NATURALEZAS Y NATURALISTAS: HUMANOS Y NO-HUMANOS EN LOS VIAJES DE
RICHARD SPRUCE POR EL AMAZONAS Y LOS ANDES, 1849 – 1864
PAOLA CASTAÑEDA LONDOÑO
Trabajo de monografía de grado para optar por el título de Historiadora
Director Camilo Quintero Toro
Profesor Asociado, Departamento de Historia, Universidad de los Andes
Universidad de los Andes
Facultad de Ciencias Sociales
Departamento de Historia
Bogotá
2013
A G R A D E C I M I E N T O S
Al igual que el trabajo de Spruce, esta investigación contó con la ayuda y el apoyo de varias
personas a quien les debo un enorme agradecimiento. Mis padres, quienes han estimulado mi
curiosidad y mis preguntas y me han facilitado todo lo necesario para responderlas. Izabella
Castañeda, que ha compartido la emoción de cada descubrimiento. Arturo González, quien
además de haber vivido conmigo la génesis de este trabajo, su desarrollo y su término, leyó
cuidadosamente cada palabra y con mucha paciencia y cariño me compartió todo su
conocimiento para que aquí no faltara ningún detalle. No pude haber tenido un mejor director y
mentor que Camilo Quintero, pues su orientación no sólo durante la elaboración de este trabajo
sino durante toda la carrera me llevó a pensar críticamente y a interesarme cada día más por la
fascinante historia de la ciencia. Finalmente, a los amigos que me acompañaron durante los
últimos cuatro años les agradezco su apoyo y, sobre todo, su paciencia.
2
C O N T E N I D O
P á g .
Introducción....................................................................................................................................4
Visiones del mundo natural: las naturalezas de la Amazonía.......................................................12
Naturalezas (in)visibles..................................................................................................................19
Naturalezas útiles y bellas.............................................................................................................23
Naturalezas indeseables................................................................................................................29
La naturaleza como agente histórico............................................................................................32
Naturalezas y naturalistas: diálogo e identidades..........................................................................33
El naturalista y el campo...............................................................................................................40
La carrera de los géneros y las especies: o, descubrir....................................................................47
Spruce y la Cinchona....................................................................................................................50
Conclusiones.................................................................................................................................61
Bibliografía.....................................................................................................................................65
3
I N T R O D U C C I Ó N
A mediados del siglo XIX el botánico inglés Richard Spruce zarpó del puerto de
Liverpool, Inglaterra, a bordo del bergantín Britannia con destino a la ciudad de Pará, en Brasil.
Esta ciudad está ubicada en la boca del majestuoso Río Amazonas que atraviesa el continente
sudamericano desde su nacimiento al oeste, en los Andes peruanos, hasta su desembocadura en
el océano Atlántico, en la costa este del Brasil. A lo largo de casi quince años, Spruce surcó las
aguas del Amazonas y varios de sus tributarios, culminando su viaje en el Pacífco peruano,
agotado y con la salud fuertemente deteriorada. El motivo de tan largo y arduo viaje era “en
parte para su propia gratifcación e información, y para avanzar en la causa de la Historia
Natural; y en parte para que otros pudiesen compartir su colección, bien fuese a través de una
suscripción pagada por adelantado […] o comprando colecciones al mismo precio una vez éstas
llegasen a Inglaterra.”1 La labor de Spruce consistía, entonces, en recolectar plantas del
Amazonas y los Andes ecuatoriales, conservarlas, describirlas y enviarlas a Inglaterra donde su
amigo y agente botánico, George Bentham, las nombraría y clasifcaría según género y especie; si
se trataba de algo nuevo para la ciencia occidental, les otorgaría un lugar dentro del
ordenamiento europeo del mundo natural para que después fuesen distribuirlas a sus suscriptores.
Así pues, entre 1849 y 1864 Spruce viajó río arriba recolectando más de siete mil especímenes
botánicos de todo tipo que poco a poco fueron alimentando las colecciones europeas.
Richard Spruce y su travesía se enmarcan dentro de una larga tradición europea de
exploración del “Nuevo Mundo” alimentada por mitos, fantasías y un potente deseo por conocer,
clasifcar y por ende poseer al mundo. Por la misma época en que Spruce realizaba su gran viaje
sudamericano Alfred Russel Wallace estaba viajando por el archipiélago malayo; el compañero
de viaje de Wallace por la Amazonía, Henry Walter Bates, publicaba una historia natural
producto de su travesía amazónica; Charles Darwin estaba publicando El origen de las especies;
William Jackson Hooker estaba inaugurando el museo de botánica económica en el Real Jardín
Botánico de Kew que a su vez estaba creciendo en tamaño y alcance. Era la época de auge del
1 William Jackson Hooker, Hooker’s Journal of Botany and Kew Garden Miscellany, vol. 2 (Londres: Reeve, Benham, and Reeve, 1850), 20-1, http://www.biodiversitylibrary.org/item/6320. [Todas las traducciones del inglés al español son hechas por la autora a menos que se indique lo contrario]
4
imperio británico y uno de los ámbitos que más se benefciaba del poderío naval y la enormidad
de los territorios británicos era, sin duda, la ciencia. A saber, los jardines de Kew se enriquecieron
gracias a la presencia de cónsules, ministros y militares en las distintas colonias inglesas o donde
quiera que hubiese presencia inglesa (y es difícil dar con algún rincón de la tierra donde no
estuviese algún inglés con la posibilidad de enviar especímenes de vuelta a Inglaterra), por no
hablar de la capacidad de transportar a los mismos científcos a los diversos lugares donde
pudiese haber “oro verde”. De manera recíproca, la ciencia también contribuyó a fortalecer los
imperios que proveían el sustento material para su empresa. La física y la astronomía, 2 la
geografía y otras ciencias de la tierra, junto con la historia natural contribuyeron de una forma u
otra al acopio de conocimiento sobre las colonias (y, de este modo, a reforzar el control colonial) y
a fortalecer la hegemonía europea como epicentro de producción de conocimiento. La botánica,
no obstante, ocupa un lugar especial dentro de esta relación de reciprocidad entre ciencia e
imperialismo, pues la bioprospección, identifcación, desplazamiento y aclimatación de las
diferentes especies de plantas de ultramar en Europa o en sus colonias proveyeron al imperio
inglés una gran diversidad de plantas valiosas para el cultivo y comercio.
Dentro de esta tradición de exploración científca, la travesía de Spruce sería un bellísimo
punto de partida para analizar de qué forma se entretejen la ciencia y el imperialismo, y cómo la
disciplina botánica fue desplegada con objetivos políticos y económicos durante la segunda mitad
del siglo XIX. Sin embargo, abundan los trabajos que exploran esta misma relación y, aunque no
sobra volver sobre la ilusión que es la barrera entre lo social y lo científco (esto es, el carácter a-
político y objetivo de la ciencia), cualquier esfuerzo por analizar una vez más este vínculo
palidecería en comparación con la literatura que ya existe al respecto.3 Sería bastante más
enriquecedor indagar sobre uno de los actores que conforman esta vasta red de ciencia imperial y
que es pasado por alto en favor de examinar otros agentes de igual importancia, como lo son las
instituciones, los propios naturalistas, los medios de difusión, los textos científcos, etc.; esto es, la
2 Paolo Palladino y Michael Worboys, «Science and Imperialism», Isis 84, n.o 1 (1 de marzo de 1993): 91-102.3 Sobre este tema se pueden consultar los siguientes trabajos, que hacen una excelente labor en recoger la historiografía y los
argumentos en favor de mirar a la historia de la ciencia desde esta perspectiva: Joseph M. Hodge, «Science and Empire: an Overview of the Historical Scholarship», en Science and Empire: Knowledge and Networks of Science Across the British Empire, 1800-1970, ed. Brett M. Bennett y Joseph M. Hodge (Houndmills, Basingstoke y Hampshire: Palgrave Macmillan, 2011); Palladino y Worboys, «Science and Imperialism»; George Basalla, «The Spread of Western Science», Science 156, n.o 3775 (5 de mayo de 1967): 611-622; Lucile H. Brockway, Science and Colonial Expansion: The Role of the British Royal Botanical Gardens (New Haven: Yale University Press, 2002).
5
naturaleza misma. La historia de la ciencia debe también ser la historia de la naturaleza; una
historia social, donde los actores no-humanos4 sean reconocidos en su papel dentro de las redes
de construcción de conocimiento científco y de intercambio imperial.
Los proponentes de la teoría de redes de actores han puesto sobre la mesa este
planteamiento, afrmando que es preciso conceder historicidad a los agentes no-humanos con el
fn de superar la división entre lo que pertenece a la historia humana y lo que corresponde a la
historia natural.5 Así pues, Bruno Latour, por ejemplo, ha propuesto historizar a los
microorganismos y no sólo a los humanos que los descubren;6 Michel Callon analizó los procesos
de “traducción” que devienen en la producción de una identidad, la posibilidad de interacción y
los márgenes de maniobra de los actores implicados en un proceso de producción de
conocimiento científco a través de las negociaciones que hacen los diferentes actores humanos y
no-humanos;7 y, por su parte, John Law examinó las redes de humanos y no-humanos que se
hicieron necesarias para que los portugueses pudiesen ejercer el dominio a distancia sobre el
océano Índico durante la Carreira de India.8
Más allá de las obras de estos tres autores, los principales proponentes de la teoría de
redes de actores, existe una cantidad importante de literatura que ha considerado esta propuesta
de vincular la historia de la naturaleza con la historia de los seres humanos. La historia
ambiental, por ejemplo, ha tanteado este terreno en trabajos de corte teórico así como
historiográfco. Germán Palacio ha hecho notables aportes en ambos ámbitos y defne la historia
4 Esta categoría de “no-humanos” puede adquirir múltiples dimensiones. Desde consideraciones sobre bio-tecnología hasta la discusión sobre el carácter político de los artefactos, los no-humanos sin duda hacen parte de la sociedad tanto como los humanos (Ver: Donna Haraway, «Manifesto Cyborg: El sueño irónico de un lenguaje común para las mujeres en el circuito integrado», s. f., http://www.lkstro.com/docu/manifesto_ciborg.pdf; Langdon Winner, The Whale and the Reactor: A Search for Limits in an Age of High Technology (Chicago: University of Chicago Press, 2010); Francis Fukuyama, Our Posthuman Future: Consequences of the Biotechnology Revolution (Farrar, Straus and Giroux, 2003); Timothy Mitchell, Rule of Experts: Egypt, Techno-Politics, Modernity (Berkeley, Los Ángeles y Londes: University of California Press, 2002).). No obstante, para propósitos de estetrabajo son bastante más adecuadas las consideraciones de José Augusto Pádua: “Nature substantiates the conceptual construction of our experience, namely, that there is ontological consistency in the world where we live. In turn, the human image and the image of human history were built largely by opposition to nature: art versus nature, social order versus nature; technique versus nature; spirit versus nature etc. In other words, a set of oppositions that attempt to demarcate, eitherby differentiation or identifcation, the specifcity of the human phenomenon vis-a-vis nature (whether by affrming an opposition and a radical break between both, or by understanding the human being as a special qualifcation within the natural world).” (Ver: José Augusto Pádua, «The Theoretical Foundations of Environmental History», Estudos Avançados 24, n.o 68 (2010): 81 - 101.) No obstante las objeciones a esta defnición, y el imperativo a erradicar esta distinción en el trato de los humanos y los no-humanos como agentes históricos, explica de manera clara a qué se refere esta categoría.
5 Bruno Latour, La esperanza de Pandora: ensayos sobre la realidad de los estudios de la ciencia (Barcelona: Gedisa Editorial, 2001), 175.6 Latour, La esperanza de Pandora.7 Michel Callon, «Some Elements of a Sociology of Translation: Domestication of the Scallops and the Fishermen of St
Brieuc Bay», en Power, Action and Belief: A New Sociology of Knowledge?, ed. John Law (Londres: Routledge, 1986), 196-223.8 John Law, «On the Methods of Long Distance Control: Vessels, Navigation, and the Portuguese Route to India», en Power,
Action and Belief: A New Sociology of Knowledge?, ed. John Law (Londres: Routledge, 1986), 234-263.
6
ambiental como aquella que “intenta incorporar rigurosamente la interacción entre naturaleza y
sociedad dentro del estudio del pasado.”9 De manera similar, William Cronon afrma que los “los
actos humanos ocurren dentro de una red de relaciones, procesos y sistemas que son tan
ecológicos como culturales.” La historia ambiental, continúa Cronon, le ha aportado a las
categorías analíticas de las ciencias sociales el vocabulario de las ciencias naturales, de manera
que los no-humanos se convierten en co-actores y co-determinantes de una historia que es tanto
humana como de la tierra.10
Son estos conceptos y preguntas por el lugar de la naturaleza lo que hacen de la historia
ambiental una propuesta teórica tan prometedora. Un producto del estudio de estas interacciones
es, por ejemplo, States of Nature: Science, Agriculture, and Environment in the Spanish Caribbean, 1760-
1940,11 donde Stuart McCook expone que hay mucho más que guía a la ciencia y a la historia de
ésta ademas de los intereses políticos y las dinámicas de poder. Este autor ha identifcado en los
factores naturales una fuerza histórica que tradicionalmente se han pasado por alto en tanto que
no responden a la máxima “la historia es la ciencia de los hombres en el tiempo.”12 En pensar
con mayor detenimiento a la naturaleza, el objeto de estudio de la ciencia ni más ni menos,
puede surgir una variedad de preguntas distintas a las que han guiado a la historia de la ciencia
hasta el momento. Por ejemplo, en Ecological Imperialism: The Biological Expansion of Europe, 900 –
1900,13 Alfred Crosby indaga sobre las razones (ambientales) y las consecuencias (de nuevo,
ambientales) de la migración europea hacia lo que él denomina las “Neo-Europas”; desde los
estudios de género existen preguntas en torno a la diferencia entre la forma en que hombres y
mujeres se relacionan con la naturaleza, y cómo las mismas ideas de lo natural le han dado forma
a las relaciones de género (esto no deja de ser una pregunta sobre relaciones de poder, pero sin
duda le otorga un papel más signifcativo al mundo natural).
Retomando a la teoría de redes de actores, si la historia ambiental ha de ser un estudio de
la relación entre naturaleza y sociedad, entonces debe reconocer a la naturaleza como un agente
9 Germán Palacio, «Historia tropical: a reconsiderar las nociones de espacio, tiempo y ciencia», en Repensando la naturaleza : encuentros y desencuentros disciplinarios en torno a lo ambiental, ed. Astrid Ulloa y Germán Palacio (Bogotá: Universidad Nacional de Colombia, 2002), 68.
10 William Cronon, «Un lugar para relatos: naturaleza, historia y narrativa», en Repensando la naturaleza : encuentros y desencuentros disciplinarios en torno a lo ambiental, ed. Astrid Ulloa y Germán Palacio (Bogotá: Universidad Nacional de Colombia, 2002), 31.
11 Stuart G. McCook, States of Nature: Science, Agriculture, and Environment in the Spanish Caribbean, 1760-1940 (Austin: University of Texas Press, 2002).
