PORTADA
El segundo número de Nuestras Otras Voces se enorgullece en dedicar sus páginas a una de las personas que dentro del Colegio se han vuelto una especie de ícono: Guille. Guillermina Cazales Flores entró a trabajar en el Colegio Madrid en diciembre de 1979, ha tenido una larga trayectoria dentro de la escuela y actualmente es la responsable de la céle-bre puerta de las letras. Todos tenemos en claro que Guille posee una especie de don, por llamarlo de alguna mane-ra. Esta capacidad tan impresionante de retener y relacionar las caras y nombres de los alumnos con las de sus pa-dres, abuelos, choferes, empleadas domésticas, etcétera… es algo que a todos en algún momento nos ha asombrado.
En el taller del proyecto Memoria Literaria del Colegio Madrid decidimos hacerle una entrevista porque a nuestros ojos Guillermina es una de las figuras más importantes en la escuela, y pensamos que desarrolla una actividad funda-mental para el buen funcionamiento de ésta.
Guille siempre ha sido la que nos cuida a la hora de la salida, con la que platicamos cuando a nuestros papás se les
hace tarde. Sin embargo es ahora, tras recabar su testimonio, que el cariño que ya sentíamos hacia ella crece y se
acompaña de admiración. Guille es una de las personas más íntegras que conocemos y estamos orgullosos de que
haya compartido su tiempo, sus recuerdos, sus opiniones y sus consejos con nosotros.
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EDITORIAL
CONTENIDO:
EDITORIAL 2
SEMBLANZA DE GUILLERMINA CAZALES 3
EL SISTEMA SOLAR JIMENA GARCÍA Y JAVIER YANKELEVICH
4-5
EL RECUERDO PAULA MAULEN
6
ENTREGAR NIÑOS : DOS IMÁGENES JAVIER YANKELEVICH
7
LA NIÑA DEL ESPEJO JIMENA GARCÍA
8
Portada: Jorge Trujillo
Formación editorial: Javier Yankelevich
Asesoría en diseño: Laura Gilabert
LA TRADICIÓN AYAMEL FERNÁNDEZ
9
Nota aclaratoria: Los textos presentados en este número son de dos tipos: fragmentos editados de una entrevista (en cursivas)
y productos de ficción. Al igual que con cualquier ficción, los segundos se nutren de elementos de realidad, en este caso de un
testimonio oral, pero la responsabilidad es de sus autores, que responden por el contenido, y de los lectores, que lo hacen por
sus interpretaciones tras quedar debidamente advertidos de la naturaleza ficcional de los materiales.
El proyecto “Memoria e identidad del Colegio
Madrid” resguarda en su archivo documental una copia de la transcripción
de la entrevista cuyos fragmentos se citan en
esta publicación.
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SEMBLANZA DE GUILLERMINA CAZALES
Antonieta Guillermina Cazales Flores, conocida en el Colegio por el cariñoso diminutivo Guille, nació el 10 de
febrero 1958 en la Colonia Estrella del Distrito Federal, tercera de nueve hermanos.
Su padre, Ricardo Cazales, originario de Puebla, y su madre, María Cristina Flores, oriunda del Distrito Federal,
condujeron a la familia a Ejidos de Huipulco en 1968, donde compraron un terreno y construyeron todos juntos
una casa. Tras la venta de los terrenos a fines de los años setenta, la familia adquirió un lote cercano y edificó una
nueva casa, cerca de la cual se construían las instalaciones que el Colegio Madrid ocupa desde 1979.
