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PRESENTACIÓN.

En julio de 2005 los cronistas de la Universidad Autónoma del Estado de

México participan por primera vez en uno de los congresos nacionales

organizados por la Asociación Nacional de Cronistas de Ciudades

Mexicanas; el XXVIII Congreso de la Asociación Nacional de Cronistas

de Ciudades Mexicanas que se llevó acabo del 27 al 30 de julio de

2005, en el Estado de México.

Participando siete Integrantes del Colegio de Cronistas de la Universidad

Autónoma del Estado de México participan con ponencia: Virgilio Reyes

Vázquez, Alfredo Díaz y Serna, Elena González Vargas, Rubén Nieto

Hernández, Salvador Ibarra Zimbron, Alejandro Linares Zárate y Carlos

Chimal Cardozo.

En julio de 2006 los cronistas de la Universidad Autónoma del Estado de

México participan por segunda vez en uno de los congresos nacionales

organizados por la Asociación Nacional de Cronistas de Ciudades

Mexicanas (AMECROM); el XXIX Congreso de Cronistas de Ciudades

Mexicanas, A.C. se llevó a cabo en la Ciudad de Morelia, Michoacán

del 25 al 29 de julio de 2006.

En este Congreso, participaron ocho Integrantes del Colegio de

Cronistas de la Universidad Autónoma del Estado de México: Alfredo

Díaz y Serna, Elena González Vargas, José Trujillo Ávila, Noé Jacobo Faz

Govea, Jesús Castañeda Arratia, Maricela del Carmen Osorio García,

Alejandro Linares Zárate y Carlos Chimal Cardoso.

En 2007, los cronistas asisten por tercer año consecutivo al Congreso de

Cronistas de Ciudades Mexicanas, A.C., el cual se llevó a cabo en la

ciudad de Matamoros, Tamaulipas del 18 al 21 de julio.

En esta ocasión participaron 11 integrantes del Colegio de Cronistas de

nuestra Universidad: Jesús Castañeda Arratia, Jaime Saénz Figueroa,

Salvador Ibarra Zimbron, José Trujillo Ávila, Elena González Vargas, Carlos

Chimal Cardoso, Norma González Paredes, Noé Jacobo Faz Govea,

Maricela del Carmen Osorio García, Alfredo Díaz y Serna, y Horacio

Ramírez de Alba.

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En el boletín del mes de junio, la Dirección de Identidad Universitaria da

a conocer dos de las diez ponencias que presentaron los cronistas

universitarios que participaron en el XXX Congreso de Cronistas de

Ciudades Mexicanas, A.C.:

ACONTECIMIENTOS EN LA UNIVERSIDAD AUTÓNOMA DEL ESTADO

DE MÉXICO DURANTE EL PORFIRIATO. M. en E.P.D. Maricela del

Carme Osorio García, Cronista del Plantel Ignacio Ramírez

Calzada de la UAEM; M. en D. Noé Jacobo Faz Govea, Cronista

del Plantel Sor Juana Inés de la Cruz de la UAEM

HEROÍNAS DE LA BATALLA DE ZACATECAS, Dr. en I. Horacio Ramírez

de Alba, Cronista de la Facultad de ingeniería, UAEM

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ACONTECIMIENTOS EN LA UNIVERSIDAD AUTÓNOMA

DEL ESTADO DE MÉXICO DURANTE EL PORFIRIATO

M. en E.P.D. Maricela del Carme Osorio García

Cronista del Plantel Ignacio Ramírez Calzada de la UAEM

M. en D. Noé Jacobo Faz Govea

Cronista del Plantel Sor Juana Inés de la Cruz de la UAEM

El desarrollo de la historia de la institución educativa más importante del

Estado de México se enmarca en los orígenes de nuestra Entidad se

encuentran los primeros antecedentes de una estructura universitaria.

Dentro del Congreso Constitucional, en la sesión del 15 de enero de

1828 se discutió la organización que debía darse al Instituto y se opinó

que además de las enseñanzas en uso, debían darse cátedras sobre

salud higiene, obstetricia y anatomía. A través de diferentes décadas

del siglo XIX se desarrollaron asignaturas como el Derecho Civil,

Arquitectura, Comercio e Ingeniería, desde entonces se partió de la

idea de hacer del Instituto una escuela de primer rango.

Se consideró la necesidad de formar jóvenes con una verdadera cultura

nacional que apoyara los cambios sociales y políticos que el liberalismo

se propuso impulsar. Barreda entonces propuso un conjunto de

conocimientos científicos que formaran el bachillerato, antes de que el

alumno tomara una decisión sobre la carrera que deseaba seguir. Esto

influyó en el Gobernador del Estado de México, Riva palacio, quien por

decreto del 9 de enero de 1871, dispuso que el “Plan Barreda” fuese

adoptado en los estudios de preparatoria del Instituto, y que de igual

forma se hiciera con cualquier cambio que tuviera el Plan de la Escuela

Nacional Preparatoria.

Este plan educativo fue apoyado por los liberales, con una influencia

positivista en el Instituto. Al respecto, Elizabeth Buchanan (citada por

Peñaloza, 1992) comenta que este periodo se prolongó hasta 1910, pero

también se considera que aún después de algunos cambios

introducidos por la Revolución Mexicana, los principios positivistas se

mantuvieron en los profesores institutenses.

Inocente Peñaloza (1992) comenta que conviene no confundir este

positivismo educativo que tuvo una amplia difusión en el país, con el

positivismo político que sirvió de pretexto a los “científicos”del porfiriato

para justificar sus medidas de gobierno. Lo cual no es equivalente.

El plan de bachillerato de 1871 fue un modelo educativo eficaz, con

una estructura que se mantuvo vigente por más de treinta años.

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Para 1872 se establecieron en el Instituto los estudios para formar

profesores de primaria y se reorganizaron los estudios de las carreras de

Agricultura y Veterinaria, Artes y Oficios, Comercio y Administración e

Ingeniería.

El 10 de abril de 1882, se creó dentro del Instituto La Escuela Normal de

Profesores. Su inauguración (celebrada el 4 de mayo del mismo año) se

llevó acabo en la capilla del antiguo Beaterio y su relevancia fue a nivel

nacional, pues en ese entonces, se trataba de la primer escuela de su

tipo en el país.

En el Colegio dejaron huella invaluable grandes personalidades que se

caracterizaron, ya sea por su obra académica, literaria; por su

dedicación, por su energía, o por su firmeza en la conducción del

Instituto. Todos ellos con la encomienda y ambición de alcanzar la

excelencia. De esa época, justo es que se mencione a Don Silviano

Enríquez (Director) y al Licenciado Agustín González Plata, pedagogo

que dirigió la Normal y aportó materiales didácticos relevantes para los

alumnos normalistas de ese tiempo.