12 Marc Bloch, Introducción a la historia (México: Fondo de cultura económica, 1952), 31.13 Alfred W. Crosby, Ecological Imperialism: The Biological Expansion of Europe, 900-1900 (Cambridge y Nueva York: Cambridge
University Press, 1986).
7
activo en el diálogo que da forma a esta interacción. De lo contrario, estaríamos volviendo a
concebir la naturaleza en la historia como un ente estático e inamovible y sabemos, gracias a
numerosos autores que se han dedicado a argumentar lo contrario,14 que esto no es así. De igual
modo, en la medida en que la historia de la ciencia busca comprender la gestación del
pensamiento científco, debe tener en cuenta el objeto de estudio de la ciencia como agente
dentro de la producción de conocimiento científco. Se nutriría, entonces, de los aportes teóricos
de la historia ambiental, de la apuesta por superar el dualismo entre naturaliza y sociedad para
reemplazarlo por un análisis dinámico e integrador,15 y de la propuesta de estudiar a los agentes
humanos y no-humanos desde una igualdad de condiciones teniendo en consideración que dicha
división “[es] el resultado de un análisis, más que un punto de partida.”16
Estas inquietudes y estos trabajos que han sentado un precedente para el estudio de una
historia más que humana son lo que guía esta investigación. A raíz del ejemplo que ha sentado la
teoría de redes de actores y las preguntas que guían la historia ambiental, este trabajo se propone
indagar sobre el lugar de la naturaleza en la historia de la ciencia a partir de un estudio de la
labor científca de Richard Spruce durante su estadía en Sudamérica entre 1849 y 1864.
Específcamente, busca examinar las visiones del mundo natural latentes en los escritos de este
naturalista, recogidos en Notas de un botánico en el Amazonas y en los Andes17 y en los reportes de la
travesía de Spruce publicados por William Jackson Hooker en el Journal of Botany and Kew Garden
Miscellany entre 1849 y 1857, con el fn de establecer las formas en las que se relacionan humanos
y no-humanos en un contexto de ciencia imperial. Por otra parte, la pregunta por la agencia de la
naturaleza busca reivindicar su papel activo dentro de la historia de la ciencia; pretende
identifcar de qué forma la naturaleza es un agente dinámico en la formación (y transformación)
de las redes de conocimiento imperial que se forjaron durante este periodo de auge de la historia
natural. Ahora bien, a pesar de que las preguntas y las bases teóricas de la historia ambiental
inciden fuertemente sobre este trabajo, no es su pretensión hacer una historia ambiental de la
14 William Cronon, «Introduction: In Search of Nature», en Uncommon Ground: Rethinking the Human Place in Nature, ed. William Cronon (Londres y Nueva York: W.W. Norton & Co., 1995), 23 - 68; Raymond Williams, Palabras clave: Un vocabulario de la cultura y la sociedad (Buenos Aires: Ediciones Nueva Visión, 2003); Pádua, «The Theoretical Foundations of Environmental History»; Noel Castree y Bruce Braun, Social Nature: Theory, Practice, and Politics (Malden: Blackwell Publishers, 2001).
15 Pádua, «The Theoretical Foundations of Environmental History», 97.16 Callon, «Some Elements of a Sociology of Translation», 4.17 Richard Spruce, Notas de un botánico en el Amazonas y en los Andes: apuntes de los viajes por el Amazonas y sus tributarios, el Trombetas, Rio
Negro, Uaupés, Casiquiari, Pacimoni, Huallaga y Pastaza (Ediciones Abya-Yala, 1996).
8
Amazonía; asimismo, tampoco se trata de enriquecer la teoría de redes de actores. Más bien, al
preguntarse por el papel de la naturaleza en la historia, busca valerse de las herramientas teóricas
que proveen estas dos propuestas para analizar las relaciones entre humanos y no-humanos,
identifcando que existe un diálogo entre dos entidades otrora entendidas como las dos partes de
un dualismo ontológico (naturaleza y sociedad). Este trabajo busca, entonces, demostrar que
dicho diálogo sin duda es parte fundamental del proceso de construcción de conocimiento
científco.
Con todo, este reconocimiento del papel activo de la naturaleza dentro de la historia, por
importante que sea, no es lo único que motiva esta investigación. Dentro de la larga y variada
lista de naturalistas que salieron de Europa en el siglo XIX buscando comprender y sistematizar
el mundo natural, es Richard Spruce quien más brilla por su ausencia en la historiografía de la
ciencia. Sorprendentemente, este naturalista, “uno de los más grandes de los naturalistas-
exploradores que representa también el Zeitgeist de su época,”18 y cuya labor botánica fue
comparada a la de Humboldt por George Bentham,19 fgura poco en la historia de la botánica
del siglo XIX más allá de algunas menciones en textos que se ocupan de materias que involucran
tangencialmente a este personaje. Existen dos libros sobre Spruce: Richard Spruce, 1817-1893:
Botanist and Explorer20 y Richard Spruce: Naturalist and Explorer21 pero su contenido es poco analítico en
términos históricos, y por ende no son particularmente útiles para una historia de la ciencia que
vaya más allá del personaje y los episodios anecdóticos. El primero se trata de una serie de textos
cortos escritos por autores pertenecientes a una enorme variedad de disciplinas, editado en el
marco de The Richard Spruce Centennial Conference patrocinada por la Sociedad Linneana y el Real
Jardín Botánico de Kew. Richard Evans Schultes (quien sabemos era gran admirador de Spruce),
el antropólogo Gerardo Reichel-Dolmatoff, y un pariente lejano de Spruce son algunas de las
personas que contribuyeron a este libro apologético del personaje. En el segundo, Michael
Pearson toma algunos de los escritos de Spruce y lleva a cabo una versión abreviada y
18 Victor Wolfgang Von Hagen, Sudamérica los llamaba: exploraciones de los grandes naturalistas : La Condamine, Humboldt, Darwin [y] Spruce (México: Nuevo Mundo., 1945), 14.
19 Spruce, Notas de un botánico en el Amazonas y en los Andes, xlii.20 M. R. D Seaward y S. M. D FitzGerald, eds., Richard Spruce, 1817-1893: Botanist and Explorer (Londres: Royal Botanic
Gardens, Kew, 1996).21 Michael B. Pearson, Richard Spruce: Naturalist and Explorer (Settle: Hudson History of Settle, 2004).
9
superfcial22 de la carrera de Spruce como botánico por lo que es poco lo que aporta a la
historiografía de la ciencia. También hay un tercer texto titulado Sudamérica los llamaba:
Exploraciones de los Grandes Naturalistas donde el autor, Victor Wolfgang von Hagen, hace un
recuento de la trayectoria de La Condamine, Humboldt, Darwin y Spruce. Sin embargo, éste
tampoco posee mayor originalidad ni constituye un gran aporte a la disciplina en tanto que más
que un escrito de carácter analítico o argumentativo, es un texto que se limita a resumir los viajes
de estos científcos. Hay que admitir, no obstante, que al tratarse de los únicos libros que versan
sobre la vida y actividad del botánico no se pueden descartar del todo pues aunque no aportan a
una discusión sobre la historia de la ciencia, sirven para complementar la información que no
está presente en las fuentes primarias consultadas.
En esta medida, son más útiles aquellos textos que versan sobre la relación entre ciencia e
imperialismo, pues es fácil situar a Spruce dentro de esta dinámica y partir de allí para responder
a las preguntas que nos hemos planteado. Richard Drayton, Lucile Brockway, Londa
Schiebinger, y Mauricio Nieto, entre otros, han dedicado valiosos trabajos al estudio de la
relación ciencia-imperialismo y discuten diversos aspectos de cómo está confgurada, por qué y
quiénes, e identifcan una red de intercambio global dentro de la cual están inmersos naturalistas,
instituciones, intereses políticos y económicos, mercancías, ideas, etc. Por ende, proveen el marco
idóneo para estudiar a la naturaleza en un papel activo dentro del quehacer científco durante la
era de los imperios pues ésta sin duda forma parte de esta red, no sólo en la medida en que
circula por ella sino también porque contribuye a constituirla. Así pues, cualquier estudio de la
historia de la ciencia que se centre sobre este periodo de tiempo debe hacer alusión a este aspecto
clave para entender las dinámicas políticas, comerciales y sociales que facilitaron el intercambio
antes mencionado. Conocer dónde y de qué modo se dan las interacciones que tejen las redes
globales de circulación del conocimiento permite discernir el papel de los agentes no-humanos
dentro de éstas.
Durante su travesía por la Hoya del Amazonas Spruce produjo una amplia cantidad de
material escrito, dentro del cual se encuentra su diario de viaje, notas sueltas, cartas, libros y
22 Sandra Knapp, «PEARSON M.B. Richard Spruce: Naturalist and Explorer», Archives of natural history 33, n.o 2 (1 de octubre de 2006): 371-72.
10
artículos de carácter científco. Muchos de estos documentos fueron reunidos y examinados por
su amigo y compañero naturalista, Alfred Russel Wallace, quien se dio a la tarea de recopilar los
escritos de Spruce y publicar Notas de un botánico en el Amazonas y en los Andes,23 el cual abarca la
totalidad del tiempo que el botánico estuvo en Sudamérica. Es gracias a Wallace que es posible
reconstruir el itinerario de Spruce en Perú y Ecuador, pues si bien los primeros ocho capítulos de
las Notas de un botánico estaban redactados con el propósito de ser publicados, no se puede decir lo
mismo del resto del contenido del libro. Así pues, el resto de las voluminosas Notas presentan la
voz de Spruce a través del fuerte trabajo de edición y reconstrucción de Wallace basándose en
textos dispersos que incluyen correspondencia, reportes y notas de viaje. Es importante tener esto
en cuenta, pues aunque la labor de Wallace es valiosa y nos permite tener a nuestra disposición
una variedad de documentos que de lo contrario estarían dispersos, también genera una
interferencia en la lectura de la fuente, de modo tal que leemos a Spruce a través del lente de
Wallace. A saber, el editor condensa, omite, acota, y ordena con el fn de “incluir en esta obra
todo lo que pudiera ser útil a los botánicos, así como las cuestiones de interés general para los
lectores” pero dejando por fuera “notas históricas y geográfcas de escaso interés general.” 24
Estamos limitados, entonces, por aquello que el editor considera importante.
Las consecuencias de esta labor editorial no pasan desapercibidas. Por ejemplo, en todo
el texto la única correspondencia transcrita es aquella del botánico con William J. Hooker,
George Bentham, Daniel Hanbury, John Teasdale, y otros pocos amigos y científcos europeos,25
incluyendo una mención especial de un episodio de correspondencia con Charles Darwin. De
igual modo, aunque Spruce se relacionó con numerosas personas durante su viaje, en las Notas no
hay indicios de que de el naturalista hubiese entablado contactos con científcos sudamericanos.
Esta ausencia es, sin embargo, producto de la omisión, pues sabemos que mantuvo contacto con
el ecuatoriano Alcide Destruge, quien colaboró con Daniel Hanbury a través de Spruce.26
23 Spruce, Notas de un botánico en el Amazonas y en los Andes.24 Ibid., xi, xii.25 Con la notable excepción del Señor Manuel Santander, su hospedero en Ambato, Tungurahua, Ecuador, con quien
compartía un mutuo aprecio evidente en su correspondencia. Sin embargo, cabe suponer que la razón por la cual el editor escoge incluir fragmentos de estas cartas es porque en ellas hay mención de un encargo de Spruce a Santander (la recolección de ejemplares de canelo ecuatoriano para su amigo Daniel Hanbury) que da cuenta de las difcultades que supone recolectar especímenes útiles del canelo.
26 Elisa Sevilla y Ana Sevilla, «Inserción y participación en las redes globales de producción de conocimiento: el caso del Ecuador del siglo XIX», Historia Crítica n.o 50 (1 de agosto de 2013): 85.
11
No hay que afigirnos por estos detalles. Después de todo Alfred Russel Wallace nos
permite acceder a una variedad de documentos que complementan la información sobre el viaje
de Spruce. Es valioso, por ejemplo, poder identifcar la diferencia en el tono y el tipo de
información que contienen las cartas del botánico a su amigo John Teasdale en comparación con
aquellas dirigidas a William Hooker, con quien mantiene una relación más profesional que de
amistad. Asimismo, es muy distinto el lenguaje científco de las descripciones botánicas que el
romanticismo con el que se expresa sobre el paisaje. Todas estas variaciones son importantes y su
relevancia se esclarecerá más adelante.
Así las cosas, vemos, por un lado, que existe poca literatura sobre Richard Spruce. No
obstante, los textos teóricos e históricos que permiten estudiar la labor científca de este personaje
partiendo de una problemática específca (esto es, las relaciones entre humanos y no-humanos en
un proceso histórico) son abundantes, de manera que es posible contextualizar a Spruce;
comprender las dinámicas en las que se encuentra inmerso; conocer las herramientas que utiliza
para interpretar el mundo natural; discernir la forma en la que entiende a la naturaleza y, por
ende, la forma en la que se relaciona con ella. Por último, un valioso corpus de fuentes primarias,
analizado a través del lente teórico que ya hemos expuesto, permite estudiar a la naturaleza
dentro de un papel activo y en un diálogo constante con Spruce. Así, podemos observar una
naturaleza dinámica en la construcción de las redes de intercambio y producción de
conocimiento en las que circula.
V I S I O N E S D E L M U N D O N A T U R A L: L A S N A T U R A L E Z A S D E L A A M A Z O N Í A
Cuando Richard Spruce zarpó con destino al Brasil ya tenía una idea de qué se iba a
encontrar. Humboldt y von Martius, a quien Spruce leyó durante su formación autodidacta
como botánico, ya habían visitado la región amazónica; Alfred Russel Wallace y Henry Walter
Bates se le habían adelantado, viajando a la Amazonía en 1848 – un año antes de que Spruce
comenzara su travesía. Estos son sólo los antecedentes más inmediatos; ya en el siglo XVI
12
Francisco de Orellana y Lope de Aguirre habían navegado las aguas del Amazonas. En el siglo
XVIII Charles-Marie de La Condamine también siguió el curso del río hasta su desembocadura.
No obstante, no fue sino hasta 1808 que Brasil le abrió sus puertos plenamente a los navíos
ingleses, holandeses, franceses e irlandeses, inundando la corriente amazónica de viajeros
europeos.27 Para cuando Spruce realizó su viaje, entonces, ya había sufcientes reportes de la
región que sin duda informaron el Amazonas de Spruce.
