Download - Plaza Capital Impreso
12 de diciembre de 2011
ESPECIAL PERIODISMO GONZO
P E R I Ó D I C O E S P E C I A L D E P R O D U C C I Ó N P E R I O D Í S T I C A I
Plaza Capital
Daniela Rodriguez y Luisa Va-
gas, que conocen el calor de un
juego de Santafé y de Millonarios
en la cancha.
Pág. 04
Los populares tienen el costum-
bre de decir que tiempo es dinero.
Parece sencilla la conclusión que
esto es una verdad. Ocurre que pue-
de ser más verdad que imaginamos.
Para descubrir de forma espe-
cial la verdad, el estudiante Juan
Manuel Reyes sigue a la Universi-
dad Nacional de Colombia para
trabajar por un día en la venta de
minutos de celular. Al final, descu-
brió que su tiempo vale oro, de ver-
dad.
Pág. 06
El alcohol sigue
haciendo males
El minuto, donde
tiempo es dinero
La práctica por los géneros pe-
riodísticos en la universidad es fun-
damental, hasta porque algunos
géneros el estudiante ni siempre
podrá trabajar, por restricción de
mercado o falta de oportunidades.
Entre los géneros de poca dispo-
nibilidad está el Periodismo Gonzo,
que camina entre el reportaje y el
periodismo literario. Pero el género
Gozo, creado por Hunter Thom-
pson, es lo más difícil, aunque sea
la esencia del labor periodístico, es
decir, el profesional queda cerca,
casi inmerso, en la noticia.
Este especial presenta reportajes
gonzo desarrolladas por los estu-
diantes de la asignatura Producción
Periodística I de la Universidad del
Rosario. Buena lectura.
Prof. Denis Porto Renó El memorial a Hunter Thompson, criador del Periodismo Gonzo. (Imagen: divulgación)
El futbol provoca
locuras
Daniel Montes y María Victoria
castillo sienten el sabor del vicio
autorizado: el alcohol.
Pág. 02
Cuando perder es
una realidad
Lorena Beltrán, Angélica Gar-
cía y María Elisa Ponce experimen-
tan la locura de los casinos.
Pág. 08
Si, vivir y trabajar
por la calles es
algo posible
Lina Salas y Lorena Mahecha
conocen el labor por la calle.
Pág. 10
P á g i n a 2
Los problemas invisibles de una
droga legal, el alcohol
P L A Z A C A P I T A L
A eso de las 9:30 AM empezaba
esta excursión, teníamos que encon-
trar un lugar perdido en Bogotá, al
que van aquellas personas que se
quieren curar de esa enfermedad del
alma, el Alcoholismo, puesto que
este daña tanto la salud, como la
mente. El alcoholismo es una enfer-
medad con la que se carga día a día,
que impide el desarrollo normal de
una vida, pues se contrapone el traba-
jo, la economía, la familia y los ami-
gos, encerrando a la persona en una
burbuja aislada si no se detiene a
tiempo. Este científicamente está
definido como una enfermedad cróni-
ca y habitualmente progresiva, pro-
ducida por la ingestión excesiva de
alcohol etílico, bien en forma de be-
bidas alcohólicas o como constitu-
yente de otras sustancias.
Pero antes de ir en busca del lu-
gar perdido, empezamos por averi-
guar lo necesario para entender la
situación mental del alcohólico, así
rápidamente encontramos que la
OMS define el alcoholismo como la
ingestión diaria de alcohol superior a
50 gramos en la mujer y 70 gramos
en el hombre (una copa de licor o un
combinado tiene aproximadamente
40 gramos de alcohol, un cuarto de
litro de vino 30 gramos y un cuarto
de litro de cerveza 15 gramos). Tam-
bién encontramos que el alcoholismo
parece ser producido por la combina-
ción de diversos factores fisiológicos,
psicológicos y genéticos. Se caracte-
riza por una dependencia emocional
y a veces orgánica del alcohol, y pro-
duce un daño cerebral progresivo y
finalmente la muerte.
Y es que, en Colombia existen
varios estudios estadísticos sobre la
cantidad de población relacionada a
esta enfermedad pues en los último
cinco años se ha presentado una línea
creciente entre las personas que lo
Por Daniel Montes y
Maria Victoria Castillo
Imagen: Divulgación
P á g i n a 3 P L A Z A C A P I T A L
padecen, considerándose de esta ma-
nera un problema de salud pública
para Colombia, pues la principal ca-
racterística de la aparición de este
mal es la pasividad con la que los
colombianos aceptamos el consumo
de esta sustancia pues nueve de cada
10 personas manifiestan haber consu-
mido algún tipo de licor alguna vez
en su vida y como es un producto
aceptado socialmente y de fácil acce-
so la frecuencia es mayor en lo que
concierne al país que las otras sustan-
cias psicoactivas.
A este lugar perdido del que les
hablamos, llegamos un poco tarde,
pero llegamos, con un poco de pena e
incertidumbre por no saber lo que
nos esperaba ni siquiera tocamos la
puerta entreabierta , esperamos que
alguien que estuviera adentro nos
viera, y salió ella con sus ojos lloro-
sos, que al final dejaban ver un sufri-
miento común para cada uno de los
que estaba en la sala. Ella era Helena,
una mujer de pelo corto, estatura
mediana y contextura delgada, de
unos 50 años y menos vieja de lo que
parece, como ella lo menciono sacán-
donos una sonrisa incomoda, “Hola
en que los podemos ayudar”, nos
dice helena y nosotros al no saber
qué hacer le decimos tener un fami-
liar que padece de alcoholismo y con
una sonrisa que se le dibujo inmedia-
tamente en la cara, nos dice:
“llegaron en el momento perfecto y a
la reunión perfecta por que hoy los
que estamos acá somos familiares de
Alcohólicos y adictos”.
