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San Gerónimo,
historias en un pueblo condenado.
Por:
Gilvaro
- Santa virgen de las vírgenes… ¡ruega por nosotros!, Madre de
Cristo… ¡ruega por nosotros!... – Una niña de ocho años y su madre
rezaban de forma vehemente hincadas frente a una pequeña imagen
en un viejo cuarto de madera, la luz de una candela junto a la
imagen de la santísima trinidad daba una claridad escueta a la
habitación.
-¡mama! ¡Ahí están de nuevo!- chilló la niña mientras agarraba muy
fuertemente el delantal de su madre, -¡No las mires hija!- gimió la
mujer aferrándose a su rosario,
-¡Son muchas mama!- insistió asustada la niña cerrando
vigorosamente sus ojos para evitar mirar las muchas sombras negras
que lentamente caminaban dentro del cuarto dirigiéndose hacia
ellas.
-¡Sigue orando hija!, ¡repite conmigo mi amor! Madre de la
Iglesia… ¡Ruega por nosotros! – Se sentía en el aire aquella lúgubre
presencia, con los ojos cerrados y sin titubear ni un solo momento la
señora no cesaba de rezar.
- Madre Purísima… ¡Ruega por nosotros!- una voz de anciana
respondió al unísono que la niña, quien al escuchar aquella voz
apretó más fuerte a su madre, - Madre castísima… ¡Ruega por
nosotros!- cuatro voces más se sumaron a la plegaria, en la
habitación únicamente yacían hincadas aquella mujer y su hija. –
Madre incorrupta… ¡Ruega por nosotros!- eran incontables las
voces que en variedad de tonos respondían a la plegaria de las
letanías, - Madre inmaculada… ¡Ruega por nosotros!- le respondió
una voz en un susurro directo al oído de la madre quien en el acto
cayó desmayada a un costado de su hija.
- ¡Mamá! ¡Mamá!- gritó la niña mientras la abrazaba postrada en el
suelo, un coro lleno de voces variadas sucumbían aquella habitación
implorando y gritando todas juntas… - ¡Ruega por nosotros! –
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San Gerónimo era uno de los pueblos más antiguos de la zona
montañosa del sur, fundado pocos siglos atrás por los colonizadores.
Aún en el curso de los primeros años de la década de 1980, sus
habitantes conservaban aquella particularidad y sencillez
característica de los pueblos pioneros en civilizarse. Son muchas las
historias que se han dejado escuchar acerca de insólitos eventos
ocurridos en estas tierras, la mayoría de sus habitantes ignoraban y
no daban importancia a los rumores de aquellas historias. La verdad
eran personas muy ocupadas, debían llevar a cabo su vida con lo
poco que San Gerónimo les ofrecía.
“¡Solo son leyendas!” se consolaban unos a otros cuando alguien
contaba algo extraordinario, - Son solo leyendas… historias de
leyendas.
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Lágrimas de una madre (La llorona)
A tempranas horas de la madrugada, cuando todo parece dormido,
se escuchan los gritos rudos con que los boyeros apresuran la
marcha de sus animales, dicen los campesinos que allá por el río,
pasando muy cerca de la finca de don Gabelo, alejándose y
acercándose en intervalos, una voz quejumbrosa llama la atención
de los viajeros. Es una voz de mujer que solloza, que vaga por las
márgenes del riachuelo, buscando algo, algo que ha perdido y que
no hallará. Atemoriza a los niños que han escuchado contadas por
sus abuelas, las historias escalofriantes de aquella mujer que vive en
los potreros, interrumpiendo el silencio de la noche con su gemido
eterno.
San Gerónimo es un pueblo pequeño ubicado en la zona montañosa
del sur, conocido como el pueblo de nadie, así le llamaban en otros
lugares vecinos, ya que la mayor parte de las tierras que le
conformaban pertenecían a gente adinerada que residía en otros
zonas más alejadas y algunas cercanas a la capital. Muchas de sus
tierras las dedicaban al cultivo de café, algunos a la caña o algunos
simplemente pagaban a peones para que mantuvieran y velaran por
sus terrenos.
Pedro Jiménez y María Soto formaban un joven matrimonio, ambos
tenían un año de estar trabajando como peones para la finca de Don
José María Fernández, un apoderado abogado que vivía en las
cercanías de San José. La finca de don José María era una de las más
grandes del poblado, limitaba con el río Celeste al Norte, al Oeste
con los terrenos propiedad del recientemente difunto Felipe Arias y
al Este tenia como colindante la pequeña finca de doña Teresa
Murillo, una de las pocas personas propietarias de diminutos
terrenos heredados en San Gerónimo.
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La casa donde vivía el matrimonio, estaba ubicada al norte de la
finca, se diferenciaba del resto de las tierras ya que la abundante
vegetación de plátanos que caracterizaba la zona era más escasa, la
estructura era un poco vieja, las paredes eran de color cenizo y en el
techo aun se conservaban algunas tejas viejas, la mayoría de estas
ocultas entre las hojas del chayotal que alguna vez María había
plantado, detrás de la casa se ubicaban unos recipientes de metal
grandes donde recolectaban agua del río para el uso diario, a un
costado se encontraban algunos tucos de leña arrinconados y del
otro lado, pasando casi por en frente de la vieja casa, decoraba un
pequeño jardín.
Una tarde de un caluroso jueves, en medio del jardín que adornaba y
contrastaba con las groseras matas de plátano que reinaban a la
vista, María, la joven esposa caminaba dando vueltas en círculos
achatados, con una mano cargaba a un bebe de apenas meses (quien
dormía serenamente en brazos de su alterada madre), con la otra
mano se tapaba el cachete izquierdo, como sobándose de algún
dolor.
- ¡Este Pedro!, me aseguró que iba a tardar poco en casa de doña
Teresa y vea la hora que es… Con el miedo que me da a mi
quedarme sola con el bebe en las tardes… ¡Ya casi oscurece! – La
cara de preocupación era muy notoria, a pesar de tener un carácter
fuerte contrastante con su menudo cuerpo la joven era muy
asustadiza. Había vivido sus primeros veintitrés años en la ciudad,
sin embargo hace apenas un año cambio su rumbo de vida al residir
en San Gerónimo.
-¡Ya me lo imagino!- se hablaba a si misma, - Debió terminar de
arreglarle el techo hace bastante tiempo pero seguro doña Teresa le
invito a comer algo y como para comida nunca desprecia nada, se le
debió haber olvidado que yo existía. –
Unos aullidos provenientes de los platanares cortaron su quejadera,
- ¡Ay no! Yo creo que mejor me meto para dentro ya. Con esos
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coyotes merodeando por ahí no me agrada mucho la idea de estar
acá afuera.-
La mujer apenas se volteaba para dirigirse hacia la casa cuando un
ruido entre unas matas pequeñas de plátano la avivaron, sin tiempo
de reconocer de que se trataba un hombre alto, delgado, ropa sucia y
con un sombrero muy deteriorado le salió de entre la vegetación,
¡Diay don Juan! – Gritó la mujer, - ¡Que susto que me ha pegado..!
–
- ¡Dispense usted María!- dijo el hombre con voz agitada, - Ya sabe
usted que me queda más cerca venirme por el trillo de acá atrás que
por la callecilla, y la puritica verdad no espere encontrármela a
usted acá afuera..-
- Si tranquilo, no se preocupe. ¿Viene a dejarme los encargos?-
preguntó la joven sin mostrar interés,
-¡Así es!- contestó el muchacho intentando sacar algo de un saco
que cargaba, -El problema es que le voy a quedar mal con las
candelas, solo pude traerle cinco.-
-Bueno ni modo… ¡peor es nada!- musitó María y cambiando
drásticamente de gestos agregó, - Pero tengo un pequeño
problema… No ve que aquel condenado de Pedro no ha llegado aún
y él es quien trae la plata para pagarle..-
-¡Ah que tirada!- contestó Juan con cara de pocos amigos, - Pero
despreocúpese, yo puedo venir mañana en la mañana por la
platica…-
- Que pena con usted, y es que desde hace rato estoy esperando a ese
bandido que no llega… ¿No lo vio usted de casualidad por la casa de
doña Teresa? – Juan se peleaba acomodando varios chuches que aún
le quedaban en el saco,
- No señora…- contestó el hombre, - Yo no pasé por ahí… yo me
vine por dentro pa’ no dar el vueltón, pero no se impaciente, me
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imagino que ya casi debe de llegar… ¿Y como les va con la
criatura?
- ¡Diay! ¿Cuál criatura?- gimió asustada la joven,
- ¡Ah que señora! Di con su hijo…- respondió Juan entresacando la
cara del saco,
- Ah.. Muy bien a Dios gracias… ya esta más rellenito y vieras que
ya no llora tanto en las noches… ¡Por cierto! Cuénteme una cosa
usted que tiene más tiempo de vivir por estos lugares… esos coyotes
que se escuchan a lo lejos.. ¿Se acercan mucho a las casas? – María
miraba fijamente hacia el horizonte;
- Aaaahh… diay yo tengo rato de no verlos por acá, pero usted sabe
que yo no me arriesgo, siempre dejo bien trancado el gallinero de
doña Teresa..-
- ¡Ay Santísima!- se persignó la mujer, - Ya no me dé más de esos
ánimos…-
Estirando el cuello y con risa burlona el hombre contestó - ¡eso que
no le cuento las historias que mi difunta madre me contaba del río
que pasa allá atrás! ¡Por cierto! Discúlpeme usted pero dejé la
carreta del otro lado del río y no me gusta naditica dejarla sola tanto
tiempo…- agarró el saco y a como pudo se lo encaramó en la
espalda dándose paso nuevamente por el matorral del cual había
salido.
- Tranquilo.. ¡vaya usted!- contestó la mujer, cuando el hombre ya
se había perdido entre las matas y solo se escuchó gritar - ¡Pase
buenas noches!... mañana en la mañanita me doy una vueltica por la
plata.-
A zancadas la mujer entró a su casa, dio un último vistazo a la
callecilla y al no ver ningún movimiento alentador cerró la puerta de
un solo tirón.
Aquel hombre empujado casi por el peso del saco en la espalda se
abría paso entre las matas de plátano, con una mano quitaba las
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ramas pequeñas que le estorbaban el paso y con la otra afianzaba el
saco en su hombro, muy entretenido se pensaba: - Ya dejé los
encargos de María y Pedro.. ¡Que va! En la mañanita vengo de fijo
por que ocupo esa plata pa’ pagarle a don Gabelo lo de la leche…
¡Aaah! ya sé lo que voy hacer… vengo un momentico acá y
después le llevo los encargos a doña Otilia…-
Un leve sonido de llanto opacó sus pensamientos, no podía
distinguir muy bien la fuente
de aquel suave lamento, un bulto blanco se divisaba vagamente entre
las matas de plátano, - ¡A la puñeta!.. Buenas noches… - dijo el
hombre con voz entrecortada, más no obtuvo respuesta alguna, se
fue acercando lentamente; procuraba hacer poco ruido mientras
pisaba algunas ramas caídas, estaba indeciso, se preguntaba a sí
mismo si sería o no buena idea dar por enterado de su presencia en
el sitio,
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-¿Le pa-paso algo señora?... ¿Le pu-puedo ayudar?- Dijo
tartamudeando sin control. El ruido de los grillos, insectos y el
arrollar del agua del río habían cesado, un silencio absoluto invadió
aquel lugar, el bulto blanco que producía los aflictivos lamentos
empezó a acercarse, el hombre quedó perplejo mientras observaba
como se dibujaba la silueta de una mujer en un sucio y deteriorado
traje blanco, incluso le faltaban algunos trozos de la tela que
formaba las largas mangas, parecía como que aquella estropeada
vestimenta había sido arrastrada por el barro. Juan intentó reconocer
lo que estaba pasando, sin embargo el silencio se rompió
frenéticamente por los sucumbientes gritos de la mujer, - ¡aahhhhh!
¿Dónde está mi hijooooooo? ¿Dónde está mi hijooooo? – Lo poco
que se podía distinguir de su cara debido a el cabello oscuro y
enredado que le cubría por partes, se lograba ver su tez pálida exacta
a la luna llena, unas profundas ojeras se dibujaban en el rostro. La
criatura dio dos pasos lentos hacia el hombre, el hombre había
quedado petrificado con la mirada perdida en la horrible mujer. El
putrefacto rostro de la llorona se acerco lentamente al rostro de Juan,
quien sin poder mover la gran mayoría de los músculos de su cuerpo
cerró enérgicamente sus ojos, intentaba con todas sus fuerzas
imaginar que lo que estaba sucediendo no era real. El sonido del río
retorno en el ambiente, los insectos resonaban alrededor, lentamente
el hombre abrió sus ojos llevándose la sorpresa de que aquella
horrible mujer no estaba más en ese lugar.
Lejos de ese sitio, cruzando el río y pasando por un empinado cerro
cultivado con café, se encontraba la casa de doña Teresa Murillo, la
vecina más cercana de María y Pedro, una señora regordeta y bajita,
su cabello pelirrojo chillaba en algunas ocasiones, cuando el sol le
daba directamente, siempre bien vestida y glamurosa, vivía del
dinero de la pensión de su difunto esposo quien había trabajado toda
su vida para la municipalidad. Su casa no era muy lujosa, contaba
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apenas con los aposentos necesarios. Muchas personas en San
Gerónimo sabían muy bien que esta señora le daba un toque de
emoción a su vida con los rumores de la vida de la poca gente del
pueblo. Esa tarde (ya casi noche) se encontraba sentada en la cocina,
no estaba sola, un hombre con sotana y otro hombre con un aspecto
un poco más ordinario le acompañaban.
- Ay Pedrito, de verdad muchas gracias por arreglarme esa hendija
del techo. No vas a creer la cantidad de viento que entraba por ahí en
las noches.- chilló la señora mientras se llevaba una taza con café a
la boca.
