San Andrés nació en Betsaida, población de Galilea situada a orillas del lago de Genezaret. Era hijo del
pescador Jonás y hermano de Simón Pedro. La familia tenía una casa en Cafarnaún
y en ella se alojaba Jesús cuando predicaba en esa ciudad.
Cuando San Juan Bautista empezó a predicar la penitencia,
Andrés se hizo discípulo suyo.
Precisamente estaba con su maestro, cuando Juan Bautista,
después de haber bautizado a Jesús, le vio pasar y exclamó:
"¡He ahí al cordero de Dios!" Andrés recibió luz del cielo para comprender esas palabras misteriosas.
Inmediatamente, él y otro discípulo del
Bautista siguieron a Jesús.
Volviéndose, pues, hacia ellos, les dijo: "¿Qué
buscáis?"
Ellos respondieron que querían saber dónde vivía
y Jesús les pidió que le acompañase a su morada.
Andrés comprendió claramente que Jesús era el Mesías y, desde aquel instante, resolvió seguirle. Así pues, fue el primer discípulo de Jesús. Por ello los griegos le llaman
"Proclete" (el primer llamado).
Andrés llevó más tarde a su hermano a conocer a Jesús, quien le tomó al punto por discípulo, le dio el nombre de
Pedro. Desde entonces, Andrés y Pedro fueron discípulos de
Jesús.
Al principio no le seguían constantemente, como habían de hacerlo más tarde, pero iban a escucharle siempre que podían y luego regresaban al lado de su familia a
ocuparse de sus negocios.
Cuando el Salvador volvió a Galilea, encontró a Pedro y Andrés pescando en el lago y los llamó definitivamente al
ministerio apostólico, anunciándoles que haría de ellos pescadores de hombres.
Abandonaron inmediatamente
sus redes para seguirle y ya no volvieron a separarse de EI.
Al año siguiente, nuestro Señor eligió a los doce
Apóstoles; el nombre de Andrés
figura entre los cuatro primeros
en las listas del Evangelio.
También se le menciona a propósito de la multiplicación de los panes (Juan, 6, 8-9) y de los gentiles que querían
ver a Jesús (Juan, 12, 20-22)
En el día de Pentecostés, San Andrés recibió junto con la Virgen María y los demás Apóstoles, al Espíritu Santo
en forma de lenguas de fuego.
Durante tres años, Andrés recogió los secretos del corazón
del Maestro, asistió a sus milagros, escuchó con avidez su doctrina,
y fue testigo de su Pasión y muerte.
Oye con los demás Apóstoles el mandato divino: «Id y predicad
a todas las gentes»; y cuando llega la hora de lanzarse a través
del mundo a predicar la buena nueva, deja para siempre su tierra.
Según Orígenes, Andrés predicó en Grecia, el mar Negro y el Cáucaso; fue el primer obispo de Bizancio,
que finalmente se convertiría en el Patriarcado de
Constantinopla.
Por ello, es considerado cabeza
de la Iglesia Ortodoxa Griega, como Pedro lo es de la
Iglesia católica romana y San Marcos
el Evangelista de la Iglesia Ortodoxa Copta de Egipto.
Un escrito que data del siglo III, el “Fragmento de Muratori” dice: “Al apóstol
San Juan le aconsejaban que
escribiera el Cuarto Evangelio. Él
dudaba, pero le consultó al apóstol
San Andrés, el cual le dijo:
‘Debes escribirlo. Y que los hermanos revisen
lo que escribas’”.
La "pasión" apócrifa dice que fue crucificado en Patras de Acaya
el 30 de noviembre del año 63, bajo el imperio de Nerón.
Como no fue clavado a la cruz, sino simplemente atado.
Según parece, la tradición de que murió en una cruz en forma de "X" no circuló antes del siglo IV.
En esta cruz tan ardientemente apetecida estuvo cuatro días y cuatro noches, explicando las últimas lecciones, y
las más hermosas, a los discípulos, que no se quitaban de su lado.
Los confortaba, los animaba a sufrir y a esperar. Poder testimoniar
y rubricar con la propia sangre lo que fue semilla de verdad
por los caminos del mundo.
La misión de apóstol estaba cumplida, y de los ásperos brazos de la cruz voló a los brazos cálidos de Jesus.
Su cuerpo, recogido con cariño por los discípulos, fue enterrado por una noble matrona.
En tiempos del emperador Constancio II (+361), las presuntas reliquias de San Andrés fueron trasladadas de
Patras a la iglesia de los Apóstoles, en Constantinopla.
Los cruzados tomaron Constantinopla en 1204, y, poco después las reliquias
fueron robadas y trasladadas a la catedral de Amalfi, en
Italia.
Su cabeza fue trasladada a Roma
en 1462 y fue colocada en la Basílica de San Pedro.
El papa Pablo VI, como gesto ecuménico, la devolvió a la Iglesia Ortodoxa en 1964.
Andrés ha sido un apóstol, ha coronado felizmente su carrera apostólica. El apóstol da testimonio de la verdad
del que le envía. La llamada de Jesús le ha conferido un sello imborrable
y le ha confiado una misión.
Ser apóstol es orientar la vida y la obra hacia
Jesús y hacia los hombres:
recibir de Jesús palabra y vida y dar a los
hombres, sin adulterarla,
sin cambiarla, esa vida y esa palabra.
El don del apostolado lleva a esto, a dar la vida, a sellar la palabra recibida con la muerte si así lo quiere Jesús. Y esto con fe, con alegría y con amor. Ser apóstol es dar
testimonio de Jesús hasta lo último.
El amor a la cruz, fuente de vida, deseo de redención, forma la aureola mística de nuestro Santo.
Los cristianos encuentran en este testigo del
Evangelio no sólo la aceptación
resignada, sino el afecto gozoso a este bárbaro
instrumento de suplicio.
Nos enseña a cargar con la cruz de cada día, como Jesús nos pide:
"Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a si mismo,
tome su cruz y me siga."
Apóstol San Andrés, enséñanos a seguir a
Jesús con prontitud (Mt 4, 20; Mc 1,18),
a hablar con entusiasmo de Él a todos aquellos
con los que nos encontramos, y sobre
todo a cultivar con Él una relación de auténtica
intimidad, conscientes de que sólo en Él podemos
encontrar el sentido último de nuestra vida y
de nuestra muerte.
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