Sorprendidos y un poco renuentes
a entrar porque si hay algo para resal-
tar de el lugar es que no es precisa-
mente acogedor, lo podemos descri-
bir más bien como lúgubre con un sol
resplandeciente pareciese que igual
una nube negra se cerniera sobre esa
pequeña casa, después de hablar
aproximadamente 10 minutos con
Helena, nuestra acompañante nos
quita de nuestra mente cualquier ras-
go de prejuicio y entramos alegando
un sufrimiento inmenso por la situa-
ción de nuestro familiar alcohólico
envuelto desde hace 2 años por este
demonio, como ellos lo llamaron
insistentemente, usando además todo
tipo de calificativos despectivos para
referirse tanto a la sustancia como a
la enfermedad. Así por fin nos senta-
mos en la mesa redonda que se for-
maba sin mesa, solo sillas, a un lado
del salón había café y agua ,un letre-
ro más grande de lo común que decía
NO FUMAR.
Esta reunión en especial se llama
AL-ANON (Grupo de apoyo para
familiares y amigos de alcohólicos)
en la que los integrantes tienen en
común la enfermedad y el dolor, la
costumbre a una promesa nunca
cumplida, buenas intenciones olvida-
das, preocupaciones y noches en ve-
la, ese era el común de las situacio-
nes relatadas por los 8 integrantes de
ese grupo de apoyo, que además era
de principiantes que apenas se esta-
ban conociendo, apenas estaban
construyendo un nuevo espacio en su
mente que los ayudaría en un futuro,
a veces tan lejano como cercano, a no
sufrir por ese ser amado al que veían
cada vez menos y amaban cada vez
mas. La primera recomendación que
nos dieron fue “Enfrentar la vida de
la forma más serena posible, lejos del
caos” refiriéndose con caos a la vida
del afectado, para que de esta manera
se tratara de contagiar al alcohólico
de una buena actitud y de la busca de
ayuda necesaria.
Ahora siguen muchas para tomar
nota:
-No trates al Alcohólico como un
niño;
-No vigiles para saber cuánto bebe;
-No busques licor escondido;
-No derrames el licor;
-No sermonees;
-No prediques o regañes.
Era algo más o menos así, como
indicaciones y contra indicaciones, lo
único cierto es que todos recurrían a
cada una de estas cosas, porque los
espacios de curación no son espacios
para juzgar, sino para curar, o al me-
nos intentarlo. Y es que lo particular
de los espacios de curación para al-
cohólicos, lo particular de estos luga-
res perdidos, es la compresión de la
situación de las personas, es que se
detienen a escuchar a los enfermos y
a sus familias, y entonces no se juz-
ga, se ayuda y se escucha.
La locura es entonces un común
denominador en cada una de estas
personas, esta experiencia es fuerte e
impactante, cala en los huesos y en el
corazón , saber que cada día mueren
más de 10 personas en Colombia por
causa de una sustancia legal, acepta-
da y codiciada legalmente, hace que
en nuestra mentes se cierna ese pen-
samiento de desconcierto a las legis-
laciones colombianas frente a este
tipo de sustancias que le dan muy
buenas regalías al país, pero que le
quitan la vida no solo al alcohólico,
sino al resto de su familia, porque es
precisamente esto lo que se vive en
esta clase de lugares, no es el alcohó-
lico el único que se ve afectado por
su enfermedad, son las personas de-
trás de él las que con él sufren día a
día los dolores de una fuerte enfer-
medad.
Imagen: Divulgación
P á g i n a 4
Victoria del 265: pasión cardenal
P L A Z A C A P I T A L
Al caer la noche se empieza a
vislumbrar la conglomeración de un
número creciente de personas que
reflejan una edad no mayor a 30
años. La mayoría de los hombres
con pelo largo, tatuajes, sudaderas
atravesadas por tres líneas a cada
costado, gorras y en algunos casos,
gafas oscuras. En sus caras se refleja
la impaciencia por conseguir dinero
para comprar la boleta del partido en
el que se enfrentaran el Independien-
te Santa Fe y el Club Deportivo Los
Millonarios,a las 8:00 de la noche en
el Estadio Nemesio Camacho El
Campin de la ciudad de Bogotá.
De esta manera, la entrada al es-
tadio se ve impregnada de numerosas
voces pidiendo una colaboración para
poder adquirir la boleta y así disfru-
tar del clásico 265. Con la boleta en
mano, entré al estadio y empecé a
descender hasta Sur, localidad en la
que se ubican la mayoría de aficiona-
dos del equipo cardenal. A mi lado se
encontraba una joven de cabello cres-
po, estatura baja con una sudadera
Adidas, tennis, tatuajes y como es de
suponerse, una camiseta de su equi-
po. A medida de que se iban llenan-
do las tribunas de sur, se hacía cada
vez más perceptible la euforia y ale-
gría por ver al equipo que estos se-
guidores han alentado desde niños.
Saltando, gritando y entonando
los cantos de aliento a su equipo
“Sale Leon ohh ohh, sale Leon ohh
ohh”, salen los once jugadores a la
cancha. Suenan los tambores, se en-
cienden luces de color rojo que esta-
llan en el aire generando una emo-
ción y una ansiedad de ver salir triun-
fando al equipo cardenal. Me encuen-
tro en el centro de la tribuna, donde
se puede sentir con mayor intensidad
esta pasión por el fútbol, ya que allí
es donde se concentra toda la hincha-
da.
A pesar de vestir todos de rojo,
ser del mismo equipo y corear las
mismas canciones, los hinchas se
encuentran divididos en distintas
barras, alrededor de 18 grupos, cada
uno con su líder, más conocido o
llamado “el capo”, quien normalmen-
te es el encargado de coordinar a su
barra. Entre las barras más conocidas
se encuentran, la Barra 25, Galaxia
roja, Santafecito Lindo, Fortin Rojo,
Expreso Rojo, Los Cardenales, Te-
cho rojo, Saltarines, Amigos de Santa
Fe y la más importante actualmente
La Guardia Albi-Roja Sur.
