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ste de mis entraas dulce fruto,con vuestra bendicin, oh Rey eterno,ofrezco humildemente a vuestras aras;que si es de todos el mejor tributoun puro corazn humilde y tierno,y el ms precioso de las prendas caras,no las aromas rarasentre olores feniciosy licores sabeos,os rinden mis deseos,por menos olorosos sacrificios,sino mi corazn, que Carlos era,que en el que me qued menos os diera.

Diris, Seor, que en daros lo que es vuestroninguna cosa os doy, y que querrahacer virtud necesidad tan fuerte,y que no es lo que siento lo que muestro,pues anima su cuerpo el alma ma,y se divide entre los dos la muerte.Confieso que de suertevive a la suya asida,que cuanto a la vil tierra,que el ser mortal encierra,tuviera ms contento de su vida;mas cuanto al alma, qu mayor consueloque lo que pierdo yo me gane el cielo?

[...]

Y vos, dichoso nio, que en siete aosque tuvistes de vida, no tuvistescon vuestro padre inobediencia alguna,corred con vuestro ejemplo mis engaos,serenad mis paternos ojos tristes,pues ya sois sol donde pisis la luna;de la primera cunaa la postrera camano distes sola un horade disgusto, y agoraparece que le dais, si as se llamalo que es pena y dolor de parte nuestra,pues no es la culpa, aunque es la causa, vuestra.

Cuando tan santo os vi, cuando tan cuerdo,conoc la vejez que os inclinabaa los fros umbrales de la muerte;luego llor lo que ahora gano y pierdo,y luego dije: Aqu la edad acaba,porque nunca comienza desta suerte.Quin vio rigor tan fuerte,y de razn ajeno,temer por bueno y santolo que se amaba tanto?Mas no os temiera yo por santo y bueno,si no pensara el fin que prometa,quien sin el curso natural viva.

Yo para vos los pajarillos nuevos,diversos en el canto y las colores,encerraba, gozoso de alegraros;yo plantaba los frtiles renuevosde los rboles verdes, yo las flores,en quien mejor pudiera contemplaros,pues a los aires clarosdel alba hermosa apenassalistes, Carlos mo,baado de roco,cuando marchitas las doradas venasel blanco lirio convertido en hielo,cay en la tierra, aunque traspuesto al cielo.

Oh qu divinos pjaros agora,Carlos, gozis, que con pintadas alasdiscurren por los campos celestialesen el jardn eterno, que atesorapor cuadros ricos de doradas salasms hermosos jacintos orientales,adonde a los mortalesojos la luz excede?Dichoso yo que os veodonde est mi deseoy donde no toc pesar, ni puede;que slo con el bien de tal memoriatoda la pena me trocis en gloria!

Qu me importara a m que os viera puestoa la sombra de un prncipe en la tierra,pues Dios maldice a quien en ellos fa,ni aun ser el mismo prncipe compuestode aquel metal del sol, del mundo guerra,que tantas vidas consumir porfa?La breve tirana,la mortal hermosura,la ambicin de los hombrescon ttulos y nombres,que la lisonja idolatrar procura,al expirar la vida, en qu se vuelven,si al fin en el principio se resuelven?

Hijo, pues, de mis ojos, en buen horavais a vivir con Dios eternamentey a gozar de la patria soberana.Cun lejos, Carlos venturoso, agorade la impiedad de la ignorante gentey los sucesos de la vida humana,sin noche, sin maana,sin vejez siempre enferma,que hasta el sueo fastidia,sin que la fiera envidiade la virtud a los umbrales duerma,del tiempo triunfaris, porque no alcanzadonde cierran la puerta a la esperanza!

La inteligencia que los orbes muevea la celeste mquina divinadar mil tornos con su hermosa mano,fuego el Len, el Sagitario nieve;y vos, mirando aquella esencia trina,ni pasaris invierno ni verano,y desde el soberanolugar que os ha cabido,los bellsimos ojos,paces de mis enojos,humillaris a vuestro patrio nido,y si mi llanto vuestra luz divisa,los dos claveles baaris en risa.

Yo os di la mejor patria que yo pudepara nacer, y agora en vuestra muerte,entre santos dichosa sepultura;resta que vos roguis a Dios que mudemi sentimiento en gozo, de tal suerteque, a pesar de la sangre que procuracubrir de noche escurala luz de esta memoria,vivis vos en la ma;que espero que algn dala que me da dolor me dar gloria,viendo al partir de aquesta tierra ajena,que no quedis adonde todo es pena.


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