Se dice que la mejor época del Instituto fue a finales del siglo XIX y

principios del siglo XX, cuando el Estado de México era gobernado por

el General José Vicente Villada (1889 – 1904) pues durante ese periodo

se dieron cambios relevantes en el sistema educativo estatal. se alcanzó

prestigio académico de alto nivel, y según consta en el primer número

del boletín del Instituto (3 de marzo de 1898) el licenciado Agustín

González, menciona entre otras cosas que; además de ser Instituto

Científico y Literario, fue a la vez Normal para Profesores, Escuela

Preparatoria de buena reputación y Escuela Profesional para las

carreras de Abogado, Notario Público, Ingeniero Tipógrafo y otras.

Cuando el positivismo se imponía en México como filosofía educativa,

se adquirieron libros que enriquecieron la biblioteca, mientras que el

profesor Adolfo Barreiro fue designado para viajar a Europa y comprar

los instrumentos necesarios para equipar el Gabinete de Física y

Química; por su parte, en el gabinete de Historia natural se contaba ya

con importantes recursos didácticos que apoyaron a los estudiantes de

la época. Cabe mencionar que dicho Gabinete con el paso del tiempo

se fue enriqueciendo y actualmente se ha convertido en El museo de

Historia Natural de la UAEM.

También existía un Observatorio Meteorológico con los requerimientos

necesarios.

El licenciado Agustín González describió en el boletín las buenas

condiciones en que se encontraban las instalaciones, por lo que era

posible que dentro del Colegio se lograra la enseñanza objetiva en la

escuela de Instrucción Primaria y Kindergarten. Mencionó también el

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gimnasio, la sala de dibujo y el jardín botánico, seis patios, además de

oficinas y aulas suficientes para las cátedras.

Este testimonio permitió conocer la favorable situación económica del

Instituto, así como su influencia educativa en la última década del siglo

XIX y la primera del siglo XX.

De manera general se pueden mencionar acciones importantes que en

ese periodo encausaron el rumbo de la Institución, y entre ellas

podemos destacar:

La suspensión del internado (1896) por disposición oficial, lo cual

conlleva a la reducción de alumnos y profesores.

El Director Silviano Enríquez promovió reformas al plan de estudios del

bachillerato para reforzar la educación moral y filosófica de los

estudiantes, pues según don Andrés Molina Enríquez el actual esquema

positivista enfatizaba lo científico y descuidaba las humanidades.

Los días 30 y 31 de octubre de 1897 llegó a la Cuidad de Toluca el

entonces Presidente de la República, el General Porfirio Díaz y es el 3 de

noviembre del mismo año cuando la Gaceta del Gobierno del Estado

de México publicó una reseña de la visita del Señor presidente de la

Republica a la Capital del Estado. En ella se mencionó que:

El señor presidente de la República arribó a esta ciudad el sábado a las

10:15 a.m. en tren especial compuesto de la máquina 114, un carro de

equipajes, el coche de la primera clase número 417.

El general Porfirio Díaz llegó acompañado del ministro de España, de los

secretarios de Gobernación, Comunicaciones y Hacienda.

Mencionan que al avecinarse el tren se tocó el Himno Nacional

Mexicano; la artillería hizo una salva de veintiún disparos y por fin

apareció el Presidente, quien al bajar del andén abrazó al gobernador

del Estado de México. En esa ocasión el General Villada presentaba a

sus acompañantes que integraban las comisiones de Comercio,

Agricultura, legislatura, Tribunal Superior, Ayuntamiento, industriales,

prensa local, y Ejercito.

A la estación del ferrocarril llegó mucha gente que permaneció de pie

mientras que el presidente subió al carruaje del gobernador, y fue

aclamado por el pueblo con entusiasmo, con la esperanza de poder

saludarlo.

La comitiva recorrió la Avenida Independencia hasta llegar al palacio

de gobierno, en donde después de un breve descanso se cambió de

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traje y comenzó la visita. A su paso por las calles se pudieron ver

balcones y puertas de las casas con colgaduras y farolitos.

A las once horas bajó el general Díaz de las habitaciones que le fueron

destinadas en la casa del General Villada y comenzó el recorrido por la

cuidad de Toluca. Se trató de una exhaustiva visita que duró dos días,

haciendo un recorrido por lugares como el Departamento de caja, las

obras de la entubación de agua, la Escuela Correccional, banquete

con la colonia española, la Escuela de Artes y Oficios, la Industria

Nacional, Pabellón de flores, dulcería y pastelería, cervecería, Hospital

de Maternidad e Infancia, Hospital General y Escuela Normal.

El Señor Presidente deseaba regresar el mismo domingo por la tarde a la

ciudad de México por lo que se alteró el horario del programa de las

visitas y al salir de la Escuela Normal se dirigieron al Instituto Científico y

Literario. Para entonces ya se había anunciado que la visita del

presidente se efectuaría por la tarde, y tanto profesores como alumnos

no se pudieron reunir en su totalidad. El general Díaz fue recibido en el

jardín exterior por el Director del Instituto Don Silviano Enríquez; así como

algunos alumnos y profesores. En el recorrido se detuvieron en los

gabinetes de Física, Química e Historia Natural.

El General Díaz hizo mención a la visita que años atrás había hecho a

Toluca y que en aquel entonces permaneció en la antigua casa que

ocupaba el Plantel. Antes de retirarse estuvo breves instantes en el salón

de actos y ahí de pie le dieron la bienvenida a nombre del personal, de

profesores y de la dirección, en donde el orador manifestó sentimientos

de afecto y respeto a quien fue considerado “Héroe de la Paz”, pues se

le nombraba de esta forma por conducir a la Nación por el camino del

progreso.

Mostrándose emocionado, el presidente manifestó su satisfacción por la

visita efectuada y apreciaba los adelantos realizados y los que estaban

por concluir. Sus palabras produjeron conmoción en el auditorio y por

unanimidad se dejaron escuchar los entusiastas aplausos.

El instituto le había preparado como obsequio un álbum histórico que

era una verdadera obra de arte hecho en piel color granate y pastas

cubiertas con grabados y relieves. En la parte de enfrente destacaba

una placa de plata con el grabado del estandarte del Plantel y la

inscripción “Instituto Científico y Literario de Estado de México – Patria,

Ciencia y Trabajo”, en la parte superior una estrella luminosa que se

atribuye a la Ciencia y en la parte inferior los atributos del arte, del

Estudio y de la Victoria. En el reverso se colocó el monograma del

General Díaz y este álbum se cerraba con un broche de bronce.

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En la carátula se escribió a pluma la caligrafía que a su letra decía: Al

Héroe de la Paz, al Ilustre General Porfirio Díaz, Presidente de los Estados

Unidos Mexicanos. Testimonio de admiración y simpatía de los profesores

y empleados del Instituto Científico y Literario de Estado de México.

Toluca, Octubre 31 de 1897.

En el interior del álbum se escribió la historia del Instituto, y contenía

fotografías de directores y profesores, la fachada del edificio, e

instalaciones del colegio.