Finalizando el primer tiempo, el
marcador 0 – 0, decidí dirigirme un
poco más arriba, donde se encontraba
la barra “La academia”, allí comencé
a entablar una conversación con
Juan, más conocido como “el gorila”
y con su novia Daniela, quienes me
observaban de arriba abajo, claro, yo
una desconocida para ellos, sin tatua-
jes, sudadera ni camiseta de Santa Fe.
Aun así sin darle importancia a eso,
Daniela me dijo que me hiciera a su
lado, con un acento distinto, expre-
siones distintas me narro su historia,
una acontecimiento vivido hace algu-
nos días, donde ella y su novio vivie-
ron la angustia y el temor de estar
perseguidos y amenazados de muerte
por un barrista perteneciente a su
misma barra, debido a que no le pa-
garon una plata a tiempo para realizar
el viaje a Argentina para ver el parti-
do de Santa Fe vs. Vélez de una for-
ma especial.
Por Daniela Rodriguez González y Luisa F. Vargas Ibáñez
El fútbol es una pasión sin limites. (Imagen: Luisa Vargas)
P á g i n a 5 P L A Z A C A P I T A L
Inicio el segundo tiempo, los hin-
chas a pesar de los nervios de poder
ver derrotado a su equipo, seguían
alentándolo, algunos de ellos fuma-
ban marihuana, otros inhalaban peri-
co. Según Daniela, al hacer esto du-
rante el partido, la emoción y la eufo-
ria se elevan, “ayudando” al hincha a
alentar a su equipo de una mejor for-
ma. Suelen utilizar gafas oscuras y
bufandas para disimular su “traba”,
una persona bajo efectos de las dro-
gas, según ellos.
Faltando quince minutos para
finalizar el encuentro, el marcador
permanecía igual, al parecer habría
un empate entre estos dos equipos,
las barras de Santa Fe alentaban con
más fuerza, cantaban más fuerte,
algunos maldecían a los jugadores,
otros a los hinchas del equipo contra-
rio, pero esto no iba a hacer que el
marcador cambiara. Ya quedando
solo cinco minutos para culminar el
partido, cuando las esperanzas en la
mayoría de hinchas se encontraban
apagadas, cuando algunos iban sa-
liendo de la tribuna, apareció el ar-
quero de Santa Fe, Camilo Vargas,
quien con un cabezazo anotó un gol y
salvó al equipo.
Los gritos no se hicieron esperar,
“Goooooooooooooooooooool” grita-
ban todos los hinchas con una alegría
indescriptible, abrazos entre todos y
llantos de alegría. Todos saltando y
festejando el triunfo de Santa Fe ante
Millonarios. Finalizó el partido,
mientras los hinchas de Millonarios
callaban su derrota, las barras de In-
dependiente Santa Fe celebraban su
triunfo en el clásico 265.
La victoria en el clásico no podía
quedarse sin celebración, así que
Camilo Sánchez convocó a una
“farra” el sábado. Ese día llegamos a
eso de las 10 de la noche, había un
grupo de jóvenes alrededor de la casa
de Camilo que hacían vaca para com-
prar el trago. Igual que los días ante-
riores, usaban sudaderas entubadas
con tres líneas pronunciadas y la ca-
miseta del equipo, también había
mujeres que usaban ombligueras y
pantalones ceñidos al cuerpo. Algu-
nos de los hombres se veían activos
en demasía, otros no podían dejar de
mover las mandíbulas, otros se en-
contraban con la mirada perdida y los
ojos rojos.
A eso de las 11 todo el mundo ya
tenía en las manos licores de todo
tipo: Moscato, Galopero, Tapetuxas,
El capo, Old Jhon, Eduardo III, Tres
esquinas, (entre otros). De repente
sonó Que Calor, cumbia villera del
grupo La Rama y todos entraron a la
casa con gran motivación, pareciera
que dicha canción hubiese activado
en ellos las ganas de bailar toda la
noche y los hubiese recargado de
energía. Todos elevaban los brazos
hacia el techo agitándolos de adentro
hacia afuera y los hombres se quita-
ban la camisa para mostrar los tatua-
jes que tenían alusivos a su equipo.
Al mismo tiempo, agrupados en un
círculo, entonaban la canción y se
balanceaban de un lado al otro al son
de la cumbia villera.
Dentro de la casa, que estaba sola
porque los papás de Camilo se habían
ido de viaje, la mayoría de los hin-
chas se drogaban con amplia libertad.
Mientras bailaban, se pasaban éxtasis
y rivotril, aunque lo más común era
el perico y la marihuana. Al transcu-
rrir de la fiesta ponían tandas de rap,
en especial las canciones de Fondo
Blanco generaban más satisfacción
que las demás y por lo general, la
mayoría de las personas conocían sus
letras.
Avanza la noche y con ella el consu-
mo de alcohol y drogas. En un mo-
mento paran la música y empiezan a
saltar y a cantar:
Yo soy de santa fe del rojo bogo-
tano que es más que una pasión nun-
ca voy a dejarlo. La guardia ya llegó
con su trapo gigante que es para vos
león, es como vos de grande por eso
aún estoy en el lugar de siempre, aquí
en la lateral con toda esta gente gri-
tando sin parar que el rojo es mi ale-
gría. Por verte campeón expreso, doy
mi vida probablemente hoy corre-
mos´ a millonarios por la 53 los co-
gemos a palo y vamos cardenal con
huevos que ganamos lo piden sin
parar los capos bogotano.
Más tarde, siguen poniendo todo
tipo de música, la salsa rosa predomi-
na en toda la noche. Recuerdo que
dos niñas que estaban en frente mío y
se habían “metido” pepas de éxtasis,
se empezaron a besar y los hombres
las miraban extaseados. Mi amiga
Eliana me contó que varias parejas se
habían subido a los cuartos y otra se
había metido al baño.