- No fue nada doña Teresa…- le contestó el hombre, - No me
agradezca nada, al fin y al cabo que usted me paga.- El hombre era
Pedro Jiménez, el esposo de María, un hombre fortachón pero
paliducho.
- Debo insistir – rechifló Teresa, - En estos días cuesta encontrar
quien haga esa clase de arreglos de tan buena forma como usted lo
hace. ¡mire Padrecito!- agregó la señora dirigiéndose al otro hombre
en la habitación, - Cuando usted necesite que le compongan algo en
la casa cural, no dude en llamar a Pedro.-
-No lo dudo así doña Teresa, ha hecho un buen arreglo en su
techo…- El padre Leonidas era un hombre muy sabio, parecía que
su altura ejemplificaba su don y convicción.
- Dime hijo.. ¿Cómo están tu mujer y tu hijo?-
- Muy bien gracias a Dios padre. Yo espero que la otra semana
venga de visita la madrina y el padrino pa` ver si ya podemos
bautizarlo.-
- ¡Que gusto me da escuchar eso Pedro!- contestó el sacerdote
mientras sacudía levemente su sotana, - No es oportuno que los
niños recién nacidos anden por ahí sin bautizar, como si fueran
criaturitas salvajes.-
- ¡Ay verdad que si padrecito!- brincó doña Teresa como si su
comentario perdiera valor si lo decía unos segundos después, - Yo le
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comenté lo mismo a María hace unos días, ¡pero diay! ni caso que le
hacen a una - y volvió a recostarse en su silla como si se hubiese
desahogado.
- No se preocupe doña Tere- contestó Pedro, -Usted a ver que en
menos de dos semanas ya el güila va estar bautizado.- Justo en ese
instante el golpe del toque frenético de alguien en la puerta les
interrumpió. Doña Teresa estuvo a punto de casi lanzar por las
narices el sorbo de café que se estaba tomando, se levantó extrañada
mientas los dos hombres se preguntaban quien podría ser. Al llegar a
la puerta, la señora procedió a abrirla lentamente, sin embargo un
golpe seco proveniente del otro lado la terminó de abrir
arrebatadamente. Un hombre pálido de mirada perdida yacía de pie
afuera, se notaba como le temblaban las manos. - ¡Diay Juan!- gimió
doña Teresa, - ¿Qué le paso?. ¿Por qué viene así?- El hombre no
pudo contestarle ni media palabra, quedó inmóvil de pie en el
marco de la puerta. El sacerdote se incorporó rápidamente, agarró
aquel paliducho hombre del brazo llevándolo hacia una silla - ¿Qué
te sucede?.. ¿hijo? –
- ¡En!…. ¡en!.. ¡en!… el…- Juan no paraba de tartamudear,
- ¿En el qué? – desesperó el cura,
- ¡En el río!….-
-¿En el río que? muchacho de Dios…- clamó el cura, - Tráiganle un
poco de agua- solicitó el padre y la señora salió como rayo a la
cocina donde dudó dos segundos cual vaso llevar, si el transparente
o el floreado, no iba a querer que alguno de sus vasos más caros
llegase a ser quebrado, tomó el vaso más simple por supuesto, lo
lleno de agua y disparada regresó al lugar. El hombre lentamente
tomó unos pequeños sorbos de agua y recuperando el aliento
expresó: - En el río… yo venía…. Una señora…. En el río…-
- Ay santísima… ¡este hombre que no habla como se debe!- chilló
doña Teresa mientras le sostenía el vaso con precaución. - ¡Déle aire
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doña Teresa!- repuso enojado el sacerdote y de un manotazo la
corrió, - Dime hijo… ¿De cuál señora hablas? –
- Padre…. Yo venía camino a mi casa, por el trillo del río, cerca de
donde había dejado mi carreta. De repente, allí estaba una mujer
llorando… agachada… de blanco…yo intenté ayudarla… pero
cuando me acerque… Padre… ¡Era la llorona! -
- ¡La santísima Trinidad!- gritó encrespada doña Teresa, - Me va dar
un infarto igualitico al que se llevó a mejor vida al pobre de don
Felipe - y dramáticamente puso el vaso en un mueble cercano para
llevarse las manos al rosario que se guindaba del cuello,
- Hijo…. ¿Estás seguro?.. ¿no te lo imaginaste..?- preguntó sereno el
cura, mientras veía de modo burlón a la señora, - No padre… era
muy real… yo siempre he pasado por estos potreros de noche y
nunca había visto algo así.-
- ¡Ay padrecito! Démele usted la bendición a mi casa…- dijo
implorando doña Teresa,
- ¡Cálmese Teresa!- insistió el cura mientras sentaba al pálido
hombre en una silla de la habitación, - Hay espíritus que vagan por
este mundo y de vez en cuando tenemos la desgracia de toparnos
con ellos… lo único que hay por hacer es orar, pedirle al señor por
las almas en pena…-
- Ay… Don Juan.. ¡Póngase con el de arriba!- comentó la señora
sosteniendo el rosario en la frente como quien la protegiera pero de
los comentarios venideros del sacerdote,
-Yo… me retiro- interrumpió Pedro, quien aquella dramática y
extraña escena le había despertado gran preocupación por su esposa
y su hijo, - Con el permiso de ustedes, María esta sola y me gustaría
ir a ver que todo esta bien por allá. -
- Vaya, vaya con Dios hijo…. No te preocupes por esto… ¡Saludos
a tu mujer!-
- Hasta pronto Padre – se despidió el hombre, - Gracias por todo
doña Teresa… ¡Buenas noches!- recogió una pequeña bolsa que
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llevaba y sin mucho tiempo perdido salió corriendo por los oscuros
caminos,
- Ay padrecito… va tener que hacerle usted un exorcismo a este
pueblo…- chilló la señora, - ¡últimamente se ve cada cosa!-
- No exagere doña Teresa… La llorona es solo una leyenda…-
- Dispense usted padrecito…- interrumpió el palidejo hombre, -
Pero lo que yo vi no fue ninguna leyenda, era muy real-
- Usted siga tomándose esa agua… ¡a ver si le vuelve el color!- le
respondió el cura con tono sermoneante.
- Padre… ¿Usted cree que de verdad haya aparecido la llorona?-
cuestionó Teresa,
- ¿Esa no es que le sale solo a los hombres mujeriegos en los
caminos..?-
- No doña Tere, usted esta confundida… esa es la leyenda de la
cegua… La leyenda de la llorona es otra, cuenta de una mujer quien
quedó embarazada sin desearlo y al tener a la criatura, lo lanzó por
un río.. fue maldecida, enloqueció y anda vagando por las orillas de
los ríos buscando al hijo que un día ella mismo mató.. dicen los
rumores que se le puede escuchar en las noches cerca de los
potreros, por donde pase un río… gritando y llorando por su hijo… -
- ¡Madre pura y casta nos proteja!- clamó la señora llevándose
nuevamente el sudado rosario a la frente, - ¡Que dicha que mi casa
esta bien larguito de cualquier río!
Media hora más tarde, María se asomaba desconcertada por una
ventana, junto a ella una cuna vieja donde yacía el bebe durmiendo;
la mujer no concebía como su esposo era tan testarudo de dejarla sin
su compañía por las noches a sabiendas de su eufórico terror a la
soledad.
-¡Que tirada!.. de haber sabido que siempre me iba pasar esto no
hubiera dejado que me trajeran pa` este lugar…. Era más tranquilo
en San Joaquín.. – Se alejo de la ventana, tomó un rodillo de lana
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color verde azulado junto con dos agujas que le guindaban adheridos
a un pequeño tapete a medio terminar y se dirigió a la silla más
cómoda de la habitación. En muchas ocasiones, tejer la relajaba y le
quitaba las tensiones exageradas, sin embargo, apenas unos
segundos después de que se empezaba a relajar, un lamento estrépito
le arrancó la poca tranquilidad que estaba recuperando. - ¿Qué fue
eso?... – gimió - ¿Pedro… eres tú?... ¿Ya llegaste?-
La madera que acomodaban en las afueras de la casa había sonado
como si alguien las hubiese dejado caer, unos perros se escuchaban
muy a lo lejano, sigilosamente la mujer se puso en pie, tomó la
candela encendida del mueble y sin dudarlo se dirigió hacia la
puerta. Le demoró unos instantes poder quitar la gran cantidad de
trancas que impedían la apertura, abrió lentamente y dió unos
cuantos de pasos en la oscuridad, - ¿Pedro..? ¿Eres tu?-
Un segundo lamento se escuchó a lo lejos, la mujer se agachó y
recogió una rama seca del suelo, caminó mansamente por entre las
sombras oscuras de las matas de plátano - ¿Quién anda por ahí?- una
figura oscura salio de entre los platanares, la mujer horrorizada
elevó un grito corto y agudo de terror.
- ¡Tranquila! Soy yo… - dijo Pedro mientras tiraba la bolsa que
llevaba consigo,
- ¡Bonitas horas de llegar!- clamó la mujer, sin aliento - He tenido el
corazón en un hilo estando acá sola, yo creo que esos coyotes andan
merodeando por acá… -
- Si… si… ¡perdón!… no fue mi intención… doña Teresa me invito
a cenar y el padre Leonidas estaba también, me distraje un poco
hablando. -
-¡ah!… Si que bonito… y yo acá como una tonta sola con el bebe…
Hasta al pobre de don Juan tuve que quedarle debiendo la plata de
los encargos, por que usted no llegaba -
- ¿Juan estuvo por acá? – preguntó sorprendido Pedro,
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- ¡Diay si!- respondió la mujer mientras tiraba la rama seca al suelo,
- ¡Y mañana viene por el dinero!-
- No hay problema…. acá traigo la plata…- El hombre saco de la
bolsa unas cuantas monedas, la mano le temblaba, - ¿Te pasa algo?-
le preguntó intrigada María, - Estas como pálido -
- No… nada… es solo que venia corriendo… ¡como ya era de
noche!-
- Bueno.. metámonos ya pa’ dentro que nos vamos a serenar - La
mujer tomó al hombre del brazo y casi que remolcándolo lo metió a
la casa. Pedro recuperando el aliento se había sentado en una silla a
lado de un tapete a medio terminar.
- ¡Pedro! ¿Usted metió el racimo que quedó afuera en la mañana? –
gritó María desde la cocina, - No…. ¡Déjalo afuera!- contestó el
hombre cansado,
- ¡Dios guarde!- refutó María, - No amanece nada, se lo comen los
zorros. ¡Anda metelo!- Y sin más remedio el hombre volvió a
incorporarse, tomó una candela encendida, destrancó la puerta del
frente y se adentro nuevamente en la oscuridad, caminó varios
metros hasta tropezarse con una caja de madera donde guardaban
semillas para las gallinas, se inclinó buscando el racimo que había
dejado en el suelo varias horas atrás. Una imagen blanca detrás de
una mata de plátano le llamó la atención, dejo a un lado el racimo
que ya había encontrado y se aproximó para ver de que se trataba,
cuando logró acercarse lo suficiente, dos ojos profundos y negros le
amenazaban con furia, una mujer con un vestido blanco muy
maltratado le miraba con cara de ira, arremetió dos fuertes gemidos
y muy despacio caminó dos pasos hacia el perplejo hombre, la
reacción inmediata de Pedro fue caminar de igual manera hacia
atrás, pensó que similar al ataque de un animal salvaje no era buena
idea darle la espalda, la luctuosa mujer inclinó levemente su cabeza,
sus ojos se tornaron de un blanco claro, estiró lentamente el brazo
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hacia adelante, volvió a producir un fuerte lamento funesto y casi
que por arte de magia desapareció lentamente entre los platanares.
El hombre apenas si podía mantenerse en pie, a como pudo tomó el
racimo de plátanos y regresó apresuradamente a la casa.
- ¿Lo metiste?- gritó María desde la cocina, - ¿Vas a querer comer
algo?... el fuego aún esta encendido, si quieres te preparo un café. –
Pedro dejó sin mucho afán el racimo en el suelo, se sentó
rápidamente, su cara reflejaba lo perturbado que se encontraba,
saciar sus ganas de comer era lo menos que pasaba por su mente, -
¡Solo agua!…. ¡Solo agua!- contestó ensimismado
La noche paso de forma no habitual, una oscuridad abisal y un
silencio anormal envolvió todo el pueblo, las oscuras sombras entre
las matas de plátano no daban nada que mostrar, en el cafetal del
cerro no había una sola hoja de café movida por el viento, y en el
río, el sonido del agua corriendo era lo único que rompía el silencio
agobiante. La mañana había llegado ansiadamente, varias personas
en San Gerónimo habían tenido problemas para dormir esa noche.
Por una callecilla encorvada paralela al cerro el padre Leonidas
cantaba alegremente mientras caminaba. Llegaba hasta una casa
vieja donde detuvo el paso - ¡Buenos días! - gritó el cura mientras
exploraba con la vista el patio de la casa, - ¡Buenas!….- repitió
inspirado, - ¡Ya voy!- contestó una voz femenina del otro lado de la
puerta.
- ¡Padre Leonidas! - dijo sorprendida María, - ¿Como le va? Que
bueno verlo…- Se acomodaba bien el niño que alzaba en brazos.
