIÓTICA
Y
FILOSOFÍ
DE LAS CIENCIAS
N RR T V A
SOCI LES
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I
Emil Volek
' METAESTRUCTURALISMO
Poética modern a, semiótica narrativa
y filosofía de las ciencias sociales
EDITORIAL FUNDAMENTOS
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Cubierta: C arlos del Giudice
© EmilVolek, 1985.
© Derechos reservados para todos los países de habla española por Editorial Fun
damentos, Caracas, 15. 28010 M adrid.
Tfno. 419 96 19.
ISBN: 84-245-0430-5.
Depósito L egal: M-38.321-1985.
Impreso en España. Printed in Spain.
Impreso por Técnicas Gráficas. Las Matas 5. 28010 Madrid.
Todos los derechos reservados. La reproducción de cualquier apartado de esta pu
blicación queda totalmente prohibida, así como su almacenamiento en la memoria
de ordenadores, transmisión, fotocopia y grabación por medios electrónicos o me
cánicos de reproducción sin previa autorización de la editorial.
A la memoria de mis padres
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El mundo es sólo un medio casual
de nuestra im postergable misión.
Emanuel Rádl
Un coup de des jamáis n'abolirá le hasard.
Stéphane Mallarmé
«Wahrheit» ist somit nicht etwas, das da
ware und das aufzufinden, zu entdecken
ware, sondern etwas, das zu schaffen ist
und das den Ñamen für einen Prozess abgibt...
Friedrich Nietzsche
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Í N D I C E
Introducción 11
La actividad metaestructuralista: Una fenomenología postes-
tructu ralista postideológica 17
Paradojas del Formalismo Ruso y de su herencia 49
El lenguaje coloquial en la estructura narra tiva: Hacia un
modelo nomotético del discurso, de los estilos funcionales
y del discurso narrativo 95
I. Introducción 95
II . Nivel linguo-estilístico 97
III.
Función literaria del lenguaje coloquial 110
IV. Nivel de estructura narrativa : tipología 113
V. Nivel de estructura narrativa: descripción 122
Los conceptos de «fábula» y «siuzhet» en la teoría literaria
moderna: Hacia la estructura de la «estructura narrativa» . 129
I. Fábula y
siuzhet
en el Formalismo Ruso 129
II .
Fábula y
siuzhet
en la crítica angloamericana. 133
III.
Fábula y siuzhet en
las
corrientes estructuralistas. 135
IV. Hacia una definición estructural de fábula y
siuzhet 147
Pedro Páramo y la búsqueda de modelo universal de la histo
ria (story, récit) 161
Postscriptum a fábula, siuzhet e historia 185
La carnavalización y la alegoría en El mundo alucinante de
Reinaldo Arenas 191
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Una apertura hacia el metaestructuralismo: Apuntes a la
filosofía y a la metodología de la teoría literaria y de las
ciencias sociales 217
I. Introducción 217
II. Un marco más amplio de la teoría literaria ... 219
III.
El nivel fenoménico: La différance y la Escuela
de Praga 222
IV. Los niveles sistémicos 242
V. El nivel nomotético 246
Referencias bibliográficas 263
I N T R O D U C C I Ó N
Los ensayos reunidos en este volumen afrontan; desde varias
perspectivas, la crisis en que se encuentra la teoría literaria estruc
turalista y postestructuralista actual, y las ciencias sociales en gene
ral.
En especial, están puestos en tela de juicio los fundamentos
filosóficos y metodológicos de la poética moderna, iniciada fecun
damente por el Formalismo Ruso bajo la bandera de la lingüística
en la segunda década de este siglo. La crítica radical a que está
sometida la poética se extiende necesariamente a la propia base de
las ciencias sociales, a sus objetivos y métodos tal como fueron
delimitados frente a las ciencias naturales al final del siglo pasado.
Entre los dominios literarios nos concentramos en la semiótica
narrativa. Lo hacemos porque ésta ha sido el campo trabajado con
más consistencia desde los comienzos de la poética moderna. En
los últimos veintitantos años, el estructuralismo —siguiendo los im
pulsos renovadores de Vladimir Propp, Claude Lévi-Strauss y Noam
Chomsky— se ha dedicado casi exclusivamente a la narratología
y la ha convertido en una piedra de toque de su actividad teórica y
crítica. De este modo, la narratología estructuralista muestra más
claramente que cualquier otro dominio de la poética tanto los con
siderables aciertos como también las no menos considerables limi
taciones —cierto desenfoque y cierta primitivización— inherentes
a sus propuestas teóricas y a los métodos específicos que elabora.
Pero nos concentramos en la semiótica narrativa también por
que creemos en la unidad del espacio en que operan los géneros
literarios. Entre éstos, la narrativa posee la estructura más compleja
y marcada y, por tanto, facilita establecer modelos de ciertos aspec
tos importantes de la estructura literaria como tal (por ejemplo, el
«narrador», la historia narrada, el repertorio de los medios discur-
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sivos,
etc.). Estos modelos luego permiten «medir» los aspectos
correspondientes también de los otros géneros literarios (como el
drama, la lírica y el género expositivo), aunque estos aspectos se
presenten en ellos, por lo general, en forma neutralizada (por ejem
plo, el «narrador» en el drama; la historia en la exposición o en la
lírica) o en forma menos compleja (por ejemplo, el «narrador-
hablante lírico, etc.).
En la narrativa, en concreto, tomamos los conceptos clave pro
puestos o dilucidados significativamente por el Formalismo Ruso
(como skaz —o sea, la narración coloquial—, o fábula y siuzhet)
y por el postformalismo bajtiniano (la carnavalización), y los replan
teamos radicalmente (por ejemplo, el skaz a partir de un modelo
universal del discurso y del lenguaje coloquial), o seguimos sus
avatares a través de toda la narratología moderna con el fin de rede-finirlos dentro de una nueva semiótica narrativa (aquí, en especial,
fábula y siuzhet), o examinamos su valor heurístico en una novela
neovanguardista hispanoamericana, en confrontación con la discu
tida —y discutible— definición de la literatura —la llamada litera-
riedad— inveterada en la poética m oderna también a partir del
Formalismo (así en el caso de la carnavalización).
De esta manera, el volumen ofrece, entre otras cosas, una pro
funda revisión de los principales aportes del Formalismo Ruso y de
su herencia en la poética moderna.
Sin embargo, el marco referencial de nuestro trabajo rebasa deci
didamente el del Formalismo Ruso, lo mismo que el del estructura-
lismo y del postestructuralismo. Es porque el examen de los aciertos
y de las deficiencias de la poética moderna nos ha llevado a la
necesidad de un planteamiento más radical. Así, poco a poco ha ido
emergiendo el
metaestructuralismo.
El metaestructuralismo, tal como lo proponemos —como una
concepción metateórica
su i
generis
de todo el dominio del quehacer
literario y crítico—, aprovecha y retiene todas las conquistas fecun
das del estructuralismo y del postestructuralismo. De este último,
en especial, el «descentramiento» de la topología estructuralista y la
crítica de la hermenéutica tradicional, reduccionista. Sin embargo,
estos aportes del postestructuralismo fueron anticipados claramente
ya hace medio siglo por la Escuela de Praga y, más recientemente,
en lo que se refiere a la lectura o interpretación, también por la
Rezeptionsaesthetik alemana, para la cual, a su vez, la Escuela de
Praga fue uno de los impulsos principales. El estructuralismo pra-
guense fue, al lado del Formalismo Ruso, otro importante punto de
12
arranque de nuestro incipiente proyecto. La construcción de mode
los para los objetos complejos, dinámicos, estructurados a partir de
una multiplicidad de dimensiones heterogéneas, y la nueva teoría
de la lectura, ni reduccionista ni indeterminista, que asume las suce
sivas recepciones de la obra como una parte integrante de su estruc
tura semiótica, pero que busca también apoyos objetivos para esta
blecer el potencial semántico, característico de cada obra, son los
temas fundamentales abordados por los trabajos de este volumen.
Incluso creemos que el éxito y la renovación de la poética y de
las ciencias sociales dependen de la solución satisfactoria de estos
problemas.
Al comienzo de la poética moderna, la limitada lucidez de los
modelos lingüísticos puso la investigación en el camino correcto;
ahora, sin embargo, ya es tiempo de afrontar los temas y los tipos
de objetos que quedaron desenfocados por esos modelos simplemen
te porque son mucho más complejos y mucho más difíciles de con-
ceptualizar que ciertos estratos del lenguaje que sirvieron de modelo
al estructuralismo (en especial, la fonología).
Por la crítica de los planteamientos —de los lenguajes— del
Formalismo, estructuralismo y postestructuralismo, el metaestructu
ralismo se propone como una especie de
metateoría. A
su vez, esta
metateoría no es sólo crítica, sólo «negativa», sino que llega a esta
blecer su propio marco referencial. Este marco rebasa las prácticas
usuales en las ciencias sociales y las aproxima, por su modo de
operación, a las ciencias naturales, sin incurrir en ninguna identifi
cación simplificadora de ambas. La teorización desarrollada en el
presente volumen encaja en las discusiones actuales suscitadas por
el postestructuralismo y por las búsquedas postideológicas, y ofrece
un aporte original y cuidadosamente argumentado a partir de la
revisión de las principales escuelas de la poética moderna y de la
filosofía de la ciencia contemporánea. El metaestructuralismo se
propone, por tanto, como
un tipo de fenomenología postestructura-
lista postideológica.
