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Tradición, Folklore y valores de Venezuela
Antecedentes
Los estudios formales del folklore venezolano son de reciente data, aunque la preocupación por
recoger las expresiones populares, es bastante antigua. Los que primero trabajan en este sentido
son los propios cronistas cuya obra se constituye, por ello mismo, en una indispensable fuente de
consulta. Para saber cómo se va urdiendo la madeja mestiza de la venezolanidad, es preciso partir
de fray Pedro de Aguado y su Recopilación historial de Venezuela (1581). Es necesario estudiar a
fray Pedro Simón Noticias historiales de la conquista de Tierra Firme en las Indias Occidentales
(1627), a fray Jacinto de Carvajal Relación del descubrimiento del río Apure hasta su ingreso en el
Orinoco (1647). Esto en lo concerniente a los siglos XVI y XVII. En el siglo XVIII: José de Oviedo y
Baños Historia de la conquista y población de la provincia de Venezuela (1723), José Gumilla El
Orinoco ilustrado (1741), fray Antonio Caulín Historia corográfica, natural y evangélica de la Nueva
Andalucía (1779) y Felipe Salvador Gilij Ensayo de historia americana (1780). Una breve historia de
los estudios de folklore en Venezuela podría estructurarse en 4 etapas.
Primera etapa
A principios del siglo XIX, se aprecia una clara vinculación entre la corriente literaria conocida como
costumbrismo y lo que para el momento va a entenderse como «folklore o cuadro de costumbres»,
formado por ese complejo mundo de detalles que el literato entendió y caracterizó como propios
del pueblo venezolano. La literatura costumbrista reflejará en sus páginas lo que la ciencia
histórica del momento no había asumido como objeto de interés: la particularidad con la que se
van perfilando pueblos y ciudades venezolanos en ese complejo proceso decimonónico de
conformación de la nueva sociedad nacional. Es por ello que autores como Pedro Díaz Seijas ubican
el costumbrismo venezolano como puente entre la historia y la novela y si bien aquel género
participa de ambas, va a ser el llamado tradicionalismo, variante del costumbrismo, el género más
cercano o, como apunta Miguel Acosta Saignes, el género más consecuente con la historia. La
preocupación por lo nacional estará, sin embargo, en el criollismo. Uno de sus máximos exponentes
es Luis Manuel Urbaneja Achelpohl, de cuyo trabajo dice Antonio Requena: «…Poder recorrer el
folklore venezolano sin exóticos lazarillos de expresión; ser capaz, como lo fue, de bucear en el
alma del pueblo y extraer de allí el caudal inagotable de una ternura típica por la fusión de razas
en su formación y orígenes (...) valorar debidamente las justas proporciones ambientales, localismo
y costumbre, para lograr hacerlas universales…» En síntesis, se desprenderá del costumbrismo una
corriente literaria, el criollismo, otra de corte histórico como lo fue el tradicionalismo y una tercera
que al decir de Acosta Saignes, se construye por el esfuerzo para conocer científicamente la cultura
tradicional del país y que estará formada por los primeros cultivadores del folklore en Venezuela.
Sobresalen entre estos Nicanor Bolet Peraza y Teófilo Rodríguez, asiduos colaboradores de El Cojo
Ilustrado. Esta revista (1892-1915) fue la primera publicación venezolana que incluyó, hasta su
desaparición, lo folklórico con un claro sentido de las particularidades del término y de la disciplina.