En ese momento se me acercó un
hombre de gorra, altura mediana y
contextura gruesa para invitarme a
bailar. De tanto perico movía cons-
tantemente la mandíbula, me dijo que
se llamaba Arnold. Me contó que se
había metido con las drogas desde
que se le había muerto su papá y que
trabajaba en un lavadero de carros, a
esto añadió que la semana siguiente
“se iría de rebote a Fusa”, es decir, se
iba mochiliando, como acostumbra.
A eso de las 4:30, golpearon en la
casa, era un hombre de millonarios
que decía que venía en son de paz
por un chorro. El hombre que le abrió
le dijo que se fuera y aquél, le robó la
gorra y salió corriendo. Entonces
todos los hombres que estaban en la
fiesta salieron corriendo detrás y yo
considero que, si no todos, la mayo-
ría estaban armados. En ese momento
se acabó la fiesta.
Quedarse en el campin es algo especial. (Imagen: Luisa Vargas)
Tiempo en venta
Por Juan Manuel Reyes
P á g i n a 6 P L A Z A C A P I T A L
tificar cada teléfono y su operador,
ya que todos son del mismo modelo
(Motorola C-115) y son muy fáciles
de confundir para quien no los ha
visto. Sólo destaca uno, el Tigo, cuya
carcasa es gris; los otros son negros.
Carlos me explica por qué: “cada uno
tiene un plan que se vence un día
distinto, y por eso toca ordenarlos.
Entonces, el Comcel 2 se vence el 30
y todavía está cargado de minutos,
así que hay que gastar los minutos de
ese y no del 1, que se vence también
el 30, pero ya no tiene minutos casi”.
La hora pico: 12:45
La mañana ha transcurrido en
calma hasta este momento. Hoy es
viernes 29 de noviembre, que debía
ser el día en el que se acabaran las
clases y empezaran los exámenes
finales en la Universidad. Pero debi-
do al paro estudiantil, que sólo se
levantó este lunes, el semestre durará
otras 6 semanas. Las clases se acaba-
rán el 17 de diciembre, los estudian-
tes se irán a celebrar Navidad y Año
Nuevo con sus familias, y tendrán
que volver el 10 de enero a presentar
sus exámenes. Vinasco se lamenta,
ya que está en primer semestre de
Derecho: “otra vez, a rezar la novena
acá”. Y empezamos a cantar villanci-
cos.
Al ser este el primer viernes des-
pués del paro, muchísimos estudian-
tes que se encontraban fuera de la
ciudad, en sus lugares de origen, o
que simplemente no fueron a la Uni-
versidad en las manifestaciones, se
reencuentran. A esta hora, me advier-
te Carlos, los estudiantes suelen mul-
tiplicarse a llamar los viernes, y so-
bre todo hoy, porque es la hora para
cuadrar lo que se va a hacer al salir
de clases. Y ha tardado más en adver-
tirme que en llegar 4 personas al
tiempo para pedirme minutos a
Comcel. Vinasco se aleja a comprar
algo de comer, mientras recibo mi
bautismo de fuego.
Al principio fue muy fácil cubrir
los frentes. Dos personas al tiempo,
si mucho, hablando cada una a un
lado de la banca que sirve como local
para el negocio. Pero ahora, con cin-
co clientes llamando por los equipos,
y más gente esperando por minutos,
la vigilancia se complica bastante.
Temo que me roben uno de los celu-
lares, aunque Jean Pierre, un amigo
de Carlos que está matando tiempo
hasta su clase de 3, me tranquiliza:
“eso nunca ha pasado aquí”, afirma
entre sorbos de Coca Cola. “Eso sí,
esté pendiente es de que no le hagan
la jugada de llamar 10 minutos y
decirle que no le contestaron”. Otros
vendedores usan cadenas para evitar
los robos y saber quién tiene cuál
celular; Vinasco y los demás que
atienden aquí confían en la buena fe
de los clientes.
Escucho las conversaciones de la
gente: “qué hizo en el paro” y
“¿vamos a tomar esta noche?” son las
más comunes. No es sorprendente,
siendo que muchos aprovechan para
reencontrarse, tal como lo harían
después de unas vacaciones. E inclu-
so algunos lo toman así. Jean Pierre
aprovechó el paro para avanzar en su
tesis para graduarse de ingeniero
mecánico: “si van a armar esta revo-
lución, pues mejor para mí, me die-
ron un mes para trabajar tranquilo en
mi casa sin preocuparme de las cla-
ses”. Le pregunto si de verdad traba-
jó. “¿Qué cree?” me responde con
una carcajada.
Socializando: 2:00
La hora pico es aproximadamente
la hora de almuerzo de las clases de
la Nacional: entre la una y las dos de
la tarde, hay muy pocas clases, para
permitir que la gente almuerce y des-
canse. A la 1:45, la gente deja de
llegar y tengo tiempo para dejarle a
Carlos el negocio, mientras voy a
comprar la empanada y gaseosa que
serán mi almuerzo. Así suele pasar,
me explica el grupo de amigos de
Los primeros pinitos: 11:30
“Se venden minutos”, son las
palabras que comúnmente colman
letreros de cartulina verde, amarilla y
naranja que en cada esquina o calle
bogotana, alertan a los transeúntes,
sobre una persona que ofrece su ce-
lular para que por un módico precio
se pueda establecer una comunica-
ción con alguien en cualquier parte
del país. Desde 1994, cuando un
taxista montó en su carro un telé-
fono, estos aparatos se han converti-
do en algo común y corriente, nece-
sario y casi imposible de no tener.
Ahora estoy en frente del edificio de
Matemáticas de la Universidad Na-
cional, intentando aprender el arte de
vender minutos, guiado por un vete-
rano en la labor.
