SEMBLANZA HISPANOAMERICANA • MEMORIAS DEL CARIBE
ÁRBOLES EN LA ARENA
QUiero expresar, antes que elolvido, o lo ·inevitable, disgregue elcúmulo de mis recuerdos el capítulo másestimable de mi vida americana, la experiencia que dio lugar a la creación de unpequeño parque en La Guajira colomhiana, a orillas del Caribe.
Corresponde al término de mi eta!Jade navegante en Colombia, donde permanecí más de ocho años, los tres últimosen viajes a la costa del sol ardieptc ysuave brisa, La Guajira, lJue alguienhiciera centenaria de soledad 111 dOl de loscardones y trupillos alternan la ocupaciónde la tierra del indio guayú. De ello hacemuchos años y tengo al evocarlo U'1 <;entimiento agridulce un tanlo distinto de lasemociones dispersas de un período anle-
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rior que no llegó a perteneeerme. Eranotras las condiciones y costumbres delpaís, pues no había hecho presencia losmales de la coca y el narcotráfico, agravando viejos problemas. Oleada deimpresiones sugeridoras y remotas deDihuya. Riohacha (capital de La Guajira,entonces intendencia del nuevo departamento) Manaure, El Cardón y Cabo de laVela, orillando la costa clara de Paraguaná hasta los límites con Venezuela. Enuna época anterior, ante las rancherías deManaure y sus extensas salinas, productoras de la mayor cantidad de sal marinadel país. Fondeados en las remansadasaguas de esta zona, a una milla de lacosta. las estadías transcurrían tranquilas,siendo raramente interrumpida las labores de estiba, realizadas exclusivamente
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por los nativos, por un recrudecimientode la virazón. Pintoresca estampa de lamar llena de guiños de oro y las salinas yplaya que cegaban de tanta luz. Posteriormente, hasta mi marcha del país, períodode este relato, comandando una barcazaen viajes de transporte de yeso de estaregión de la costa colombiana a Barranquilla, en la ribera del Magdalena.
Una vez por semana hacía rumbodesde Bocas de Ceniza, desembocaduradel Magdalena, en viaje desde la capitaldel departamento del Atlántico al cabo dela Aguja. Tras dejar la bonita estampa deSanta Marta. antigua y evocadora, capitaldel Magdalena, que "tiene tren y no tienetranvía", según la popular canción, seavistaban espectaculares y adustas lasescarpas de esta avanzada de la costa, conbreves ensenadas de aguas azules y profundas, muy en lo alto, la Sierra Nevadade Santa Marta, distante e insólita comouna visión nórdica plasmada en el Caribe.cuya altura en los días diáfanos permitíaavistarla desde la misma Guajira. Dibuya,Riohacha y Manaure quedaban muyadentro, invisibles, pues en los recorridosque hacía normalmente eran las inmediaciones de Carriza1. lugar que protagonizaeste relato. donde verificaba las recaladas.
Los perfiles de la costa, llana y pocodiferenciada, me eran perfectamenteconocidos, procediendo con plena seguridad en demanda de sus fondos de suavedeclive y precisos accidentes hidrográficos, que hacían sus aguas limpias y acogedoras pese a la presencia del tiburón.Antes tendría que librar el encuentro delas redes para la captura de la tortuga,que depositan los indios a 6 u 8 millas dela orilla, casi siempre a la altura deManaure. Mis apreciaciones las verificaba sin avistar la costa, que se presentabacomo una línea clara u oscura en la lejanía, entre distintos azules y por el peculiar aroma de pastos maduros, denso deemanaciones exóticas, que la anunciaba adistancia, especialmente el terral de lamadrugada. Al amanecer se hacía presente, esfumado por la calina, el significativomonte de "Teta Guajira", situado tierraadentro, rec0l1ando la acti va marcha del"Riohacha", que se desplazaba con pocacarga, generalmente víveres y agua paralos indios. Confirmaba la profundidad,que se reducía suavemente, de unas cuatro o cinco brazas, la aparición de lasagujas sorprendidas, que iniciaban' sucómica carrera en la superficie llana ytersa, recorriendo hasta doscientos metrostendidas con saltos de panza o erguidasimpulsadas con la cola. Curioso fenóme-
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no que no he podido apreciar en otraparte pero del que me han hablado algunos marinos respecto a la costa antillana.