- Muy bien, muy bien…- contestó el sacerdote, - ¿Y tú? ¿como has
estado?.. ¿Qué tal el bebe?-
- Por dicha muy bien padrecito, acá ya casi estoy acostumbrada -
- Si verdad… es muy diferente vivir en estos pueblos…- comentó el
cura mientras sin ser invitado se sentaba en una banca hecha con un
tuco de leña grueso, - Yo recuerdo cuando me cambiaron de
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parroquia, fue un cambio radical, pero bueno, al fin y al cabo que
yo mismo fui quien lo solicité -
- ¿En cual parroquia trabajaba usted Padre?- preguntó la joven,
- Estuve quince años en la Parroquia de Curridabat, en el pleno
bullicio de la ciudad. ¡Que va!-
- ahhh… que curioso Padre… usted por lo menos se vino pa’ estos
lugares por que quiso… a mí no me quedó de otra. – La mujer
parecía cambiar de semblante cuando se acordaba de su pueblo
natal,
- ¡No pienses así hija!- le respondió el cura entre risas, - San
Gerónimo es un bonito pueblo, muy a la antigua… muy
tranquilo…-
- ¡Que va Padre! Allá no se podía salir en las noches por que le
robaban… acá no se puede salir por los benditos coyotes…-
- Pues si lo analizas de esa forma tienes algo de razón. Como que
últimamente en las noches no es muy seguro salir, pero bueno; ya no
quiero interrumpirte más, - preguntó el cura mientras se incorporaba,
- ¿Pedro esta en casa? -
- ¡Ay no padrecito!… se fue como a las seis de la mañana para el
cerro… - contestó María levantándose de igual manera, - ¿Se le
ofrecía algo? Yo creo que ahorita llega… como ya casi es la hora de
almuerzo. –
- Si hija – respondió el sacerdote, - Observé ayer el trabajito que
hizo en el techo de doña Teresa Murillo y necesitaba preguntarle si
podía hacer unas reparaciones en la bodega de la casa cural…-
- Si usted quiere yo le puedo decir cuando llegue que se de una
vueltita por allá.- contestó María,
- Se lo agradecería bastante. Dígale que si puede se lleve un martillo
y clavos por favor -
-¡Buenos días!- interrumpió frenéticamente Juan quien entraba por
la callecilla del frente, tanto María como el cura saludaron
afablemente.
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- ¡Ay Juancito!, que dicha que vino…- clamó la joven, - Que
vergüenza que tengo con usted… ya le tengo la plata… ¡ya se la
traigo!… - La mujer se abrió paso entre la puerta medio abierta
dejando a las dos visitas en el patio frontal de la casa,
- ¿Y eso padrecito? Usted por estos rumbos…- dijo Juan mientras se
acomodaba en la banca,
- Ocupo un favor de Pedro. – Respondió de forma seca el cura, -
Dime hijo… ¿como te fue con el susto de anoche? ¿Pudiste dormir?
-
- Ay Padre… vieras que el tecito que me hizo doña Teresa me cayó
de mil maravillas, pude dormir tranquilamente. -
- Que bueno hijo, ya ves que eso te pasa por creer es esas historias –
repuso el sacerdote mientras se acomodaba la sotana,
- Mire padre usted me va perdonar, pero lo que yo vi anoche fue la
llorona… ¡de eso no tengo la menor duda!-
- ¡¿Qué?!- interrumpió el grito brusco de María, - ¿Qué usted vio
que?... ¿Cuándo? -
- ¡Así es!- contestó Juan como quien cuenta una historia de
aventuras, - Anoche después de irme de acá, caminaba yo por el
trillo para el río y en persona me salió la mismitica llorona….-
- ¡Juan! no sea usted tan dramático- malhumoró el cura, - ¡Fue solo
su imaginación! -
- Ay Padre que terco que se puede volver usted a veces…
perdóneme que se lo diga..-
- ¿Y cómo le fue? ¿Qué le hizo?- interrumpió María sin importarle
aquella discusión,
- Diay nada ¡por dicha!- contestó Juan, - Ella siguió su camino por
el río… yo pues muy valientemente yo seguí el mío -
- ¡Ja ja ja!- burló el cura, - Pues así tan valiente no llego a casa de
Teresa..-
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- ¡Vea padrecito!… ya lo viera que fuera a usted a quien le saliera la
llorona… me imagino manda a llamar al Vaticino completo…-
-¡Vaticano! Querrás decir- respondió no muy contento el sacerdote,
- ¡Que espanto!- carraspeó la joven interrumpiendo nuevamente la
discusión, - ¿Y fue por el río que pasa allá abajo?-
- Ese mismo…- respondió Juan, - Por eso de ahora en adelante yo
prefiero dar el vueltón por la callecilla que seguir cortando camino
ahí por dentro…-
- ¡Coyotes!, ¡la llorona! Peor no pudiera estar en este lugar…- chilló
María mientras abrazaba con fuerza la criatura que cargaba,
- No tema usted…- le dijo el padre calmándola, - Ya ves que son
solo leyendas-
-¡mire! ¡mire! Pregúntele a Pedro que ahí viene caminando!- chilló
Juan señalando al esposo de María quien se acercaba con un saco
lleno de leña seca,
- ¡Buenas!- Saludó alegremente Pedro,
- Hijo… que bueno que llegaste…- se apresuró el cura, - Le
comentaba a tu esposa que necesito que hagas un trabajito en la
bodega de la casa cural…- María eufóricamente se aproximó a su
esposo y jalándole la manga de la camisa le reprochó – Pedro,
¿usted sabia que a don Juan le salió la llorona anoche en el río de
abajo?…-
- mmmm…. si me di cuenta anoche…- carraspeó el hombre, -
Llego como un papel a casa de doña Teresa…-
- Mira hijo – interrumpió el sacerdote malhumoradamente, .- Ya yo
le dije a María que no debe preocuparse por esas leyendas-
- Si… eso mismo - dudó Pedro mirando hacia las matas de plátano
donde había visto la horrible criatura la noche anterior, - Esas cosas
no existen… -
- Bueno… me van a disculpar- clamó Juan haciendo cara de
desinteresado, - ¿Doña María de casualidad tiene la dinero? Es que
tengo que ir a casa de don Gabelo y después donde doña Otilia…-
19
- ¡Claro que si!- brincó María dándole el dinero, - Esta completo,
pero cuéntelo...-
El hombre contó una a una las monedas y corroboró estaba exacto lo
adeudado, - ¡Completico!, ¡completito! muchas gracias entonces!-
- A usted las gracias Juan…- contestó María, -Y discúlpeme de
verdad por hacerlo venir dos veces…-
- No se preocupen, hasta la otra semana. ¡Dios los acompañe! – Y a
diferencia de lo que era habitual se puso en camino por la callecilla
del frente y no por el trillo del platanal.
- Bueno hijo… en fin… - repuso el padre, - ¿Tu crees que me
puedas ayudar arreglando la pared de la bodega?-
- Bueno con el perdón de ustedes - interrumpió la joven de mal
modo, - Yo voy pa’ dentro a ver que hago.. ¡Con su permiso!-
- Vaya con Dios hija… un gusto haberte visto…- le contestó el
sacerdote dándole la bendición,
- Si claro Padre.- continuó Pedro interesado en el trabajo, - Con
gusto le hago el arreglo en su casa, puedo llegar como a las tres de la
tarde, no puedo durar mucho ya que no me gusta dejar a esta mujer
sola acá en la noche…-
Continuaron poniéndose de acuerdo en materiales y acabados para la
bodega de la casa cural; al cabo de unos pocos minutos concluyeron
en su conversación, el padre dio la bendición y cada quien tomó por
su camino, Pedro ingresó hambriento a su casa y el sacerdote
alegremente tomó rumbo a su siguiente diligencia. Saliendo por la
callecilla el cura dobló a la izquierda, caminó unos metros por el
pasto seco; el poco sol que había ese día apenas si daba la suficiente
luz como para permitir no tener que usar un sombrero. Pasando
frente a unos gigantes árboles de pochote un susurro proveniente
del viento captó la atención del cura; se detuvo unos segundos, miró
a ambos lados del camino buscando si alguien conocido se
encontraba cerca; un lamento apenas audible ligeramente le hizo
20
voltear hacia su espalda, - ¡mi hijo!, ¡mi hijo!- se escuchó en
susurro detrás de los árboles. - ¡Eso me pasa por estar prestándole
atención a esas tonteras de la gente!- se dijo a sí mismo y tomó
nuevamente su camino por el sendero.
- ¿Qué es esta corronguera de mata?- chilló doña Teresa mirando
una mata de plátano pequeña que se encontraba a cercanos metros
de la entrada de la casa de María y Pedro, - Voy a tener que pedirle
un hijito… ¡Buenas tardes!... ¡upe! ¡upe!… - Tocó a la puerta la
señora mientras balanceaba su rechoncho cuerpo por el patio - ¡ya
voy!- gritó María desde adentro,
- ¡Bueno!…. Gracias. – clamó Teresa, aprovechaba para dar un
vistazo a la propiedad,
- ¡Diay doña Teresita!… ¿Cómo esta?- dijo María mostrándose
detrás de la puerta,
- Hola muchachita…. Muy bien a Dios gracias… Dios te bendiga mi
amor…- dulceó la señora amablemente,
- Gracias…- contestó la joven, - ¿Qué se le ofrece por acá?-
- mmmm bueno corazón… venía a invitarlos al rezo que voy hacer
mañana.-
- ahhh… rezo… ¡si claro!- contestó María insípidamente, - ¿Y rezo
de qué? -
- ¡Ay mijita!….- chilló la vieja como deseosa de escuchar esa
pregunta, - Pues seguro ya has escuchado la noticia que desde hace
días hay espíritus vagando por el pueblo… entonces el padrecito
Leonidas me recomendó que le hiciera un rezo a las ánimas para que
se espanten.-
María sintió un escalofrío que le subía por el estomago, - Bueno,
tengo que ver si puedo ir; si mi esposo mañana está un poco libre,
seguro que si voy… -
21
- Ay Pedrito tan especial – chilló Teresa, - Por cierto… ¿Dónde
anda?-
- Haciéndole unos arreglos a la cusa cural – contestó María sin
mucho afán, - Dígame algo doña Teresa, ¿Usted cree que de verdad
se vean esas cosas? Espíritus, la llorona, lo que sea..-
- ¡Claro que si!- exageró la señora, - ¡Es horrible!… por eso mismo
quiero hacer esas oraciones… para espantar los malos espíritus…- Y
como decorando su lúgubre argumento unos aullidos de coyotes se
escucharon a lo lejos; - ¡Eso es lo que yo digo!- le dijo María
mientras cruzaba los brazos, - Una que no está nada tranquila por
esos coyotes necios y tras de eso esas historias. -
- La verdad que si - apoyó Teresa, - Por eso ya el padrecito fue a
bendecirme la casa…-
- Doña Teresa… aprovechando que vino hasta acá.. ¿no le gustaría
pasar y tomarse un café conmigo?, ¡digo! así me acompaña un rato
mientras Pedro llega -
- ¡Claro que si muchacha! un cafecito a cualquier hora…- María la
invitó a pasar y la señora entró casi de modo triunfante. Doña Teresa
habló de todos los temas de conservación que pudo, María luciendo
muy ajena a las pláticas solo asentía con la cabeza y de vez en
cuando afirmaba diciendo “!Si verdad!” , de modo que Doña
Teresa se inspiraba más a seguir hablando.
- Bueno hija…- dijo repentinamente la señora, - Estuvo muy rico el
cafecito, pero ya tengo que irme. En un ratico oscurece y una señora
como yo no debe andar por ahí tan tarde. -
- No se preocupe doña Teresa, al contrario, muchas gracias por
hacerme compañía todo este rato. La llevo hasta afuera; solo
déjeme darle una vueltica al bebe. –
Posteriormente ambas mujeres salieron de la casa, Teresa lucía muy
contenta por la extensa tertulia con la muchacha, pero María no
dejaba de tener cara de desconcertada, en realidad algo muy usual en
cualquiera que tuviera una charla de horas con la rechoncha señora.
22
Se despidieron de beso en mejilla y doña Teresa se echo a caminar a
paso rápido por el camino hacia la callecilla del pueblo.
- ¡Que Pedro más testarudo!- se dijo a sí misma María mientras se
masajeaba las manos y miraba el frío entorno de los platanares, -
¿Cuando llegará temprano y no me hará pasar estas calamidades? -
Unos aullidos que se escuchaban en las cercanías la estremecieron, -
Yo creo que no voy a soportar más tiempo viviendo así.-
El lamento de una mujer se escuchó muy cerca, el escalofriante
sonido produjo un nudo en la garganta de la asustada joven. María
petrificada avivó su audición intentando reconocer aquel extraño
ruido, - ¡Debe ser solo mi imaginación! - se consoló a ella misma,
sin embargo, aquellos lamentos se habían escuchado más cercanos
que la vez anterior. Si había algo extraño en el ambiente era un
hecho que estaba muy cerca de ella, -¡La verdad que no creo que
soporte más tiempo viviendo así!…- Un espantoso grito calló de
inmediato sus palabras, - ¡ay !... mi hijo…- María histéricamente
corrió a como pudo hacia la puerta de la casa, se sostuvo a costos de
una pared, todos los músculos de su cuerpo temblaban sin poder
contenerse, - ¿Qué esta pasando?... ¿ Qué es eso?....- una neblina
espesa se divisaba a un costado de la casa, un susurro femenino en
su oreja izquierda le provoco erizar toda su piel, - ¡mi hijo! ¡Tu
hijo!- desesperada María abrió la puerta de un solo manotazo y
corrió hacia el aposento donde dormía su bebe, unos segundos de
silencio reinaron en la casucha, una ráfaga de viento cruzo entre los
platanares,
- ¡Mi hijo!- Se escuchó el desgarrador grito de la mujer, el silencio
retornó en el ambiente, la luna en cuarto menguante daba poca luz
entre los platanares, una extraña sombra blanca con figura de una
arruinada mujer cargaba en sus brazos a un niño de pocos meses,
aparecía y desaparecía entre las matas de plátano, se perdía
lentamente en el camino del trillo cerca del río el cual cruzaba en
trayectoria irregular el pueblo de San Gerónimo.
