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LA PALABRA DE “EL
UNGIDO”
LOS ORANTES AGUSTINIANOS CON
LA LECTIO DIVINASON DISCÍPULOS Y MISIONEROS DE
JESUCRISTO, PARA QUE COLOMBIA,
TENGA VIDA EN ÉL.
EL DISCÍPULO TRABAJA TODO EL TIEMPO AGUARDANDO EL
RETORNO DE JESÚS
Domingo XXXIII (B) 18 de Noviembre de 2012
“Que nadie piense que puede someter a plazos de tiempo
a Aquél que tiene el l ibre dominio de los ritmos y de los
tiempos”
San Efrén
La última palabra en la historia la tiene Dios
Lectio de Marcos 13,24-32
“Él está cerca, a las puertas”
Año de la feEn la página del Vaticano, vatican.va, lee el Catecismo de la Iglesia Católica y los documentos del Concilio
Vaticano II.
Introducción
Estamos a punto de llegar al final del año litúrgico en el cual el evangelista
Marcos, y en algunos casos también el evangelista Juan, nos ha dado la
pauta para que le demos un nuevo impulso a nuestro camino de
seguimiento de Jesús.
El evangelista que nos ha insistido permanentemente en el “estar” con el
Señor, nos coloca frente al futuro de nuestra comunión con el Maestro
Jesús.
1. El texto y su contexto
1.1. Leamos Marcos 13,24-32
En Jerusalén, Jesús dijo en privado a unos discípulos suyos:
“24Mas por esos días, después de aquella tr ibulación, el sol se oscurecerá, la luna
no dará su resplandor,
25las estrel las irán cayendo del cielo, y las fuerzas que están en los cielos serán
sacudidas.
26Y entonces verán al Hijo del hombre que viene entre nubes con gran poder y
gloria;
27entonces enviará a los ángeles y reunirá de los cuatro vientos a sus elegidos,
desde el extremo de la tierra hasta el extremo del cielo.
28De la higuera aprendan esta parábola: cuando ya sus ramas están tiernas y brotan
las hojas, saben que el verano está cerca.
29Así también ustedes, cuando vean que sucede esto, sepan que El está cerca, a las
puertas.
30Yo les aseguro que no pasará esta generación hasta que todo esto suceda.
31El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán.
32Mas de aquel día y hora, nadie sabe nada, ni los ángeles en el cielo, ni el Hijo,
sino sólo el Padre”.
1.2. Ubiquemos el texto
Nos situamos en el capítulo 13 de Marcos, que es conocido como el del
“discurso escatológico” (o acerca del “fin”).
Éste parte del anuncio que Jesús hace de la destrucción del majestuoso
templo de Jerusalén (13,1-2).
Los discípulos le preguntan cuándo sucederá esto (13,3-4).
Y entonces Jesús comienza la enseñanza a los cuatro discípulos que llamó
el primer día, aunque no debemos perder de vista que también se dirige a
todos (“a todos lo digo”, v.37).
En la enseñanza Jesús va más allá del hecho de la destrucción del templo.
Va extendiéndose gradualmente hasta contemplar globalmente el futuro del
mundo y de la historia.
De manera didáctica, su exposición va alternando las referencias –siempre
en grandes líneas- sobre lo que el futuro le traerá a los discípulos y el
comportamiento que ellos deben adoptar.
A lo largo de su enseñanza, Jesús tiene siempre en vista a sus discípulos.
Leyendo despacio el capítulo 13, vemos cómo Jesús va exponiendo
gradualmente lo que le sucederá de manera general al mundo (13,1-8),
luego –de manera particular- a sus discípulos (13,9-13), enseguida a
Jerusalén (13,14-20) y, finalmente, señala cómo se concluirá la historia del
mundo (13,24-27).
Precisamente la última parte (13,24-27) es la que profundizamos hoy,
completada –como es propio de la didáctica de este evangelio- con el
comportamiento que se espera que los discípulos tengan frente a los
hechos señalados (13,28-32).
2. Algunos puntos destacados del pasaje
2.1. Jesús y la culminación de la historia (13,24-27)
De cara al fin de la historia, Jesús plantea
(a) qué es lo relativo e inconsistente dentro de ella (13,24-25) y
(b) qué es lo que verdaderamente permanece sólido e incontestable (13,26-
27).
Así, el fin de la historia del mundo está relacionado con la remoción de todo
lo que hasta el momento ha estado fijo y con la venida del Hijo del hombre.
2.1.1 La remoción de lo que parece sólido e incontestable
(13,24-25)
Jesús dice:
“las fuerzas que están en los cielos serán sacudidas ”.
Lo que la cosmología hebrea llama “firmamento”, la cúpula celestial que
el creador ha “marti l lado” con sus propias manos y sobre el cual
estableció un orden incontestable que ha regido la historia del hombre, se
da un cambio radical.
Todo lo que parecía fijo, llega a su fin:
El sol y la luna, además de dar luz (de día y de noche, respectivamente),
hacen posible la medida del tiempo gracias a su curso regular; las estrellas,
inmutablemente ordenadas las unas con las otras, símbolo de orden y de
estabilidad en el universo.
Cuando estos elementos del cosmos son removidos del escenario, el
hombre se siente perdido (¿Qué hora, qué día es? ¿Cómo andar en el
desierto o navegar en el mar, sin estos puntos de referencia?, etc.).
Es así como la remoción de todos estos símbolos de la estabilidad y del
orden humano significa las realidades que caracterizan la historia en el
presente no tienen consistencia eterna.
2.2. La última palabra sobre la historia humana y sobre todos los
acontecimientos es la venida del Hijo del hombre en la gloria de
Dios (13,26-27)
“Entonces verán al Hijo del hombre... ” (13,26).
Aquél asumió en su propio cuerpo los sufrimientos y las adversidades de la
historia humana, el mismo que después de su resurrección se le apareció a
los discípulos que había “elegido”, se manifestará finalmente, ante los
ojos del mundo entero en su verdadera dignidad.
Este es el fin de la historia humana:
La manifestación del Señorío de Jesús , el que venció el mal y lleva
hasta el culmen su victoria en el sometimiento definitivo de todo lo que se
opone a vida.
Sabemos entonces que, en esta historia donde hay tanto dolor y muerte,
tantos absurdos provocados por el mismo hombre, el final no será una
catástrofe sino el triunfo de la vida.
“Entonces... reunirá a sus elegidos” (13,27).
Es verdad que los discípulos en el mundo sufren mucho por ser profetas
ante las estructuras de injusticia, son perseguidos y maltratados, pero
también es verdad que Jesús es fiel con los que lo siguen.
Por eso la vida terrena de los discípulos no puede terminar de cualquier
manera:
Su Señor los busca en todo lugar en que se encuentren y los reúne.
La comunión de vida con Jesús puede costarle a los discípulos una muerte
algunas veces cruenta, pero precisamente esta muerte los lleva la vida
eterna con Jesús.
2.3. La paciencia histórica de los discípulos:
Fuerza de esperanza (13,28-32)
Pero este mundo no es el jardín de paz que todos quisiéramos:
Hay guerras, hambre, desempleo, discriminación social, racial y sexual,
marginación, abusos de poder, etc.
Por eso ante la realidad presente los discípulos pueden caer en dos
tentaciones: el aislamiento del mundo o la de la desesperación.
De ahí que Jesús les proponga:
(1) Aprender la lección de la higuera (13,28-29).
De la higuera aprendan esta parábola:
cuando ya sus ramas están tiernas y brotan las hojas, saben que el verano está
cerca.
Así también ustedes, cuando vean que sucede esto,
sepan que El está cerca, a las puertas.
La imagen de la higuera, que con sus tiernas hojas que renacen después
del crudo invierno, anuncia la llegada del verano, así el discípulo debe estar
seguro de la pronta intervención de Dios y alimentar su esperanza a partir
de los pequeños signos de bondad y de trabajo sincero por la vida que
pululan escondidos por todo el mundo.
¡El mundo nuevo ha comenzado!
(2) Confiar firmemente en su Palabra (13,30-31).
Yo les aseguro que no pasará esta generación hasta que todo esto suceda.
El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán.
Los que tienen las riendas del mundo pronuncian sus palabras y estas
determinan el curso de la historia, pero estas palabras son relativas, no
tienen consistencia final ante la Palabra de Dios (“que no pasará”) sobre
el mundo (“que pasará”).
La última palabra la tiene Dios en la venida del Hijo del hombre y esa
palabra es la que determina en última instancia la vida del discípulo.
(3) No hacer cábalas sobre el f in del mundo (13,32).
Mas de aquel día y hora, nadie sabe nada,
ni los ángeles en el cielo, ni el Hijo, sino sólo el Padre”.
Todos los cálculos que frecuentemente escuchamos sobre el día en que se
va a acabar el mundo son pura fantasía humana.
Sólo Dios Padre lo sabe.
No hay que perder tiempo en lo que no podemos saber, sino más bien
invertir todas las energías en lo que sí sabemos:
Orientar la historia toda hacia la finalidad para la cual fue creada.
En fin, lo que Jesús le ha enseñado a sus discípulos durante su vida
terrena deben ponerlo en práctica ahora, en el presente histórico.
Pero una cosa es cierta:
¡El final, o mejor, la “finalidad” del discipulado es la plena comunión con el
Señor glorioso!
3. Releamos el texto del evangelio con un Padre de la Iglesia
Domingo 33º Tiempo Ordinario (B)
Mc 13, 24-32: Homilía de san Agustín
(Salmo 36, Sermón 1, 1)
«Aquel día último es percibido por aquellos que renuncian a sentirse
seguros viviendo rectamente, y que prefieren seguir viviendo mal todo el
tiempo posible, como algo muy terrible que ha de llegar.
Sin embargo, con razón quiso Dios ocultarnos ese día, para que tengamos
siempre preparado el corazón, esperando que llegue lo que el Señor sabe
que ha de suceder, y que Él dice que no sabe cuándo ha de suceder.
Dado que nuestro Señor Jesucristo nos ha sido enviado como maestro, nos
ha dicho que incluso el Hijo del hombre ignoraba lo referente a ese día (cf.
Mc 13, 32), porque no entraba en su magisterio que nosotros lo
conociéramos por Él.
Pues nada de lo que sabe el Padre lo desconoce el Hijo, ya que la misma
ciencia del Padre es la Sabiduría, y su Sabiduría es su Hijo, el Verbo de
Dios.
Pero como no nos convenía que nosotros conociéramos lo que Él
ciertamente sabía, quien había venido a enseñarnos –pero no lo que no nos
convenía que conociéramos–, no sólo nos enseñó algo como maestro, sino
que también como maestro dejó de enseñarnos algo.
Ciertamente, como maestro sabía enseñar lo que nos convenía, y sabía
dejar de enseñar lo que no nos convenía».
San Efrén
Diatesarón 18,15-18
“‟Nadie conoce esa hora: ni los ángeles, ni siquiera el Hijo‟.
Jesús dijo esto para impedir que los discípulos siguieran preguntándole
acerca del tiempo de su venida.
„No les compete a ustedes –dice- conocer los tiempos y los momentos‟
(Hech 1,7).
Él escondió esto para que fuéramos vigilantes y cada cual considerara que
el hecho puede ocurrir en sus propios días.
En efecto, si hubiera sido revelado el tiempo de su venida, su adviento
perdería interés y no motivaría la expectativa de las naciones y de los
siglos.