Los ensayos reunidos en este volumen se originaron en diálogo
con la literatura moderna (véase E. Volek, 1984), con la historia
de la poética contemporánea y con la tradición de la estética euro
pea. Los tres dominios se intersecan íntimamente y crean, en con
junto,
el espacio del arte moderno y de su conceptualización teórica
y filosófica. El «Formalismo Ruso» fue uno de los ensayos semi
nales;
el boceto original constituyó la introducción a una antología,
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todavía inédita, de dicho movimiento y formó parte de nuestra tesis
de postgrado de estética (E. Volek, 1973). «El lenguaje coloquial»
apareció, en inglés, en la revista
Dispositio.
El texto original de
«fábula y siuzhet» se publicó, en alemán, en Poética y la parte limi
tada al Formalismo Ruso fue recogida en el volumen de conjunto
Lingüística y literatura. Pedro Páramo se separó de «fábula y siuzhet»
y fue reescrito como ponencia para el Congreso Internacional sobre
Semiótica e Hispanismo (Madrid, junio de 1983); sin embargo, fue
reelaborado aún más según nuestra reciente conferencia «From
mythos to myth: Modeling the story after structuralism» (Universi-
ty of Stanford, febrero de 1985). «La carnavalización y la alego
ría» fue publicado por la Revista
Iberoamericana.
Agradecemos a los
editores de las revistas y de las publicaciones mencionadas el per
miso para utilizar estos materiales en el presente volumen.
Un libro escrito a lo largo de más de diez años entre dos conti
nentes y cuatro países contrae, necesariamente, muchas deudas. Al
gunas se remontan incluso a nuestros años formativos, otras son muy
recientes. Nuestros amigos, estudiantes, editores y críticos, todos han
colaborado en este proyecto. A veces una invitación a escribir un
artículo o a dar una conferencia, por obligar a enfocar en profun
didad algún problema especial, ayudó a avanzar significativamente
en la clarificación de las propuestas teóricas, difíciles de formular
por ser poco tradicionales. Y este diálogo, «polígolo» más bien, que
ha continuado hasta el último momento, va a desbordar, necesaria
mente, el marco de este libro.
Nuestro trabajo fue apoyado económicamente por las becas otor
gadas a través de las siguientes instituciones: la Deutsche Forschung-
sgemeinschaft (1976, Pedro Páramo); la Universidad Estatal de
Arizona (Grant-in-Aid en 1977, Pedro Páramo); la fundación NEH
(1978,
para asistir a la Escuela de Crítica y Teoría de Irvine); la
elaboración del manuscrito fue facilitada al hacer uso de una licencia concedida por el decano de las Artes Liberales de UEA en 1980
y por una beca que el mismo decano nos dio para el verano de 1981,
y asimismo por una contribución de los fondos operacionales del
vicerrector de UEA (1981). María Marracó Jordana fue nuestra
ayudante de investigaciones en la primavera de 1981 y mecano
grafió esmeradamente una gran parte del texto. Aprovechamos tam
bién nuestro sabático (en 1982-83) para escribir y reescribir varias
partes del volumen. Finalmente, nuestra Universidad proporcionó la
subvención necesaria para que la publicación de este libro fuera
posible.
14
No hay textos absolutos. Lo único"que deseamos para los mate
riales reunidos en el presente volumen es que la energía del devenir
(die werdende Welt, en Nietzsche), que tratamos de aprehender e
introducir en el campo conceptual de la teoría, sobrepase/sobrepese
lo que estos ensayos tengan de ergon, del «tosco mundo ya creado»,
de un golpe de dados lanzado en el azaroso
maelstróm
de la Historia.
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LA ACTIVIDAD METAESTRUCTURAMSTA:
UNA FENOMENOLOGÍA
POSTESTRUCTURALISTA POSTIDEOLOGICA
Crítica del lenguaje — trabajo preparatorio del
teórico de la ciencia.
(Novalis, La enciclopedia.)
El propósito de nuestro trabajo es crear un marco más amplio
y más adecuado para la teoría literaria. Esto significa que hemos de
abordar problemas que se extienden desde la teoría de la ciencia
hasta los dominios específicos de la poética, lingüística y semiótica.
La actividad metaestructuralista, tal como la iremos definiendo en
este ensayo, forja los instrumentos conceptuales indispensables para
alcanzar este objetivo.
La actividad metaestructuralista es una reacción ante la pro
funda crisis en que se encuentra, desde hace varios lustros, la teoría
literaria moderna (1). Esta no es simplemente una «crisis del cre
cimiento», uno de esos períodos reflexivos en que cualquier rama
del saber reposa después de una expansión explosiva, hace un balan
ce de sus «logros y derrotas» y efectúa un reajuste de su futuro
«derrotero». Atañe a los fundamentos mismos de la poética moder
na, tal como fueron establecidos, en su forma ya clásica, por el
Formalismo Ruso y tal como fueron retomados, desarrollados y plan
teados por las distintas escuelas estructuralistas hasta la actualidad.
Tampoco es una crisis limitada a la poética. También la lingüística
actual en todas sus corrientes (la lingüística generativa transforma-
cional, la semántica generativa, la lingüística del texto o de los actos
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de habla), y en realidad todo el conjunto de las ciencias sociales
(aquí, más patentemente en la historiografía) se hallan en la misma
crisis metodológica y filosófica. Es la crisis del pensamiento tradi
cional occidental.
I. LA EMERGEN CIA DE LA NUEVA EPISTEME
Hacia el comienzo de este siglo asoma la nueva episteme —el
nuevo paradigma epistemológico—, como de un golpe, simultánea
mente en varias disciplinas (2) (por ejemplo, en Gestaltpsychologie;
en el psicoanálisis; en la pintura y en la música y, más tarde, en la
vanguardia «histórica»; en la lingüística, en la poética y en la etno
grafía estructurales; en la antropología funcional). En la superficie,
el nuevo paradigma rompe estrepitosamente con el contexto decimo
nónico. En realidad continúa e intenta llevar a cabo la ruptura con
la tradición metafísica occidental, iniciada por éste.
1.1. El pun to de partid a, el «grado cero» de la nueva episteme,
fue la visión histórica radical, positivista, de los fenómenos y del
hombre. Esta historización vuelve a las raíces etimológicas de la
historia:
se propone
conocer
de nuevo, estrictamente a través de
la observación y de la investigación sin prejuicios. En el proceso las
esencias metafísicas —que hasta entonces parecían ser establecidas
una vez para siempre, a fuerza del logos, de l nous o de la divinidad,
e incluso «existir» en un mundo aparte— se subvierten, se relati-
vizan y se diluyen en el fluir heracliteo, irreversible, sin origen ni
fin. Del universo estacionario, «creado», «acabado», resultativo,
existente a la sombra de los omnipotentes arquetipos platónicos, el
hombre entra en el mundo radicalmente histórico, en la «realidad
del devenir» (Realitat des Werdens; Nietzsche, 1906, núm . 12).
Frente a este brave new wbrld se problematizaron los instrumentos
de que se servía la razón tradicional (logos), o sea, la lógica deduc
tiva, la inducción abstractiva, el espacio euclidiano, etc. Las esen
cias, las categorías del entendimiento y las clasificaciones racionales
se convirtieron en ficciones, en convenciones que, cuando más, nos
permiten manejar —bien o mal— la realidad histórica polimorfa.
Sin embargo, el historicismo radical no tardó en subvertir la base
misma del positivismo que éste oponía a la tradición metafísica.
18
Reveló que los «hechos positivos», aparentemente objetivos, eran
también hipóstasis metafísicas. «No hay hechos; todo está en flujo,
inasible, en retroceso... Hay sólo interpretaciones», apunta Nietz
sche (1906: núms. 604 y 481). La supuesta objetividad de los
hechos se relativiza y se diluye en el caos del perspectivismo, en ej
flujo infinito de la realidad, en el proceso del devenir. La negación
consecuente de la tradición metafísica occidental parece desembocar
ineludiblemente en el
nihilismo.
Esta disyuntiva fundamental que se
halla ante la modernidad está analizada perspicazmente por Nietz
sche en las selecciones de sus apuntes publicados postumamente
(1906; 1965) (3).
1.2. El prime r paso hacia la formulación de una nueva base
epistemológica fue dado por el estructuralismo. Este reacciona con
tra el atomismo positivista, historicista, pero prosigue la lucha del
positivismo contra la metafísica. En especial trata de sustraerse, con
mayor o menor suerte, al sustancialismo, formalismo y esencialismo
tradicionales (4). El estructuralismo parte del concepto de totalidad:
ésta no es sólo más que la suma de sus partes, sino que es una
entidad constituida por elementos interrelacionados. El caos de la
realidad está encauzado por las totalidades ordenadas y jerarquiza
das.
En este planteamiento el valor mismo del elemento depende de
su correlación con los otros elementos. En otras palabras, este ele
mento no es ni una esencia, ni una susta ncia, ni una forma: es un
haz de relaciones.
El estructuralismo se presentó básicamente en do s modalidades,
que constituyeron, a su vez, las fases de su desarrollo. El estructu
ralismo funcional (Gestaltpsychologie, el Formalismo Ru so, la Es
cuela de Praga) enfocó la configuración de los fenómenos concretos.
Buscó establecer su estructura fenoménica y los reunía en conjuntos
superiores («sistemas») más variados. En especial, la Escuela dePraga estudió los objetos en su polivalencia heterogénea y en sus
antinomias estructurales (5). La poética funcional seguía la evolu
ción de la lingüística, pero se servía de la misma como de un instru
mento heurístico, de análisis.