En 1885, sin embargo, el ambiente intelectual venezolano conocerá las Tradiciones populares en
cuya introducción su autor Teófilo Rodríguez, sin utilizar el término «folklore», apunta una serie de
consideraciones que podrían asumirse como una conceptualización. Escribe: «…Sea cual fuere el
grado de civilización de un pueblo, ya antiguo, ya moderno, ora poderoso y rico, ora incipiente y
débil, es un hecho que jamás deja de tener como parte integrante de sus anales, un conjunto de
preocupaciones y creencias tan generalmente arraigadas, tan cuidadosamente conservadas, que
llegan por sí solas a formar una como historia especial que puede subsistir y que, en efecto,
subsiste, aun cuando la nación por ese pueblo constituida, se viere en el transcurso del tiempo
transformada, dispersa o sometida a dominación extranjera…» Es por esta razón que Acosta
Saignes califica a Rodríguez como protofolklorista. El iniciador de los estudios folklóricos en
Venezuela fue Adolfo Ernst, quien primero en la revista Actas de la Sociedad Antropológica de
Berlín (1889) y luego en la revista El Cojo Ilustrado (1893), publicó una serie de estrofas con el título
«Para el cancionero popular de Venezuela» que, pensaría Ernst, alguien se ocuparía de estructurar
científicamente algún día. El término folklore queda inscrito por primera vez en Venezuela por
Arístides Rojas en El Cojo Ilustrado. Se le deben asimismo a este último, las primeras teorizaciones
sobre esa disciplina y es claro que Rojas, por la contundencia de sus consideraciones, seguía muy
de cerca los planteamientos que se hacían en el exterior acerca del folklore, además, por supuesto,
de sus propias conclusiones. En sus Obras escogidas (París, 1907) apunta: «…La literatura popular,
cuando se refiere a la historia íntima de la familia, de la localidad y versa sobre costumbres, usos,
creencias, supersticiones, tradiciones, fenómenos de la naturaleza, dichos, relatos, cantos
populares, adivinanzas, refranes, el porqué popular de todas las cosas, juegos, augurios, etc.,
trasmitidos de una manera oral de padres a hijos, de generación en generación, es lo que
constituye el ramo de los conocimientos humanos que se llama Folklore…» Además de esta
conceptualización descriptiva de la disciplina, Rojas propone, en términos generales, una
metodología para «…salvar los materiales del folklore venezolano…» En el estudio del folklore,
escribe, existen 2 propósitos que conducen al folklorista a un mismo fin: el conocimiento de la
historia de un pueblo. «…En el uno figura la monografía, la disertación ilustrada. (...) En el otro
camino el folklorista relata simplemente noticias que recoge, sin entrar en los estudios
comparados: hacina y contribuye, por lo tanto, a la riqueza de la cosecha…» En 1918, José Antonio
Tagliaferro funda Cultura Venezolana, revista básicamente literaria. A pesar de que hasta 1934,
fecha de su desaparición, fue constante la sección «Folklore venezolano», su contenido apenas se
corresponde con lo delimitado hasta ese entonces como folklore. Ello debido, quizás, a la
generalidad como la que se justifica el plan de la revista en cuanto a incluir «…todas aquellas
manifestaciones que constituyen el exponente inequívoco de nuestra cultura…» De Re Indica, la
primera revista venezolana especializada en ciencias sociales, entra en circulación el mes de
septiembre del mismo año que la anterior. Será el órgano de difusión de la Sociedad Venezolana de
Americanistas Estudios Libres y el área de folklore es una de sus secciones, lo mismo que la de
etnología en la cual se incluirán, según Acosta Saignes, algunos artículos importantes para lo que