Ahora bien, además de contar con numerosas narrativas que alimentaban el imaginario
en torno a la Amazonía, Spruce también llegó con una forma particular de aproximarse al
mundo natural producto de su condición de explorador-científco. Como ya he mencionado,
Richard Spruce se formó de manera autodidacta como botánico, explorando y recolectando
especímenes de las zonas circundantes a Ganthorpe, cerca a York, Inglaterra. Estas expediciones
fueron sumamente prolífcas, resultando en extensas listas de la fora de varias localidades
cercanas y, posteriormente, con la publicación de artículos sobre plantas raras en una joven
revista, The Phytologist. Su actividad como afcionado a la botánica llamó la atención de personajes
prominentes en el mundo de las plantas, incluyendo al señor Borrer de Henfeld y a William
Jackson Hooker (director del Real jardín botánico de Kew). Entre los dos colaboraron para
enviar a Spruce a recolectar especímenes de musgos y hepáticas en los Pirineos entre 1845 y
1846, viaje que se autofnanciaría a través de la venta de colecciones de plantas disecadas y
cuidadosamente clasifcadas. Evidentemente, aunque Spruce era un botánico autodidacta y
aunque sus exploraciones no estaban “ofcialmente” asociadas con alguna institución, sus
actividades se encontraban mediadas por una serie de vínculos que lo ataban a la gran empresa
botánica que estaba creciendo en Inglaterra para ese entonces. En tanto que la ciencia
necesariamente es un proceso social, su relación con Hooker y por extensión con Kew, la
infuencia de los naturalistas que lo antecedieron y el contexto del auge de la ciencia imperial de
la botánica económica28 informaron la actividad científca de Spruce. Así, cuando leyó por
primera vez El viaje del Beagle y deseó hacer por la botánica de Sudamérica lo que Darwin había
hecho por su zoología,29 Richard Spruce tenía en mente un trópico en particular, que había
tomado forma en su imaginario gracias a estas infuencias.
27 Hugh Raffes, In Amazonia: A Natural History (Princeton: Princeton University Press, 2002), 128.28 Ibid., 143.29 Von Hagen, Sudamérica los llamaba, 361.
13
En pensar en el papel histórico de la naturaleza es necesario preguntarse por las formas
en la que ésta ha sido entendida por los seres humanos en el tiempo y el espacio. Pues bien, si se
trata de estudiar la relación entre naturaleza y sociedad en el contexto de los estudios científcos,
es preciso comprender cómo la ciencia ha percibido, y por ende abordado, a su propio objeto de
estudio. En su diccionario de palabras clave sobre cultura y sociedad,30 Raymond Williams
reconoce que la naturaleza, como concepto, tiene un desarrollo histórico a lo largo de un amplio
periodo de tiempo, de manera que refeja los grandes cambios en el pensamiento humano.31 Por
lo tanto, vale la pena esclarecer cómo se percibía la naturaleza en la época en la que Spruce
emprendió su viaje y, más específcamente, identifcar las ideas que circulaban en torno a la
naturaleza tropical y amazónica con el fn de situar los escritos de Spruce y los reportes de su
viaje en Hooker's Journal of Botany dentro de una mirada específca de la naturaleza con la que se
encontró el naturalista.
Los siglos XVIII y XIX vieron la llegada de Europa a los lugares más distantes de la
tierra; para el siglo XVIII la red colonial que Europa había construido a lo largo y ancho del
globo estaba más que consolidada. No obstante, fue durante estos dos siglos que Europa llegó, a
través de sus naturalistas, a los montes más altos, los paisajes más inhóspitos y las selvas más
espesas en busca de novedades para la historia natural. El “ojo imperial” del naturalista llevó
estos lugares a Europa a través de diversos medios, donde los diarios, cartas, y libros que
surgieron a raíz de estos viajes constituyen una de las miradas más enriquecedoras y directas a las
diferentes naturalezas que circularon hacia Europa y por el mundo. Todos estos textos son ricos
en descripciones de los lugares a los que llegaban los naturalistas y exponen una visión particular
del mundo natural que guiaba el quehacer de estos personajes. Germán Palacio ha hecho una
síntesis de las apreciaciones de la naturaleza tropical en la historia, recordándonos que en
primera instancia fue interpretada como edénica, según las descripciones de Cristóbal Colón.
Posteriormente, Alexander von Humboldt presentó una visión de la naturaleza como armoniosa
e interconectada, mostrando la naturaleza americana como prácticamente desprovista de huella
humana, con “paisajes grandiosos pero vacíos [donde] apenas sí aparecen seres humanos.”32 No
30 Williams, Palabras clave: Un vocabulario de la cultura y la sociedad.31 Ibid., 238.32 Palacio, «Historia tropical», 78-9.
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obstante, continuando con el recuento de Palacio, para el siglo XIX el trópico se perfló en el
imaginario europeo como una región infestada por insectos, bichos y feras; un ambiente
malsano, el trópico era un lugar donde la salud humana estaba amenazada por enfermedades,
miasmas y una naturaleza hostil.33 A pesar de ser visiones contrastadas, esto no quiere decir que
fueran excluyentes. Sabemos que las narrativas sobre un lugar no se desvanecen fácilmente, y
menos en el espacio de menos de un siglo entre el viaje de Humboldt y Bonpland y el arribo de
Spruce al continente americano. Una categoría problemática, la naturaleza no es universal,
estática o inmutable como se tiende a creer. Antes bien, tiene múltiples dimensiones y
defniciones construidas en tiempos y espacios determinados por los diversos pueblos que han
interactuado con ella, todos de formas distintas. Por ende, es un concepto historizable, razón por
la cual resulta más apropiado hablar de varias “naturalezas” y no de una “naturaleza.”34 La
historicidad de este concepto se hace evidente en las palabras de los naturalistas que se
embarcaron hacia América, Asia y África con el propósito de develar sus secretos y hacerse con
sus productos.
La Amazonía no escapa esta multiplicidad de visiones de la naturaleza tropical y no es de
extrañar que en los escritos de Spruce fgure como edénica, grandiosa, e infernal a la vez.
Después de todo Spruce leyó a Humboldt y lo trae a colación en numerosas ocasiones en sus
escritos, a menudo comparando lo que observa con lo que ya había documentado el prusiano.35
Además, Spruce no era ajeno a un contexto que, como lo ilustra Palacio, percibía al trópico
como un lugar sumamente odioso que induce a la indolencia y donde, comenta el botánico, los
europeos “que han llevado una vida activa en este clima, sin cuidarse del sol ni de la lluvia, gozan
invariablemente de buena salud; mientras que los que se entregan a la vida fácil de los brasileños
(y son la mayoría), se vuelven enfermizos, obesos y hostiles al ejercicio.”36 Para Spruce, al igual
que para Henry Walter Bates quien estuvo en la Amazonía entre 1848 y 1859, y de acuerdo con
el pensamiento victoriano en general, la naturaleza amazónica tiene la capacidad de degenerar el
33 Ibid., 79.34 En su capítulo introductorio a William Cronon, ed., Uncommon Ground: Toward Reinventing Nature (Londres y Nueva York: W.W.
Norton & Co., 1995), Cronon identifca ocho versiones de la “naturaleza” que encuentra problemáticas. Se trata de 1) Naturaleza como esencia 2) Naturaleza como un imperativo moral 3) Naturaleza Edénica 4) Naturaleza como artifcio, comouna construcción cultural consciente 5) Naturaleza como realidad virtual 6) Naturaleza como mercancía 7) Naturaleza como un otro demoniaco 8) Naturaleza como terreno en disputa.
35 Spruce, Notas de un botánico en el Amazonas y en los Andes, 64.36 Ibid., 159.
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espíritu de quienes se entregan a la vida fácil de un ambiente donde la fruta cae madura de las
ramas del árbol.37
Sin embargo, a pesar de percibir un ambiente hostil, los exploradores-científcos del siglo
XIX (Spruce incluido) encontraron en el Amazonas una naturaleza exuberante, sobrecogedora,
altamente desconocida para Europa, alimentada por el imaginario del mítico Dorado.38 De
hecho, cuando William Jackson Hooker publicó por primera vez acerca del viaje de Spruce en el
primer volumen de su Journal of Botany, describió el destino del botánico como un lugar
inexplorado por la botánica el cual, a pesar de haber visto a algunos naturalistas, seguía siendo
un territorio en su mayoría virgen.39 Asimismo, en los primeros capítulos de las Notas de un
botánico, los diarios y cartas de Spruce muestran sus apreciaciones iniciales respecto a la
naturaleza con la que se encontró al desembarcar en Pará. Naturalmente, el lenguaje y el tono de
estas descripciones cambió conforme fue avanzando el viaje. Mientras que el primer encuentro
suscitó reacciones de admiración y encanto, el lenguaje romántico que exalta el carácter sublime,
prístino e imponente del entorno donde se encuentra se va viendo mermado con el tiempo. Por
ejemplo, estando en Manaos (del 10 de diciembre de 1850 al 14 de noviembre de 1851) en agosto
de 1851, describe el paisaje del punto donde confuyen el Solimões y el Río Negro en el
Amazonas40 de la siguiente manera: “El panorama es magnífco. Es imposible mirar tan grandes
masas de agua en el centro de un vasto continente, dirigiéndose al océano, sin sentir la mayor
admiración; y cuando se mira el agua en la puesta del sol – como varias veces lo he hecho – y
después cuando la obscuridad desciende convirtiendo todo en una masa informe, aunque se
distingue perfectamente del tumulto de las aguas, en nuestro espíritu se mezclan la ternura y el
dolor.”41 Dos años más tarde, en San Carlos, dice “Sin embargo, el cuadro más sorprendente era
la montaña a mi espalda, y cuando dirigí la mirada hacia esa parte, me pareció la estructura más
digna del pincel de un pintor que viera en toda la América del Sur. Es imposible dar en palabras
todo el mérito que tenía el panorama.”42 El lector no puede evitar imaginarse a Caspar David
Friedrich como el pintor romántico que evoca Spruce, o las imágenes de la diminuta fgura de
37 Raffes, In Amazonia, 9.38 Candace Slater, Entangled Edens: Visions of the Amazon (Berkeley: University of California Press, 2002), 39.39 Hooker, Hooker’s Journal of Botany and Kew Garden Miscellany, 1850, 2:20.40 El Solimões es el mismo Amazonas a partir del punto donde confuyen el Solimões y el Río Negro, cerca a Manaos.41 Spruce, Notas de un botánico en el Amazonas y en los Andes, 158.42 Ibid., 242.
16
Humboldt a las faldas del imponente Chimborazo. Se trataba, después de todo, de la era de lo
sublime.43
Ahora bien, en medio de estas dos visiones contrastadas, más no excluyentes, del mundo
natural residía la ansiedad de percibir una naturaleza abundante pero subutilizada. A saber, a
pesar de la exuberancia de la naturaleza tropical, “las personas perezosas e ignorantes parecen
absolutamente incapaces de sacar provecho de estas ventajas naturales.”44 Observar una tierra en
apariencia desaprovechada llenaba de angustia a los naturalistas como Bates y Spruce. Después
de todo, en el mundo de la botánica económica confuían ideas políticas, económicas y religiosas
que informaban el deber ser de la naturaleza y el papel de los seres humanos en el ordenamiento
de ésta. Se trataba, pues, de un aparato ideológico que le daba forma a la idea de que el
conocimiento del mundo natural permitía el mejor uso posible de los recursos.45 De ahí se
desprendía que el ordenamiento racional de la naturaleza (a través de sistemas de clasifcación,
jardines botánicos, museos de historia natural, y otras herramientas utilizadas para la apropiación
del mundo natural) traía consigo la prosperidad. John Gascoigne nos ayuda a ver más allá,
argumentando que esta visión de la naturaleza y la explotación de sus recursos tiene raíces en el
libro del Génesis, pues la tradición judeocristiana ha reforzado el mensaje de que la tierra y todo
sobre ella es para uso de Adán y su descendencia. Así, Gascoigne trae a colación las refexiones
de Richard Drayton, quien afrma que “el providencialismo cristiano […] fue la raíz primaria del
imperialismo europeo”46 Se entendía, pues, que volver a la tierra productiva era la voluntad de
Dios para cumplirse tanto en Europa como en el exterior.47 Es de este proyecto que buscaba
mejorar el uso de la tierra, así como mejorar al imperio británico, que nació la botánica
económica – una ciencia todas luces imperial con énfasis en la naturaleza que pudiera ser (o
hacerse) útil.
Las ideas de Richard Spruce al respecto son claras. Desde San Carlos de Río Negro le
escribió a Hooker una carta fechada 19 de marzo de 1854 lamentándose porque “las plantas
43 Raffes, In Amazonia, 131.44 Henry Walter Bates citado en Ibid., 124.45 Richard H. Drayton, Nature’s Government: Science, Imperial Britain, and the «Improvement» of the World (New Haven: Yale University
Press, 2000), xv.46 Ibid., 270.47 John Gascoigne, «Science and the British Empire from its Beginnings to 1850», en Science and empire: knowledge and networks of
science across the British Empire, 1800-1970, ed. Joseph M. Hodge y Brett M. Bennett (Houndmills, Basingstoke y Hampshire: Palgrave Macmillan, 2011), 48.
17
productoras de aceite abundan en esta región, pero debido a la población actualmente escasa y a
sus hábitos de pereza, es muy difícil conseguir siquiera una pequeña cantidad de aceite, resina u
otro artículo semejante, que en Europa sería muy apreciado.”48 En su diario de 1855, durante su
estancia en Barra do Río Negro, recuerda: “Cuando yo subí por el Río Negro en 1851, mostré a
sus habitantes la abundancia de árboles de caucho que tenían en sus selvas, y procuré
convencerlos de que entrasen en el negocio del caucho, sin recibir más que negativas y silencio.
Finalmente la demanda de caucho, especialmente de los Estados Unidos, empezó a sobrepasar la
oferta; por consiguiente los precios subieron rápidamente, hasta que en 1854 llegó al precio
extraordinario de 38 milreis (£ 4:8:8) por arroba, un poco más de 5 chelines por libra.”49
En medio de esta multiplicidad de apreciaciones del mundo natural, si hay algo que no
está sujeto al carácter social y cultural de la idea de “naturaleza”, son las realidades biofísicas de
la región en cuestión.50 Es decir, existen procesos biológicos, químicos y físicos que no se pueden
negar; son tangibles y existen en sí mismos. A saber, sería una equivocación olvidar que la
naturaleza no es una creación humana en el sentido primordial; para que existan las dimensiones
perceptivas o culturales de ésta, es necesaria su existencia material.51 En su trabajo como
coleccionista y botánico, y en su misión de enviar ejemplares a sus suscriptores, Spruce identifcó
ciertos aspectos de esta realidad material para recolectar, disecar, describir, y enviar de vuelta a
Inglaterra. Esta selección estaba mediada, en primera medida, por las percepciones del mundo
natural anteriormente esbozadas, pero también se veía infuenciada por criterios de clasifcación
del mundo natural particulares de la época. Como afrma Hugh Raffes, el siglo XIX era un
mundo de taxonomías emergentes donde el desorden aparente de la naturaleza solamente
ocultaba su lógica subyacente.52 La infuencia de estas taxonomías sobre la manera en la que
Spruce le dio forma a la botánica amazónica se hace evidente en el hecho de que para Spruce no
había una sola forma de representar la naturaleza, sino que se refería a ella de maneras diferentes
dependiendo del público al que estuviese dirigido el texto, bien se tratara de su diario de viaje,
cartas para fguras botánicas o correspondencia íntima. Así pues, en sus escritos hay naturaleza
48 Spruce, Notas de un botánico en el Amazonas y en los Andes, 325.49 Ibid., 347.50 Pádua, «The Theoretical Foundations of Environmental History», 88.51 Ibid., 93.52 Raffes, In Amazonia, 116.
18
para contemplar, naturaleza sublime; pero también hay naturaleza para estudiar, secar en hojas
de papel y describir con el lenguaje científco apropiado. Sobra decir que no todas las naturalezas
y taxonomías están representadas en estos textos. Pues bien, las infuencias institucionales y
epistemológicas de la ciencia victoriana53 le permitían a Spruce escoger, dentro de todos los
procesos bioquímicos a su alrededor, las naturalezas que enviaría de vuelta a Inglaterra.