Carrizal, entre Manaure y Cabo de laVela, forma una leve henadura de arenablanca, apenas guarecida del Ne., ocupada aquel entonces por media docena decasas, entre las que destacaban la escuela,una pequeña ermita y la principal vivienda, un tanto hacia el interior, de BasilioLindao, propietario o concesionario de laexplotación de yeso de la zona, indudablecacique de los indios, con los que emparentaba. Cuatro o cinco blancos vivían eneste pequeño poblado dependiente de unsimple puesto del resguardo nacional. Ala escuela, atendida por una maestra,raramente asistía media docena de niños,disponiendo la ermita de una imagen dela Virgen del Carmen y los adminículospara los oficios que se realizaban una vezpor semana. Toda la actividad del pequeño poblado y de las rancherías que periódicamente se montaban y desaparecían,resultaba a expensas de la explotación delyeso y los pequeños comercios dedicadoscasi exclusivamente a la venta de artículos de contrabando. Tres días permanecíafondeado el "Riohacha" a media milla dela playa, supeditado a la lenta labor deestiba del yeso, cuyo embarque se realizaba desde planchones.
Después de algo más de dos añosdedicado a estos viajes, conocía un tantoal guajiro (durante algún tiempo el cocinero del barco fue un mestizo de guayú,sirviéndome de intérprete) y la repetidaescena de los indios transportando el yesoensacado a la playa, donde era embarcado en los planchones, se me había hechohabitual. En muchas ocasiones me mezclaba a los grupos dedicados a las faenasde extracción o las propias de sus mantenimiento, a la sombra de los trupillos quesustentaban ranchos y chinchorros. Erafrecuente ver, al lado del simple lecho demalla, un molinillo de carne asido a unaestaca o vara, símbolo de la frugal alimentación del nati va, constituida en sumayor parte por un poco de arroz, maízmolturado o chicha y, escasamente, depescado. La animada escena de jaguey,pequeña laguna o charca de agua acumulada en la época de lluvia, avistada primeramente en Manaure, no podía resultarmás pintoresca a pleno sol, con despliegue de las indias ataviadas con ampliasvestiduras en un ambiente de cháchara yrisas contenidas. En el jaguey se bañanlos indios y los cerdos, lavan la ropa lasindias, consumiendo por igual el aguanativos y ganado. Me resultaba habitualla figura del indio, de mediana estatura,pacífico y sufrido en un ambiente carentede la debida protección. Orfandad delindio, cuya mayor gala consiste en unacamisa o guayabera y un sombrero de alaancha. Un taparrabos cubría el resto de su
humanidad, permaneciendo la mayoríadescalzo.
La orfandad del nativo, carente derecursos y asistencia sanitaria, me lohacía acreedor a cuantas atenciones oayuda pudiera prestarle, llevando en elbotiquín algunos medicamentos y elmaterial de cura más generalizado, desdichadamente casi siempre incompleto. Porbastante tiempo fueron eficaces los antibióticos, especialmente en las infeccionesintestinales infantiles, siendo casi diariala prestación de pequeñas curas ante accidentes leves, rasguños, etc., que se provocaban los nativos para la aplicación de"tiritas" de distintos colores, llevados desu atracción por lo decorativo. Tengopresente, y no podría olvidarla, la asistencia realizada a una india herida profundamente en un parietal, en otro lugar llamado Cardón, efectuada una noche bajo unmatonal, a la luz de una linterna, rodeadopor todos los indios del sector. Estoyseguro, dado el grado de contaminaciónpor el polvo del ganado, que mi asistencia evitó la muerte por tétanos de la nati-
va. Esto debo expresarlo, omitiendo circunstancias de interés, que alargarían elrelato, porque es muy probable no hubiera podido hacerlo de haber acaecido locontrario. Hubiese tenido que pagar conla propia vida de la guayú, de acuerdocon la ley guajira.