23
De camino a San Antonio (El Padre sin cabeza)
- ¡Rolo! ¡Rolo! – Se escuchaba la voz de una niña mientras lloraba, -
¡¿Dónde estas?!- Desesperada buscaba a su hermano en lo profundo
de la oscuridad; estiraba y separaba los brazos palpando varios
objetos a su alrededor. Tropezó contra algún tipo de mueble
parecido a un estante, dobló frenéticamente hacia su izquierda donde
logró acariciar una banca de madera la cual había observado
minutos atrás, recordó que estaba muy cercana a la puerta.
- ¡Aquí estoy!- escuchó el grito de respuesta de su hermano,
¡vámonos! ¡por aquí!- un grave sonido de lamento les hizo apresurar
su salida de aquel espantoso lugar.
A pesar de ser un pueblo con una pequeña población, San Gerónimo
contaba con una gran extensión de fincas, cafetales y sembradíos
que hacían de este verduzco pueblo en uno de los más grandes de
toda la zona montañosa del sur. El lugar más cercano a este pueblo
era la parroquia de San Antonio, el cual por ser zona más poblada y
al estar un poco más cerca de la capital, se volvía para los habitantes
de San Gerónimo una verdadera atracción el tener que visitar este
lugar cuando debían que hacer alguna diligencia.
El largo camino empedrado que separaba ambos pueblos tenía una
gran variedad de paisajes y terrenos, la última casa de San Gerónimo
era la de propiedad de Doña Otilia, la callecilla surcaba por en
medio de un cafetal de varias hectáreas, y conducía hasta el antiguo
puente de piedras que cruzaba el lado más angosto del río Celeste,
era ahí donde del otro lado del dicho puente se encontraba una
extensa cantidad de potrero cubierto en árboles de guayabo e
higuerones, la abundancia era tal, que cubrían todo un cerro donde
finalmente se podía encontrar nuevamente un cafetal de
proporciones un poco más pequeñas que el ubicado en el limite de
San Gerónimo.
24
La tarde iniciaba con el canto cotidiano de los silbantes pájaros
anunciando las lluvias venideras, en la callecilla pasando por en
medio de las arboledas, la risa de dos niños espantaba algunos
pájaros sinsontes que reposaban en las ramas bajas de los frondosos
árboles.
- ¡Viste tonta! La tía Mayela ni cuenta se dió de lo de la olla…-
aquellas risas resonaban por el ambiente, ambos niños compartían la
edad de doce años, sus cabellos eran claros y su tez paliducha, solo
unos minutos de vida hacían que Rolando fuese mayor que su
hermana Rocío. - ¡Uy que susto! ¿Te imaginas se hubiera dado
cuenta? de seguro nunca más nos deja visitarla…
- ¡Nada comparado a la paliza que nos daría mamá!- respondió el
hermano dándole un pequeño empujón, - ¡A que no me alcanzas!-
dijo el niño y dando grandes zancadas se alejó corriendo del lugar.
- ¡Tramposo!- gritó la hermana, - ¡Tu siempre haces trampa!- el niño
ya se había detenido y ella se acercaba corriendo.
- ¡No puedes ganarme!- rió Rolo, - ¡Siempre tienes que lloriquear
para todo…!-
- ¡Oye Rolo!… - interrumpió la niña con voz sorprendida - ¿Tu
habías visto alguna vez esa capilla?…- Una ermita de aspecto
antiguo se encontraba frente a ellos, no tenia ventanales y la pintura
lucia desgastada y sucia.
- ¡No!…- respondió secamente el hermano mientras exploraba con
la vista la vieja estructura, - Nunca la había visto antes, no me
parece para nada que sea nueva… ¡Que extraño!-
- ¡A que no te animas a entrar!- propuso la niña mientras le daba un
empujón en el hombro a su hermano,
- ¡Sabes que no me da miedo!… ¡Tu eres la miedosa! ¡entremos a
ver!-
- Yo te dije que no te animarías – repuso la niña, - Nunca dije que yo
también, ¡pero esta bien! ¡entremos!-
25
Ambos niños subieron despacio las tres gradas que separaban el
suelo de la entrada y dando un suave empujón abrieron la chillante
puerta; al igual que en su exterior la iglesia tenia un aspecto antiguo
por dentro, lo poco que se podía observar gracias a unas cuantas
candelas encendidas en las paredes mostraba una capa de polvo en
las bancas de madera situadas muy cerca de la entrada.
- Esta muy oscuro Rolo… mejor devolvámonos – susurró la niña,
- ¡No seas necia! Esta interesante… ¡mira!… parece que todo es
viejo aquí…-
- ¡vámonos!… nos van a regañar- insistió nuevamente la niña
mientras se aferraba a la manga de la camisa de su hermano. La
ansiedad y la sensación de aventura que les generaba aquella
distracción no les permitió observar la figura postrada a un costado
de la puerta y que lentamente empezaba a dar pasos pequeños hacia
ellos.
- ¡Mira estas copas! ¡mira Rocío! están negras de polvo…-
26
- ¡Ya me quiero ir!- chilló ingenua la niña sin darse cuenta que algo
se le acercaba muy despacio por sus espaldas.
- ¡Que miedosa eres!- Ven vamos a ver aquellas estatuillas – le dijo
Rolo zafándosele de un fuerte tirón,
- ¡uy!… si están muy bonitas verdad – respondió Rocío mientras
corrió al paso para acercarse a su hermano, -¡cuidado las quiebra!
¡vámonos ya!-
- ¡claro que no!… ¿Y si nos llevamos una?- propuso el niño
- ¡No!… ya suficiente con irnos a casa de la tía sin permiso de
mamá… -
- Ya te dije que no se va a dar cuenta…- dijo el niño, pero un grito
agudo y aturdidor de su hermana le interrumpió; una figura de un
hombre alto vestido con una sotana vieja se aproximaba a ambos
niños con un modo de caminar aterrante, no únicamente su caminar
fue lo temible, la poca luz de las candelas dejaba mostrar la
espantosa apariencia sin cabeza de aquella maléfica criatura.
- ¡Rolo! ¡Rolo! – Se escuchaba la voz de una niña mientras lloraba, -
¡¿Dónde estas?!- Intentaba buscar a su hermano en lo profundo de la
oscuridad, las pocas candelas se habían apagado; estiraba y
separaba los brazos palpando muchos objetos a su alrededor.
Tropezó contra algún tipo de mueble parecido a un estante, dobló
frenéticamente hacia su izquierda donde logro acariciar una banca
llena de polvo la cual había visto minutos atrás, recordó que estaba
muy cercana a la puerta.
- ¡Aquí estoy!- escuchó el grito de respuesta de su hermano,
¡vámonos! ¡por aquí!- un grave sonido de lamento les hizo apresurar
su salida de aquel espantoso lugar.
La lluvia empezaba a bañar las cuatro casas ubicadas en el centro de
San Gerónimo, la pequeña iglesia del pueblo era una de las pocas al
estilo gótico construidas en madera muchos años atrás. Si bien era
cierto que el pueblo era poco habitado, la mayor parte de los
27
terratenientes no habitantes de San Gerónimo no escatimaron en
cuanto a la ayuda económica para la construcción de la iglesia del
pueblo. Dentro del templo, los cánticos católicos provenientes de
nueve personas distribuidas en el templo resonaba por las paredes
rebotando en eco por las dos pequeñas torres que daban al
campanario. Un sacerdote de tamaño pequeño y mediano peso salió
de entre una de las puertas a un costado del púlpito, los fieles
presentes inmediatamente se pusieron en pie sin cesar sus cantos de
irregulares tonos.
- En el nombre del padre, del hijo y del espíritu santo…- clamó el
cura, todos los presentes se persignaron y al unísono respondieron
-“¡Amen!”-, una señora bajita y cabello rojizo logró sobresalir por
su tono agudo de responder. El padre hizo una reverencia al pasar
frente al altar y se ubicó en el pequeño y decorado pulpito. - Padre
todo poderoso lleno bondad, permítenos a nosotros fieles y devotos
recibir de tus bendiciones…-
- ¡Amen!- volvieron a responder los presentes.
La señora de cabello rojo se incorporó y caminó al frente al altar
mientras se carraspeaba la garganta, el sacerdote y el resto de los
fieles se sentaron en sus respectivas bancas. - ¡Primera
lectura!.. Carta a los….- el golpe fuerte del abrir de la puerta
principal y unos fuertes llantos la interrumpieron frenéticamente,
todos los presentes se voltearon bruscamente para observar la
fuente de tal escándalo.
- ¡Auxilio!... Padre…- sollozó la niña,
- Pero…¡¿Qué es lo que es?!... ¿Qué diantres les ha hecho
interrumpir este acto religioso de jueves santo? - respondió el cura
bajando del pulpito furiosamente,
- ¡Padre!…. Es horrible.. – continuó llorando Rocío,
- ¿Qué paso niña?... ¿Le pasó algo a tu madre? -
- No padre…. Hemos visto algo horrible…- continuó sollozando,
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- Ay Santa Madre bendita… ¡hasta que están pálidos!- chilló la
señora de pelo rojizo, y en un santiamén corrió para apretujar a la
pareja de niños lacrimosos.
- No comprendo hijos… ¡explíquense! – clamó el sacerdote,
- ¡Algo malo!- pronunció el niño, - Hace como media hora… mi
hermana y yo veníamos de regreso de San Antonio, andábamos
visitando a nuestra tía, de repente, en un lugar del camino
observamos una capilla.. ¡Mucho antes de pasar por el puente!-
- ¿Una capilla? – preguntó asombrado el cura,
- ¡Si! Al igual que usted también nosotros nos extrañamos mucho…
sin embargo al tiempo de quedarnos asombrados mirándola,
pensamos que a lo mejor eran tan pocas las veces que habíamos
pasado por ese lugar, que nunca notamos que existía. -
- ¡Padre Humberto!… - dijo la señora apretando a los niños, -¿Hay
una capilla?-
- ¡Por supuesto que no Teresa!.... Yo hubiera sido el primero en
darme cuenta, bueno ¡y usted! Claro esta…-
- ¡si verdad!- clamó chillando la señora, - ¿Y no sería que el cura de
San Antonio la mandó hacer antes de irse? (El pueblo de San
Antonio se encontraba sin cura debido a que este se había marchado
semanas atrás a hacer misión a Honduras).
- ¡Claro que no doña Teresa!… ¡deje hablar a los muchachos! –
desesperó el cura
- Entramos a la capilla, era pequeña por dentro; las bancas parecían
tener mucho tiempo de no usarse, no tenía ventanas. Cuando
estábamos viendo algunos objetos… ¡fue espantoso lo que se nos
apareció!-
- ¡Santo Manto Sagrado!- chilló Teresa, - ¿Qué era? -
- Ha entrado un sacerdote… un padre… pero… ¡no tenia la cabeza!
- contestó la niña estallando nuevamente en llanto, todos los
29
presentes susurraban entre sí, algunos se persignaban
frenéticamente.
- ¡Que tonteras dices hija!... ¿Cómo se te ocurre?-
- ¡Si padre!.... mi hermana y yo del susto salimos corriendo… estaba
muy oscuro…-
- ¡Ay padrecito! ¡Que miedo! – interrumpió nuevamente la señora
con cara dramática,
- No se preocupe doña Teresa... estoy seguro que debe haber alguna
explicación a todo esto. –
- ¡Diay Padrecito!…Usted ya conoce la historia de lo que pasó en
este pueblo hace años, antes de que usted llegara, lo de… ¡la
llorona!-
- mmmmjjj… - musitó el padre sin darle importancia, - Yo creo que
lo más conveniente es que se lleven a estos jóvenes para donde su
madre y les den algo caliente de beber, igual que a todos ustedes...-
y señaló a los presentes - Lo mejor será que cada quien se retire a su
casa, ¡así no podré terminar de celebrar la misa! -
Lentamente los pocos fieles fueron desalojando el templo, -
¡vuelvan todos en dos horas! – Clamó el cura, - ¡Que calamidad!…
nunca me había pasado… suspender la eucaristía de esta manera. –
_________________________________________
Muchos años atrás, un mismo jueves santo, a horas más tempranas
en la mañana, cerca del puente de piedra, una mujer de aspecto
ligeramente gruesa, cabellera negra azabache discutía con un
hombre de aspecto fortachón. Ella parecía estar muy angustiada,
mientras que el hombre tenía una apariencia más tranquila. El sol
iniciaba a calentar los alrededores, a esas horas en la mañana no era
usual que nadie pasara por ahí, lo que motivó a que la pareja
decidiera mucho tiempo atrás que el verse en ese sitio a esas horas
fuera lo más idóneo.
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- ¿Entonces te vas?- dijo la mujer con voz melancólica,
- ¡Ya te dije que si!… hoy es jueves santo, y la verdad es que
prefiero ser respetuoso.-
- ¡Respetuoso!... ¿De que?.. después de todos estos años y ahora
quieres ser respetuoso.- pronunció la mujer mientras lloraba cruzada
de brazos,
- La verdad es que lo que estamos haciendo no es correcto... ¡mi
mujer no se lo merece!-
- ¡eres un canalla!, El hijo que llevo en mi vientre no tiene la culpa
de tu cobardía… - clamó ella,
- ¡Yo prefiero dejarlo así!- respondió el hombre alzando la voz, - La
verdad que nunca debí serle infiel a mi esposa, lo mejor es que
hagas lo que te plazca con tu hijo, no quiero verte nunca más, no me
busques, evítate problemas.-
- ¡¿Cómo puedes ser tan despiadado?!- gimió desconsoladamente la
mujer hincándosele a las rodillas, el pasto aun estaba húmedo por las
gotas del rocío mañanero.
- ¡Tu tienes la culpa!- contestó despectivo el hombre, - ¡Yo nunca te
dije que quería tener un hijo contigo!-
La mujer echo a llorar sobre el pasto mientras se sostenía con una
mano el vientre, el hombre aprovechó para darse paso fuera del
lugar, apresurando su caminar y sin voltear la mirada tomó rumbo a
San Antonio.