En cambio, el estructuralismo transformacional (el formalismo
de Propp, la lingüística chomskyana, la etnología estructural de
Lévi-Strauss y varios grupos estructuralistas en Francia) restringió
y reorientó el enfoque: estudió los fenómenos concretos en función
de la estructura profunda o del sistema subyacente de los paradig
mas y de su código que los generan. No interesó la estructura poli-
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valente de los «mensajes», sino el proceso de la generación de tal
o cual aspecto a partir de un código generador postulado y el esta
blecimiento de tal código. El estructuralismo transformacional se
atuvo más fielmente a la obra pionera de F. de Saussure (1916). En
esta fase, la lingüística fue tomada más bien como un
modelo.
El
estructuralismo simplemente aplicó varios modelos lingüísticos (lan-
gue/parole, la fonología, el concepto generativo transformacional) a
sus dominios particulares.
Sin embargo, la aplicación de estos modelos a los dominios más
complejos llevó a simplificaciones insostenibles. Por ejemplo, el
estructuralismo se limitó a experimentar con sus métodos sólo en
el material más sencillo de sus dominios particulares. E intentó
justificarlo con declarar este material por «central». Buscó estable
cer sólo el código generador inmediato. Perdió de vista no sólo la
situación de la enunciación y los contextos sociales, sino también
el hecho de que un texto está generado por la intersección de múl
tiples códigos. Como consecuencia, desacató las tensiones entre el
enunciado y los sistemas que lo generan, lo mismo que las tensiones
en los propios sistemas, entre sus múltiples dimensiones. Llegó a
creer que «las transformaciones ... nunca llevan más allá del sis
tema» (}. Piaget, 1970: 14). De este modo, la realidad polivalente,
el cambio y la historia quedaron reducidos a la transformación
dentro de un sistema inmutable. Sin querer, estos sistemas simpli
ficados llenaron el lugar ocupado, en la tradición metafísica, por las
esencias, los arquetipos platónicos y los paradigmas figúrales bíbli
cos. Así quedó subvertido, en parte, el trabajo del historicismo y del
estructuralismo funcional (6).
1.3. Los resultados y el propio fundamento epistemológico del
estructuralismo transformacional fueron criticados, desde el lado de
la modernidad en especial, por el postestructuralismo «desconstructi-
vista» (Jacques Derrida, la escuela de Yale y otros). Sin embargo,
a las simplificaciones de aquél, éste le opone nada menos que ¡la
cura del infinito Como corriente filosófica, el «desconstructivismo»
se remonta a la radical negación nietzscheana de la metafísica occi
dental y se propone subvertir toda huella de esta tradición que
encuentre a su paso en todo tipo tipo de textos, desde la filosofía
hasta la lingüística. El método concreto, que también sigue la jocosa
destrucción nietzscheana de los valores tradicionales, es la carnava-
lización, la inversión lúdica de las jerarquías conceptuales tradicio
nales (Derrida, 1967) —el poner lo .negativo en lugar de lo positivo,
20
y lo subordinado, lo marginal, en lugar de lo dominante, de lo cen
tral— y la búsqueda de las contradicciones explícitas o implícitas,
de las omisiones y de los «suplementos» que revelan alguna falla en
el «centro» mismo de la teoría. Los resultados son, casi siempre,
divertidos. Pero se hacen cada vez más previsibles. Puesto que la
apariencia de «totalización» se alcanza sólo al precio de la ideolo-
gización, o sea, de la mitificación y de la mixtificación (7), que
extienden un
bricolage
histórico de los conceptos
bricolage
es un
término clave de C. Lévi-Strauss, 1962) a todo un/el dominio de la
realidad, la «desconstrucción» se concentra con predilección en
estas fallas de la totalización ideológica y las presenta como residuos
de la tradición metafísica.
Hacer tal crítica es, por supuesto, muy importante. Pero ya no
es suficiente agotarse en la negación. Es lo que vio lúcidamente elpropio Nietzsche. Porque la mera negación lleva sólo al nihilismo.
Para el proceso abierto del conocimiento científico es tan importante
excavar los fósiles metafísicos como ver dónde y cóm o se superan.
Sin embargo, la óptica «desconstructivista» está orientada en una
sola dirección. Más le parece importar la carnavalización y la inver
sión que la investigación de cómo algo modela mejor o peor la rea
lidad. Asumiendo, heroicamente, la postura metafísica absoluta, que
difiere la verdad al infinito, la posibilidad misma de tal investiga
ción se niega.
En cuanto crítica y continuación del estructuralismo, el postes
tructuralismo «desconstructivista» redescubrió la polivalencia de sus
objetos de estudio. Sin embargo, para la «desconstrucción» todo se
convierte en textualidad y en relación intertextual. Todos los órde
nes de la realidad se ponen en el mismo nivel. La intertextualidad
disuelve tanto los textos como los sistemas. Aquéllos resultan dise
minados en la intertextualidad infinita. Estos ni siquiera pueden
establecerse como «sistemas de diferencias» porque, supuestamente,cada diferencia es infinitamente diferida y la base para determinarla
recede al infinito. Este movimiento centrífugo, de regreso al infinito,
está condensado en el famoso concepto derridiano de différance
(véase J. Derrida, 1968). En esta óptica, el significado de cualquier
elemento es diferido infinitamente y, por tanto, resulta «indecidible».
La posibilidad misma de un significado determinado está puesta en
tela de juicio. Cualquier entidad —diferencia, frontera, identidad,
significado— se diluye en el «vértigo» intertextual infinito. La poli
valencia, la heterogeneidad de los objetos quedaron reducidas a la
falla en el andamiaje totalizador de un texto, a sus anclas metafísicas
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sumergidas bajo la corteza textual, las cuales la tiran en direcciones
opuestas.
En el postestructuralismo derridiano, el aspecto lúcido está aho
gado por su carácter lúdico y nihilista. Nietzsche mismo fue más
perspicaz que sus discípulos. Vio, proféticamente, que «el hombre
moderno está entorpecido, de todos lados, por el infinito, tal como
Aquiles piesligeros en la parábola de Zenón de Elea: el infinito le
frena, no alcanza ni siquiera la tortuga» (1964: 243). Y apunta en
otra oportunidad que «el hombre ha hecho del infinito un tipo de
embriaguez» (196 5, / / : 390). El «vértigo del infinito» está también
en las raíces de la obra genial de Borges. Tanto sus ficciones como
su ensayística se anticipan notablemente a la «desconstrucción». En
realidad su óptica es análoga: tal como ésta busca sólo los «fósiles»
metafísicos, Borges tiende «a estimar las ideas religiosas o filosóficaspor su valor estético y aun por lo que encierran de singular y de
maravilloso» (1973: 263). Sin embargo, con su rara lucidez, Bor
ges supera los tímidos planteamientos de la «desconstrucción». Por
ejemplo, la intertextualidad bosquejada por ésta palidece ante las
posibilidades mencionadas, como de paso, en «Pierre M enard, autor
del Quijote». En este pequeño «escándalo de la razón», Borges pro
pone que no sólo comparemos un texto con todos los textos exis
tentes tal como son, sino que barajemos lúdicamente a los autores
y sus obras. Que leamos, por ejemplo, a Don Quijote como una
obra de Borges, y a «Pierre Menard...» como una obra de Cervan
tes. El infinito primario del «desconstructivismo» se multiplicaría
infinitamente. Por otra parte, Borges, si bien juega con el infinito
hasta la embriaguez, no toma en serio ni este juego ni este concep
to (8). Las pala bras prof éticas de N ietzsche acerca del peligro que
acecha la modernidad parecen cumplirse en la «desconstrucción».
En ésta, el nihilismo arraigado en las fuerzas motrices de la moder
nidad emerge con venganza. Sin embargo, también la tradiciónmetafísica se «venga» de la «desconstrucción»: ésta aparece sólo
como una ideología simétrica, sólo que de un signo contrario. Sub
vierte, pero no supera la tradición. La continúa como una imagen
en el espejo. Es su homenaje carnavalesco.
1.4. El estructuralismo funcional formó un paralelo con la van
guardia «histórica». Como lo mostramos en otro lugar (9), no sólo
conceptualizó y trasladó al dominio científico los experimentos artís
ticos realizados por el arte moderno, sino que se contagió por sus
principios filosóficos subyacentes. Como consecuencia, la ideología
22
vanguardista se extendió, disyuntivamente, a todo arte. Esta repre
sentaba el «centro» de la actividad artístic a; el arte o bien se apro
ximaba a ese centro o, si se alejaba, «perdía» el valor artístico. Al
mismo tiempo, la teoría influía sobre la praxis artística (véanse, por
ejemplo, las prosas híbridas de Shklovski, especialmente su Viaje
sentimental, 1923; el destacado grupo de narradores «Hermanos
Sérapionov», y el grupo en torno a he], de Maiakovski). Éste tras
vase directo sigue aún en las fases posteriores del estructuralismo.
El estructuralismo transformacional influyó sobre la neovanguardia
de los años 1960 y 1970, y el postestructuralismo «desconstructi-
vista» conceptualiza, a su vez, el proyecto literario del grupo
parisiense reunido en torno a la recién desaparecida revista Tel
Qvel. Últimamente, la «desconstrucción» busca una apertura esté
tica. En lugar de reorientar el derrotero de su investigación teórica
y crítica, intenta convertir este quehacer en una actividad artística,
de signo neovanguardista.