Este obsequio no fue posible entregársele en tal momento, pero fue

llevado y entregado en sus manos por una comisión nombrada para tal

efecto.

El salón de actos del instituto es el antecedente de lo que ahora se

conoce como Aula Magna y en uno de sus muros se puede observar

una placa que a la letra dice: Esta piedra fue colocada por el

Presidente de la Republica. El General Porfirio Díaz. El día 15 de octubre

de 1900. El Profesor Inocente Peñaloza, cronista de nuestra Universidad

menciona que fue colocada, pero no por el presidente de la república

como se indica, sino por un funcionario de su gabinete que lo

representó

La época de abundancia del instituto terminó junto con la muerte del

General José Vicente Villada en el año de 1904.

Entre 1902 y 1910 el Instituto se reduce a la Escuela preparatoria y la

Escuela Normal, la de Agricultura y la de Comercio funcionaron como

anexas.

El boletín del Instituto tuvo como objetivo el mostrar a la sociedad los

progresos de los estudiantes a través de los artículos escritos por ellos

mismos, por lo tanto se convirtió en el órgano más importante del

pensamiento Institutense.

Para el año de 1910 las nuevas estructuras surgidas de los cambios que

se estaban generando en el país comenzaron a reflejarse en el Colegio,

pues es en este año cuando la Escuela Normal ocupó su propio edificio

y se desligó físicamente del Instituto.

Al promulgarse la nueva Constitución del Estado de México, en 1917 se

suprimió la Escuela de Primeras Letras. Dicha Constitución dio origen a

la Ley General de Educación Pública en la que se establecieron niveles

educativos.

El 12 de abril de 1918 surgió el Consejo General universitario que atendió

los aspectos de instrucción pública, reestructuró la educación primaria

y reestableció la carrera de Derecho.

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Todos estos acontecimientos ventilaron la idea de que el Instituto sería

en lo sucesivo una institución dedicada exclusivamente al bachillerato y

al nivel superior.

Aproximadamente cincuenta años después de estos acontecimientos,

el Instituto se convirtió en Universidad y con el paso del tiempo se han

implementado planes y programas que han ubicado al ser humano

como una meta principal. Los nuevos modelos educativos que se han

impuesto han pretendido responder a los requerimientos sociales del

siglo XXI, pues los alumnos universitarios forman parte de problemáticas

cotidianas que se convierten en interés general y no pueden ser

pasadas por alto en la formación del estudiante del tercer milenio.

El Plan rector de desarrollo institucional 2005– 2009 define la misión de la

Universidad Autónoma del Estado de México en términos de impartir

educación media superior y superior, llevando a cabo investigación

humanística, científica y tecnológica, además de difundir y extender los

avances del humanismo, la ciencia, la tecnología el arte y otras

manifestaciones de la cultura.

BIBLIOGRAFÍA

GACETA DEL GOBIERNO DEL ESTADO DE MÉXICO, México. 3 DE

NOVIEMBRE DE 1897.

GARCÍA G. Rodolfo. (1987). Cosas de Toluca. México: Gobierno del

Estado de México.

MARTÍNEZ Vilchis, José. Plan rector de desarrollo institucional 2005 – 2009,

UAEM, Toluca, 2005.

PEÑALOZA García, Inocente. (1992). Reseña Histórica del Instituto

Literario de Toluca (1828 - 1956), Reseña Histórica de la Universidad

Autónoma del Estado de México (1956 – 1992) segunda edición:

Universidad Autónoma del Estado de México.

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HEROÍNAS DE LA BATALLA DE ZACATECAS

Dr. en I. Horacio Ramírez de Alba

Cronista de la Facultad de ingeniería, UAEM

Un buen día por razones de trabajo me encuentro en la muy bella

colonial ciudad de Zacatecas, después de las ocupaciones recorro las

calles céntricas tratando de identificar lugares que motivan recuerdos,

pero esta vez no de vivencias propias sino heredadas, podría decir que

son recuerdos implantados en mi mente cuando la abuela y mi madre,

nacidas en esta ciudad, me contaban sus vivencias de juventud y niñez

respectivamente. Después de admirar la joya labrada en cantera rosa

que es la portada de la Catedral y una breve caminata por el antiguo

mercado, hoy ocupado por tiendas más bien exclusivas, camino hacia

el Sur y a poco veo la fuente de Los Faroles y en seguida la parte final, o

del principio según se quiera ver, de la calle de Hidalgo que antaño se

conocía como Calle de Arriba; es la confluencia de dos avenidas que

solamente en topografías accidentadas como la de aquí, se da el caso

de que siendo concurrentes una tiene pendiente ascendente y otra

descendente, obviamente ésta última era la calle de Abajo. No tengo

que caminar mucho por la de arriba para encontrar la esquina con el

Callejón del Tenorio donde se encuentra el inmueble que fue casa de

los Maldonado, hoy se encuentra ocupada por una serie de despachos

y consultorios dispuestos en dos plantas, en lo que fue la panadería

existe una óptica con el nombre de Cristal. Ya no es lo que fue pero

conserva su balcón soportado por ménsulas de cantera rosa y una

herrería de bonito diseño. Al entrar mis ojos no ven lo de hoy sino el

señorial patio decorado con plantas y flores en sus macetas y mis oídos

creen escuchar los gritos de alegría de niños jugando ajenos a la

tragedia que pasaron y que amenazó sus vidas; otros no tuvieron tanta

suerte. En el fondo de un segundo patio, muy por arriba del nivel de la

calle, la vivienda de la abuela a quien encuentro sentada haciendo

costura ante su máquina de coser de pedal mientras vigila a los niños,

en especial la niña a quien prestó una muñeca de sololoy regalo de su

propia madre. El tío rico montó varios negocios en la parte frontal del

edificio que mira hacia la calle de Arriba, entre ellos la panadería que

fue la causante de una inclinación familiar perdurable al buen pan.

Aquella familia ya no estaba completa y pronto se dispersaría, lástima

digo, y reconozco que la culpable fue la mentada revolución que

dentro de muchas familias como ésta destruyó mundos y creo otros en

su lugar. Menos mal que ellas, la abuela y mi madre, sobrevivieron. Me

atrapan los recuerdos y allí mismo bajo las miradas curiosas y de

extrañeza, bosquejo este escrito que hago en su memoria y de paso

para los que me favorezcan leyéndolo. En primer lugar me digo, porque

estoy convencido, que en busca de su camino e ideales el hombre a

menudo se enfrasca en terribles luchas entre naciones y entre

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hermanos. Pero siempre a la convulsión de una guerra sigue el esfuerzo

por la paz que permite cristalizar aquello por lo que se luchó. Aquí es

donde desempeñan un papel muy importante las madres ya que la

labor inicia en los hogares donde se restituye la esperanza y se toma

nueva fuerza, se exige constancia y paciencia, debe procederse a

base de amor y ternura; sólo así se restañan las heridas. Muchas de ellas

perdieron a uno o varios de sus seres queridos y sufrieron en su cuerpo

las consecuencias de los horrores de la guerra, pero están dispuestas a

vencer a la violencia con el amor y a la muerte con la vida. Son pues las

madres artífices de la paz. Se hace aquí un homenaje a la madre

universal al recordar a dos de ellas, mi abuela y mi madre a quienes

tocó sufrir uno de los episodios más sangrientos de la Revolución

Mexicana como lo fue la Batalla de Zacatecas en el año de 1914. Ellas

fueron María Lucia Maldonado Herrera (1892-1969) que se desempeñó

como enfermera en la batalla y Esther de Alba Maldonado (1914-1999)

que nació en medio de la conflagración.