Por eso, se limitó a decir que vendría, pero no determinó el tiempo, y así,
he aquí que en todas las generaciones y siglos se mantiene viva la
esperanza de su llegada.
De hecho, a pesar de que el Señor indicó los signos de su venida, todavía
no se prevé su último plazo, porque a través de sus múltiples mutaciones,
ellas ya se verificaron, pasaron y continúan verificándose.
En verdad, su última venida es semejante a la primera.
Tal como lo esperaban los justos y profetas, porque pensaban que él se
revelaría en sus días, así también los fieles desean acogerlo, cada cual en
su tiempo, precisamente porque Él no indicó con claridad el día de su visita.
Y esto es sobre todo para que nadie piense que ha sometido a plazos de
tiempo a Aquél que tiene el libre dominio de los ritmos y de los tiempos”.
4. Cultivemos la semilla de la Palabra en lo profundo del
corazón:
4.1. ¿Cómo veo el futuro del mundo? (Mucha gente comienza
diciendo: “a juzgar por el presente...”) ¿Cómo analiza un
discípulo de Jesús esta historia del mundo que muchos l laman
“valle de lágrimas”?
4.2. Según el evangelio de hoy, ¿Todo las estructuras de
injusticia que vemos hoy, será permanentes?
4.3. ¿Qué implicaciones tiene la venida del Señor para mi
comportamiento en el presente?
Anexo 1
Una aproximación a las otras lecturas del Domingo
Sumario:
Con el año litúrgico que termina, la Iglesia nos propone textos que hablan
del fin del mundo.
En un discurso de tipo apocalíptico, Jesús anuncia la venida del Hijo del
hombre al final de la historia.
En el mismo estilo, el libro de Daniel anuncia una esperanza inmensa: la
muerte no tiene la última palabra, Dios puede despertar a quienes duermen
en el polvo de la tierra.
El signo por excelencia Dios nos lo da exaltando a su Hijo Jesús.
Él permanece para siempre a la derecha de Dios, dice la carta a los
Hebreos.
“A tu derecha, delicias por siempre”, dice el Salmo.
Primera lectura: Daniel 12,1-3
Última revelación que Daniel recibió:
1 En aquel t iempo se levantará Miguel, el gran príncipe, que defiende a los hi jos de
tu pueblo; porque será un tiempo de calamidades como no lo hubo desde que existen
pueblos hasta hoy en día. En ese tiempo se salvará tu pueblo, todos los que estén
inscritos en el Libro.
2 Muchos de los que duermen en el lugar del polvo despertarán, unos para la vida
eterna, otros para vergüenza y horror eternos.
3 Los que tengan el conocimiento bri l larán como un cielo resplandeciente, los que
hayan guiado a los demás por la justicia bri l larán como las estrel las por los siglos de
los siglos.
Compuesto en el siglo II antes de Cristo, este texto de Daniel marca una
etapa decisiva en la revelación.
El pueblo de Israel vive su relación con Dios en el marco de una vida
terrena que termina ineluctablemente con la muerte del individuo.
Después de la muerte, todo el mundo va al “sheol” para un reposo eterno.
Dios aparece desinteresado de lo que ocurre en este lugar de los muertos.
Él es únicamente el Dios de los vivos.
Dios recompensa y castiga sobre la tierra, pero no en el más allá.
Algunos textos también hablan de la inmortalidad.
Ésta es colectiva, se trata de una inmortalidad del pueblo y no del individuo.
En siglo II a.C, surgió una crisis grave:
Un rey griego, Antíoco Epífanes IV, que reinó sobre Jerusalén quiso
paganizar su reino y especialmente la ciudad santa.
Revienta una revuelta provocada por judíos piadosos, los Macabeos, que
combaten por la defensa de la causa de Dios.
Pero resultan muertos.
¿Qué sucede con estos mártires?
¿Dios los abandonará?
¿Dónde está su justicia?
Pues bien, es en este contexto que surge una nueva idea de la resurrección
y de ello habla el libro de Daniel.
Dios puede despertar de la muerte en función de una vida eterna.
Del texto de hoy se pueden hacer dos lecturas.
Se puede entender que habrá una resurrección general seguida de un
juicio.
Unos obtendrán la vida eterna y los otros irán al infierno, lugar de
condenación.
Se puede comprender igualmente que el texto apunta solamente a la
resurrección de los justos, quienes entrarán en la vida eterna.
Otros, para horror suyo, volverán al sueño eterno.
Esta segunda lectura parece preferible en este texto.
Un lugar de honor será reservado para los sabios y maestros de justicia, es
decir, para los responsables religiosos del pueblo.
Dios autenticará su enseñanza, los llevará consigo como astros que brillan
en la noche.
Salmo 16, 5.8-11
Protégeme, Dios mío, que me refugio en ti .
El Señor es el lote de mi heredad y mi copa;
mi suerte está en tu mano:
Tengo siempre presente al Señor,
con él a mi derecha no vacilaré.
Protégeme, Dios mío, que me refugio en ti .
Por eso se me alegra el corazón,
se gozan mis entrañas,
y mi carne descansa serena.
Porque no me entregarás a la muerte,
ni dejarás a tu fiel conocer la corrupción.
Protégeme, Dios mío, que me refugio en ti .
Me enseñarás el sendero de la vida,
me saciarás de gozo en tu presencia,
de alegría perpetua a tu derecha.
Protégeme, Dios mío, que me refugio en ti .
Las expresiones “mi porción… mi copa… mi suerte”, indican el origen
sacerdotal de este Salmo.
La tribu de Leví, que estaba al servicio del Templo y no tenía tierra propia,
no queda decepcionada, su lugar de reposo es el Señor y por eso en él se
abandona completamente.
Dios secunda al orante en todas las dificultades de la vida y lo protege del
peligro.
El Señor impedirá que muera de una muerte prematura.
Pero hay que poner cuidado: la idea de resurrección no está presente en
este texto.
El Salmo es retomado en el Nuevo Testamento desde una óptica cristiana.
Pedro lo cita en su discurso de Pentecostés (Hechos 2,25-28).
A la luz de la pascua y puesto en boca de Jesús, el texto arroja una nueva
luz: Jesús no conoció la corrupción de la tumba sino que nos abrió el
camino de la vida.
Segunda lectura: Hebreos 10,13-14.18
11 Los sacerdotes están de servicio diariamente para cumplir su oficio, ofreciendo
repetidas veces los mismos sacrif icios, que nunca tienen el poder de quitar los
pecados. 12 Cristo, por el contrario, ofreció por los pecados un único y definit ivo
sacrif icio y se sentó a la derecha de Dios,
13 esperando solamente que Dios ponga a sus enemigos debajo de sus pies.
14 Su única ofrenda lleva a la perfección definit iva a los que santif ica.
18 Pues bien, si los pecados han sido perdonados, ya no hay sacrif icios por el
pecado.
Continúa la confrontación entre el sacerdocio del Antiguo Testamento y el
de Jesús:
El primero era hereditario y exclusivo de los miembros de la tribu de Leví,
mientras que el segundo depende de una vocación:
Los sacerdotes del Antiguo Testamento repetían incesantemente los
mismos sacrificios y las mismas fiestas, eran impotentes para obtener la
salvación perfecta y definitiva, mientras que el sacrificio de Jesús es
perfecto y definitivo, obteniendo de una vez por todas la salvación de la
humanidad.
La expresión “se sentó para siempre a la derecha de Dios” (ver el Salmo
110, mesiánico-sacerdotal) subraya que el sacerdocio de Jesús y su
entronización son únicos (“de una vez por todas”) y definitivos.
Su obra sacerdotal es perfecta y no necesita de complementos.
Anexo 2
Para los animadores de la Liturgia
I
En las celebraciones tengamos presente éste énfasis: En lo cotidiano de
nuestras vidas, Dios siempre está presente. Porque él es el Señor del
tiempo y de la historia, nada se le escapa; y porque es amor y ternura, todo
es testimonio de su bondad. ¡Nos corresponde vivir esta esperanza!
II
Para los lectores:
Tanto la primera como la segunda lectura no son difíciles.
Con todo, hay que ponerle atención a la articulación de las palabras.
Para esto, en los ejercicios preparatorios, uno puede exagerar las
consonantes.
Atención con algunas palabras como: vergüenza y horror, resplandecerán,
escabel…
Lunes 19 de noviembre
Trigésima tercera semana del tiempo ordinario
Lucas 18, 35-43“¿Qué quieres que haga por ti? –Señor-, que vea otra vez”
En aquel t iempo,
35 Cuando se acercaba Jesús a Jericó, un ciego estaba sentado al borde del
camino, pidiendo l imosna.
36 Al oír que pasaba mucha gente, preguntó qué sucedía.
37 Le respondieron que pasaba Jesús de Nazaret.
38 El ciego se puso a gritar: « ¡Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí!».
39 Los que iban delante lo reprendían para que se callara, pero él gritaba más
fuerte:
« ¡Hijo de David, ten compasión de mí!».
40 Jesús se detuvo y mandó que se lo trajeran. Cuando lo tuvo a su lado, le
preguntó:
41 « ¿Qué quieres que haga por ti?». «Señor, que yo vea otra vez».
42 Y Jesús le dijo: «Recupera la vista, tu fe te ha salvado».
43 En el mismo momento, el ciego recuperó la vista y siguió a Jesús, glorif icando a
Dios.
Al ver esto, todo el pueblo alababa a Dios.
El encuentro de Jesús con el ciego-mendigo de Jericó
Jesús ya está cerca de Jerusalén.
Ha viajado desde Galilea, bajando hacia el sur, por el valle del Jordán,
hasta llegar a Jericó, la “ciudad de las palmeras”.
Aquí comenzará la subida de la montaña hasta coronar la meta de su
peregrinación a Jerusalén y su Templo.
La curación de un ciego, antes de entrar en la ciudad, le permitirá a Jesús
llegar a Jericó acompañado de un nuevo discípulo que da testimonio de su
salvación.
Como en el caso del leproso sanado, la historia de este ciego-mendigo es
una preciosa ilustración del poder de la fe:
“Tu fe te ha salvado”
(v.42; ver también 8,48; 17,19; 18,42).
La apertura total del corazón ante Jesús, la fe, dispone a la persona para la
acción salvífica de Dios.
Igualmente nos encontramos con una catequesis sobre la
oración.
De hecho, la fe se ejerce en la oración.
El ciego-mendigo ora antes (“¡Jesús, Hijo de David, ten compasión
de mí!” , v.38), durante (“¡Señor, que vea!” ) y después de la curación
(“Y le seguía glori f icando a Dios”, v.43a).
Por lo demás, la alabanza por su curación se transforma en una coral de
alabanza por parte de todo el pueblo (v.43b).
El ciego-mendigo vive una experiencia de Jesús, de la que vale notar sus
momentos fundamentales:
1. Escucha la Palabra.
Un ciego sentado al borde del camino (vv. 35-37).
"Cuando se acercaba a Jericó, estaba un ciego sentado junto al camino pidiendo
l imosna; al oír que pasaba gente, preguntó qué era aquello. Le informaron que
pasaba Jesús".
En el evangelio de Marcos, el ciego y a la vez mendigo, es decir, doblemente
marginado, se llama Bartimeo (Mc 10, 46).