II . MAS ALLÁ DE BRICOLAGE
La actividad metaestructuralista como reacción ante esta crisis,
estancamiento y m ultiplicidad metodológica — que bordea al caos—
se niega a seguir las pautas habituales. No nos interesa retocar deta
lles ni barajar las «categorías» ya establecidas, para llegar a las
teorías tal vez un poco diferentes, tal vez un poco mejoradas, pero
del mismo orden. Tampoco nos atrae el ejercicio de invertir simple
mente las categorías tradicionales porque, al asentarse la polvareda
levantada por el vendaval, se ve que, más allá de la útil negación,
no se ha creado nada nuevo. Esta tarea la dejamos a los epígonos de
toda índole, quienes ya se empeñan en perpetuar el
bricolage
histó
rico,
tradicional, en sus respectivas ciencias.
2.1. Bricolage es un término clave aquí. Fue utilizado por Lévi-
Strauss (1962) para referirse a las peculiares taxonomías producidas
por el «pensamiento salvaje» y consideradas corrientemente como
opuestas a los constructos teóricos de la ciencia. Según el etnólogo
francés, detrás de ambos tipos de pensamiento se hallan en realidad
las mismas operaciones intelectuales. Las diferencias entre ellos, que
llevan a resultados aparentemente contrarios, estriban en que el bri-
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coleur utiliza lo que el azar le ha puesto al alcance de la mano, o
sea, los aspectos de la realidad y los conceptos heterogéneos, tal
como los encuentra en la praxis social cotidiana. Como el epítome
de tal actitud podría considerarse la famosa «clasificación» de los
animales «citada» por Borges
(1973:
142), presuntamente, de una
enciclopedia china (10). En cambio, el científico (el «ingeniero»)
diseña y produce las «piezas» estrictamente tal como las necesita
para sus clasificaciones sistemáticas.
Sin embargo, ¿es una diferencia cualitativa? Derrida lo niega.
En su crítica mordaz de las bases filosóficas del estructuralismo
transformacional (1966) llega a reducir todo el pensamiento humano
al
bricolage
mítico e histórico. Y en buena parte tiene razón. En
ausencia de la verdad absoluta, los constructos teóricos de las cien
cias,
y aún más los de las ciencias sociales, se convierten en meras
hipótesis circunstanciales, relativas e históricas, en eternos tanteos
en la inmensidad del universo natural y humano (11).
La subversión derridiana del pensamiento humano y de todo
proyecto científico se justifica en el plano más general, en cuanto
nos pone en alerta ante la tendencia a
ideologizar,
a extrapolar los
conocimientos parciales a la totalidad, a convertirlos en verdades
absolutas. Sin embargo, se hace disfuncional, y absurda, si se tras
lada a los niveles más concretos del conocimiento. Si se postula
—tal como lo hacen algunos entusiastas del «desconstructivismo»—
que nada es cognoscible porque todo sentido, todo significado es, en
último término, indeterminado o indeterminable, y que cualquier
conocimiento hum ano, ineluctablemente, carga con todo el lastre de
la tradición onto-teológica, mítica, ideológica, occidental. El resul
tado de esta traslación no puede ser sino la desesperación epistemo
lógica o la resignación del nihilismo.
Pese a la turbulencia causada por esta traslación, el hombre
moderno conoce incluso más de lo que alcanzan a captar sus facul
tades naturales y es capaz de verificar progresivamente la objetivi
dad de esos conocimientos. Es capaz de entenderse, si no le falla
el intelecto ni el carácter, incluso en el enredo de las verdades ideo
lógicas de toda índole. Tomamos «entenderse» tanto en el sentido
transitivo de comprender, críticamente, los límites de esas verdades,
como en el sentido reflexivo de reconocer, autocríticamente, su pro
pio lugar en ellas (12). Recordemos todavía otro hecho sumamente
importante: no todo es barrido de la faz de la teoría por los nuevos
conocimientos. Por ejemplo, el destino de la mecánica de Newton
fue diferente del que tuvieron los conceptos metafísicos de éter o de
24
flogisto. La mecánica newtoniana no fue arrojada al baratillo de la
Historia por el principio de la relatividad, sino que fue insertada
en un nuevo marco teórico, más amplio y más matizado (véase
S. Toulmin, 1960: 70), y lo mismo puede ocurrir un día con la
teoría de Einstein. La diferencia entre estos destinos desiguales tam
poco es simplemente aleatoria, tal como lo asume Borges, porque le
conviene a sus propósitos estéticos de asombrar al lector.
Por otra parte, el hombre descubre en los dominios concretos
nuevas modalidades de la realidad que dan concreción o que susti
tuyen a los viejos conceptos metafísicos (por ejemplo, el átomo y las
partículas mínimas de la materia). Así se han descubierto también
nuevas posibles relaciones lógicas en varios tipos de oposiciones
semióticas, como, por ejemplo, entre el miembro marcado y el no
marcado de una correlación. Hagámonos un aparte para este tipo
de oposición.
2.2.
¿En qué consiste la relación de lo marcado vs. lo no
marcado? En el hecho de que los fenómenos no son sólo disyuntivos
ni contrarios, sino que también implican unos a otros en la oposi
ción. La oposición entre lo marcado y lo no marcado reúne en una
correlación binaria una pareja o una serie de fenómenos según un
rasgo común (por ejemplo, en el plano fonológico encontramos la
oposición de las consonantes sonoras y sordas: b —
p
d—t; g — k).
Una pareja correlativa se caracteriza por la desigualdad de sus
miembros: uno posee la marca de la correlación (por ejemplo, la
sonoridad en b) ; el otro, no (p). No se puede decir que un miembro
sea una simple negación del otro. O en otra forma: un m iembro de
la oposición señaliza cierto rasgo de la realidad, mientras que el
otro no, es decir, no señaliza ni su presencia ni su ausencia. La ope
ración de los géneros gramaticales, masculino y femenino, ilustrará
este punto. Por ejemplo, «yegua» se refiere necesariamente a la
«hembra del caballo», mientras «caballo» puede referirse a toda
esta clase de animales sin distinción del género. Por eso diremos, «el
caballo apareció en la Tierra...», y no «la yegua...», ni «el caballo
y la yegua aparecieron en la Tierra...». Estas últimas serían unas
maneras marcadas y redundantes.
La asimetría de los miembros de la pareja correlativa tiene
consecuencias importantes. En ciertas situaciones la marca de la
correlación puede neutralizarse: el término marcado queda reducido
al no marcado, porque éste representa la base común de los dos
(en la fonología esta base común se llama archifonema). Esto no
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partir más bien de los fenómenos complejos, tales como, por ejem
plo, la literatura, en la cual se refleja —con creces— todo el uni
verso humano. Pero al emprender el nuevo camino no hemos de
olvidar que ponernos esta tarea nos fue hecho posible precisamente
por los aportes del estructuralismo.
I I I . LA ACTITUD METATEOR ICA
3.1. El proyecto de investigación que bosquejamos « descentra»
el
bricolage
estructuralista y «desconstructivista» por el replantea
miento radical de los problemas y por la dirección específica quetoma la actividad teórica, y rebasa los límites de la poética siempre
que las implicaciones de los problemas lo exigen. Por ejemplo, el
ensayo sobre el lenguaje coloquial en la estructura narrativa empieza
por reexaminar los aspectos lingüísticos del tema, para desembocar
en una semiótica narrativa. El arco que se tiende entre la lingüística
y la semiótica define el carácter de la teoría de la literatura que ela
boramos aquí. Es una teoría materialista, que conceptualiza el hecho
literario en su materialidad lingüística y que estudia su utilización
semiótica. Por otro lado, la literatura (y el arte) es también un fenó
meno estético. En este aspecto, especialmente en el ensayo sobre el
Formalismo Ruso, ponemos en tela de juicio la estética kantiana
y sus implicaciones en el arte (la dinámica hacia la «pureza» que
se viene acentuando desde el simbolismo y la vanguardia) y en la
poética moderna. Esta reexaminación de las bases filosóficas del
arte y de todo el dominio estético se enlaza en especial con el tra
bajo de J. Mukarovsky (1936) y con nuestro propio proyecto ini
ciado hace una década en nuestra tesis de estética (E. Volek, 1973).
Estamos convencidos de que el marco teórico desarrollado aquí será
vital para alcanzar una solución más adecuada de este problema.
A su vez, la necesidad de aclararnos los métodos y los objetivos del
quehacer teórico en la poética nos ha obligado a adentrarnos tam
bién en la espesura de la filosofía de la ciencia y a revisar los prin
cipios considerados, a partir de Dilthey, Windelband y Rickert (véa
se H. Rickert, 1921) como determinantes de las ciencias sociales.
-Como postura metodológica, adoptamos una actitud consecuen
temente metateórica. Exponemos, comparamos y criticamos los sis
temas, los lenguajes teóricos montados en torno a algunos proble-
28
mas clave de la poética actual, para luego replantearlos en forma
radicalmente nueva. Explícita e implícitamente, ponemos en tela de
juicio a toda clase de estructuralismos, incluido el postestructura-
lismo «desconstructivista».