Guillermina, su hermana Guadalupe -actual secretaria de la Dirección General- y la madre de ambas comenzaron
a trabajar en el Colegio desde la apertura de la nueva sede. Guille trabajó primero en mantenimiento y luego en
prefectura de las áreas deportivas, hasta que en 1991 un cambio logístico en la escuela abrió una nueva oportuni-
dad. Antes de ese año, los padres de familia podían entrar al Colegio y permanecer en su interior, donde espera-
ban a los alumnos hasta la hora de la salida. Por esas fechas se determinó que entregar a los niños en una zona con-
trolada a la que los padres podrían acceder en horarios fijos era preferible al modo acostumbrado, y se hizo nece-
sario designar responsables para esta nueva función. Y cuando Manuel, que estaba a cargo de la puerta, fue convo-
cado en la prefectura de primaria, Ana María Fanjul pidió a Guillermina que se hiciera cargo de ese crucial traba-
jo, donde pudo ejercitar su prodigiosa memoria y darse a conocer por todos los alumnos y sus familiares.
Casada con Aurelio Olalde Correa, que es dueño de una cerrajería, Guillermina tuvo tres hijos: Marco Aurelio,
Ricardo César y Alma Gabriela. Ésta última, exalumna del Colegio, estudió abogacía y actualmente ejerce su pro-
fesión. En sus tiempos libres, Guille teje y escucha música.
Guillermina Cazales. Fotografía: Rafael López
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Lo que me gusta, pues se puede decir que es todo. Todo todo todo lo que yo hago todo me gus-
ta. Lo que no me gusta... yo soy muy respetuosa en un reglamento. Trato de servir de ejemplo a
los maestros, a los alumnos, a todos. Trato de acatar. Y hay veces que se rompen reglas. Que por
decir, yo digo no a algo, porque está escrito en un reglamento, y un director, un maestro, rompe
regla y dice “sí”. Entonces para mí eso es injusto, en cuanto yo a un papá le digo “no se recibe una
mochila, no se recibe algo de material” y ellos ven a otra persona y el director dice “sí, por esta
ocasión”. Entonces, eso a mí me molesta mucho, porque digo “aquí hay un reglamento, un regla-
mento que se debe de respetar”. Y si es sí para uno, es sí para todos, y si es no para uno, es no
para todos.
EL SISTEMA SOLAR—J IMENA GARCÍA Y JAVIER YANKELEVICH
Mamá me decía que uno se acostumbra a esto de levantarse temprano otra vez, que después de algu-nos años de llevar a Marito por las mañanas ya ni lo sentiría, sería la rutina. Pero pues no es cierto. A lo mejor lo fue para ella, pero yo me siento como un zombi desde que suena el despertador hasta que regreso a casa y me acuesto otro rato. Y Marito está igual. Es de lo más desmotivante. Tú sabes que me grita, adherido a sus cobijas, que no quiere ir, y yo tengo que hacer un esfuerzo sobrehumano para sacarlo de la cama en lugar de acurrucarme con él. ¡Qué guerra matutina! Y el otro día regresé a casa y ya me había metido en la piyama de nuevo cuando la vi. ¡La maqueta del sistema solar! La habíamos olvidado. Llevábamos días pintando y ensamblando las enormes esferas de unicel. Marito estaba terco con que tenía que ser proporcional, así que el Sol terminó por ser una bola de casi su tamaño, te acuerdas que la tuvimos que ir a encar-gar especialmente a la fábrica. ¡Y la habíamos deja-do! ¡Marito debía estar desesperado, él que es siempre tan cumplidito! ¿Y qué iban a decir los otros niños? ¿Y la maestra? ¡Iba a creer que soy una madre irresponsable, que la tarea no se había hecho, que Marito le mentía cuando le dijera que la había olvidado en casa! No, de ninguna manera le iba a pasar eso a mi Marito. Así que metí el sis-tema solar como mejor pude en la cajuela de la camioneta grande y regresé al Colegio, con piyama y todo, a toda velocidad.