Por ser ciego no tenía la posibilidad de participar en la procesión con Jesús.
En aquel tiempo había muchos ciegos en Palestina, pues el sol fuerte que
golpeaba contra la tierra pedregosa blanquecina hacía mucho daño a los
ojos, además, el hambre, la mala alimentación, la desnutrición y la herencia
genética con debilidades, afectaban la salud de muchas familias.
Primero percibe el rumor de los pasos del cortejo de Jesús, luego se toma
conocimiento de que se trata del “paso” de Jesús de Nazaret.
El ciego inquieto, recibe un primer anuncio sobre Jesús y se interesa por él
(ver también lo que comentamos sobre Herodes en el comentario de Lc
9,9).
2. Clama la misericordia del Señor .
El ciego grita y la multitud reacciona (vv. 38-39).
"Entonces el ciego gritó: 'Jesús, hijo de David, ¡ten piedad de mí!'".
El marginado invoca a Jesús con el título de "Hijo de David" .
Según las tradiciones religiosas de la época, el Mesías sería de la
descendencia de David, "hijo de David", Mesías glorioso.
A Jesús no Le gustó mucho este título. Él cita un salmo mesiánico (Sal 2) y
con base en ese texto pregunta:
"¿Cómo puede ser el Mesías hijo de David si hasta el mismo David Le llama 'mi
Señor'?" (Lc 20, 41-44).
El grito del ciego incomodó a quienes iban con Jesús.
Por esto, "quienes iban delante Le increpaban para que se
callara".
Ellos trataban de acallar el grito, pero él gritaba mucho más fuerte:
"¡Hijo de David, ten compasión de mí!".
Hoy también el grito de los pobres incomoda a la sociedad establecida.
Cuando se escriben los evangelios, dentro de las comunidades cristianas
había dificultad para atender a los marginados y a las personas enfermas o
en pecado.
El texto busca la conversión del grupo hacia los pobres.
El ciego-mendigo comienza a orarle a Jesús pidiéndole misericordia.
El título “Hijo de David” , indica que este hombre lo reconoce como
Mesías.
Es bueno que notemos en el texto el “crescendo” de los gritos del ciego.
Otra magnífica ilustración de la perseverancia en la oración.
3. Jesús suscita una súplica creyente explíci ta .
Jesús atiende el grito del ciego (vv. 40-41).
Jesús, ¿cómo se comporta?
"Jesús se detuvo y mandó traer al ciego".
Quienes querían acallar el grito del pobre, ahora, por una expresa petición
de Jesús, se ven 'obligados' a ayudar al pobre para entrar en comunión
con Jesús.
El ejercicio del interés por el hermano necesitado implica una acción
efectiva de la comunidad.
"Nos salvamos en racimo" , decía san Juan Bosco.
De acuerdo con el relato paralelo del evangelio de Marcos, el ciego dejó
todo y se fue hasta Jesús.
No tenía mucho, apenas un manto.
Pero era cuanto tenía para cubrir su cuerpo (cf. Ex 22, 25-26), para recoger
las monedas de la limosna con lo cual lograba sobrevivir.
El manto era su seguridad, ¡su tierra firme!
Cuando el ciego se acercó al Maestro, éste Le preguntó:
"¿Qué quieres que te haga?" .
No basta gritar.
¡Se debe saber por qué se grita!
Y él dijo:
"¡Señor, que vea!".
El ciego ha pedido misericordia, pero no ha dicho para qué.
En el diálogo que sostiene con Jesús, que aparece en el centro del relato,
Él le pregunta:
“¿Qué quieres que te haga?”.
Parecería una pregunta obvia, pero no lo es.
Para Jesús es importante que uno tenga claridad sobre lo que queremos y
esperamos de él.
Muchas veces en nuestra vida espiritual nos pasa lo mismo:
¿Sabemos qué es lo que queremos de Jesús?
4. El ciego es sanado.
Es sanado con el poder de la Palabra de Jesús.
Su curación es al instante.
"Recobra tu vista" (vv. 42-43).
Jesús le dice al hombre ciego:
"Recobra tu vista. Tu fe te ha salvado.
Y al instante recobró la vista y le seguía glorificando a Dios.
Y todo el pueblo, al verlo, alabó a Dios".
El ciego había invocado a Jesús con frases no del todo correctas, según la
teología del evangelio, pues el título de "Hijo de David" no era muy
exacto ni del gusto de Jesús.
Pero este hombre necesitado tiene una gran fe en Jesús, la cual es
superior a sus ideas sobre él.
De esta manera acertó.
El ciego no exige nada, en cambio un discípulo, Simón Pedro, sí plantea
exigencias (Mc 8, 32-33).
Este ciego sabe entregar su vida y acepta a Jesús sin imponer condiciones.
Por ello, su curación es el fruto maduro de su fe (su opción) en Jesús.
Una vez curado, este hombre sigue a Jesús y sube con él a Jerusalén.
De este modo, se vuelve discípulo, modelo para quienes desean "seguir a
Jesús por el camino" hacia Jerusalén:
Creer en Jesús por encima de nuestras ideas sobre él es fundamental.
En esta decisión de caminar con Jesús está la fuente de valor y la semilla
de la victoria sobre la cruz.
Pues la cruz no es una fatalidad ni una exigencia de Dios.
Es la consecuencia del compromiso de Jesús, en obediencia al Padre, para
servir a los hermanos y no aceptar privilegios.
Nadie tiene mayor amor que el que da la vida por los demás (Jn 15, 13).
La fe es una fuerza capaz de transformar a las personas desde el corazón,
desde el lugar de sus decisiones.
El Evangelio del Reino está escondido entre la gente, escondido como el
fuego bajo las cenizas de las observancias de una Ley sin vida.
Jesús sopla sobre las cenizas y el fuego se enciende, el Reino aparece y la
muchedumbre se alegra.
La condición es siempre la misma:
Creer en Jesús, optar por él, asumir su estilo de vida, buscando siempre a
los pobres.
Dar la vida porque de ese modo otros tienen vida, se contagian de un
organismo vivo.
La curación del ciego aclara un aspecto muy importante de nuestra fe.
A pesar de invocar a Jesús con ideas no del todo correctas, el ciego tuvo fe
y fue curado.
Se convirtió, dejó todo y siguió a Jesús por el camino hacia el Calvario.
La comprensión total del seguimiento de Jesús no se obtiene por la
instrucción teórica, sino por el compromiso práctico, cuando se camina con
él por el sendero cierto del servicio desde Galilea hasta Jerusalén.
Quien insiste en mantener la idea de Simón Pedro, es decir, ver a Jesús
como un Mesías glorioso sin la cruz, no entiende a Jesús ni sus opciones y
no tomará nunca la actitud fundamental del discípulo.
Quien sabe creer en Jesús y entrega su vida por completo (Lc 9, 23-24),
acepta ser el último (Lc 22, 26), bebe el cáliz y carga con su cruz (Mt 20, 22;
Mc 10, 38) y, como el ciego del camino, así no tenga precisiones teóricas
sobre Jesús, "seguirá al Maestro por el camino de la Pascua" (Lc 18,
43).
En esta certeza de caminar con Jesús está la fuente de la audacia y la semilla
de la victoria sobre la cruz.
5. El sanado se vuelve discípulo .
El texto dice: “Y le seguía glorif icando a Dios” (v.43ª), el término que
indica discipulado, “seguir”, y el verbo que describe la oración de alabanza
se colocan al mismo nivel.
Como sucede con cierta frecuencia en Lucas, la oración de alabanza
acompaña las acciones de poder de Jesús.
Alaba aquél que se deja maravillar por Dios y esta capacidad de
maravillarnos como los pequeños es el aceite que mantiene ardiente y
festiva la lámpara de la oración.
Para cultivar la semilla de la Palabra en lo profundo del
corazón:
1. ¿Cuáles son los pasos del encuentro vivo de Jesús con el
ciego de Jericó?
2. En mi relación con Jesús, ¿sé qué es lo quiero de Él?
3. ¿Qué me (o nos) enseña el relato de hoy sobre la vida de
oración?
4. ¿Cuál es mi súplica hoy al Señor?
5. ¿Qué es para mí la misericordia de Dios?
6. ¿Podemos hablar de nuevas cegueras en nuestra
sociedad?
7. ¿Cómo asumo el grito de mis hermanos pobres?
8. ¿Cómo es mi fe, me fijo más en las ideas sobre Jesús o en
la persona de Jesús?
9. ¿Cuáles elementos del texto refuerzan hoy mi oración?
Martes 20 de noviembre
Trigésima tercera semana del tiempo ordinario
Lucas 19,1-10“El hi jo del hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido”
En aquel t iempo,
1 Jesús entró en Jericó y atravesaba la ciudad.
2 Allí vivía un hombre muy rico llamado Zaqueo, que era jefe de los publicanos.
3 Él quería ver quién era Jesús, pero no podía a causa de la multi tud, porque era de
baja estatura.
4 Entonces se adelantó y subió a un sicomoro para poder verlo, porque iba a pasar
por all í.
5 Al l legar a ese lugar, Jesús miró hacia arriba y le dijo: «Zaqueo, baja pronto,
porque hoy tengo que alojarme en tu casa».
6 Zaqueo bajó rápidamente y lo recibió con alegría.
7 Al ver esto, todos murmuraban, diciendo: «Se ha ido a alojar en casa de un
pecador».
8 Pero Zaqueo dijo resueltamente al Señor: «Señor, ahora mismo voy a dar la mitad
de mis bienes a los pobres, y si he perjudicado a alguien, le daré cuatro veces más».
9 Y Jesús le di jo: «Hoy ha l legado la salvación a esta casa, ya que también este
hombre es un hijo de Abraham,
10 porque el Hijo del hombre vino a buscar y a salvar lo que estaba perdido».
El encuentro de Jesús con Zaqueo
Con el evangelio de hoy estamos ya cerca del final de la larga caminata que
empezó en Lc 9, 51.
Durante esa marcha no se sabía bien por dónde iba Jesús, pues el autor no
especificaba los lugares.
Sólo se sabía un dato: Jesús iba hacia Jerusalén.
Ahora hacia el final, la geografía queda clara y definida.
Jesús llega a Jericó, el pueblo de las palmeras, en el valle del Jordán.
De ordinario, este pueblo representaba la última parada de los peregrinos
antes de subir a Jerusalén.
Asimismo, el antiguo pueblo de Israel terminó en el poblado de Jericó la
larga caminata del éxodo que realizó durante cuarenta años por el desierto.
Del mismo modo, según Lucas, Jesús llega al final de su propio éxodo.
Al entrar a Jericó, el Maestro encuentra a un ciego interesado en verle (Lc
18, 35-43); ahora, al salir de la población, Jesús encuentra a Zaqueo, un
publicano, quien también quiere ver al Señor.
Un ciego y un publicano.
Los dos eran excluidos en esta sociedad con base en las prescripciones de
la Ley judía.
Los dos molestaban a la gente: el ciego con sus gritos, el publicano con sus
impuestos.
Los dos son acogidos por Jesús, cada uno de acuerdo con su condición.
Del encuentro vivo de Jesús con el ciego que estaba a la entrada de Jericó,
pasamos hoy a otro encuentro famoso que se realiza ya dentro de la
ciudad: el encuentro con Zaqueo.
Pasamos del encuentro con un mendigo al encuentro con un rico.