Este escrito está basado en gran medida en los relatos que solía

hacernos a sus nietos la propia Abuela acerca de ese episodio lleno de

violencia y caos pero también de vida y esperanza. La juventud de la

abuela, a quien siempre conocimos como Mamá María, estuvo

enmarcada en la edad del progreso “el alba de los grandes ideales”

como expresó Víctor Hugo. Sus sueños se alimentaron con los escritos de

Dumas, Dostoievsqui, Verne y Doyle. Su pensamiento y su acción

estuvieron influidos por el romanticismo, la bella época en que el ideal

de los hombres era igualarse a personajes como Garibaldi y de las

mujeres a Florencia Nightingale.

La cuidad de Zacatecas en la parte central y norte de México,

importante desarrollo minero desde la Colonia, saludó al nuevo Siglo XX

con inequívocos signos de modernidad como la luz eléctrica, el

ferrocarril y los tranvías de mulitas. La ciencia y la instrucción no se

quedaban atrás, se contaba con la Escuela Normal para Profesores, la

de minas y la de enfermería. En el famoso Cerro de La Bufa se puso en

operación un potente telescopio y aparatos meteorológicos. La gente,

incluida Mamá María, tenía motivos para sentir optimismo, había

confianza y orgullo por su bella ciudad que la sabían a la altura de las

mejores del mundo, para muestra allí estaba la instalación comercial

más moderna del país, El Mercado Centenario, inaugurado el día 5 de

Mayo de 1910 por el presidente y general Porfirio Díaz. Cuarenta y ocho

años antes, en esa fecha, se había elevado a la categoría de héroe

nacional a las órdenes del general Ignacio Zaragoza, que venció al

ejército invasor de los franceses. Sobre su participación en la heroica

jornada, el propio Zaragoza escribió: “El general Díaz, junto con dos

cuerpos de su brigada…contuvieron y rechazaron a la columna

enemiga que también con arrojo marchaban sobre nuestras

posiciones…Mandé hacer alto al general Díaz que con empeño y

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bizarría los siguió, y me limité a conservar una actitud amenazante”

Mamá María comentaba con verdadera emoción sobre los festejos que

se organizaron para celebrar cien años de la independencia de

México, sobre todo cuando fue invitada al Baile de Gala al que asistió el

mismísimo don Porfirio, así como espectaculares veladas de ópera y

zarzuela en el hermoso Teatro Fernando Calderón. Con la alegría

reflejada en su rostro, seguramente volviendo a vivir esos momentos

felices que el viento se llevó, solía referir el día en que su papá alquiló un

automóvil con un elegante chofer para que les llevara de paseo a la

vecina población de Fresnillo, fue maravilloso viajar en ese veloz coche

descapotable, todos nos miraban con asombro, no podía creer que

fuera yo quien iba montada en esa máquina de sueño.

Sin previo aviso e involuntariamente la mente caprichosa me hace

viajar en el tiempo para hacerme ver que pronto se cumplirán otros cien

años del inicio del movimiento de independencia, en el primer

centenario se realizaron obras públicas, monumentos conmemorativos y

desarrollos urbanos, muchas de las obras siguen prestando servicio, ya

el original u otro más acorde a los tiempos. En septiembre del año 2003

un grupo de universitarios de la Autónoma del Estado de México

organizamos el “Simposio hacia el 2010” las propuestas resultantes nos

parecieron interesantes, sin embargo en los diferentes niveles de

gobierno los intereses y tiempos obedecen a otros parámetros por lo

que es muy probable que si se hacen obras no tendrán la planeación

debida, es decir, se harán al cuarto para las doce.

Regreso al hilo del asunto para mencionar que otro de los relatos

preferidos de Mamá María se refería a sus tranquilos paseo dominicales

en La Alameda, en el ambiente tibio y sereno del verano zacatecano

donde la banda municipal interpretaba temas clásicos y valses pero

también otros ritmos de moda, mientras los jóvenes se paseaban

alrededor, de tal forma que podían verse frente a frente ellas y ellos.

Pero como ruido de fondo, todo mundo se percataba de que, como

siempre, las cosas no estaban bien para todos en el país y en el mundo,

se habían ignorado, descuidado o mal interpretado los problemas

sociales. Ese mismo año de 1910, estalló la Revolución que buscaba

libertad, democracia, tierra y libertad. Al principio como brotes débiles y

aislados pero pronto tomó fuerza y en seis meses se vino abajo el

régimen que parecía eterno del general Díaz, precipitadas las cosas

también por la edad del héroe oaxaqueño. Salió del país con carácter

de desterrado hacia París un 31 de mayo de 1911, exactamente tres

años después nacería Esthercita en condiciones sumamente difíciles a

consecuencia de esos acontecimientos.

Pero se debe ir por partes, se puede mencionar que la ciudad de

Zacatecas no sufrió demasiado en los primeros meses de lucha y

cuando fue electo el presidente Francisco I. Madero, parecía que

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habría continuidad hacia la modernidad dada la importancia de la

ciudad y la región para la economía del país. Pero muchos, incluida

Mamá María, se dieron cuenta que la ciudad y su vida ya no serían lo

mismo, el cielo se llenó de nubes negras que presagiaban la peor de las

tormentas; quedaba atrás ese mundo optimista de su niñez y juventud y

de ello culpaba al presidente Madero de quién se refería en forma

despectiva como ese chaparro espiritista.

En febrero de 1913, nos refiere, se recibió en la ciudad la noticia de la

muerte de Madero por órdenes del usurpador Victoriano Huerta;

execrable crimen porque el mismo presidente Madero le había

confiado la seguridad de su régimen y de su persona. La gente se

preguntó si ese hecho significaba más guerras en Zacatecas y la triste

realidad no se hizo esperar. En junio de ese año, agregaba, Pánfilo

Natera que era partidario del constitucionalismo de Venustiano

Carranza en contra de Huerta, tomó la ciudad y a consecuencia se

desencadenaron desórdenes, escasez de dinero y de alimentos, así

como enfermedades. Sin embargo no pudo Natera retener la plaza,

antes de un mes el general Delgado de las fuerzas federales, se

presentó con un contingente importante, incluyendo piezas de artillería,

por lo que el jefe revolucionario prefirió abandonar la ciudad sin

resistencia. Mientras tanto los federales aprovecharon para fortificarse

haciendo llegar más tropas y cañones, entre ellos una potente pieza de

artillería que llamaban “El Niño” mole de hierro montada sobre una

plataforma de ferrocarril. Cuando llegó a la ciudad el tren que

arrastraba a ese descomunal cañón, toda la gente salió de sus casas

para verlo, se comentaba que ese niño detendría cualquier fuerza

atacante; la gente vivió una tregua de renovada confianza pero en el

fondo poco firme.