A los varios minutos de caminar perturbado, lejos del puente de
piedra se topó con una extraña y vieja ermita escondida entre varios
árboles del bosque. - ¿Este lugar? ¿una ermita?... que extraño…-
Sin pensarlo dos veces el hombre subió las pocas gradas, después de
tocar varias veces la vieja puerta y al no tener respuesta alguna se
abrió paso entre la oscuridad.
31
Dio un vistazo al lugar, las bancas estaban muy empolvadas, la poca
luz impedía divisar claramente el altar, después de unos segundos
logró escuchar un susurro proveniente del confesorio; alguien
proclamaba oraciones en latín allí dentro. - ¡Es una señal!…- pensó
el iluso, - Debo confesarme y pedir perdón por mis faltas… - talvez
producto de su aturdimiento no meditó lo absurdo de aquella
situación,
Caminó lentamente hacia el confesorio y como se percató que estaba
abierto, entró diestramente mientras se persignaba. - ¡Padre!
necesito de su ayuda… he pecado..-
El sacerdote al otro lado del confesorio ignorándolo, continuó
pronunciando oraciones en el idioma que aquel hombre no lograba
entender.
- ¡Padre!… por favor… esto que me pasa me atormenta en mi
cabeza… ¡Ayúdeme por favor!-
El hombre percibió como la persona que se encontraba sentado en
frente de él, dentro del confesorio se levantó bruscamente, el
hombre extrañado pensó que el sacerdote no quería confesarle, sin
embargo, quedó atónito cuando la puertilla del confesorio se abrió
de forma estrepitosa y dio muestra al escalofriante hombre sin
cabeza vestido con una sotana vieja.
Estirando los brazos, el padre se le abalanzó violentamente tomando
del cuello al estupefacto hombre, como si fuera un simple muñeco
de trapo lo empezó a llevar a rastras por el pasillo de la vieja ermita.
Por alguna recóndita razón, de la garganta del hombre no había grito
que se escuchara, en la iglesia solo se escuchaba el retumbo de las
patadas que desesperadamente daba el desdichado intentando
escabullirse de aquel macabro entorno. Sin salir victorioso en su
escape y dando desesperados gritos mudos, el hombre observó como
lentamente aquella criatura espeluznante le arrastraba por el pasillo
hasta llegar a una psicodélica puerta; la cual se abrió
32
precipitadamente dando paso al infernal cura y su desdichado
invitado.
En las afueras de la iglesia, el paso de una carreta ahuyentaba a unos
cuantos sinsontes que reposaban en unas ramas bajas de un
higuerón, alguien llevaba prisa en llegar a San Antonio, en su
camino entre los cafetales que limitaba a los pueblos de San
Gerónimo y San Antonio no hubo nada extraño que le detuviera su
paso.
______________________________________________
- ¡Padre! – Se escuchó la voz dulce de una mujer, - Le buscan allá
afuera, es doña Ana Lucia. -
- Muchas gracias – contestó el cura, - Sea usted tan amable doña
Luz de decirle que en un momento la atiendo.- La mujer dio media
vuelta y se retiró, el padre terminó de acomodarse la sotana, colocó
unas copas que estaban fuera de su sitio y se dirigió por el pasillo
que comunicaba con la puerta principal de la casa cural.
- ¡Buenas tardes padre!- dijo la mujer con voz impaciente, los rayos
del sol se reflejaban en su profundo cabello negro azabache; hacia
ya media hora que la lluvia había dado paso al sol del atardecer.
- ¿Qué tal hija? He de suponer el motivo de tu visita-
- Si padre Humberto, me preocupa mucho lo que paso con mis
hijos -
- De seguro que fue solo su imaginación doña Ana, usted ya sabe
como son los niños. A lo mejor se metieron en alguna bodega
abandonada en los terrenos de doña Otilia y pensaron ver cosas. -
El sacerdote no daba muestras de querer invitarla a entrar a la casa
cural, la mujer sin interesarle mucho el ingresar o no al lugar,
miraba apáticamente hacia las flores cultivadas en el jardín junto a la
pared.
- ¡Están muy alterados Padre!, Rocío aun no deja de llorar.-
33
- ¡vamos hija! Prepárale un buen té de tilo y verás como se
repondrá.-
- ¿Es que acaso usted no va hacer algo?- saltó la mujer con ímpetu, -
Usted es el sacerdote de este pueblo, si realmente mis hijos hubiesen
estado jugando, no estuvieran así. –
- ¡Lo siento mucho hija! Debo volver a iniciar la misa en media
hora, como ya sabrás la tuve que cancelar por culpa de tus hijos. – el
padre mantenía toda la serenidad,
- ¿Es por mi pasado?- alzó la voz la mujer molesta, -¿Si fueran los
hijos de alguna casada y respetada señora si le daría importancia?
¡Se supone que usted es el que menos debe juzgar padre!- El fuerte
tono de la voz hizo que la señora que ayudaba en la casa cural se
asomara discretamente por el pasillo mas al ver la refutada mirada
de la mujer quien se percató de su inmiscuya presencia, se retiró de
sobresalto.
- ¡No exageres hija!- contestó serenamente el cura, - Usted también
debe calmarse, tómese un té que la relaje, ¡con su permiso hija! ya le
dije que tengo una misa que celebrar. –
- ¡Ya veo! Pero no se preocupe Padre, yo misma iré a ese camino,
debo ver con mis propios ojos que todo fue producto de su
imaginación, que son unos niños malcriados que interrumpen la
misa solo por capricho. ¡Que tenga una bonita tarde!- La mujer ha
dado vuelta sobre sus talones y dando enormes zancadas abandonó
el lugar.
- ¡Diay doña Ana!- le dijo una señora regordeta cuando pasaba por
la callecilla frente a la iglesia, - ¿Cómo siguieron sus hijos? –
Sin dar ninguna respuesta y apresurando el paso, la mujer se desvió
por el camino que llevaba hacia la finca de doña Otilia, la última del
pueblo. Después de caminar por varios minutos, se sentó casi sin
aliento a descansar. - ¡No voy a permitir que mis hijos también sean
criticados en este maldito pueblo! – pensó furiosamente. Después de
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unos cuantos sorbos de aire, se incorporo rápidamente y siguió por
el camino.
Al pasar por el viejo puente de piedras, miró hacia un costado vacío
del potrero y sintió como si algo frío le subía por el estomago hasta
llegar a la garganta, no era la primera vez que lo sentía, siempre que
pasaba exactamente por ese lugar, todo su cuerpo se
descompensaba, muchos años atrás se recordaba llorando en aquel
lugar.
Sin darle mucha importancia, la mujer continuó su paso acelerado
por la empedrada callecilla. Al llegar a una zona boscosa del
camino, se detuvo frenéticamente e inició la búsqueda ardua de algo
que no sabia si en realidad existía. Se adentro entre los guayabos y
los higuerones, sin embargo, solo lograba divisar árboles y de vez en
cuando ardillas que se escabullían a su presencia. Dio tres vueltas
por los trillos marcados por sus propios pasos, sin éxito alguno
llegaba siempre al mismo lugar. Desesperada necesitaba encontrar la
fuente de horror de sus hijos.
Rendida la mujer se dejo caer al suelo donde sus sollozos entre
lágrimas parecían ahuyentar las brisas del viento, produciendo de
esa forma el cese del vago movimiento de las arboledas.
El anochecer se hacia venidero, las sombras entre los guayabos se
tornaban más oscuras, durante veinte minutos su llanto era lo único
que cortaba el silencio habitual en el bosque. Sus lamentos se fueron
mermando, finalmente ya no se escuchaban. La mujer secó sus
lagrimas con su aguada blusa, lentamente se puso en pie, más sin
embargo, casi cae de espaldas al percatarse de lo que a su frente se
podía observar. Una capilla pequeña de apariencia antigua cortaba la
vista de los guayabos. No podía dar merito a lo que estaba mirando,
¿Cómo era posible que después de tanto buscar?.
La puerta estaba entre abierta, una oscuridad se notaba en su
interior. Dando pasos largos la mujer subió por las pequeñas gradas,
35
y ya con medio cuerpo adentro inclinó su cabeza hacia afuera para
dar un vistazo al entorno del oscuro bosque. Si realmente había algo
en ese lugar, estaba a punto de comprobarlo, giro levemente y de un
suave empujón cerró la chillante y deteriorada puerta.
En las afueras de la pequeña ermita, el paso acelerado de una carreta
ahuyentaba a unos cuantos sinsontes que reposaban en unas ramas
bajas de un higuerón, alguien llevaba prisa en llegar a San Antonio,
en su camino entre los cafetales que limitaban a los pueblos de San
Gerónimo y San Antonio no hubo nada extraño que le detuviera su
paso.
36
Ojos azules (La Cegua)
Una de las principales actividades que generaban ingresos en el
pueblo de San Gerónimo era el cultivo de café, sin embargo, algunos
pocos habitantes como don Felipe Arias, dedicaban las tierras al
cultivo de papa, yuca u otras actividades.
La extensa finca de don Felipe se encontraba a unos cuantos
kilómetros de las tierras de don José María Fernández, limitaba
hasta el fondo con el río Celeste y a un costado con los cerros
empinados que formaban parte de la propiedad de Otilia Jiménez.
Como típico pueblo, San Gerónimo contaba con una pequeña
escuela, tenía una sola aula construida como un anexo junto a la
iglesia; había un pequeño bazar a unos pocos metros de la escuela y
por supuesto muy común en cada pueblo la cantina. En este lugar la
cantina propiedad de don Alberto Córdoba se ubicaba un poco más
alejada del centro del pueblo, a tres kilómetros hacia el sur. Esta
extraña ubicación, se debía a que su antiguo dueño muchos años
atrás había ganado en una apuesta un pequeño terreno donde
posteriormente habría construido la cantina. Prácticamente el
negocio era sostenido por los peones y pocos viajeros que utilizaban
diariamente esa ruta.
- ¿Te sirvo otro trago Rogelio?- dijo el cantinero al único cliente
sentado en la barra de la cantina, don Alberto era un hombre ya un
poco mayor, conocido en el pueblo por ser amable y llevadero; a lo
mejor y estas características fueron el fruto de años de tratar con
viejos borrachos con los que debió ser muy paciente.
- ¡Claro!- contestó el joven cliente, lucia sucio y tenía un aspecto
cansado. Al frente tenia en la barra varias copas vacías. El cantinero
tomó una botella de color verde oscuro y le lleno una copa mientras
recogía el resto. La cantina de don Alberto Córdoba era la única en
el pueblo, su abuelo la había abierto muchos años atrás, y una vez
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difunto, él continuó con el negocio, los licores clandestinos eran los
más apetecidos por los trabajadores de los campos.
- Dime Alberto…- dijo el hombre, - ¿Qué ha pasado con la finca de
aquella familia? ¿Los Arias? ¿Ya la vendieron?-
- ¡ah claro!… hace como dos meses… - repuso el cantinero,
- ¡carajo! no les costó mucho… yo me suponía que iban a tardar
varios años en poder vender… -
- ¡No que va!- clamó el cantinero, - Para mi que la esposa de don
Felipe estaba deseando que se muriera para poder vender, ni respetó
al pobre difunto.-
- Así son todas las mujeres – respondió el joven de modo burlón, -
¿Y se logró saber al fin y al cabo la causa de la muerte?- preguntó
mientras se bebía un poco de licor de la copa.
- Solo rumores…- espectó don Alberto, - Dicen que el muy
desdichado iba montado en su caballo, le dio un infarto y ahí
mismitico calló. Claro, ¡lo horrible fue como lo encontraron, todo
despedacitico por los coyotes! –
- ¡Que susto ver algo así! - chilló Rogelio, - ¿Y quien encontró el
cuerpo? –
- Don Gabelo Hernández – respondió el cantinero, - Dicen que venia
de recoger una leña con sus caballos y carreta, y cual fue la sorpresa
de toparse con el cuerpo del hombre en medio camino. –
- ¡Tamaño susto se sacó ese viejillo!- burló el joven y soltó una
carcajada al aire, sin embargo el cantinero le miró en desacuerdo y
continuó relatando ignorando su burla.
- Al parecer don Gabelo ignorantemente creyó que el hombre aun
estaba medio vivo, lo ha montado en la carreta y a toda prisa lo llevo
a un doctor que hay en san Antonio; y pues bueno, ya sabemos que
bien muerto que ya estaba –
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- ¡Pobre hombre!- dijo el joven y de un solo tomó el resto del licor
de la copa, - Como dice la gente, “cuando la piedra esta para uno,
¡no hay quite!” –
- Así es – respondió el cantinero, - Ni siquiera pudo sacar provecho
de las cosechas que tenía en su finca, bueno, los que si disfrutaron
vendiendo la finca fueron su familia.-
- ¡diay! La platica llama… - comentó el joven – Sírvame otro trago
¡Esto no rinde nada!
La barra era pequeña y tenia únicamente tres sillas, además se
ubicaban dentro del bar tres mesas pequeñas con aspecto un poco
deterioradas con dos sillas en cada una.
- ¿A que hora piensas cerrar hoy?- preguntó el joven mientras ojeaba
el reloj de la pared, marcaban las seis y quince de la tarde.
- Como en media hora…- contestó el cantinero con voz cansada, -
Es jueves y no creo que llegue nadie más por hoy…-
Instantes después de sus palabras, la puerta de la cantina se abrió
muy despacio y una hermosa mujer cabello lacio y ojos azules
impactantes entró dando pasos muy finos y con cara de
desconcertada.
- Pues parece que si llego más gente.- sollozó el hombre sin
apartarle la vista a la bella mujer, - ¡uy! mujerona...- dijo exaltado,
- ¡epa! ¡Rogelio! - clamó el cantinero, - ¡calma! ¡calma!, Hombre
recuerda que tienes novia…-
- No se meta usted en lo que no le importa – respondió el joven
mientras le lanzaba una mirada amenazante al cantinero, - ¡vaya!