3.2. El ensayo sobre fábula y siuzhet es paradigmático para
esta aproximación. Nuestro marco teórico inicial es el concepto
de estructura tal como fue elaborado por la Escuela de Praga (13),
porque parece corresponder mejor a los fenómenos complejos (las
obras narrativas) que son nuestro objeto de análisis. Es, por tanto,
más adecuado como un punto de partida para modelar el universo
narrativo que la narratología estructuralista simplificante que sigue
la pista abierta por V. Propp (1928) o C. Lévi-Strauss (1958;
1958a) o la simplificación del concepto de sistema instaurada por el
estructuralismo francés y los marcos clasificatorios que han emana
do de este último (por ejemplo, G. Genette, 1972) (14). En todos
estos casos una sola dimensión o la paradigmática formalista ha
eclipsado el
código
narrat ivo
plural
(15), o, dicho en los términos
topológicos, el logos y el espacio euclidiano han reprimido a una
topología salvaje (cf. M. Serres, 1981: 38).
En cambio, el concepto praguense de estructura establece un
puente hacia la topología matemática y puede estar iluminado pro
vechosamente, en especial, por la topología de las «catástrofes» de
Rene Thom (1975), o sea, la topología matemática que intenta mo
delar el surgimiento y los cambios de las estructuras. Para el teórico
de las «catástrofes», o sea, de los cambios violentos e «impre-
dictibles»,
la estructura no está dada a priori, no procede de un
empíreo platónico. Se origina directamente del conflicto
entre dos (o más) fuerzas que la engendran y la mantie
nen por su conflicto mismo. Esto permite desarrollar
una clasificación de las formas, lo mismo que una álge
bra, una combinatoria de las formas en un espacio multi-
dimensional... Así se vislumbra la posibilidad de crear
un estructuralismo dinámico... (1974: 244-45; cf. J. Peti-
tot-Cocorda, 1981: 145).
Partiendo de aquí examinamos los conceptos de fábula y siuzhet
en el contexto genético del Formalismo Ruso y en las corrientes de
la poética moderna hasta la actualidad. Este análisis nos permite
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bosquejar un modelo de la estructura narrativa más exacto y más
rico y establecer el funcionamiento semiótico de fábula y siuzhet
en esta estructura. Finalmente, introducimos nuevos instrumentos
conceptuales (la oposición entre lo marcado y lo no marcado) para
describir la operación semiótica de fábula y
siuzhet
en el contexto
funcional de la estructura narrativa todavía con una mayor precisión
y para redefinir estos conceptos en el marco de una nueva semiótica
narrativa. En otras palabras: examinamos el
bricolage
histórico
acumulado en torno a fábula y
siuzhet
y a los conceptos seme
jantes, y lo reconstruimos, en términos más rigurosos y semiótica-
mente homogéneos, dentro de un nuevo proyecto de semiótica narra
tiva. En el proceso no sólo se precisan los dos conceptos, sino todo
el contexto funcional.
Por otro lado, fábula y
siuzhet,
como el programa narrativo de
la estructura, desembocan también en otros problemas relacionados.
Por ejemplo, llevan a comprender la recepción o la lectura como
una parte integrante de la estructura semántica, como la propia
intencionalidad configuradora de la estructura, la cual cumple (bien
o mal) el programa narrativo y organiza los valores semánticos de
dicha estructura (16). Pero en especial sirven de un punto de par
tida de una empresa aún más ambiciosa: la búsqueda de modelo
universal de la historia (story, récit).
IV. EN BUSCA DE MODELOS UNIVERSALES
Sin embargo, ¿qué modelo universal? Ante todo, se nos plantea
el problema del status y de la finalidad de tal modelo. La meta-
teoría toma aquí una dirección especial, poco habitual en las cien
cias sociales: se propone realizar solamente un trabajo preliminar,
aunque —precisamente por eso— fundamental , porque es el de la
fundación.
4.1.
En primer lugar, el modelo universal, tal como lo propo
nemos, no quiere ser una generalización hecha a partir de algún
aspecto de cierta realidad existente o conocida. Todos recordamos
esas afirmaciones, categorías y taxonomías con pretensión de validez
universal, con que nos bombardea la teorización corriente, pero a
las cuales siempre se puede encontrar un contraejemplo o alguna
30
dificultad. Este valor «universal» se derrite como la nieve al sol.
Por un lado, la abstracción —el prescindir de los «detalles», de los
aspectos «secundarios» o «marginales»— no sólo empobrece la ima
gen de la realidad, sino que —como lo señaló ya Bergson (véase
S. Toulmin, 1960: 125)— la
falsifica.
Por otro lado, es corriente
que encontremos fenómenos que, intuitivamente, ponemos en la
misma categoría, pero al examinarlos por la óptica tradicional, no
podemos especificar ni un solo rasgo que les sea común a todos
y que sostenga —en la lógica de la abstracción— su unidad. Este
caso está ilustrado por la paradoja de los «juegos», que Wittgen-
stein
(1953:
31) explica metafóricamente recurriendo a las «seme
janzas de familia». La imposibilidad de encontrar, por vía de la
abstracción, un rasgo común a todos ellos debería desmentir la uni
dad lógica de esta categoría. Pero, con igual derecho, se desinte
graría, por ejemplo, la unidad de la «literatura», del «arte» y de
«lo bello».
En segundo lugar, el modelo universal, tal como lo planteamos,
no quiere «subsanar» tampoco las mencionadas dificultades de la
generalización por sacar del bolsillo ciertas normas obligatorias o
ciertos moldes ideales, óptimos, esas salidas de emergencia del pen
samiento tradicional, que luego son impuestas —con mayor o menor
ferocidad procustiana— a la realidad. Porque esta última siempre
queda «corta» o «larga», y así no sólo desmiente el carácter «ade
cuado» de las pretensiones normativistas de toda índole, sino que
revela su base ideológica, su bricolage histórico relativo.
4.2.
Nuestro modelo universal se plantea como una entidad de
segundo grado, como un constructo creado que permite modelar
más exactamente los sistemas históricos, particulares, y las estruc
turas de los objetos individuales. El que proponemos se establece
a partir de la realidad más compleja, más rica; pero, en lugar de
jerarquizar los aspectos y de prescindir de los «menos importantes»
—o sea, de ideologizar por la abstracción—, construye a partir de
esos aspectos
todos los ejes de polaridades
que operan en aquella
realidad.
Estos ejes se constituyen según las reglas del sistema axiomático
(cf. Popper, 1968: 71-72), o sea, sistema que consiste en un número
mínimo, pero exhaustivo, de las entidades independientes y no con
tradictorias (17). Por ejemplo, en el ensayo sobre el lenguaje colo
quial, después de examinar el bricolage de las funciones del lenguaje
que se han propuesto hasta ahora, establecemos cinco ejes de pola-
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ridades
que operan en el discurso. Los hechos lingüísticos concretos
—las antiguas funciones— se sitúan entre estas polaridades según
les plazca, según sus configuraciones concretas, que pueden ser infi
ni tas.
En otras palabras, las polaridades no imponen a la realidad
ninguna forma de existencia, ni implican que esta realidad —senci
lla o compleja— exista en forma polarizada (18), sino que se esta
blecen como una especie de, medidas absolutas¡que son capaces de
medir las dimensiones correspondientes, las características efectivas
de cualquier realidad.
4.3. Sin emba rgo, este aspecto del modelo evita sólo una p arte
de la falsificación por la abstracción. Otro rasgo importante del
mismo es que conceptualiza iodo un dominio complejo. Por ejem
plo, cuando quisimos establecer un modelo del estilo coloquial
comenzamos por reexaminar todos los llamados «estilos funciona
les» del lenguaje (Havránek, 1932) y terminamos por establecer ú
modelo del discurso en el plano de las funciones del lenguaje. En
otras palabras, nos negamos a considerar por separado el estilo colo
quial, el periodístico, el oficial, el científico o el artístico, sino que
—a través del mencionado modelo universal— establecimos los ejes
funcionales que operan en todos estos y otros posibles estilos del
mismo orden, todos los cuales se inscriben —de tal o cual manera—
en estos ejes y quedan medidos por ellos (19).
En realidad llegamos a este replanteamiento radical precisamen
te debido a la frustración con las estilísticas tradicionales (desde la
escuela franco-alemana hasta la Escuela de Praga), porque los «mo
delos» de los estilos particulares que ofrecen son más bien enumera
tivos, no son conmensurables los unos con los otros, ni son consis
tentes tampoco, porque los rasgos que se dan no son ni constantes
ni exclusivos. La imagen que se nos presentaba se asemejaba a la
situación en la física tradicional. Max Planck (1909) la resume de
la siguiente manera:
... el sistema anterior de la física no constituía un cuadro
único, sino una colección de cuadros; había un cuadro
especial para cada clase de fenómenos naturales. Estos
cuadros no dependían uno del otro; cualquiera de ellos
podía quitarse sin afectar a los otros. Esto no será posi
ble en la futura imagen física del mundo. Ningún rasgo
podrá quedar aparte como inesencial; cada uno es más
bien un elemento indispensable del todo y, como tal,
32
tiene un significado determinado para la naturaleza ob
servable, y al revés, cada fenómeno físico observable
encontrará y tendrá que encontrar su lugar correspon
diente en el cuadro. (Citamos según E. Cassirer, 1953:
307.)
Está claro que, por ejemplo, también el arduo problema de los
tipos y de los géneros literarios podría enfocarse ventajosamente
desde esta perspectiva, a fin de salir del infructuoso formalismo,
esencialismo o normadvismo ideológicos, lo mismo que de la resig
nada descripción histórica.