Dos amenazas se cernían entonces sobre la ciudad, continuaba su

relato, una era la posibilidad de que fuera cierto el rumor de que la

División del Norte viniera a reforzar al contingente de Natera que se

mantenía al acecho, y la otra algo más temible: el tifo. Con la llegada

de miles de soldados y sus familias, los problemas sanitarios se agravaron

y se luchaba por impedir una nueva epidemia del mal que ya había

hecho estragos en años anteriores. Cada una de estas amenazas

espero su turno, primero el tifo que por la falta de agua y medicinas se

ensañó con la población ya de por si asustada, la enfermedad cobró

muchas víctimas, algunos enfermos caían fulminados en la calle

mientras vagaban en busca de algún socorro, eran tantos los

cadáveres que se les tenía que mandar a la fosa común, la gente

pensaba que se trataba de un castigo venido desde arriba y la tomaba

como la peor de las pesadillas sin saber que pronto se sumarían otras de

igual o mayor calibre.

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Es necesario mencionar que María Lucia se había dedicado

previamente a capacitarse en el arte de la enfermería a fin de ser útil a

sus conciudadanos. Cuando sus servicios fueron requeridos durante la

epidemia de tifo, en esos momentos difíciles para todos, conoció al

joven médico militar Pedro de Alba, juntos lucharon por la salud de la

población. Quiero creer que lo difícil de esos momentos favoreció que

se mostraran mutua empatía y simpatía, así es que el más tierno amor

floreció entre ellos, fruto del cual resultó meses más tarde el nacimiento

de Esthercita, verdadera hija de la Batalla de Zacatecas.

Entre tanto, la ciudad vivía un periodo de calma relativa. En la

primavera de 1914 el comandante de la plaza, el general Barrón, había

tenido tiempo de desarrollar mejor sus defensas y aprovisionar sus tropas.

Reunió quince mil efectivos, construyó trincheras y localizó

estratégicamente su artillería de manera que cualquier fuerza atacante

desde el exterior fuera barrida por el fuego. Muchos discursos se permitía

el general, contaba Mamá María. Para tratar de tranquilizar a la

población repetía en cuanta ocasión se presentaba: ¡La ciudad es

inexpugnable! Pero la gente, con precaución y recelo, hacía acopio de

las pocas provisiones que podía conseguir, tapiaba puertas y ventanas,

y escondía las escasas monedas que poseían, todo esto en previsión de

lo que pudiera venir. Los que tenían medios abandonaron la ciudad

hacia lugares que consideraron más seguros, y los más pudientes hacia

el extranjero.

Llegó el mes de mayo cuando se realzan los atractivos de Zacatecas, es

el mes que luce más radiante y hermosa, se puede establecer que no es

la misma de un día a otro, e inclusive cambia en cuestión de horas sin

demeritar en nada, esa es su magia. En un momento el clima puede ser

caluroso con un sol radiante que hace resaltar el atractivo color rosado

de sus edificios por la cantera de que están hechos, pero un momento

después se torna nublado, en seguida se presenta una fuerte tormenta

eléctrica y sin asomos de discontinuidad un copioso aguacero que

transforma sus quebradas calles y callejones en verdaderos ríos. El

Crestón en el Cerro de la Bufa, el faro de la ciudad, puede parecer una

braza cuando el sol cae de lleno, o bien un descomunal y misterioso

fantasma semioculto entre las nubes bajas o la neblina del amanecer, el

puntual repicar de la campana mayor de la Catedral imprime al

escenario un sello de solemnidad pero sin dejar de tener algo de alegre.

El último día de ese maravilloso mes de mayo de 1914 nació Esthercita.

No se puede decir que arribó en el mejor momento para su propia

seguridad, pero no hay duda de que significó la esperanza en medio

del infortunio. ¿Quién sería el vencedor, los jinetes del Apocalipsis o la

vida? Acerca del nacimiento de su hija, Mamá María solía expresar que

fue para ella una mezcla de sentimientos encontrados, de alegría por

dar a luz una nueva vida, pero también de suma preocupación por el

gran peligro que corrían, afuera se oía la lluvia, las amables personas

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que me ayudaron hacía acopio con gran dificultad de los pocos

elementos que pudieron conseguir para asear a la criatura que lloraba

a pleno pulmón.

Pocos días duró la aparente tranquilidad, el 11 de junio, o sea a los diez

días de edad de la hija, las fuerzas del persistente Natera atacaron por

los cerros pero fueron rechazados con grandes pérdidas. Fue un terror

peor que los anteriores, según contaba Mamá María, una guerra librada

en las goteras de la ciudad. La artillería con su ruido ensordecedor, duró

arrojando fuego tres días seguidos, a los disparos agudos y constantes

de las trece piezas Saint Chaumond se intercalaba a intervalos regulares

la voz poderosa de El Niño que hacía retumbar la tierra para en seguida

helar la sangre con el silbido de la granada que arrojaba su gran boca,

a lo lejos se escuchaba la explosión que ponía la sangre de gallina al

pensar en los infelices que recibían tales regalos. Al contar esto,

mencionaba con pesar que la sordera que padeció y no le dejó a lo

largo de su vida, se debió a lo sufrido en esos días y los siguientes. Su hija

también tuvo ese problema, ello lo atribuía a la quinina aplicada

contra la malaria que de joven le atacó, pero uno se pone a pensar

que también ella fue afectada por el terrible ruido y las ondas de

choque causadas por los cañones.

Así fue como las tropas de Natera se vieron disminuidas y dispersas,

cuando intentaron la retirada se encontraron con el ejército federal del

general Argumedo que venía a reforzar la plaza desde San Luís Potosí,

por lo que la mortandad fue mucho mayor. Esa noche hubo festejos en

la ciudad por parte de los federales, pero la mayoría de la gente prefirió

quedarse en sus casas presintiendo que esa batalla no sería la última y,

además, por fin, había tiempo de dormir sin escuchar a El Niño y sus

compañeros. Mamá María agregaba que esos días de tregua fueron

para ella y su hija como una bendición ya que pudo, como muchas

otras personas, salir de su escondite a tomar aire fresco, así como

aprovechar para buscar alimentos y otros elementos para atender las

necesidades de su hija, también se dio tiempo para cumplir con sus

obligaciones en el hospital, atendiendo a los heridos. Caminar por la

ciudad deshecha me rompió el corazón, el quiosco de la Alameda

sirviendo de cuartel y todo el parque lleno de gente en la más entera

promiscuidad además de basura y escombro, no podía dejar de llorar al

recordar lo que fue.

