Catequesis para adolescentes y ateísmo
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PONTIFICIA UNIVERSIDAD LATERANENSE
LA CATEQUESIS PARA ADOLESCENTES
Y
EL ATEISMO CONTEMPORANEO
AURELIANO BRAMBILA DE LA MORA
HERMANO MARISTA
1969
ROMA
Catequesis para adolescentes y ateísmo
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P R E S E N T A C I O N
Hace treinta años dejaba la catequesis para adolescentes, después de haberme dedicado a ella durante casi 10 años. Hoy, por esos avatares curiosos de la vida, he vuelto a ese mundillo de los adolescentes. Mi contacto con ellos es ciertamente reducido: entrevistas individuales y asesoría a sus catequistas. Pensando en estos catequistas, hombres y mujeres, cristianos valientes y apostólicos, me he decidido a publicar mi trabajo conclusivo de cuatro años de estudios en Roma (1965-1969), realizados precisamente al terminar mi labor apostólica con los adolescentes. Me doy perfecta cuenta de lo diferentes que son los muchachos de aquel momento con los de ahora. Sin embargo, creo que las reflexiones que me hice en aquel entonces tocan algo que es constante en la estructura del adolescente. Me atrevo, pues, a pensar que siguen siendo válidas. La adolescencia es una edad muy bella, aunque no exenta de dificultades, tanto para quien la vive como para quienes forman el entorno. No pretendo abarcar todo lo relacionado con la adolescencia. Sólo trataré de un aspecto: el religioso. Y de éste, sólo una dimensión: el paso de la fe aprendida a la fe asumida. Lo que Babin muy acertadamente llama el proceso egomórfico. En efecto, hoy como ayer, el adolescente se encuentra traduciendo sus creencias a nivel personal. Este proceso llegará normalmente a su término alrededor de los 18 años (final de la segunda etapa de la adolescencia). Es en este momento cuando el asumir el compromiso de ser testigo de la fe mediante la recepción de los dones del Espíritu Santo, a través del sacramento de la Confirmación, resulta del todo adecuado. Difícilmente podría uno comprometerse en pleno período de autocuestionamiento. Con todo cariño dedico este trabajo a los jóvenes adolescentes de la Mariano Azuela, como representantes de todos los demás de ese nivel. También lo dedico con igual cariño a los catequistas que dan testimonio de su fe frente a este grupo de cristianos en período de crecimiento. Su labor es muy bella y difícil. Supone gran capacidad de tolerancia, mucho espíritu de diálogo y enorme comprensión. En una palabra, mucho amor. H. Aureliano Brambila de la Mora. Guadalajara, Jal., México., marzo de 1995
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E S Q U E M A D E D E S A R R O L L O
PROLOGO INTRODUCCION
Existencia del problema
Análisis del problema
Límites del tema
- Elementos a considerar
- Enfoque: teológico y teórico
Importancia del tema
- Una contribución al esfuerzo pastoral
- Ateísmo, ¿un problema fronterizo?
- Elementos de reflexión que proporciona el ateísmo
CAPITULO I
CRISIS DE FE EN EL ADOLESCENTE.
Evolución de la fe
Concepto de la crisis de fe
Necesidad e importancia
Riesgos que ofrece
Factores de psicología genética
Factores de psicología diferencial
CAPITULO II MEDIO AMBIENTE DESFAVORABLE
I.- El ateísmo
El hecho
Gravedad
Concepto
Causas
Tipos II.- Influencia del medio ambiente ateo sobre el adolescente
La familia
La escuela
La cultura
La Iglesia
Elementos en resonancia con su crisis de fe
CAPITULO III
ERRORES DE LA CATEQUESIS QUE AGRAVAN LA CRISIS DE FE
Se confunde a Dios con la idea que de El se tiene:
- Teísmo clásico
- Divinidad categorial
- Materialización de conceptos
Enfoques equivocados
- Extrapolaciones
- Identificaciones indebidas
- Actitudes
CAPITULO IV UNA CATEQUESIS ADECUADA
Significado de “adecuada”
Tentativas equivocadas
Primado de la realidad y de la Revelación
Educación a la fe, no al anti-ateísmo I.- Perspectiva bíblica
¿Ayuda o fuente?
Historia de la Salvación
Dificultades de la interpretación
Relación entre la fe y la exégesis
Relación con la liturgia: salmos II.- Perspectiva mariana
María y lo sobrenatural
María y el adolescente
Presentación conveniente del dogma mariano
III.- Perspectiva eclesial
Relación entre Cristo y su Iglesia
Comunidad y fe
El catequista: mensajero de la Iglesia
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Vida litúrgica IV.- Perspectiva personalista
La familia trinitaria
La Persona de Cristo: “Resplandor del Padre”
Persona del adolescente: altar de sacralización y principio de unificación vital
V.- Perspectiva prospectiva
Mesianismo del Pueblo de Dios
Fomento del sentido de la transcendencia
Lograr una fe madura
La actitud fundamental: docilidad al Espíritu Santo
CONCLUSIONES BIBLIOGRAFIA
INDICE
PROLOGO 09
INTRODUCCION 11
CAPITULO I: CRISIS DE FE EN EL ADOLESCENTE 18
CAPITULO II: MEDIO AMBIENTE DESFAVORABLE 28
CAPITULO III: ERRORES DE LA CATEQUESIS QUE AGRAVAN
LA CRISIS
40
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CAPITULO IV: UNA CATEQUESIS ADECUADA 48
CONCLUSIONES 83
BIBLIOGRAFIA 86
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P R O L O G O
Esta disertación ve la luz del día, gracias a la inquietud que surgió en mi espíritu cuando
leí por primera vez los números 19 y 21 de la Constitución Pastoral “Gaudium et Spes”.
Se habla ahí del “grave problema del ateísmo”, sumamente extendido en la sociedad de
hoy, y que “debe ser examinado con atención”. Me impresionó la insistencia con que el
Concilio responsabiliza de la situación actual a los propios creyentes, entre otras cosas,
por “la exposición inadecuada de la doctrina”, sea de palabra o de hecho. Me di cuenta
de que Vaticano II no sólo señala la existencia de un problema serio, sino que, al mismo
tiempo, ofrece material abundante para elaborar una solución conveniente. Era de
esperarse que así fuera, pues “a la Iglesia toca hacer presentes a Dios Padre y a su
Hijo encarnado, bajo la guía del Espíritu Santo”.
Tal vez, a primera vista, el título del presente trabajo sorprenda un poco. Cabría
preguntarse, ¿qué relación real existe entre los adolescentes y el ateísmo?... Pretender
dar respuesta desde el prólogo a esta pregunta, significaría exponerme a escribir aquí
todo el desarrollo de la disertación. Baste por ahora con decir, que esa relación existe y
que la percepción de ella me vino a través de algunas experiencias vivenciales. Durante
varios años fui catequista de adolescentes. Fui testigo de sus afanes y dificultades en la
esfera religiosa. En muchas ocasiones presencié, apenado e impotente, pérdidas de fe,
o al menos, alejamientos de la Religión. Atónito, contemplaba el derrumbe escandaloso
de lo que una catequesis laboriosa y diligente había logrado construir durante largos
años. No sin cierta angustia, me formulaba interrogantes inquietantes, y a veces, hasta
acusadores.
¿Cuál era la causa de semejante fenómeno? ¿Qué elementos de la catequesis habían
cooperado en agudizar la crisis? ¿Era un fenómeno del todo natural, y por lo tanto
inevitable? ¿De qué manera se podría ayudar a los jóvenes adolescentes a permanecer
en la fe?...
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Aprovechando la magnífica oportunidad de encontrarme en el Instituto “Jesus Magister”,
he intentado hacer un análisis detallado del trinomio: catequesis, adolescencia y
ateísmo. Dicho análisis es el tema de esta disertación. El estudio lo hago a través de
cuatro capítulos. El primero lo dedico al examen de la crisis de fe en el adolescente. En
el capitulo II hago un breve bosquejo del ateísmo contemporáneo. En el tercero,
expongo algunos errores de la catequesis que han podido servir de pretexto a los
avances del ateísmo. Finalmente, en el capitulo IV, doy elementos de solución al
problema, proponiendo una catequesis que llamo “adecuada”. No se trata de cuatro
capítulos yuxtapuestos: establezco entre ellos un fuerte nexo que los constituye en un
todo lógico y coherente. La finalidad de los tres primeros capítulos es la de fundamentar
psicológica, sociológica y teológicamente el capítulo cuarto. Naturalmente que el trabajo
realizado es por demás modesto, y está muy lejos de ser completo. No he pretendido
hacer una obra rica en erudición, lo he querido sencillo y comprensible, a fuer de
catequista que soy. Espero que estas páginas sólo puedan servir de incentivo, a
cabezas más competentes y preparadas, a realizar una investigación más a fondo y
más científica.
La idea medular de la disertación es que la mejor manera de prevenir el ateísmo, o el
para-ateísmo, en el adolescente en crisis de fe, no consiste en darle una instrucción
anti-ateísta, sino simplemente en procurarle una conveniente e inteligente educación de
la fe. Para lograr esto, la catequesis debe poseer varias perspectivas: la bíblica, la
mariana, la eclesial, la personalista y la prospectiva. Como se ve, no se trata de meros
aspectos, sino de ángulos de vista que dominan todo el contenido catequético.
Estoy plenamente convencido del valor que representa y del servicio que la catequesis
puede y debe ofrecer a la juventud cristiana, sobre todo la que se imparte en la Escuela
Católica. Porque la escuela católica, por su naturaleza misma, se presta
maravillosamente para convertirse en el campo de encuentro por excelencia entre el
mundo moderno y la Iglesia centenaria. Es en ella que se dan la mano las últimas
novedades científicas y culturales, y los dogmas de la Religión, constituyéndose así en
clamoroso mentís a los postulados del ateísmo. La escuela católica, operaria del Reino
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de Dios y artífice del mundo humano, se dedica con todo entusiasmo a ayudar a fincar
este mundo material, sabiendo que, al mismo tiempo, cada piedra que coloca se
convierte en sólido cimiento del Templo de Dios. Quiera María, nuestra Madre
Santísima, modelo de fe, prototipo de la Iglesia, bendecir estas líneas y ofrecerlas al
Señor Jesús, su Hijo, Revelador y Resplandor del Padre.
Roma, Italia, a 6 de enero de 1969
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El primer paso para resolver un problema es reconocer su existencia. Un correcto
planteamiento del problema adelanta por sí mismo su solución. Considerar las
dificultades de la empresa evangelizadora no es signo de pusilanimidad. Ante todo hay
que ser realistas. La tarea que emprende el catequista de hoy no es precisamente fácil.
Evangelizar un mundo en proceso de creciente descristianización constituye un
auténtico desafío a la lógica de la prudencia humana. ¿Qué actitud ha de tomar el
catequista para poder hacer progresar la palabra de Dios en un medio adverso, o
terriblemente indiferente al mensaje mismo, que él tiene por misión transmitir?
Interrogación inquietante que no puede menos que plantearse un catequista consciente
de su papel en la Iglesia. La paulatina desaparición de las certezas entre los hombres,
constituye una verdadera angustia en el corazón del evangelizador. Conocedor del
medio ambiente, presiente que la semilla que va a depositar en sus hermanos, correrá
la misma suerte que aquella de la parábola que cayó en el camino, y fue pisoteada por
los hombres, y comida por las aves del cielo. Las palabras del salmo: “Sálvanos, Señor,
pues las certezas desaparecen de entre los hijos del hombre” 1 ponen bien el dedo
sobre la llaga. Ante un mundo que se derrumba a causa de una duda cada vez más
extendida, el catequista ha de presentar la solidez de las certezas fundadas en la roca
inconmovible de Dios y de la fe.
Para conocer a fondo la naturaleza del problema y algunas de sus implicaciones más
notables, es necesario analizar, con cierto detenimiento, el proceso de evangelización y
el fenómeno del ateísmo; son los dos polos esenciales de la cuestión. Habrá que
empezar por estudiar la relación existente entre el ateísmo y el cristianismo. ¿Hay
alguna posible conexión entre estos dos términos antitéticos? A juzgar por ciertos
textos, podría sospecharse un nexo muy estrecho, casi del orden de la causalidad. El
Concilio Vaticano II tuvo la valentía de decir que:
“En esta génesis del ateísmo pueden tener parte no pequeña los propios creyentes, en cuanto que, con el descuido de la educación religiosa, o con la exposición
1 Salmo 12, 2
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inadecuada de la doctrina, o incluso con los defectos de su vida religiosa, moral y social, han velado más bien que revelado el genuino rostro de Dios y de la Religión.” 2
A la luz de este texto, muy atinado resulta el comentario de Mario Gozzini:
“Por vez primera en un Concilio, los Padres se han puesto a sí mismos en tela de juicio, se han interrogado acerca de su manera de actuar, de vivir el cristianismo, como causa posible de los errores y del rechazo por parte de los hombres.” 3
La teología, la vida de los creyentes, y la catequesis con sus desviaciones y omisiones,
han contribuido al presente estado de cosas. Con frecuencia la teología ha traspasado
su cometido. Ha presentado un Dios abstracto como si fuese más bien un teorema de
geometría, que el Dios vivo de la Biblia. A menudo los ateos son reflejo de los cristianos
mismos; son el eco de su pálido y mortecino testimonio de discípulos del Señor:
“En muchas casos los ateos no son sino el reflejo de una parte de nosotros mismos, el eco de nuestro pobre testimonio de creyentes”.4
Así pues, no es siempre válida la cómoda solución de echar toda la culpa de su ateísmo
al ateo mismo. La sentencia: “Dice en su corazón el necio; no hay Dios.” 5 Es totalmente
cierta, pero no implica necesariamente que todo el que dice “no hay Dios”, sea un necio.
Para que sea posible al catequista tomar una actitud adecuada ante el creciente
ateísmo de nuestros días, es importante que considere los elementos constitutivos del
polinomio: teología, ateísmo y metodología catequética. Sólo a la luz de un análisis
pormenorizado, llegará a conocer el juego de interrelaciones que circulan de un factor al
otro. Quien dice teología, comprende todo el abanico de ciencias sagradas que parten
de la Revelación y tratan de ahondar el conocimiento de la fe. Quien dice ateísmo
abarca todo el hecho social en cuanto relacionado con una postura adversa a la
2 Gaudium et Spes, n. 19 3 cfr. GOZZINI, MARIO, L. ateísmo contemporáneo, in Rocca, Pro Civitate Christiana, n. 3 (feb 1966), p. 37 4 cfr. HENRY, A.M., L’athéisme aujourd’hui, in L’athéisme, tentation du monde, réveil des chrétiens?, Paris, Du
Cerf, 1963, p. 35 5 Salmo 53, 2
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creencia en Dios. Quien, finalmente, dice metodología catequética, significa el conjunto
de datos acerca del contenido y forma de la catequesis, así como del sujeto y del
agente de la misma.
Naturalmente que no es posible en esta disertación pretender abarcar todos los
aspectos del análisis. Es preciso concretarse a unos cuantos elementos. La parte del
contenido tendrá la exclusiva sobre lo meramente metodológico. Será ante todo una
reflexión teológica de la catequesis. El medio ambiente ateo será analizado sólo en los
puntos de incidencia con la crisis evolutiva del sujeto de la catequesis. El adolescente
será el objeto del examen. No se trata de entablar un diálogo con el ateo. La
perspectiva del presente trabajo es conservarse siempre en la línea de la catequesis
para adolescentes creyentes, inmersos en una sociedad que se descristianiza. Los
límites impuestos al examen de la situación catequesis-ateísmo permitirán dar una
solución parcial al problema. No podrá exigirse de este trabajo sino un conjunto de
orientaciones de índole teórica. Factores de primer orden quedarán fuera de
consideración: el catequista y la metodología práctica. El enfoque global, por lo tanto,
será más bien teológico.
El Concilio, a través de su Documento sobre la Iglesia en el mundo de hoy, invita con
repetida insistencia a los pastores de almas a tomar conciencia de la realidad que
representa hoy el ateísmo. Con frecuencia lo denomina con el calificativo alarmante de
fenómeno muy grave: “uno de los fenómenos más graves de nuestro tiempo, que debe
ser examinado con toda atención es el ateísmo6.
El catequista que se esfuerza por descubrir las raíces, las ramificaciones, las
interacciones del ateísmo que invade la sociedad en que vive, da el primer paso para
capacitarse en la aplicación de una catequesis adecuada. Eso es una contribución
positiva a la obra evangelizadora de la Iglesia. El análisis que hace, lo obliga a someter
a revisión el proceso y el contenido de su enseñanza. A la larga, el fenómeno del
ateísmo permitirá, merced a una adecuada reacción por parte de la catequesis, un
6 Gaudium et Spes, n. 19
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avance positivo de la causa de Dios. Lejos de tomar una postura defensiva o de
ignorancia despectiva, la catequesis debe enfrentarse al problema, aceptándolo con
toda la crudeza con que se presenta, pues:
“El fenómeno amedrentador del ateísmo moderno podría ser entre otras cosas, una medida de la Providencia para obligar a la Humanidad, y sobre todo a la Cristiandad, a volverse hacia un más alto modo de pensar en Dios. Precisamente, a la virulencia anticristiana de ese ateísmo no se puede contestar con un correspondiente “anti” de los cristianos, la respuesta cristiana debe recibir el golpe ciego y enemigo con toda su hondura, y saber transformarlo en algo luminoso y unitivo.” 7
El estudio del binomio catequesis-ateísmo, no sólo constituye una contribución real a la
revisión pastoral propuesta por el Concilio, sino que además puede ayudar a evitar las
deserciones, aunque temporales, de la juventud cristiana.
El catequista ha de tomar en serio las objeciones del ateísmo circundante no sólo para
poder responderlas, sino ante todo para poder mantenerse él mismo en la fe y dar
testimonio de ella ante sus catequizandos. La situación religiosa de nuestro siglo exige
más que nunca, recias convicciones en quien ha de convertirse, por vocación, en
dispensador de la Palabra de Dios. Ser cristiano en nuestros días supone un esfuerzo
continuo de autoidentificación:
“Hoy, el bautizado, aun el que ha nacido en el seno de una familia cristiana, vive en una situación existencial que está muy lejos de ser portadora de cristianismo: incluso en cuanto bautizado -si partimos de la situación ambiental- es simplemente «pagano», y en una medida tan vasta como no se ha vuelto a dar después de Constantino. El cristiano deberá poseer una idea suficientemente clara de las características propias y verdaderamente distintivas del cristianismo que lo distinguen del mundo que le rodea.”8.
El problema del ateísmo no es uno de esos tópicos fronterizos, dignos de consideración
en cuanto que proporcionan oportunidades a la especulación intelectual. Es, por el
7 VON BALTHASAR, HANS URS, El problema de Dios en el hombre actual, Madrid, Ed. Guadarrama, 1960, p.
211 8 RAHNER, KARL, Una fórmula breve de la fe cristiana, in Concilium, Madrid, Ed. Cristiandad, n. 23 (marzo
1967), p.451
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contrario, un asunto de actualidad existencial que atañe directamente a lo más personal
del cristiano:
“Lo que constituye la fuerza del ateísmo moderno es que no es una construcción abstracta, sino una reflexión en relación directa con la situación concreta de los hombres. Finitud, contingencia, relatividad, libertad, es la condición humana universal, que se transforma a través del progreso técnico y científico, sin por eso modificar fundamentalmente su naturaleza.”9
Se ha llegado al grado de sentir, de una manera insospechada, la tentación de hacerse
ateo. Tal vez siéndolo, se piensa, se estaría más a tono con la creciente desacralización
y secularización de la sociedad contemporánea. El cristiano se considera, a veces,
como al margen de la marcha y de las preocupaciones de un mundo que se quiere cada
vez más inmanente. El Dios que le han enseñado a definir parece ser intelectualmente
superfluo, emocionalmente innecesario y moralmente insoportable. Con frecuencia el
creyente no sabe qué hacer de sus creencias, le resultan embarazosas, lo hacen
sentirse extraño en un mundo que evoluciona vertiginosamente. En varios casos, el
cristiano opta por abandonar sus ideas “alienantes” y decide integrarse, armónicamente,
en el grupo de los “sin Dios”.