N A T U R A L E Z A S (I N) V I S I B L E S
El proyecto científco es un proceso dentro del cual diferentes actores establecen una
relación que tiene como resultado una serie de productos y consensos. Así pues, aquellos
“descubrimientos” que hacía Spruce en la Amazonía no eran reconocidos como tal a menos de
que contaran con el respaldo de una institución como Kew, un agente botánico como George
Bentham, o un William J. Hooker difundiendo las noticias de sus exploraciones en una
publicación reconocida, como Hooker's Journal of Botany. Una nueva especie o género no se
aparece repentinamente frente a los ojos del botánico, irradiando novedad; no se inserta, como
una pieza de un rompecabezas, dentro de un espacio vacío dentro del cuadro del conocimiento
como si siempre se hubiese estado buscando aquello que hacía falta. Más bien, una nueva especie
o género se construye como tal a través de un proceso de incorporación a un corpus de
conocimiento según parámetros determinados. Así pues, es necesario entender los
descubrimientos como procesos sociales que adquieren sentido de manera colectiva.54 Por ende se
deduce que no todas las naturalezas se hacen visibles, pues para que lo hagan deben encajar
dentro de ciertas categorías y ser reconocidas por una comunidad. En efecto, dentro de la amplia
diversidad de la Amazonía, Spruce sólo escogió 7,000 especímenes para enviar a sus suscriptores
europeos. De ahí surge la pregunta ¿Cómo se hace visible la naturaleza?
En un trabajo reciente Neil Safer describe las prácticas de la ciencia europea como
“actos socialmente fjados compuestos de gestos teatrales repetitivos” donde las observaciones
53 Ibid., 115.54 Mauricio Nieto Olarte y Tomás Martín, 1492: el «descubrimiento» de Europa y la comprensión del Nuevo Mundo, Documentos del
CESO 99 (Bogotá: Universidad de los Andes, CESO, 2004), 5.
19
eran codifcadas a través del registro de datos y donde la socialización pública era una paso clave
para la recolección, análisis y comunicación de estos datos a un público más amplio.55 En otras
palabras, lo que este autor está diciendo sobre las prácticas científcas es que, para el siglo XVIII
– época en la que se enmarca su estudio –, éstas estaban institucionalizadas de manera que eran
legítimas en la medida en que una comunidad científca las reconociera como tal. Para ello,
debían ser prácticas “universales” (de ahí que las describa como “gestos teatrales”, es decir, gestos
que puedan ser replicados) constituidas por una serie de relaciones sociales. Sus resultados debían
poder ser transportados y comunicados, frecuentemente en forma de texto, para así ser
socializados y por consenso aceptados como conocimiento científco. Así las cosas, aquellas
formas de aprehender el mundo natural que estuviesen fuera de lugar en la obra del
conocimiento científco eurocéntrico producían conocimiento que era rápidamente despachado
del teatro y no tenía ninguna cabida dentro del libreto de la ciencia occidental. Siguiendo esta
idea, de allí también surgían naturalezas que no tenían cabida dentro de la historia natural
europea (esto es, reconocida por Europa).
Richard Spruce es considerado por algunos como el pionero de la etnobotánica pues, en
contraste con otros naturalistas, en sus escritos se resaltan los nombres locales de las diferentes
plantas que recolecta y se le otorga gran importancia a los usos que a ellas dan los nativos del
Amazonas. Sin embargo, no por esto dejaba de privilegiar a la ciencia europea como el método
más adecuado para acceder al conocimiento. Por ejemplo, comenta que “A decir verdad las fores
de los árboles amazónicos son a veces tan modestas, sea por su pequeñez o por el color verde que
se asemeja al de las hojas, que nadie, si no es un botánico, las distinguiría.”56 (Énfasis mío) Es decir,
sólo una persona entrenada en el campo de la botánica y familiarizada con la taxonomía europea
podrá distinguir entre una planta y otra y por ende ordenarla dentro de las categorías adecuadas
de género y especie.57 Ahora bien, la determinación taxonómica requiere que el botánico tenga
acceso (como mínimo) a la for y el fruto de la planta en cuestión, por lo que no ha de
sorprendernos el fracaso de Spruce en identifcar la variedades de mandioca a partir de sus hojas
únicamente, cosa que un indígena sí consiguió hacer.58 No obstante su incapacidad de reconocer
55 Neil Safer, Measuring the New World: Enlightenment Science and South America (Chicago y Londres: University of Chicago Press, 2012), 5.
56 Spruce, Notas de un botánico en el Amazonas y en los Andes, 26.57 Esta distinción no existe en sí misma, claro, sino que depende del criterio taxonómico con el que se observen las plantas.58 Spruce, Notas de un botánico en el Amazonas y en los Andes, 8.
20
las variedades que trajo el indio, Spruce deja claro que las ocho o nueve variedades que tenía
ante sí eran “la Manihot utilissima de los botánicos.”59 A saber, el naturalista redujo a una especie lo
que los indígenas identifcan como ocho o nueve cosas distintas; yendo más allá, aunque en la
actualidad la yuca (Manihot esculenta Crantz) es reconocida por la ciencia occidental como una
única especie, las diferentes culturas amazónicas han identifcado entre 15 y 137 especies distintas
(en promedio 22 especies por lengua).60 Sin embargo, aunque Richard Spruce sin duda alguna
valoraba el conocimiento que le compartían los nativos sobre los usos de que le daban a las
plantas (si no fuera este el caso no se le reconocería como etnobotánico), es claro que para él el
conocimiento legítimo en lo referente a la clasifcación de las plantas dentro de un “orden
natural” no podía provenir de un proceso distinto a la pantomima que describe Safer. Que
existiera más de una especie de yuca era irrelevante para Spruce; a pesar de que los indios le
habían enseñado ocho diferentes tipos de esta raíz, seguía existiendo una única Manihot utilissima
Pohl, pues sólo ésta se adhería a los criterios de clasifcación determinados por la ciencia europea
a partir de un método específco de observación.
En una línea similar, hay un episodio en el cual Spruce asiste a una festa donde se canta
la leyenda del descubrimiento de la yuca. El botánico la transcribe:
Igual que el árbol de la vida en el jardín del Edén, el árbol de la yuca se erguía solitario en
medio de la selva. Era un árbol inmenso, más o menos como la saumaúma de nuestros días; todos
los mortales huían de él, conociendo sus propiedades mortíferas. Finalmente, un ave enseñó a un
indio como podía eliminar el veneno de la raíz, convirtiéndola en alimento. El ave se llamaba japú.
Todos corrían a proveerse de la raíz maravillosa, hasta que el árbol no produjo más. Entonces se
pusieron a cortar las ramas. Cada rama era del tamaño del talo de la planta de la yuca, tal como
existe ahora. Cuando se la clavó en el suelo, produjeron tubérculos semejantes a los de la planta
afín. Cada rama principal daba una variedad diferente del resto, es decir, todas las variedades de la
yuca que ahora se conocen. Ahora puede llamarse con razón el árbol de la vida para los habitantes
del Amazonas y sus tributarios.61
59 Ibid. La Manihot utilissima Pohl de la que habla Spruce hoy en día es sinónimo de Manihot esculenta Crantz.60 William Balée, «Native Views of the Environment in Amazonia», en Nature Across Cultures: Views of Nature and the Environment in
Non-Western Cultures, ed. Helaine Selin (Dordrecht y Boston: Kluwer Academic Publishers, 2003), 278.61 Spruce, Notas de un botánico en el Amazonas y en los Andes, 206.
21
Este episodio, además de explicar de dónde vienen las variedades de yuca que ni Spruce ni la
botánica pueden ver, también muestra un aspecto del conocimiento muy particular. Londa
Schiebinger identifca que aunque en esta época los europeos valoraban el conocimiento
amerindio que les resultaba útil, el conocimiento viajaba verticalmente en una cadena
antropocéntrica y eurocéntrica. Comenzando por las curas instintivas de los animales, pasaba a
los indígenas y, fnalmente, a los europeos.62 Por ejemplo, continúa Schiebinger, Charles-Marie de
La Condamine narra la leyenda del descubrimiento de la quina (Cinchona offcinalis L.) a raíz de la
observación de los leones sudamericanos que masticaban la corteza del árbol para aliviar las
febres, práctica que los indígenas emularon. Esta y otras leyendas son muestra de que no todas
las observaciones constituyen “observaciones” en el sentido experimental de la palabra; por lo
menos no en cuanto a experimentación científca se trata. Retomando el trabajo de Schiebinger,
ésta señala que Edward Long (1734 – 1813), durante su estadía en Jamaica, acusaba a los negros
de utilizar sus hierbas de manera arbitraria, “como simios”, conociéndolas únicamente por el
instinto que les había sido otorgado por Dios para su preservación.63 Así las cosas, la producción
del conocimiento mediante la observación de la conducta animal se contraponía a la empresa
científca y su pretensión de racionalidad; por ende, no era válida. Ingerir o aplicar
arbitrariamente los productos de la tierra tampoco lo era, pues esto también lo hacen las bestias,
y aunque Spruce incurrió en este tipo de comportamiento lo que marcaba la diferencia es que
éste se aproximaba a la naturaleza con los gestos teatrales de la ciencia occidental. Spruce
contaba con un aparato enorme de apoyo ideológico, instrumentos científcos, lenguaje
especializado y el aval institucional de William Jackson Hooker. Esta forma de acercarse al
mundo natural para comprenderlo y clasifcarlo evidentemente producía naturalezas distintas a
las que producen las aproximaciones comentadas. Estas últimas metodologías no producían
naturalezas visibles para la ciencia, mientras que las primeras sí lo hacían. Además de aquellas
que eran producidas por un método ilegítimo, en los escritos de Richard Spruce se hace aún más
evidente que hay otras naturalezas invisibles en tanto que indeseables, así como las hay útiles y
bellas.
62 Londa L. Schiebinger, «Prospecting for Drugs: European Naturalists in the West Indies», en Colonial Botany: Science, Commerce, and Politics in the Early Modern World, ed. Londa Schiebinger y Claudia Swan (Filadelfa: University of Pennsylvania Press, 2005), 124.
63 Ibid., 125.
22
N A T U R A L E Z A S Ú T I L E S Y B E L L A S
Como parte de su labor en la Amazonía y los Andes ecuatoriales, Spruce debía enviar de
vuelta a Inglaterra especímenes botánicos para los jardines de Kew y para sus más de 30
suscriptores, quienes pagaban £2 por cada cien especies. Pero, adicionalmente, la nota que
publicó William Hooker en el primer reporte sobre el viaje de Spruce en el Journal of Botany
anunciaba la disponibilidad del botánico para enviar semillas y plantas vivas a los agricultores
que así lo deseasen.64 Ya he comentado sobre las bases de la disciplina de la botánica económica
que surgió y tuvo auge en la Inglaterra victoriana, por lo que la primera naturaleza que salta a la
vista es, pues, la naturaleza útil.
Que a Richard Spruce se le considere uno de los primeros etnobotánicos no es fortuito.
En sus diarios y cartas abundan las referencias a los diferentes usos de las plantas amazónicas.
Aunque en ocasiones se queja de la subutilización de los recursos, no deja de reconocer la amplia
gama de productos vegetales que son de utilidad para los seres humanos, identifcados a partir de
las observaciones que hace de los nativos y su relación con el mundo vegetal. En muchas
ocasiones a partir de su propia experimentación pudo corroborar si una planta era, en efecto,
comestible o si un remedio local era efectivo contra los diferentes males que le aquejaron en el
Amazonas. Sin embargo, como la mayoría de los naturalistas, contaba con colaboradores locales
que le proveían información sobre las plantas y sus usos tales como artesanos, médicos empíricos,
yerbateras, capitanes de barcos, etc. Éstos le permitían no sólo acumular ejemplares, sino
también información precisa que era clave para poder comercializar las plantas útiles. En efecto,
sabemos a partir de los escritos de Spruce y de otros naturalistas hasta qué punto estaban
involucrados con la gente local para la obtención sobre los lugares, precios y formas de evaluar la
calidad de los productos.65 Lo que diferencia a Richard Spruce de los naturalistas sobre los que
habla Harold J. Cook en su estudio sobre Jacobus Bontius es que Spruce daba cuenta de sus
colaboradores la mayoría de las veces; no presentaba la información que encontraba como
descubrimientos propios, sino que hacía evidente que el medio principal para adquirir
64 Hooker, Hooker’s Journal of Botany and Kew Garden Miscellany, 1850, 2:21.65 Harold J. Cook, «Global Economies and Local Knowledge in the East Indies: Jacobus Bontius Learns the Facts of Nature»,
en Colonial Botany: Science, Commerce, and Politics in the Early Modern World, ed. Londa Schiebinger y Claudia Swan (Filadelfa: University of Pennsylvania Press, 2005), 100.
23
información sobre las plantas útiles era a través del contacto con otras personas, sus experiencias
y sus reportes.66 Si bien es cierto que estos informantes frecuentemente son representados como
homogéneos, y pocas veces son identifcados por su nombre, el hecho es que Spruce no vacilaba
en escribir que los indios le habían informado de una cosa, o que uno de sus acompañantes
indígenas le había hecho notar otra. Adicionalmente, en 1870 escribió un artículo sobre los
narcóticos y estimulantes locales usados por los indios del Amazonas donde, “aparte del tópico
central, [aborda] las creencias y las costumbres de los indios que usan estos narcóticos, así como
los procedimientos de sus pajés o curanderos. […] introduciendo digresiones descriptivas y toques
humanos en lo que de otra forma sería una exposición de carácter puramente botánico y
farmacéutico.”67 En sí, Spruce no sólo daba cuenta de las novedades vegetales de la Amazonía,
sino también de los usos (culturales, si no cotidianos) que los locales les dan a éstas.
Ahora bien, aún cuando la labor etnobotánica de Spruce consistía en identifcar los usos
locales de las plantas, no por esto todas las plantas con utilidad aparente eran aptas para las flas
de la botánica económica. Retomando el ejemplo del artículo Sobre algunos narcóticos importantes de
la cuenca del Amazonas y el Orinoco, aunque el botánico identifca y reconoce el uso alucinógeno del
Caapí o aya-huasca (Banisteria caapi Spruce ex. Griseb.)68, no por esto quiere decir que la
considerase apta para el comercio. Por el contrario, sólo aquellas plantas que se pudieran utilizar
como alimento, medicina, materia prima o de manera ornamental eran útiles en el sentido
botánico-económico de la palabra. En un apartado sobre la vegetación de Santarem, por
ejemplo, dice que se limitará a mencionar solamente unos pocos árboles que son notables por sus
productos y acto seguido describe la Itauba negra (Acrodiclidium ita-uba Meisn.)69 y la amarilla,
cuya madera es “la más apreciada de todas para la construcción de buques.”70 A propósito de
esta misma planta y los experimentos de Spruce, continúa, “la madera de Itauba es algo más
pesada que el agua; de manera que una canoa hecha de esta madera se hunde infaliblemente
cuando se llena de agua, como mismo he podido experimentarlo; pero para la construcción de
un buque grande, no hay mejor madera que ella.”71 Pero la Itauba no sólo es útil como materia
66 Ibid., 102.67 Spruce, Notas de un botánico en el Amazonas y en los Andes, 657.68 Hoy en día Banisteriopsis caapi (Spruce ex. Griseb) Morton. La especie fue reubicada al género Banisteriopsis por Conrad
Vernon Morton en 193169 Hoy en día Mezilaurus ita-uba (Meisn.) Taub. ex Mez. La especie fue reubicada al género Mezilaurus por Paul Hermann
Wilhelm Taubert en 1892.70 Spruce, Notas de un botánico en el Amazonas y en los Andes, 101.71 Ibid.