4.4. La complejidad de los dominios enfocados en su totalidad
enriquece nuestro modelo todavía por otras características. En pri
mer lugar, el modelo está constituido por ejes o por dimensiones
(planos), no sólo independientes unos de otros, sino en principio
heterogéneos. Por ejemplo, en el mencionado modelo del discurso,
una sola dimensión —las funciones del lenguaje— produce tres
estratos diferentes (los modos de realización, los estilos funcionales
y los lenguajes funcionales), pero los cuales se incluyen mutuamente
y funcionan como tres redes de coordenadas que miden, desde sus
perspectivas complementarias, el mismo espacio. Para poder captar
y medir otros aspectos del discurso habría que añadir y reexaminar
—de la misma manera— todavía otras dimensiones: por ejemplo,
los actos de habla y los tipos de textos concretos. Pero incluso los
ejes de polaridades que hemos establecido en un estrato de una
dimensión, a saber:
d ia loga do vs . m ono loga do
no a u to r i t a t ivo vs . a u to r i t a t ivo
e s pon tá ne o vs . c ons t ru ido
s i tua d o vs . no s i tua d o
e s té t i c o vs . no e s té t i c o
no son homólogos. Lo polos no implican necesariamente uno a otro,
sino que se combinan más bien libremente. Por ejemplo, el polo
«dialogado» siempre está «situado», pero también el polo «mono
logado» puede serlo.
En conjunto, los ejes y las dimensiones crean un tipo de «espa
cio» en el cual se inscriben los sistemas (por ejemplo, el estilo colo
quial) o los fenómenos particulares (por ejemplo, un texto o un
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enunciado coloquiales). El carácter multidimensional de este espacio
y la interacción dinámica de las dimensiones —de las líneas de
fuerza— aproxima nuestro modelo al espacio establecido por la
topología de las «catástrofes» de R. Thom (1975), aunque nosotros
llegamos a esta conceptualización de los sistemas complejos por los
caminos diferentes, a través del Formalismo Ruso y la Escuela de
Praga. Pero en otros aspectos —como el status, la operación y los
objetivos— los dos modelos se separan radicalmente.
El carácter multidimensional de este espacio produce todavía
otro importante rasgo de nuestro modelo que llamamos compen
sación estructural. Esta no tiene nada que ver con la autorregulación
de los sistemas, la cual ocurre por la interrelación de los elementos;
por ejemplo, cuando un cambio fonemático pone en marcha toda
una serie de desplazamientos de los fonemas, hasta que el sistema
alcance un nuevo equilibrio. La compensación estructural se asemeja
más bien a ciertos juegos del lenguaje; por ejemplo, cuan do los
niños sustituyen todas las vocales por la vocal «i»; pese a esta alte
ración del sistema, somos capaces de descifrar y leer este «lenguaje
secreto» y su código por lo que permanece intacto en el sistema,
como las consonantes y la estructura oracional y semántica. O sea,
el sistema sigue funcionando y guarda su identidad pese a la sustitu
ción parcial. En el modelo del discurso, por ejemplo, los rasgos del
estilo coloquial están inscritos en los cinco ejes de polaridades más
en dos estratos adicionales (los modos de realización, oral o escrito,
y los lenguajes funcionales, como el standard, el lenguaje coloquial,
los dialectos y las jergas). Entre los cinco ejes los más importantes
son, en orden decreciente, los polos espontáneo, no autoritativo y
situado. En estos ejes la marca del estilo coloquial coincide con uno
de sus polos. Sin embargo, la identidad del sistema coloquial se
mantendrá aun en el caso de que alguno o incluso algunos de estos
rasgos «principales» queden neutralizados o hasta sustituidos porsus contrarios (como lo construido, lo autoritativo o lo no situado).
La alteración de las características en unos ejes será como compen
sada por la permanencia intacta, o tal vez acentuada, de los rasgos
definitorios en los otros ejes. Y el papel de la compensación pueden
desempeñarlo también los dos estratos adicionales, lo mismo que el
propio tipo general de discurso, paradigmatizado por los estilos fun
cionales mismos: coloquial, periodístico, oficial, científico y artístico.
4.5.
El ejemplo aducido nos aclara por qué un sistema com
plejo no necesita de ningún rasgo fijo, constante, para conservar su
34
identidad. Y, en cambio, que puede incluir hasta rasgos de signo
contrario o que pueden compartir ciertos rasgos con otros sistemas,
sin confundirse con ellos. La identidad de un sistema complejo es,
pues, sumamente dinámica: es funcional y contextual, y se produce
en un juego de sustituciones y de compensación, que transcurre en
múltiples niveles y puede tener, en su caso extremo, carácter
aleatorio (20).
El carácter dinámico, incluso aleatorio, del juego de sustitucio
nes y de compensación hace que los sistemas complejos no necesiten
articularse en torno a ningún centro firme, fijo, para mantener su
identidad. En realidad pueden organizarse y reorganizarse en torno
a cualquier punto en que se intersequen las múltiples dimensiones
del dominio-espacio común. Pero junto con el «centro» metafísico
desaparecen todos los otros «fósiles» de la tradición logocéntrica
occidental , como «origen», «principios», «base», «supraestructura»,
«fundamento», «raíces», etc.
Tomando como ejemplo el estilo coloquial, si el rasgo de espon
taneidad queda neutralizado, el «centro» puede desplazarse hacia
otro eje (por ejemplo, no autoritativo), hacia otro estrató (por ejem
plo,
el lenguaje de la comunicación corriente, coloquial, dotado de
ciertos recursos específicos, como cierto léxico, clichés verbales, etc.)
o incluso hacia la situación general del discurso y de la comunica
ción (coloquial vs. oficial, científica, etc.).
Gracias a este juego de sustituciones y de compensación, un sis
tema puede evolucionar e incluso cambiar paulatinamente sin perder
su identidad.
Es así como un sistema se convierte en tradición y en
institución. La continuidad y la discontinuidad son dos caras inse
parables tanto de la permanencia como del cambio. Un sistema pue
de cambiar hasta el punto de ruptura (por ejemplo, las vanguardias
en las artes) o un nuevo sistema puede emerger gracias a la evolu
ción tecnológica y social (por ejemplo, el periodismo, el cine, el
video). Pero incluso estos sistemas siguen inscritos en las dimen
siones universales del dominio-espacio correspondiente. Cuando
más,
revelan algunas dimensiones que pasaban inadvertidas en los
fenómenos y sistemas anteriores.
La actividad metaestructuralista produce los instrumentos con
ceptuales para modelar y describir este dominio y para describir y
explicar el movimiento —el surgimiento, la evolución y la desinte
gración— de los sistemas en este dominio y el movimiento de los
fenómenos individuales en esos sistemas.
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Ahora comprendemos por qué los fenómenos complejos se le
escapaban a la conceptualización tradicional, que buscaba un «rasgo
común», un «centro» fijo o por lo menos un «origen», un «princi
pio» o una «base», a partir de los cuales sea posible explicarlos
cómodamente. Únicamente el juego de todos los
aspectos
de nues
tro modelo universal nos permite evitar la trampa de la falsificación
por abstracción y por la visión unidimensional. El logos abandona
el espacio euclidiano y empieza a explorar la selva multidimensional
de la topología de la realidad. Pero este modelo en especial hace
posible que esta realidad multidimensional se capte en su
indivi
dualidad, dinamismo
y
energía,
manteniendo al mismo tiempo el
marco universal de la descripción y de la interrelación —y la con
mensurabilidad— con otros fenómenos del mismo dominio.
4.6. Desde esta perspectiva habría que replantear los conceptos
complejos como la
literatura.
Las últimas noticias dicen que la lite
ratura ya no existe, que es un «concepto vacío», que se la puede
estudiar sólo históricam ente. ¡Pobres teóricos ¡Se les ha perdido la
literatura Por supuesto, los «orígenes» allá en la noche de las eda
des están sólo abiertos a conjeturas. Los principios normativistas,
ideológicos —tradicionales y modernos—, que han querido sujetarla
una vez para siempre, han fracasado y vuelven a fracasar. La rela
ción «base-supraestructura» nunca ha funcionado. En el Formalismo
Ruso desapareció el «centro». El estructuralismo lingüístico y retó
rico ha buscado vanamente la literatura en los «procedimientos»;
la ha encontrado en todos y en ninguno en especial. Si bien ha des
cubierto acertadamente la poesía de la gramática, la «gramática de
la poesía» se le ha escapado. Pero la literatura no se ha «perdido»
ni más ni menos que los otros juegos-sistemas complejos, los cua
les se le escapan al pensamiento tradicional, cegado por su óptica
peculiar.
V. UN SUPLEMENTO SOBRE LAS FICCIONES DEL
PENSAMIENTO Y DE LA REPRESENTACIÓN
5.1. El tipo de modelo universal que proponemos es, pues, un
constructo, una
útil ficción teórica. A
diferencia de las ficciones tra
dicionales (cf. Nietzsche, 1906; núms. 12; 521 y
passim),
asume
36
esta condición sin ambages, sin confusiones y con un propósito cla
ro ;
no aspira a «crear un mundo que nos sea calculable, simplifica
do , comprensible, etc.»( núm. 521), como los conceptos y las cate
gorías tradicionales, sino, todo lo contrario, a
describir
y a
descu
brir
la realidad más exacta y objetivamente
en su complejidad.