Pero en este momento recuerdo que teniendo todo lo necesario en

casa, a los nietos no nos conmovían los relatos de la abuela acerca de

hambrunas y sufrimientos, llegamos al colmo, al fin niños, de tomarlo de

forma ligera y hasta divertida, no se diga que en ocasiones como algo

aburrido. Pero en cambio ahora, de forma tardía e injusta para los que

se fueron, llegan los ecos del pasado con frecuencia viva, aquellas

palabras entrecortadas por la emoción referían que los que tenían

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fuerza, salían a los cerros en busaca de conejos y cuyos, o se

conformaban con tunas y pitahayas; en la ciudad ratas, ratones y

lagartijas, y en general todo lo que se moviera, era perseguido de forma

ansiosa esperando poder llevar algo a la boca. Pero muchos no podía

ni levantarse, el hambre y las enfermedades les tenían postrados en una

especie de inconsciencia esperando solamente que todo terminara y

pronto. Es cuando llegan la conmiseración, la vergüenza y el llanto

tardíos de un nieto arrepentido, ¿Servirán de algo?

Regresando al relato, la tregua no duró mucho, días después se

expandió la noticia de que se aproximaba una gran columna militar

proveniente de Torreón a bordo de trenes, a caballo y a pie: Villa y su

División del Norte. La avanzada estaba al comando del general Felipe

Ángeles, militar de carrera, estratega especialista en artillería, quien se

dedicó a estudiar la zona y las defensas de la ciudad. Cuando llegó el

general Villa, le presentó un detallado plan de ataque que fue

aprobado por éste sin modificaciones. La ciudad quedó sitiada y por lo

tanto los víveres escasearon aun más, se auguraba lo peor, ya que la

fuerza de Villa era numerosa y contaba con artillería de gran alcance. El

19 de junio, Toribio Ortega, uno de los “Dorados de Villa” tomó las

posiciones federales de la Veta Grande desafiando el fuego nutrido de

los cañones, eso significó un serio revés para los defensores de la

ciudad, pero no había posibilidad para la rendición, ya que las órdenes

llegadas desde la capital eran precisas: defender la plaza a toda costa.

El presidente usurpador había cifrado todas sus esperanzas por

mantener el poder en la victoria de sus fuerzas en Zacatecas.

Otra vez meto mi cuchara con otros tiempos, pero me parece

importante regresar al futuro para mencionar que Veta Grande estuvo,

después de la batalla, por mucho tiempo como pueblo fantasma al

venir también el agotamiento del mineral, o sea que aparentemente la

veta, después de todo, no era tan grande. Pero afortunadamente se le

ha rescatado para que el visitante pueda recrear lo que fue esta

comunidad minera que cuenta con un museo de la minería, sencillo

pero interesante. Por estar cerca de la capital del estado, mucha gente

ha optado por vivir en este lugar, pero esa cercanía también conlleva la

desventaja de pocos visitantes, el turista no se interesa en visitarla pues

seguramente piensa que Zacatecas le da atractivos suficientes, pero el

que escribe puede asegurar que visitar Veta Grande resulta muy

recomendable, el transporte público desde y hacia Zacatecas es

frecuente y económico. Si estuviera en mis manos rescataría la vieja

mina hoy abandonada cuyo tiro se encuentra en lo alto de un cerro

con una vista magnífica del poblado, sería atractivo para los visitantes

bajar a las galerías e informarse sobre temas geológicos, la exploración

y explotación minera. Por cierto que en la fecha en que visité el lugar la

boca del tiro sólo se encontraba cubierta con tablones podridos lo cual

representa un riesgo para la gente incauta y curiosa que se acerque

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por allí. Y de paso mencionar, para tratar de dar continuidad al tema,

que la tarea bélica de Toribio Ortega de seguro no fue nada fácil

porque Veta Grande se encuentra al fondo de una hondonada, los

combatientes a sus órdenes tenían en su contra el número de efectivos

que era menor al de los defensores y además la topografía

accidentada, pero a su favor tenían la experiencia de otros combates y

la motivación de luchas contra un usurpador. Esto resultó suficiente para

la victoria parcial en Veta Grande y, después, la total en Zacatecas.

Retomando el relato, la protagonista nos contaba que en los siguientes

días llovió en Zacatecas como solamente allí sabe hacerlo, en medio de

la copiosa lluvia, del viento y los relámpagos, las fuerzas que sitiaban la

ciudad seguían fría y calculadamente el plan del general Ángeles.

Sufrimos el horror de los cañones, decía, pero, si se puede, esta vez

mucho peor porque se trataba de un fuego cruzado; los proyectiles

estallaban dentro de la ciudad, su terrorífico silbido era seguido con

gran ansiedad porque se sabía que al terminar venía un descomunal

estallido que podía significar el fin. Los rosarios pasaban rápidamente

entre los dedos de las manos húmedas, a los niños se les mantenía

cruelmente encerrados en estrechos escondites cavados bajo los pisos

de las casas. En las calles se amontonaban los cadáveres y no había

cobertizo donde no se encontraran numerosos heridos, tanto civiles

como militares, sin embargo, no había suficiente personal médico y de

enfermería para atender a todos.

El 23 de junio Zacatecas se encontró dentro de la hecatombe, fue el día

decisivo. Muy temprano, la artillería al mando del general Ángeles

empezó a quebrantar las principales posiciones de los federales en

Loreto y el Cerro de la Sierpe, avanzando hacia la fortificación del Cerro

del Grillo para hacer contacto con los infantes y jinetes al mando del

general Villa, que pronto dominaron todas las alturas cercanas a la

ciudad. A las 12 horas las posiciones de los revolucionarios eran

ventajosas, a la una de la tarde escaseaban las municiones a los

federales y para las dos estos habían sido derrotados en Santa Clara,

Cantarranas y el Grillo (o sea a un paso de la ciudad, todos estos

lugares están hoy dentro de la conurbación). Al caer la tarde se

apoderaron de la fortificación más importante de la línea interna de

defensa que habían preparado los federales en lo alto del Cerro de la

Bufa, a las seis de la tarde finalmente cayó la plaza y los federales en

pleno desorden huyeron por la cañada hacia Guadalupe, sólo para

encontrarse con la trampa que les tenía preparada Ángeles: la fuerza

de retaguardia apostada en ambos lados de la cañada que sólo tenían

que apuntar bien para cobrar una víctima por cada bala. Puede ser útil

recordar que Guadalupe se encuentra a pocos kilómetros de

Zacatecas, pueblo atractivo de mucho sabor provinciano y asiento de

un antiguo monasterio franciscano lleno de tesoros artísticos, en la

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actualidad ya no existe discontinuidad urbana entre las dos

poblaciones.