24
prima, contiene una única semilla “buena para comer a pesar de su sabor fuertemente resinoso.
A veces se saca vino de ella, como la pulpa de Assai y otras palmeras. Los brasileños la
comparan, con mucha razón, con una pequeña variedad de la oliva, de la cual importan grandes
cantidades desde Portugal.”72
Otra planta notablemente útil y de gran importancia económica es la del Guaraná
(Paullinia cupana Kunth). Esta planta, investigada previamente por von Martius, tiene propiedades
casi idénticas a la cafeína y la teína, por lo que es “ligeramente astringente y muy estimulante
para el sistema nervioso.”73 Spruce cuenta que, además, tiene la fama de ser un gran remedio
contra la diarrea, pero afrma que no ha podido confrmarlo, pese a sus intentos de probar esta
propiedad de la planta en sí mismo y en otros, por lo que el saber popular queda en duda ante la
autoridad del empirismo. Ahora bien, los usos y la efectividad de la planta no obstante, el caso
del Guaraná ilustra la idea del progreso y el “mejoramiento” en relación al uso adecuado y
efciente de los recursos naturales que mencioné previamente. En una de las pocas notas de
carácter histórico que Wallace dejó intactas en Notas de un botánico Spruce esboza el surgimiento
de la ciudad de Luzea la cual, “aunque no aparecía en ningún mapa publicado hasta 1851, era
un lugar de creciente importancia que se enorgullecía de su iglesia y su capilla, y que tenía varios
almacenes y algunos residentes blancos. Fue fundada por los portugueses en 1800 con 243
familias de los indios Mauhé y Mundrucu. El Gobierno contribuyó con herramientas y construyó
una iglesia. En 1803 la población subió a 1627 almas, de la cual 118 eran blancos.”74 Para Spruce
y el pensamiento orientador de la botánica económica no cabía duda, “el progreso de Luzea,”
dice el botánico, “se ha debido enteramente a que es el centro del cultivo del Guaraná, del cual
hay cerca de la ciudad varios sembríos llamados guaranals, y también más arriba de Mauhé en el
Canomá.”75
No es coincidencia que en 1847, poco antes de que Spruce se embarcase en su travesía
amazónica, William Jackson Hooker inaugurase el museo de botánica económica en Kew. Con el
auge de la botánica económica, y gracias a las redes de viajeros naturalistas institucionalizadas
años antes por Joseph Banks, miles de plantas fuyeron desde las fronteras coloniales hacia
72 Ibid.73 Ibid., 117.74 Ibid., 115-16.75 Ibid., 116.
25
Inglaterra enviadas por naturalistas, ofciales militares, embajadores y otros representantes de la
Corona en ultramar. La importancia de las plantas útiles era tal que Hooker escribió el capítulo
sobre botánica del Manual of Scientifc Enquiry,76 un texto diseñado para que los ofciales en la
armada inglesa estuviesen informados del tipo de plantas que debían enviar de regreso a casa, así
como los métodos para prepararlas. Hooker fue claro en cuanto a qué tipo de “productos
vegetales” eran deseables: “Por [productos vegetales] entendemos objetos tales como sustancias
médicas (cortezas, raíces, gomas, resinas y demás), tintes, fbras útiles, maderas interesantes, semillas
aceitosas, con su aceite preparado, sustancias farináceas,– fnalmente, cualquier derivado vegetal
merece atención por causa de su utilidad para el hombre.”77 Los aportes de Spruce a este museo
no fueron pocos, y en la actualidad hay una exposición de plantas amazónicas que alberga las
contribuciones de este naturalista.
Sin embargo, a pesar de que Richard Spruce estaba inmerso en un paradigma de la
botánica dentro del cual primaban las plantas útiles sobre aquellas que no lo eran, sería un error
pensar que descartaba para la recolección todo aquello que no cumpliese con esta característica.
Antes bien, Spruce se interesó inicialmente por los musgos y las hepáticas, grupos que, en
palabras del mismo botánico, son escasamente útiles o productivos. Aún cuando la botánica
estaba informada por la botánica aplicada,78 el interés por el valor intrínseco de las plantas
corresponde con un momento en el que el “conocimiento de las plantas como plantas [llegó a
tener] un valor propio más allá de las consideraciones médicas y económicas”79 gracias al
desarrollo de la nomenclatura y la taxonomía. Así, las plantas exóticas y vistosas tenían tanto
valor como las que eran útiles para la medicina o la agricultura, por lo que las naturalezas bellas
tenían una enorme cabida dentro de las colecciones tanto de Spruce, como de sus herbarios y
jardines suscriptores. En una interesante manifestación de apreciación por las plantas bellas,
Spruce le expresa a su amigo Daniel Hanbury algunas consideraciones sobre sus predilectas
hepáticas:
76 Great Britain Admiralty, A Manual of Scientifc Enquiry: Prepared for the Use of Offcers in Her Majesty’s Navy; and Travellers in General (J. Murray, 1859).
77 Ibid., 413.78 Londa Schiebinger, Plants and Empire: Colonial Bioprospecting in the Atlantic World (Cambridge: Harvard University Press, 2004), 5.79 Ibid.
26
Me gusta contemplar las plantas como seres sensibles que viven y gozan de la vida,
embellecen la tierra durante su vida, y después de morir pueden adornar mi herbario. Cuando son
reducidas a pulpa o polvo bajo el mortero del boticario, pierden la mayor parte de su interés para
mí. Es verdad que las hepáticas no han ofrecido todavía al hombre una sustancia capaz de
narcotizarlo, o de obligar al estomago a vaciar su contenido; ni son tampoco buenas como
alimento; pero, si el hombre no puede torturarlas para sus usos y abusos, en cambio, son
infnitamente útiles ahí donde Dios las ha puesto (así espero probarlo); ellas son, fnalmente, útiles
para sí y bellas en sí mismas, seguramente el motivo primario de la existencia individual.80
Sigue presente la idea de la utilidad de la naturaleza, pero hay una nueva dimensión de cómo y
para qué deben ser útiles las plantas. Recordémoslo: Spruce pudo fnanciar su viaje a los Pirineos
y su expedición al Amazonas y los Andes a través del comercio de las plantas; esto consistía en
enviarle ejemplares debidamente descritos de todas las especies recolectados a una serie de
suscriptores. Para saber qué ejemplares recolectar para sus suscriptores, los naturalistas
independientes debían atender a las demandas de éstos. En primer lugar, es evidente que las
plantas exóticas o raras eran las más codiciadas, pero, siendo que “casi todos los órdenes
naturales tienen en el Amazonas verdaderos árboles como representantes,”81 era necesaria cierta
selectividad en cuanto a qué recolectar para enviar yendo más allá de la novedad. En efecto, en
varias ocasiones el botánico se veía obligado a pasar por alto ciertas plantas en favor de otras. En
una carta del 28 de diciembre de 1851 le escribe a John Smith, en aquel entonces curador del
Real Jardín Botánico de Kew, “Me gustaría ascender el Río Negro de nuevo, pues me vi obligado
a dejar muchos ejemplares buenos en sus bancos. Después de pasar Barcellos casi todo era nuevo,
y tantas cosas estaban en for que me vi obligado a limitarme a aquellas que presentaban la
mayor novedad estructural. Nunca antes me había sucedido algo así: me vi obligado, por
ejemplo, a cerrar los ojos ante mirtáceas, laureles, ingas y varias otras.” 82 Henry Walter Bates se
encontró en una situación similar en su labor entomológica. Al igual que Spruce, Bates debía
enviar especímenes amazónicos a una serie de suscriptores y ante la ausencia de un inventario
preciso de qué querían éstos, se vio obligado a utilizar un criterio estético que privilegiaba a los
organismos grandes y vistosos. Esta estrategia probó ser adecuada, pues la demanda
80 Spruce, Notas de un botánico en el Amazonas y en los Andes, xxxv.81 Ibid., 165.82 William Jackson Hooker, Hooker’s Journal of Botany and Kew Garden Miscellany, vol. 4 (Londres: Reeve, Benham, and Reeve,
1852), 283, http://www.biodiversitylibrary.org/item/6322.
27
metropolitana no sólo se basaba en vacíos sistemáticos, sino también en gusto; los suscriptores
esperaban especímenes tanto estéticos como icónicos de la historia natural.83 Alfred Rusell
Wallace vivió una experiencia similar en el Asia, donde sus colecciones debían satisfacer el deseo
del mercado por ejemplares coloridos.84
Evidentemente, estos naturalistas atendían a labores distintas; no obstante, la experiencia
de Bates en cuanto a cómo seleccionar los especímenes se puede extrapolar al caso de Spruce.
Pues bien, aunque es verdad que la botánica económica planteaba un criterio muy específco de
cuáles ejemplares debían ser la prioridad del explorador-científco, también es cierto que las
plantas bellas y exóticas eran valiosas en sí mismas; el mercado de las colecciones compartía la
opinión de Richard Spruce. Así, al poseer plantas raras y hermosas, los museos, herbarios y
jardines europeos para quienes naturalistas como Spruce recolectaban especímenes se
consagraban como verdaderas “vitrinas” del poderío colonial. Ahora bien, no sólo los jardines y
herbarios ofciales, como Kew, se benefciaban de poseer ejemplares curiosos. Los particulares
también gozaban de status en la medida en que pudiesen obtener plantas raras, de manera que
entre los más de treinta suscriptores de Spruce no sólo se encontraban jardines y herbarios
europeos, sino también individuos interesados por la historia natural.85 Además del capital
simbólico que suponían estas plantas bellas, también sucedió que éstas se convirtieron en medios
de cambio entre los naturalistas. Existen numerosos ejemplos de naturalistas que jamás salieron
de Europa pero que, gracias a las redes científcas en las cuáles estaban inmersos, pudieron
hacerse con cientos de ejemplares exóticos que utilizaron para fortalecer estos vínculos y, de esta
forma, los especímenes empezaron a tranzar como “hard cash.”86 Con esto se entiende que las
plantas no sólo eran valiosas en tanto productivas, sino también en la medida en que fueran
inusuales y vistosas, lo cual las convertía en objetos de deseo en Europa. Así pues, la naturaleza
en sí, y ya no sólo sus productos, se movilizaba como mercancía. Las plantas y demás artefactos
llegados de tierras lejanas eran, entonces, verdaderos trofeos. Animales y plantas, vivos o
disecados, eran los botines de la exploración en el mundo fuera de Europa. Estaban allí para
afrmar una supuesta jerarquía evolutiva y un orden natural que, al comprender todas las
83 Raffes, In Amazonia, 134.84 Jane R. Camerini, «Wallace in the Field», Osiris 11 (1 de enero de 1996): 44-65..85 Duncan M. Porter, «With Humboldt, Wallace and Spruce at San Carlos de Rio Negro», en Richard Spruce, 1817-1893:
Botanist and Explorer, ed. M. R. D Seaward y S. M. D Fitzgerald (Londres: Royal Botanic Gardens, Kew, 1996), 57.86 Schiebinger, Plants and Empire, 58.
28
criaturas de la tierra, justifcaba tanto la estructura social metropolitana como la expansión
imperial.87 Esta valoración de la naturaleza, al igual que el marcado interés por las plantas útiles,
permite comprender ciertos aspectos de la relación entre los seres humanos y el mundo natural
en este contexto de ciencia imperial. A saber, el valorar el mundo natural de esta forma tiene
importantes consecuencias en las relaciones sociales que examinaré más adelante, y contribuye a
la mutua construcción de naturalezas y naturalistas.
N A T U R A L E Z A S I N D E S E A B L E S
Dentro de la abundancia y exuberancia percibida por los naturalistas en la Amazonía, no
todo era color de oro verde. Mientras que por momentos Spruce se lamentaba por tener que
dejar atrás especímenes valiosos, había momentos en que la naturaleza era decididamente
indeseable y por ende, a menudo, invisible. Por supuesto, esto no se trata de los grupos que
Spruce pasa por alto en virtud de su labor botánica. De hecho, los textos del botánico dan cuenta
de un individuo interesado por casi todos los reinos naturales y las ciencias de la tierra, y cuando
no es versado en algún tema llega a expresar su deseo por conocer mas de éste. Por lo tanto, que
existan naturalezas indeseables da cuenta, de nuevo, de la valoración que hacían estos
exploradores-naturalistas de su objeto de estudio. Por ejemplo, en un episodio que narra a John
Teasdale en una carta desde Esmeralda, en el Orinoco, fechada 22 de mayo de 1854, Spruce
deja ver que, para él, sólo algunos animales son agradables o deseables:
Con semejante descripción usted creerá que Esmeralda es un paraíso. Pero la realidad es otra: un
inferno apenas habitable por el hombre. […] el tibio viento de levante me acariciaba la cara y
levantaba la arena de la plaza, pero no traía vida consigo; entre la exuberancia de la vida vegetal, la
vida animal estaba casi extinguida, no se veía un ave ni una mariposa; me pareció un cuadro
inexorablemente triste. Pero la ausencia de vida era más aparente que real: cuando me pasaba la
[mano] por la cara y veía la palma, la encontraba cubierta con sangre y de mosquitos.88
87 Henrika Kuklick y Robert E. Kohler, «Introduction», Osiris 11 (1 de enero de 1996): 7-8.88 Spruce, Notas de un botánico en el Amazonas y en los Andes, 273.
29
A saber, es “triste” que no haya vida animal, pero la que hay la considera una “plaga” y a todas
luces indeseable. Este acápite de su correspondencia permite ver de qué forma el trópico encarna
un inferno, en contraposición a la visión de este tipo de lugares como paraísos terrenales. El
resto de la carta, por el contrario, es una descripción de la belleza del “sitio más espléndido que
[ha] visto en Sudamérica.”89 Lo describe con epítetos como “fantástico”, un lugar inigualable en
la tierra, sobre todo a la hora del crepúsculo. De este modo, al caracterizar a Esmeralda como un
lugar paradisiaco en virtud de sus paisajes, pero como un inferno por causa de los animales que
lo habitan, Spruce permite ver que no toda la naturaleza e ni bella ni útil. Asimismo, al hablar de
la ausencia de vida animal donde evidentemente la hay (es común olvidar que los insectos, y
sobre todo los mosquitos, también son animales), el botánico invisibiliza las naturalezas que
construye como indeseables.