Carlos Vinasco lleva como estu-
diante de la Nacional 10 años. Fue
expulsado de Veterinaria, se presentó
a Farmacia, y de allí se tuvo que
retirar porque la mujer con la que
tuvo un hijo lo demandó por la cus-
todia de este. “Yo trabajo es por mi
negrito, porque esa vieja se puede
joder”, dice. Buscando la forma de
conseguir la plata para pagar la pen-
sión por alimentos y la demanda de
custodia, un conocido le brindó una
línea de ayuda: quería montar una
venta de minutos para servir a los
27000 estudiantes de “la Nacho”, y
estaba buscando alguien para atender
el negocio. Así entró a trabajar en lo
que lleva haciendo desde el 2006:
vendiendo minutos con 6 teléfonos,
tres para vender minutos a celulares
Comcel, uno con minutos a Tigo, y
dos con líneas de Movistar, que sir-
ven “para todo operador” y para lla-
madas a fijos.
Esa es una de las primeras leccio-
nes que debo aprender. Cada celular
tiene escrito con cinta, en la carcasa
trasera, un número que permite iden-
El estudiante “Juanma” vive un día trabajando mientras escucha llamadas de los otros.
P á g i n a 7 P L A Z A C A P I T A L
Vinasco ahí reunidos. Por eso “el
niche”, como lo llaman a Vinasco
por ser el único afrocolombiano del
grupo, y por su fanatismo por la salsa
caleña, suele llevar su almuerzo des-
de la casa, en un portacomidas.
La conversación deriva en un
tema tradicional: fútbol colombiano.
Mientras los hinchas del América y
Nacional se debaten en por qué el
otro equipo no va a clasificar, los de
Millonarios se burlan de ambos. Este
grupo de amigos, según Esteban, que
espera a que le aprueben su grado en
Ingeniería Química, se armó alrede-
dor de la venta de minutos: “acá mu-
cha gente llegó por otro amigo, que
era amigo del negro, y así se armó
esta chichonera. Véanos, somos co-
mo 20”. Muchos de ellos han tenido
sus turnos vendiendo minutos, ya sea
para reemplazar a Vinasco cuando
este tiene clases, o para hacerse unos
pesos extra.
Yo estoy callado, atendiendo a
las personas que están haciendo algu-
na que otra llamada. La gaseosa que
me tomo me cae bendita: aunque no
está haciendo sol, y de hecho una
nube negra se ve venir detrás de
Monserrate, el estar a la intemperie
deshidrata rápidamente. Me pregunto
cómo será la situación para aquellos
que están en una calle, gritando
“llamadas, llamadas” todo el día, y
que necesitan el dinero para sostener
una familia.
Mal clima: 3:15
Empiezan a caer algunas gotas.
Carlos me avisa: “quítese de ahí,
métase en el Viejo rápido, antes que
nos lavemos”, mientras sale al edifi-
cio de Ingeniería. Este edificio, dise-
ñado por Leopoldo Rother en 1938, y
parte de la Ciudad Universitaria ori-
ginal, tiene un amplio voladizo con
jardines y anchos muros que los en-
cierran, donde la gente puede sentar-
se y hay algunos vendedores de dul-
ces, pasabocas y cigarrillos. De he-
cho, Vinasco también vende dulces,
que carga en una caja de herramien-
tas, la que también sirve para guardar
los celulares y llevarlos a casa para
recargar sus baterías por la noche.
Yo recojo rápidamente celulares
en la caja, y meto las monedas en un
canguro. Para facilitar la contabilidad
y la entrega de cambio, Carlos orga-
niza las monedas en paquetes de 5
según su valor. En este momento no
importa, la lluvia ya está encima:
después tendré tiempo para organi-
zarlas. Con la lluvia fuerte, me refu-
gio en Ingeniería, acomodo rápida-
mente los celulares y espero que deje
de llover.
La lluvia es un gran enemigo de
estos negocios. Los clientes deciden
dejar de irse. Además, debido a que
la posición de estas ventas ambulan-
tes está decidida en puntos de alto
tráfico (la de Vinasco se encuentra
entre los edificios de Ingeniería viejo,
el de Ingeniería “nuevo” y el de
Ciencia y Tecnología, donado por
Luis Carlos Sarmiento Angulo en
2007), el tener que encerrarse hace
que se pierda esta clientela. Esta es
una hora prácticamente muerta.
El valor del tiempo: 6:15
Carlos Vinasco suele sentarse en
su banca y sacar los celulares a las
9:30 de la mañana, y cerrar después
de las 6. Con la puesta del sol, la
mayor parte de la universidad se va a
sus casas, y sólo quedan algunos es-
tudiantes de postgrado, docentes, y
muy pocos estudiantes de pregrado,
que no justifican mantener abierto el
local. Además, hoy viernes, Carlos se
va a beber con el grupo de amigos
que se reunió durante el almuerzo. Se
irán a un bar de salsa cerca de la Ja-
veriana, e intentarán levantar alguna
estudiante soltera de las universida-
des de Chapinero que esté celebrando
el fin del semestre. Carlos cita con
buen humor a Cerebro, de la carica-
tura de los años 90: “Lo mismo que
todos los viernes, Pinky: tratar de
conquistar peladas”, y se ríe.
Es la hora de pago. De acuerdo a
lo que habíamos hablado, Carlos me
paga lo mismo que a la gente que se
“enturna”, es decir, que hace un turno
de trabajo con él: el 20% de lo produ-
cido. Se vendieron casi $80000 hoy
en los teléfonos celulares, una cifra
notable considerando que el minuto
vale a $200, excepto a Tigo que va-
len $150. Ese es el precio acordado
por los vendedores de la Nacional,
actuando como un cartel: un precio
más barato hace que el negocio no
sea rentable, y más caro, impulsa a la
gente a salir de la Universidad espan-
tando a los clientes.
Al final me quedan $16000. El
resto es para Carlos, que debe pagar
con eso los planes de los celulares, el
arriendo del apartamento en el que
vive con su padre en La Perseveran-
cia, parte de los servicios, la cuota de
alimentación de su hijo, su semestre
y además, lo de ir a tomar. Ese es el
valor de su tiempo, sometiéndose a
sol y sereno, para poder terminar su
carrera de abogado (“en cinco años si
los paros u otra demanda dejan de
estorbar”).