5.2. Considerem os en este contexto todavía otro axioma nietz-
scheano: «lo que puede ser ser pensado tiene que ser ciertamente
una ficción» (Nietzsche, 1906; núm. 539). Si esta observación, que
atañe a todo el pensamiento humano, es o no es ella misma también
una ficción, es una cuestión metafísica. Nos permitiremos sólo unas
conjeturas. Vamos a partir de la dialéctica del «suplemento», ejem
plificada por Derrida (1967) en el concepto de escritura. Derrida
desmitifica en este aspecto la tradición logocéntrica y su ideologiza-ción romántica que pesa sobre la filosofía del lenguaje desde Rous
seau hasta Lévi-Strauss. Esta tradición «fonocéntrica» pone la len
gua como algo primario, original, privilegiado, mientras que la
escritura es para ella sólo algo secundario, derivado, que adultera
e incluso corrompe el original y a sus usuarios. Sin embargo, Derri
da mixtifica e ideologiza, a su vez, el problema por no especificar
los niveles operacionales de su nuevo concepto de escritura. La
escritura se le convierte en el género común al lenguaje y a la
escritura fenoménica. Esta «escritura» es ahora lo primario, lo
«original», lo privilegiado. Sin embargo, se pretende que la escritura
asume esta nueva función
sin dejar de ser la escritura fenoménica,
lo
cual enreda el problema y desenfoca todo lo que haya de aporte en
este replanteamiento. Este ejemplo nos ilustra dramáticamente los
límites de la jocosa negación «desconstructiv ista»; a Derrida m ás le
importa la epatante inversión de las jerarquías tradicionales que el
manejo matizado y cuidadoso de los conceptos. Sin embargo, la
dirección que señala es correcta.
Desde el punto de vista histórico, genético, es indudable que,
como especie, el lenguaje precede a la escritura. El estructuralismo
extendió a esta situación su teorización de los niveles elementales
y declaró que el lenguaje es el término «básico», no marcado, y la
escritura, aparecida más tarde, el término diferenciador, marcado,
de la pareja correlativa. Sin embargo, si examinamos esta pareja
desde el punto de vista semiótico y operacional, hemos de reconocer
que la escritura es el término «básico», no marcado. No se ha ori
ginado, pues, desde adentro del lenguaje para constituir el término
diferenciador, sino que ha aparecido como un
metasigno.
Por tanto,
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la marca
fonológica
que lleva el lenguaje no es determinativa para
ella. La escritura puede asumir las formas concretas más variadas,
desde la proximidad al principio fonológico (en la escritura occiden
tal) hasta su completa supresión (como en la escritura pictórica o
jeroglífica). En todas estas modalidades, sin embargo, es capaz de
sustituir —
de traducir y de representar
— efectivamente el lenguaje,
pero no al revés. Este ejemplo nos enseña que los sistemas complejos
pueden escaparse a las leyes de los sistemas elementales. Un miem
bro tardío puede ocupar el metanivel con respecto al primero, puede
constituirse como «básico», como no marcado en la operación
semiótica correlativa.
Pero este descubrimiento atañe a las implicaciones de las oposi
ciones binarias como tales. El miembro tardío, marcado o no mar
cado , no es «diferente» del primero, porque participa de las mismaspotencialidades que están realizadas ya, de una manera específica,
en el primer miembro. Sólo que estas potencialidades comunes
se
realizan, en los dos términos correlativos, de una manera diferente.
Por tanto, tampoco es «secundario»: no lo es ni en cuanto a ta
importancia, porque actualiza las mismas potencialidades que el
primero; ni en el tiempo, porque está implicado en la potencialidad
común simultáneamente con el primero. Ninguno de los miembros
es «original», «central», ni existe en un dominio separado. Los dos
participan de las mismas potencialidades, aunque en la operación se
miótica sean asimétricos y uno represente el término marcado y otro
el no marcado.
La escritura, replanteada radicalmente a partir de la inversión
derridiana, al llevar a cabo la operación de traducción —de transfor
mación— del lenguaje,
revela,
pues, las potencialidades semióticas
que les son comunes a los dos y que cada cual actualiza a su
manera. Por participar de las mismas operaciones diferenciales y
por ser el miembro no marcado de la pareja correlativa compleja, la
escritura —en sus formas más peculiares— representa el lenguaje.
5.3. Se hab la de la crisis de la representación. Hay quienes
inventan las «crisis» a cada paso: la crisis de la literatura y del arte,
la crisis del lenguaje. Lo que está en crisis son sólo ciertas modali
dades ideológicas, tradicionales y modernas, de pensar, de ver y de
plantear los problemas.
Hay, aparentemente, una crisis del lenguaje, porque el signo no
se identifica con el referente. Pero ¿qué concepto de
representación
es éste, el de la
identidad?
Por supuesto, el signo es «otro», es un
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«suplemento» de la realidad. Pero al mismo tiempo no es «diferen
te», porque los dos términos participan de las mismas potenciali
dades e implican uno al otro. El análisis de la ostensión, de la dimen
sión presentativa
de los signos y de la realidad, que hacemos a partir
de algunos planteamientos pioneros (Mukafbvsk/, 1943; Osolsobe',
1967, 1969), introducen una nueva dialéctica entre los
aspectos
malentendidos de la
realidad común
de los signos y de la reali
dad (21). Por participar de las mismas operaciones diferenciales y
por ser el miembro no marcado de la pareja correlativa compleja,
los signos —en sus formas más variadas— representan la realidad.
Por otro lado, la exploración de nuevas maneras de representación
difícilmente puede llamarse crisis, cuando más, sólo desde el punto
de vista de la representación tradicional.
Las ficciones del pensamiento humano vs. la realidad represen
tan otro avatar del mismo problema. El pensamiento y la realidad no
son «diferentes», sino que presentan y revelan las mismas operacio
nes diferenciales. Por participar de las potencialidades comunes, el
pensamiento —sin salir del laberinto de sus ficciones— representa
la realidad. En lo que se refiere a las modalidades concretas, cuanto
más puras son estas ficciones, o sea, cuanto más son puras ficcio
nes, meros instrumentos auxiliares, tanto más adecuadamente per
miten representar —captar, medir, modelar— la realidad específica.
Este planteamiento nos permite reexaminar también el arte fuera
de las ideologizaciones tradicionales y modernas. El arte es también
un «suplemento» de la realidad. No la puede «reflejar», porque
incluso el espejo transfigura, traduce y traiciona. El arte como «re
flejo», «corrupción», «creación», «enriquecimiento» o «indagación
metafísica» de la realidad son ideologizaciones insostenibles. Por par
ticipar de las mismas potencialidades comunes de
lo real,
y por ser
el miembro no marcado de la pareja correlativa, el arte representa
la realidad. Los dos no son simplemente ni dominios idénticos, ni
especulares, ni diferentes: son los
aspectos
de
lo real,
de lo cual
tanto la realidad como el arte son dos especies particulares. Como
el miembro que ocupa también el metanivel con respecto al otro, el
arte —sin abandonar jamás sus laberintos— puede aproximarse a la
otra especie, la realidad, y puede simular que la refleja, que la
imita, o sea, que la modela según cierta perspectiva habitual, con
vencional. Pero también puede alejarse de ella y puede «corrom
perla», «crearla» o «enriquecerla», sin poder dejar de representarla.
Por su operación semiótica, el arte revela más claramente que la
realidad las potencialidades comunes a todo
lo real.
Por tanto, como
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la creación del hombre que «suplementa» la Naturaleza se convierte
en un instrumento de indagación metafísica sui generis, al lado de
las ficciones del pensamiento humano y en competición con ellas.
La autonomía del arte está apuntalada aquí en su carácter no
específico, no marcado
(este planteamiento está bosquejado en
E. Volek, 1973). Es decir, el arte, según nosotros, no es autónomo
por apartarse, por separarse; no es simplemente otro dominio espe
cífico de lo real, sino que tod o lo real es su dom inio potencial. Por
su operación semiótica «específica», el arte, paradójicamente, no
puede ser idéntico a ningún dominio específico de
lo
real, pero tam
poco es «diferente». Es la paradoja con la cual batalla toda la estéti
ca desde Ion. El aspecto no marcado y su operación semiótica
particular, el moverse simultáneamente sobre dos niveles lógicos,
explican el fracaso de todas las ideologizaciones del arte, tanto de
las tradicionales como de las modernas, que siempre trataron de
encasillarlo en una tarea, en una modalidad, en un «centro», en un
procedimiento o en su conjunto. Por su autonomía peculiar, el arte
se puede articular libremente en toda la extensión potencial de lo
real, desde la realidad hasta su ficcionalización por el pensamiento
humano.
VI. EL REPLANTEAMIENTO NOMOTETICO DE LAS CIENCIAS
SOCIALES
La crítica metateórica de los sistemas y la falta de los instru
mentos conceptuales adecuados para llevar a cabo tal empresa no
sólo en la teoría literaria, sino también en las ciencias sociales, nos
han llevado a la necesidad de revisar radicalmente las propias bases
filosóficas y metodológicas de estas últimas.
6.1. Por el status , el modo de operación y la finalidad peculiar
que toma el nivel metasistémico, universal, le llamamos algo meta
fórica y arbitrariamente nomotético (del griego nomos, «ley», y
tithenai, «establecer»), tal como se ha acostumbrado a referirse
—desde finales del siglo pasado-— a las ciencias naturales, en opo
sición a las ciencias sociales. Lo hacemos porque este concepto esta
blece más claramente un paralelo con las ciencias exactas. En rea
lidad éstas son «exactas» solamente en el sentido de que manejan
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varios tipos de idealidades, de ficciones, elaboradas para ese fin (por
ejemplo, las matemáticas, los sistemas de pesos y medidas, las leyes
naturales, formuladas en distintos niveles de generalidad y de pre
cisión).