Ahora bien, hay momentos donde los mosquitos sí son visibles. Sus efectos sobre los seres
humanos obligaban a que fueran protagónicos en algunos de los escritos del botánico. Por
ejemplo, durante su estadía en San Carlos de Río Negro, dedicó toda una sección de su diario a
discutir la variedad de plagas de insectos que azotaban a esta región del Orinoco,
adecuadamente titulada “Las plagas de insectos en el Río Negro.” Allí, discute sobre el problema
que éstos suponen para la salud, insinuando que cuando hay abundancia de insectos se está en
un periodo de enfermedad, en contraste con los periodos de salud que se gozan cuando los
mosquitos escasean.
Sin embargo, no eran solamente los mosquitos los que constituían el grupo de naturalezas
indeseables. En Panuré, a las orillas del Río Vaupés, se encontró con un pájaro conocido como
agamí (Psophia crepitans Linnaeus 1758), el cual es invulnerable a las mordeduras de culebras
venenosas. A raíz de su experiencia con esta ave, elaboró la siguiente refexión: “Un cazador
profesional de culebras no podría hacer nada mejor que llevar consigo un par de agamís. El
Gobierno brasilero debería fomentar el cuidado de estas aves en grandes cantidades, a fn de
reducir la peste de culebras en las cercanías de las ciudades. […] El agamí podría ser introducido
también en la India inglesa con gran resultado. En la India hallaría un clima favorable; el agamí
es inofensivo y leal, le gusta la sociedad y la protección del hombre.”90 Aquí las culebras
89 Ibid., 271.90 Ibid., 226.
30
ponzoñosas son tan despreciables que propone un proyecto estatal para controlarlas, e incluso
plantea la introducción del ave en las colonias inglesas. Pero, además de eso, queda manifesto
que las especies “amigas del hombre,” y en especial aquellas de las cuáles los seres humanos
pueden obtener algún benefcio, son las que vale la pena cuidar; los animales nocivos, esto es, los
que muerden, pican, estorban o son síntoma de insalubridad, deben ser reducidos (por no decir
eliminados), puesto que son una inconveniencia para los seres humanos.
Hay que notar, no obstante, la diferencia entre las apreciaciones de Spruce y las de los
locales respecto a lo que consideran indeseable del mundo natural. En un artículo publicado en
la revista de la Linnean Society titulado “Notes on some Insect and other Migrations observed in
Equatorial America,” Spruce comenta sobre lo molestas que son las hormigas y cómo éstas le
impedían llevar a cabo su trabajo. “'¿Le molestan? Dijo la mujer. 'Claro, no ve que es imposible
trabajar con las hormigas en toda la vivienda' respondí. Entonces llenó una calabaza de agua fría
y se dirigió al rincón de la choza donde seguían entrando las hormigas; con la mayor devoción
cruzó los brazos, murmuró alguna invocación o exorcismo y roció con todo el cuidado el agua
sobre ellas. […] Quedé boquiabierto al ver que enseguida las visitantes empezaron a tocar
retirada y en diez minutos no había ni una sola hormiga en la choza.”91 Pero cuando, años más
tarde, Spruce intentó emular el “bautismo” de las hormigas viéndose enfrentado a otra invasión
“la patrona dijo sonriendo 'ah, sí, todos sabemos bien; pero antes démosles tiempo para que
limpien la casa de bichos, porque hasta de una rata lo único que dejan son los huesos.'”92 Una vez
eliminados los verdaderos enemigos (ratas y cucarachas) sí se efectuó el ritual para evacuar a las
hormigas, relativizando para el botánico el alcance de su perjuicio para las personas.
Todas estas formas de aproximarse y apreciar el mundo natural son clave para entender
las relaciones entre humanos y no-humanos. Es imposible atender a la agencia del mundo natural
sin antes preguntarse por cómo los seres humanos perciben el mundo que buscan apropiar y
comprender a través del aparato científco. Siguiendo a Michel Callon, en la medida en que los
actores humanos y no-humanos involucrados en un proceso científco entablaban una discusión
por medio de la cual se defnen identidades y capacidades de maniobra, los naturalistas
(exploradores y naturalistas “de sillón” por igual) se construían como “puntos de paso
91 Ibid., 628.92 Ibid.
31
obligatorios.”93 Por ende, conocer cómo movilizaban a la naturaleza y la incorporaban al
proyecto científco imperial es fundamental para poder estudiar la agencia de ésta dentro de esta
red.
L A N A T U R A L E Z A C O M O A G E N T E H I S T Ó R I C O
La propuesta de hacer de la naturaleza un agente activo en los procesos históricos es un
gran esfuerzo por comprender al mundo de una manera más holística, donde las categorías de lo
“social” y lo “natural” sean re-evaluadas para producir un análisis que de cuenta de que “la
dimensión social está poblada por artefactos movilizados para construirla.”94 Por ende, la
sociedad no está sola y apartada en un plano ajeno a los objetos y la naturaleza; antes bien,
humanos y no-humanos hacen parte de un colectivo, de una serie de redes activas que le dan
forma a los procesos históricos. Como ya he mencionado, existen bases teóricas fuertes a partir
de las cuáles es posible re-plantear la división entre naturaleza y sociedad, con el fn de vincular
la primera de manera activa dentro de la disciplina histórica – un ámbito tradicionalmente
exclusivo de los seres humanos. Adicionalmente, cada vez hay más esfuerzos por cerrar la brecha
entre el plano de lo humano y lo no-humano mediante un acercamiento de las ciencias sociales y
las ciencias naturales (una división disciplinaria producto de la separación ontológica de sus
objetos de estudio). Esto permite re-plantear la sociedad y la naturaleza en términos de
“socionaturaleza”95 y reconocer así que los procesos que se dan en uno de estos ámbitos,
tradicionalmente distanciados, no pasan sin consecuencia en el otro, por lo que forman parte de
ambos. Por ende, la introducción de este concepto no sólo incide sobre la posibilidad de tener
análisis ecológicos más holísticos (pues es esta disciplina la que más ha acogido el concepto), sino
que también facilita el acercamiento de las ciencias sociales y las ciencias naturales.
93 Callon, «Some Elements of a Sociology of Translation», 6-7.94 Bruno Latour, We Have Never Been Modern (Cambridge: Harvard University Press, 1993), 6.95 “Socionaturaleza” es un término acuñado por Erik Swyngedouw (1999) para englobar la idea de que sociedad y naturaleza
no existen como entes independientes. Más bien, están constantemente interactuando y dándose forma la una a la otra. Los seres humanos no actúan sobre la naturaleza como un ente pasivo, ni la naturaleza determina el devenir histórico. En otras palabras, se co-construyen.
32
Este tipo de aproximaciones resultan fructíferas para la historia de la ciencia y el caso
aquí examinado no es la excepción. A lo largo de su viaje, y aún al regresar, Richard Spruce, las
plantas del Amazonas, los jardines de Kew, Hooker, Bentham, los suscriptores y la comunidad
científca hicieron parte de un proceso de “producción de conocimiento y construcción de una
red de relaciones en la cual las entidades sociales y naturales controlan mutuamente quiénes son
y qué quieren.”96 Es decir, existía una red mundial compuesta de jardines, herbarios y estaciones
botánicas; sociedades científcas y otras instituciones de variada índole; ideas; manuales; empresas
y dinero; barcos y fotas; científcos, políticos, y coleccionistas, además de indios, negros, mestizos,
etc. No obstante, también estaba compuesta por insectos, lagartos, mamíferos, aves, semillas,
plantas vivas, plantas secas, y derivados vegetales. Es preciso examinar cómo se relacionaban
todos estos agentes humanos y no-humanos dentro de esta red, pues esto permite ver que los no-
humanos no son elementos pasivos dentro de la producción de conocimiento científco, sino que
son un importante actor en la construcción de éste. Veremos que la producción de conocimiento
botánico en un contexto de ciencia victoriana consiste en un entramado de relaciones y procesos
de negociación entre humanos y no-humanos (incluyendo los lugares donde se desenvuelven estas
relaciones). Más que un proceso simple de descubrimientos que los humanos hacen en y sobre el
mundo natural, la producción de conocimiento científco es multidimensional y está sujeto a que
todos los implicados, tanto humanos y no-humanos, cooperen en pro de un mismo esfuerzo.
N A T U R A L E Z A S Y N A T U R A LI S T A S: D I Á L O G O E I D E N T I D A D E S
He discutido anteriormente las diferentes naturalezas de la Amazonía y los Andes que
forman parte de los resultados del viaje de Spruce. Allí quedó claro que había ciertos aspectos del
mundo natural que no interesaban a los naturalistas, mientras que otros eran codiciados y
constituían las naturalezas que Spruce debía encontrar o producir durante su estadía en
Sudamérica. El éxito del naturalista, entonces, dependía de que su viaje fuese fructífero y
produjera las naturalezas adecuadas (nuevas y útiles). Parece obvio, pero no sobra decirlo: sin
96 Callon, «Some Elements of a Sociology of Translation», 6.
33
naturaleza, no puede haber naturalista y, del mismo modo, la construcción de lo que se entiende
por “naturaleza” depende en gran parte de cómo la defnan otros actores dentro de la red.
Así pues, partimos de que hay una comunidad compuesta por sujetos específcos – los
naturalistas – quienes se constituyen en los representantes de la red de producción de
conocimiento en torno a la botánica. Por medio de su trabajo en jardines y herbarios, mediante
la producción de elementos culturales como libros y artículos, y con el reconocimiento de sus
colegas, se convierten en autoridades y miembros de la comunidad científca. Pero, asimismo,
para poder formar parte de la red constituida por los elementos anteriormente enunciados
también requieren de las plantas (en el caso de los botánicos), así como de los lugares donde se
desarrollan sus actividades, los instrumentos que utilizan, y los especímenes que recolectan y
describen. El problema al que se enfrenta esta comunidad es aquel de conocer la totalidad del
mundo natural; en este caso específcamente, la totalidad del mundo vegetal. Sabemos que los
jardines botánicos nacieron buscando contener “el mundo en un jardín”97 y también
encontramos que Spruce expresó este deseo en numerosas ocasiones en sus escritos. Por ejemplo,
en su diario de viaje entre Santarem y el Río Negro (entre el 8 de octubre y el 10 de diciembre de
1850), comenta: “Tenía todas las razones para estar satisfecho con mis colecciones de Santarem,
pero cuando casi había agotado la fora accesible a pocos días de viaje, empecé a sentir ansias de
nuevas salida de campo y fjé el Río Negro como el centro de mis próximas operaciones” 98
(énfasis mío); en una carta desde Barra del Río Negro fechada 18 de abril de 1851, le informa a
William Hooker que sus colecciones de Río Negro “comprenden muestras de casi todos los
órdenes de plantas.”99 Con el fn de cumplir con este cometido, se hace necesaria una
multiplicidad de los actores humanos y no-humanos ya enunciados, dentro de los cuales se
destacan los especímenes de plantas que Spruce, e Inglaterra, están intentando reunir en un solo
lugar.
Para que estos especímenes puedan ser vinculados a este esfuerzo deben ser defnidos de
una manera específca. En esta ocasión, los botánicos buscaban que las plantas recolectadas
97 Drayton, Nature’s Government, 9.98 Spruce, Notas de un botánico en el Amazonas y en los Andes, 107.99 Ibid., 142.
34
fueran especies o, mejor aún, géneros nuevos y desconocidos para Europa. Además de esto, en el
contexto en el que estaba recolectando Richard Spruce, la botánica económica necesitaba que
fueran plantas útiles en términos de consumo, como materias primas, o como fuentes de tintes u
otros derivados de utilidad para los seres humanos.100 Podríamos decir, entonces, que dentro de la
red en la que se desenvolvía Spruce había ciertas naturalezas que contaban más que otras y que
era necesario volver partícipes del proyecto de recolectar, identifcar y clasifcar todas las plantas
útiles de la región amazónica. Por supuesto, las plantas en sí mismas no defnían su novedad o su
utilidad; esto es algo que les atribuían los naturalistas. De hecho, el propio Spruce le comentó a
su amigo y colega botánico, George Stabler, que estaba seguro de que “si tuviésemos todas las
formas existentes en el presente y en el pasado de los géneros Rubus, Asplenium, Bryum y Plagiochila
seríamos incapaces de defnir una sola especie – vano intento por separar lo que la naturaleza nunca puso
aparte –”101 (énfasis mío). Así, las plantas existen como proceso bioquímicos, pero las relaciones
entre éstas y los seres humanos que eran necesarias para generar las redes de producción de
conocimiento botánico y apropiación del mundo natural aún estaban por defnirse. Primero
Spruce debía recolectarlas y la comunidad científca debía captarlas de manera tal que éstas se
hicieran participes del proyecto científco. Así, como plantea Michel Callon, “la capacidad de
ciertos actores de lograr que otros actores – bien sean seres humanos, instituciones o entidades
naturales – les obedezcan depende de una compleja red de interrelaciones en las que la
Naturaleza y la Sociedad están entrelazadas.”102 Por ende, las plantas no eran nuevas o útiles en sí
mismas, como quisiera demostrarlo Spruce; lo eran y se hacían durante un proceso de diálogo con
los naturalistas en el cual podían o no acceder a ser defnidas como tal.
Que una especie fuera nueva o no, entonces, dependía de una serie de procesos complejos
donde aquello que era “nuevo” era defnido a través de su extracción de un contexto específco y
envío a los “centros de cálculo,” como explica Londa Schiebinger retomando a Bruno Latour,
donde la ciencia metropolitana se encargaba de producir hechos científcos.103 Los artefactos
100 Habría que anotar que el referente de novedad e utilidad son los seres humanos y, sobre todo, los seres humanos europeos. La utilidad de las plantas para los animales, o inclusive para otras plantas, está fuera de consideración en la botánica económica; tampoco llegan a tener la misma importancia las plantas sagradas, o útiles de maneras distintas a las que se refere la botánica económica.
101 Spruce, Notas de un botánico en el Amazonas y en los Andes, xxxiii.102 Callon, «Some Elements of a Sociology of Translation», 4.103 Schiebinger, Plants and Empire, 57.
35
producidos en el campo eran ambiguos hasta ser procesados y convertidos en conocimiento
científco en los jardines y herbarios,104 puesto que hasta entonces podían ser la medicina o
alimentación de una población, tanto como ejemplares botánicos en potencia. Esta ambigüedad
se refeja en las consideraciones que hace Spruce sobre el dilema que constituía para él el hecho
de tener que derribar un árbol para obtener su for o fruto, provenientes de un lugar epistémico
específco, evidentemente diferente al de los locales:
Tanto las fores como los frutos de los árboles selváticos fueron “uvas agrias” para mí durante largo
tiempo.– Nos dice – Tal como le pasó a Humboldt, me desengañé al principio al no hallar indios
ágiles y siempre dispuestos a encaramarse como gatos o monos a los árboles […]. Al fnal me
convencí de que el mejor modo, y tal vez el único, de obtener as fores y los frutos era derribando el
árbol; pero pasó mucho tiempo antes de que pudiera vencer el sentimiento de pesar que se
apoderaba de mí al tener que destruir un árbol magnífco, quizás secular, solo con el objeto de
arrancar sus fores. Poco a poco empecé a comprender que un una selva prácticamente ilimitada –
cerca de tres millones de millas cuadradas cubiertas de árboles y casi nada más que árboles – donde
hasta el mismo césped es semejante a los árboles, y donde los aborígenes no se detienen a derribar
los árboles más nobles, cuanto éstos les cierran el paso, más tiempo del que nosotros nos detenemos
a retirar el más humilde césped, un árbol derribado no deja otro vacío que el que deja un tallo de
alpiste o una amapola de un sembrío inglés.105
Para poder eliminar estas ambigüedades, que son fuente de ruido indeseado en la red, era
importante remover las plantas de su ambiente, bien fuese a través de ilustraciones, enviando
ejemplares vivos o especímenes secos para poder estudiarlas adecuadamente. Esta visión
atomizada de la ciencia asume a los individuos (plantas) como autocontenidos y delimitados,106 y
aún cuando sus descripciones referan al hábitat donde se encuentran los organismos,107 el trabajo
taxonómico sólo se podía llevar a cabo en el herbario puesto que el campo es un ámbito donde se
104 Kuklick y Kohler, «Introduction», 4.105 Spruce, Notas de un botánico en el Amazonas y en los Andes, 2.106 Daniel Ruíz-Serna, «Una ecología de subjetividades: cacería, animismo y salados en la Amazonía» (presentado en IV
Congreso Colombiano de Etnobiología, Bogotá, Colombia, 21 de octubre de 2013).107 La descripción del hábitat no necesariamente apunta a una contradicción en cuanto a la desarticulación de los organismos.