En ambos casos asistimos a una catequesis sobre lo que es una
experiencia de salvación.
Veamos primero la persona de Zaqueo.
Hay personas que a veces clasificamos como “difíci les” en la
evangelización.
Son personas “duras” para convertirse.
Zaqueo parece ser una de ellas.
Él llena todos los requisitos:
(1) Es publicano (baste recordar 15,1-2), inclusive es el jefe de ellos.
No olvidemos que Jericó está en un lugar estratégico, es ciudad de
frontera, donde debía haber una oficina de aduana para cobrar los
impuestos de los mercaderes por el tránsito de la región de Judea hasta la
región de Perea (al otro lado del Jordán).
(2) Es rico, Jesús ya había dicho un poco antes:
“¡Qué difíci l es que los que tienen riquezas entren en el Reino de Dios!” (18,24).
(3) Es un “pecador”, dice la gente en el v.7.
La gente lo tiene “fichado”, sus malas acciones (sus injusticias y
extorsiones) parecen ser conocidas por “todos” (como dice expresamente
el texto).
(4) En el momento de su conversión él no excluye haya podido ser
deshonesto (v.8).
(5) El mismo Jesús se refiere a él como uno que “estaba perdido” (v.10).
El relato de la conversión de Zaqueo es una demostración del poder de
Dios para cambiar los corazones duros, de manera que ellos puedan gustar
también de la salvación.
Bien dijo Jesús:
“Lo imposible para los hombres, es posible para Dios” (18,27).
No olvidemos cómo el nombre “Zaqueo” en hebreo significa “aquel de
quien Dios se acuerda” o “quien se recuerda de Dios” .
Era un hombre quien debía interesarse en Dios.
¿Cómo sucede el encuentro con Jesús que le transformó la
vida?
Jesús entra en Jericó y atraviesa a pie el pueblo, él va como
peregrino (vv. 1-2).
"Había un hombre llamado Zaqueo, muy rico, jefe de los publícanos" .
Publicano era quien cobraba el impuesto público sobre la circulación de la
mercancía.
Zaqueo era el jefe de los publícanos en Jericó.
Sujeto rico y muy ligado al sistema de dominación de los romanos.
Los judíos más religiosos razonaban así:
"El rey de nuestro pueblo es Dios.
Por esto, la dominación romana sobre nosotros es contra Dios.
¡Quien colabora con los romanos peca contra Dios!" .
Por ello, los soldados al servicio del Imperio en el ejército romano y los
cobradores de impuestos, como Zaqueo, eran excluidos y considerados
pecadores públicos y personas impuras.
Zaqueo quiere ver, montado desde un sicómoro, a Jesús .
Zaqueo quiere ver a Jesús (vv. 3-4).
Este hombre es de corta estatura; pequeño como es, corre hacia delante,
sube a un árbol y espera ver a Jesús cuando pase por allí.
¡Tiene deseos enormes de ver a Jesús!
Antes, en la parábola del pobre Lázaro y del hombre rico sin nombre, (Lc 16,
19-31), Jesús Les mostró a los ricos su dificultad para convertirse y abrir la
puerta de separación para acoger al pobre Lázaro.
Aquí aparece ahora el caso de un rico capaz de salir de sí mismo a pesar de
sus bienes y su riqueza.
Zaqueo quiere y busca "un más" en su existencia.
Cuando un adulto, persona de peso en el pueblo, sube a un árbol es porque
no está de acuerdo con la opinión de los demás.
Un criterio más importante lo mueve por dentro.
Quiere abrir la puerta a los pobres, a quienes quedan retratados "en el
pobre Lázaro".
El texto dice que “trataba de ver quién era Jesús” (v.3), lo cual nos
recuerda también la actitud de otro hombre poderoso, Herodes, cuando
supo acerca de Jesús (ver Lc 9,9).
Lo que llama la atención no es el improvisado balcón que supliría su baja
estatura sino su profundo interés por Jesús.
Para Zaqueo no es suficiente “escuchar” acerca de Jesús sino dar un
nuevo paso hacia delante en el conocimiento de Él: desea verlo.
Zaqueo recibe a Jesús con alegría .
La actitud de Jesús, reacción del pueblo y de Zaqueo (vv. 5-7).
Al acercarse y ver a Zaqueo sobre un árbol, Jesús no pregunta ni exige
nada. Apenas responde al deseo del hombre mal visto y Le dice:
"Zaqueo, ¡baja pronto! Porque conviene que hoy me quede yo en tu casa".
Zaqueo baja y recibe a Jesús en su casa con mucha alegría.
Pero un gran número de personas murmura:
"¡Ha ido a hospedarse en casa de un hombre pecador!".
Según el evangelista ¡todos murmuraban!, es decir, Jesús se va quedando
solo en su actitud de acoger a los excluidos, sobre todo a los colaboradores
del opresor Imperio Romano.
Pero a Jesús no Le importan las críticas.
Va a casa de Zaqueo y lo defiende contra las críticas.
En vez de pecador, Le llama "hijo de Abrahán" (v. 9).
Pero es Jesús quien “ve” a Zaqueo y le pide hospedaje.
Es normal que Zaqueo lo haga “con alegría”, porque el hecho le da
importancia.
Esta valoración por parte Jesús, que es un signo de su misericordia, es
salvífica porque rescata lo mejor que hay en su corazón.
Por eso su “alegría” es la “alegría de la salvación” que ya comienza a
experimentar.
Y como sucedió con la historia del ciego:
No es suficiente ver pasar al Señor , lo importante es estar con Él,
entrar en relación estrecha con Él en el gozo festivo de la mesa.
Zaqueo se comporta como un hombre según el Evangelio
y de manera pública.
A la “alegría” le sigue otro indicador de salvación: la generosidad.
Ante la actitud de Jesús, Zaqueo responde con una decisión firme:
"Daré, Señor, la mitad de mis bienes a los pobres;
y si defraudé a alguien, Le devolveré cuatro veces más" (v. 8).
Esta es la conversión que se produce en Zaqueo gracias a la acogida de
parte de Jesús.
Devolver cuatro veces supera cuanto la Ley mandaba sólo para algunos
casos (Ex 21, 37; 22, 3).
Dar la mitad de los bienes a los pobres fue la gran novedad en la vida de
Zaqueo, generada por el encuentro transformante con Jesús.
Zaqueo abrió su puerta para dar "rienda suelta" al compartir fraterno.
Desde el comienzo del Evangelio, en la predicación de Juan Bautista, se
había dicho que la conversión no era cuestión de labios para fuera sino
gestos de beneficencia (ver 3,12-13).
Zaqueo ahora tiene el corazón del Evangelio
“den y se le dará”, 6,38;
“Den en limosna lo que tienen, y así todas las cosas serán puras para ustedes” , 11,41.
Palabras finales de Jesús (vv. 9-10). "Hoy ha llegado la salvación a esta casa, porque también éste es hijo de Abrahán".
La interpretación de la Ley por la tradición antigua excluía a los publícanos
de la raza de Abrahán.
Jesús, por su parte, vino a buscar y a salvar cuanto estaba perdido.
El Reino es para todos.
Nadie podía ser excluido.
La opción de Jesús es clara, su llamada también:
No es posible ser amigo de Jesús y seguir apoyando el sistema opresor,
excluyente y capaz de la marginación de grandes multitudes de personas
pobres y necesitadas.
Al denunciar las divisiones injustas, Jesús abre el espacio para una nueva
convivencia regida por los nuevos valores de la verdad, la justicia y el amor.
Un hijo de Abrahán:
"Porque también éste es hijo de Abrahán" .
A través de la descendencia de Abrahán, todas las naciones de la tierra
serán bendecidas (Gen 12, 3; 22,18).
Para las comunidades de Lucas, formadas por los cristianos tanto de
origen judío como de origen gentil, la afirmación de Jesús al llamar a
Zaqueo "hi jo de Abrahán" era muy importante.
En ella encontraban una confirmación:
En Jesús, Dios Padre relee con sentido de plenitud las promesas hechas a
Abrahán dirigidas a todas las naciones, tanto a los judíos como a los
gentiles.
Los pecadores, los excluidos y marginados de la sociedad judía también
son hijos de Abrahán y herederos de las promesas.
Jesús acoge a quienes no eran recibidos ni eran bien vistos en la sociedad
judía del siglo I d.C.
El Maestro ofrece un sitio a quienes no lo tenían.
Él recibe como hermano a las personas separadas por la religión y el Estado:
A personas tenidas por inmorales: prostitutas y pecadores (Mt 21, 31-32; Mc
2, 15; Lc 7, 37-50; Jn 8, 2-11).
A personas consideradas como herejes o "perros infieles" : los gentiles y
los samaritanos (Lc 7, 2-10; 17, 16; Mc 7, 24-30; Jn 4, 7-42).
A personas impuras de acuerdo con las prescripciones de la Ley judía: los
Leprosos y los poseídos (Mt 8, 2-4; Lc 17, 12-14; Mc 1, 25-26).
A personas marginadas y excluidas de la sociedad o no tenidas en cuenta:
mujeres, niños y enfermos (Mc 1, 32; Mt 8, 16; 19, 13-15; Lc 8, 2-3).
A los considerados enemigos de los judíos por prestar servicios al Imperio
Romano: publícanos y soldados (cf. Lc 18, 9-14; Lc 3, 12-14).
A los pobres: la gente de la tierra y los pobres sin poder (Mt 5, 3; 11, 25-26;
Lc 6, 20).
Es el “hoy” de la salvación que fue anunciada en Lc 4,21.
Entonces Zaqueo es acogido como miembro pleno de la comunidad:
“También éste es hijo de Abraham” (v.9b).
“El Hijo del hombre ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido ” (v.10).
El encuentro de Jesús con Zaqueo ha sido como el pastor con la oveja
perdida, que estaba descarriada, herida, maltratada (como lo ilustra
Ezequiel 34,16).
Una historia cargada de profundas emociones que nos sobrecoge también
a nosotros hoy.
Para cultivar la semilla de la Palabra en lo profundo del
corazón:
1. ¿Cómo fue el i t inerario del encuentro de Jesús con
Zaqueo?
2. ¿En qué se nota el giro de la conversión que ocurre en
Zaqueo?
3. ¿Qué me enseña este texto para una trabajo de
evangelización urbana en las Jericó de hoy?
4. ¿Qué significa el nombre de “Zaqueo”?
5. ¿Cuáles acti tudes de este relato me confrontan con más
fuerza?
6. ¿Cómo buscar y salvar hoy a quienes están perdidos?
7. ¿Cómo acoge nuestra comunidad a las personas des -
preciadas y marginadas?
8. ¿Somos capaces de percibir los problemas de las per sonas y
de prestarles atención, como lo hizo Jesús?
9. La ternura acogedora de nuestra comunidad, ¿provoca
algún cambio en el barrio?
Miércoles 21 de noviembre
Trigésima tercera semana del tiempo ordinario
Lucas 19, 11-28¿Por qué no pusiste mi dinero en el banco?
11 En aquel t iempo, como la gente seguía escuchando, Jesús añadió una parábola,
porque estaba cerca de Jerusalén y el los pensaban que el Reino de Dios iba a
aparecer de un momento a otro.
12 Él les dijo: «Un hombre de famil ia noble fue a un país lejano para recibir la
investidura real y regresar en seguida.