Que hay una crisis de fe en la Iglesia de hoy, es algo indudable. La gran escasez de
vocaciones sacerdotales y religiosas es un índice fiel del nivel de la fe. ¿Qué razón de
ser tiene el consagrarse a Dios, si ya no se cree en El? ¿Por qué padecer por Cristo, si
se piensa que El ni siquiera existió?... La gravedad del problema planteado por el
ateísmo ambiental es grande. Un estudio profundo acerca de sus incidencias sobre los
problemas de presentación del dogma cristiano, cobra una importancia del todo singular
en estos días. Analizar la actitud de la catequesis ante la incredulidad contemporánea
es pues un tema digno de consideración.
La máxima atención debe darse a los momentos críticos de decisión personal. Entre
ellos, el de la adolescencia reclama el primer puesto.
9 cfr. LACROIX, JEAN. Le sens de l’athéisme moderne, Tournai, Ed. Casterman, 1950, p. 64
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Cuidado especial merece la manera como es propuesto el dogma a la juventud de hoy,
a fin de evitar deformaciones ideológicas. Consciente de que los jóvenes de hoy serán
los hombres creyentes o ateos del mañana, el catequista de adolescentes no puede
permanecer indiferente ante el peligro real del ateísmo. Muchos adolescentes
superarán su crisis de fe, si sabe ayudarles atinadamente a resolverla:
“La acción de Dios en el mundo llega a los hombres mediante los hombres. Somos responsables de nosotros mismos, de los demás y del mundo.” 10
El ateísmo actual ofrece elementos de reflexión para un repensamiento de la política y
de las estructuras pastorales. Indiscutiblemente que los factores positivos que
proporciona, son de más peso que los riesgos que comporta:
“Cómo no podría la Iglesia, que se encuentra en la línea de los Profetas, reconocer que en el ateísmo hay algo dolorosamente providencial, de manera semejante a la del pueblo de la Antigua Alianza, el cual para hallar de nuevo el sentido de la alianza en toda su pureza, tenia necesidad de la dolorosa purificación del exilio.” 11
El ateísmo tomado en serio, hará que el cristiano crezca en madurez, al tener que hacer
una elección entre las diversas posturas concernientes a los problemas vitales de la
humanidad. Estos aspectos positivos no son pocos y contribuyen poderosamente a una
depuración del proceso catequético. Purificación que permite una presentación más
adecuada del mensaje cristiano, una presentación más ágil, una presentación más
redentora. Todo ello contribuirá en gran manera a detener el éxodo de los
decepcionados, a aliviar la angustia de los que dudan y a reafirmar la fe de los
convencidos.
10 cfr. COFFY, ROBERT, Dieu des athées, Paris, CSF., 1963, p.100 11 cfr. LIEGE, Conclusion, in L’athéisme d’aujourdhui, tentation du monde, réveil des chrétiens?, Paris, Du Cerf,
1963, p. 242
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C A P I T U L O I
CRISIS DE FE EN EL ADOLESCENTE
La fe no es algo que se da en abstracto; sola no puede existir. Su desarrollo acompaña
el proceso evolutivo del sujeto que la posee y la vive. Basta dar una mirada
retrospectiva a la historia de la Revelación, para darse cuenta del lento proceso de
maduración que la creencia ha ido tomando en la humanidad. Dios no exigió desde el
primer momento una perfecta comprensión de su Palabra -ni siquiera aún hoy la exige-
pues, como buen Pedagogo, sabe la necesidad que tiene el hombre de una maduración
psíquica y religiosa que lo vaya capacitando gradualmente a la captación de los
misterios. La fe es un proceso evolutivo que tiene su origen en la Palabra de Dios. Su
desarrollo está en función de la evolución de la humanidad.
Todo esto que acontece a la fe en el plano histórico, se repite a través de la vida
personal de cada hombre. La fe también pasa por las diferentes etapas de la vida
humana. No es la misma fe la que vive un niño, un adolescente, un joven, o un hombre
maduro:
“Nos parece poder afirmar que el hombre está llamado a rehacer, por cuenta propia, el esquema de las adquisiciones logradas a través de las diversas etapas de la Historia de la Salvación. En el punto de partida, el niño lo posee todo en germen, y las etapas de su maduración humana son disposiciones providenciales que servirán para alcanzar una toma de conciencia, a un aumentar y corregir cuanto ya existía en el desde el principio.” 12
La fe toma los matices propios del sujeto en que se encuentra. Cada edad posee una
psicología determinada. Es la psicología genética la que analiza el conjunto de factores
que modelan las diferentes edades. Así pues:
“El niño deberá comenzar su marcha por el camino que le marca el conocimiento que sobre Dios tienen sus padres; el preadolescente deberá pasar a través de la idea de Dios que le proporciona la enseñanza objetiva. El adolescente alcanzará
12 BABIN, P., L’adolescente davanti a Dio, Roma, Ed. Paoline, 1966, p. 269
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una onda de conocimiento de Dios totalmente influida por sus tendencias subjetivas. El adulto, después de la purificación de Pentecostés, tomará posesión del discernimiento del Dios de Jesucristo, tal y como se le encuentra en la Iglesia, en los acontecimientos y en la realidad de la vida.” 13
De la misma manera que en el desarrollo del individuo hay unas etapas más dramáticas
que otras, así en la vida evolutiva de la fe personal, habrá edades más o menos
propensas a periodos críticos. De todos es conocida la profunda transformación física,
psíquica y espiritual que sufre el niño cuando empieza a convertirse en adolescente. Se
produce en él una fractura tal, que más se antojaría llamarla mutación que no evolución.
No parece sea necesario alegar muchos testimonios en favor de esta aseveración:
todos los tratados de psicología hablan extensamente acerca de la crisis de la
adolescencia. Crisis que envuelve todos los aspectos de la vida. Pues bien, la fe que se
encuentra en el adolescente también va a pasar por toda una serie de vicisitudes que la
pondrán, sea en peligro de desaparecer, o en la oportunidad de arraigarse aún más. De
ahí que sea muy legítimo hablar de una crisis de fe en la adolescencia.
La palabra CRISIS se presta a diversas interpretaciones. A veces, se le da un sentido
más bien peyorativo. Esto ocurre cuando se quiere indicar la carencia de algo que
debería haber; por ejemplo, cuando se dice que hay “crisis de vocaciones
sacerdotales”.
Pero cuando aquí se habla de una crisis de fe en la adolescencia, no se quiere indicar
que falte la fe al adolescente, sino que se encuentra en un momento de transición.
Momento que, psicológicamente, significa una fractura con el pasado, un cambio radical
de actitud, una concepción nueva de la vida personal y de las relaciones con los demás.
La crisis de fe en el adolescente es la consecuencia natural del profundo cambio que se
opera en su interior psíquico. Hasta hoy, poco consciente de su propio yo como
diferente del de los demás, se había dejado guiar con tranquilidad por sus mayores. Su
emotividad era poco desarrollada. Sus problemas, de tipo inmediato, eran de poca
transcendencia. Su virtud principal era la docilidad. Su fe era tranquila, sin dudas...
13 cfr. Ibid., p. 270
Catequesis para adolescentes y ateísmo
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Todo en él era perfecto equilibrio. Desde luego, con poco mérito de su parte, pues su
misma naturaleza lo portaba a ello.
Al llegar a la adolescencia, el panorama cambia su aspecto. El sentimiento de
autonomía hace su irrupción de una manera con frecuencia violenta:
“La impresión que tiene el adolescente de ser en sí y para sí mismo, independiente de los demás, lo lleva hacia la independencia. Su primer acto de autonomía será la de oponerse, la de decir «no». Esta capacidad de decir «no» marca una etapa importante en la evolución de la joven personalidad, cuya base está constituida por esa tendencia que posee el individuo de autoafirmarse.” 14
Los valores religiosos quedan afectados ante esta actitud. El adolescente somete a
revisión sus creencias. Examina cuidadosamente lo que hasta hoy había aceptado con
entera docilidad. Todo esto lo hace no por el mero gusto de polemizar, sino para
resolver un problema vital.
“El adolescente asume o rechaza personalmente las verdades de fe, recibidas durante la infancia. Ya no será religioso porque deba serlo, sino porque quiere serlo.” 15
Sería injusto decir que esa crisis constituye una forma de ateísmo. Hacer semejante
apreciación indicaría desconocer la psicología del adolescente. Su fe atraviesa una
etapa de revisión, pero no de desintegración. Cierto que las manifestaciones externas
se verán notablemente disminuidas, pero esto no sólo acaecerá en el campo religioso,
sino también en todos los demás sectores de la vida. El adolescente deja el mundo
objetivo de la infancia, y se sumerge en las interioridades de su personalidad. Las
manifestaciones de cualquier índole se reducen a su mínima expresión. El adolescente
se presenta a su medio ambiente, ante todo, como un enigma.
Para que el niño pueda llegar a la madurez del hombre, debe pasar por la crisis de la
adolescencia. El equilibrio natural debe ser sustituido por un nuevo equilibrio adquirido.
14 cfr. GRIEGER, PAUL, Pédagogie Générale, I, Paris, Ligel, 1964, p. 189 15 cfr. Ibid., p. 199
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El proceso evolutivo natural debe seguir su curso normal en la vida de cada individuo;
Impedir ese desarrollo equivaldría ciertamente a evitarse muchas dificultades de
readaptación, pero produciría indiscutiblemente una monstruosidad. Lo que es fácil
reconocer con tanta claridad en el aspecto meramente físico y psíquico, ¿no tendría que
verse también en la dimensión de los valores religiosos? La fe de un niño, -aunque
hermosa, llena de candor y libre de problemas-, no es la fe madura, la fe adulta: la fe de
un hombre. El niño no hace suya la fe. El adulto debe vivir de la fe. El niño es recepción.
El adulto es donación. El puente, o mejor, la escala -tortuosa y llena de riesgos- que
sirve al niño para abandonar su infantilismo y alcanzar la madurez, es precisamente la
adolescencia. Un cambio de su actitud ante la religión es indispensable. Se trata de
algo de necesidad vital para el equilibrio total de la persona que está por autoafirmarse
en el adolescente. De esta necesidad se puede colegir la gran importancia que tiene la
crisis de fe en el adolescente. Se trata de un periodo de elección vital:
“Más que en cualquier otra edad, el sujeto no puede permanecer pasivo ante el concepto de Dios. El adolescente toma partido por o contra Dios; en lo íntimo de su vida. No se contenta con asentir a una noción abstracta, se pone en marcha.” 16
Como todos los momentos de decisión, la adolescencia -que es considerada como la
época de las grandes elecciones en la vida- ofrece tantos riesgos como oportunidades.
Cuando se nace a la libertad personal, se abre la puerta al mérito, a la virtud..., pero
también al peligro de la infidelidad, del fracaso moral..., de la perdición total.
Es el riesgo de todo lo que vale. Es el riesgo de ser libre. De una manera especial, se
presenta el peligro de la perversión moral, al menos durante algún tiempo más o menos
prolongado. Esto sucede sobre todo cuando la moral que se poseía estaba
exclusivamente fundamentada sobre los valores éticos procurados por la fe. Al entrar la
fe en crisis, entran también en crisis los preceptos morales fincados sobre las
estructuras de dicha fe. Este es un fenómeno que plantea un serio problema a los
educadores de la adolescencia. Con frecuencia la crisis religiosa precipita una crisis
16 cfr. BABIN, P., op. cit., p. 328
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moral, cuyos efectos, por ser más vitales, pueden ser sumamente perjudiciales y
comprometer por ende la maduración misma de la fe:
“El niño al cual se habrá enseñado a basar su vida moral sobre la doctrina cristiana, ¿de qué medios echará mano para luchar contra el mal, en el momento en el cual la doctrina ya no informe su vida?”17
Para poder comprender en que consistirá la crisis de fe durante la adolescencia, se ha
de estudiar cuales son las actitudes propias de esa edad, con respecto a la creencia y a
los valores religiosos. Paradójicamente, es el adolescente -quien aparentemente
rechaza toda protección- el que más necesita del sostén de la religión. Es precisamente
de esta paradoja que nace el sentimiento de angustia en no pocos adolescentes; tienen
que poner en duda lo único que puede dar sentido a su vida.
Si se tuviese que indicar las dos características más determinantes en la psicología del
adolescente, podría decirse que son: una intensificación de la vida afectiva y un
nacimiento a la autonomía. De estos dos factores toman pie todos los fenómenos que
aparecen en el comportamiento del adolescente.
Mientras que en el niño todo es extroversión, en el adolescente todo es introversión.
Para aquél, el objeto de su conocimiento es el mundo que le rodea; para éste, el objeto
de su conocimiento es él mismo. Podría decirse que Narciso se encarna en cada
adolescente. El mundo exterior no le interesa, sino en cuanto afecta su vida personal.
Todo lo ve a través de sus ojos... Naturalmente que la religiosidad en el adolescente
está afectada por esa exuberancia de emotividad:
“En el adolescente, la religión asume un aspecto emotivo más definido. Las sensaciones, los sentimientos se afianzarán más y más. La mutación es motivada por el desarrollo afectivo propio del periodo y por la tendencia a interpretar emotivamente los acontecimientos.” 18
17 cfr. GRIEGER, PAUL, op. cit., p. 268 18 cfr. SCHNEIDERS, ALESSANDRO, Psicologia dell’adolescenza, Roma, SEI., 1958, p. 275
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De esa propensión a sentir más que a conocer a Dios, viene esa mística especial del
adolescente que consiste en buscar lo divino como adentro de las cosas, al interior de
la creación. Esta en una época de romanticismo religioso. Buscará más a Dios en el
fondo de las cosas, que en los libros de la Revelación. Para un observador poco
conocedor de la psicología evolutiva, esa actitud del adolescente se le antojaría como
una peligrosa desviación ideológica. Creería de buena gana que se trata de una
concepción panteísta. En realidad, no hay tal:
“Sólo se trata de una sensibilidad especial para con las relaciones entre Dios y el mundo, con detrimento del sentido de las fracturas y de las distinciones. Se podría, pues, hablar con mayor exactitud, de un inmanentismo de Dios, teniendo como causa un agudo sentido simbólico”. 19
La naciente autonomía es una de las manifestaciones más notorias de la adolescencia.
No pocas personas identifican la adolescencia con el espíritu de sistemática
contradicción. El adolescente se empieza a dar cuenta de que su “yo” es diferente del
de todos los demás. Su afectividad hiperdesarrollada lo constituye en centro de
gravitación: todos los que lo circundan deben aprender que él no es un mero objeto. Se
da cuenta de que la mejor manera de hacer sentir su existencia libre, es la de oponerse.
Todo lo que tiende a confundirlo con el medio que lo rodea, lo considera como elemento
que atenta contra su naciente personalidad. Todo aquello que a su entender se le
quiere imponer desde afuera, lo pone en estado de revuelta. Esta actitud de
autodeterminación y de autodefensa psíquica influye poderosamente en su
comportamiento religioso. La fe es fuertemente afectada en todo ese proceso. El
adolescente busca a Dios a su manera. Como se dijo antes, es un alma angustiada que
busca ayuda, pero que no acepta que le venga ofrecida por vía de autoridad. Su religión
arranca más de las cosas que de la Revelación:
“El sentido de Dios en los adolescentes parece más próximo a la religión natural que a la religión históricamente revelada.” 20
19 cfr. BABIN, P., op. cit., p. 282 20 cfr Ibid., p. 262
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Los dogmas recibidos en la infancia pasan a través del cedazo de la crítica. La fe del
adolescente se torna selectiva: acepta algunas dogmas porque ve en ellos la respuesta
a sus más profundas tendencias, pero otros los rechaza sin miramientos, o bien los deja
de lado, como ignorándolos:
“La adhesión a la fe, en un joven que se siente cristiano y que proclama su pertenencia a la Iglesia Católica, se localiza corrientemente en un determinado sector de verdades enseñadas por su Iglesia, excluyendo deliberadamente una parte de esa enseñanza.” 21
Todas las componentes de la religiosidad del adolescente: subjetivismo, simbolismo,
naturalismo, selectividad, pseudopanteísmo,... podrían resumirse en el término
egomorfismo. Parece muy acertada la definición que da Babin de este concepto:
“Forma de mentalidad o de expresión, según la cual la idea de Dios o la relación para con Dios, aparece profundamente determinada por las condiciones psico-sociológicas de la personalidad del sujeto.” 22
Este fenómeno entra en los planes de Dios. La fe sufre el proceso evolutivo de las
edades del hombre. Dios no violenta la obra de sus manos. Quiere que todas las cosas
sigan su proceso natural. El egomorfismo tiene su razón de ser. Ocupa un lugar
importante en el desarrollo evolutivo de la fe:
A través del laberinto del egomorfisno, el descubrimiento al que debe llegar el joven es
el siguiente:
“Dios no es un ser cerrado sobre sí mismo, escondido detrás de las estrellas. Es una Persona viva... que solicita en mi el deseo de vivir y realizarse en manera diversa... es el descubrimiento personal del misterio de la encarnación.” 23
Hay variadísimas formas de pasar a través de la adolescencia; tantas como
adolescentes hay. Hasta ahora sólo se han considerado las constantes generales,
21 cfr DELOOZ, PIERRE, Une nouvelle enquête sur la foi des collégiens, en Bélgique, Bruxelle, Foyer Notre Dame,
l965, p. 39 22 cfr. BABIN, P., op. cit., p. 282 23 cfr. Ibid., p. 300
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determinadas por la psicología genética. Se han estudiado las actitudes religiosas del
adolescente en general. Para completar el estudio, se ha de poner atención a las
diferencias individuales.
La psicología diferencial es la que va a arrojar luz sobre las diversas formas de
reaccionar ante el hecho religioso. La crisis de fe toma muy diferentes matices, según
se dé en un carácter o en otro. Callar el aspecto diferencial seria mutilar el cuadro de
presentación.
Adoptando una de las muchas clasificaciones que se dan en caracteriología, se ve que
las diversas actitudes podrían presentarse de la siguiente manera:
El amorfo: (nEnAP)
“Nada plantea problemas metafísicos a su espíritu: casi no experimenta la necesidad de una explicación causal del mundo, de una visión escatológica sobre la existencia.” 24
La crisis en su fe toma el camino de la indiferencia. Mucho depende del medio ambiente
en que se encuentre. El factor “P” lo puede llevar a romper con una religiosidad
tradicionalista.
El apático: (NEnAS)
“El misterio y su sentido no encuentran casi resonancia en su Psicología.” 25
Tiene una crisis muy parecida a la del amorfo. Poco expresivo y emotivo, no demuestra
su angustia religiosa en caso de tenerla. El medio ambiente determina sus reacciones.
El factor “S.” lo puede inclinar a rumiar un poco su situación, pero sin mayores
consecuencias concretas. Continúa practicando más por nostalgia que por convicción.
24 cfr. GRIEGER, PAUL, La caractériolgie scolaire, 1965, p. 204 25 cfr. Ibid., p. 206
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El nervioso: (EnAP)
“De una religiosidad inestable, pues está basada sobre el sentimiento. Así se explica el rasgo característico de sus sentimientos religiosos: cambios bruscos de la devoción a la indiferencia.” 26
En él la crisis es palpable. Toma sesgos tanto más dramáticos cuanto más alta esté la
emotividad y bajo el poder de reflexión.
El sanguíneo: (nEAP)
“Su inteligencia se dispersa entre las verdades separadas y no siente la necesidad de relacionarlas, pues pasa de una verdad a otra, siguiendo el azar de la experiencia.” 27
Su crisis se manifiesta más bien en actitudes de burla. Muy pronto se desinteresa de las
inquietudes de su interior: lo importante para él es adaptarse al medio. La evolución
egomorfista puede quedar trunca, a causa de la poca interiorización.
El sentimental: (EnAS)
“Si se considera lo sobrenatural como algo “oculto” en la naturaleza; a la divinidad como escondida dentro de las cosas, entonces ello será del agrado del sentimental.” 28
Como se ve, en el sentimental, la fase pseudo-panteísta de la religiosidad puede
alcanzar una gran intensidad. A causa de su gran emotividad, la crisis de fe le es muy
dolorosa. En el fondo es un alma delicada y sensible.