Pero ahí estaba esa señora. Para cuando llegué es-taba discutiendo con un papá. Se notaba que lleva-ban ya un rato. A la hija del señor se le había olvi-
dado la mochila en el auto y él quería que le dejaran meterla en la escuela. Y la señora de la puerta que no y que no y que no. Ya con Marito nos ha pasado, esa señora nada más no deja. La otra vez Marito se dejó la flauta y se la quise llevar pero no hubo forma. Así que esta vez probé algo distinto. Me registré y le dije que iba a la dirección general. Se notó que no me había creído. ¡Pues cómo me iba a creer, si llevaba a cuestas el inmenso sistema solar de Marito! Así que pasé, cargando la maquetota, y doblé la esquina para simular que iba a dirección. Luego me asomé para ver si la señora me estaba vigilando y cuando vi que recomenzaba su discusión con el padre de la mochila, me lancé a la carrera hacia la primaria. ¡Pero me vio, no se le escapa nada! Y menos me le iba a escapar con ese Sol inmenso de unicel encima. Corrió detrás de mí y yo me detuve. ¿Qué iba a hacer? Muy cortés-mente me dijo que la dirección no era por ahí. ¡Qué caray! Luego me recordó que no está permitido pa-sarle material a los niños después de la hora de entra-da, y a mí me dio tanta vergüenza que le mentí y le dije que no estaba haciendo eso, que nada más me había confundido. Y entonces la señora me acompañó hasta la dirección. Y yo pues tuve que entrar, y las secretarias mirándome, a mí, a mi piyama y a mi sis-tema solar. Y que qué quería. Y yo: una cita con la directora. ¿Pues qué iba a decir? La señora de la puer-ta estaba ahí parada, no le iba a dar la razón a su rega-ño. Y que la secretaria me dice “La puede atender ahorita”. ¡Yo pensaba sacar la cita y luego cancelarla! Pero así pues cómo. Pasé a la oficina y la directora me atendió bien amable, y le dije que me preocupaba Marito porque no tenía amigos. Y ya nos quedamos
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charlando y acordamos que íbamos a platicar con las maestras, y bueno, por eso tenemos cita con ellas mañana.
o-o-o
Fácil he tenido esta discusión más veces que la que tengo con mi marido cada vez que le digo que baje la tapa del baño. Es casi como un trámite de rutina, el rostro del padre que está ahora frente a mí podría ser el mismo que el de tantos otros que generación tras generación vienen a pedirme que por favor, que no sea malita, que les deje pasar el lunch de sus hijos, el permiso de salida o el material que necesitaran ese día en clase.
“No señor, no puedo permitirle que pase la mochila” digo e inmediatamente vienen de nuevo los intermi-nables alegatos. “¿Pero cómo es esto posible? el lunch de la niña está aquí ¿qué va a comer...?” parece que no se dará por vencido.
El problema con estos padres es que siguen creyendo que va a servirles de algo tratar de convencerme, o que piensan que sus niños no sobrevivirán un día sin su sándwich de jamón. Sea como sea, en mis más de 30 años en el Colegio he visto cambios de todo tipo, pero esta escena es simplemente…
“Disculpe, vengo a dirección” me dice una señora,
distrayéndome momentáneamente de la discusión con el señor de la mochila. La identifico de inme-diato, es la mamá de Marito. ¡Ay esta señora! La otra vez vino pidiéndome que le dejara pasar la flauta de Marito. Por supuesto que no la dejé, yo no hago excepciones.
Le pregunto que qué se le ofrece, ella me dice con rostro serio que viene a dirección. ¡Ay señora! si bien que me he dado cuenta del paquete que lleva bajo el brazo, si no nací ayer. Seguro que piensa llevárselo a Marito sin tener la autorización debida. Y usté cree que yo me voy a creer el cuento de la dirección. Pásele, le digo, na’más para ver qué hace.