13 Llamó a diez de sus servidores y les entregó cien monedas de plata a cada uno,
diciéndoles: “Háganlas producir hasta que yo vuelva”.
14 Pero sus conciudadanos lo odiaban y enviaron detrás de él una embajada
encargada de decir: “No queremos que este sea nuestro rey”.
15 Al regresar, investido de la dignidad real, hizo l lamar a los servidores a quienes
había dado el dinero, para saber lo que había ganado cada uno.
16 El primero se presentó y le di jo: “Señor, tus cien monedas de plata han producido
diez veces más”.
17 “Está bien, buen servidor, le respondió, ya que has sido fiel en tan poca cosa,
recibe el gobierno de diez ciudades”.
18 Llegó el segundo y le di jo: “Señor, tus cien monedas de plata han producido cinco
veces más”.
19 A él también le dijo: “Tú estarás al frente de cinco ciudades”.
20 Llegó el otro y le dijo: “Señor, aquí t ienes tus cien monedas de plata, que guardé
envueltas en un pañuelo.
21 Porque tuve miedo de ti , que eres un hombre exigente, que quieres percibir lo que
no has depositado y cosechar lo que no has sembrado”.
22 Él le respondió: “Yo te juzgo por tus propias palabras, mal servidor. Si sabías que
soy un hombre exigente, que quiero percibir lo que no deposité y cosechar lo que no
sembré, 23 ¿por qué no entregaste mi dinero en préstamo? A mi regreso yo lo
hubiera recuperado con intereses”.
24 Y dijo a los que estaban all í: “Quítenle las cien monedas y dénselas al que tiene
diez veces más”.
25 “¡Pero, señor, le respondieron, ya tiene mil!”.
26 Les aseguro que al que tiene, se le dará; pero al que no tiene, se le quitará aun lo
que tiene.
27 En cuanto a mis enemigos, que no me han querido por rey, tráiganlos aquí y
mátenlos en mi presencia».
28 Después de haber dicho esto, Jesús siguió adelante, subiendo a Jerusalén.
¡Queremos, Señor Jesús, que vivas y reines entre nosotros!
El evangelio de hoy nos trae la parábola de los talentos, en la cual Jesús
nos habla de los dones entregados por Dios a los seres humanos.
Toda persona tiene alguna cualidad, recibe algún don o sabe algún arte para
enseñar a los otros.
Nadie es sólo estudiante, o sólo profesor.
Todos aprendemos unos de otros.
Hoy leemos la versión lucana de esta parábola, en la cual ya no
encontramos “talentos”, como en el Evangelio de san Mateo, sino
“minas” (una “mina” es el equivalente de aproximadamente 50 talentos,
lo cual es una cifra enorme).
La clave para comprender la parábola de las minas la encontramos en la
primera línea del texto:
“Como la gente seguía escuchando, Jesús añadió una parábola, porque estaba cerca
de Jerusalén y creían ellos que el Reino de Dios aparecería de un momento a otro”
(19,11).
Es decir, que la parábola tiene que ver con la entrada mesiánica de Jesús a
Jerusalén:
“¡Bendito el Rey que viene en nombre del Señor!” (19,38ª).
En esta información inicial, Lucas destaca tres motivos por los cuales Jesús
narra la parábola:
a) La acogida a los excluidos, "mientras la gente escuchaba" , se refiere
al episodio de Zaqueo, el excluido acogido por Jesús.
b) La proximidad de la pasión, de la muerte y de la resurrección, porque
Jesús estaba cerca de Jerusalén donde iba a morir en breve.
c) La llegada apremiante del reinado de Dios, pues quienes acompañaban a
Jesús pensaban en un Reino de Dios inminente.
Una de las preocupaciones de la comunidad lucana -como en general de
los primeros cristianos- es la próxima venida del Señor (la parusía).
Jesús, quien entró como Rey en Jerusalén (19,36-38), vivió su muerte
como una entrada a la gloria de su Reino (23,42-43; 24,26) y, después de
su resurrección, volverá un día como Rey y como juez (Hech 1,11).
La parábola nos sitúa precisamente en este plano del regreso
de un rey, de manera que descubramos con qué acti tudes
debemos recibirlo.
El inicio de la parábola (vv. 12-14).
"Dijo, pues: 'Un hombre noble marchó a un país Lejano, para recibir la investidura real.
Llamó a diez siervos suyos, les dio diez minas y les dijo: Negocien hasta que vuelva'.
Pero sus ciudadanos le odiaban y enviaron detrás de él una embajada que dijese: No
queremos que ése reine sobre nosotros'".
Para algunos estudiosos, en la parábola Jesús se refiere a Herodes, quien
setenta años antes (40 a.C) había ido a Roma con el fin de recibir el título y
el poder como rey de Palestina.
A la gente no Le gustaba Herodes y no lo quería como su rey, pues la
experiencia con él como comandante de las tropas para reprimir las
rebeliones contra Roma en la Galilea, fue trágica y dolorosa.
Por esto decían:
"No lo queremos como rey sobre nosotros".
A este mismo Herodes se aplicaría la frase final de la parábola:
"Y a esos enemigos míos, quienes no querían que yo reinara sobre ellos,
tráiganlos aquí y mátenlos delante de mí".
De hecho, Herodes mató a quienes se oponían a su reinado, incluidos
algunos de sus familiares más cercanos.
La historia parece hacerle eco a una historia real bastante conocida en
tiempos de Jesús:
El rey Arquelao -hijo del Herodes el Grande y uno de sus herederos en el
poder- hizo un viaje a Roma en el año 4 a.C para que allí el emperador lo
confirmara como el heredero de la dignidad real de su padre.
Mientras tanto una delegación judía hizo un viaje paralelo para declarar
ante las autoridades imperiales su desacuerdo; éstos le pidieron al
emperador Augusto que lo nombrara únicamente rey de la región de Judea,
con un título de menor categoría: el de etnarca.
Esta historia de intriga política la vemos reflejada en los versículos 11-14.
Jesús interpreta la oposición de sus adversarios a su llegada a Jerusalén
desde esta historia conocida, haciéndoles los respectivos ajustes.
El más importante de estos ajustes es la mala comprensión que sus
seguidores tienen de su mesianismo real; ellos pensaban en un
acontecimiento político, en una liberación nacional que iba a realizarse en
cuestión de pocos días:
“Creían ellos que el Reino de Dios aparecería de un momento a otro” (v.11).
Una comprensión inadecuada de la misión de Jesús puede llegar a
convertirse en una forma de rechazo de su señorío sobre nosotros.
Por el contrario, si comprendemos su camino de la Cruz y las exigencias de
vida que de allí se derivan, Jesús será verdaderamente nuestro Rey.
Ofrecer los frutos de la encomienda (vv. 15-19).
Comienzan a rendir cuentas los primeros empleados, es decir, quienes
recibieron diez minas.
Según la historia, Herodes recibió el título de rey en Roma y volvió a
Palestina para asumir el poder.
En la parábola, el rey llama a los empleados para saber cuánto habían
ganado.
Se presentó el primero y dijo:
"'Señor, tus minas han producido otras diez minas'. Le respondió: '¡Muy bien, siervo
bueno!; como has sido fiel en lo insignificante, toma el gobierno de diez ciudades’.
Vino el segundo y dijo:
'Tus minas, señor, han producido otras cinco minas'.
Dijo el señor a este siervo: 'Ponte tú también al mando de cinco ciudades'".
Según la historia, tanto Herodes como su hijo Herodes Antipas, sabían
tratar con el dinero y promover a las personas afectas a su gobierno.
En la parábola, el rey da diez ciudades al empleado capaz de multiplicar por
diez las diez minas recibidas, y cinco ciudades a quien las multiplicó por
cinco.
Un empleado no ganó nada (vv. 20-23).
El tercer empleado llegó y dijo:
"Señor, aquí t ienes tus minas, las he tenido guardadas en un lienzo;
pues tenía miedo de ti, porque eres un hombre severo;
tomas cuanto no pusiste y cosechas cuanto no sembraste".
En esta frase aflora una idea equivocada de Dios, una manera criticada por
Jesús.
El empleado ve a Dios como un dueño severo.
Ante un Dios así, el ser humano siente miedo y se esconde detrás de la
observancia exacta y mezquina de la Ley; piensa que al actuar así, no será
castigado por la severidad del Legislador.
En realidad, una persona así no cree en Dios, sino en sí misma, en su propia
observancia de la Ley.
Ella se cierra en sí misma, se aleja de Dios y no consigue ocuparse ni
preocuparse de los otros.
Se vuelve incapaz de crecer como persona libre.
Esta imagen falsa de Dios aísla al ser humano, mata la comunidad, acaba
con la alegría y empobrece la vida.
El rey le respondió:
"Por tu propia boca te juzgo, siervo malo; si yo soy un hombre severo, que tomo
cuanto no puse y cosecho cuanto no siembro, ¿por qué no colocaste mi dinero en el
banco? Y así, al volver yo, lo habría cobrado con los intereses".
El empleado no fue coherente con la imagen propia de Dios.
Si imaginaba a un Dios tan severo, debía, por lo menos, colocar el dinero
en el banco.
Por ello quien lo condena no es Dios, sino su idea errada de Dios, por la
cual se vuelve temeroso e inmaduro.
Una de las experiencias más influyentes en la vida de las personas es la
imagen de Dios.
Entre los judíos de la línea de los fariseos, algunos imaginaban a Dios como
un juez severo, quien trataba a los suyos de acuerdo con el mérito
conquistado por la observancia de la Ley.
Esta imagen producía miedo y les impedía crecer a las personas.
Sobre todo, les obstaculizaba abrir un espacio dentro de sí para acoger la
nueva experiencia de Dios Padre, aquella comunicada por Jesús, con la cual
se invita a la comunión de amor.
Una conclusión para todos (vv. 24-27).
"Y dijo el rey a los presentes: 'Quítenle la mina y dénsela a quien tiene las diez minas'.
Le dijeron: 'Señor, pero ya tiene diez minas'. -'Les digo que a quien tiene, se Le dará;
pero a quien no tiene, aun cuanto tiene se Le quitará'".
El señor mandó quitarle la mina a este tercer servidor y dársela a quien ya
tenía otras diez.
En la frase final está la clave del sentido profundo de la parábola.
En el simbolismo de la parábola, las minas del rey son los bienes del Reino
de Dios, es decir, cuanto hace crecer a las personas y revela la presencia de
Dios: amor, servicio, compartir...
Quien se cierra en sí mismo con miedo a perder cuanto tiene (de ordinario,
muy poco), pierde lo poco que cree tener.
Si un discípulo no piensa en él, sino en los otros y pone al servicio de los
demás sus numerosos dones, esta persona crece y recibe a su vez, de
forma inesperada, todo cuanto entregó y mucho más:
"Cien veces más,... con persecuciones" (Mc 10, 30).
"Pierde la vida quien quiere salvarla, gana su vida quien tiene el valor de perderla"
(Lc 9, 24; 17, 33; Mt 10, 39; 16, 25; Mc 8, 35).
El tercer empleado tiene miedo y no actúa, permanece pasivo.
No quiere perder nada y, por esto, no gana nada.
Pierde hasta lo poco que creía tener.
El Reino es riesgo.
Quien no quiere correr riesgos, ¡pierde el Reino!