El colérico: (EAP)&
“Lo sobrenatural se le presenta como un campo amplio para sus múltiples actividades. Actividades a las cuales va con gran fervor..,(pero) el peligro para él, es el de no elegir con profundidad.” 29
26 cfr. Ibid., p. 101 27 cfr. Ibid., p. 170 28 cfr. Ibid., p. 118
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Debido a la fuerza de este carácter, la crisis se deja sentir con intensidad. Pero es
menos dramática que en el caso del nervioso.
El flemático: (nEAS)
“Dios se le hará presente como una Voluntad, que tiene sus finalidades y designios precisos.” 30
Es el carácter con menos probabilidades de entrar en crisis. Prefiere lo estable.
Carácter ideal para que se realice una maduración sin dolor.
El apasionado: (EAS)
“A diferencia del sentimental, que queda en un nivel de religiosidad vaga, el gusto por la acción del apasionado no puede detenerse ahí: su apego se convierte en compromiso.” 31
En este carácter, tan bien dotado, la crisis de fe es breve, pero muy intensa. El sentido
en que resuelva su crisis da una orientación casi definitiva a toda la vida. El apasionado
no es hombre de medias tintas.
Si se combinan las dos componentes - la genética y la diferencial- en todas las diversas
proporciones posibles, dan un abanico de desarrollo imposible de abarcar. De ahí por
qué, yendo ya a los casos particulares, es difícil reconocer los aspectos de la crisis tal
como se han apuntado en este análisis. La realidad es sumamente compleja, no se deja
encerrar en esquemas .
29 cfr. Ibid., p. 188 30 cfr. Ibid., p. 134 31 cfr. Ibid., p. 152
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C A P I T U L O II
MEDIO AMBIENTE DESFAVORABLE
I.- EL ATEISMO CONTEMPORANEO
Es de suma importancia, para continuar el estudio iniciado acerca de la crisis de fe,
analizar los diversos factores que en ella intervienen. Vale la pena examinar de cerca el
problema de la incredulidad generalizada, que domina el ambiente de hoy día. El
ateísmo, en sus diversos tipos, se haya en resonancia con el estado de ánimo del
adolescente. Se constituye así en un serio agravante de una situación psicológica ya
delicada. Cuando el adolescente se da cuenta de que su crisis individual, y tal vez
secreta, se encuentra elevada en proporciones mayúsculas en la sociedad en que vive,
siente que el naufragio en la fe es general. Se torna pesimista primero, y luego
escéptico.
Cuando se entra en contacto con la sociedad actual no se puede menos, si se posee un
mínimo de sensibilidad psicológica, que constatar una especie de rechazo.
Francamente, una inmensa mayoría de los hombres de hoy no acepta a los cristianos a
causa de su ideología religiosa. En la universidad, en la prensa, en el mundo político,
en las plazas publicas, se palpa un gran vacío. La ausencia de Dios en la sociedad se
halla por doquiera. Se tiene la impresión de caminar solo con su fe, en medio de un
mundo adverso o indiferente.
Los Padres del Concilio Vaticano II, atentos a los signos de los tiempos, no han sido
insensibles a lo que parecería elucubración de mentes calenturientas. Supieron recoger
bien esa impresión cuando dicen:
“Muchedumbres cada vez más numerosas se alejan prácticamente de la religión. La negación de Dios o de la religión no constituye, como en épocas pasadas, un hecho insólito e individual; hoy día, en efecto, se presentan no rara vez como exigencia del progreso científico y de un cierto humanismo nuevo. En muchas regiones, esa negación se encuentra expresada no sólo en niveles filosóficos, sino que inspira
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ampliamente la literatura, el arte, la interpretación de las ciencias humanas y de la historia y la misma legislación civil. Es lo que explica la perturbación de muchos.” 32
No es fácil decir qué es el ateísmo. Algunos pensarían de inmediato que se trata de una
especie de enemigo declarado de la religión; otros tratarían de definirlo como algo
negativo. Sin embargo, el ateísmo se presenta hoy con una formulación más bien
positiva:
“La primera impresión que da la incredulidad contemporánea es menos la de un sistema dirigido contra la fe, que la de una posibilidad positiva de existir, de ser totalmente hombre, haciendo caso omiso de la fe.”33
Durante mucho tiempo se ha sostenido, en medios cristianos, la inexistencia de ateos
sinceramente convencidos. Es decir, se ha puesto en duda la autenticidad de un
ateísmo sincero. Sin embargo, hoy va creciendo el número de los que empiezan a
sospechar que el problema debe verse con una óptica nueva:
“Para el teísta, el ateísmo es sencillamente un error, el mayor de los errores, y se reduce por lo tanto a un proceso de desviación de la razón o del sentimiento. Para el ateo, el hombre religioso es víctima de una extrapolación o ilusión psicológica. El ateo se considera en posesión de la verdad.” 34
Lo que más preocupa es constatar la extensión del mal. El ateísmo constituye el cáncer
de la sociedad actual. La gravedad del fenómeno no radica sólo en que afecta a una
gran mayoría, sino que además, impide a la humanidad alcanzar su destino verdadero:
“La razón más alta de la dignidad humana consiste en la vocación del hombre a la unión con Dios. Existe pura y simplemente por el amor de Dios que lo creo, y por el amor de Dios que lo conserva. Sólo se puede decir que vive en la plenitud de verdad cuando reconoce libremente ese amor y se confía por entero a su Creador. Muchos son, sin embargo, los que hoy día se desentienden del todo de esta íntima y vital unión con Dios o la niegan en forma explícita.” 35
32 Gaudium et Spes, n. 7 33 cfr. METZ, J.B., Editorial, in Concilium, Mame, n.16 (juin 1966), p.12 34 cfr. FABRO, CORNELIO, Introduzione all’ateismo moderno, Roma, Studium, 1964, p. 31 35 Gaudium et Spes, n. 19
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El problema toma tintes de tragedia cuando los hombres de hoy, fatigados de una
búsqueda infructuosa, aceptan el absurdo como principio de sus vidas. Su existencia
empieza a tomar entonces carices de pesadilla. El descontento se generaliza, se
produce la náusea de la existencia:
“Dios constituye para el hombre lo que le es más necesario, pero también se constituye en el mayor peligro y riesgo, pues El es inaferrable, insoportable y problemático.” 36
Hay que pensar que toca al adolescente, en plena crisis de fe, hacer frente a ese medio
ambiente. Si sus dificultades, provenientes de la normal evolución de su fe, no llevan el
poder suficiente para convertirlo en incrédulo, el medio ambiente ateo sí lo posee y en
alto grado. De ahí que no sea peregrino hablar del peligro del ateísmo en la
adolescencia.
No se piense que el ateísmo provenga siempre de la malicia de los no-creyentes:
“A causa de prejuicios profundamente enraizados mediante la primera educación, y no como consecuencia de infidelidad a las luces recibidas, podría ser que algunos espíritus no puedan representarse el cristianismo tal como es.” 37
El ateo actual es la resultante de un conjunto de ideologías monistas. Sufre las lógicas
consecuencias de sistemas cuyas premisas histórico-filosóficas son falsas:
“El monismo constituye la estructura ontológica propia del ateísmo. El afirmar una realidad única, exige la supresión de la multiplicidad y de las distinciones reales. El monismo da, por lo tanto, la fórmula especulativa del ateísmo.” 38
Haciendo un esfuerzo por sistematizar bajo grandes denominaciones los diversos tipos
de ateísmo, se da uno cuenta de que los grupos generales son los siguientes:
36 cfr. WELTE, BERNARD, La connaissance philosophique de Dieu et la possibilité de l’athéisme, in Concilium,
Mame, n. 16 (juin 1966), p. 29 37 cfr. MONTCHEUIL, Yves de, Aspects de l’ Eglise, Paris, Du Cerf, 1948, p. 140 38 cfr. FABRO, CORNELIO, op. cit., p. 25
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El ateísmo crítico: Que reduce a Dios al nivel de una simple idea:
“Dios se convierte para el pensamiento humano en una cosa que puede uno representar y colocar en su sitio. Se convierte así en un objeto sometido al hombre. Objeto ante cual el pensamiento humano se comporta como dueño.” 39
El ateísmo negativo: que limita el campo del conocimiento. En consecuencia niega a
Dios, o mejor dicho, lo ignora:
“He aquí el fondo de su postura: sólo existe lo que yo puedo comprender, y nada más.»” 40
El ateísmo humanista: que niega la existencia de Dios para asegurar la existencia plena
del hombre.
“El hombre, habiéndose incapacitado para ver por encima de sí mismo, y de reconocer el infinito divino, aplicará su voluntad esencial, de ahí en adelante, en sacar de sí mismo una imagen del infinito.” 41
El ateísmo psicológico: que desvanece la realidad de Dios en una simple quimera de
compensación, saludable pero ilusa:
“La religión es la respuesta suprema que el hombre encuentra en su cultura, a la dureza de la vida: impotencia ante las fuerzas abrumadoras de la naturaleza, ante la enfermedad y la muerte; impotencia para dominar la relación entre los hombres, relación destinada al odio y a la guerra.... A la dureza de la vida responde el consuelo de la religión.” 42
El ateísmo anónimo: la indiferencia religiosa.
La indiferencia religiosa es uno de los tipos de ateísmo más graves. El ateo es el
producto de una síntesis de conclusiones. El indiferente es la consecuencia de una
actitud inicial. El primero se plantea el problema de la existencia de Dios, y se aplica a
resolverlo, si bien negativamente. El segundo, no sólo no resuelve el problema
39 cfr. WELTE, BERNARD, loc. cit., p. 26 40 cfr. Ibid., p. 25 41 cfr. Ibid., p. 27 42 cfr. RICOEUR, PAUL, L’athéisme de la psychanalyse freudienne, in Concilium, Mame, n. 16 (juin 1966), p. 76
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positivamente, sino que ni siquiera se lo plantea. El indiferente niega la validez de la
problemática misma en materia religiosa:
“No se da una ausencia de Dios más radical. Y lo que es más; la indiferencia ante toda visión del mundo, incluso ante todo valor ideal. Es, por tanto, la forma de ateísmo menos accesible al diálogo religioso (y a la catequesis). El diálogo supone un lenguaje común, y éste corre el riesgo de faltar por completo cuando no hay contacto ni siquiera en el plano de los problemas. No es posible confrontar las respuestas mientras no se planteen las mismas cuestiones.” 43
Esta indiferencia religiosa arranca del postulado ateo que exige la completa autonomía
del hombre como condición del progreso, y proclama la total ineficacia de la religión
para lograrlo. Podría decirse que el indiferente vive de las conclusiones de las
generaciones ateas del pasado. El empieza precisamente donde el ateo termina.
Con el correr de los siglos, la oposición de la humanidad atea al cristianismo se ha ido
haciendo cada vez más radical. Antes lo atacaba en alguno de sus fundamentos o en
algunas de sus consecuencias. Sin embargo, le concedía un cierto valor, al menos
como refugio de los que huyen ante la crudeza de la realidad. Lo consideraba como
enemigo de ciertos valores parciales. Pero ahora, el ataque lo hace más y más radical.
Habla de la religión como de un factor alienante que debe desaparecer por completo. El
ateísmo ha llegado a considerar al cristianismo como su antítesis. La idea de Dios
impide que el hombre se posea a sí mismo; en consecuencia, la hostilidad a su
existencia debe ser total. El ataque ha de ser dirigido a la médula misma del
cristianismo:
“La concepción cristiana de la vida, la espiritualidad cristiana, la actitud interior que, anterior a todo acto particular y a todo gesto exterior, define al cristiano: he ahí lo que se halla en juego.” 44
El ateísmo contemporáneo trata de identificar la Religión con una mera mitología.
Reduce la fe cristiana a un vago sentimiento de religiosidad, de igual significado que el
43 GIRARDI, J., Reflexiones sobre la indiferencia religiosa, Madrid, Ed. Cristiandad, n. 23 (marzo 1967), p. 440 44 cfr. DE LUBAC, HENRI, Le drame de l’humanisme athée, Paris, Spes, 1945, p. 116
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sentimiento estético o la tendencia abstracta. El ateísmo se esfuerza en negar toda
transcendencia, y en afirmar la inmanencia total del hombre, encerrándolo en un mundo
que presume de autosuficiente.
II.- INFLUENCIA DEL MEDIO AMBIENTE ATEO SOBRE EL ADOLESCENTE
La crisis de fe en el adolescente, que se ha estudiado en el primer capítulo de este
trabajo, se da dentro de un contexto ambiental determinado y concreto. Hay factores
sociales que agravan la crisis, llevándola a un desenlace negativo, y otros que la
mitigan, permitiendo así superarla con facilidad y provecho. El adolescente no es un ser
aislado: sufre la influencia del medio vital que lo circunda, se llame ese medio: familia,
escuela, cultura o Iglesia.
La familia actual, inmersa en la sociedad, no escapa a su influjo descristianizador. Por
eso, con frecuencia, es ella misma la que inconscientemente predispone al adolescente
al ataque del ateísmo. Desde luego que aquí no se hace referencia al caso de la familia
desunida, en la que la incidencia de problemas de toda índole queda extrapolada con
respecto a la familia normal. más bien se alude a todo ese conjunto de expresiones,
usadas por los padres, que denotan poco aprecio por la religión; a esas maneras de
vivir que contradicen los principios éticos fundamentales; a esa carencia de una
situación vivencial de amor; a ese concepto de providencia, demasiado materializado,
que hace a Dios responsable aun de las desgracias familiares; a esas amenazas de tipo
sobrenatural, para sostener la autoridad paterna; a esa falta completa de sentido
eclesial, haciendo de la religión un asunto meramente personal; a esas críticas acerbas
contra la Jerarquía, los religiosos y las asociaciones apostólicas...
“Los gérmenes del ateísmo, venidos del medio ambiente, son sembrados desde muy temprano, en el alma de los niños: por los padres, por su manera de vivir; por las incontables influencias exteriores, que sacuden, sin ninguna delicadeza, el alma frágil de los niños.” 45
45 cfr. COLOMB, Pour parer au developpement de l’athéisme dans les masses; exigences catéchetiques, in
L’athéisme, tentation du monde, réveil des chrétiens?, en cooperation, Paris, Du Cerf, 1963, p. 217
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Una buena proporción de adolescentes asiste a la escuela pública, que por definición -
y teniendo en cuenta la sociedad pluralista- debe ser laica. La atmósfera de indiferencia
sistemática que en ella reina, lejos de exterminar los gérmenes del ateísmo inoculados
inconscientemente por la familia, los cultiva. La religión, en la mente del adolescente,
queda relegada a ser un asunto doméstico que nada tiene que ver con la sociedad,
representada ya en la escuela. Una nueva óptica empieza a dirigir el criterio del joven:
la humanidad no necesita de Dios para su organización y la consecución de sus fines.
Con frecuencia el equipo de maestros que se encuentra al frente de las instituciones
educativas del Estado, está ligado a ideologías sectarias. La noción de Iglesia sólo
viene estudiada desde un punto de vista fenomenológico, por cierto no muy favorable a
la realidad total del Pueblo Santo de Dios. Además, la metodología empleada en la
escuela laica arranca exclusivamente de una concepción positivista:
“Se puede decir que también el factor sociológico entra en juego para turbar la imaginación y sacudir, más o menos violentamente, la sensibilidad. Así resulta claramente que la educación demasiado liberal de ciertas escuelas oficiales, y la exposición repetida de teorías nuevas, más o menos subversivas, ejerce sobre los adolescentes una acción que excita su imaginación, y los predispone a someter a discusión la fe.” 46
También en la escuela católica se dan algunos elementos que tienden a empeorar la
crisis de fe en los adolescentes. Unos de ellos se refieren a la enseñanza religiosa
propiamente tal; otros a la enseñanza profana; y otros, por fin, a la índole de vida que
llevan algunos religiosos educadores. La enseñanza religiosa defectuosa merece un
capítulo aparte en este trabajo, pues es de capital importancia y toca de lleno el tema
en estudio. De la enseñanza profana podría decirse que en algunas escuelas católicas,
ella posee un valor muy secundario. Viene considerada como sólo un medio, un
pretexto para atraer jóvenes y evangelizarlos. Esa actitud fomenta indudablemente
malestar en la conciencia del joven, pues lo induce a juzgar como justo el temor de no
pocos hombres que piensan que la religión:
46 cfr. BABIN, P., op. cit., p. 281
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“Al orientar el espíritu humano hacia una vida futura ilusoria, apartaría al hombre del esfuerzo por levantar la ciudad temporal.” 47
A la raíz de semejante manera de pensar, se encuentra esa mentalidad, tan falsa como
universal, de dividir todo lo existente en dos grandes esferas aisladas e impenetrables:
lo profano y lo sagrado. Política funesta: al dividir así arbitrariamente toda la realidad, se
ha dividido al hombre en dos. La lucha entre las partes está por empezar.
Con cierta frecuencia el religioso educador, so pretexto de su consagración a Dios, no
se interesa lo bastante en este mundo perecedero. Cree que darse a Dios significa
tener que despreciar todo lo terreno. Su corazón no lo impulsa a fincar un mundo
visible. Sus votos, lejos de ser un medio, se convierten así en un fin. Con su actitud,
hace sentir a los jóvenes que el abismo entre ellos y él es insondable. Se dedica a su
educación sólo como medio de alcanzar su propia santidad personal. Busca “el propio
perfeccionamiento, usando a los demás” 48. Lo importante para él es ganar méritos para
el cielo. Cambios de clase o de escuela le afectan poco, pues en cualquier lugar podrá
seguir ganando méritos. La escuela está al servicio de su santificación. Los problemas
humanos de los jóvenes, de la comunidad social en que se encuentra, no forman parte
de su vida. No es difícil que, ante un cuadro semejante, el adolescente no sienta
intensificarse la crisis que le atormenta. Experimenta incomodidad en seguir las
enseñanzas religiosas de boca de un hombre de vida tan extraña. Identifica las
deficiencias que éste manifiesta en el plano humano, con sus creencias en la otra vida.
Empieza a creer que la religión es un elemento alienante.
El conjunto de valores que forman el alimento espiritual del cual se nutre el alma
adolescente, ejerce sobre ella una influencia indiscutible. Sucede como a la flor que se
tiñe según sea el color del agua de donde chupa su vida. La sociedad actual pasa por
una verdadera crisis. Muchos de los valores conquistados en el pasado vienen ahora
puestos en tela de juicio. El joven tiene la sensación de que falta estabilidad en el
mundo que lo rodea. Su problemática personal de inestabilidad se acentúa al caer en la
47 Gaudium et Spes, n. 20 37 48 HAERING, BERNARD, Dialogo atei e credenti, perché?, in Rocca, n. 4 (feb 1966), PCC., p. 38
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cuenta de que el mundo adulto tampoco posee miras claras. El constante variar de la
moda, sea en el vestir, en el cantar, o en la concepción sobre la vida, fomenta de
manera exacerbada el enfoque relativista sobre la realidad. No es de maravillarse que
las continuas mutaciones sociales produzcan desorientación. En una encuesta dirigida
por el P. Cacaigne, un joven adolescente se expresa en los siguientes términos:
“¿A qué valores queréis que nos aferremos, cuando ante nuestros ojos, todo cambia, todo se transforma? Somos nuevos en un mundo nuevo...¿Por qué seguir creyendo -o haciendo mueca de creer, que es peor- en los valores antiguos, cuando llegamos justo en el momento en que se constata su fracaso? ¿No comprendéis que el derrumbe es total?... Hay que reinventarlo todo.” 49
El arte, a través de sus manifestaciones diversas, con frecuencia contribuye a oscurecer
el panorama en vez de aclararlo. Pintura, literatura, teatro, cine, televisión son viaductos
que arrojan sobre el adolescente, ávido de respuestas vitales, un agobiante
problematicismo; o bien, y lo que es peor aún, tejen todo un sistema de vida sin tan
siquiera aludir a los valores perennes:
“La indiferencia religiosa no es tan sólo una experiencia personal. Es también una situación social, la atmósfera de un ambiente donde todo transcurre como si no existiera la cuestión de Dios: conversaciones, iniciativas, proyectos, estudios, decisiones, legislación, etc.. La indiferencia personal y la indiferencia social se condicionan mutuamente.” 50
Los progresos indiscutibles de la ciencia y de la técnica parecen eclipsar la importancia
que para la vida representan los conocimientos filosóficos y religiosos. Los métodos de
la técnica indebidamente se extrapolan a todos los campos de investigación humana.