Mientras salgo de la Universidad,
fría y tenuemente iluminada por faro-
les que luchan contra la noche cerra-
da que ha caído prontamente sobre la
Bogotá, pienso en el costo monetario
del tiempo: los minutos de comunica-
ción celular que conectan a dos per-
sonas; las horas que he pasado en el
sol ganando poco menos que un sala-
rio mínimo diario; los años que le
costó a Carlos matarse en la intempe-
rie para pagar los gastos de la deman-
da por custodia. Ese es el tiempo
vendido, el valor de algo sólo medido
por su costo en pesos, dólares o eu-
ros. Y este tiempo en venta, que esta-
mos gastando de una u otra forma, y
que nunca pensamos cuando vemos
el letrero de “se venden minutos”.
Imagen: Divulgación
Arte: Denis Renó
P á g i n a 8 P L A Z A C A P I T A L
Los casinos son lugares en los
que se experimentan muchas emocio-
nes, las cuales pueden ir desde la
alegría, el desespero, hasta la rabia y
la desilusión. Estos encierran una
serie de prejuicios, pues cada persona
tiene su percepción acerca del juego,
las apuestas los sentimientos que
encierran estos coloridos lugares y
las diferentes dinámicas que los ca-
racterizan, como el alcohol, las dro-
gas y las adicciones.
En busca tener nuestra propia
definición del lugar a partir de la
experiencia, decidimos involucrarnos
directamente en una noche de casino,
de la cual nace este reportaje.
Este texto resume lo que significó
para nosotras esta nueva apuesta…
Angélica García (A): Es común
para mí ver muchos aspectos de mi
vida como un juego, intento tomar la
vida como algo no tan serio. Desde
pequeña me encantan las apuestas y
aunque muchos me dicen que aun
parezco una niña pequeña, no me
quiero alejar de esa emoción que
traen para mí.
Jamás había entrado a un casino.
No sé si por su común fama de que
llega a volver un vicio o porque ja-
más había encontrado la ocasión per-
fecta para hacerlo.
Llegué más temprano ese día al
centro comercial Atlantis Plaza, don-
de habíamos quedado de encontrar-
nos. Mientras esperaba a mis compa-
ñeras decidí tomarme un café, pensa-
ba lo interesante que es vivir nuevas
experiencias y lo más curioso, escri-
bir sobre ellas. Pensaba en todo lo
que siempre había escuchado de los
casinos y tenía un poco de miedo
pues siempre decían que no era un
muy buen ambiente. Aun así sabia
que sería un nuevo juego y decidí
empezarlo con la mejor actitud.
María Elisa Ponce de León (ME):
Entramos al casino Rock'n Jazz, ubi-
cado en la calle 82 con carrera 13, en
plena zona rosa de Bogotá. Desde
afuera se ve que es un lugar grande, y
se caracteriza por su entrada impo-
nente, con un letrero y una guitarra
gigante, adornado con luces de colo-
res. Además para llegar a la puerta
principal, se deben subir unas peque-
ñas escaleras pintadas como un
piano, lo cual deja clara su decora-
ción temática.
Antes de ingresar al lugar, tuvi-
mos que pasar por un detector de
metales, luego la requisa del portero,
la cedula, y finalmente entramos.
A pesar de que las personas que
estaban en el lugar se veían muy con-
centradas en sus juegos, sentía una
constante mirada sobre mí, que me
señalaba y revelaba mi secreto: ni
siquiera se jugar en las maquinitas,
que según pensaba, son lo más fácil.
En la decoración del lugar predo-
minan las luces y el brillo, además de
la gran cantidad de figuras decorati-
vas, espejos, marcos dorados, luces,
voces de hombres y mujeres, música,
vestimentas elegantes, meseros divi-
namente presentados, y en general un
ambiente que simula los casinos de
las vegas, que solo conozco por las
películas.
Primero está la sección de las
maquinas. En ellas hay muchas per-
sonas, pero en general parecen estar
solas, pues no levantan la mirada de
la pantalla, y a sus lados no hay nadie
que comente sus partidas, ni celebre
sus triunfos. La mayoría de los juga-
dores de esta sección, está en un pro-
medio de 35 años. La única que esca-
pa a este rango, es una señora mayor,
la cual esta arreglada de forma muy
elegante, pero solo lleva consigo una
pequeña cartera de mano, de la que
parece ir sacando sin ningún remor-
dimiento billete tras billete, para in-
troducir en la máquina.
Llegamos al pequeño hipódromo.
Una mesa grande y ovalada, con for-
ma de pista de carreras, en la que los
caballitos van tan despacio, que cues-
ta trabajo encontrar la emoción al
juego. Alrededor de ellas se encuen-
tran personas un poco más jóvenes, e
incluso un grupo de niños que por
sus caras y su cierta picardía, revelan
que es su primera vez en un casino.
Hasta ahora estábamos conocien-
do el lugar por eso no nos atrevíamos
a jugar. Llegamos a la sección en
donde se encuentran las mesas de
Black Jack y ruleta, en donde se per-
cibe un ambiente con mayor movi-
miento y diversas dinámicas. Pues
antes, en la sección de las máquinas,
las personas se encontraban tan con-
centradas en sus jugadas que el único
movimiento que hacían era el de
¡Una nueva apuesta!
Por Angélica García, Lorena Beltrán y María Elisa Ponce de León
Uno de los casinos más importantes de Bogotá. (Imagen: Denis Renó)
P á g i n a 9 P L A Z A C A P I T A L
oprimir sus botones. En las mesas de
Black Jack Se percibe un ambiente
cargado de estrategias, miradas, sos-
pecha, riesgo y emoción. Sin embar-
go, consideramos que no es la activi-
dad propicia para iniciarnos en el
juego, pues todos parecen saber muy
bien lo que hacen, como para ser
interrumpidos por tres jóvenes que
no saben jugar.
Finalmente entramos a la sección
de la ruleta, en donde hay varias me-
sas. Detrás de cada una de ella está
ubicado un dealer, que al igual que
los meseros, sobresalen por su pre-
sentación. Además hay una gran rule-
ta que es manejada manualmente.