En Carrizal, en la época que toma significación el relato, las mañanas eran claras, que diluían en suaves malvas la lejanía de los cerritos del Carpintero y losRemedios, montes significativos de lazona, y las tardes de tersos azules y brillantes cúmulos que me recordaban lacosta levantina. Predisposición demomentos propicios y condiciones favorables de tiempo, que hacían posible laidea o propósito de realizar algo de interés en beneficio del lugar. Surgió entonces la idea de un parque, que me pareciófactible desde el primer momento, con lafeliz comunión de poder realizar unavieja y sentida aspiración, de plantar unoo varios árboles. Todo consistió en contarcon la conformidad de los vecinos, encabezados por Basilio, y proceder como
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presidente de un patronato constituido aeste fin. Asumidas todas las funcionespersonalmente, era posible hacer realidadel proyecto, aunque todo había que traerlo de Barranquilla. Disponía, como bazaimportante, del barco y de los mediospropios contando posiblemente con elmaterial que pudiera necesitar. Losmuchachos (la tripulación), prestó suconformidad en colaborar de buenavoluntad.
Dada oportuna noticia del proyecto, ala mañana siguiente de la decisión, elegíaante los representantes del poblado, conBasilio, el terreno adecuado para el futuro parque, ampliamente contenido entrela escuela y la ermita, por su parte inferior, y por la caseta del resguardo comolindero de la marina. Cien pasos de largopor unos sesenta de ancho, aproximadamente, marcados sobre la superficie arenosa, cubierta en gran parte de "salados"y otras plantas desérticas que habría quecambiar por buena tielTa roja del interiorpara la nueva vida vegetal. Con cuatroestacas y algunas piedras alineadas quedómarcado el "Parque de Carrizal", con elque fue denominado desde el primermomento.
El parque estaría constituido por unosparterres distribuidos simétricamente a lolargo y ancho del terreno marcado, concuatro entradas, repartiendo ocho bancosde granito gris, que sufragarían firmasrepresentativas y algunos particularesinteresados. En el centro, sobre plataforma octogonal escalonada, se elevaría unobelisco de seis a siete metros de altura,coronado por una veleta. Ésta mostraríala silueta de un pelícano, el ave másabundante del lugar, en la cómica actitudque suelen tomar en tierra.
En la construcción del parque mediancircunstancias y logros del mayor interés,surgidos sin la menor previsión, que trasla innegable perspectiva del tiempo y ladistancia, me resultan significativos ydignos de mención. La Cuty, nativa inf1uyente, dueña de la mejor tienda, quedó enposesión del plano, en color, del parque,iniciándose las obras en la siguiente estadía con el cambio de tierra de los correspondientes hoyos, labor para la que Basilio aportó los camiones, y los indiosnecesarios, que tomaron todo ello comouna fiesta. En dos etapas o estadías, fueron plantados unas dos docenas de árboles, pinos y robles del vivero municipalde BalTanquilla, y una decena de "matarratones", especie arbórea de intensoverde, cuyas ramas fueron cortadas en losinmediaciones de nuestro atraque en laribera del Magdalena. Este árbol creciórápidamente pero fue un inconvenienteconstituyera sus hojas un remedio paraalgunas afecciones de los indios, lo quemermó considerablemente su desarrollo.Los árboles plantados requirieron desdeel primer momento atenciones y vigilan-
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cia, pues hubo necesidad de defenderlosde las incursiones de los cerdos y lascabras, incansables merodeadores dellitoral, y posteriormente de los efectos dela inmediata temporada de brisa, quedurante tres meses impulsa nubes dearena, hostigadoras de toda condición devida. Todo ello fue posible con los corralitas y defensas confeccionados a bordocon elementos de estiba y enjaretadosestropeados, contando para lo último conuna amplia reserva de bolsas de arpillera.