De una filosofía metafísica se pasa a una de tipo empirista o meramente existencial. Se
confunden los campos del conocimiento y se da plena entrada a posturas agnósticas.
La desorientación general en la ideología produce un estado de ánimo de inseguridad.
¿Cómo podrá el joven recuperar su equilibrio personal, si todo se mueve a su
alrededor? ¿A qué se podrá aferrar? El estado de duda exterior repercute en su interior
49 cfr. BABIN, P., Les jeunes et la foi Lyon, Du Chalet, 1960, p. 148 50 cfr. GIRARDI, J., loc. cit., p. 442
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y le recrudece su crisis de fe. La actitud de “contestation globale” que prevalece entre la
juventud actual y el estado de revolución social en varios países, lo inclinan a poner en
duda todas las estructuras de organización social y religiosa.
Las deficiencias que muestra el cuerpo social, las atribuye a la falsedad de los
principios filosóficos y religiosos que constituyen el alma de la sociedad. Así pues:
“Para el hombre moderno, la experiencia angustiosa del desacuerdo entre los hombres en lo concerniente a los grandes problemas de la existencia, forma parte integrante de su situación concreta y diaria. De ahí el porqué se haya vuelto tan exigente en materia de religión. Una creencia o una práctica religiosa cuya significación o alcance no comprende, lo deja totalmente insensible.” 51
Que la fe de muchísimos creyentes ha entrado en crisis a raíz del Concilio Vaticano II
es indudable. Bastaría echar una ojeada a la prensa católica de varios países para
convencerse de ello. La disparidad de opiniones, aun sobre puntos antes considerados
como básicos, es intensa. Las contrastadas interpretaciones que se dan a los textos
conciliares siembran desorientación. El error cometido entre teólogos de renombre, de
confundir el plano pastoral con el meramente académico produce daños incalculables;
máxime si se piensa en la carencia de elementos para una seria crítica en campo
religioso de la parte de la inmensa mayoría de los fieles.
La postura conciliadora de la jerarquía corre el riesgo de no ser bien interpretada por el
joven. El adolescente admira y respeta la fuerza y la decisión. La Iglesia, en estos
momentos, no parece significar para él ninguna de las dos.
La autoridad jerárquica encuentra oposición en el campo de la administración primero, y
luego en el campo moral. ¿Pero no es la moral un derivado lógico del dogma? La
consecuencia no se hace esperar: el cristiano actual se interroga más que nunca sobre
la infabilidad de la Iglesia. ¿Por qué ha de seguir creyendo el adolescente, si los adultos
que le transmitieron la fe dudan de la idoneidad de las fuentes mismas? Las dudas que
51 cfr. DONDEYNE, ALBERT, Foi chrétienne et pensée contemporaine, Louvain, Publications Universitaires, 191,
p. 219
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alimentan su crisis de fe, piensa, son fundadas. Se sentirá muy inclinado a darles una
solución negativa.
Al problema de la disparidad de opiniones en la Iglesia, se agrega el del escándalo, por
parte de no pocos cristianos,- y aún de los constituidos en autoridad-. El adolescente,
aunque poco exigente para consigo mismo en materia moral, es muy rígido para con los
demás. Se desilusiona fácilmente ante la realidad de las flaquezas humanas de la
Iglesia:
“Para con la Iglesia, el adolescente pasa por la misma crisis que tuvo cuando descubrió que su mamá no era perfecta y que su papá no lo sabía todo. Y esto le acontece precisamente cuando descubre la realidad de la incredulidad en el mundo que le rodea y la grandeza de alma de algunos no creyentes.” 52
Muchos creyentes adultos, por su tibieza, dan una falsa impresión de la fuerza
vitalizadora de la religión. Con sus vidas presentan actitudes de humildad que se
confunden con el complejo de culpabilidad; de sencillez, con un verdadero infantilismo;
de obediencia, con una simple pasividad; de pureza, con una lamentable ignorancia:
“En su comportamiento religioso, muchos cristianos han dado, por largo tiempo, la impresión de que el cristianismo es una religión que desviriliza, que entristece, una religión “refugio”. Cuántos actos de culto a precio rebajado, misas y comuniones sin empeño real, cuántas “pequeñas prácticas” que rozan con la superstición, inspiradas por el deseo de acaparar a Dios, de servirse de El para ser dispensados de las propias obligaciones, en vez de servirlo tomando sobre sí resueltamente las propias responsabilidades de hombre.” 53
La influencia del medio ambiente sobre el adolescente se basa principalmente en la
resonancia que encuentra en su interior con respecto a las dudas religiosas. El material
sobre el que rumia su crisis de fe es el mismo que pregona el ateísmo sistematizado del
medio ambiente, en forma de postulados. Sus actitudes interiores de autonomía las
encuentra ya cristalizadas en las posturas de la sociedad atea, con respecto a la Iglesia
primero, y luego a Dios. Su estado de duda lo halla amplificado en el exterior bajo la
52 cfr. SAUDREAU, Catéchèse pour surmonter les scandales donnés par les chrétiens,. in Foi d’enfant....Foi d’adulte,
Paris, Documentation catéchistique, 1957, p. 431 53 cfr. AUBRY, JOSEPH, L’Ateismo oggi, Torino, Ed. Periodici Sei, 1968, p. 11
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forma de un abrasivo escepticismo. Su desconfianza por la tradición la reconoce -
elevada a la enésima potencia, en el menosprecio de la sociedad para con la Iglesia,
como fuerza real y eficaz del mundo moderno, y en el relegamiento de que es objeto la
religión, considerada sólo a título de hecho histórico. La dolorosa experiencia vivencial
que le proporciona la existencia del mal, encuentra expresión angustiosa en el grito de
rebeldía del ateísmo que proclama el absurdo como solución ante el problema del
sufrimiento. La urgencia interna de gozo desmedido, a que le lleva su organismo en
desarrollo intenso, le hace encontrar atractiva la óptica atea del medio social, que juzga
conveniente el satisfacer las pasiones, en nombre de la naturaleza.
El alma del adolescente se encuentra así en resonancia con el medio ambiente. Debido
a su contextura atea, la sociedad actual es un medio netamente desfavorable a la
conveniente resolución de la normal crisis de fe del adolescente. La catequesis debe
tomar esto en cuenta.
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C A P I T U L O III
ERRORES DE LA CATEQUESIS QUE AGRAVAN LA CRISlS DE FE
El Concilio Vaticano II invita a que la catequesis se someta a un autoexamen minucioso.
En este capítulo, se presenta un elenco de errores que se han cometido en la
presentación del dogma. En el desarrollo de este trabajo, como ya se dijo en páginas
anteriores, preocupa casi exclusivamente el contenido de la catequesis, no la forma. Así
pues, los defectos a que se hace alusión en estas líneas no son de mera metodología,
sino del material teológico de fondo.
Con harta frecuencia se confunde a Dios con la idea que de El se tiene. Se ha
enseñado una divinidad que corresponde más a una proyección mental del catequista
que al Dios verdadero. Pasa un poco como con los amigos de Job, que trataban a toda
costa de explicarle la problemática humana forjando un Dios a su medida intelectual. El
resultado de la distorsión fue la agudización de la protesta de Job. El adolescente
actual, víctima de su propia crisis, tiene el peligro de no disponer, como elementos de
solución, que de las caricaturas sobre Dios, presentadas por la catequesis. El asunto
merece ser estudiado.
La catequesis corre el riesgo de impedir la evolución normal de la fe, por el abuso de
fórmulas o de imágenes que de tal manera absorben el mensaje, que imposibilitan una
formulación ulterior más adulta. Esto sucede cuando, por ejemplo, se ha identificado el
pecado a una mancha en el alma; o el fuego, con el infierno
“No hablo del extraordinario poder de la ballena de Jonás, que, literalmente, se tragó todo el sentido religioso del libro. Cuántas representaciones bloquean nuestra fe en el nivel imaginativo. Pero las fórmulas son también peligrosas: mal dadas, o dadas
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demasiado pronto, todos los catequistas saben lo difícil que resulta vivificarlas con nuevas aportaciones.” 54
Presentar la imagen de un Dios estático, como resultado de una investigación
especulativa que armoniza la razón y la fe, es mantenerse en perspectiva teísta clásica,
del todo desaconsejable. No cuadra de ninguna manera con la mentalidad
contemporánea, además de que se presta a peligrosas deformaciones. La figura de ese
Acto Puro, perfectamente inmóvil, ha podido crear la idea de un Dios enemigo del
concepto evolutivo de las cosas, y por ende, del progreso y del desarrollo del hombre .
Cuando la Catequesis insiste demasiado sobre el teocentrismo de la creación,
desconectando los demás planos subalternos que forman el conjunto del plan divino,
corre el riesgo cierto de aniquilar la toma en consideración de los valores relativos al
hombre:
“¿Se dan cuenta, ciertos cristianos, que desfigurando o despreciando al hombre, ellos esconden el rostro de Dios a los ojos del ateo? Saben ellos que respetando y amando al hombre dentro de la lógica divina, darían a Dios esa epifanía única que puede penetrar en el mundo arreligioso?” 55
Hay presentaciones del dogma que dan la impresión de que la divinidad en el
cristianismo es del orden categorial. La acción divina sobre el mundo viene confundida
con la causalidad horizontal. Dios, una causa más entre las causas, aunque la primera y
más importante de todas ellas. Afirmar la intervención divina para justificar fenómenos
cuyas causas naturales no son inexistentes, sino tan sólo desconocidas, es una postura
del todo vulnerable ante la válida crítica de la mentalidad contemporánea. Sirva a título
de ejemplo el problema de la vida. Para muchos creyentes es impensable la posibilidad
misma de la obtención de la materia viva en laboratorio, por vía sintética. Lo juzgan una
usurpación de un poder reservado sólo a Dios:
“El fracaso aparente de Dios para cambiar el mundo e impedir los cataclismos mundiales y el silencio de Dios, convencen a no pocas gentes de su inutilidad y de su ineficacia. Existe sin duda en esta corriente una tendencia muy acentuada a juzgar a Dios en el solo plano de la eficacia. «Hay que injertar al hombre en Dios y
54 cfr. COLOMB, Enfant des hommes et enfant de Dieu, in Foi d’enfant...Foi d’adulte, Paris, CNER., 1957, p. 58 55 cfr. LIEGE, loc. cit., p. 251
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no a Dios en el hombre», decía el cardenal Suhard; pero al mismo tiempo, ¿no parece que se ha rebajado a Dios al plano de las causas segundas y se le ha convertido en una especie de «niñera», con la misión de evitar las catástrofes?” 56
En algunas catequesis los antropomorfismos y la materialización de los conceptos han
sido excesivos. Es grave la tentación de presentar a Dios a la medida del hombre. Sin
embargo, es una técnica que produce grandes dificultades en la fe de muchos espíritus.
Todo aquello que materializa el mensaje de Dios, corre el riesgo de desarrollar una
actitud interna de incredulidad: es muy difícil superar en la edad adulta las categorías
religiosas que se han adquirido en los años de la adolescencia.
El lenguaje para hablar de Dios, puesto que se ve obligado a partir de la experiencia
humana, está lleno de equívocos. Sin embargo, esto no es un motivo para no hablar de
Dios. La tragedia del catequista es la de tener que hablar de aquellas realidades que
están fuera de la conceptuación humana, y que, no obstante, son de capital importancia
para la comprensión existencial de la vida.
En la enseñanza religiosa se han establecido nexos que no corresponden
necesariamente a la realidad de las cosas:
“Uno de los vicios del católico era (y lo es todavía) el de ensanchar indebidamente la esfera de lo inmutable, la esfera de lo dogmático.” 57
Creacionismo y fijismo son presentados como relacionados íntimamente entre sí. En
algunos casos, se llega hasta el grado de identificarlos. Un desacuerdo con el fijismo
viene interpretado, en esa mentalidad, con un ataque contra el creacionismo. La
acogida que se da en la catequesis al evolucionismo es fría y preñada de desconfianza.
Se ignora que creacionismo y evolucionismo pueden no sólo coexistir, sino armonizarse
con gran lógica:
56 MOELLER., La teología de la incredulidad y la acción salvífica de la Iglesia, in Concilium, n. 23 (marzo l967),
Madrid, Ed. Cristiandad, p. 412 57 cfr. GOZZINI, MARIO, Dialogo atei e credenti: perché?, in Rocca, n. 4 (feb 1966), PCC., p. 30
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“La fe cristiana y la teología no tienen nada que temer por parte de la evolución biológica y antropológica. La evolución científica es un hecho altamente documentado y bien apuntalado. Es a la proyección ideológica, hecha en nombre de la ciencia, de ciertas categorías de evolucionismo que la fe cristiana se halla en total contraste.” 58
El pecado-centrismo, que domina la visión catequética, distorsiona la óptica del
adolescente sobre el verdadero puesto de Cristo y la significación de la religión. Hacer
depender toda la mística del cristianismo, las estructuras eclesiales, y aun la existencia
misma de Cristo, del pecado del hombre, no parece ni responder a la realidad de las
cosas, ni estar muy de acuerdo con la sensibilidad psicológica actual. Esa presentación
tiene su origen en la concepción dualista de la economía divina: una de creación y otra
de redención. La impresión que se produce en el joven es de que Dios fue libre en la
primera, mientras que, en la segunda, quedó condicionado por el pecado del hombre.
Enseñar que lo temporal sólo tiene valor en cuanto que es medio de conseguir lo
eterno, es fomentar la dicotomía básica que divide al hombre en cuerpo y espíritu. Ese
enfoque da la sensación de la inutilidad del progreso material. Lleva al menosprecio del
aporte con que la técnica, la ciencia y el humanismo en general, han enriquecido la
cultura del Hombre. Además, vacía de su contenido el esfuerzo humano que trata de
lograr un mundo material más próspero y más lleno de oportunidades. Este enfoque
dualista da pie a que se califique a la religión de ausentista. El adolescente se
encuentra en desesperada búsqueda de coherencia e integración de sus elementos
vitales. Una catequesis que lo escinda en vez de unificarlo, no puede sino causarle
daño. Su crisis de fe se exaspera, y no sin razón
La actitud triunfalista en la catequesis da al traste con el mensaje que tiene
encomendado transmitir. El triunfalismo proviene de creerse poseedor de toda la
verdad. Sin embargo, la luz penumbrosa de la fe no permite actitud de ese género. No
es honrado que la catequesis sólo se plantee problemas cuyas soluciones posee de
antemano. Eso no sería correr el riesgo, tan estimado por los jóvenes, de una existencia
abierta hacia el infinito. Precisa darse cuenta de que el hombre se encuentra sumergido
58 cfr. NOGAR, RAYMOND, L’humanisme evolutionnaire et la foi, in Concilium, Mame, n. 16 (juin 1966), p. 65
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en un océano de infinitud que lo sobrepasa. La fe no alcanza a disipar todas las
tinieblas. La catequesis triunfalista pretende responder a problemas creados y olvida
escuchar las necesidades reales de los jóvenes:
“Da pie, por la plétora de sus respuestas y por su falta de auténticos y dolorosos problemas, a la sospecha que ella reedita en lenguaje moderno la mitología. Da pie también a formarse la idea de que, como lo reprochaba Camus, no es sino un catálogo lleno de respuestas y de comentarios sin fin, pero virgen de problemas.” 59
La actitud triunfalista se manifiesta en especial en la explicación que se da acerca del
mal. Con frecuencia la interpretación de ese problema procede de teodiceas de
principios discutibles, provenientes a su vez, de concepciones más paganas que
cristianas. Los estoicos dieron explicaciones que se constituyen, si se repiten, en
verdaderas provocaciones de pronunciarse en favor del ateísmo:
“Ellas tienden a negar la existencia misma del mal, reducido a una simple ausencia de bien. Identifican el orden de las cosas con la justicia de Dios.” 60
Una de las más lamentables identificaciones en la Iglesia ha sido la que se ha hecho
entre el cristianismo y el clericalismo. Con harta frecuencia se ha reducido el campo de
especulación teológica y de práctica apostólica a un grupo selecto de la Iglesia. En
especial esto ha sucedido como consecuencia de la Reforma. Lo cristiano se redujo a
algo meramente eclesiástico. El clero ha presentado tanto tiempo al mundo su
pretensión de monopolio en cuestiones de religión, que el mundo, cansado, les ha
entregado la administración de todo ese asunto, como especialidad eclesiástica, y se
desinteresa de ello en lo sucesivo:
“Después de la Reforma, lo “christianum” se redujo a algo “ecclesiasticum”, con lo cual ya no se podía seguir de ningún modo manteniendo, naturalmente, la original universalidad del concepto.” 61
59 cfr. METZ, J.B., loc. cit., p. 12 60 cfr. LIEGE, loc. cit., p. 251 61 VON BALTHASAR, HANS URS, op. cit., p. 149
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Cuando esa mentalidad de exclusivismo se introduce en la catequesis, se corre el
riesgo de hacer sentir gran incomodidad al joven. Se le sitúa ante un estudio ajeno a
sus preocupaciones vitales, y a la escucha de un especialista.
La catequesis se convierte, a veces, en un aplastante conjunto de preceptos morales.
Se hace pasar el imperativo aislado, por sí mismo; -a lo más, apoyado sobre
argumentos de autoridad-. Se olvida la fuerza lógica que posee el simple indicativo, y
que el mensaje se propone, ante todo, anunciar las maravillas que Dios ha hecho por el
hombre: En una palabra, no se sigue la máxima:“el indicativo antes que el imperativo.”
62
El grave inconveniente de esa perspectiva moralizante consiste en producir en el joven
la falsa impresión de que el cristianismo y la moral se identifican. Considerar la moral
como algo extrínseco a la naturaleza misma de las cosas y sólo proveniente de la
Revelación, es privarla de su valor. No es de extrañarse que bajo ese enfoque
catequético, el joven, al rechazar los imperativos morales, rechace a la vez la
Revelación y la vacíe de su contenido verdadero y primario.
Sin pretenderlo, la catequesis ha favorecido una concepción individualista de la
salvación. La perspectiva eclesial no ha sido por cierto la predominante. Los cristianos
no se sienten totalmente parte de la Iglesia. Se consideran ante ella como quien la
escucha y espera su ayuda a través de la distribución individual de los sacramentos.
Hacen de la Iglesia y de ellos, dos entidades, cuando en realidad son una sola:
“Los creyentes se sienten muy poco Iglesia. La Iglesia se encuentra ante ellos como un medio que les proclama la palabra de Dios y les distribuye los sacramentos. Pero ellos no tienen conciencia de ser miembros de esa Iglesia y de estar redimidos porque participan en ella de la corriente de vida sacramental, llena de gracia, del Cuerpo Místico de Cristo.” 63
Las incidencias de ese tipo de catequesis sobre los jóvenes producen consecuencias
más o menos graves: 62 cfr. BABIN, P., L’adolescente davanti a Dio, Roma, Ed. Paoline, 1966, p. 330 63 cfr. SEMMELROTH, OTTO, Marie l’archetype de l’Eglise, Paris Ed. Fleurus, 1965, p. 04
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“¿Cómo sorprenderse entonces que al hombre se le dé más consideración que a Dios? Sin duda, el catecismo no contiene fórmulas erróneas de este tipo, pero la orientación de su estructura interna, partiendo del problema del destino individual, es tal, que en la psicología de los jóvenes que lo estudian, el hombre termina por ocupar el primer lugar.” 64
Todo esto favorece el repliegue sobre sí mismos. Repliegue al que los adolescentes ya
están tan propensos y que, por tanto, dificulta la evolución natural hacia la apertura
comunitaria.