Jesús nos devuelve a la clave inicial (v. 28).
Al final, Lucas concluye el asunto con esta información:
"Y dicho esto marchaba por delante, subiendo a Jerusalén".
Esta información final evoca la triple clave del comienzo:
Acogida a los excluidos, proximidad de la pasión, muerte y
resurrección de Jesús en Jerusalén, y la inminente llegada del
Reino.
La parábola cambia la mirada de quienes esperaban en poco tiempo la
realización del Reino en medio de signos espectaculares.
El Reino de Dios llega, sí, pero a través de la muerte y de la resurrección de
Jesús.
Este evento pascual ocurrirá en breve dentro de la ciudad de Jerusalén.
El motivo de la muerte es su estilo de vida, la acogida de Jesús a los
excluidos como Zaqueo y a tantos otros.
Molestaba a los grandes y ellos lo eliminaron, lo condenaron a muerte y a
una muerte de cruz.
Pero en verdad esta muerte resucita; una muerte sin resurrección no es
una muerte cristiana.
Todas las cruces para que sean cristianas deben resucitar.
La parábola nos enseña a vivir el señorío de Jesús en nuestras
vidas comprometiéndonos con el desarrollo de los dones y
capacidades que nos ha dado; de esta forma lo que es suyo lo
tomamos también como nuestro y lo hacemos crecer.
Al contrario de lo que sucede en la versión de Mateo, notamos que los
siervos eran diez, que todos recibieron exactamente lo mismo, pero que
cada uno consigue hacer producir sus minas según sus posibilidades.
Lo que no se admite es la flojera, la pasividad en el asumir los asuntos del
Señor vitalmente, porque es una forma de rechazo de su señorío, que al
final nos coloca fuera de su Reino (v.27).
Quien no hizo producir sus dones, no los recibió como un regalo, sino como
un compromiso superior a sus fuerzas y por eso se quedó improductivo, se
encuentra envuelto en la lógica mortal de la posesión, se enriquece él, pero
nunca Dios ni sus hermanos.
Por el miedo ni ama a Dios ni es solidario con sus hermanos, al contrario,
se bloquea.
Y es juzgado por su propia boca.
Recibe el juicio con base en su imagen de Dios, la cual cultiva y asimila
desde hace tiempo.
Dios no nos juzga, nosotros nos juzgamos desde la apertura o no a una
relación con Él.
Dichas estas palabras, Jesús continúa su camino hacia Jerusalén.
Para cultivar la semilla de la Palabra en lo profundo del
corazón:
1. ¿Qué relación hay entre este pasaje y aquellos que le
preceden (como la conversión de Zaqueo) y los que le siguen
(la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén)?
2. ¿De qué manera concreta debemos acoger el Señorío de
Jesús en nuestras vidas?
3. ¿En qué nos ocupamos mientras esperamos la venida del
Señor?
4. ¿Cómo pongo al servicio y crecimiento de la comunidad mis
talentos?
5. ¿Soy creativo, como los criados, para hacer crecer los
dones de Dios en mí?
6. ¿Nos juzga Dios?
7. En nuestra comunidad, ¿conocemos y valoramos los dones
de cada persona?
8. En ocasiones los dones de las demás personas gene ran
envidia, ¿cómo reacciono ante las cualidades de los hermanos y
hermanas de mi comunidad?
9. ¿Es nuestra comunidad un espacio donde las personas
ejercen bien sus dones?
Jueves 22 de noviembre
Trigésima tercera semana del tiempo ordinario
Lucas 19,41-44“¡Si comprendieras lo que conduce a la paz!”
41 En aquel t iempo, cuando estuvo cerca y vio la ciudad de Jerusalén, se puso a
l lorar por el la,
42 diciendo: « ¡Si tú también hubieras comprendido en este día el mensaje de paz!
Pero ahora está oculto a tus ojos.
43 Vendrán días desastrosos para ti , en que tus enemigos te cercarán con
empalizadas, te sit iarán y te atacarán por todas partes.
44 Te arrasarán junto con tus hi jos, que están dentro de ti , y no dejarán en ti piedra
sobre piedra, porque no has sabido reconocer el t iempo en que fuiste visitada por
Dios».
La ciudad en el corazón de Jesús orante
Hemos venido acompañando a Jesús en su subida a Jerusalén.
En este camino, el Maestro ha dado las lecciones más importantes sobre el
discipulado, en ellas ha quedado claro en qué consiste el evangelio.
En este camino, ante Jesús, han aparecido los rostros de los aquellos que
necesitan de salvación:
El hombre herido en el camino de Jericó, la mujer encorvada, el hidrópico,
el hijo pródigo, el mendigo Lázaro, el rico Zaqueo, el mendigo ciego de
Jericó; los pobres, lisiados, cojos y ciegos invitados al banquete.
Estos lo han acogido.
Pero en este mismo camino Jesús también ha encontrado rechazo:
En Samaría no lo reciben porque se dirige a Jerusalén; las ciudades de
Corozaín, Betsaida y Cafarnaúm le cierran las puertas a los misioneros; los
fariseos y legistas se confabulan contra Él, lo critican porque come con
pecadores y ayuda a la gente el sábado, Herodes amenaza su vida.
Pues bien, Jesús ahora llega a Jerusalén y allí encuentra la mayor
resistencia:
La de toda una ciudad y la que lo llevará a la muerte.
El texto comienza diciendo:
“Al acercarse a Jerusalén y ver la ciudad, l loró por el la ” (19,41).
La tradición ha visto en este momento de la vida de Jesús, un momento
de oración (hay actualmente una capilla en el Monte de los Olivos desde
donde se vislumbra la ciudad de Jerusalén, conocida como “Dominus
Flevit”).
Y no hay duda que esta pausa en el camino, previa a la entrada a la ciudad
santa, momento culminante de largo camino hacia Jerusalén, está envuelta
en la atmósfera de la oración (al fin y al cabo el ministerio de Jesús es
orante), sin embargo en ella Jesús no le habla al Padre sino a la ciudad.
Su manera de hacerlo y el contenido de sus palabras son toda una
enseñanza para nosotros.
(1) Qué hace Jesús frente a la ciudad (19,41)
La descripción lucana es muy diciente: un hombre sólo frente a una
ciudad entera.
Jesús l lora sobre Jerusalén (vv. 41-42).
"Al acercarse y ver la ciudad, l loró por ella, diciendo:
'¡Si también tú conocieras en este día cuánto te trae la paz!
¡Pero ahora ha quedado oculto a tus ojos! '" .
Jesús llora porque ama a su patria, a su pueblo, la capital de su tierra, el
Templo.
Llora porque todo será destruido por culpa del pueblo, pues no supo
percibir ni valorar la llamada de Dios dentro de la historia cotidiana (cuando
Lucas escribe, Jerusalén ya ha sido destruida por los romanos -años 66-74,
siglo I, d.C).
La gente no aprende ni valora el camino hacia la paz (Shalom, en hebreo).
Pero ahora este sendero está oculto a sus ojos.
Esta afirmación evoca la crítica de Isaías a quienes adoraban a los ídolos:
"Se alimenta de ceniza, un corazón engañado le extravía y no salva su vida, pues se
dice: ¿No es mentira cuanto tengo en mi diestra?" (Is. 44, 20).
La mentira estaba en sus ojos y por esto fueron incapaces de percibir la
verdad, aceptar a Jesús, asumir su estilo y su proyecto de vida para
favorecer a los hermanos más pobres.
Como dice san Pablo:
"Ellos se rebelan a la verdad y obedecen a la injusticia" (Rm 2, 8).
La verdad se hace presa de la injusticia.
En otra ocasión, Jesús se lamenta por Jerusalén porque no sabe percibir ni
acoger la visita de Dios:
"¡Jerusalén, Jerusalén!, matas a los profetas y apedreas a tus enviados. ¡Cuántas
veces he querido reunir a tus hijos, como una gallina a su nidada bajo las alas, y no
has querido! Pues bien, se Les va a dejar desierta la casa de ustedes" (Lc 13, 34-35).
Todo lo que puede distraer es quitado de en medio y así la atención del
lector se enfoca hacia un escenario simple, donde se tiene lugar el
monólogo del profeta frente a la capital, frente a la sede de la actividad
política y religiosa, de la que ya se sabe que “apedrea a los profetas”.
Las tres acciones iniciales de Jesús indican un itinerario también interno.
El punto de referencia es “la ciudad”.
De cara a ella, Jesús “se aproxima”, la “ve” y “l lora” por ella.
En tres pasos Jesús se inserta en el corazón de la ciudad y también inserta
la ciudad en su corazón.
Notemos que hay un proceso de captación profunda.
Aquí se revela un aspecto nuevo de la misericordia de Jesús, quien no sólo
capta a las personas –individualmente- por dentro sino también todo el
tej ido urbano; ese mundo urbano en el que se vive funcionalmente, en el
que se trabaja, se come, se duerme y se divierte, pero al que no se le capta
fácilmente un corazón.
Jesús, en su oración capta lo esencial de aquello que es complejo y lo
relee desde el proyecto de Dios.
(2) Qué le dice Jesús a la ciudad (19,42-44)
Jesús anuncia la destrucción de Jerusalén (vv. 43-44).
"Porque vendrán días sobre ti en los cuales tus enemigos te rodearán de
empalizadas, te cercarán y te apretarán por todas partes, te estrellarán contra el suelo
a ti y a tus hijos que estén dentro de ti y no dejarán en ti piedra sobre piedra".
Jesús describe el futuro de Jerusalén.
Usa las imágenes de la guerra, comunes en el consciente colectivo de aquel
tiempo, cuando un ejército atacaba a una ciudad:
Trincheras, cerco completo alrededor, matanza de la gente y destrucción total
de las murallas y de las casas.
De esta manera, en el pasado, Jerusalén fue destruida por Nabucodonosor.
Lo mismo solían hacer las Legiones romanas con las ciudades rebeldes y
así se hará de nuevo, unos cuarenta años después de la muerte de Jesús,
con la ciudad de Jerusalén.
De hecho, en el año 70, Jerusalén fue cercada e invadida por los ejércitos
romanos.
Todo fue destruido.
Ante el anterior trasfondo histórico, el gesto de Jesús se convierte en una
advertencia muy seria para quienes pervierten el sentido del Evangelio de
Dios Padre.
Ellos deben escuchar la advertencia final:
"Porque no has conocido el t iempo de la vi sita".
En esta advertencia, toda la praxis de Jesús está definida como una
"visita" , la visita de Dios Abbá.
También nosotros, con Jerusalén, estamos llamados a discernir hoy la visita
de Dios Padre, en Jesús, bajo la guía del Espíritu Santo.
En nuestro mundo esa presencia tiene también el rostro del pobre, del
pequeño humillado a diario, del samaritano peregrino solidario hasta el
último instante con sus hermanos aporreados, del indigente cuando llama a
la puerta, cuando mendiga un alimento y de esa manera nos ofrece
salvación, porque nos saca de nosotros mismos y de nuestro egoísmo.
Por ahora llora, pero sonríe cuando es hospedado con alegría y sin reservas
en nuestra propia morada.
Jesús traduce sus lágrimas en palabras.
No son palabras de amenaza sino las de un corazón adolorido que lanza un
último llamado a la conversión desde el amor.
El dolor del profeta expresa su visión anticipada de las trágicas
consecuencias que tiene para el pueblo el no haber recapacitado a tiempo.
