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Tras la burbuja inmobiliaria
Sin haberse desinflado del todo la burbuja
inmobiliaria ya podemos afirmar que sus
efectos han sido (y, probablemente, seguirán
siendo) devastadores en el terreno individual
y social para toda una generación de
españoles.
Individualmente, los peores efectos los han
tenido los que se sumaron tarde al proceso,
compraron carísimo y no pueden, ahora,
hacer frente a las hipotecas.
Pero incluso aquellos que pueden devolver
los préstamos han visto cómo sus vidas han
pasado a girar alrededor de la hipoteca: sus
decisiones laborales y familiares han
quedado supeditadas a la cuota mensual.
En lo social, la burbuja ha empeorado todo lo
que ha tocado. Ya existía corrupción política
vinculada al sector inmobiliario, pero
obviamente la burbuja la ha exacerbado.
La degradación medioambiental de las zonas
de segunda residencia se ha acelerado
considerablemente.
De forma más general, sin burbuja
inmobiliaria, la crisis económica habría sido
bastante más llevadera.
La enorme deuda privada actual es fruto, en
buena medida, de la demanda de capital
destinado a financiar la expansión
inmobiliaria.
Esta misma deuda, al contaminar los
balances de los bancos de un modo que no
conocemos con precisión, bloquea las
posibilidades de crédito que permitirían
reactivar la economía.