Con harta frecuencia la catequesis no ha sabido enseñar el dogma mariano. Cuando a
lo largo de la educación religiosa, la presentación de la Virgen no ha sido
teológicamente sana, se corre el riesgo de anular la influencia que la devoción a María
está llamada a proporcionar en el momento de la crisis de la adolescencia. Las
nociones aprendidas en la catequesis poseen una dinámica insospechada. Si son
justas, permiten un desarrollo sano y normal; pero si son falsas, producen continuas
distorsiones, que aunque no sensibles en los tranquilos años de la infancia, provocan
auténticos dramas en los días difíciles de la adolescencia. Los adolescentes mismos
sienten la importancia de un enfoque atinado en la catequesis mariana :
“No se sabe como presentar a la Virgen a jóvenes como nosotros. Nos la muestran demasiado como un mero personaje histórico.” 65
Tal vez una de las principales fallas en la presentación de María a los jóvenes, consiste
en recalcar en demasiado sus privilegios, desconectándolos del contexto de su misión
específica. La catequesis se torna así en una especie de letanía o de glosa de títulos.
Método que podría seguirse con los adultos, acostumbrados al pensamiento analítico,
pero del todo desaconsejable para con los adolescentes, hechos a las concepciones
sintéticas:
64 cfr. BABIN, P. op. cit., p. 326 65 cfr. AUTRAN, MARCELO L’attitude de nos jeunes en face de la Vierge Marie, Roma, U.L. (Jesus Magister),
1963, p. 130
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“Lo que podría ocurrir de más funesto a nuestras relaciones con la Virgen Santísima sería colocarla sobre un pedestal; sobre un pedestal de tal naturaleza que no tenga nada de común con nosotros. Su mensaje se anula si a fuerza de admirarla se le aleja de nosotros. María es algo más que una joya de Dios.” 66
66 EVELY, LUIS, Reconocer a Cristo, Barcelona, Casulleras, 1956, p. 260
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C A P I T U L O IV
UNA CATEQUESIS ADECUADA
En el desarrollo del presente tema, se ha visto la existencia de un problema real: que la
crisis de fe en el adolescente se encuentra en resonancia con el ateísmo del medio
ambiente. Hasta este momento se ha hecho la diagnosis del fenómeno. Precisa pasar a
la búsqueda de los medios que ayuden a suavizar la incidencia del ambiente sobre la
situación delicada del joven cristiano. El ateísmo es una forma de vida antes de ser un
sistema de ideas. Imposible sería pretender detener su avance, sin esforzarse primero
en comprender los valores que posee el ateísmo. Toda la pastoral catequética
consistirá fundamentalmente en mostrar al joven que para vivir los valores ahí
contenidos, no es necesario rechazar a Dios.
La catequesis para adolescentes, si quiere contribuir de una manera eficaz a la
evolución normal de la fe en el joven, debe preocuparse en ser adecuada. Con este
calificativo se quiere entender aquí, aquella catequesis que es capaz de reconocer la
problemática que se plantea el adolescente ante su fe, y que posee la suficiente
sensibilidad para detectar las influencias del medio ambiente ateo sobre el joven. Inútil
resultaría insistir, a estas alturas, en la necesidad de dar a los adolescentes una
enseñanza religiosa que vaya a la par con la profundidad y seriedad de los estudios
profanos que siguen. Estancar la catequesis en un nivel inferior sería exponer la fe de
los jóvenes a inútiles y muy graves objeciones.
La catequesis es adecuada cuando enfoca la problemática real de la vida. La doctrina
cristiana, para responder a las necesidades de los tiempos, debe tratar de resolver las
dificultades que más preocupan a los hombres de hoy. Siempre desea el hombre saber,
al menos confusamente, el sentido de su propia existencia, el sentido de su vida, de su
acción y de su muerte.
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Ciertamente que hablar de Dios nunca ha sido fácil. Es una empresa que no se realiza
sin incurrir en graves riesgos de deformación. Ya Orígenes decía en su tiempo que
hablar de Dios era peligroso:
“Es verdad que todo lo que de El decimos nos aparece de inmediato ridículo en comparación con lo que El es. Y entonces tememos que nuestra palabra oculte más a Dios que manifestarlo, conviertiéndose así más en estorbo que en ayuda.” 67
La dificultad de la pastoral va aumentando a medida que el mundo se seculariza y que
las posturas ateas, interpretando a su favor dicha desacralización, se van
sistematizando. El caso del Obispo anglicano Robinson hace patente lo fácil que resulta
resbalar de una catequesis que se desea adecuada hasta un verdadero “ateísmo
cristiano”. Con el fin de no chocar con un mundo inmanentista, Robinson, aunque lleno
de la mejor intención, parece olvidar la trascendencia divina. Con él se tiene la
impresión de que Cristo, con su encarnación, agotó la divinidad del Padre.
El drama de la catequesis de hoy no tanto parece provenir de la metodología, sino del
contenido mismo. Ya no preocupa precisamente cómo decir el mensaje, sino más bien
qué mensaje comunicar. La desorientación actual plantea una seria duda sobre el valor
de la doctrina que hasta hoy se ha enseñado. El esfuerzo de la catequética moderna
debe estar dirigido a analizar la validez de las corrientes teológicas que tratan de
profundizar sistemáticamente la fe del creyente, con el fin de formarse un criterio seguro
sobre lo que debe presentar en plano pastoral a la juventud. Como se ve, el problema
de adecuación no sólo mira a la forma; es de mucha mayor envergadura. La pregunta
angustiosa que se formulan hoy muchos catequistas no es tanto “¿cómo debemos
enseñar?, sino :¿qué debemos enseñar?”.
“Hoy hemos llegado finalmente a una cima largamente anhelada y pacientemente conquistada: se vuelve a decir que lo que más interesa en la catequesis no es «cómo enseñar», ni tampoco «a quién enseñar», sino más bien «qué cosa enseñar». Es el mismo problema que advirtió la Iglesia naciente, cuando tuvo que enfrentarse con el mundo pagano e idólatra.” 68
67 cfr. DANIELOU, JEAN, Dieu et nous, Paris, Grasset, 1956 P. 9 68 RIVAT, SILVIO A, Catequética pastoral, Salamanca, Ed. Sígueme, 1966, p. 60
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Una catequesis adecuada despierta en el joven el sano deseo de conocer la realidad.
Es preciso caer en la cuenta de la necesidad profunda que existe en el fondo del
hombre de conocer la verdad. Quien dice verdad, dice adecuación de la mente humana
a las cosas mismas. No es la mente la norma de la existencia del real: el ser existe aun
cuando se le ignore. El primado del ser fundamenta el conocimiento de la realidad.
Así pues, todo lo que existe puede conocerse o llegar a ser conocido. Lo sobrenatural,
o sea, todo lo referente a Dios, es una realidad, aunque no categorial, y, por
consiguiente, es capaz de ser conocido. Además el problema de Dios no es un
problema de alta ciencia, reservado a la curiosidad de algunos especialistas, se trata de
algo que es de interés humano esencial. Sin embargo, la gran dificultad de conocer una
realidad transcendente, aunque obviable hasta cierto grado, apremia a recibir con
mayor aceptación la revelación de Dios. Hacer conocer el primado que tiene la Palabra
de Dios en el cristianismo, permite fomentar la correcta evolución de la religiosidad
natural del adolescente:
“La gran tarea que se impone a la educación cristiana durante la adolescencia, es la de ayudar a los jóvenes a pasar de una religiosidad natural o de una vaga religiosidad a la religión de Jesucristo; de una tensión voluntarista hacia el ideal, a la fidelidad de una respuesta a la vocación personal.” 69
Se ha constatado en páginas anteriores la tendencia del joven hacia un inmanentismo
religioso. La orientación pedagógica que debe tomarse, ya que a Dios no se le halla
plenamente partiendo del hombre, es la de irlo a buscar ahí donde se encuentra. Este
procedimiento, por apegarse a la realidad de las cosas, concede el primado a la
Revelación. En el proceso, sin embargo, no hay que presentar a Dios como la
respuesta a lo que ignoramos. La religión no vive gracias a la miseria humana. En una
prospectiva auténticamente realista, Dios va poco a poco desapareciendo como
solución a los problemas fragmentarios del hombre, pero aumentando como respuesta
69 cfr. BABIN, P., Les jeunes et la foi, Lyon, Du Chalet, 1960, p. 52
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al sentido fundamental de su existir mismo. El objetivo neto de la catequesis debe ser,
pues, el anuncio de la Palabra.
Se trata ante todo de anunciar a Jesucristo, Revelador del Padre:
“La postura kerygmática tiene la ventaja de declarar de manera clara el Proyecto evangelizador, y de hacer resaltar la iniciativa cristiana. Actitud estimulante pues el objetivo queda formulado sin equívocos: “anunciar a Jesucristo”. Esta postura vigorosa es necesaria hoy más que nunca. En efecto, el mundo cristiano se encuentra invadido por una flora multiforme de teorías, provenientes de la crisis de evangelización, y que más o menos mal comprendidas, llevan a disolver aún más la iniciativa cristiana: identificación de los valores humanos y de los valores cristianos, evangelización ya hecha por el mero hecho de la encarnación, identificación del hombre de buena voluntad y del cristiano...” 70
La catequesis busca que los cristianos se hagan, cada día, más conscientes del don de
la fe que recibieron en el bautismo, a fin de que adapten su manera de vida a la del
hombre nuevo, creado en justicia y santidad, cuyo modelo es Cristo. Sólo de esa forma
podrán llegar a la medida del hombre perfecto, a la edad de la plenitud en Cristo, y
contribuir en el crecimiento del Cuerpo Místico, que es la Iglesia.
“Los cristianos, además, conscientes de su vocación, acostúmbrense a dar testimonio de la esperanza que en ellos hay y a ayudar a la conformación cristiana del mundo, mediante la cual los valores naturales contenidos en la consideración integral del hombre redimido por Cristo contribuyan al bien de toda la sociedad.” 71
Una catequesis que responda adecuadamente a las exigencias del adolescente en un
medio ambiente ateo, no significa de ningún modo que deba convertirse en un anti-
ateísmo. Nada resultaría tan perjudicial al joven como una educación religiosa de tipo
apologético. El cristianismo es ante todo una afirmación, no una negación. La mejor
manera de ayudar al adolescente en su crisis, es la de educar su fe. La instrucción
catequética ilumina y robustece la fe, informa la vida mediante el espíritu de Cristo. Su
principal cometido es el de crear una atmósfera de libertad y caridad evangélicas, en
que pueda desarrollarse plenamente la nueva criatura que inició su existencia en el
70 cfr. BOURNIQUE, JOSEPH, Kérygme et anthropologie, in Catéchèse, Paris, CNER, n. 31 (avril 1968), p. 195 71 Gravissimum Educationis Momentum, n. 2
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bautismo. Para que la catequesis, educación de la fe, sea realmente efectiva, se
requiere que reúna un mínimo de cualidades, que por su dimensión globalizante más
podríanse llamar perspectivas. La catequesis adecuada ha de poseer una perspectiva
bíblica, mariana, eclesial, personalista y prospectiva.
I.- PERSPECTIVA BIBLICA
Ya que la catequesis es un mensaje, debe partir de la Biblia como de su fuente natural.
Hasta hace un pasado no muy remoto se recurría poco a la Sagrada Escritura. Mucho
se pensaba ya hacer con ilustrar, mediante un ejemplo bíblico, alguna de las verdades
expuestas en la doctrina. Se hacía de la Biblia algo al servicio de la catequesis. La
perspectiva actual, aquí propuesta, es precisamente lo contrario. La instrucción religiosa
no es sino la transmisión viva del mensaje contenido en la Biblia. Cuando la Palabra de
Dios se presenta al hombre, no es un simple texto que se somete a la consideración
intelectual, para su análisis y su disección. Es Dios mismo que habla en lenguaje
humano. Estamos ante un encuentro personal.
Dios se comunica al hombre como lo haría un amigo. sólo bajo esta óptica, esa Palabra
viene a ser causa de vida y de resurrección:
“Nada puede reemplazar a una catequesis basada en la Biblia, a condición de que sea leída con lealtad, como una historia profundamente humana, en donde se agita una humanidad banalmente cotidiana, pero una humanidad a la cual Dios se ha ligado por una promesa que no pasará jamás. En el cuidado de la primera generación cristiana por usar el argumento profético, vemos esa fe en la fidelidad de Dios, en la solidez de Dios, en la verdad de Dios. La Biblia es, desde este punto de vista, valedera para todas las épocas.” 72
El catequista prosigue la labor profética. Su misión es anunciar las maravillas que ha
hecho el Señor. Ejemplo de esta función lo dan los Padres de la Iglesia. Ellos basaban
siempre su pastoral sobre las Sagradas Escrituras. Sus sermones, sus escritos no son
sino una glosa de los textos bíblicos.
72 cfr. MOREL, Catéchèse pour la lutte dans l’esperance, in Foi d’enfant...Foi d’adulte, Paris, CNER, 1957, p. 115
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La mentalidad actual es muy favorable a la interpretación histórica del mundo. La idea
del desarrollo evolutivo de todas las realidades es una de las más apreciadas por la
sociedad contemporánea. Hoy más que nunca la dimensión histórica del cristianismo
tiene posibilidad de ser bien acogida. La catequesis debe saber aprovechar esta
situación. La presentación de la Historia de la Salvación ayuda a una más correcta toma
de conciencia del plan divino a través del tiempo y del espacio. El contenido de la fe no
está formado por un sistema de verdades abstractas, sino por el conjunto de hechos
salvíficos por parte de Dios, y las varias respuestas del hombre:
“La fe versa esencialmente sobre los hechos divinos. Consiste ante todo en afirmar que Dios interviene en la historia humana. Esos hechos son los que nos reporta la Biblia. Historia, no de las obras de los hombres, sino de las de Dios (...) Esas obras se continúan en medio de nosotros. Vivimos en plena historia santa.” 73
La gran ventaja que ofrece una catequesis basada sobre la perspectiva histórica es la
de evitar el academicismo. Nada incomoda más la fe del joven en crisis, que el
presentarle una religión dividida en tratados aislados. El someter a un proceso a
analítico el conjunto de la verdad religiosa, de cuya validez global se duda, no puede
tener buenos resultados en una mente más intuitiva que deductiva y que ama la
síntesis. La instrucción religiosa, calcada sobre los moldes de la ética natural o de la
teodicea, lleva en sí misma la invitación al rechazo por parte de los adolescentes. El
academicismo produce la impresión de una neta ruptura entre el dogma explicado y la
vida real. La Historia de la Salvación parte de la realidad concreta de los hechos de
vida. La Revelación va tejiendo la existencia humana; pero es a través de ésta que se
va descubriendo aquella. De esta suerte la compenetración entre la verdad religiosa y la
vida humana queda evidenciada.
El principio unificador de la Biblia, la Pascua de Resurrección, debe constituir el eje
medular de la catequesis. La historia de la salvación encuentra en Cristo glorioso la
causa y el inicio de toda su orientación. El Señor resucitado es el centro de
convergencia de todo el dinamismo humano y cósmico. Nada más aceptable a la mente
73 cfr. DANIELOU, JEAN, op. cit., p. 101
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del joven que el sentirse profundamente inmerso en un movimiento de transformación
radical. La salvación en esta perspectiva histórica se inicia en la creación del cosmos,
se continua a través de una laboriosa y paulatina formación de la autoconciencia, y se
consuma en una libertad incorporada en Cristo y partícipe de la vida trinitaria. La
catequesis debe hermanar la realidad profana y la sagrada. Para el cristianismo no hay
ni profano ni sagrado.
Todo posee dimensión escatológica, pues Cristo lo ha redimido todo y ha recapitulado
en sí mismo toda la creación. El dinamismo que presta la religión en todo el dominio de
la Creación es de un potencial insospechado. El deseo de la acción, tan natural en la
época actual, encuentra su más poderoso aliciente en una mística de salvación:
“La naturaleza no debe considerarse simplemente como creación que hay que contemplar, sino como creación que hay que dominar, transformar.” 74
Transformar el mundo cósmico al servicio de la humanidad y ésta deificarla en Cristo,
haciéndola llegar a la cumbre de su evolución, es todo un programa pletórico de
pujanza. La ventaja de la presentación histórica de la salvación es la de entusiasmar al
joven a dar su plena adhesión a una religión que, lejos de negar el valor de las
realidades humanas, las exalta y las robustece. Lo temporal queda así transformado en
semilla de lo eterno. Dios que salva al ser extrayéndolo de la nada, lo constituye en
autonomía consciente y le hace una llamada a través de su revelación, consumada en
Cristo. Ese mismo Dios es el de la Biblia, el Dios que habló a Abraham, a Jacob y a
Moisés. Una catequesis que centre lo creado en función del hombre y a este en función
de Cristo, es hoy más que oportuna:
“Todo es vuestro; y vosotros de Cristo, y Cristo de Dios” 75
El hombre no es naturalmente sobrenatural. Esto significa que la intervención divina en
el mundo humano no se reconoce sino con una cierta dificultad. El desarrollo natural de
74 cfr. GOZZINI, MARIO, loc. cit., p. 38 75 I Cor. 3, 22 y 23
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la vida humana va tomando tales proporciones, que tiende a monopolizar totalmente la
atención. Ese “para-antropocentrisno” hace perder interés por todo lo relativo a la
Revelación. Se tiene el peligro actualmente de caer en una religión de la tierra:
“En ese contexto naturalista, se comprende fácilmente la dificultad que encuentra un adolescente para aceptar la Revelación, para captar la originalidad, para darse cuenta de la novedad y de la ruptura propias del mensaje evangélico. Se sentirá más bien inclinado a confundir, o a poner en el mismo nivel, el cristianismo y la moral natural.” 76
Compaginar la fe en la Revelación divina con un humanismo sano y respetuoso de la
historicidad de la existencia, no es cosa sencilla. Los problemas que provienen de la
inserción de lo divino en la humanidad, realizada en la Encarnación del Verbo, son de
gran complejidad y de difícil solución. El criterio cientista distorsiona el verdadero
contenido de la Biblia. La visión bíblica no usa el saber científico como premisa de sus
conclusiones; sólo emplea el dato científico a manera de ilustración. Esto ha quedado
patente en el dramático caso Galileo:
“Todos están de acuerdo en reconocer que la Revelación, en cuanto que acontecimiento de salvación, es intrínsecamente independiente de la concepción científica del mundo.” 77
Tal vez una de las dificultades más grandes con que se topa la enseñanza bíblica en
estos momentos, es la de luchar contra la identificación que se hace de la Revelación
con la mitología. Sin embargo, la revelación bíblica y cristiana no tiene nada que ver con
el mito. Es precisamente la historicidad del hebraísmo primero, y del cristianismo
después, lo que garantiza la total independencia de la revelación con respecto al mito.
Lo característico del mito es su movimiento cíclico, de continuo retorno a una situación
inmutable. Lo característico de la revelación, por el contrario, es su progreso evolutivo y
su irreversibilidad:
76 cfr. BABIN, P., L’adolescente davanti a Dio, Roma, Paoline, 1966, p. 266 77 cfr. Lettre des évêques allemands à tous ceux qui, dans l’Eglise ont mission d’enseigner la foi,, in Catéchése, Paris,
CNER, n. 51 (avril 1968), p. 251
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“La veneración de María no es la veneración al elemento femenino de la divinidad, como las «madres vírgenes» del helenismo o del hinduismo. sino que reposa exclusivamente sobre su función en el momento único de la historia de la salvación. La cruz de Cristo no es el símbolo cósmico de las cuatro dimensiones, sino el patíbulo miserable donde fue suspendido el Salvador del mundo (...) La resurrección no es la expresión del triunfo cíclico de la vida sobre la muerte, en la primavera de cada año, sino el acontecimiento único que, de una vez por todas, introduce la humanidad en la esfera de la vida trinitaria.” 78
Por otra parte, es innegable que en la Biblia se encuentran elementos míticos, en el
lenguaje y en las comparaciones. Esto se explica fácilmente si se reconoce que el mito
no fue sino un ensayo por parte de la humanidad, de realizar lo que hizo la Revelación.