¡Atiéndala!-
El cantinero un poco molesto por los comentarios del hombre, secó
sus manos con un limpión que colgaba cerca y se dirigió hacia la
coqueta mujer quien se había sentado en la mesa más cercana a la
puerta, miraba con soslayes hacia afuera.
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- ¡Buenas señorita! – le dijo amablemente el cantinero, - ¿Le puedo
servir en algo?-
- ¡No! gracias…- contestó la joven lanzando una mirada seductora,
El cantinero sorprendido, tomó el limpión que llevaba y dio una leve
sacudida a la mesa, - Disculpe la pregunta. ¿Usted no es del pueblo
verdad? ¿Qué hace una señorita como usted sola a estas horas en
una cantina?-
La mujer soltó una sonrisa apenas notoria y le quitó de inmediato la
mirada.
- Busco… ¡compañía! viajo sola y… ya es tarde.-
- ¡A la puñica! – clamó el hombre, - ¿Va usted para algún lugar? -
- Así es… - susurró la joven, - Voy a visitar a mi abuela que vive en
el pueblo, no medí bien el tiempo y se me hizo ya muy tarde; me da
mucho susto caminar por ahí sola, por caminos que no conozco. –
El cantinero atónito quedó con el limpión en la mano, no sabía si
ofrecerle alguna bebida caliente u ofrecerle ayuda acompañándola.
- ¡Disculpen!- clamó Rogelio interrumpiendo los pensamientos del
cantinero, - Dispensen que me meta en la conversación, he
escuchado que la señorita necesita ayuda….- Con disimulo apartó
levemente al cantinero mientras la joven lo miraba de forma
seductora,
- Precisamente yo iba para el pueblo, si usted gusta yo me ofrezco a
acompañarla…-
- ¡Que pena!- susurró la muchacha bajando la cabeza,
- ¡Ninguna!- respondió el joven, - Una mujer tan bella como usted
no debe andar sola por los caminos, y más aún a estas horas tan
tarde. –
- Así es – le respondió ella, - Seguramente usted debe pensar mal de
mi al verme acá en una cantina. –
- ¡No!... para nada…- chilló el hombre con voz vehemente, - Con
mucho gusto yo la puedo acompañar. A una mujer tan radiante
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como usted no se le puede negar un favor, solo déjeme pagar la
cuenta y nos vamos. –
El cantinero que boquiabierta escuchaba aquella conversación
reaccionó al instante y procedió a cobrarle la cuenta de lo
consumido, ambos hombres caminaron hasta la barra de la cantina
donde Rogelio se dispuso a recoger su sombrero.
- ¡epa! ¡epa!- le susurró el cantinero, - ¡Ojo con la cuenta! si se
entera su novia Lucrecia, tamaño alboroto que te hace…-
- ¡No sea metiche! – Vaciló Rogelio, - Usted no ha escuchado ni
visto nada, es más, ¡usted a mi no me ha visto! ¡Hasta pronto!-
Se colocó su sombrero un poco deteriorado y caminó apresurado
hasta la bella mujer,
- ¡Listo! Nos podemos ir ya. -
El hombre y la mujer salieron de la cantina a paso lento, él
contemplaba idiotizado tal belleza y la mujer suspicazmente retenía
su mirada en los alrededores. Al llegar afuera, el caballo de Rogelio
yacía amarrado al tronco de un árbol de guayaba, el hombre hizo un
gesto de invitación y la mujer enseguida trepo muy ligeramente
sobre el animal.
Seguidamente el joven dio un fuerte brinco y quedó sentado detrás
de la joven quien se aferraba de manera elegante a la montura del
caballo.
- Espero que no se sienta incomoda- susurró el hombre,
- ¡Claro que no!- contestó la mujer dulcemente mientras Rogelio
daba rienda al caballo a un paso trotador.
- Es usted muy hermosa… me imagino ya se lo habían dicho
antes…-
La mujer mostraba una risita dulce y agachaba la cabeza sobre su
hombro, el caballo que montaban iba trotando a paso lento por un
camino angosto, era un pequeño atajo que conocía Rogelio el cual
conducía a un costado cerca del puente de piedra.
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Un manto tenue color gris cubría el cielo, la noche se empezaba a
apoderar del verdor de las fincas, el caballo poco a poco se agitaba
en el angosto trecho del potrero sin pastar, unas cigarras resonaban
anotando un sonido típico en el lugar.
- Perdóneme la pregunta…- musitó el joven, - ¿Usted tiene novio?-
La joven sin responder a la inquietud del hombre, continuó con la
cabeza girada hacia un costado, sus brazos parecían aferrarse fuerte
al caballo.
- ¡Disculpe la pregunta! – clamó Rogelio al pensar que la había
ofendido, - Soy muy indiscreto… no debí preguntar.- La joven
continuaba sin decir nada y agachó de forma más frenética su
cabeza, el caballo empezó a contonearse acelerando su paso, el
hombre se aferro a las riendas e intentó amansar con éxito a la
intranquila bestia.
- ¿Se encuentra bien?- preguntó a la joven tocándole el hombro por
detrás, la mujer continuó con su cabeza agachada, sin embargo,
producía un leve gemido desconcertante. El hombre notó como
aquel ruido era lo único que se escuchaba en el ambiente, los
silbidos de las cigarras habían cesado súbitamente.
Sin poder comprender bien exactamente lo que sucedía, Rogelio se
atiborró al notar como la cabeza de la bella joven giraba lentamente
dejando mostrar la perturbadora figura de un rostro deformado de
mujer en el cráneo de un caballo, mostraba vigorosamente sus
grandes dientes y despedía un desagradable olor a podrido por su
boca.
El pobre hombre ahogó un grito angustiante y seguidamente fue
tumbado del caballo cuando este se posó frenéticamente en sus patas
traseras desocupando sus monturas. Al caer al suelo, Rogelio sintió
como la diabólica bestia caía justo encima de él, e intentó con todas
sus fuerzas y sin éxito alguno apartarla de su lado. Los gritos graves
y desgarradores del hombre sucumbían en el pasto, la tétrica escena
contrastaba con la noche que caía tranquila y naturalmente. El cielo
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grisáceo mostraba los indicios de la tinieblas; y en ella un caballo
que corría descontrolado en un potrero lleno de pastos de alto
tamaño y en el trillo que le cruzaba, un hombre postrado sin vida en
el suelo junto a una gran roca donde correrían los rumores que se
había desnucado.
_ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _
- ¡Así es don Felipe! … yo creo que ya mañana mismo podemos
sacar esas yucas, ya están ¡apenitas!- dijo Pedro, joven fortachón
que vivía en una finca vecina, caminaba junto a don Felipe Arias
quien montaba a paso lento en su caballo.
- ¡Que bueno Pedro! A ver si por acá puede venir el peón con la
carreta, me imagino habrá que hacer varios viajes…-
Como todos los caminos en San Gerónimo, la callecilla que
comunicaba la finca con el camino hacia el pueblo estaba cubierta
de piedras de todo tamaño.
- No se preocupe don Felipe – dijo el peón - Si acomodamos bien
las yucas en la carreta si acaso serán solo tres viajes los que
tendríamos que hacer -
- ¡Ah que bueno!- respondió el señor, - Probablemente regrese ahora
más tardecito para traerme algunos sacos vacíos. –
El ritmo de don Felipe en su caballo era lento, lo que hacia que
Pedro no tuviera ningún problema en poder seguirles el paso. Esa
tarde hacia un tiempo agradable, unas nubes grises entibiaban el
abundante palpitar del sol que en muchas ocasiones ofuscaba a los
pobres peones que tenían que soportar largas horas bajo su pesar.
- Ah pues, tiene razón usted – dijo Pedro, - Solo que si usted va a
demorar mucho tenga cuidado con los coyotes –
- ¿Andan otra vez por estos lados? – respondió don Felipe, se quitó
su sombrero, lo sacudió levemente quitándole polvo y nuevamente
se lo encaramó.
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- Pues no los he visto aún, pero ha usted de creer que en las noches
están comiéndose cuanta comida deje uno mal puesta. Dicen que
están muy agresivos los condenados, el otro día mataron a los
perros que cuidaban la casa de una señora en el pueblo-
- ¡Que tirada con esas criaturas!- respondió el señor mientras
desaprobaba con la cabeza,
- ¡Bueno patroncito!- clamó Pedro mientras detenía el paso, - Hasta
acá lo acompaño, ¡ahí pa` dentro vivo yo! ya mi mujer María debe
estar muy nerviosa de estar sola, si vieras que desde que me la traje
a vivir acá esta más majadera que nunca. -
- ¿Cómo?.. – clamó don Felipe - ¿Yo continuó solo hasta el
pueblo?- El hombre parecía un poco más que sorprendido, asustado.
- Bueno… ¡no vaya ser y salgan coyotes por ahí! – repuso
carraspeándose la garganta,
- No se preocupe señor…- calmó el joven, - Los coyotes que le digo
no bajan por estos caminos tan temprano, lo hacen más en lo
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profundo de la noche. Bueno que Dios lo acompañe y nos vemos
mañana. - Pedro dobló su camino metiéndose en un trillo un poco
más pequeño que la callecilla empedrada y se perdió lentamente
entre los platanares que cubrían la finca.
- ¡Bueno Pedro!… pase buenas tardes… - se dijo el señor casi a sí
mismo. Siguió cabalgando por la callecilla, la cual al dar una vuelta
a la derecha iniciaba una leve pendiente de aproximadamente
doscientos metros.
Don Felipe apresuró el paso de su caballo, no deseaba que la noche
le sorprendiera solo por esos caminos, el sol ya daba muestras de
querer retirarse por entre las montañas.
Al terminar el descenso entre el camino que se rodeaba por
numerosas matas de plátano, algo peculiar le llamó de gran forma la
atención; una muchacha de aspecto hermoso esperaba sentada en
una gran piedra de forma ovalada a un lado del camino. Al lograr
acercarse corroboró la belleza de tal figura, lucía unos ojos azules
que contrastaban con el verdor de los platanares, su cabellos eran
lacios y caían como puntas de agujas sobre sus hombros.
- ¡Hola!...- le dijo la hermosa joven mientras se levantaba
glamurosamente, el hombre detuvo el trote del caballo de un solo
jirón de riendas, - ¿Es usted del pueblo?.. me he perdido…-
- Yo… eh… este… - don Felipe sintió como en su cerebro se
formaba un “vaivén” de pensamientos que no le impedía
coordinarse, - Pues en realidad no soy de acá… solo que… bueno
nada… ¿Para donde se dirige señorita? -
- Al pueblo…- contestó la joven con una leve risita - Me he
perdido… voy a visitar a mi abuela que vive allá. ¿Usted se dirige
al pueblo?.. ¿Me podría llevar?- Sus ojos se le llenaban de luz,
- Bu- bueno yo-yo…- tartamudeó el señor, le significaba gran
esfuerzo darle sentido a una frase,
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- Es que me da miedo irme caminando sola.- comentó ella mientras
daba un ligero movimiento de cabeza que acomodaba su cabellera, -
Y usted se ve tan fuerte y masculino…-
- ¡Claro que la puedo llevar!- gimió el hombre mientras se lanzaba
al suelo, - Mi nombre es Felipe Arias, - le dijo entusiasmado
mientras le estiraba la mano para ayudarla a montar, la joven
dibujo en su rostro una amplia sonrisa, le propinó una leve caricia en
el brazo y de un solo empuje se montó de medio lado sobre el
caballo, - ¡Gracias! es usted todo un caballero. –
- ¡Eres muy bonita! - comentó el hombre, quien sin montarse en la
bestia había empezado a caminar sujetándola de la rienda - Me
imagino que ya se lo habían dicho antes.
La mujer continuó en silencio, sin embargo dejo mostrar una
sonrisa tímida producto del comentario; caminaron algunos metros,
y al pasar por debajo de las frondosas ramas de un higuerón, la
mujer lanzó una mirada picara al nervioso hombre, este como se
encontraba muy pendiente de la señorita, le devolvió el gesto con un
piropo – ¡Tienes unos hermosos ojos! –
La mujer continuó sonriendo, mientras don Felipe continuaba su
retahíla de dulcerías.
- ¿Sabe una cosa? Tengo muchos años de no ver una dama tan
atractiva como usted. En todo San Gerónimo entero juro que nunca
he…. ¿Le pasa algo señorita? - El hombre vio interrumpido su
lluvia de adulaciones cuando la joven repentinamente se inclinó
agachando su cabeza y manos encima del caballo.
- Señorita… ¿le pasa algo? … - repuso nuevamente el hombre
mientras detenía el paso del caballo, que se empezaba a poner arisco
y alterado…. – ¡ooooh..! ¡ohhhhh…! – clamó don Felipe calmando
a la bestia, - ¿Señorita?.... – la bella joven no le respondía y seguía
sumisa postrada sobre el caballo. Un olor a podrido empezó a
apestar en el lugar.
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-¿Fue algo que dije?- preguntó desesperado, sin embargo un
movimiento brusco de la mujer le hizo brincar hacia atrás, aquella
joven hermosa a quien había montado en su caballo no era la misma,
dejo mostrar su pérfido rostro de mujer y caballo, la carne a medio
podrir despedía un putrefacto olor, la lengua parecía tener vida
propia, le salía como serpiente y amenazaba de manera bestial.
Dos pasos atrás dio el hombre, la diabólica criatura le miraba directo
a los ojos, dejaba mostrar una furia desbordante; sintiéndose como
en un mal sueño, don Felipe empezó a sudar frío por todo el cuerpo,
un leve mareo le hizo perder el equilibrio. Pocos segundos después
un grito de muerte resonó y desgarró el lugar, escuchándose como
un ligero eco en los potreros cercanos.