Hugh Raffes nos dice: “[…] systematics here involved considerably more than a practice of decontextualization, The extraction of insects from the forest and their reinvention as specimens in the collection demanded persistent, manufactured traces of locality as key components of value at every point. At the same time, scientifc practice participated actively in a narrativizing of geography.” Ver: Raffes, In Amazonia, 135-36.
36
pone en peligro el rigor científco.108 Por ende, una vez las plantas eran extraídas de su entorno,
bien fuera secas, dibujadas o vivas en cajas de Ward, se convertían en tipos descontextualizados,
lo cual permitía examinarlos cuidadosamente, compararlos y asignarles un lugar dentro del
ordenamiento europeo del mundo natural.109 Dicho de otro modo, era necesario aislar a las
plantas y convertirlas en entidades desvinculadas para estabilizar su identidad. Removidas de su
contexto, secas o vivas, las plantas se convierten en ejemplares botánicos; ya no alimento,
materias primas, medicinas o elementos mágico-religiosos. Así pues, Spruce se consuela a sí
mismo diciendo: “Consideré, además, que mis muestras que guardarían en los principales
museos públicos y privados del mundo, y que servirían para identifcar a cada árbol con sus
productos, así como para estudiar las particularidades de su estructura.”110
Ahora bien, los especímenes que Spruce enviaba de vuelta a Inglaterra podían estar
debidamente descritos y podían ser de la mejor calidad, pero no era sino hasta que eran
procesados en Kew y nombrados por George Bentham que realmente eran incorporados al
corpus de conocimiento botánico como especies o géneros nuevos y reconocidos como útiles, tal
y como lo atestiguan numerosos reportes publicados en el Journal of Botany sobre el viaje de
Spruce. En el primer volumen Hooker anunció que Bentham había accedido a recibir, nombrar
y distribuir las especies recolectadas por Spruce a sus suscriptores y, en el segundo volumen, le
hizo saber a sus suscriptores que el hecho de que las plantas fueran nombradas por Bentham
aumentaba su valor,111 lo que nos dice mucho sobre cómo la identidad de las plantas no estaba
dada a priori, sino que estaba sujeta al resultado de ciertas negociaciones. En particular, el artículo
de Spruce publicado en el Journal of Botany titulado “Edible Fruits of the Rio Negro, South
America”112 enumera algunas plantas comestibles con sus debidas descripciones, pero sólo
indicando el género salvo en algunos casos donde los especímenes fueron distribuidos bajo los
nombres que le otorgó Spruce a las especies. Sin embargo, los nombres dados por Spruce se
consideran nomina nuda hoy en día;113 es decir, no seguían las pautas necesarias para ser aceptados
108 Kuklick y Kohler, «Introduction», 1.109 Mauricio Nieto Olarte, Remedios para el imperio: historia natural y la apropiación del nuevo mundo (Bogotá: Ediciones Uniandes, 2006),
63.110 Spruce, Notas de un botánico en el Amazonas y en los Andes, 2.111 Hooker, Hooker’s Journal of Botany and Kew Garden Miscellany, 1850, 2:351-52. 112 William Jackson Hooker, Hooker’s Journal of Botany and Kew Garden Miscellany, vol. 5 (London: Reeve, Benham, and Reeve,
1853), 183-87, http://www.biodiversitylibrary.org/item/6323.113 Nomen nudum es un término utilizado para referirse a los nombres asignados a un organismo en botánica y zoología que son
37
dentro de la comunidad científca y por ende su nombre no era aún válido. Cuando Bentham las
nombró pasaron a ser identifcadas como nuevas y ofciales, contribuyendo así a que Europa
pudiera poseer el mundo en sus herbarios. Por supuesto, no cualquier espécimen podía
convertirse en un género o especie nueva. Esto también estaba sujeto a ciertas reglas y dependía
de prácticas reguladas que constituían la forma correcta de hacer taxonomía. Anteriormente
mencioné que hay formas de concebir la naturaleza que producen taxonomías distintas a la
clasifcación europea del mundo natural. La ciencia europea, no obstante, requería que las
plantas fueran atomizadas aún más. Una vez las plantas eran reducidas a sus caracteres
taxonómicos era posible identifcar y representar una especie.114
De esta manera, George Bentham y la comunidad científca en Europa lograban
movilizar a la naturaleza en su favor y en benefcio del proyecto de la apropiación europea del
mundo natural. Las plantas, en tanto artefactos, no estaban desprovistas de signifcado y, antes
bien, son entidades poderosas. Como expliqué anteriormente, poseer una planta nueva o exótica
le confería a los individuos y a los museos, jardines y herbarios un status particular; signifcaba
poseer una parte de un mundo distante al que no todos tenían acceso. Pero, asimismo, jugaron
un papel importante en defnir a Richard Spruce no sólo como recolector, sino como un
reconocido botánico y naturalista. Cuando Spruce viajó por primera vez a los Pirineos lo hizo
por recomendación de William Borrer y William Hooker y el producto del viaje, 17 especies
nuevas dentro de una colección de 478 especies,115 indudablemente contribuyó a reforzar su
reputación.116 Antes de esto, había logrado situarse en la mira de los círculos botánicos gracias a
su contribución al conocimiento de la fora inglesa, la Carex paradoxa Willd.117 y Leskea pulvinata
Wahlenb.118 como plantas nuevas para Inglaterra; además, sus publicaciones en The Phytologist
“dieron como resultado su correspondencia con el doctor Thomas Taylor, uno de los autores de
binomiales y parecen nombres científcos pero no son reconocidos como tal por no cumplir con el requisito de haber sido publicados con una descripción del taxón. Puede pasar a ser el nombre ofcial una vez se publique la descripción. Para el caso expreso de Spruce, algunos especímenes fueron distribuidos con nomina nuda y acompañados del nombre de Spruce y posteriormente sus descripciones fueron publicadas por Bentham, por lo que en la actualidad es su nombre el que acompañaa estos especímenes.
114 Nieto Olarte, Remedios para el imperio, 74.115 Seaward y FitzGerald, Richard Spruce, Botanist and Explorer, 4.116 Ibid.117 En la actualidad Carex paradoxa Willd. es sinónimo de Carex appropinquata Schumach.118 Hoy en día Myrinia pulvinata (Wahlenb.) Schimp. La especie fue reubicada al género Myrinia por Wilhelm Philipp Schimper en
1860.
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l a Museología Británica, con el doctor William Wilson de Warrington, y con el señor Borrer de
Henfeld. Pronto intimó Spruce con todos estos eminentes botánicos.”119 Podría pensarse que la
legitimidad de Spruce como botánico antes de su viaje a Sudamérica provenía de sus aportes a la
ciencia de las plantas; pero los argumentos anteriores evidencian que esto no es un proceso
simple, y que los “aportes” dependen de que una amplia gama de actores humanos y no-
humanos se movilicen y se alineen con el proyecto de Spruce en los Pirineos y en sus salidas por
Yorkshire. Del mismo modo, su consolidación como naturalista, que vino tras su viaje al
Amazonas, dependió de los resultados de su viaje y del adecuado funcionamiento de la red global
de intercambio de plantas en la que se encontraba inmerso. Su éxito y su paso de recolector a
botánico y naturalista, y posteriormente su nombramiento como Doctor por la Academiae
Germanicae Naturae Curiosum en 1864, y como miembro de la Royal Geographical Society en
1866 muestran cómo se re-defnió su papel dentro de la red de conocimiento científco conforme
se fue logrando la incorporación de aliados humanos y no-humanos al proyecto. Así, las
naturalezas actúan en conjunto con las ideas y las autoridades científcas para crear a los
naturalistas-exploradores.
Ver cómo Spruce y sus colecciones se vieron implicados en una serie de relaciones con
otros artefactos, lugares y personas muestra que el esfuerzo por conocer y apropiar la totalidad
del mundo vegetal se trataba de un proceso en el que los implicados mudaban su identidad y
formaban alianzas que les permitían ser exitosos en su proyecto. Lo fundamental, sin embargo, es
entender que sólo en la medida en que se formasen alianzas exitosas era posible estabilizar las
identidades de los implicados. Para convertirse en un exitoso naturalista, Spruce dependía de que
sus colecciones llegasen a Inglaterra y fuesen procesadas de manera tal que se convirtiesen en un
aporte signifcativo para la ciencia Europea. Esto dependía de su utilidad y su valor. En la medida
en que los especímenes pudiesen ser vinculados como plantas útiles o plantas apetecidas, la labor
de Spruce habría sido exitosa y, por lo tanto, su identidad transformada y consolidada.
119 Spruce, Notas de un botánico en el Amazonas y en los Andes, xx.
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E L N A T U R A L I S T A Y E L C A M P O
Además de las relaciones identifcadas y los humanos y no-humanos implicados en ellas,
existen aún otros agentes importantes que contribuyen a la producción de conocimiento
científco de manera signifcativa y que, de igual modo, ayudaron a forjar la identidad del
naturalista. Las instituciones son lugares clave que reúnen una cantidad de relaciones
importantes entre agentes humanos, no-humanos y diversos artefactos; es de las interacciones
entre todos estos actores que surgen los hechos científcos. Kew, por ejemplo, era la “institución
central de una red global de científcos especializados en botánica económica.”120 Las
instituciones, entonces, se perflan como lugares, en tanto categoría analítica proveniente de la
geografía; es decir, se trata de reconocer que las relaciones sociales tiene una dimensión espacial
importante. De este modo, los lugares se puede defnir como espacios que signifcan a partir de
experiencias vividas. El signifcado de un espacio depende las memorias y experiencias de un
grupo de personas, o cosas físicas que simbolicen esas signifcaciones.121 Así, los signifcados del
espacio se construyen a partir de relaciones y redes que se han constituido, establecido,
interactuado unas con otras, decaído y renovado.122 Algunas veces estas relaciones están
contenidas en el mismo lugar, aunque en otras sucederá que van más allá de éste, vinculando
diferentes espacios con las relaciones y procesos que le dan forma a otros lugares.123 Entendido de
esta forma, este concepto permite entender que los lugares no necesariamente son áreas
delimitadas de manera rígida. Más bien, constituyen redes abiertas y cambiantes de relaciones
sociales cuyas identidades son forjadas a través de sus interacciones específcas con otros
lugares.124 Entonces, los espacios como los jardines, los herbarios y los laboratorios son una parte
integral de la red de producción de conocimiento, y como tal son entes activos dentro de esta red.
No son simplemente un escenario pasivo donde estos procesos se desenvuelven.
Así como los jardines botánicos son lugares que además eran instrumentos para fortalecer
la autoridad de los monarcas,125 también había otros lugares que actuaban dentro de las redes de
120 Brockway, Science and Colonial Expansion, 77.121 Luis Sánchez Ayala, «El estudio de la geografía», en Geografía humana: conceptos básicos y aplicaciones, ed. Luis Sánchez Ayala
(Bogotá: Ediciones Uniandes, 2012), 10 - 11.122 Doreen Massey, Space, Place, and Gender (Minneapolis: University of Minnesota Press, 1994), 121.123 Ibid., 120.124 Ibid., 121.125 Drayton, Nature’s Government.
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conocimiento y que construían agentes con papeles específcos. A saber, los laboratorios
contribuían a hacer al científco; las sociedades científcas (como espacios) determinaban quiénes
eran los individuos que estaban a la vanguardia de la producción de conocimiento al incluir y
excluir a determinados individuos; y el campo era donde algunos naturalistas se formaban (o
transformaban) como expertos en su disciplina durante el periodo de ciencia victoriana. Este
último es de particular importancia, pues es allí donde se desarrolló la labor de Spruce y donde se
consolidó como naturalista. Vale la pena recordar que no todos los botánicos del periodo se
aventuraban al campo para llevar a cabo su labor, haciéndose merecedores del título de armchair
botanists, o “botánicos de sillón.” Lineo, Antoine y Bernard de Jussieu y Buffon, por ejemplo,
jamás salieron de Europa y, sin embargo, fueron capaces de producir conocimiento y realizar
grandes intercambios botánicos a través de enormes redes coloniales.126 Otros naturalistas, como
Darwin o Humboldt, contaban con las relaciones y los recursos sufcientes para poder llevar a
cabo viajes independientes y producir conocimiento sin necesidad de un patrocinador y gozaban
de reconocimiento o una posición social privilegiada antes de embarcarse en sus respectivos
viajes, por lo que su relación con el campo era estrictamente la de un naturalista haciéndose con
sus objetos de estudio. Por el contrario, había quienes, como Wallace, Bates y Spruce, formaban
parte de una estirpe de exploradores sin los recursos sufcientes para realizar un viaje o llevar a
cabo investigaciones de manera independiente. Ellos debían incorporarse a las redes científcas a
través de vínculos con fguras reconocidas dentro de su disciplina pero, además, para convertirse
en verdaderos naturalistas (y no sólo recolectores profesionales) requerían de legitimación, lo cual
implicaba el reconocimiento de la élite científca europea.127 Como he dicho anteriormente, para
que Richard Spruce pudiese ganarse la atención de diferentes jardines y herbarios en Europa, así
como para poder acceder a los círculos científcos pertinentes para hacerse un nombre dentro del
mundo de la botánica, no sólo fue clave su vínculo con William Jackson Hooker, George
Bentham y demás personajes prominentes en la botánica; también fue fundamental su
experiencia en el campo.128 El campo, pues, era un lugar que suscitaba ciertas prácticas diferentes
126 Schiebinger, Plants and Empire, 57.127 Gascoigne, «Science and the British Empire from its Beginnings to 1850», 60.128 Evidentemente había otras personas que también estaban recolectando en el campo. Sabemos que los ofciales de la armada
inglesa tenían instrucciones de recolectar especímenes y contaban con un manual para hacerlo adecuadamente. Lo que diferencia a Spruce y demás naturalistas de otros simples recolectores es que, en primer lugar, se identifcaban a sí mismos como hombres de ciencia. Además, la existencia de redes científcas en las cuales logró insertarse y el reconocimiento de su labor por parte de autoridades como Hooker le dieron a su trabajo la oportunidad de ser aceptado por consenso de la comunidad botánica y, por ende, lo dotaron de legitimidad. Además de esto, las relaciones que hacían del trabajo de campo
41
a las que eran específcas de la vida en el laboratorio, jardín o herbario, razón por la cual el
producto de la ciencia en el campo era diferente al de la ciencia que se realizaba en aquellos
otros espacios. En esta medida, el entorno se convertía en un actor que afectaba las producción
de conocimiento científco y que, sin duda, ayudaba a construir al naturalista como actor dentro
de una red de intercambio imperial. Ya he indagado sobre la importancia de las complejas redes
de relaciones que se requerían para poder tener éxito en la empresa científca, pero también es
cierto que la posibilidad de realizar trabajo de campo le proveyó a Spruce una serie de
oportunidades que le ayudaron a él y a otros naturalistas principiantes de clase obrera129 a
consolidarse dentro de la botánica inglesa.