Podría decirse que la Revelación, es el final del mito. No es la mitología el ámbito
dentro del cual se da la Revelación, sino por el contrario, es al interior de ésta que
aquélla adquiere su verdadero significado.
¿Qué decir de las tan variadas opiniones de la exégesis con respecto a algunos pasajes
bíblicos? Sin duda que podría crear dificultades en el joven. Sin embargo, precisa
hacerle ver que su fe no ha de depender de la seguridad con que interpretan la Biblia
los exegetas, la Comisión Bíblica o el mismo Magisterio. Ello no debe constituir
verdadero problema para un creyente. Su adhesión de fe está basada en motivos de
orden más personal y profundo.
Es la opción global y fundamental por la Revelación lo que realmente cuenta. Los
detalles de interpretación podrán ir variando, sin lastimar la fe. Pero esto no significa
que no se haga un esfuerzo por dar a conocer las interpretaciones ortodoxas que más
vayan de acuerdo con la mentalidad moderna. La evolución parece ser una especie de
postulado en la actualidad en el mundo científico. Bajo una perspectiva evolucionista se
podrían presentar algunos pasajes vitales de la Biblia y de seguro obtendrían mayor
acogida. Por no citar sino un ejemplo, se podría hacer mención del paraíso terrestre del
relato de la creación:
78 cfr. DANIELOU, JEAN, op. cit., p. 32
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“La Biblia no recuerda las grandes obras de Dios en el pasado, sino para fundamentar la esperanza de obras aún mayores en el futuro. El Paraíso no está atrás de nosotros. Está adelante de nosotros. El hombre de la Biblia, ha escrito Haering, no es la princesa enviada en exilio y que desea volver, sino Abraham que se pone en marcha hacia un país desconocido que Dios le mostrará.” 79
Una catequesis que arranca del dato escriturístico lleva en germen la posibilidad de
crear actitudes correctas con respecto a la secularización y a la desacralización. El
relato de la creación en la Biblia, permite contraponer la inmanencia de lo creado con la
transcendencia de Dios. La mitología se esforzaba, por el contrario, en mezclar las dos.
El proceso de desacralización fue inaugurado precisamente por la Revelación. La
secularización que parte de la Biblia reconoce a Dios como fundamento de todos los
valores reales; pero a la vez concede existencia auténtica a esos valores, que lo siguen
siendo “independientemente” de la aceptación o rechazo de su fundamento. Así pues,
la fe, en un mundo secularizado, sigue siendo posible, y tal vez, más fácil. Todo ello
culmina en la ley de la Encarnación.
La piedad bíblica que se manifiesta en los salmos puede en gran manera ayudar al
adolescente en su crisis de fe:
“Guiando a los jóvenes en la lectura de la Biblia, el catequista tendrá el cuidado de presentar e ilustrar el salterio, «el breviario de la humanidad», como no sin razón ha sido llamado. Tratándose de lírica de altísima inspiración, el joven no tendrá dificultad en apreciarla, y fácilmente se persuadirá en hacerla objeto de una personal y conmovida meditación.” 80
El Espíritu Santo, profundo conocedor de la naturaleza humana, ha ido inspirando a los
diferentes hagiógrafos el que expresasen los estados de ánimo del Pueblo escogido de
Yavé. La fe de los justos sufría una continua evolución. A lo largo de la peregrinación en
la penumbra, esa fe topaba con dificultades de todo género. Los salmos son la más viva
expresión de la angustia sentida por el creyente ante la duda, la incomprensión y los
ataques de los que viven como si Dios no existiese. Acostumbrar al joven a recurrir a la
79 cfr. Ibid., p. 226 80 cfr. BALOCCO, ANSELMO A., Avviando alla lettura dei Salmi, in Rivista Lasalliana, Torino, Collegio S.
Giuseppe, n. 3 (1963), p. 179
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oración bíblica para expresar él también sus estados de ánimo con respecto a la fe, no
puede dar sino magníficos resultados:
“Sería necesario que la oración de los cristianos fuese educada, animada por la esperanza que invade los salmos. Ella encontraría ahí una expresión privilegiada, profundamente humana, con gritos que confinan en la desesperación y las quejas de los pobres, de los oprimidos, de los desanimados, pero siempre con la afirmación de la confianza que surge, a veces como una gran llamarada, y otras, como una pequeña flama que, de repente, aparece sobre un montón de cenizas de una hoguera que parecía casi extinguida (...) La oración de los salmos: oración verde y dura (...) oración profundamente humana, en la cual los jóvenes se encuentran a su gusto.” 81
Frases como las siguientes encierran un gran dinamismo que impele a fomentar una
actitud sana ante el ateísmo y la crisis de fe:
“Tu, ¡oh Yavé!, eres escudo en torno mío, mi gloria, el que me hace erguir la cabeza.” 82
“Hasta cuándo, por fin, te olvidarás, Yavé, de mi? ¿Hasta cuándo esconderás de mi tu rostro?” 83
“Aunque haya de pasar por un valle tenebroso, no temo mal alguno, porque Tú estás conmigo. Tu clava y tu cayado son mis consuelos.” 84
“En ti está la fuente de la vida, en tu luz vemos la luz.” 85
“Mis lágrimas son día y noche mi pan, cuando me dicen cada día: «¿Dónde está tu Dios?»” 86
“Desfallece mi carne y mi corazón; la roca de mi corazón y mi porción es Dios por siempre.” 87
81 cfr. MOREL, loc. cit., p. 116 82 Salmo 3, 4 83 Salmo 13, 2 84 Salmo 23, 4 85 Salmo 36, 10 86 Salmo 42, 4 87 Salmo 73, 26
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II.- PERSPECTIVA MARIANA
Los últimos Papas han insistido en la importancia de María como atractivo eficaz hacia
los bienes sobrenaturales. Las definiciones dogmáticas de la Inmaculada Concepción y
la Asunción, llevaban la intención precisa de hacer pensar a la Humanidad en los
valores de arriba. Se antoja decir que, cuando la Iglesia se dio cuenta del principio de
disolución que empezaba a minar al mundo, propuso la figura de María como remedio
contra el mal. Es curioso observar que a medida que el ateísmo se extiende
amenazador por todas partes, la devoción mariana parece prender con más intensidad
en los corazones fieles. En el plan de Dios, hay sin duda una relación entre “la
serpiente” y su estirpe -que trata de hacer el mal- , y la “Mujer” que le quebranta la
cabeza. Es el Espíritu Santo quien ha inspirado a los Pontífices de estos últimos años
incrementar la piedad mariana en el Pueblo de Dios. La grande misión de María no
terminó en el Calvario, se proyecta y continúa a través del tiempo y del espacio:
“La gran importancia que la figura de María ha tomado en la vida de piedad y de fe en los cristianos, muestra que su relación con la historia de la salvación es muy estrecha.” 88
La catequesis no puede prescindir de la benéfica influencia de María sobre los jóvenes.
Sería desaprovechar uno de los mejores medios que ha ofrecido la Providencia para
permitir la sana evolución de la fe personal.
Una auténtica devoción mariana ayuda al adolescente a superar su crisis de fe de una
manera sublime. Esto se debe a que la presencia de María responde a una necesidad
psicológica en el adolescente. Un perspicaz educador de la juventud cristiana,
Fundador de un Instituto de religiosos educadores, intuyó la importancia de la
catequesis mariana. Es por eso que una y otra vez repetía a sus religiosos:
“Si tenéis la dicha de hacer penetrar la devoción a María en el corazón de vuestros niños, les habréis salvado.” 89
88 cfr. SEMMELROTH, OTTO, op. cit., p. 51 89 cfr. Vie du V. Marcellin J. B. Champagnat, Paris, Desclée, 1931, p. 387
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Dios, como perfecto Pedagogo, conduce a toda la humanidad, paso a paso, al
descubrimiento de su Palabra. Se dijo al principio que la vida personal en la fe es
parangonable a la vida que la humanidad ha llevado a través de los siglos. María fue
instrumento precioso y necesario (según el plan de Dios) para que la Revelación
prosiguiese su camino y llegase a su plenitud objetiva en la Persona de Cristo. De la
misma manera María entra en la maduración de la fe personal de cada uno de los
miembros del Pueblo de Dios. El adolescente, en medio de su crisis, encuentra en Ella
el apoyo más sólido para poder salir victorioso y proseguir en la peregrinación de la fe:
“Hemos de ver en la tendencia mariana de nuestros jóvenes todo un misterio de la Providencia divina, para lograr que los adolescentes tomen el camino inmaculado que siguió el Verbo para venir nosotros. La Virgen se encuentra en el umbral de la historia de nuestra salvación. Su función ha sido siempre la de «unir».... por Ella, los jóvenes llegarán sin mucha dilación al descubrimiento personal de Cristo.” 90
El fenómeno que alarma a los teólogos, de ver ocupar a María el puesto que en el
corazón de los jóvenes debería más bien ocupar Cristo, no debe extrañar al catequista
entendido en psicología:
“Nuestros jóvenes son muy sensibles a la devoción mariana, a tal punto que la Virgen parece, a veces, ocupar todo el lugar en su vida religiosa.” 91
De acuerdo con los datos de la psicología genética, el adolescente no ha llegado aún al
conocimiento personal de Cristo. Lo siente lejos de sí. El cuadro de la Redención
sobrepasa las categorías domésticas con las que hasta ahora se ha movido. Debido a
la idiosincrasia de la psicología infantil, la idea de que María es “la madre del cielo”, ha
penetrado profundamente en su alma, sin sentirlo. Llegado a la autonomía incipiente de
la adolescencia, se rebela contra toda autoridad doméstica. Sin embargo, su también
creciente afectividad le produce simultáneamente una sensación de desamparo: se
siente pequeño ante la situación de independencia externa en que él mismo se ha
90 cfr. AUTRAN, MARCELO, op. cit., p. 144 91 cfr. Ibid., p. 142
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colocado. Debe seguir confiando en alguien que lo comprenda, pero que no le imponga
ningún imperativo. Nadie mejor que la “madre del cielo” para llenar ese cometido:
“La devoción filial de los jóvenes para con María, toma claramente la forma de un sentimiento de confianza total en Ella.” 92
Es bien conocido por todos los educadores que durante la crisis de fe, el adolescente
continúa recurriendo a María, como por instinto. Con frecuencia la ha constituido su
única confidente. Un catequista bien informado en psicología evolutiva, se guardará
mucho de condenar una devoción mariana que se antoja imperfecta a juicio de una
teología abstracta. Con habilísima discreción, sabrá aprovechar la misión providencial
de esa devoción en el joven, para llevarlo hacia Cristo. Después de todo, la misión de
María ha sido siempre ésa: llevar las almas a Cristo:
“Ellos (nuestros jóvenes) sienten que la maternidad misteriosa de Nuestra Señora comporta una relación personal y permanente con nosotros, una comunión de alma, un interés profundo de su corazón de madre por todo aquello que se relaciona a nuestro destino. Eso es correcto y haríamos mal en quererlo eliminar de la vida íntima de nuestros jóvenes.” 93
La devoción mariana, imperfecta y tal vez demasiado humana del adolescente, es sin
embargo la mejor propedéutica para la comprensión de los grandes misterios del
cristianismo. Una catequesis ilustrada parte de lo poseído por el joven y le hace
desarrollar las consecuencias encerradas, como en germen, en esa relación con la
persona de María. Sería por lo menos temerario, so pretexto de corregir primero una
devoción demasiado humana y parcial, esperar a que la persona de Cristo entre de
lleno en su vida. Se correría el riesgo de romper el único nexo que hubiera ligado la
evolución de una fe egomorfista a una fe auténticamente cristiana. Lo mejor se habría
constituido una vez más en enemigo de lo bueno. Por querer violentar la evolución de la
fe, se le habría truncado y tal vez para siempre.
92 cfr. Ibid., p. 154 93 cfr. Ibid., p. 147
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Son dignas de leerse las apreciaciones que los adolescentes hacen de su devoción a
María. Especial atención merece el papel preponderante que le hacen jugar en su vida.
Todas ellas corroboran a saciedad los datos de la psicología evolutiva:
“Sí, ciertamente, durante toda mi vida esta devoción me ayudará a vivificar mi fe.”
“Me servirá para conservarme en el seno de la Iglesia.”
“Tiene que servir. ¿Cómo?, para la orientación de mi vida hacia el verdadero centro: Dios.”
“Creo que Ella se encargará de traerme de nuevo al rebaño de Dios, si me aparto de él.” 94
Un eminente exalumno de un Instituto religioso, que tiene entre sus normas la de
impartir sistemáticamente instrucción sobre la Virgen María, hace la siguiente
declaración:
“Si vosotros me preguntáis cómo pude permanecer creyente y practicante, a pesar de los medios hostiles a la fe cristiana en los que me he encontrado, os responderé que ha sido gracias a la devoción mariana que los Hermanos Maristas me han inculcado.” 95
Ante estos testimonios todo comentario sale de sobra. Ellos hablan por sí mismos.
A lo largo del Capitulo VIII de la Lumen Gentium, el Concilio se esfuerza en dar una
idea dinámica de María. La presenta a través de la historia de la salvación. No hay en
este capítulo una concepción estática, más para mover a la admiración de una obra que
a la imitación de una persona. Es más, la Iglesia muestra la dinámica aun interna de la
vida de María:
94 cfr. Ibid., p. 107 95 cfr. ROBLES, OSWALDO, Mexique, in Bulletin de l’Institut, Frères Maristes, Lyon, Vittc, 1953, p. 460
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“La Bienaventurada Virgen avanzó en la peregrinación de la fe y mantuvo fielmente la unión con su Hijo hasta la cruz.” 96
El enfoque general de ese capítulo es decididamente bíblico. Se presenta a la Virgen
como aparece en la Sagrada Escritura, según la interpretación tradicional de la Iglesia.
Los pasajes clave de su vida vienen siendo eslabonados en un devenir coherente. Se
echa de ver un continuo progreso evolutivo. Con esa presentación, el Concilio invita a
volver a las auténticas fuentes de la devoción mariana. Ese tornar a la Biblia sirve de
factor de equilibrio entre las dos tendencias que, en el campo mariológico, se disputan
la hegemonía: la cristotípica y la eclesiotípica.
“La Biblia permite reconciliar lo esencial de esas dos perspectivas, porque ella refiere constantemente la Virgen a Cristo, pero en una perspectiva de la historia de la salvación y no según una lógica abstracta. Era un medio de poner de manifiesto la inanidad de la oposición entre esos dos puntos de vista complementarios.” 97
Todo esto hace que la catequesis, en consecuencia, goce de una nueva perspectiva
cuando habla de María. Hay que enseñarla tal como viene mostrada en los Libros
Sagrados. Ciertamente que en la Biblia se habla poco de María, pero lo poco que de
Ella se dice, es más que suficiente para situarla en su lugar de privilegio sin
precedencia. Toda la existencia de la Virgen se desarrolla dentro del contexto de la
salvación: la promesa y su cumplimiento, como eco de lo dicho a Abraham y a su
descendencia:
“En Ella, excelsa Hija de Sión, tras larga espera de la promesa, se cumple la plenitud de los tiempos y se inaugura la nueva economía.” 98
Las palabras del “magníficat” resumen a maravilla el papel de María. Ella es la
personificación del “resto fiel” del pueblo de Israel:
“Ella misma sobresale entre los humildes y pobres del Señor, que de El esperan con confianza la salvación.” 99
96 Lumen Gentium, nº58 97 cfr. LAURENTIN, RENE, La Vierge au Concile, Paris, Lethielleux, l965, p. 79 98 Lumen Gentium, n. 55
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Se llama a si misma “sierva” y declara ser de los “pobres de Yavé”.
“En estas dos indicaciones de «sierva» y de «pobreza», precisa ver no solamente la
designación de un carácter individual de María. Es, en tanto Hija de Sión, Símbolo del
pueblo de Dios en espera mesiánica, que María es sierva y pobre. Así como el pueblo
es con frecuencia denominado «servidor», en el Antiguo Testamento, María es llamada
aquí “sierva”. “100
La actuación global de toda la vida de María queda calificada con las palabras inspiradas que
pronuncia Isabel:
“Dichosa la que ha creído que se cumplirá lo que se le ha dicho de parte del Señor.“101
Y se está ya, ante la postura psicológica básica de María de cara al misterio de la redención
universal. Se puede afirmar, sin lugar a dudas , que la actitud fundamental de la Virgen María
fue la de una total y constante fe:
“En la anunciación se produce una nueva concentración de Israel en María: Ella recibe la promesa de Dios en nombre del nuevo Israel: la Iglesia. Ella realiza el acto de fe inicial que va a desencadenar el acontecimiento de la encarnación para la redención universal.” 102
La consecuencia pastoral de esta aseveración es inminente: María es un acabado y
perfecto modelo de fe. Una catequesis de la Virgen que subraye el elemento “fe” en la
vida de María, se impone. Desde luego, no debe hacer abstracción de las demás
virtudes y privilegios de María, pues siendo una persona, todo en Ella se da en un todo
sintético. No por querer exaltar su fe, se va a mutilar la riqueza de su personalidad total.
Lo que aquí se sostiene es que se debe presentar todo el dogma mariano, enfocado a
través de la fe de María. Ver el conjunto desde un ángulo de vista no es negar el
99 Idem 100 cfr. THURIAN, MAX, “Marie, Mère du Seigneur, Figure de l’Eglise, Taize, 1963, p. 84 101 Lc. l, 45 102 cfr. THURIAN, MAX, op. cit., p. 93
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conjunto sino considerarlo bajo una óptica determinada. Una catequesis que enfoque
todo el conjunto del dogma mariano a través de esa actitud fundamental de fe, no
puede menos que prestar un poderoso aliciente a los adolescentes para salir victoriosos
en su crisis de fe. Presentar a María como modelo de una fe constante, a lo largo de
una existencia como fue la suya, sembrada de dificultades, es poner ante los ojos del
joven cristiano el mejor antídoto contra el ateísmo tentador del mundo de hoy.
“Aquello en lo cual María es modelo para los cristianos, es en su exactitud resultante de su ser ante Dios, tal y como Ella lo expresa en su respuesta de la anunciación: «He aquí la esclava del Señor»; en esta respuesta, María constata un hecho y lo reconoce al mismo tiempo. Luego, ella deduce como consecuencia lo que será la actitud de toda su vida. «hágase en mi según tu palabra».” 103
Un adolescente dice, hablando de la catequesis mariana:
“La devoción mariana, según mi parecer, es útil en el sentido que ella prolonga la función de María en nuestra vida.” 104
En esta declaración, claramente da a entender, que el considera como vital reproducir
en su vida personal la actitud de fe que ve en María. Si se recuerda el atractivo especial
que ejerce la Virgen sobre el adolescente, y cómo la Providencia le ha asignado un
papel auténticamente maternal en la evolución de la fe del joven, se puede colegir la
importancia de una catequesis con perspectiva mariana. El adolescente, en medio de
su crisis, repetirá la historia de José, cuando lleno de perplejidad no sabía cómo
comportarse ante el misterio que rodeaba la gravidez de María. A este respecto Luis
Evely graciosamente dice que:
“José aprendió a tener fe en Dios porque la tenía en María.” 105
Hay mucho de fondo expresado en esa frase: el papel pedagógico de la devoción a
María viene fuertemente subrayado.