El general Ángeles al final de ese día escribió en sus memorias de

campaña:

Finalmente, nos pareció ver que hacían (las fuerzas federales) un último

esfuerzo desesperado para lograr salir por donde primero lo intentaron,

por Guadalupe y presenciamos la más completa desorganización. No

los veíamos caer, pero lo adivinábamos. Lo confieso sin rubor, los veía

aniquilar en el colmo del regocijo; porque miraba las cosas desde el

punto de vista artístico, del éxito de la labor hecha, de la obra

terminada. Y mandé decir al general Villa: Ya ganamos, mi general. (…)

Ahora, pensé, ya no falta más que la parte final, muy desagradable, de

la entrada a la ciudad conquistada, de la muerte de los rezagados

enemigos que se van de este mundo llenos de espanto.

Opino por mi cuenta que le faltó mencionar al general lo que hicieron

con la población civil, toda esa gente aturdida y confundida por no

saber que destino les esperaba y si finalmente tendrían algo que comer.

Pero por lo menos no siguió en el mismo tenor, ya que al siguiente día el

mismo general escribió:

¡Oh, el camino de Zacatecas a Guadalupe! Una ternura infinita me

oprimía el corazón. Lo que la víspera me causó tanto regocijo como

indicio inequívoco del triunfo, ahora me conmovía hondamente.

Y es que el general estaba en presencia de lo que muchos otros vimos,

recalcaba Mamá María, un camino tapizado de cadáveres, rígidos

pero con los ojos aún abiertos, muchos de los oficiales caídos habían

sido compañeros o subordinados del general Ángeles pues fue director

del Heroico Colegio Militar en la Ciudad de México. Pero la gran

mayoría eran cadáveres de jóvenes, casi niños, que habían sido

incorporados a la milicia por el cruel, injusto y bárbaro sistema de la

leva, arrancados prácticamente de los brazos de sus madres. Pero en la

ciudad, continuaba, las cosas no estaban mejor, hubo muchos civiles

que murieron entre los escombros de las casas y edificios abatidos por el

fuego de la artillería o dinamitados por los federales en su intento de

detener al enemigo. Otros muchos civiles murieron por las balas

perdidas de uno u otro bando; algunas personas durante los peores

momentos de la batalla, salían enloquecidas de sus casas a causa del

hambre y la ansiedad, sólo para encontrar la muerte en la calle. La

locura siguió por varios días, al no poder sepultar a tantos muertos se les

quemó y la atmósfera se llenó de un olor terrible e insoportable. Se les

trasladaba en carretas hacia los crematorios improvisados; adquiría

aquellos cuerpos posiciones grotescas y macabras. La campana mayor

de catedral, tocando a duelo, interpretaba el pesar general. Agregaba

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que los fusilamientos era cosa común, al paredón iban aquellos que real

o supuestamente habían ayudado a los federales, así como también los

pocos soldados enemigos que se ocultaban y de paso los pobres que

por necesidad robaban alimentos o dinero. Gustaba referir que Villa

exigió al director del hospital que le entregara a los oficiales para

ejecutarlos, pero el médico le contestó que en su hospital no había sino

heridos y que no le entregaría a ninguno de ellos. Ante lo cual Villa

ordenó su fusilamiento. Pero, ante esto, los doctores y enfermeras, la

mayoría de ellas voluntarias y además gente prominente de la ciudad,

alegaron que eran tan culpables como su director y por lo tanto

pidieron igual trato. El famoso general revolucionario montó en cólera y

estuvo a punto de mandar fusilar a todos, pero uno de sus subordinados

de confianza le hizo ver lo impopular y poco conveniente de una

acción de ese tipo.

Nadie sabe a ciencia cierta cual fue el saldo de muerte, se dice que

aproximadamente 6000 federales perdieron la vida y 3000 quedaron

heridos, mientras que de los revolucionarios cayeron 1000 hombres y

quedaron heridos 2000. En cuanto a la población civil, nunca se dieron

cifras oficiales pero se asegura que por lo menos 5000 perdieron la vida

directamente por la guerra y otros dos mil por enfermedades y la

hambruna; en esas fechas la ciudad contaba con no más de 25000

habitantes muchos de ellos salieron antes de la batalla, lo que hace una

proporción aproximada de los fallecidos de un tercio del total, o sea

una probabilidad de morir de dos veces lo correspondiente a la ruleta

rusa. A pesar de estragos tan grandes, poco a poco la vida retomó su

rumbo, el milagro de la esperanza, una vez más, con su luz disipó las

tinieblas. Las madres de los niños que lograron sobrevivir la hecatombe

resultaron las verdaderas heroínas de la Revolución Mexicana, porque

preservaron la vida de quienes después se encargarían de reconstruir el

país.

Los generales siguieron protagonizando batallas, pugnas y purgas que

habían de durar varios años, muchos de ellos murieron de forma

violenta. Venustiano Carranza murió traicionado en 1920 por los que

habían sido sus seguidores. Felipe Ángeles, el artífice del triunfo

revolucionario en Zacatecas, afrontó el paredón un año después de su

hazaña de forma totalmente injusta y paradójica. Francisco Villa y

Álvaro Obregón, fueron borrados del mapa, abatidos por las balas de

asesinos pagados o dirigidos por sus enemigos políticos. Sólo Victoriano

Huerta, el más culpable de todos, se libró de la balas al salir del país,

pero la cirrosis hepática se encargó de él a menos de dos años de lo

ocurrido en Zacatecas y que precipitó su caída del poder. Justicia

divina, diríamos muchos.

Después de esos acontecimientos que pusieron en riesgo su vida, Mamá

María se dedicó a educar a sus hijos y a ejercer sus conocimientos de

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enfermera y partera ayudando a traer al mundo a muchos nuevos

mexicanos, incluyendo a sus nietos. También confeccionaba ropa para

ayudar a mejorar la economía familiar en esos tiempos post-

revolucionarios que fueron bastante difíciles. En cuanto a su hija Esther,

el haber pasado sus primeros meses de vida dentro de aquel infierno,

significó una especie de inoculación contra la violencia por la que sintió

siempre aversión; en cambio, exaltó las virtudes humanas de la manera

más directa y efectiva, es decir, practicándolas; principalmente el amor

y la caridad por sus semejantes principalmente los niños.. Cultivo la

tolerancia y siempre fue apegada a la cultura, se graduó de profesora

en la Escuela Normal de Zacatecas. En 1930 conoció a Fernando

Aureliano Ramírez Ponce, joven soldado de Unión de Tula, Jalisco, que

había sobrevivido a la no menos espantosa guerra cristera que siguió a

la de revolución. Salió de ella con heridas físicas y emocionales, pero

gracias a su matrimonio rehizo su vida y, formando un verdadero

equipo, ambos dedicaron su esfuerzo a su verdadera vocación: la

educación. Contribuyeron a la gran cruzada nacional por la

alfabetización enseñando a leer y escribir a muchos niños incluyendo los

propios. Procrearon nueve hijos, cuatro mujeres y cinco varones. Su

camino, así como el de la mayoría de las familias mexicanas, fue largo y

difícil por las repetidas crisis económicas y las pocas oportunidades de

trabajo. El haber tenido una familia numerosa seguramente les dificultó

las cosas, pero ellos y principalmente Esthercita, transformaron las

dificultades en oportunidades. A pesar de las carencias económicas, el

ambiente familiar era alegre y cargado de optimismo, sin faltar en

ocasiones las lagrimas, se desvivieron por sus hijos haciéndoles sentir a

todos importantes. El propósito de nuestro padre fue formarnos a todos

como profesionistas y personas honradas, lo cumplió cabalmente. El

propósito de nuestra madre fue, además, hacernos personas sensibles a

las necesidades de los demás, responsables y bien intencionados, lo

logró a base del amor que nos ofreció sin límite ni distinción.