se entenderá en años siguientes como folklore. Con su cuarto número, De Re Indica deja de existir y
la preocupación por el folklore, desde entonces y hasta la creación del Servicio de Investigaciones
Folklóricas Nacionales, se hace más bien individual. José E. Machado, colaborador de las revistas
mencionadas, publicará en 1919, Cancionero popular venezolano; en 1920, Centón lírico,
Pasquinadas y canciones, Epigramas y corridos; en 1922, la segunda edición del Cancionero; el 11
de mayo de 1924, presenta ante la Academia Nacional de la Historia la primera disertación sobre
folklore; en su exposición no sólo valorizará el trabajo de Arístides Rojas sino que además vincula lo
que hasta ese momento era el interés venezolano por el folklore con el interés que, por el mismo,
existe fuera de Venezuela, amén de exponer sus propias consideraciones: «…Señores Académicos:
la invasión de nuevos elementos étnicos que la facilidad de las comunicaciones y el creciente
movimiento comercial e industrial impele hacia estos lugares, llenos de promesas para lo porvenir
por los múltiples dones con que los dotó la naturaleza, tiende a barrer nuestros caracteres
tradicionales e históricos. (...) Se impone el deber, que llamaremos patriótico, de fijar los tipos, usos
y costumbres de nuestro pasado, que si no siempre mejor (...) es el primer eslabón de la cadena
que nos enlaza al porvenir…» A Machado, en la secuencia histórica, le sigue Enrique Planchart con
su ensayo «Observaciones sobre el cancionero venezolano» que publica en Cultura Venezolana
(1921). En la misma década, y desde el interior del país, el presbítero J.M. Guevara Carrera publica
en Ciudad Bolívar Tradiciones populares de Venezuela (1925). En 1930, el crítico Rafael Angarita
Arvelo publica Poesía popular, Ilustraciones del romancero castellano, Cancionero y romancero
venezolano. Otro cultivador del género, Víctor M. Ovalles, publicará en 1935 Frases criollas y en su
concepto de folklore, reaparecen los vínculos con lo literario de finales del siglo XIX. Con Eloy
González los estudios de folklore obtienen clara tendencia científica. El cursillo que dicta en 1939 a
estudiantes de letras y de historia en el Instituto Pedagógico de Caracas representa, sobre todo, un
importante elemento didáctico. Acta Venezolana hará su aparición en 1945. Se trata del boletín del
grupo de Caracas de la Sociedad Interamericana de Antropología y Geografía. El folklore fue una
de sus áreas de interés, y ya en el núm. 2, Tulio López Ramírez escribía su ensayo titulado «Estudio
y perspectivas de nuestro folklore». Lo significativo de este artículo, la valía del grupo editor de
Acta Venezolana, Walter Dupouy, Tulio López Ramírez, José M. Cruxent, Gilberto Antolínez, Tulio
Febres Cordero, entre otros, y los vínculos de ésta y de aquél con el Museo de Ciencias Naturales
preparan la transición hacia una segunda etapa en los estudios del folklore en Venezuela. Es
ilustrativa, por ejemplo, la definición de pueblo dada por Ramírez, en el que incluye: «…no sólo a
los que llevan un vivir rural, sino también a las clases bajas urbanas y a aquellas personas que
poseen una cultura suficiente pero que en muchos de sus hechos mantienen un neto carácter
tradicionalista…» Son igualmente significativos los ensayos de Francisco Tamayo de vincular lo
popular con los distintos paisajes biofísicos del estado Lara y el de Miguel Acosta Saignes sobre la
vivienda rural en la localidad cojedeña de Macapo, ya que proporcionan un nuevo elemento a las
preocupaciones de tipo teórico del folklore.