103 cfr. SEMMELROTH, OTTO, op. cit., p. 32 104 cfr. AUTRAN, MARCELO, op. cit., p. 108 105 EVELY, LUIS, op. cit., p. 248
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Se ha dicho que una catequesis que presente convincentemente la actitud fundamental
de María, ayudará a resolver la crisis en el adolescente y lo librará de caer en el
ateísmo, o en su periferia. Pero, ¿qué se entiende por “conveniente”? Aquí se
encuentra todo el núcleo del asunto. Si a María no se la presenta como a una auténtica
peregrina en la fe, la catequesis no producirá los frutos deseados. El adolescente vive
una crisis. Entre más se hagan esfuerzos por mostrarle un modelo alejado de él, menos
se sentirá inclinado a seguirlo. Si María lo hubiese comprendido todo, ¿podría decirse
que era una mujer que vivió de la fe?... Y sin embargo, cuántas frases imprudentes se
han pronunciado en la catequesis mariana... y aun en mariología. Por querer enaltecer
a María, se le aleja infinitamente del joven, deshumanizándola:
“El evangelio dice que María y José no comprendieron la respuesta de Jesús. Esta frase del evangelista es de una importancia capital. Nos hace saber que, hasta ese momento, María no había recibido ninguna revelación particular acerca de su relación con Jesús; y que, por lo tanto, Ella no estaba en grado de descubrir, de inmediato, y por sí misma, la conducta a tomar en una circunstancia nueva e imprevista.” 106
La vida de María transcurrió dentro de una actitud continua de fe. Nada más confortante
para el adolescente que seguir, paso a paso, la vida difícil de María. El catequista no ha
de temer mostrar las duras pruebas a las que la Providencia sometió a la Virgen:
“Cuántas veces María tuvo que plegar su inteligencia ante los más impenetrables misterios. Ella tenía que creer que su hijo era inmensamente grande, y sin embargo lo sentía pequeñito, encerrado en su seno. Tenía que creerlo infinitamente rico, mientras lo veía ejercer durante 30 años el oficio humilde de artesano.... La fe de María no podía haberse topado con mayores dificultades.” 107
No se va a hacer aquí el elenco de todos los pasajes sobre los que se puede hacer
meditar al adolescente; sería demasiado largo. Baste decir, que la catequesis mariana
apropiada para los adolescentes no puede prescindir de ellos. Entre más humana
presente el catequista a la Virgen, más bien procurará a los jóvenes. Si el adolescente
106 cfr. WILLAM, FRANÇOIS-MICHEL, La vie de Marie, Mère de Jésus, Moulhouse, Salvator, 1930, p. 199 107 cfr. ROSCHINI, GABRIEL, La Madonna, secondo la fede e la teologia, Roma, Ferrari, 1953, p. 140
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asimila la actitud fundamental de María, se sentirá llevado a transferir a su vida el
perpetuo “fiat” de la Virgen. Se dará cuenta de que la fe no es una luz meridiana, que
permita marchar con paso triunfal, sino más bien un pálido reflejo lunar, que permite ver
los contornos del camino y no -caer en los abismos que le enmarcan. Entonces, el
adolescente emprenderá la peregrinación en la fe, con ánimo esforzado. La figura de la
Virgen crecerá de valor ante sus ojos. Deslumbrado con la heroicidad de la fe de María,
se sentirá impulsado a mantener su confianza en aquello que un día vio con mayor
claridad. ¿Y no es ésa la condición impuesta a todos los creyentes?
“Creer largamente en la oscuridad alguna cosa que hemos visto en la luz; creer por medio de la fidelidad alguna cosa que un día nos pareció evidente en la alegría.” 108
III.- PERSPECTIVA ECLESIAL
La perspectiva eclesial de la catequesis reviste hoy en día una importancia que tal vez
no poseía en el pasado. El mundo moderno evoluciona hacia una socialización más y
más pronunciada. Nada es tan repulsivo a los jóvenes actuales, como las posturas
individualistas de sus mayores. Presentar un cristianismo a nivel exclusivamente
individual es no estar de acuerdo con la verdad y desconocer, además, los signos de
los tiempos.
Una vez que el adolescente ha aceptado a Cristo como centro de su vida personal, hay
que iniciarlo a la plena aceptación de la Iglesia. La tarea no es fácil. Se corre el riesgo
de presentar una Iglesia-estructura. De ahí el porqué sea más conveniente describir la
Iglesia en cuanto a su origen más que en cuanto a su morfología. Sólo se comprende
su naturaleza cuando se conoce su devenir a partir de Cristo. En realidad, ella no tiene
existencia diversa de la de Cristo mismo, es como su prolongación en el tiempo y en el
espacio. La Iglesia continúa el movimiento de encarnación del Verbo divino en el
mundo. Ella sigue siendo el lugar de encuentro entre el mundo por salvar y el Dios que
salva.
108 EVELY, LUIS, op. cit., p. 251
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Es importante que el joven adquiera la visión correcta acerca de la relación entre él,
como individuo, y la Iglesia, como comunidad. No es él quien se agrega a la Iglesia para
formar un grupo de redimidos, sino que es la Iglesia que, aceptándolo, lo redime:
“Hablar de la Iglesia como comunidad de redimidos, no significa que la Iglesia exista porque los redimidos existen. La Iglesia no es la reunión de los numerosos redimidos individuales. Por el contrario, los hombres son redimidos a causa de y en la medida que la Iglesia es un todo vivo. El todo es aquí realmente anterior a las partes.” 109
El sentido comunitario cristiano parte de la conciencia de saberse hermanos en el
Hermano, como derivación de la relación: hijos en el Hijo. Todo esto hará ver al
adolescente que su pertenencia a la Iglesia, lejos de empobrecerlo
despersonalizándolo, por el contrario, lo enriquece relacionándolo con la familia
trinitaria. Sin embargo, la dificultad que procede de la parte meramente humana de la
Iglesia no deja de ser grave. Según la encuesta hecha por Pierre Delooz, un alto
porcentaje de las dudas de fe en los adolescentes proviene de los defectos que éstos
encuentran en la Iglesia110 Se decía en el primer capítulo de este tema, que el
adolescente aún no está capacitado, debido a su egomorfismo, a una integración
propiamente eclesial. Francamente no se siente miembro de la Iglesia; más la juzga
desde afuera que desde su seno, de ahí la severidad de sus juicios.
Las voces del ateísmo ambiental, con sus acerbas críticas contra la Iglesia, no hacen
sino atraer con mayor fuerza la atención vacilante del adolescente. La tentación es
grave. Si a estos factores negativos se añade la tendencia a la autonomía, es fácil
comprender lo poco dispuesto que el adolescente se encontrará a escuchar con
docilidad las enseñanzas de la Iglesia. Corre el riesgo de sentir aversión a toda
autoridad eclesiástica que pretenda intervenir en su crisis.
109 cfr. SEMMELROTH, OTTO, op. cit., p. 74 110 cfr. DELLOZ, Pierre, op. cit., p. 19
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Con facilidad se olvida el papel pedagógico que sobre este asunto desempeña la
devoción a María. La misión maternal de María para con el joven consiste, entre otras
cosas, en procurarle la superación de la etapa evolutiva en que se encuentra. El
adolescente ama y respeta profundamente a la Virgen. Si se le hiciera ver a la Iglesia a
través de la figura de María, se produciría en él una benéfica extrapolación de afectos.
La solución está en presentar a María como lo que ella es con respecto a la Iglesia: su
prototipo. Esta presentación constituye otro de los aspectos esenciales para una
adecuada catequesis referida a los adolescentes:
“Una figura personificante: es la primera significación que se asoma al espíritu en el concepto de «prototipo». Hace visible juntamente en sus rasgos esenciales la realidad espiritual de la cual ella es la presentación concreta.” 111
Ya podrá el joven constatar a la saciedad que el aspecto humano de la Iglesia es pobre;
podrá ser testigo del pecado existente en sus miembros, aun entre los más eminentes:
“Sería dar pruebas de gran ceguera y de orgullo clerical, negar la existencia de las deficiencias. (...) La Iglesia es la Iglesia de los pobres pecadores.” 112
Si María le ha sido presentada como la “idéalité existante” 113 de la Iglesia, no hay
nada qué temer. Su amor a María le hará benigno para con las miserias de la Iglesia... y
le hará, sobre todo, ver a qué grado de perfección está llamada esa Iglesia, a fin de
conformarse a su Prototipo:
“Mientras que la Iglesia en la Beatísima Virgen ya llegó a la perfección, por la que se presenta sin mancha ni arruga, los fieles, en cambio, aún se esfuerzan en crecer en la santidad venciendo el pecado; y por eso levantan sus ojos hacia María, que brilla ante toda la comunidad de los elegidos como modelo de virtudes.” 114
111 cfr. SEMMELROTH, OTTO, op. cit., p. 127 112 cfr. RAHNER, KARL, Est-il possible aujourd’hui de croire? Mame, 1966, p. 42 113 SEMMELROTH, OTTO, op.cit., p. 137 114 Lumen Gentium, n. 53
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Todos los privilegios marianos sirven de introducción a la comprensión del misterio de la
Iglesia. La maternidad espiritual, la inmaculada concepción, la perpetua virginidad, la
asunción... son preludio excelso de lo que será la Iglesia:
“En María, la Iglesia confiesa su propia esencia, santa, redimida, corredontora; ya que se ve, llena de gratitud, a sí misma en la persona de María, en su origen y su principio.” 115
A la Iglesia se llega por María, su prototipo. Los adolescentes aún no estiman a la
Iglesia en todo su valor. Pretender presentarles a María a través de la Iglesia, sería
exponerse a dejarlos sin lo uno y sin lo otro. El culto mariano introduce al culto eclesial;
y éste, a su vez, incrementa el primero: se establece un creciente movimiento en
espiral:
“El culto a María es la confesión de la Iglesia para consigo misma, para con su esencia y su misión de medianera en la salvación.” 116
La fe se recibe de la comunidad. Cuando el niño es bautizado, es la Iglesia quien le
hace participar de su riqueza, aún antes de que él pueda hacerla suya con un acto
personal. Es cristiano gracias a la comunidad cristiana. La fe es eclesial porque se
desarrolla en comunidad. No se encuentra encerrada en un alma particular. No puede
crecer fuera de un alma en estado de comunión con el Cuerpo Místico. En la sociedad
humana no es posible la autarquía, menos aún en el campo religioso. El hombre
depende de los demás. Recorre junto a los otros la misma peregrinación en la fe. Sus
límites están fijados por las limitaciones de la sociedad en que vive. Tiene una suerte
común en tanto miembro del Pueblo de Dios. La comunidad exige y favorece la
seriedad de la fe, mediante la profesión; la sinceridad de los sentimientos, mediante la
penitencia. La catequesis no es sino el prolongamiento de la actividad comunitaria
sobre la fe del joven. La instrucción religiosa es responsabilidad de la Iglesia. En la
persona de los apóstoles, Ella recibió el encargo de predicar la Palabra de Cristo a toda
la humanidad. Así pues, sólo puede educar idóneamente en la fe, quien forma parte de
115 cfr. SEMMELROTH, OTTO, op. cit., p. 132 116 cfr. Ibid, p. 151
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la Iglesia y habla en su nombre. En esta perspectiva eclesial, el catequista se presenta
al adolescente como el mensajero de la comunidad:
“Algunos quedarán marcados - y tal vez para siempre- con una determinada orientación a causa de la enseñanza del catequista que, obsesionado con sus propias opiniones, no ha sabido ser el profeta sencillo e inmediato de la Iglesia.” 117
El catequista, como los primeros discípulos, da testimonio en la comunidad de su
encuentro personal con Dios. Su misión es ante todo la de ser testigo. Le toca hacer
acto de presencia y transmitir un llamado. Se sitúa ante el adolescente como
compañero de peregrinación en la fe. Su catequesis es una búsqueda comunitaria de la
verdad sobrenatural, dejando de lado toda postura categórica. La fe de la comunidad
cristiana no puede ser una fe triunfalista, es un esperar contra toda esperanza.
El corazón del catequista debe entusiasmarse cuando habla de Dios. Para ello ha de
evitar tratarlo como un objeto de ciencia, haciendo miles de distinciones, empleando
fórmulas prefabricadas. Todo lo contrario, debe dedicarse a buscar a Cristo, y a través
de El, al Padre, mediante un esfuerzo humilde, sincero y amistoso. Esta actitud del
catequista favorece en gran manera la adecuada solución de la crisis de fe en el
adolescente.
La fe engendra un tipo especial de certeza: se está cierto de poseer la verdad, pero se
está desprovisto de evidencia. La seguridad que se experimenta proviene de la
adhesión que se da a la palabra, basándose en la autenticidad del testimonio que se
recibe:
“Normalmente, es a través de la persona cristiana que debe hacerse reconocer la verdad cristiana. (...) El impulso espiritual total que da el «comprometerse» levanta la materia humana, la informa, la solidifica, la orienta, la unifica de una manera poderosa. Le confiere una significación cada vez más irresistible. Actos y pensamientos, caridad y fidelidad, revelan a una persona totalmente dada a Dios, animada por Dios; y por consiguiente a través de ella, la acción y la presencia de Dios.” 118
117 cfr. RENARD, Catéchèse pour la vie dans l’Eglise, in Foi d’enfant....Foi d’adulte, Paris, CNER, 1957. P 99 118 cfr. MOUROUX, JEAN, Je crois en toi, Paris, Du Cerf, 1965, P. 99
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El catequista debe constituirse en confesor de la fe. más aún, en mártir en potencia,
dispuesto a dar su vida para corroborar lo que enseña. Su actitud debe recordar la de
Job, que, aunque sin comprender, confiaba en Dios cuando veía el derrumbe de todos
sus ideales y el desvanecimiento de todos sus sueños. El catequista debe hacer suyas
las palabras de Job:
“Dios me entrega a los impíos, me arroja en manos de los perversos. Estaba yo tranquilo, y El me sacudió, me cogió por el cuello y me estrelló. Púsome por blanco suyo.” 119
“¿Dónde está mi esperanza? Y mi dicha, ¿quién la divisa? ¿Van a bajar a mi lado al sepulcro? ¿Nos vamos a hundir juntos en el polvo?” 120
“Aunque El me matara, no me dolería”. 121
“Porque yo sé que mi Redentor vive, y al fin se erguirá como fiador sobre el polvo.” 122
La catequesis debe desembocar en la oración eclesial. El bautismo estableció en el
cristiano los lazos que constituyen la comunión de los santos. El adolescente tiene
derecho y obligación de participar en la riqueza viva de la Iglesia. Esa participación es
tanto más provechosa cuanto más plena, consciente y activa es la asistencia a las
celebraciones litúrgicas. Es a través de la comunidad de culto que el joven se siente
integrado y aceptado en la Iglesia:
“Rezar en la Iglesia, no como un parásito egoísta, sino como un miembro que acepta entrar en el ritmo de su vida: he ahí la manera de permanecer en la Iglesia y de encontrar en ella el sentido de Dios.” 123
119 Job 16, 11 y 12 120 Job 17, 15 y 16 121 Job 15, 15 122 Job 19, 25 123 cfr. GARRONE, G. Foi et Pédagogie, Tourain, Desclée, 1961 p. 18
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Todo esto contribuye a hacer pasar al adolescente de una etapa egomorfista a una más
abierta a lo social. En el proceso evolutivo, la fe no puede menos de salir ganando en
madurez y en autenticidad.
IV.- PERSPECTIVA PERSONALISTA La primera palabra que el niño oye le dirige la Iglesia es una fórmula trinitaria. Su
bautismo lo introduce de lleno en un misterio de profundidades insospechadas:
“El, criatura de carne y de sangre, es arrojado en ese abismo de la vida trinitaria. Su vida y toda su eternidad no tendrán otro objetivo que el de acostumbrarse a ello.” 124
Este misterio inefable constituye la médula misma del cristianismo. ¿Qué otra cosa es el
cristianismo, sino la llamada del Padre a todos los hombres para que participen de la
vida del Hijo, en virtud del Espíritu Santo? Olvidar la dimensión trinitaria en la
presentación de la verdad cristiana es distorsionar su estructura hasta convertirla en
absurdidad. Imposible comprender el cristianismo sin un continuo recurrir a la fórmula:
Padre, Hijo y Espíritu Santo. Muchísimas de las objeciones que el ateísmo presenta al
adolescente en crisis de fe, parten de una concepción unipersonal de Dios. Una
divinidad unipersonal es francamente rechazable, pues se convierte en una
monstruosidad; sería un portento de egoísmo y de soledad. El Dios de la Biblia, el Dios
del cristianismo es un Dios-comunidad, en cuyo seno hay conocimiento y amor infinitos.
Porque es familia trinitaria, en El no se da ni el egoísmo, ni la soledad.
Dios trinitario es el gran “Tú”, formador de personas en su obra creadora. La aparición y
la consolidación definitiva de la persona humana no podría darse sin la existencia de
una transcendencia divina que, presente en cada hombre más íntimamente que él
mismo, le propone una vocación original, única entre todas: la participación en la
infinitud. Dios es así el “Tú” de cada persona humana.
124 cfr. DANIELOU, JEAN, op. cit., p. 146
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La fe es eminentemente personalista. Exige un encuentro entre dos personas, el
hombre que escucha y Dios que se revela:
“El llamado del Dios tripersonal, por Cristo, a una persona humana: tal es la fe en sus principios objetivos.” 125
Creer a alguien exige amor, pues el conocimiento que descubre lo íntimo de la persona
no sigue los criterios científicos de la objetividad y la evidencia. Aprender lo más
profundo de la persona y aceptarlo sólo en su nombre, es un proceso cognoscitivo que
se mueve en el ámbito del amor recíproco. En el nivel personal, sólo conoce quien ama,
y sólo quien ama se descubre para ser conocido por el “otro”.
La figura de Cristo, en una perspectiva personalista de la catequesis, toma una
importancia relevante.
“El cristianismo no es, en último término, ni una doctrina de la verdad ni una interpretación de la vida. Es esto también, pero nada de ello constituye su esencia nuclear. Su esencia está constituida por Jesús de Nazareth, por su existencia, su obra y su destino concretos; es decir, por una personalidad histórica. 126
Cristo es el Revelador del Padre. Es la Revelación del Padre, hecha carne. Su Persona
no es tanto motivo de elección vital, cuanto su objeto mismo. En el fondo, se trata de
aceptar o de rechazar a Cristo. Aceptarlo o rechazarlo significa aceptar o rechazar al
Padre, cuya imagen viva es: “Splendor Patris”. Nada más adecuado al adolescente, que
empieza a comprender el valor de lo personal, que una presentación del cristianismo
íntimamente ligada a la persona del Salvador:
“Para el cristiano, la fe es una adhesión, motivada y confiada, al misterio de Dios y de su amor redentor. El objeto de la fe cristiana no es una cosa, ni un sistema de conceptos o de verdades abstractas, sino que es Alguien: a saber, Dios mismo, lo que es El en sí mismo, y lo que es y hace por los hombres.” 127
125 cfr. MOUROUX, JEAN, op. cit., p. 41 126 GUARDINI, ROMANO, La esencia del cristianismo, Madrid, Ed. Guadarrama, 1959, p. 20 127 cfr. DONDEYNE, ALBERT, op. cit., p. 180
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La fidelidad no significa ser leal a una estructura, a un conjunto de verdades abstractas,
significa ante todo ser leal a una Persona. Muchas de las dudas que atormentan al
adolescente en su fe, desaparecen cuando tiene confianza plena en la persona de
Cristo. Toma, en atención a El, la misma actitud que tomó Pedro:
“Maestro, toda la noche hemos estado trabajando y no hemos sacado nada, más porque tú lo dices echaré las redes” 128
y, parodiando al apóstol, puede decir: “Señor, he estado reflexionando con fatiga y no
alcanzo a ver con claridad, pero en tu nombre seguiré siendo fiel en mi adhesión a ti.”
La educación de la fe va dirigida sobre todo a incrementar en el alma del bautizado el
amor hacia Cristo y la conciencia de su total pertenencia. Evita así los graves
inconvenientes de una instrucción religiosa intelectualista; entre los cuales descuella el
desarrollo hipertrófico del espíritu crítico, que conduce insensiblemente a la
“contestation globale”. El cristianismo es un encuentro entre personas; no es un sistema
de ideas. La perspectiva personalista en la catequesis es, pues, imprescindible.