Mientras ella entra y yo reanudo mi discusión con el señor de la mochila, veo de reojo qué hace la mamá de Marito. Claro, no se dirige a la dirección, sino a la primaria. Hasta cree que se me va a esca-par, si niños que me llegan a la cintura no logran hacerlo ya parece que ella sí. La alcanzo rápidamen-te y le indico, muy amablemente, eso sí, pues nun-ca hay que perder la cordialidad, el camino correc-to a la dirección, aprovechando para recordarle que está prohibido que los padres le traigan el material de trabajo a sus hijos. Ella me dice que su intención no era tal, que simplemente se confundió, así que me ofrezco a acompañarla, digo, no se vaya a per-
Ilustración: Jimena G
arcía
Yo me siento muy bien de haber entrado de mantenimiento y haber logrado lo que he logrado, por
mi memoria, por… lo que tú quieras. Mi memoria es algo como natural. De alguna manera siempre la
he tenido, porque aún en casa con mis hermanas luego a veces pregunta uno “oye, ¿te acuerdas
cuándo estábamos en… así, a la edad de tres cuatro años?” Y, luego dicen “no, no, hasta ahí no” “Sí,
te acuerdas que teníamos, que hacíamos, que jugábamos en el kínder” O sea yo tengo así muy buena
memoria en cuanto a preescolar. Yo me acuerdo muy bien de mi maestra, del puesto de flores, el que
comprábamos, hacia donde caminábamos, hacia donde íbamos.
La mano de mi mamá sostiene la mía firmemente, no quiere que me le escape como suelo hacer al pa-sar frente a la resbaladilla. Llegamos al kínder, Mar-garita Maza de Juárez, así se llama. Y ahí está mi maestra, tiene una sonrisa tan dulce que cuando alguien llora y ella sonríe, las lágrimas, ya sean re-ales o ficticias, desaparecen por completo y son sus-tituidas por un reflejo de la expresión tan pacífica que esta mujer nos ofrece.
Hoy la escuela huele a arroz con leche, me encanta, hasta puedo distinguir el toque de canela que le po-ne la cocinera. Este olor se mezcla con el de pintura Vinci, hoy la vamos a usar para dibujar nuestra casa y mostrarle a nuestros compañeros cómo es. La me-sa donde yo me siento es la segunda, y tiene otras 4 sillas, en ellas se sientan Pablo, Rosalía, Pedro y Lucecita. Ellos me hacen reír, me gusta estar con ellos; aunque a veces Pablo me jale el cabello.
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EL RECUERDO—PAULA MAULEN
Ya son las doce y media y mi mamá ya llegó por noso-tros. “¿Cómo les fue? ¿Se portaron bien chamacos?” Y ahí está el puesto de flores por el que pasamos todos los días, tiene todos los colores que puede haber en este mundo, tiene algunos que no sé ni cómo se lla-man. Y cómo huele, es como si los colores cobraran vida, como si en un suspiro llenaran mi cuerpo y éste se convirtiera en los colores, en las flores y en el olor que ellas desprenden.
-Ay Lupe, que mala memoria tienes. ¿En serio no te
acuerdas hermana?
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Manuelito era antes el que estaba en la puerta, pues ya lo pidieron en primaria, y a mí se me pre-
sentó la oportunidad de cuidar la puerta. Para mí era un puesto muy difícil, porque cuando estás en
la puerta iniciando se ve un mundo, grande, inmenso, ver hacia dentro. ¿Sí? Entonces yo, sí la verdad
yo decía, no, no voy a poder. Era mucho movimiento, era mucho movimiento. Entonces para mí sí
era muy difícil eso, el no dejar, pues tener miedo a que se nos salieran los niños sin permiso. Pues de
allí se fue agilizando toda mi memoria, retenía, yo preguntaba, nunca dejé salir a un niño sin pregun-
tar, entonces pues fueron cosas que se fueron facilitando.
I
Este tránsito diario que transforma a los hijos en
alumnos y luego de vuelta en hijos está lleno de
riesgos. Hay un momento en que no son ni una
cosa ni la otra, y allí son muy vulnerables. No
sólo porque dejan la protección de sus padres y
aún no alcanzan la de prefectos y maestros o
viceversa, sino porque, por un instante, en su
paso de una cosa a la otra, es como si no fueran
nada. Yo lo he visto: durante una milésima de
segundo se vuelven traslúcidos, etéreos. Como
aire. Y yo debo precipitarme a recibirlos, a to-
marlos de la mano, a acompañarlos adentro del
Colegio antes de que se los lleve el viento, que
los perdamos para siempre entre el humo de los
coches y el vapor de las coladeras. Con orgullo
digo: en treinta años nunca se me ha evaporado
un niño, pero cualquier día podría pasar. Sobre
todo si llueve y es difícil distinguir a los niños
del agua o de la niebla.