Aun si no aceptamos las tesis extremas del convencionalismo
—las cuales, sin embargo, son plenamente válidas, por ejemplo, en
la ciencia tan exacta como las matemáticas—, las leyes naturales,
semejante a nuestro modelo universal, tampoco expresan necesaria
mente la forma concreta de la existencia de la realidad, sino que
son ciertas construcciones absolutizantes que nos permiten medirla
con la exactitud que deseamos o que podemos
alcanzar.
El aspecto
convencional de la labor científica se manifiesta más claramente en
los sistemas de pesos y medidas, que nos han acompañado como
una metáfora lucero a lo largo de la elaboración del modelo univer
sal, nomotético.
El nivel nomotético, tal como lo hemos definido, es un aporte
específico de la actividad metaestructuralista. Sin embarco, esta acti
vidad se ocupa necesariamente de todos los niveles, incluidos el
nivel fenoménico y el nivel sistémico (el primer metanivel), los cua
les están integrados y reinterpretados en este marco teórico más
amplio.
Si quisiéramos definir el nivel nomotético, metafóricamente, en
términos topológicos, diríamos que es la reconstrucción absoluta de
cierto dominio-espacio multidimensional antes de que ocurra la
«catástrofe», o sea, antes de que todas las dimensiones se inter
sequen en algún punto actual y que las tensiones desencadenadas y
trabadas dejen emerger una estructura, una configuración, siempre
particular, sea ésta del orden fenoménico o sistémico. Esta recons
trucción de las dimensiones universales y de sus tensiones virtuales
no incluye sólo una paradigmática, sino también un modelado orien
tador, aproximativo, de las posibles «catástrofes», o sea, una red de
coordenadas capaces de medir las posibles estructuras emergentes.
Es sólo esta reconstrucción absoluta —universal— la que permite
prever, sin intentar formalizarla, toda la combinatoria infinita de
las posibles estructuras emergentes.
6.2. Hacia finales del siglo pasado culminó el largo debate en
torno al carácter científico o no de las ciencias sociales. El dominio
de la ciencia fue dividido según «dos direcciones lógicamente opues
tas»: aun lado se pusieron las ciencias naturales; al otro, las cien
cias «históricas». Aquéllas fueron definidas como «nomotéticas», o
sea, como las ciencias generalizadoras, que buscan las leyes; éstas,
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como «idiográficas», o sea, como las ciencias individualizadoras,
que describen los fenómenos singulares, históricos (H. Rickert,
1921: 62-63). La separación de las ciencias históricas se proponía
subsanar tanto su complejo de minusvalía frente a las ciencias natu
rales (desde que Schopenhauer negó el carácter de ciencia a la
historiografía; véase Rickert, 1921: 62n.) como las aplicaciones,
simplificantes e infructuosas, de los métodos de estas últimas a los
hechos sociales. Al independizarse, las ciencias históricas adquirie
ron aparentemente su propia dignidad. Sin embargo, el status y los
métodos que les deparó esta redefinición las dejó truncas. ¿Cómo
estudiar los objetos individuales sin una visión más general? No hay
que sorprenderse de que, debido a la dinámica generada por esta
separación, a veces se haya llegado al absurdo de pedir —con toda
seriedad— una teoría especial para cada objeto particular.
En las ciencias sociales la necesidad de disponer de un marco
general llevaba a asumir como tal el sistema de valores creado por
la modernidad occidental (22). Este paso se justificaba —si se sentía
la necesidad de hacerlo— por la aparente superioridad de estos va
lores, que pusieron a las sociedades occidentales a la cabeza del
desarrollo mundial y prometían devolver el paraíso a la Tierra. El
reverso de esta cara luminosa de la cultura occidental fue, sin em
bargo, la profunda crisis de sus valores tradicionales, de su funda
mento ontoteológico, crisis que asomó en el Renacimiento, acrecentó
con la Iluminación y estalló ya inconteniblemente hacia finales del
siglo pasado. El sentimiento de superioridad y la duda de sí mismo
son dos sombras que proyecta el sistema de valores occidental. Con
el creciente fraccionamiento de las sociedades occidentales, ese mar
co se contrajo aún más: se convirtió en un ismo, en un perspecti-
vismo particular.
Las insuficiencias del fragmentado sistema occidental —o sea,
su parcialidad, sus ideologías y sus mitos— se ponían de manifiesto
en comparación con otros sistemas culturales, especialmente en los
sistemas de las culturas ricas y refinadas, como las orientales. Es
obvio que donde fue aplicada con roda la agresividad procustiana,
la perspectiva occidental terminaba por distorsionar la imagen de las
otras culturas o incluso creaba una imagen pro domo sua, para
justificar su propio nacionalismo o imperialismo. Pero también es
cierto que los mejores «orientalistas» más bien trataban de enri
quecer el sistema de valores occidental, el que —desde sus raíces
griegas y a causa de la creciente secularización— ha sido más abier
to y más receptivo que muchas otras culturas. El tema es fascinante
42
y complejísimo (las distorsiones de la imagen del Oriente están tra
tadas en E. Said, 1978). Paralelamente a la crisis, tanto de la tradi
ción como de la modernidad occidentales, acrecienta la búsqueda
de inspiración y de enriquecimiento por las otras culturas, que lle
gan a presentarse incluso como una alternativa a la «envejecida»
cultura europea (23). A partir del siglo XX, el «eurocentrismo» se
ha encontrado en pleno retroceso.
Sin embargo, abandonar el «eurocentrismo» —aunque sea más
fácil en la prédica que en la práctica— no resuelve el problema.
Aquí no nos interesa entrar en el aspecto
ideológico
del asunto, o
sea, por ejemplo, intentar decidir qué sistema o qué aspecto es
mejor que otros. Nos importa el aspecto teórico. Desde este punto
de vista, ¿tal vez los otros sistemas de valores no son precisamente
eso:
sistemas, ideologías, mitos?
Sea como sea, a partir del presente siglo el hombre europeo ha
perdido la inocencia con la cual asumía, automáticamente, la univer
salidad, la centralidad, de su sistema cultural, de su perspectiva,
de su mito.
6.3. Las innovaciones metodológicas introducidas por la lin
güística estructural removieron las aguas estancadas de las ciencias
sociales e incluso lograron cerrar en parte el abismo abierto entre
éstas y las ciencias naturales; pero no podían salvarlo. Aun así, el
hecho de. estudiar los fenómenos, ya no individualmente ni atomís
ticamente, sino con referencia a un sistema subyacente, a una tota
lidad de orden superior, y establecer modelos y reglas de operación
de esos sistemas, constituyó un progreso considerable. De aquí viene
el largo liderazgo de la lingüística —en todas sus metamorfosis—
entre las ciencias sociales desde los años 20.
6.4. Creemos que es la actividad met aestructu ralista, tal como
la hemos planteado, la que da el paso decisivo. Por un lado, aún
más cierra la brecha entre los dos «tipos» de ciencias. El parale
lismo que se establece entre ellos, sin embargo, no equivale a su
identidad. Los instrumentos conceptuales elaborados en el nivel
nomotético no permiten todavía las operaciones matemáticas. No
obstante, la conceptualización de cierto dominio en términos de ejes
de polaridades y de modelos universales construidos a partir de los
mismos introducen en las ciencias sociales conceptos equivalentes
a los conceptos comparativos, los cuales —según Carnap (1966:
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53)— son mucho más poderosos que los conceptos clasifica
torios,
basados en la ideologización y en el
bricolage
de la generalización.
Por otro lado, el nivel universal, nomotético, rebasa el plano de
los sistemas y de las ideologías que los sustentan, y ofrece precisa
mente ese marco más general en que situar y desde el cual concep-
tualizar tanto los sistemas como los fenómenos concretos. La acti
vidad metaestructuralista no sólo está en consonancia con la
creciente actitud
postideológica
de nues tra m odernidad, la cual
—desengañada de las modalidades ideológicas tanto tradicionales
como modernas— busca una salida de la camisa de fuerza que le
impone la totalización ideológica, sino que, en el planteamiento
nomotético tal como lo definimos, le ofrece una plataforma más
concreta y rigurosa.
El marco metasistémico y la actitud postideológica no convierten
la actividad metaestructuralista en ninguna fuga utópica, ilusoria,
hacia afuera de la historicidad y de las ideologías, sino que permiten
elaborar los instrumentos conceptuales experimentales, con los cua
les luego es posible volver a los hechos históricos e ideológicos —y a
su
bricolage
individual o sistémico— y someterlos a un examen más
crítico y autocrítico.
El modelo universal, nomotético, tal como lo proponemos, crea
una especie de
fenomenología
del dominio determinado. No es una
fenomenología esencialista, del tipo husserliano, la cual desemboca
necesariamente en normativismo, porque la propia determinación de
«lo esencial» representa ya una elección ideológica (así lo encon
tramos en Ingarden, en Staiger, en Kayser y en otros, incluso en
la
Rezeptionsaesthetik,
la estética de la recepción alemana contem
poránea). La nuestra es una fenomenología estructural, más bien
incluso
postestructuralista,
por su carácter «descentrado», aleatorio,
y por su enlace crítico con el postestructuralismo «desconstructi-
vista». Esta f