Dos de los hermanos hicimos nuestra carrera en la Universidad

Autónoma del Estado de México, cuando la familia decidió asentarse

en Toluca después de haber estado en Zacatacas, Guadalajara, El

Grullo, (Jalisco) Aguascalientes, San Luís Potosí y Tlahualilo (Durango).

Francisco estudió medicina y se le reconoce como uno de los más

brillantes estudiantes de la Facultad de Medicina, se encargó

prácticamente toda su vida profesional del laboratorio del hospital del

IMSS en Mazatlán. El que escribe estudió ingeniería civil y por las buenas

artes del destino se dedicó principalmente a labores académicas en la

institución que lo formó y hasta se le ha confiado el encargo de cronista

(de la Facultad de Ingeniería), lo cual le permite ahora agregar que

curiosamente correspondió a un ilustre zacatecano impartir los primeros

cursos de matemáticas en el Instituto Científico y Literario del Estado de

México antecedente de la UAEM, que sería la base para los estudios de

ingeniería que se impartirían más tarde. Felipe B. Berriozabal, nació en la

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ciudad de Zacatecas en 1829. Quedó huérfano muy joven, pero con

trabajo y sacrificios pudo trasladarse a la capital del país para inscribirse

en la Escuela Nacional de Ingenieros. Tuvo que interrumpir sus estudios

para luchar contra el ejército invasor de Estados Unidos de

Norteamérica en 1846 y 1847. Recibió el título de ingeniero en 1849. En el

mismo año el gobernador del Estado de México lo llamó para que

impartiera las cátedras de matemáticas y cálculo en el Instituto. Se

distinguió en su profesión y sobre todo como militar. Tomó parte en la

desecación de los pantanos de Lerma y en la canalización del río del

mismo nombre. Realizó obras encaminadas a evitar las inundaciones en

la ciudad de Toluca debido a los escurrimientos del Nevado. Fijó los

límites entre los estados de México y Michoacán. Su carrera militar fue

sobresaliente y patriota, muy joven combatió contra la invasión

norteamericana. Luchó al lado de Juárez, primero contra los

conservadores y después contra los ejércitos imperialistas hasta el triunfo

de la república. Fue ministro de guerra y en dos ocasiones de

gobernación. Murió como ministro de guerra en la ciudad de México en

1910.

Puedo añadir que la institución referida llevó por un tiempo el nombre

de Instituto Científico y Literario Porfirio Díaz, pero después recobraría su

nombre original para que el 3 de marzo de 1956 se transformara en

Universidad Autónoma del Estado de México. Todo esto para concluir

que se han dado las cosas para que el autor de este escrito participe

en el XXX Congreso anual de la Asociación Nacional de Cronistas de

Ciudades Mexicanas, A. C. en calidad de invitado académico como

cronista de La Facultad de Ingeniería de la mencionada universidad,

esperando contribuir al éxito del congreso.

Cuando tengo oportunidad de regresar a Zacatecas, no puedo dejar

de subir al Cerro de la Bufa, a pie como lo hacían ellas y no en el

moderno teleférico o el autobús que lleva a los turistas a este importante

punto de interés de la bella ciudad. Para el ascenso existe hoy un bonito

sendero con bancas y algunos árboles para dar sombra, los encargados

han mandado plantar diferentes especies de cactáceas que aumentan

agradablemente su atractivo. Al ir subiendo se percibe en todo su

esplendor el Santuario de Nuestra Señora del Patrocinio que aquel año

de 1914 no se libró de sufrir los impactos de la metralla, sus muros

sirvieron de trincheras y en los momentos trágicos de la caída, no

faltaron los que se refugiaron bajo la protección de la Patrona del lugar

para tratar de salvar la vida. En un edificio contiguo se ha montado un

museo donde se ofrece al visitante información sobre la Revolución de

1910 y en particular de la Batalla de Zacatecas, incluyendo fotografías

de aquellos aciagos días, los visitantes por lo general pasan rápido las

salas de seguro pensando en otras cosas por hacer. Por mi parte las

fotografías me llaman la atención, no contienen detalles por ser

reproducciones ampliadas, algunas muestran los daños que sufrió la

ciudad con muchos edificios derruidos, otras contienen escenas de

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guerra con los cañones disparando o la carga de la caballería en plena

acción, algunas pocas de la gente común y de los heridos en el

hospital, en éstas, a pesar de lo borroso de las reproducciones, puedo

ver claramente la sangre y las lágrimas de esa gente que tuvo la

desgracia de estar en ese preciso lugar y tiempo, muchas esperanzas y

sueños terminaron allí y otros iniciaron. Decido terminar la visita, se

camina por un sendero estrecho hasta el observatorio, otrora orgullo de

la ciudad, ahora lleno en sus muros de pintas, la vista de la ciudad es

magnífica encabezada por la Catedral y hacia el norte San Francisco

con su templo en ruinas y en lo que se ha rescatado el Museo Coronel,

se dedica un buen rato a contemplar la bella y bien cuidada ciudad,

declarada patrimonio cultural de la humanidad siempre envuelta de

ese halo de dignidad provinciana acentuado por el puro y fiel sonido

de la campana mayor de su catedral, desde las alturas se distinguen

muy bien muchos de los sitios estratégicos donde se desarrollaron los

hechos de armas en la famosa batalla. Después, caminando hacia la

cima, encuentro las grandes esculturas ecuestres realizadas en bronce

de Villa, Ángeles y Natera, y más arriba en la base del Crestón se

registran los nombres de los ilustres del estado de Zacatecas, entre ellos

el poeta jerezano Ramón López Velarde que seguramente este lugar le

inspiró para escribir su obra más sonada, en particular la parte que dice:

Suave Patria: tu casa todavía

Es tan grande, que el tren pasa por tu vía

Como aguinaldo de juguetería

Y el peregrino se queda pensando que allí, de alguna forma, ya sea en

las rocas, las plantas o las aves que surcan el cielo, se encuentran las

personas que sufrieron aquellos episodios. Sí, en el viento distingo y

siento la presencia de Mamá María y Esthercita velando por nosotros.

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