ENTREGAR NIÑOS—DOS IMÁGENES—JAVIER YANKELEVICH
II
Yo creo que entregar niños no es un trabajo que cualquiera
pueda hacer. No, de ningún modo. No sólo es cuestión de
juntar caras, de acordarse quién va con quién, como si fuera
un complicadísimo juego de memoria. Hace falta más. Hay
que entender que las personas no son hueso y carne, sino
más bien un gran nudo. Cada niño es un enredo de hilos
finísimos que lo unen con otras personas, con otros nudos,
y todos juntos hacemos una maraña muy complicada que no
es fácil entender. Para entregar niños hay que aprender a
observar la maraña, saber reconocer, por ejemplo, que los
hilos se tensan cuando la gente se reconoce. Y que en el
momento en que dos conocidos se separan los hilos se aflo-
jan y da la impresión de que el nudo que somos aprieta me-
nos. Y un nudo desapretado no es nada: esos hilos, en la
presión que ejercen unos sobre otros, en su enredo que va
tomando forma conforme se agregan y se embrollan más y
más hilos, es todo lo que hay. Y los niños, sobre todo los
más chicos, tienen todavía pocos hilos: son nudos pequeños.
Si uno no tiene cuidado al recibirlos y despedirlos podrían
aflojarse y desarmarse, y es entonces que la criatura se des-
integra, se desvanece en el aire. Más de una vez he tenido
que precipitarme a enredar a algún chiquito con mis hilos, a
apretar su nudo para que no se deshaga. Y muchas más los
he acompañado, bien amarrados y cogidos de la mano, hasta
dejarlos enredados a los hilos de sus padres o sus abuelos. Y
es por ese cuidado que, como dije, en treinta años ninguno
se me ha desintegrado. Y que tantos vuelven cuando andan
con los hilos medio sueltos, a veces muchos años después, a
buscar que se los apriete un poquito.
Yo creo que eso viene siendo en todos los lugares. Que te dicen, que la niña del último baño, que
se te aparece. La mano peluda, que también se aparece. Siempre, desde que yo tengo uso de
razón que se usaba la mano peluda, en el último baño, y nadie quiere entrar al último baño. Había
un niño y estaba traumadísimo, iba creo en sexto año el niño. Él hablaba mucho de una niña que
se desprende del espejo. Ya llegaba un momento que yo decía “Eso no quiero hablarlo” .Decía
que era una niña que era buena, algo así, y que al reflejarse en el espejo creo que había sacado un
cuchillo. Que la niña era buena, el espejo –su imagen, o sea el reflejo en el espejo- era el malo.
Entonces la niña del espejo creo que la había matado con un cuchillo, algo así. Entonces se había
apoderado de la niña, y después se desprendía. Fue consejo de la mamá que no podíamos seguir-
le la historia, ni siquiera que nos la contara, o sea como que había que distraerlo en otra cosa. No
en eso. Estaba muy obsesionado con esa historia. Y la verdad sí me inquietaba a todos los demás.
Porque no había tema, sobre todo los chiquitos pues ya estaban espantados, ¿no?
No sé qué hace este niño frente a mí otra vez. To-dos los días, todos sin falta, viene a ponerse en frente mío y se queda mirándome.
Estoy más que acostumbrada a que la gente venga y se ponga frente a mí, pero en general nunca re-paran en mi presencia, simplemente se detienen por unos momentos, mirándose a los ojos, sin con-templar nada más que a sí mismos. Luego se van. Pero no este niño. Este niño no sólo es capaz de verme sino que únicamente viene a este lugar con el propósito de hacerlo, lo sé.
A veces me asusta y otras me da curiosidad. Su-pongo que es más o menos de mi edad aunque no
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LA NIÑA DEL ESPEJO—J IMENA GARCÍA
podría asegurarlo, pues desde hace mucho tiempo perdí la certeza de cuántos años tengo.