Segunda etapa
La creación del Servicio de Investigaciones Folklóricas Nacionales (decreto núm. 430 del 30 de
octubre de 1946) que funcionó en el Museo de Ciencias Naturales de Caracas a partir del 9 de
febrero de 1947, es el hecho institucional que inaugura una segunda etapa de los estudios de
folklore en Venezuela. Ese mismo año, edita su Revista Nacional de Folklore, primera publicación
venezolana especializada en esa materia y de la cual sólo se editaron 2 números. Luis Felipe Ramón
y Rivera, Luis Arturo Domínguez, Rafael Olivares Figueroa, Juan Pablo Sojo, Pedro Grases, Isabel
Aretz son algunos de los nuevos nombres de estudiosos del folklore venezolano, que bajo la
dirección de Juan Liscano, ofrecerán los resultados de sus respectivas labores que se caracterizan,
en un primer momento, por la mera recolección de datos. En cuanto al nivel teórico, es importante
el aporte de Olivares Figueroa en relación con la palabra pueblo a la que da «…más que el sentido
etimológico de la antigua lengua anglosajona folk o vulgo, el del latino populus, en su nata
acepción, esto es, en cuanto comprende en sí todas las clases sociales; convencido de que el
folklore no es privativo de un estrato social, sino que fluctúa, en proporción mayor o menor, en
periódicas evoluciones, a través de todos; siendo una de las razones que nos han llevado a
servirnos, con las obligadas precauciones, de una documentación, sobre todo oral, procedente de
individuos de cultura y condición varia, lo que en cada caso revela el léxico…» A 1950 corresponde
otro aporte significativo que ofrece Juan Liscano en Folklore y cultura: «…En realidad siempre ha
habido folklore (...) El folklore es el conocimiento por comunión que tienen siempre determinados
grupos humanos, en contraposición con el conocimiento por distinción…» Otra de sus reflexiones
más significativas es su crítica al exceso de recolección, característica ya señalada por López
Ramírez. Liscano fue contundente: «…El mero recopilador de datos folklóricos y,
desgraciadamente, son los más, no debe aspirar a la denominación de folklorista, si queremos
conservar alguna dignidad para este término. Es menester, para comprender el folklore, una firme
base de conciencia histórica, un minimun de conocimientos intelectuales y cierta sensibilidad
humana. Con tristeza apuntamos que muchos de los llamados folkloristas, no son sino verdaderos
albañiles recolectores, peones del pensamiento, carentes del más elemental sentido de la cultura y
escudados detrás de un método más o menos feliz de clasificación…» Estas palabras revelan lo que
comenzó a ser característico y que todavía lo es, de los estudios del folklore venezolano. Durante
este período va a producirse la primera muestra nacional pública que como un compendio del
folklore nacional o Fiesta de la Tradición se presentará en el Nuevo Circo (17-21.2.1948) con motivo
de la toma de posesión del presidente Rómulo Gallegos. Otra actividad muy importante es el
cursillo que dicta el especialista Stith Thompson en el Museo de Ciencias Naturales que, al decir de
Acosta Saignes, «…Orientó a muchos, puso orden en las ideas de otros y sembró inquietudes por el
rigor clasificatorio y el tratamiento científico en los materiales, así como por la sistematización de
los trabajos de campo…» En 1949 Francisco Carreño asume la dirección del Servicio, que, desde el 1
de julio de 1953 va a denominarse Instituto de Folklore. Antes de ello, tenemos otros elementos
significativos de las últimas expresiones, quizás, del tratamiento científico con el que se afrontaba
el estudio del folklore en Venezuela; son ellos, la aparición de los Archivos Venezolanos de Folklore,
del seminario fundado por Olivares Figueroa en la Universidad Central de Venezuela (1948) y la
creación del departamento de Historia, bajo la dirección de José Antonio De Armas Chitty. Estos
últimos pasan a formar parte del Instituto de Antropología y Geografía, fundado en 1949, el cual
editará los 4 números de Archivos bajo la responsabilidad de Ángel Rosenblat, Miguel Acosta
Saignes y Rafael Olivares Figueroa. Otros aportes en la década de 1950 merecen somera