La presentación del mensaje al adolescente, en esta línea de pensamiento, puede
hacerse bajo dos criterios: el antropológico y el kerigmático. No parece que ninguno de
ellos deba llevar preferencia, y por consiguiente tenga que acaparar la metodología
catequética. Sin embargo, el criterio antropológico da la impresión de olvidar, llegado a
un cierto nivel en la explicación del hecho religioso, que la fe representa una verdadera
y tajante ruptura en la marcha ordinaria del conocimiento humano. Cuando Yavé ordenó
a Abraham:
“Salte de tu tierra, de tu parentela, de la casa de tu padre, para la tierra que yo te indicaré.” 129
estaba claramente irrumpiendo en su vida, cambiándola radicalmente de curso:
128 Lc. 5, 5 129 Génesis 12, 1
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“Abraham, introduciendo la fe en Dios como medio de conocimiento, afirma una nueva dimensión del pensamiento humano y demuestra que la capacidad del conocimiento humano es casi infinita. Acontecimientos futuros, que no pueden ser objeto del conocimiento meramente humano, con la fe llegan a ser patrimonio cultural y religioso, de un pueblo, aunque aún no materializados en la realidad histórica. La fe descubre al hombre un campo de certezas no sensibles o meramente humanas, instaura una escuela nueva, en la cual el maestro es Dios mismo, que se hace garante de cuanto enseña.” 130
De suyo, un análisis de los valores humanos no conduce necesariamente al
conocimiento del mundo de la fe. Teóricamente lo debería lograr, pero en la práctica no
parece que lo obtenga. El criterio kerigmático en la presentación de la catequesis,
aunque más de acuerdo con la predicación apostólica, parece encontrar no poca
dificultad en la pastoral actual. Tal vez no vaya muy en consonancia con la mentalidad
contemporánea. Esto es importante de considerarse, pues precisa adaptarse a las
exigencias de los tiempos. Sin embargo, es necesario que el adolescente acepte lo
religioso como algo dicho por Dios, comunicado por Dios para hacerle bien. Sólo así
hay lugar para la existencia de fe divina, y no meramente fe humana sobre un contenido
religioso. Es menester que se acepte la palabra de Dios precisamente por la autoridad
de Dios revelante. De ahí lo importante que el catequista se presente ante el joven
como transmitiendo un mensaje de Dios.
En el fondo, Revelación y antropología guardan la misma relación entre sí que la gracia
y la naturaleza. Lejos de oponerse o de excluirse, se complementan. La necesidad
humana es la encarnación de la llamada a la fe. Los deseos más íntimos del corazón
del hombre que le hacen sentir hambre de infinito están en resonancia con la invitación
a un mundo que sobrepasa de mucho su propia naturaleza. El esfuerzo introspectivo
intenso lleva a un encuentro con Dios, aunque vago e impreciso, muy real:
“Dios está en nosotros, desconocido y oculto. Rara vez el hombre tiene el valor de descender lo suficiente, de cavar tan profundo en el fondo de su alma, para encontrar ahí la Trinidad. Pocas veces penetra en ese santuario interior. Y sin embargo es precisamente ahí, donde él encontrará lo que en vano busca tan lejos, cuando lo tiene tan cerca... y que lo haría tan feliz.”131
130 cfr. NOLLI, GIANFRANCO, Appunti di Mariologia del Nuovo Testamento, Roma, Marianum, 1966, p. 22 131 cfr. DANIELOU, JEAN, op. cit., p. 243
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Así pues, la catequesis debe tomar tanto de uno como del otro criterio, el kerigmático y
el antropológico, sin conceder exclusividad a ninguno. El principio fundamental que se
ha de respetar es que la instrucción religiosa debe ser teocéntrica y antropológica (no
antropocéntrica). La forma concreta de realizarlo parece ser la del diálogo, pues en él
se transmite el mensaje y se respetan los valores personales. El catequista es testigo
de Cristo, pero lo es ante hombres conscientes de su libertad personal. La respuesta a
la llamada de la fe pone en juego lo más íntimo de la persona:
“No es sino como individuo que el cristiano puede ser llamado por la Iglesia y en la Iglesia, para el mundo; como un individuo que, en el momento de la llamada no puede ser protegido visiblemente por nadie. Nadie puede aligerarse de la mitad del peso con el cual Dios lo ha cargado y hecho responsable.” 132
Son las decisiones las que van formando la personalidad. Entre más importante sea el
objeto de la elección, más personalizante resulta la decisión. Cuando se trata de
aceptar una invitación que propone al hombre participar en la vida trinitaria, el misterio
por excelencia, la respuesta cobra matices de transcendencia. Nada más a tono con la
psicología del adolescente que el presentarle una fe cuya aceptación le hace desarrollar
su valor personal en grado máximo.
Mientras se contempla el proceso de secularización del cosmos -que la misma
Revelación ha iniciado y fomentado- se ha de recalcar al joven la idea de que su
persona debe constituirse en el verdadero altar de la sacralización. Es a través del
hombre, que el cosmos regresa a su Creador, así como fue por el hombre que la
creación se desvió de Dios:
“La actividad humana individual y colectiva o el conjunto ingente de esfuerzos realizados por el hombre a lo largo de los siglos para lograr mejores condiciones de vida, considerado en sí mismo, responde a la voluntad de Dios.” 133
132 cfr. VON BALTHASAR, HANS URS, Cordula, Paris, Beauchesne, 1967, p. 27 133 Gaudium et Spes, n. 34
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El cristianismo exige una total conversión que se va realizando paulatinamente. El
hombre se vuelve hacia Dios y arrastra tras de sí todo el mundo que lo rodea: es el
sacerdote de la creación. Así pues, en la catequesis no hay que hacer pasar el
conocimiento de las verdades de la fe antes que a la fe misma. Debe constituirse en un
reiterado llamado a la “metanoia”. En la fe, el alma se abre a Cristo, aceptando
renunciar a una autonomía mal adquirida, a través de la rebelión original. Esa
autonomía, celosamente defendida, aparece de nuevo en el desafío de los
adolescentes y en la suficiencia de los adultos.
La catequesis, en su perspectiva personalista, es la invitación en nombre de la Iglesia, a
la inserción personal en la dinámica pascual. Es ahí, en la totalidad del misterio de
Pascua, comprendido y vivido, que los jóvenes se darán cuenta del significado de sus
vidas y de los deseos de infinito que experimentan. Se trata de injertarse en los
sarmientos cuya savia es Cristo:
“¡Ay de aquellos que no anuncian sino un cristianismo en negro, se instalan en la muerte y en la huida terrestre! Son infieles a la resurrección de Jesús y a la esperanza de los jóvenes. De seguro que no serán escuchados.” 134
La persona del catequizando es el principio unificador subjetivo del mensaje cristiano.
Se requiere la unidad entre la doctrina dogmática, la moral, la ascesis como expresión
de la indivisible plenitud de la vida cristiana. La unificación es exigencia de la realidad
misma de las cosas. La finalidad de la educación religiosa es llevar a la estructuración
del ser cristiano, para que de él se siga, como de lógica consecuencia, el obrar
cristiano. Toca al joven buscar ser para poder actuar. Sólo viviendo como piensa, podrá
permanecer dentro de la coherencia existencial. Inútil añadir que en esta dinámica, el
catequista debe servirle de modelo.
El principio unificador objetivo es la persona de Cristo. Bien lo puso de manifiesto
cuando dijo:
134 cfr. BABIN, P., Les jeunes et la foi, Lyon, Du Chalet, 1960, p. 220
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“Yo soy el camino, la verdad y la vida.” 135
Camino, porque es a su imagen que el hombre ha sido regenerado, para llegar al
Padre. Verdad, porque es la Revelación del Padre: “Splendor Patris”. Vida, porque es el
medio que diviniza al hombre, comunicándole su Espíritu. El adolescente encuentra en
Cristo la unidad objetiva del cristianismo; unidad que tanto necesita para establecer la
armonía en su interior. Esto tiende a contrarrestar la influencia disgregante de la crisis
de fe.
V.- PERSPECTIVA PROSPECTIVA
El catequista, como el profeta, es un hombre de su poca, menos preocupado del ayer
que del mañana que ya se bosqueja hoy. Comunica un mensaje capaz de suscitar una
respuesta en el adolescente aun en medio ambiente adverso, actual o muy próximo. El
dinamismo que hay que poseer para lograr franquear el abismo existente entre la
incredulidad y la fe, exigen un gran esfuerzo. Pasar de una autonomía orgullosa y falsa
a la sumisión humilde y libertadora, mediante la aceptación de la palabra de Otro,
requiere una apertura total de la persona humana, hasta lo más íntimo de su
constitución. Pero para mantener viva la fe ya poseída, no se requieren menores
esfuerzos. Creer en lo transcendente en medio de un mundo que idolatra lo inmanente,
equivale a aparecer como un desertor del humanismo. Es por eso que el adolescente
tiene necesidad de recibir una catequesis que fomente el sentido de la transcendencia.
El saber categorial no agota toda la realidad existente. Se requiere mantener en el
espíritu una apertura hacia el mundo de Dios. Es importante que la instrucción religiosa
no sea puesta al mismo nivel de las demás asignaturas. La actitud que supone la
aceptación del misterio, como esencia de lo sobrenatural, procede de un criterio diverso
del de la visión científica de lo natural. La realidad es de una gran complejidad; una
visión monista de lo existente, simplificándolo, lo mutila. No pocas de las dificultades
135 Jn 14, 6
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con que se topa la fe del adolescente provienen de una confusión en los grados del
saber.
“Al hombre de hoy es menester darle de nuevo el sentido profundo del misterio, que es sentido de Dios, para que este sentido le acompañe en el ambiente paganizado en que vive y lo defienda de los influjos del materialismo. Y esto será posible en la medida en que el hombre no sea solamente evangelizado con su libertad personal de cristiano, sino que sea catequizado en su conciencia social, en los reflejos y vínculos que lo envuelven en su ambiente vital.” 136
La catequesis debe infundir la conciencia del mesianismo del Pueblo de Dios. La
Iglesia, raza de redimidos, muestra a la vista de todos que su fuerza está en la
aceptación del don que Dios ofrece a la humanidad. El secreto de la pujanza del
creyente está en su fe:
“Todo el engendrado de Dios vence al mundo; y ésta ha sido la victoria que ha vencido al mundo, nuestra fe.” 137
El gran ideal del catequista de adolescentes ha de ser encaminar a los jóvenes hacia la
adquisición de una fe madura. La superación de la crisis de fe, proceso normal
evolutivo, debe terminar en una fe adulta, como consecuencia de haber alcanzado
madurez personal:
“Una persona no alcanza su plena madurez sino hasta el momento en que ha elegido ideales que valen más que la vida.” 138
Hay que educar a una fe tal, que por su solidez y capacidad de comprensión, pueda
absorber las novedades de la existencia con criterio acertado. Esto no se logra sino
haciendo caer en la cuenta de lo que se es, de la propia identidad: un bautizado,
poseedor de un germen que inicia un movimiento hacia el crecimiento sobrenatural.
Una catequesis, centrada sobre el desarrollo del don inicial recibido en el bautismo,
permite al adolescente asumir la responsabilidad de su vida, comprometiéndolo a ser
136 RIVA, SILVIO A., op. cit., p. 136 137 I Jn. 5, 4 138 cfr. MOUNIER, E., Le personnalisme, PUF, n. 395, 1950, p.68
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consecuente con el hecho de su filiación divina en Cristo, e invitándolo a continuar con
la firme e intrépida perseverancia que nace de la esperanza.
La adquisición de un criterio cristiano que permita tener una visión adecuada del mundo
es imprescindible en una catequesis con perspectiva prospectiva. No se trata de
agregar nada a la vida natural, sino de considerar todo el fenómeno humano a la luz de
una óptica de lo sobrenatural:
“La Iglesia no se limita a superponer una vida religiosa a la vida que llamamos humana, sino que es a esta última que ella da un sentido religioso: a la vida del pensamiento, a la vida familiar, al trabajo manual, al esfuerzo de progresar y da transformar el mundo.” 139
La catequesis debe sobre todo fomentar la formación de una sana actitud fundamental
frente a lo sobrenatural. El humilde conocimiento del propio pecado y del mal en el
mundo, el sentimiento profundo de saberse incapaz de salvarse a sí mismo, en una
palabra, la quintaesencia de la espiritualidad del “pobre de Yavé” constituye la base
granítica para una fe robusta e inconmovible. No se trata de agotar todos los temas y de
esclarecer todos los problemas que nacen del hecho religioso. Con frecuencia una
catequesis pormenorizada crea la confusión, pues atiborra de pequeñeces y hace
perder de vista lo esencial:
“En definitiva, la perfección que buscamos, es la de no tomar partido por el mal que se encuentra en nosotros; es la de esperar y de continuar esperando y luchar en la esperanza, a pesar de la oscuridad. (...) Es también el testimonio que hemos de dar al mundo: la de convertirnos sin cesar al Dios vivo y verdadero, a pesar del peso que en nosotros ejercen las fuerzas del pecado y de la mentira. Y esto no por nuestro propio poder, sino en la fuerza de Cristo muerto y resucitado que nos arrastra con El en su muerte y resurrección. (...) La esperanza cristiana es una actitud única, es la esperanza de los pobres.” 140
Es imprescindible hacer resaltar lo medular de la dinámica cristiana. La crisis de fe en el
adolescente, en estas circunstancias, no tiene muchas probabilidades de causar al
joven un perjuicio, sino por el contrario, lo confirma en su cristianismo, ahora sí,
139 cfr. MONTCHEUIL, YVES DE, op. cit., p. 65 140 cfr. MOREL, loc. cit., p. 119
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personalmente aceptado y abrazado. La evangelización, aunque hecha por los
hombres, no es una empresa humana. Con harta frecuencia el catequista olvida que el
principal, o mejor, el único maestro de las almas es el Espíritu Santo. Es El quien
recordará todas las cosas dichas al adolescente, y quien añadirá otras más que el
catequista ni siquiera sospecha. Cuando Cristo se despidió de sus discípulos, les
prometió enviarles al Paráclito; bien se daba cuenta de que su predicación había sido
incompleta, de ningún modo por falta de idoneidad pedagógica, sino a causa de la
incapacidad de ellos. Cosa semejante, toda proporción guardada, sucede con el
catequista de adolescentes. Su preocupación final ha de ser volverlos dóciles al Espíritu
Santo. Pues, en último análisis es El quien conducirá a buen término lo emprendido;
quien afianzará lo vacilante; y quien, en caso dado, enderezará lo torcido:
“Muchas cosas tengo aún que deciros, más no podéis llevar las ahora; pero cuando viniere Aquél, el Espíritu de verdad, os guiará hacia la verdad completa, porque no hablará de sí mismo, sino que hablará lo que oyere y os comunicará las cosas venideras. El me glorificará, porque tomará de lo mío y os lo dará a conocer. Todo cuanto tiene el Padre es mío, por esto os he dicho que tomará de lo mío y os lo hará conocer.” 141
141 Jn. 16, 12-16
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C O N C L U S I O N E S
I.- ADOLESCENCIA
1. La fe se desarrolla en un proceso evolutivo que tiene su origen en la Palabra de Dios.
Su desarrollo está en función de la evolución de la humanidad. Esto que sucede con
la fe en el plano histórico, se repite, de cierta manera, a través de la vida personal de
cada creyente. La fe pasa por las diferentes etapas de la vida humana individual. De
ahí que no sea la misma forma de fe la que vive un niño, un adolescente, un joven, o
un hombre maduro.
2. El paso de la fe infantil a la fe adulta no se da sin una cierta crisis. Es durante la
adolescencia que se manifiesta con mayor intensidad dicha crisis. El adolescente
somete a revisión sus creencias. Examina cuidadosamente lo que hasta hoy había
aceptado con entera docilidad. Esa “remise en question” no la hace por mero gusto
de la “contestation”, sino para resolver un problema vital. Sería injusto decir que su
crisis constituye de suyo una forma de ateísmo. Hacer semejante apreciación
indicaría desconocer la psicología de la edad evolutiva. La fe del adolescente
atraviesa por una etapa de revisión, pero no de desintegración. Sin embargo, no en
todos los adolescentes se da la crisis con igual intensidad, pues depende mucho de
la constitución caracterial de cada uno, además de otros muchos factores
ambientales.
II.- ATEISMO
1. Entre los factores externos que agravan sensiblemente la crisis de fe, se encuentra
en primer lugar la influencia del ateísmo contemporáneo. Los diversos tipos de
ateísmo están en resonancia con el marco etiológico de la crisis, de ahí su peligro,
Una catequesis bien informada debe conocer a fondo el ateísmo de hoy, para tratar
de reducir lo más posible el grado de resonancia entre el estado anímico del
adolescente y el medio ambiente.
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III.- CATEQUESIS
1. Con harta frecuencia se confunde a Dios con la idea que de El se tiene. Se enseña
una divinidad que corresponde más a una proyección mental del catequista que al
Dios verdadero. Pasa un poco como con los amigos de Job que trataban a toda
costa de explicarle la problemática humana forjando un Dios a su medida intelectual.
El resultado de la distorsión era la agudización de la protesta de Job. El adolescente
actual, víctima de su crisis, corre el peligro de no disponer como elementos de
solución, sino de las caricaturas de Dios, presentadas por la catequesis.
2. La catequesis, si quiere contribuir de manera eficaz en la evolución normal de la fe
del adolescente, debe preocuparse por ser adecuada. Por adecuada se entiende
aquí que sea capaz de reconocer la problemática que se plantea el adolescente ante
su fe, y que posea, además, la suficiente sensibilidad para detectar las influencias del
medio ambiente ateo sobre el joven. Para que la catequesis sea realmente efectiva
se requiere que reúna un mínimo de cualidades, que por su dimensión globalizante,
más podríamos llamar perspectivas. Debe poseer la perspectiva bíblica, la mariana,
la eclesial, la personalista y la prospectiva.
3. La catequesis no es sino la transmisión viva del mensaje contenido en la Biblia; debe
partir de la Revelación como de su fuente natural. Con frecuencia se ha considerado
a las Sagradas Escrituras como simples instrumentos de ayuda en la instrucción
religiosa. La perspectiva bíblica propone precisamente lo contrario: que la catequesis
se convierta en un instrumento para el conocimiento de la Biblia.
4. La misión maternal de María es providencial, no sólo en el nivel universal, sino
también en el individual. La perspectiva mariana de la catequesis, es uno de los
mejores medios para facilitar la evolución normal de la fe en el adolescente. Pero
para lograr esto precisa concentrar la atención del joven sobre la actitud fundamental
de María ante el misterio de Cristo: actitud de fe inquebrantable.
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5. Ya podrá el adolescente constatar a saciedad que el aspecto humano de la Iglesia es
pobre. Podrá ser testigo del pecado existente en sus miembros, aun entre los más
eminentes; si María le ha sido presentada como la “idealité existante” de la Iglesia,
no hay nada que temer. Su amor a María le hará benigno para con las miserias de la
Iglesia... y le hará, sobre todo, ver a qué grado de perfección está llamada esa
Iglesia, para conformarse a su Prototipo.
6. El catequista se presenta al adolescente como mensajero de la comunidad eclesial.
Da testimonio en ella de su encuentro personal con Dios. Su misión es ante todo la
de ser testigo. Le toca hacer acto de presencia y transmitir un llamado. Se sitúa con
el adolescente como quien es compañero de peregrinación en la fe. Su catequesis es
una búsqueda comunitaria de la verdad sobrenatural, dejando de lado toda postura
categórica.
7. La fe es eminentemente personalista y a la vez personalizante. Exige un encuentro
entre dos personas, el hombre que escucha y Dios que se revela. Cristo es la
Revelación del Padre, hecha carne. La catequesis debe estar centrada en Cristo. Su
Persona no es tanto motivo elección vital, es más bien su objeto mismo: en el fondo
se trata de aceptar o de rechazar a Cristo.
8. La catequesis debe educar a una fe tal que por su solidez y capacidad de
comprensión, pueda absorber las novedades de la existencia con criterio acertado.
La adquisición de un criterio cristiano que permita tener una visión adecuada del
mundo, es imprescindible en una catequesis con perspectiva prospectiva.
9. La catequesis, aunque hecha por los hombres, no es una empresa humana. La gran
preocupación del catequista ha de ser la de volver paulatinamente al adolescente
más y más dócil a las mociones del Espíritu Santo, pues sólo El conducirá a buen
término lo iniciado, afianzará lo vacilante y enderezará lo torcido.
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