Ahora escucho la familiar voz femenina que siempre acompaña las visitas del niño.
“¿De nuevo aquí Raúl? Cuántas veces tengo que de-cirte que este baño es para las niñas, no puedes estar aquí. Es la último vez que te la dejo pasar, a la próxi-ma te pondré un reporte”.
Acto seguido, la mujer toma al niño del brazo y se lo
lleva, pero él se las arregla para mantener la vista fija
en mí lo suficiente para darme tiempo de dirigirle
una sonrisa indecisa.
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Es no abrir puertas a quien coja un niño, es saber a quién se los das. Ahí es donde dices tú “Tengo
la facilidad de que yo me paro en la puerta, y te lo juro que yo empiezo a ver, y ya ves ya vinieron
por tal, por tal, por tal. Entonces cuando yo entrego un niño es porque ya sé dónde está, quién
está. Ves a una persona ajena y le dices “perdón, ¿por quién viene?” “Por tal niño” “Pero usted
nunca ha venido” “No, sí pero…” “No sea malito, no se lo puedo entregar” Luego digo “a ver, esa
señora no ha venido ¿por quién viene?” “No, pues por tal niño” “Ah no. Es que no, dile que pase a
dirección a que le autoricen.” ¿Sí? O sea tengo… pues, te puedo decir que es bueno, es bueno ese
“don”, si le podemos llamar, en que tengo una visión amplia, en que puedo, digamos, saber que
está pasando a mis espaldas sin yo necesidad de ver ¿no?
Se puede leer una insignia dorada afuera del tem-
plo. A lo largo del año, miles de porteros, guardias
y conserjes peregrinan para rezarle a la puerta de
Guille, la PUERTA DE LAS LETRAS. Un viejo
portón rojo tatuado por mensajes anarquistas e
iniciales urbanas, un portón rojo que se oxida co-
mo silenciosa respuesta al tiempo. Hace más de
300 años que el portón descansa en el templo, sa-
grado santuario en que vivió Guillermina Cazales,
y la áurea insignia no es más que su máxima ense-
ñanza: “NO ABRIR PUERTAS A QUIEN COJA
UN NIÑO, ES SABER A QUIÉN SE LOS DAS”.
Estas son las palabras que los fieles a la doctrina
adoptan desde que comienzan su iniciación como
porteros.
LA TRADICIÓN—AYAMEL FERNÁNDEZ
Ilustración: Jimena García
Presentación del taller
El antecedente directo de Memoria Literaria del Colegio Madrid fue
un taller vespertino de creación literaria gratuito para estudiantes del
CCH surgido en septiembre de 2012 a iniciativa de Javier Yankele-
vich, un profesor. En febrero de 2013 buscó incorporarse al esquema
de servicio social y para ello sus integrantes diseñaron un nuevo méto-
do: entrevistar a profundidad a trabajadores del Colegio en torno a su
experiencia con la institución y luego producir ficciones cortas a partir
de sus testimonios. Para agosto, el taller se encontraba incorporado
como proyecto al reciente Programa de Vinculación Social del CCH,
y en enero de 2014 ingresó al caudal de Proyectos Académicos Institu-
cionales, programa que le ha facilitado los recursos para realizar esta
publicación.
El boletín Nuestras Otras Voces es la modesta devolución que hacemos a
quienes han tenido la generosidad de compartir su testimonio con no-
sotros y sumarlo así a una memoria polifónica del Colegio. A ellos, y a
todos los que aún quedan por entrevistar, están dedicados nuestros
esfuerzos.
Ayamel Fernández, Paula Maulen, Jimena García, Rafael López, Ema
Chomsky, Sergio Pérez y Javier Yankelevich.
Memoria Literaria del Colegio
Madrid
Taller Estudiantil de
Entrecruzamiento de Historia Oral y
Literatura
La historia cuenta lo que sucedió; la poesía lo que debía suceder.
Aristóteles
Guillermina Cazales. Fotografía: Rafael López