Fue un acierto asignar cada arbolito acada una de las vecinas del lugar, jóvenesindias y mestizas en su mayoría. El mejorejemplar, reservado como madrina,quedó para Cuty, tomando así interés ensu conservación. Se habían destinado dosbidones de agua, convenientemente marcados, para el parque, que se renovaríancada viaje. Todo el material empleadofue transportado desde Barranquilla, cuyabase la constituyó un lote de 2.000 ladrillos de barro cocido, extraído de loscaños del Magdalena. Con ellos se elevóel motivo central del parque, el obelisco ysu base consiguiendo posteriormenteBasilio cuatro postes de alumbrado, traídos de Maracaibo, que dispondrían de laenergía de la planta del resguardo. Losbancos se construyeron en la fábricabarranquillera de la que era copropietarioel paisano y amigo, Marcos Hormiga,hijo de Fuerteventura, entonces presidente del Club "Unión Española" de BalTanquilla. En todas las labores tomó parte latripulación del "Riohacha" con desinterésy buena voluntad, con muchas horas queno iban a ser compensadas económicamente. Un aspecto de la colaboración eralos árboles del vivero, conseguidos porgestión del contramaestre, siendo los silvestres aportados por un marinero quehabía abandonado poco tiempo antes elmachete de campesino.
Con motivo de la festividad que secelebra en el lugar, a principios de otoño,tuve una insospechada colaboración: laprimera cuestación en beneficio del parque, que consistió en un recargo a losasistentes de los bailes organizados en laescuela, quedando establecido para lasfiestas o reuniones futuras con el mismofin. Había encontrado el mejor eco porparte de la población, que hacía patentesu solidaridad y ayuda al proyecto, superando mi solitaria iniciativa. El particularme hizo considerar casos similares surgidos aisladamente en apartados lugares delpaís, sumidos en el olvido o abandono;no eran raras las acciones comunalesimpulsadas por la necesidad. Viene alcaso mencionar, aunque con otro carácter, los Cuerpos de Paz creados por elPresidente Kennedy, de verdadera accióncomunal y altruista, en ayuda de la población aborigen, recordando algunos miembros, jóvenes en su mayoría, en el país yPanamá, verdaderos misioneros.
Decidido el retorno a las islas, unmediodía gris de marzo, época en que lasbrisas debilitan su acción, seca y fresca,que constituye el verano en esta zona delCaribe, me despedí de los vecinos delCalTizal y del pequeño parque, en plenodesarrollo, que contaba con la mayorparte de sus elementos principales. Comotérmino de mis actividades al respecto,había depositado en dependencia de lacompañía en el viaje anterior, la siluetadel pelícano recortada en cartón, cuyaréplica en lámina metálica coronaría,como veleta, el obelisco. Había realizadoun simbólico recorrido por la costa, en lamotora de la compañía, demorando parael último momento la ceremonia de dejaren servicio los primeros cinco bancos, deespléndida presencia ante el desoladoentorno, recién instalados, que consistióen mojarlos con el inevitable whisky decontrabando. Estaban presente mediadocena de los vecinos más representativos y naturalmente Basilio, con el contramaestre y el motorista, que me habíanacompañado en el paseo marítimo. Elpracticante, natural de Santa Marta, fue elcatalizador de las pocas pero sentidaspalabras que no esperaba escuchar. Elotro blanco, Fernández, de unos 35 años,asiduo lector de libros y revistas, hizo lasemblanza de lo realizado y lo que podríasignificar. Me sorprendió su visión realista apuntada con la palabras justas, sinrepeticiones. Fue Basilio quien compendió el acto, un tanto emotivo, con su vozfranca y amistosa (mediaba entre nosotros algunos cabritos asados y proporcionado número de botellas de whisky, traslarga temporada) que daba a su pielmorena, ligeramente picada de viruela,cierta claridad, acaso por su facilidad ensonreír mostrando la blanca dentadura."Todo esto, como sabemos, lo ha hechoel capitán Trujillo, con desinterés, puesno se ha llevado nada, ni una india". Asíera, ciertamente, y creo que no podíadecir nada más. Me llevaba sólo sueños.
Han pasado casi treinta años y quieromanifestar el sentimiento de aquel período, el más memorable y significativo demi vida americana. Jamás he vuelto asentir la emoción de aquellos momentos,a revivir la sensación de plenitud quetuve cuando arrodillado planté, en unatarde inolvidable, los primeros árbolesdel parque que, estoy seguro, continuaráen el lugar, dando validez a mi empeño.Grato, inolvidable recuerdo de una historia que, a veces, me parece imaginada.
VINICIO MARCOS TRUJILLO
NOTA:
(1 l· En esta zona del país sitúa García Márquez eldesarrollo de su novela "Cien años de soledad".
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