“Dicen que el muy desdichado iba montado en su caballo, le dio un
infarto fulminante y ahí mismo calló tumbado. Claro, ¡lo horrible de
todo fue como lo encontraron todo despedazado por los coyotes!”.
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La remedio del Engaño (La Bruja)
Manos tan delgadas y decadentes que se confundían con las ramas
secas de un arbusto, una capucha color verde oscuro que no dejaba
ver su larga y pálida cara casi sin expresión, Zelma la ermitaña
anciana con fama de bruja salía únicamente las noches de los
martes, según ella ese era el momento oportuno para recolectar
hierbas, raíces y demás ingredientes para sus muy peculiares y
conocidas remedios de amor.
Son pocos los habitantes de San Gerónimo que conocen la historia
acerca de esta anciana, nunca se había comprobado realmente su
existencia, inclusive habían quienes aseguraban que su choza alguna
vez estuvo en las cercanías de lo que hoy día era la finca de Doña
Otilia Jiménez, otros mencionaban que vivió en una casa vieja
destruida hace muchas décadas por una crecida del río Celeste.
Cuenta dicha historia que una bella joven proveniente de San
Antonio, al haber escuchado acerca de la fama de esta anciana bruja
y sus remedios, decidió adentrarse en el bosque entre las fronteras
de ambos pueblos en búsqueda de la mística ayuda de la llamada
bruja de los árboles. Al principio lo asumió como algo sin
importancia, “nada pierdo con intentarlo” pensaba, sin embargo, en
cuanto más se adentraba en el bosque un sentimiento de angustia y
temor fue apoderándose de su interior. Las oscuras sombras de los
árboles formaban un ambiente de tinieblas, las enredaderas lucían
como serpientes de diferentes oscuras tonalidades, una que otra se
contoneaba con el sobar del viento. A las pocas horas de caminar, la
joven se movía ya lentamente, cada paso que daba aumentaba en
ella unos enormes deseos de volver atrás. De repente, las copas de
los enormes higuerones empezaron a tambalearse, si ella hubiese
controlado su agitada respiración y su corazón no hubiera palpitado
tan fuerte en su cabeza, hubiera logrado escuchar los susurros que de
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los árboles brotaban como quienes intentan ahuyentar o advertir
sobre algo. En ese momento, la joven ya estaba dispuesta a retornar
a la seguridad de su pueblo, mas una voz aguda con tonalidad oscura
le detuvo el paso gritando:
-¿Quién eres? ¿Qué buscas por acá?-
-Mi nombre es Flor. – Respondió la joven con voz entrecortada, -
Vengo de un pueblo cercano, he venido hasta acá para acudir a su
persona… la bruja de los árboles… necesito de su ayuda… -
- ¡¿Ayuda en que?! – Reclamó la anciana, - ¿Quién te has creído?
Mira que venir a interrumpir mi silencio…-
- ¡Por favor! – Interrumpió Flor, - Hay una mujer en San Antonio
que me ha contado sobre usted; de que prepara unos infalibles
remedios de amor.-
La anciana empezó a reírse alocadamente y se detuvo
frenéticamente susurrándole:
- ¡Remedios de amor!... dime pobre mujer de mirada perdida, ¿De
quién estás mal enamorada? -
- De un joven del pueblo, su nombre es Miguel, desafortunadamente
para mí él me quiere solo como amiga. Es por eso que he venido
hasta acá, he vencido mi temor, la oscuridad no ha sido un obstáculo
para acudir a su persona… como podrá ver, no me puedo conformar
con solo una insípida amistad. -
La anciana bruja guardó silencio por unos segundos, miró hacia los
árboles que le rodeaban, frunció las cejas y respondió: - De la
pócima que está ahora a tus pies, debes verter únicamente tres gotas
sobre alguna prenda de este hombre que tanto amas; verás como con
tu fe y mi magia esa misma noche él estará a tus pies. -
-¡Gracias!- gritó la joven, - ¿Cómo puedo yo pagarle por su ayuda?-
La vieja como a quien ofenden intensamente le contestó: - ¡De
ninguna manera! Yo Zelma, la vieja bruja de los árboles jamás
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cobrará por favores en el amor, hice un juramento hace años… ¡No
me debes nada!-
Aquella muchacha no ha podido disimular su cara de intriga, mas
antes de poder cuestionar a la anciana, esta le aclaró: - Debes saber
las reglas del remedio: En la noche del día que efectúes el hechizo,
debes dejar abierta la puerta de tu casa, esto significa que tu amante
no tendrá ningún impedimento para entrar ni a tu casa ni a tu
corazón… ¡quedas totalmente advertida!, Si cuando tu amado
llegue, la puerta esta cerrada, el conjuro se acabará en ese mismo
instante.- Un enérgico viento empezó a sacudir con violencia los
árboles, la voz oscura ya no se escuchaba, la joven que apenas podía
mantenerse en pie entendió que ese era el momento de marcharse
del lugar, guardó la poción en una bolsita que llevaba y empezó a
correr huyendo de aquella extraña penumbra.
Al día siguiente, sin la menor duda de lo que debía hacer, Flor
acudió al pueblo en búsqueda de su inigualable obsesión, sin mucha
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esfuerzo encontró al dicho joven que tanto amaba, sutilmente logró
verter sobre su camisa tres gotas del líquido proveniente de un
frasco color azul plateado. -¡Lo logré!- se pensó, mientras sus ojos
se empañaban.
Esa noche, reinó la oscuridad, la luz de la luna y las estrellas habían
desaparecido bajo un ejercito de nubes oscuras que sobre guardaban
el cielo. Alrededor de la casa de la joven, el sonido de algunos
insectos rompía el silencio de vez en cuando. Dentro de la casa la
enamorada se dispuso a dormir, esperando que su felicidad acudiera
a ella como la anciana se lo había asegurado. Antes de acostarse se
aseguró de que la puerta hubiese quedado abierta garantizándose de
esta manera que el conjuro funcionara tal y como esperaba.
Así fue, adentrada la noche, unos pasos provenientes de afuera
despertaron a la joven, entusiasmada salió de la habitación para
averiguar si se trababa de su alocado amor, en efecto, era el
muchacho que tanto la hacia suspirar, sin embargo, no llegaba solo,
lo acompañaba en su mano derecha un plateado y afilado puñal. La
joven no tuvo oportunidad de reaccionar cuando aquel hombre se le
abalanzó y atizó tres puñaladas en su corazón.
En ese preciso instante, una aterradora y malvada risa resonaba en
las profundidades del bosque de higuerones en San Gerónimo, el
sollozo débil de la joven antes de morir fue acompañado de muchos
lamentos provenientes de las copas de los árboles en los adentros del
bosque, se trataba de los llantos silenciosos de todas las almas de
desdichados de amor, pobres personas desorientadas que al igual
que la ilusa joven fueron engañados en nombre del amor.
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Lucita (La procesión de las ánimas)
Hacia el Norte de San Gerónimo, rodeándose de múltiples cafetales,
don Luis Arroyo había construido su casa casi veintidós años atrás.
Vivía junto con su esposa Marta y sus tres hijas: Claudia de veinte
años, Sandra de diecisiete y Luz María de once años.
Este afanoso hombre daba su vida y se sacrificaba trabajando
arduamente en sus cultivos para poder llevar a su familia
diariamente el alimento. Su finca no era muy extensa, sin embargo
era una tierra muy fértil, día a día bajo el agobiante sol, cultivaba
diferentes productos los cuales llevaba a comerciar al cercano
pueblo de San Antonio. Su esposa Marta, estaba muy pendiente en
las labores hogareñas y a menudo, al igual que sus tres hijas,
ayudaba a su esposo en los trabajos de agricultura.
La pequeña casa tenia únicamente dos cuartos, uno era en el que
dormían don Luis y su esposa y el otro aposento lo compartían las
tres hermanas. Luz María era la menor de todas, era una niña muy
distraída, siempre usaba una trenza apretada en su cabello y era la
más consentida por sus padres, se daba gran gusto al comer todo lo
que su madre le preparaba, por lo que a su joven edad, fuera la más
regordeta de la familia. Una fría noche de agosto, todos en aquella
casa dormitaban plácidamente, con excepción de la menor de las
hijas, quien sin poder conciliar el sueño, se sentaba en su cama, y
jugaba con una pequeña prensa de cabello a la que imaginariamente
daba diferentes formas y movimientos con sus manos. La oscuridad
de la habitación no era impedimento para que la niña continuara
jugueteando alegremente sobre su cobija caliente que colocaba a un
costado; un ruido de gente susurrando le hizo perder la atención a su
juego, dejó la prensa a un lado y se puso de pie lentamente,
palpando con sus manos llegó a la ventana que se encontraba junto a
su cama. Al mirar por la ventana entre abierta, la niña observó una
pequeña procesión de personas enlutadas que caminaban por la
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callecilla que cruzaba frente a la casa, algunos llevaban velos en sus
rostros, un hombre alto que encabezaba la procesión cargaba una
cruz pequeña de madera sobre su hombro, el resto de personas
sostenían en sus manos trozos de candelas que iluminaba sus
pálidos rostros en la profunda oscuridad de esa noche. La niña muy
intrigada continuó mirando el suceso con curiosidad, se acomodó
entre la ventana y sin tener la mínima intención de abrirla en su
totalidad, apenas se asomaba con dificultad. Una de las señoras que
caminaba muy ligero y casi arrastrándose, lentamente volteó su
mirada hacia la casa, y haciendo una pequeña reverencia con la
cabeza saludó a la estremecida niña.
Esta se sorprendió tanto que de un solo manotazo cerró la ventana,
se hizo landaza a la cama y en pocos segundos se había cobijado de
pies a cabeza, tomó la prensa que había dejado sobre la cama y la
aferró fuerte contra sus pequeños dedos, el resto de la noche el
cantar de los grillos amenizaron la perplejidad de la pobre niña.
A la mañana siguiente, el aturdidor grito de doña Marta para
despertar a todo habitante en la casa, les hizo a las tres jóvenes
tumbarse de la cama, la más pequeña de todas tenía unas enormes
ojeras en su rostro, daba una apariencia de no haber dormido en
muchos días.
- ¡Diay Lucita! – Le dijo su hermana Sandra mientras acomodaba su
cobija, - ¿Por qué tienes esa cara?-
- ¡No pude dormir bien! – le contestó la niña aún medio dormida,
- La noche estuvo fría, seguramente no te abrigaste bien; o talvez
algo que comiste anoche te produjo insomnio –
- ¡No fue eso! – Contestó la niña mientras bostezaba, - Me costó
mucho poder dormir, cuando ya todos estaban durmiendo escuché
mucha de gente que caminaba por la callecilla, entonces me asomé
pa` ver y había una procesión de personas caminando afuera, ¡todas
vestidas de luto! –
- ¿Una procesión? – preguntó su hermana,
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- Si, un señor muy muy alto llevaba una cruz pequeña, y las demás
personas una candela. -
- ¡Ya deja de querer asustarme! – clamó su hermana Sandra saliendo
a zancadas del cuarto. Al llegar a la cocina, su madre y la hermana
mayor Claudia se encontraban desayunando, se servían unas tortas
de yuca de apariencia apetitosas, al ser lo que estaba de temporada
de cultivo, la familia aprovechaba al máximo lo que había. Sandra
entró precipitadamente, su hermana Luz corría detrás de ella
mientras insistía fervientemente, - ¡Es cierto! ¡Es cierto!-
- ¡ah la perica! – Clamó la madre, - ¡Otra vez ustedes dos
peleándose! ¡Ya cálmense! -
- Luz esta de necia contándome cosas de miedo pa` que yo me
asuste – chilló Sandra,
- ¡Ya usted esta muy mayorcita pa` asustarse por tonteras! – regañó
la madre, - Rápido vengan a tomar café que hay que ir a acomodar
algunos sacos en la finca -
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Las tres jóvenes se quedaron calladas y tal y como su madre lo había
ordenado, desayunaron sin protestar. Ese día Lucita no le dirigió
palabra alguna a su hermana Sandra, estaba muy molesta por la
sermoneada que su madre le había propinado por su culpa. Al
acercarse el anochecer, toda la familia inclusive don Luis que desde
la madrugada se había marchado a trabajar a los cultivos, regresaban
exhaustos a su hogar.
- Mañana en la mañana vas a tener que ir al yurro a lavar la ropa.- le
decía doña Marta a su hija Claudia mientras ingresaban a la casa,
siendo la mayor de las hermanas, la pobre joven tenía que asumir un
poco más de responsabilidades.
La hora de dormir había llegado, la cama de luz estaba cerca de la
ventana, al ser una cama pequeña, la acomodaban casi en cualquier
rincón de la habitación, Sandra y Claudia compartían una cama
grande que encajaban entre las dos paredes al otro lado del cuarto;
había un mueble ropero de muchos años de uso en la familia, la niña
menor en muchas ocasiones se lastimaba el dedo meñique del pie al
tropezar con el viejo ropero en la oscuridad.
Un aguacero estremecedor caía fuertemente, sobre el techo de la
casa el sonido azotador de la lluvia apresuraba las ganas de reposar
en los cansados miembros de la familia; Luz María aunque yacía
acostada y cobijada de pies a cabeza, no lograba conciliar el sueño,
retenía en su mente la imagen de aquel grupo extraño de personas
que caminaban a la vela de la noche cerca de su casa. Al pasar de los
minutos, cuando la niña había cesado su esfuerzo por descansar, se
quedó profundamente dormida, el sonido de la lluvia golpeando
fuerte en el desgastado techo, servía como un somnífero estupendo
en las noches de invierno, sin embargo, al transcurrir de la noche, el
golpeteo de la lluvia cayendo fue mermando lentamente, hasta que
el silencio profundo reino en la oscuridad de la madrugada.