En sus palabras podemos notar los siguientes énfasis:
(a) Jerusalén es invitada a vivir su vocación.
Precisamente el mismo nombre de la ciudad incluye el término “shalom”,
que significa “paz”.
Jesús trae el “mensaje de la paz” (este es el contenido del evangelio: Lc
1,79 y 2,14) que la puede ayudar a la realización de su proyecto.
(b) Jerusalén debe responder con urgencia.
Para ello Jesús plantea la premura del tiempo: “este día” (del mensaje de
paz; v.42) se contrapone al “vendrán días” (de violencia; v.43).
La “visita” de Jesús (v.44), el tiempo de la salvación que se realiza en
Jesús (ver Lucas 4,19 junto 1,68 y 7,16), es el último chance para revertir la
historia.
(c) La solidez de la ciudad se vendrá abajo por causa de su
autosuficiencia:
“no quedará piedra sobre piedra”
(v.44; cuyo desmonte se da dentro de la progresión del sitio y destrucción por los romanos (66-74)
de Jerusalén: la rodean, aprietan el cerco y la invaden arrasándola).
Además de que este es un ejemplo claro de que “dispersa a los
soberbios” (Lc 1,51), en el fondo está la pedagogía de Dios que coloca va
a sustituir a Jerusalén por Jesús como punto de referencia del actuar
salvífico de Dios.
(d) Hay una contraposición entre “conocer” (dicho dos veces) y “ocultar”.
Jesús no le está quitando toda posibilidad a Jerusalén, sino que indica que
la ciudad tendrá que hacer el camino lento que pasa por la sombra de la
cruz y se desvela en la gloria de la resurrección.
Es así como Jesús saca a la luz la realidad de la ciudad, desde el proyecto
que Dios tiene sobre ella y que está a punto de realizarse definitivamente
en un nuevo anuncio del “mensaje de paz”.
Esta nueva proclamación del Evangelio ya no brotará de sus labios en lo
alto del Monte de los Olivos sino del silencio de las lágrimas en la entrega
de sí mismo desde el Monte donde se planta la Cruz.
Para cultivar la semilla de la Palabra en lo profundo del
corazón:
1. ¿De qué manera las lágrimas de Jesús, sobre la ciudad
cerrada al evangelio, se siguen derramando hoy?
2. ¿Por qué las ciudades grandes son las más difíci les de
evangelizar? ¿Por qué esto sucede también en los ambientes
más religiosos, como lo era Jerusalén? ¿Hay esperanza?
3. ¿De qué manera va a Jesús a evangelizar finalmente a la
ciudad santa?
4. ¿Qué se debe hacer en aquellos ambientes y con aquellas
personas que le cierran las puertas al Evangelio de Jesús?
5. ¿Qué pistas nos dan las acciones de Jesús en este texto
para la “pastoral urbana”?
6. ¿Por qué Jesús habla de esta manera sobre Jerusalén?
7. ¿Tengo Momentos en los cuales rechazo a Jesús?
8. ¿Tomo distancia y discrimino a mis hermanos, sin causa
justa?
9. ¿Lloras a veces viendo la situación del mundo?
10. ¿Jesús l loraría hoy de nuevo ante la situación de nuestro
mundo y el abuso del ser humano sobre los bienes naturales?
11. La praxis de Jesús es valorada como una visi ta de Dios.
¿Has recibido en tu vida alguna visita de Dios?
Viernes 23 de noviembre
Trigésima tercera semana del tiempo ordinario
Lc 19,45-48“Mi casa es casa de oración”
45 En aquel t iempo, al entrar al Templo, se puso a echar a los vendedores,
46 diciéndoles: «Está escrito: Mi casa será una casa de oración , pero ustedes la han
convertido en una cueva de ladrones».
47 Y diariamente enseñaba en el Templo. Los sumos sacerdotes, los escribas y los
más importantes del pueblo, buscaban la forma de matarlo.
48 Pero no sabían cómo hacerlo, porque todo el pueblo lo escuchaba y estaba
pendiente de sus palabras.
Respetar el templo
Luego de describir la subida de Jesús a Jerusalén (Lc 17, 11-19, 28), Lucas
presenta ahora al Maestro en el Templo.
El Señor pasa por la puerta de oriente y encuentra de inmediato el Templo;
es el primer lugar en el cual Jesús lleva a cabo su acción, donde ocurren las
controversias con las autoridades judías.
La subida de Jesús al Templo no es sólo una acción personal del Maestro, al
contrario, su manera de proceder afecta también a la "multitud de los
discípulos" (Lc 19, 37), en su relación con Dios (Lc 19, 31-34).
Lucas narra un primer episodio en el cual habla sobre los preparativos de la
entrada de Jesús en Jerusalén (Lc 19, 29-36) y su respectivo ingreso (Lc 19,
37-40); sigue después una escena en la cual Jesús llora sobre la ciudad (Lc
19, 41-44) y en el siguiente acto hallamos la narración del pasaje de hoy:
La presencia de Jesús en el Templo y la expulsión de los vendedores
residentes allí (vv. 45-48).
Entrando en el Templo, comenzó a echar fuera a los que vendían diversos
productos destinados al culto, diciéndoles:
«Está escrito: Mi Casa será Casa de oración.
¡Pero ustedes la han hecho una cueva de bandidos!»
Enseñaba todos los días en el Templo.
Por su parte, los sumos sacerdotes, los escribas y también los notables del
pueblo buscaban matarle, pero no encontraban qué podrían hacer, porque
todo el pueblo le oía pendiente de sus labios.
Jesús culmina su viaje hacia Jerusalén.
Frente a la ciudad, viendo el panorama urbano, llora por ella como una
expresión cuánto la ama y cuánto le duele su rechazo (19,41) y con un
dicho profético, anuncia el destino de aquellos que por su ceguera espiritual
no acogen su mensaje de paz (19,42-44).
Tal como lo prefiguró el relato de “Jesús entre los doctores” , en los
relatos de infancia (ver Lc 2,46-50), Él entra con propiedad en la casa que
llamó “de su Padre” (2,49).
Comienza entonces la última etapa -que es también el culmen- de su
ministerio.
En el ámbito del Templo, donde dialogará con las máximas autoridades del
pueblo de Israel, escuchamos la palabra de Jesús, el maestro por
excelencia.
El texto que leemos hoy nos presenta la introducción de esta nueva etapa.
Se distinguen dos partes:
1) La entrada solemne de Jesús en el Templo -como lo profetizó
Malaquías 3,1- y la expulsión de los vendedores de allí (19,45-46).
El Templo comprende aquí el recinto total de la construcción, y tenía como
el lugar más sagrado, el santuario, un pequeño espacio con un techo donde
accedían sólo los sacerdotes.
2) Un resumen de la amplia actividad de Jesús en el área del Templo
(19,47-48).
El ambiente del Templo Jerusalén era bastante animado.
En sus diversos espacios la gente iba y venía, se encontraban amigos, se
resolvían problemas, y allí incluso los grupos religiosos de la época
aprovechaban para reunir a sus partidarios.
Que en la parte más amplia, el “patio de los genti les” , se encontraran
algunos comerciantes no tenía nada de extraño, al fin y al cabo el lugar de
los sacrificios y de las oraciones no era ése.
Ellos estaban allí por razones prácticas:
Puesto que un peregrino no siempre estaba en condiciones de cargar su
ofrenda (un animal pesado) desde un lugar lejano, lo mejor era traer el
dinero y adquirirlo allí mismo en el templo para realizar el sacrificio.
También se adquirían otros elementos necesarios para el culto, como vino,
aceite y sal.
Por eso no debemos entender la expulsión de los vendedores
del Templo como un rechazo de las actividades comerciales,
sino más bien como una acción profética de Jesús frente a
quienes se aprovechan del culto de Templo para justif icarse,
sin esforzarse verdaderamente por la conversión .
El gesto revelador de Jesús .
La acción del Maestro no tiene un valor político, sino una significación
profética.
La meta del gran viaje de Jesús a Jerusalén pasa por su entrada en el
Templo.
Por esa razón Jesús cita dos profecías:
De Isaías 56,7, Jesús toma la frase:
“Mi Casa será Casa de oración” .
La frase muestra cuál es la verdadera finalidad del Templo.
Si a ella pueden venir los paganos (como dice la frase completa en Isaías)
es porque allí pueden vivir encuentro con Dios que los puede transformar
(ver por ejemplo la parábola de Lc 18,11-14).
De Jeremías 7,11, Jesús toma la frase:
“Cueva de bandidos”.
Esta vez, en contraste con el ideal, Jesús muestra en qué ha llegado a
convertirse el culto a Dios: un área de seguridad (como sucede con los
ladrones cuando llegan al área donde saben que ya no los perseguirá la
policía).
El legítimo comercio para poder realizar los sacrificios estaba acompañado
de injusticia.
Detrás de todo, como también lo denunció Jeremías, se realizaba un culto
sin conversión.
El culto era un tranquilizador de conciencias (“¡Estamos seguros!”, Jr.
7,10), mientras que al volver a la vida cotidiana se seguía con las mismas
actitudes y comportamientos (“robar, matar, adulterar, jurar en
falso... seguir a otros Dioses”, Jr. 7,9).
Cuando el Maestro expulsa a los impostores del comercio relee con pleno
sentido la profecía de Zacarías:
"Y no habrá más comerciantes en la Casa del Señor Sebaot aquel día" (Za 14, 21).
Con este pronunciamiento sobre el Templo, Jesús no se refiere a una
restauración de la pureza del culto, como era la intención de los zelotas
(revolucionarios judíos amparados en la violencia).
La intención de Jesús va más allá de la pureza del culto, es más radical, es
intransigente:
El Templo no es una obra realizada por el esfuerzo humano; la presencia de
Dios no está ligada a su aspecto material; el auténtico servicio a Dios lo
realiza Jesús en su enseñanza, en la manera como entrega su vida y sobre
todo en la Pascua.
El gesto de Jesús y sus primeras palabras al entrar en el Templo, se
constituyen en una nueva enseñanza.
A ésta le sigue un ciclo de enseñanzas, de las cuales el evangelista nos
hace un breve resumen:
“Enseñaba todos los días en el Templo” (19,47ª).
Lo que Lucas parece querer decirnos es:
“miren desde dónde les está ahora hablando Jesús,
Él tiene plena autoridad”.
Al mismo tiempo, Lucas nos hace caer en cuenta que Jesús allí se
encuentra cara a cara con sus adversarios (19,47b).
Estos son identificados claramente (“los sumos sacerdotes, los
escribas y los notables del pueblo” ) y se nos dice que tienen también
una intención bien clara:
“buscaban matarle”.
La difusión de la palabra de gracia de la cual Jesús es el único portador se
abre como un arco, con su inicio cuando a los doce años discute entre los
doctores de la Ley en el Templo (Lc 2, 46-47).
Continúa con su enseñanza mientras atraviesa Galilea y durante el camino
hacia Jerusalén; y se completa con la entrada en el Templo donde toma
posesión de la casa de Dios.
En el Templo se ponen los cimientos para la futura misión de la Iglesia: la
difusión de la palabra de Dios.
Los principales del pueblo no pretenden suprimir a Jesús por haber
destruido los negocios económicos del Templo, sino porque su anuncio
recoge cuanto ha hecho y ha dicho a lo largo de su ministerio desde Galilea
hasta aquí.