Llegamos a una mesa sola, en la
que el dealer nos recibió atentamen-
te, pero se decepcionó un poco al
notar que antes de jugar queríamos
una explicación de cómo hacerlo. Sin
embargo muy amablemente nos la
dio. Al acercarse más personas a la
mesa, e iniciar el juego, lo primero
que me llamó la atención fue la for-
ma en que el dealer manejaba sus
movimientos con las fichas: las orde-
naba, las partía en grupos, las revol-
vía y las entregaba, con tal facilidad,
que lo hacía parecer sencillo. El pri-
mer jugador en llegar a la mesa fue
un joven muy serio, de aproximada-
mente 25 años. Este con gran rapi-
dez, e ignorando la amabilidad de
quien lo atendía, puso en medio de la
mesa dos billetes de 50 mil pesos,
con los cuales compró sus fichas.
Llegó además un señor de aproxima-
damente 55 años, quien en un tono
más amable compró 50 mil pesos en
fichas. Y empezó la partida.
Mientras la pequeña bola blanca
rodaba por la ruleta, se empezaba a
sentir un ánimo más fuerte en los
participantes y su expresión revelaba
expectativas e impaciencia. Final-
mente la bola paró, dejando con más
perdías que ganancias a los partici-
pantes, sobre todo al joven, quien con
una expresión, ya no de seriedad sino
de mal genio, dejó la mesa y en ella
una ficha, diciéndonos antes de irse:
la ficha es suya. Después de asimilar
su extraña actitud, y de volver a girar
la ruleta, esta ficha se perdió, pues
tampoco ganamos.
De repente una mujer que llevaba
una bandeja en sus manos llena de
gaseosas, se acercó y nos dijo:
¿desean algo de tomar? De inmediato
las tres, muy agradecidas, tomamos
una bebida, tras la cual decidimos
dejar la mesa de ruleta, pues tampoco
nos animamos a jugar.
De vuelta a la sección de las ma-
quinitas, y pensando que definitiva-
mente eran nuestra única oportunidad
de jugar antes de dejar el casino, no
sentamos dispuestas a comenzar la
partida.
Lorena Beltrán (L): Al entrar tuve
la sorpresa de encontrar que las má-
quinas de moneda claudicaron, su
funcionamiento era considerado de
vieja data así que fueron remplazadas
por las de billete. El valor mínimo de
cada una era de $2.000 pesos; algo
costoso debo aceptar, teniendo en
cuenta que el dinero que llevaba para
apostar no sobrepasaba los $30.000
pesos. Existían alrededor de treinta (o
cuarenta) máquinas de estas. La ma-
yoría de personas que llegan al lugar
centran su atención en ellas; por eso
es común ver mujeres de avanzada
edad apostando su dinero en la espera
de duplicar su capital, y por qué no,
de conquistar algún joven galán que
le recuerde sus años de gloria.
Tras haber perdido 14.000 pesos,
salimos con gran desilusión del lugar.
Decidí fumar un cigarrillo para es-
pantar el frio. Recuerdo haber com-
prado una goma de mascar por el
doble del precio que se ofrece habi-
tualmente en el centro. Tomamos la
decisión de caminar a otro casino, así
que arrancamos con la esperanza de
reembolsar lo perdido.
Llegamos al centro comercial
Andino, pues allí se situaba el casino
en el que intentaríamos nuevamente
nuestro juego.
ME: Este casino era más peque-
ño. Estaba un poco solo, tal vez por
la hora, o porque está dentro de un
centro comercial. Al igual que Ro-
ck’n Jazz, su decoración se caracteri-
zaba por el brillo, sin embargo este se
diferenciaba del primero en que la
mayoría de los juegos, incluyendo la
ruleta eran electrónicos.
L: Al entrar, las máquinas traga-
monedas fueron la primera opción.
Recuerdo haber visto cuatro ancia-
nos, tres mujeres y un hombre, que
no vacilaban en invertir grandes can-
tidades de dinero. Al sentarme en una
máquina, una de las mujeres hizo que
cambiara de lugar. Según ella, la
atracción en la que me encontraba ya
estaba ocupada. Luego comprendí
que aquel era uno de esos grupos,
que además de conocer todos los
empleados del lugar y pasar horas
presionando el mismo botón, aposta-
ban grandes cantidades de dinero.
A: Decidí apostar en la ruleta, fue
como una hora de juego que en reali-
dad se pasó muy rápido, me divertía
mucho y me alegraba cada vez que
mis créditos subían. Era como sentir
algo diferente cada vez que termina-
ba de girar la ruleta. Cuando perdía
no me gustaba tanto, sentía desilu-
sión, pero lo volvía a intentar y cuan-
do ganaba, la misma alegría me hacía
volverlo a intentar. Era raro y llegue
a pensar que eso era lo que sentían
los jugadores, cuando se enviciaban
con el juego, ya que fue una mezcla
de sentimientos muy interesante.
Cuando salimos del casino, cami-
nando hacia mi casa, pensaba como
en mi vida siempre le he apostado a
lo que quiero, a lo que siento que es
lo correcto y en muchos casos a lo
que no es tan correcto, pero aun así
siempre apuesto, creo que perder es
parte del juego y no jugar es dejar de
vivir. Así que esta vez haría mi
apuesta.
Recordé que una vez en un cruce-
ro que hice con mi familia, jugué
maquinitas me divertí mucho, enton-
ces mi primera apuesta fue a las ma-
quinitas, ya que al menos sabia como
se jugaban, pero bueno no siempre en
el primer intento se logra el objetivo,
muchas veces hay que perder, apren-
der, para poder ganar. Y eso me ocu-
rrió una vez más en esta experiencia.
Al terminar todo, recuperar mi inver-
sión y salir ganadora, volví a pensar
en el juego y en mi vida y descubrí
que la vida es como un casino donde
tú decides a que le apuestas, todo
tiene sus riesgos, pero sin riesgo no
hay ganancia y aun cuando pierdes,
tu lección supera la inversión.