Aquel mismo sonido proveniente del susurro de personas de la
noche anterior volvió a despertar de manera repentina a la niña, al
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principio quedó inmutada bajo sus cobijas, intentó agudizar el oído
para corroborar si se trataba de su imaginación, sin embargo, el
susurro se acrecentó levemente, la niña aferrada al poco de valor que
aún conservaba se dirigió lentamente hacia la ventana, abriéndola
muy despacio.
El mismo grupo de personas enlutadas caminaban frente de su casa,
el hombre a la cabeza del grupo cargaba la misma cruz de madera y
el resto se iluminaban a la luz de las velas; en esta ocasión, la niña
decidió mantenerse observando dicha procesión, tenía la curiosidad
de indagar quienes eran y hacia donde se dirigían, repentinamente
una mujer que se arrastraba bajo su vestido negro se inclinó de
forma enérgica quedando en posición frontal hacia la niña, su rostro
lucia perturbado, sus facciones eran severamente grotescas y dando
un rápido movimiento lanzó el trozo de la candela que llevaba hasta
la propiedad donde se encontraba la casa. Lucita impactada, cerró
nuevamente la ventana de un manotazo, provocando un retumbo
fuerte en toda la habitación.
- ¿Qué pasa? – Se escuchó la voz de Claudia en la oscuridad, -
¡Lucita! ¿Qué estabas haciendo con la ventana abierta? –
- ¡Nada! – Contestó la niña con voz ausente, - Creo que hay unas
personas afuera –
- ¡Otra vez con lo mismo! – Dijo furiosa su otra hermana, - ¡Esta
niña malcriada lo que quiere es molestar!, ¡No le hagas caso! En la
mañana le digo a papa que le de su paliza. -
- ¡Shhhhhhhhhhhhhhh!- se escuchó el sonido amenazador desde el
cuarto de sus padres, el silencio volvió a retornar en la habitación y
con el pasar de los minutos la niña se volvió a quedar dormida
envuelta dos veces en la misma cobija.
A la mañana siguiente, las hermanas mayores no vacilaron en
contarle a su madre lo ocurrido en la madrugada, doña Marta
mostrando su peculiar manera de imponer disciplina en su hogar le
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propinó una gran paliza a la pobre niña. La fuerte tunda no significo
mucho para la pobre Lucita, algo estaba ocurriendo en las
madrugadas en la callecilla frente a su casa y nadie le estaba
creyendo.
Al volver a la casa en el atardecer, colocó sobre el suelo una bolsa
blanca que traía consigo y se dio a la tarea de buscar por toda la
entrada de la casa, intentaba encontrar los restos de la candela que la
lúgubre señora había lanzado en la madrugada anterior,
lamentablemente sin éxito alguno en su búsqueda regresó agobiada
con las manos vacías hasta su casa.
- Espero que hoy si nos dejes dormir tranquilamente – le dijo su
hermana Sandra de forma despectiva, sacudían todas sus cobijas
evitando encontrarse con algún insecto no agradable como
usualmente solían encontrar.
- ¡No la molestes tu también! – Le dijo la hermana mayor, - ¡Pobre
es solo una niña! –
- ¡No van a empezar otra vez! – gritó doña Marta desde la cocina,
todas se callaron nuevamente y haciéndose pesadas caras unas a
otras se acostaron a dormir.
Esa noche no llovió tan fuerte, solo unas gotas muy ligeras caían
sobre el techo, las tres hermanas durmieron gustosamente, ningún
ruido extraño proveniente de personas en las afueras en la calle o de
la pequeña Lucita dando golpetazos en la ventana interrumpieron el
descanso de la familia.
Al llegar la mañana, Don Luis despertó frenéticamente a las jóvenes,
era viernes y había que salir un poco más temprano al terreno,
faltaban solo dos días para tener lista toda la yuca que iban a llevar a
San Antonio.
Un día agotador para toda la familia, doña Marta había preparado
almuerzo para el ajetreado día, a eso de las dos de la tarde los
ánimos apenas si daban para moverse.
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- ¡Por lo menos hoy si pudimos dormir bien! – comentó Sandra
sarcásticamente mientras tendía otro saco en el suelo para llenarlo
de yucas.
- ¡Deja! – regañó su madre a pocos metros de ella mientras cargaba
un saco,
- No hubiéramos podido con este cansancio si Lucita hubiera
imaginado gente desvelada en procesiones otra vez…- comentó
Sandra y se reía entre dientes,
- ¡No seas necia! ¡Deja de molestar! – insistió doña Marta enojada,
el sudor le hacia lucir un rostro brillante,
- Cuando yo vaya al pueblo, voy a preguntarle al padre Humberto si
él no duerme en las madrugadas, ya que le gusta hacer procesiones a
esas horas… ji ji ji -
Las risas de Sandra y Claudia resonaron a varios metros del terreno,
- ¡Ustedes dos se callan! – gritó don Luis a la lejanía, había tirado al
suelo el saco que llevaba al hombro y se le notaba una gran furia en
su voz. De inmediato ambas hermanas se tragaron las risas y
continuaron en su labor, Lucita a pocos metros de ahí, acomodaba
unos sacos vacíos y ocultaba su rostro para no mostrar algunas
lágrimas que le brotaban.
En todo el camino de regreso a casa, la niña no dirigió palabra
alguna, sus hermanas de vez en cuando emitían risas a escondidas,
sin embargo, las tenían que cesar con la mirada reprendedora de su
madre que les seguía el paso muy de cerca.
Poco después de llegar a la casa, doña Marta haciendo uso de sus
últimas energías preparó la tan esperada cena; empezaba a llover
cuando la familia inició a cenar, las tortillas recién palmeadas eran
las preferidas de todos en esa casa, Lucita aprovechaba el caldo de
los frijoles preparados el día anterior para prepararse una especie de
sopa con las tortillas. Todos disfrutaron como nunca de la cena, en
especial la niña, quien a pesar de escuchar a sus hermanas de vez en
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cuando con risas de burlas, decidió no hacerles caso alguno y
aprovechar la espectacular noche de invierno.
El aguacero que caía cuando ya todos se habían ido a la cama era
muy fuerte, inclusive se escuchaba en la lejanía uno que otro tronar
de rayo. Las tres hermanas cayeron rendidas, sabían que debían
recuperar las energías por el arduo trabajo que les esperaba al día
siguiente. El reloj marcaba las dos de la madrugada, el aguacero ya
había mermado, sin embargo aun producía un golpe afanoso en el
techo de la casa, sin razón alguna, Lucita dio un leve giro de cabeza
y despertó. El sueño se le había esfumado en el mismo instante en
que sus ojos se habían abierto, se quedó acostada boca arriba varios
minutos escuchando el golpeteo de la lluvia, - ¿Qué hora será? –
Pensó, - ojala que amanezca pronto - Minutos después, sus
pensamientos vagos cesaron al escuchar algunos ruidos provenientes
de la callecilla, intentó no prestarle atención al asunto, sabía que
bajo la lluvia y en el silencio de la noche cualquier sonido
insignificante llamaría la atención. Tras varios minutos de continuar
escuchando los susurros, decidió que no tenía otra opción, debía
asomarse por la ventana y averiguar de esa manera de que se trataba.
Se levantó muy lentamente, dudaba si mirar por la ventana era la
mejor decisión, sin embargo, la angustia y ansias por eliminar la
incertidumbre la empujaron hasta llegar al pie de la ventana, dio un
pequeño jalón a esta y miró levemente a través de la hendija.
Sandra dormía placidamente al otro lado del cuarto, un golpe fuerte
y frenético le despertó, era su hermana Lucita quien se había
lanzado bruscamente a su lado de la cama, abrazándola con
vehemencia, - ¡¿Qué te pasa?! – Le dijo Sandra aún medio dormida,
- Tú no me crees, ¡pero ahí están! – le contestó Lucita con voz
solloza,
- ¿Quiénes? – Preguntó la hermana, - ¡Ya deja eso! Ahí afuera no
hay nadie…-
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- ¡Si hay gente! Acabó de mirar por la ventana y están ahí, ¡tienen
mucho tiempo de estar ahí!-
- Déjame asomarme para que veas que no hay nadie… - Sandra se
incorporó de un solo movimiento y dando pasos pequeños caminó
por el oscuro cuarto hasta llegar a la ventana que se encontraba
medio abierta, dándole un suave jalon la abrió un poco más y se
asomó, a un costado de la entrada de la casa habían varios trozos de
leña apuñados, se guarecían de la lluvia tapados con sacos viejos, a
un lado de estos estaba el trillo que conducía hacia la callecilla que
pasaba frente a la casa. Un grupo de nueve personas vestidas de
negro posaban como estatuas separadas por pocos metros unas de
otras mirando hacia el frente de la casa, adelante de todos se
encontraba un hombre alto que llevaba una cruz recostada a su
hombro, el resto de personas sostenían trozos de candelas
encendidas que no se apagaban a pesar de la incesante. Una señora
muy delgada dio dos pasos adelante y lanzó su candela encendida
hacia adentro de la propiedad,
- ¿Ya se fueron? – preguntó susurrando Lucita, aún estaba
acurrucada en la cama envuelta hasta el cuello con sabanas, -
¡shhhhhhhhh!- silbó su hermana, - ¿Quiénes serán? – preguntó en
voz baja y abrió un poco más la ventana intentando reconocer algún
rostro, al asomarse de mejor forma, inclinó su cabeza hacia afuera,
logrando visualizar la silueta tenebrosa entre las sombras de una
señora de aspecto mayor con una vela encendida, se encontraba
justamente a un lado de ella junto a la ventana, su rostro
desproporcionado y sus ojos completamente blancos le miraban sin
parpadear.
La joven ahogó un grito al aire y de un solo manotazo cerró la
ventana, con el corazón en mano, dio tres brincos malabarísticos
cayendo justo al lado de su asustada hermana, quien al escuchar
aquel grito, se había acurrucado en la cama.
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Sin decirse nada una a la otra, ambas hermanas se abrazaron
fuertemente, temblaban asustadas y sollozaban. La lluvia se había
intensificado, los ligeros llantos se opacaban por el sonido de las
gotas golpeando todo en su caer.
Los llantos y las oraciones recitadas frenéticamente por Sandra y
Lucita, lentamente desaparecieron cuando sin percatarse, ambas
caían dormidas profundamente. Al llegar la mañana, Sandra
despertó al escuchar el llamado de su madre desde la cocina,
inmediatamente volteó hacia su hermana menor, sin embargo, la
niña ya no estaba, en el lugar donde su hermana había estado
durmiendo había un trozo de candela a medio terminar. La joven se
levantó frenéticamente y se dirigió a toda prisa hacia la cocina, -
¿Lucita? – Preguntó exaltada a su madre y hermana, - ¿Dónde esta
Luz? –
- Aun no se ha levantado – contestó su madre extrañada, - Debe
estar en su cama -
- ¡No esta! – Le contestó Sandra de forma histérica, - ¡Lucita no está
en su cama! –
- Cuando yo me levanté ya no estaba- dijo Claudia mientras
encendía el fuego de la cocina.
La mujer y su hija se dirigieron rápidamente hasta el cuarto de las
jóvenes, donde lograron afirmar que la niña no se encontraba, -
¿Qué es esto? – Preguntó la madre al ver el extraño trozo de candela
gris, - ¿Dónde esta la niña? –
- ¡Era cierto!- contestó Sandra llorando, - Anoche habían unas
personas extrañas en la calle ¡fue horrible! ¡Espantos! -
- ¿Qué estas diciendo?- preguntó dona Marta sin comprender lo que
pasaba, ¿Dónde esta la niña? ¡La niña! La niña! –
Exasperadas buscaron por todos los rincones de la casa, - ¡¿Lucita?!-
clamaban las tres con desesperación, Claudia fue corriendo al
terreno cultivado a buscar a su padre, quien sin entender
completamente lo sucedido se unía a la angustiante búsqueda.
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- ¡La niña se fue por tu culpa! – reclamó don Luis seriamente a
Sandra, llegando a la cocina - ¡Desde hace días que estas
molestándola y burlándose! -
- ¡No papa! – contestó la joven llorando, - Ella durmió conmigo
anoche, ¡Se la llevaron! – Sin embargo don Luis ya no
le prestaba atención, salía de la casa a paso frenético rumbo al
pueblo. Pocas horas pasaron para que el rumor se expandiera por
todo San Gerónimo, algunas personas ayudaron a buscar a la niña;
senderos, potreros y cafetales, todas las angustiantes búsquedas sin
resultado alguno.
Su familia escudriñó desesperadamente por todo lugar conocido,
Sandra y Claudia se adentraron en los potreros cercanos al río, doña
Marta lloraba frenéticamente mientras recorría la calzada casi
llegando al otro pueblo, mientras que don Luis afligido daba su
última búsqueda en el camino al regresar a casa. De alguna forma
tenía la esperanza de que al llegar, encontraría a su hija menor
sentada llorando y mimada en el patio, lamentablemente su ilusión
se apagó bruscamente cuando a quien se encontró llorando
desconsolada fue a su esposa.
La noche estuvo muy bochornosa, en todo el día no había llovido,
ninguna brisa ayudaba a calmar aquel sofoque, del otro lado del
pueblo, doña Teresa Murillo, dormía plácidamente en su casa, un
ruido extraño parecido a personas rondando en la calle le despertó; -
¿Qué diantres? – se dijo la señora mientras se levantaba dirigiéndose
a su ventanal. Al asomarse intrigadamente, logró ver a diez personas
vestidas de negro caminando por la calle en procesión, un hombre
alto cargaba un pequeña cruz de madera, el resto de ellos sostenían
una candela a medio acabar, logró divisar la silueta de una niña
mofletuda de trenza, quien detenía su paso frente a su casa y
haciendo un leve movimiento lanzaba su trozo de candela encendida
hacia el trillo decorado con begonias que daba entrada a su
propiedad.
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