Jesús reivindica la pertenencia del pueblo a Dios y desencadena la reacción
hostil de los sumos sacerdotes y de los escribas.
Sin embargo, Jesús también tiene un auditorio que está “pendiente de
sus labios”, que lo toma en serio y que es semilla de nuevo pueblo de
Dios.
Para cultivar la semilla de la Palabra en lo profundo del
corazón:
1. ¿Cómo entiende el evangelio de Lucas la entrada de Jesús
en el Templo?
2. ¿De qué quiere Jesús purificar el Templo?
3. ¿Qué me enseña el texto de hoy para mi vida de oración?
4. Mi culto y mi oración, ¿producen los frutos de Dios?
5. ¿Es nuestra casa un lugar de oración y bendición?
6. ¿Cómo se vuelve el Templo una cueva de ladrones?
7. Tu oración al Señor, ¿consiste en una relación sencilla de
padre a hijo, o más bien es la oración de un men digo?
8. ¿Estoy pendiente de Jesús como la multitud del evangelio?
9. ¿Presto la debida atención a la escucha del evangelio para
unirme a Cristo?
Sábado 24 de noviembre
Trigésima tercera semana del tiempo ordinario
Lucas 20,27-40“No es Dios de muertos sino de vivos”
27 En aquel t iempo, se le acercaron a Jesús algunos saduceos, que niegan la
resurrección,
28 y le di jeron: «Maestro, Moisés nos ha ordenado: Si alguien está casado y muere
sin tener hi jos, que su hermano, para darle descendencia, se case con la viuda .
29 Ahora bien, había siete hermanos. El primero se casó y murió sin tener hi jos.
30 El segundo
31 se casó con la viuda, y luego el tercero. Y así murieron los siete sin dejar
descendencia.
32 Finalmente, también murió la mujer.
33 Cuando resuciten los muertos, ¿de quién será esposa, ya que los siete la tuvieron
por mujer?».
34 Jesús les respondió: «En este mundo los hombres y las mujeres se casan,
35 pero los que son juzgados dignos de participar del mundo futuro y de la
resurrección, no se casan.
36 Ya no pueden morir, porque son semejantes a los ángeles y, al ser hijos de la
resurrección, son hijos de Dios.
37 Que los muertos van a resucitar, Moisés lo ha dado a entender en el pasaje de la
zarza, cuando llama al Señor el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de
Jacob.
38 Porque él no es un Dios de muertos, sino de vivientes; todos, en efecto, viven
para él».
39 Tomando la palabra, algunos escribas le dijeron: «Maestro, has hablado bien».
40 Y ya no se atrevían a preguntarle nada.
Participar en la vida plena de Jesús
El evangelio de hoy nos relata la discusión de los saduceos con Jesús acerca
de la fe en la resurrección.
Los saduceos tenían una ideología religiosa particular.
El evangelio de hoy comienza con esta afirmación:
"Los saduceos sostienen que no hay resurrección".
En la época de Jesús, los saduceos eran una élite aristocrática de
latifundistas y comerciantes, conservadores en su fe, no aceptaban una
creencia en la resurrección.
En aquel tiempo esta fe comenzaba a ser valorada por los fariseos y por la
piedad popular.
Animaba a la resistencia de la gente en contra de la dominación tanto de los
romanos como de los sacerdotes, de los ancianos y de los saduceos.
Para éstos, el reino mesiánico estaba ya presente en la situación de bienestar
vivida por ellos.
Así seguían la llamada "Teología de la retribución" (a quien se maneja
bien le va bien, por el contrario, a quien se maneja mal le va mal), una
comprensión con la cual se distorsionaba la realidad.
Según esta teología, Dios retribuye con riqueza y bienestar a quienes
observan la Ley de Dios, y castiga con el sufrimiento y la pobreza a quienes
practican el mal.
Por este motivo, para los saduceos no era aceptable la idea de la
resurrección de los muertos, entendida como el momento en cual la realidad
de los seres humanos iba a ser cambiada por Dios; es decir, los pobres de
ahora serían ricos y los ricos de ahora serían pobres.
Si esa concepción era cierta, entonces, en la resurrección los saduceos
perderían los privilegios alcanzados en esta historia (cf. Dan 12,1-3).
Por el mismo motivo rechazaban los textos de los profetas, pues estos
mensajeros de Dios piden de entrada la justicia social.
Para los saduceos era esencial una permanencia de la religión tal y como
era, inmutable como Dios mismo.
Por esto, para criticar y ridiculizar la fe en la resurrección, contaban casos
ficticios para mostrar cómo la fe en ella llevaría a la persona al absurdo.
El caso ficticio de una mujer quien se casó siete veces (vv. 28- 33).
Según la Ley de la época, la del Levirato, si el marido moría sin hijos, su
hermano debía casarse con la viuda del fallecido.
Así se evitaba el paso de la propiedad a otra familia (Dt 25, 5-6) y tener en la
casa una viuda sin descendencia que carecería de alguien que le diera al
menos sepultura.
Frente a Jesús, los saduceos inventaron la historia de una mujer que enterró
a siete maridos, hermanos entre sí, y al final murió sin hijos.
Los saduceos Le preguntan a Jesús:
"¿De cuál de ellos será mujer en la resurrección? Porque fue mujer de los siete".
Los saduceos traen el caso para mostrar cómo la fe en la resurrección crea
situaciones absurdas.
La réplica inobjetable de Jesús (vv. 34-38).
En la respuesta de Jesús aflora la irritación de quien no resiste el
fingimiento.
Jesús no aguanta la hipocresía de la élite, porque manipula y ridiculiza la fe
en Dios para Legitimar y defender sus propios intereses.
La respuesta del Maestro tiene dos partes:
a) Ustedes no entienden la resurrección:
"Los hi jos de este mundo toman mujer o marido; pero quienes alcancen a ser dig nos
de tener parte en aquel mundo y en la resurrección de entre los muertos, ni ellos
tomarán mujer ni ellas marido, ni pueden ya morir, porque son como ángeles, y son
hijos de Dios por ser hijos de la resurrección" (vv. 34-36).
Para Jesús la condición de las personas después de la muerte será del todo
diferente de la condición actual.
Después de la muerte no habrá bodas, todos serán como ángeles en el
cielo, es decir, habrán logrado la meta de entrar en comunión con Dios, por
lo tanto, el sacramento del matrimonio es un medio para la comunión con
Dios y no un fin en sí mismo.
Este criterio de ser medio y no fin se aplica a todas las vocaciones de los
seres humanos.
Los saduceos imaginaban la vida en el cielo igual a la vida aquí en la tierra.
b) Ustedes no entienden nada de Dios:
"Y que los muertos resucitan lo ha indicado también Moisés en lo de la zarza, cuando
llama al Señor el Dios de Abrahán, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob". Y al f inal
concluye: "¡No es un Dios de muertos, sino de vivos, porque para él todos viven!".
Como los saduceos sólo admitían el Pentateuco (los cinco primeros libros
de la Biblia hebrea), Jesús Les responde con un texto del libro del Éxodo
(Ex3, 5-6).
Quien está del lado de estos saduceos, estará del lado opuesto a Dios.
El Señor nos creó para la vida, una vida que no se agota aquí sino que
trasciende hasta la eternidad.
La vida en la eternidad tiene características nuevas con relación a lo que
ahora conocemos y es la realización plena de lo ahora es apenas como una
semilla: el potencial de la vida divina que llevamos dentro.
La figura de Moisés, y junto con él dos maneras de entender la experiencia
de Dios, aparecen en los extremos de la discusión:
- Para los saduceos es ante todo el legislador de Israel que dictó el
procedimiento que se debía seguir cuando una mujer quedaba viuda y no le
dejaba descendencia a su familia (ver 20,28):
La ley del “levirato”.
- Para Jesús, sin negar lo anterior, es el pastor que hizo una experiencia del
Dios de la alianza en el Monte Horeb cuando lo descubrió en la zarza
ardiente (ver 20,37):
Allí se reveló como el Dios de la vida,
“no un Dios de muertos, sino de vivos, porque para él todos viven” (20,38).
Aplicando la ley mencionada al caso hipotético de una mujer que tuvo siete
maridos (aunque conocemos una en Tobías 6,14), los saduceos se burlan
de la creencia en la resurrección:
“¿De cuál de ellos (los siete maridos) será mujer en la resurrección?” (20,33).
La enseñanza de Jesús se plantea en estos términos:
1. Plantea una diferencia entre “este mundo” y el “mundo aquel”
(20,34-35).
Es decir, que no hay que colocar al mismo nivel la vida terrena y la vida en
la resurrección.
Si bien, somos los mismos, habrá también novedades significativas entre
los “hijos de este mundo” (20,34) y los “hijos de la resurrección”
(20,36b).
2. En ese mismo orden de ideas habrá que entender entonces que en la
vida futura no habrá que estar preocupados por la vida sexual para tener
hijos (“ni el los tomarán mujer ni el las marido” , 20,35b), ya que la
muerte desaparecerá (“ni pueden ya morir” , 20,36ª).
De hecho, en la vida terrena -según la mentalidad bíblica- la generación de
hijos tiene como finalidad sustituir a los muertos, porque hay que mantener
viva la promesa del Dios de la Alianza.
3. La gran novedad consiste en ser “hijos de Dios, siendo hijos de
la resurrección” (20,36b) subraya la eficacia de la resurrección.
El juego de palabras “hijos de... hi jos de...” , nos remite al misterio de la
filiación divina de la persona de Jesús (ver el pasaje siguiente: 20,41-44).
Se quiere decir que participando en la resurrección de Jesús un discípulo
del Señor participa del misterio de su filiación divina.
4. Para vivir esta resurrección tenemos que ser “dignos” de ella (20,35).
La resurrección es la realización plena de la vida y a ella nos llama el Dios
de la Alianza, el Dios de las relaciones vivificantes y vivificadoras, para
quien -en cuanto están en Él- “todos viven”.
La reacción ante la respuesta de Jesús (vv. 39-40).
La felicitación que un rabino le hace a Jesús, “Maestro, has hablado
bien” (20,39), y el silencio de sus adversarios que “ya no se atrevieron
a preguntarle nada” (20,40), nos muestra la importancia de este pasaje.
Con bastante probabilidad estos doctores de la Ley eran fariseos, pues
ellos sí creían en la resurrección (cf. Hech 23, 6).
De todos modos, los adversarios de Jesús no descansarán hasta verlo en la
cruz.
Se retiran por el momento, hasta encontrar un momento oportuno para
atacar al Maestro.
Para cultivar la semilla de la Palabra en lo profundo del
corazón:
1. ¿Qué imágenes de Dios aparecen contrastadas en la
discusión de Jesús con los saduceos?
2. ¿Cómo entiende Jesús la vida futura?
3. ¿Cuál es el l lamado que el Señor nos hace hoy a través de
su santa Palabra?
4. ¿Creo en la resurrección?
5. ¿Es la resurrección una repetición de esta vida?
6. ¿Cuál es el sentido del matrimonio en esta historia?
7. ¿Cuál es para mí el significado de la resurrección?
8. ¿He tenido en mi vida alguna experiencia de resu rrección?
9. ¿Veo en mi comunidad y en la sociedad las actitudes de los
'saduceos'?