P á g i n a 1 0 P L A Z A C A P I T A L
incursión hacia la cuenteria pero no
perdemos nada con intentarlo, habla-
mos con Julián un cuentero de esos
todos hippies que emanan un aspecto
de juventud y de rebeldía. Nos cuenta
un poco de lo que hace en su vida y
nos dice que si queremos aprender
debemos dejar la pena, nos dimos
cuenta que fracasaríamos, es difícil
pretender aprender un oficio en una
noche, cuando alguien lo ha hecho
toda una vida.
Esa noche acompañamos Julián
en su repertorio de historias fantásti-
cas de realidad y ficción, satisfacer al
público es el mayor reto de cualquier
artista y no hacerlo es una sentencia
a muerte. Desistimos al darnos cuen-
ta que no es oficio fácil y que vivir
de la palabra que es un don que no
todos tenemos.
Al día siguiente decidimos expe-
rimentar como era la vida de un hip-
pie que tiene por oficio realizar teji-
dos con alambre dulce, esperamos
pacientemente a que sea de noche y
así el chorro se convierta de nuevo
en el lugar de locura y magia en el
que la luna lo transforma.
A nuestra espalda, Juaco se en-
carga de venderles a los clientes que
esporádicamente aparecen y Catalina
teje un intrincado diseño de flores
para los aretes que le fueron encarga-
dos. En la tienda todo transcurre al
ritmo del reggae que viene del equipo
de sonido y la historia que poco a
poco se entreteje sobre el pasado de
aquellas personas es difuminada por
el sabor del mate y el olor del incien-
so que se quema al fondo.
Poco a poco nos envuelve el dis-
curso de Dari en el que nos cuenta
que no llevan mucho tiempo en el
país. Juaco y Drew eran tan solo tu-
ristas que venían mochileando de
Chile para conocer la ciudad. Ahora
son una parte esencial del rompeca-
bezas del chorro. Se enamoraron de
la ciudad del país y ahora, mientras
que Juaco es DJ en uno de los bares
de la Candelaria y dirige congresos
indígenas en el Valle del Cauca,
Drew se dedica a recorrer el país
como siempre, caminando y con tan
solo una mochila al hombro.
Hemos pasado tanto tiempo en
aquella tienda, dejándonos enseñar y
tejiendo nuestras propias historias
que la misma parsimonia que hace
parte del lugar nos envuelve como si
hiciéramos parte del paisaje. Salimos
a buscar a los malabaristas, los ven-
dedores sin tienda, los consumidores
y vendedores de marihuana y chicha
que abundan en el lugar y en vez de
eso nos encontramos con una nueva
sorpresa.
Un doblador de alambre se acerca
a ver si queremos comprar sus pro-
ductos, y en vez de eso le propone-
mos que nos enseñe, que nos deje
doblar con él y tal vez ayudarle a
vender. Su nombre es Jorge Luis y
llegó a Bogotá por séptima vez mo-
chileando desde el norte de Perú.
Vendiendo figuras en alambre y ha-
ciendo malabares ha recorrido más
de 25 países, es antropólogo y nóma-
da y pasa su tiempo en la ciudad re-
corriendo la Candelaria y la Univer-
sidad Nacional.
Nos sentamos en uno de los rin-
cones a ver a los miembros del Circo
practicar en la calle y a decenas de
personas volar entre humo, café y
tambores. Pacientemente aprendemos
a doblar el alambre, construimos
intrincadas formas con el maleable
metal, ocasionalmente vemos como
Jorge Luis vende algunas figuras y
nos dedicamos a esperar a la noche.
El mejor momento llega cuando
momentáneamente ayudamos al cir-
co, les alcanzamos algún pino que se
les cae o les prestamos fuego para
encender sus porros. La tarde alcanza
el brillo de la noche a medida que el
maquillaje, los colores y el fuego se
adueñan de los miembros del circo y
el público se prepara para ver el
show de malabares, las historias de
los cuenteros y los recitales de los
músicos allegados al lugar.
Es viernes, el clima está frío,
los transeúntes en las calles del cho-
rro miran detenidamente al grupo de
artistas callejeros que se preparan
para ensayar sus números, alrededor
de la fuente hay varios hippies ven-
diendo manillas y todo tipo de arte-
sanía. Parece que va a llover y eso les
preocupa, la lluvia siempre ahuyenta
a los compradores. Hay algunos que
se ganan la vida forma particular,
mientras algunos viven de forma
monótona trabajando en una oficina
para alguna empresa, hay quienes
tienen por oficina la calle.
Caminamos por el chorro durante
algunos minutos, nos damos cuenta
que los restaurantes empiezan a lle-
narse, al igual que las calles y el ca-
minito de piedra que llega hasta la
fuente principal, queremos quemar
tiempo mientras comienza la función
de los cuenteros, que cada viernes
intentan alegrarle la noche a quien
esté dispuesto a escuchar historias,
cuentos y relatos de otra dimensión.
La vida nocturna en las calle del
chorro está llena de vida, de olores
de sensaciones, los transeúntes de
estas calles sabemos que están llenas
de historia, de misticismo, de algo
que no sabemos describir porque
simplemente no hay palabras que le
hagan justicia a todo lo que hay en
estas calles. Caminamos de nuevo
hacia la fuente, el punto de encuentro
de todos los que queremos disfrutar
de una noche llena de arte, música y
cultura.
Queremos saber que se siente ser
alguien que vive de la habilidad de
hacer artesanías y de contar historias.
El don de la cuenteria es algo que no
se aprende en una noche, es algo que
requiere capacidades histriónicas que
necesita actitud, porque salir a la
calle a contar historias no es algo
fácil.
Tal vez fracasemos en nuestra
El oficio de la calle
Por Lina Salas y Lorena Mahecha
¿Como es vivir de sus habilidades? Descubrimos.