referencia. El primero, de carácter individual, se refiere al que hiciera Luis T. Laffer a la incipiente
filmografía y discografía folklórica venezolana. Sus grabaciones, casi un centenar, recogen música
indígena, criolla y temática como: Bolívar cantado por su pueblo y La historia y política en el
folklore venezolano. En realidad esta es la única colección discográfica conocida grabada in situ de
música tradicional venezolana. El otro aporte lo representa la primera gira nacional de El Retablo
de Maravillas. Se trató de un movimiento de corte popular-nacionalista fundado por Manuel
Rodríguez Cárdenas, funcionario del área cultural del Ministerio del Trabajo, con más de 1.000
jóvenes trabajadores. Asume como su repertorio danzas y representaciones populares de
Venezuela que fueron mostradas en giras en prácticamente todo el país. De hecho, esta
experiencia será la segunda muestra nacional de una parte de nuestra cultura tradicional. Y por
último, entre 1953 y 1955, se publican póstumamente 3 importantes trabajos de Lisandro
Alvarado: Glosario de voces indígenas de Venezuela, Glosario del bajo español en Venezuela
(Primera Parte) y Glosario del bajo español en Venezuela (Segunda Parte), un estudioso que, a lo
largo de su vida, siempre estuvo consciente del significado histórico de la recolección de datos que
ofrecen al investigador contemporáneo pautas seguras sobre nuestro hacer popular. La concepción
de su propio trabajo no deja lugar a dudas acerca del destino que quiso darle a sus
consideraciones: «…Escribimos [dice] no para los sabios, sino para los hombres consagrados a las
faenas agrícolas y pecuarias, alejados por lo común de toda fuente de información…»
Tercera etapa
Poco después de la edición de los Archivos Venezolanos de Folklore, aparecerá el primer número
del Boletín del Instituto de Folklore, nuevo nombre del Servicio de Investigaciones Folklóricas
Nacionales, ahora bajo la dirección de Luis Felipe Ramón y Rivera, cuya concepción del folklore y de
su estudio signará en buena parte el trabajo en dicho Instituto. En este Boletín cuya publicación
dura hasta 1955, se incorporan nuevos nombres: Pilar Almoina de Carrera, Miguel Cardona,
Gustavo Luis Carrera, Abilio Reyes. Mientras los esposos Carrera se ocupan del Folklore literario,
Miguel Cardona se especializa en el folklore material (sus trabajos están recogidos en un libro
póstumo: Temas de folklore) y Abilio Reyes en las danzas y fiestas populares. En mayo de 1968,
dirigida por Luis Felipe Ramón y Rivera, circula el primer número de la Revista Venezolana de
Folklore como órgano del Instituto de Folklore dependiente del Instituto Nacional de Cultura y
Bellas Artes, y que, en 1972, cambia su nombre por el de Instituto Nacional de Folklore. En esta
revista, de la cual circulan 4 números, se publican trabajos de un gran número de estudiosos de
todo el país. En 1971, se crea el Instituto Interamericano de Etnomusicología y Folklore, dirigido
por Isabel Aretz hasta 1985 y en 1972, el Museo Nacional de Folklore. Para la capacitación,
principalmente de docentes, en las áreas del folklore, funcionará el Centro de Formación Técnica
(CEFORTEC, 1972-1977). Isabel Aretz, en su Manual de folklore venezolano, ve en el folklore la
cultura empírica del pueblo transmitida por vía oral; afirma que «…Los hechos folklóricos, no
importa su origen, tienen una individualidad inequívoca y forman un paquete cultural, como los
que se distinguen en Etnografía cuando se estudian las culturas indígenas…» Esta visión sincrónica
y descriptiva es la que va a caracterizar los estudios del folklore. A pesar de esto, el interés por lo
popular durante la década de 1960 no va a estar supeditado a esta institucionalización, que el
Estado venezolano consolida en los entes arriba mencionados para el estudio del folklore. A lo
largo de la década y extendiéndose hasta 1985, se van a dar una serie de hechos, que van a ser
respuestas críticas, mas no conectadas entre sí, al estancamiento en el que han quedado
atrapados los estudios del folklore en Venezuela. Para decirlo en palabras de Miguel Otero Silva
escritas en 1979: «…el folklore se ha circunscrito a su condición de materia de estudio (...) Nosotros
creemos firmemente que, en tanto los museos, las bibliotecas, las orquestas, la radio, la televisión,
el cine, el teatro y el folklore existan al margen del pueblo, de los barrios, de la provincia, en tanto
no se le adjudique al pueblo su papel creador, nuestros organismos estatales de cultura no
sobrepasarán los límites burocráticos ni dejarán de desenvolverse como estériles laboratorios…»
Una muestra de aquellos hechos debemos comenzarla con el Congreso Cultural de la ciudad de
Cabimas, celebrado en diciembre de 1970. Si bien su temática no se refirió específicamente a lo
folklórico, las ponencias y resoluciones sobre la situación social, económica, política y cultural
discutidas en él van a suministrar elementos objetivos que se retomarán, años después, en una
discusión todavía vigente, sobre cultura popular en general y sobre cultura popular venezolana en
particular. En junio de 1976, se celebra en Tovar, el Primer Encuentro de Organismos y
Trabajadores de la Cultura del occidente del país; en diciembre de 1977, se celebró en
Barquisimeto el Encuentro por la Defensa Nacional de la Cultura Aquiles Nazoa, cuya célebre frase
«Creo en los poderes creadores del pueblo», va a fungir de guía en éste y muchos otros eventos
nacionales y locales, entre los que sobresalen el Encuentro de Calabozo y el Encuentro Nacional
Estudiantil y de Trabajadores de la Educación celebrado en Mérida entre el 1 y el 4 de junio de
1978. En mayo del mismo año, se da en el Zulia el Encuentro de Maracaibo y en julio, en
Barquisimeto, se instalan las Primeras Jornadas Nacionales de Antropología Crítica. El 17 de julio
de 1979 se inaugura en Caracas la Primera Jornada sobre el Indígena y la Identidad Nacional. En
abril de 1980, en un acto de calle celebrado en Caracas, se da a conocer la Fundación Nacional de
la Cultura Popular, actualmente transformada en Federación. Hacia finales de mayo de 1981 se
anuncia la celebración de las Jornadas de la Cultura Negra; para noviembre de ese año se prepara
el Festival de la Otra Cultura, en el Parque del Este y ese mismo mes, se celebra el Primer Seminario
de Promoción Cultural y Comunicación Alternativa. Los Encuentros Nacionales de Animadores
Culturales-Plan Sebucán y el Primer Congreso Interamericano de Etnomusicología y Folklore fueron
eventos organizados por instituciones culturales del Estado venezolano en 1983. Su importancia
histórica estriba en que la tendencia de la mayoría de las ponencias y sobre todo, de las
conclusiones de los trabajos de mesa, van a destacar la característica marcadamente descriptiva
de los estudios del folklore y el eventismo en el que cayera lo que se denominará la «cultura
popular oficial».
Cuarta etapa
Por resolución del 20 de junio de 1985, el Consejo Nacional de la Cultura (CONAC), crea la Comisión
Reestructuradora del Instituto Interamericano de Etnomusicología y Folklore, del Instituto Nacional
de Folklore y del Museo Nacional de Folklore, integrada por J.M. Cruxent, Erika Wagner y Rafael
Strauss. Como resultado de una exhaustiva investigación, la Comisión recomendó a la Presidencia
del CONAC la unificación de los 3 entes en lo que se denominaría Centro para el Estudio de las
Artes y Tradiciones Populares. A principios de la década de 1990 esta institución se constituiría en
la Fundación de Etnomusicología y Folklore (FUNDEF). Hacia finales de 1985 se tuvieron noticias de
la creación de FUNDAMOS o Fundación Miguel Otero Silva, una de cuyas áreas de interés sería la
cultura popular. Y por la misma época, se prepara la creación del CEDOCUPO o Centro Documental
de la Cultura Popular, en la Universidad Central de Venezuela (escuelas de Historia y de Educación,
principalmente). El Ateneo de Caracas, por su parte, ha celebrado ya varias jornadas significativas
en las cuales la cultura popular tradicional y la cultura popular urbana han constituido el centro de
interés. Fuera de Caracas, han venido dándose también acciones de reinterpretación teórico-
práctica de lo que, a partir de la década de 1970, ha venido denominándose, dentro del marco de
una sana y fructífera discusión, «cultura popular.