Era en el campo donde el naturalista se encontraba con su objeto de estudio. Aunque
parezca evidente, este hecho no es poca cosa puesto que era importante que el botánico tuviese
un contacto directo con las plantas con el fn de asegurar su credibilidad y autoridad. Esto le
confería el status de testigo ocular y le permitía aprehender las plantas y hacer reportes
fdedignos de lo que observaba en el campo.130 Estar en contacto directo con su objeto de estudio
le confería a Spruce una posición privilegiada, pues desde allí podía identifcar las naturalezas
útiles, bellas, nuevas para Europa y, además, lo convertía en el actor a través del cual Europa
podía acceder a la vegetación amazónica. Es decir, relacionarse con las plantas en el campo, así
como con todos los actores inherentes a este lugar, le otorgaba a Spruce la potestad de tomar
decisiones respecto a las plantas que debían ser enviadas de vuelta a Europa dentro de los
criterios que guiaban su recolección. Por lo tanto, el campo se constituye como un vehículo hacia
el conocimiento. Pero, asimismo, las experiencias de Spruce nos muestran que también puede ser
un obstáculo para el mismo.
una actividad compleja, pero importante para adquirir status dentro de la ciencia victoriana, no se limitaban a otros científcos sino que abarcaban a toda clase de personajes que se pueda hallar en el campo: indígenas, blancos nativos, negros,etc. El trabajo de Spruce en este aspecto es brillante, en tanto que logró comunicarse con una enorme cantidad de actores que hacían de su labor una compleja e interesante de estudiar. Dentro de sus escritos hay valiosas anécdotas, observaciones y refexiones que se prestan para estudiar, por ejemplo, la importancia de algunos personajes a menudo olvidados en la historiade la ciencia y que hasta el momento han sido poco estudiados, como lo son los ayudantes en el campo, los informantes, los indígenas, etc. Para un ejemplo de este tipo de estudio, ver Jane R. Camerini, «Wallace in the Field», Osiris 11 (1 de enero de 1996): 44-65.
129 Kuklick y Kohler, «Introduction».130 Nieto Olarte, Remedios para el imperio, 65.
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La primera característica que salta a la vista de la Amazonía es el río y el agua. Es un
factor que da cuenta de que las características físicas de un lugar son de gran importancia y sin
duda hacen parte de las ciencias del campo pues son un factor determinante sobre las prácticas
de trabajo.131 El río es el principal referente en la selva, por lo que conocer sus ciclos es vital para
las personas que habitan la región. Spruce nos cuenta que “[Tussari] fue fundado hace dos años;
anteriormente, su lugar original estaba mucho más arriba del río. Tussari se trasladó debido al
peligro de la navegación.”132 Y, más adelante, “como la mejor vía para transportar artículos
pesados es el agua, un pueblo está mal situado cuando se encuentra lejos de aguas navegables.”133
Queda claro, entonces, que el río juega un papel fundamental en el ordenamiento espacial, pues
por ahí fuyen cargas de alimentos, bienes para exportación, botánicos ingleses y plantas útiles.
Pero, además, es un elemento tan omnipresente en la vida de los habitantes de la Amazonía que
es simultáneamente un referente cultural. Comenta Spruce, “La idea que tiene el paraense de un
paisaje bello es una tierra plana con ríos anchos, y mientras más tranquilos mucho mejor. […]
Según su mentalidad, el rasgo esencial de un país bonito es que debe tener 'muita caça, muito
pexe' (mucha caza, mucho pescado).”134 Y, más importante aún, el río es el referente territorial en
torno al cual se concibe la vida y la comunidad:
En este viaje como en los siguientes, tuve ocasión de notas que los habitantes indígenas de la Hoya
Amazónica no tenían idea de un territorio habitable a más de la tierra que bordea un río.
Frecuentemente me preguntaban: “¿Es grande el río de su país?” Una vez me costó mucho trabajo
describir a los indios lo que era un océano, hablándoles de su enorme extensión y su fondo casi
insondable, el tiempo que tardaba para atravesarlo y la separación existente entre el Viejo y el
Nuevo Mundo. Me escuchaban atentamente, expresando ocasionalmente gestos de admiración. Y
al principio parecían entender, pero después de mi explicación, un indio venerable se volvió al resto
y dijo con tono de admiración y misterio: “Es el río de su tierra. ¡Qué es este pequeño río nuestro
(señalando el Amazonas) en comparación con aquél!”135
131 Kuklick y Kohler, «Introduction», 14.132 Spruce, Notas de un botánico en el Amazonas y en los Andes, 275.133 Ibid., 285.134 Ibid., 125.135 Ibid.
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El río está en el centro de la vida en la Amazonía, y por lo tanto de el emanan múltiples
elementos que hacen de la Amazonía un lugar tan particular y multidimensional en su
signifcado. En cuanto a Spruce, su experiencia con el río fue diversa. El río proveía novedad
para el viajero, y en sus bancos podía encontrar especies diferentes dependiendo de si se
encontraba en un tramo de aguas oscuras o claras. En tanto que el medio de transporte por
excelencia en la Amazonía es fuvial, en especial cuando es necesario llevar una cantidad
considerable de carga (y la de Spruce sin duda lo era), era gracias al río que Spruce podía enviar
los especímenes que recolectaba hacia Belém, para que de allí fueran despachados a Inglaterra.
A través del río podían llegar al Atlántico ejemplares secos, descripciones, cartas, pedidos
especiales, e inclusive plantas vivas gracias al desarrollo de las cajas de Ward. Los naturalistas y
las plantas necesitaban de este rasgo del paisaje para poder ser exitosos en su empresa. Por el río,
en otras palabras, circulaban no sólo barcos, personas y objetos, sino ideas y conocimiento.
Ahora bien, el transporte fuvial no estaba desprovisto de complicaciones. Las condiciones
eran difíciles y a menudo obstaculizaban la tarea de Spruce. Viajando de Santarem a Río Negro
entre octubre y diciembre de 1850, época en la que ni siquiera a comenzado la temporada
lluviosa y durante la cual la precipitación apenas alcanza los 109 mm (en contraste con 367 mm
en abril),136 el botánico explica que “por falta de espacio tuvimos muchos inconvenientes en
conservar las plantas que habíamos recogido en el camino; y lo que era peor, el toldo o camarote
de palma estaba tan mal construido que el agua se fltraba en cada tempestad, dándonos muchos
problemas para secar nuestras ropa húmedas, papeles y más enseres. Sin embargo, no había otra
alternativa, porque aún para este medio de transporte, malo como era, había esperado cerca de
tres meses.”137 En otra ocasión, ya bastante más avanzado su viaje, se encontró con el río Topo el
26 de junio de 1857. Ubicado en la Amazonía ecuatoriana, este río supuso un gran obstáculo en
el paso de Spruce de Canelos a Baños, y lo obligó a dejar atrás cajas llenas de plantas secas. “El
Topo nunca está lo sufcientemente bajo para poderlo vedar a pie, y aunque se ha explorado sus
márgenes varias leguas río arriba, no se ha encontrado ningún lugar apropiado para levantar un
puente […].”138 Es por esto que “tantos viajeros han visto detenido su avance por las aguas
crecidas del Topo, que en el angosto istmo entre éste y el Shuña no ha quedado ni alimentos ni
136 Estos datos fueron tomados de los registros de World Climate (http://www.worldclimate.com) del promedio de lluvia para Santarem entre 1961 y 1982.
137 Spruce, Notas de un botánico en el Amazonas y en los Andes, 108.138 Ibid., 458.
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materiales para levantar los ranchos.”139 El dominio del hombre sobre la naturaleza llegaba a sus
límites en los bancos del Topo, que no podía ser “conquistado.”
Asociado al ciclo del río y la hidrología amazónica está el clima de la región. Aunque
propicio para la diversidad de especies de plantas y animales, desempeñar la labor de
recolección, secado, identifcación, descripción y envío de las plantas en medio de la selva no era
una tarea fácil. En un lugar como el Amazonas el clima húmedo, las lluvias constantes y la
abundancia de insectos y hongos atentan contra los especímenes botánicos. Estando en Manaos,
le escribe a Bentham excusándose por no poder enviar mayor cantidad de especies diciendo
“Tuve gran difcultad para secar el papel porque aparte de la lluvia, durante toda la semana del
viaje no vimos tierra, y no quedó más remedio que secar el papel a bordo. Pero cuando soplaba
el viento era muy difícil impedir que se llevara el papel. Ahondo en estos detalles sólo para
mostrarle que hay muchas razones 'no previstas' y que la reserva de muchas especies no siempre
tan grande como se desearía.”140 En otra carta del primero de enero de 1851 le dice: “Usted no
puede imaginarse la humedad que reina aquí aún dentro de las casas. Todo lo que es de hierro se
llena de óxido, las plantas se enmohecen, las ropas que quedan colgadas al aire libre durante dos
o tres días doblan su peso. Los efectos en mi salud son toses febriles con dolores reumáticos en la
extremidades.”141 Más allá de que Richard Spruce fuese un hombre vulnerable a las
enfermedades, y lo era, lo cierto es que los ciclos hídricos de la región sí interferían con la salud
de las personas. El botánico cuenta que “aunque Santarem se escapó de la plaga aquella vez, se
volvió muy insalubre durante varios meses. […] Mientras tanto en las ciudades situadas en el
Tapajoz superior se presentó una de las peores febres intermitentes, siento atacadas más de
cuatrocientas personas.”142 La causa de esto, explica Spruce, son las inundaciones prematuras de
la tierra baja. “Como la creciente anual del Amazonas res relativamente mayor que la del
Tapajoz, y como éste empieza a bajar un poco más temprano, las aguas del Tapajoz son
rechazadas por las del amazonas, permaneciendo estancadas varias semanas, entre la época de la
mayor creciente y el principio del refujo.”143 El resultado es que el agua se vuelve inadecuada
139 Ibid., 459.140 Ibid., 149.141 Ibid., 134.142 Ibid., 74 - 75.143 Ibid., 75.
45
para el uso en la cocina. Como si fuera poco, en la estación húmeda pocos árboles forecen, de
manera que no era fácil recolectar, y había pocos musgos, por lo cual tampoco se podía dedicar a
su propio trabajo. Cuando fnalmente ha logrado secar las plantas, llegan las hormigas, las cortan
y se las llevan. La naturaleza no siempre coopera.
Afortunadamente, no todo en la Amazonía era un obstáculo para la labor científca. De
hecho, estar allí era una de las mejores formas de aproximarse a la naturaleza amazónica y de
producir conocimiento científco en torno a su vegetación. Tanto así que Spruce le escribió a su
amigo, el señor Matthew Slater, otro botánico, diciéndole “Me gustaría tenerle aquí durante una
semana, tiempo en el cual aprendería Ud. más de los órdenes botánicos que en un año en
Inglaterra. No hablo solamente de los pocos órdenes que comprenden la fora europea, sino de
todos los aquellos propios de los trópicos, de los cuales los jardines y herbarios dan una idea muy
imperfecta.”144 Además, estar en el campo no sólo facilitaba la observación y recolección;
también le permitía a Spruce probar los frutos e utilizar las medicinas vegetales para comprobar
su efectividad, pudiendo asegurar que sus envíos fuesen lo más completos y detallados posible,
algo que siempre le fue reconocido por las autoridades botánicas en Inglaterra. Las muestras que
enviaba Spruce “estaban acompañadas de hermosas etiquetas legibles, que daban información
precisa respecto a la localidad, el hábitat, y demás detalles necesarios para conocer bien las
muestras disecadas. Puedo añadir – dice el profesor Daniel Oliver, quien ayudó a Bentham en la
distribución de las plantas – que nunca pudieron estar mejor cumplidas las tareas de un
coleccionista experimentado. Las colecciones eran especialmente ricas en especies arborescentes,
cuya obtención debía ofrecer frecuentemente considerable difcultad.”145 Estando en el campo
Spruce tenía acceso inmediato a las plantas y aunque no necesariamente podía clasifcarlas y
nombrarlas ofcialmente, él era el único vínculo que tenía Europa con la Amazonía vegetal pues
hacía las veces de mediador entre la naturaleza Amazónica y las redes de ciencia europea. Estar
en el campo le confería a las observaciones y descripciones de Spruce el carácter de información
de primera mano. De este modo, Spruce tenía la capacidad de toma de decisiones dentro de
ciertos límites de acción que el medio en el que se encuentra establece; estas decisiones versaban
sobre qué naturaleza contaba, qué era útil, qué era nuevo, qué valía la pena enviar a Europa (la
144 Ibid., 165.145 Ibid., xli.
46
victoria regia, ni nueva ni económicamente útil para Europa, no dejaba de ser interesante y
merecedora de un reporte para el Journal of Botany)146, y qué no. Por encima de todo, estar en el
campo le permitía a Spruce hacer parte de la carrera de las especies, donde su éxito como
explorador dependía de qué tan prolífca fuese su labor en la Amazonía.
L A C A R R E R A D E L O S G É N E R O S Y L A S E S P E C I E S: O , D E S C U B R I R
Las plantas que encontraba Spruce, como ya hemos dicho, no eran nuevas en sí mismas.
Sólo podían serlo respecto a un referente específco. Cuando el naturalista se aproximaba a un
lugar desconocido e inexplorado, adjetivos que se empleaban comúnmente para describir a la
Amazonía, enmarcaban sus observaciones en términos familiares. Uno de éstos era la taxonomía,
pues permitía examinar el mundo a partir de criterios determinados que facilitaban discernir las
plantas conocidas de las que aún estaban por describirse y clasifcarse según los criterios
taxonómicos pertinentes. Poder llenar vacíos en la red sistemática a partir de este referente
signifcaba un gran logro para la empresa científca. En el siglo XVIII, Carlos Lineo planteó una
forma de clasifcación biológica cuyo gran atractivo era que permitía representar y ordenar la
naturaleza de manera “natural.” Mientras que Lineo aportó las clases y órdenes como niveles
taxonómicos, se consideraba que los géneros y las especies eran unidades naturales y, por ende,
identifcarlas era clave para el éxito del explorador.147 Adhiriéndose a esta forma de clasifcar el
mundo natural (la aproximación legítima al conocimiento de la naturaleza para los europeos del
siglo XIX), la identidad de personajes como Spruce, Bates o Wallace como naturalistas-
exploradores y, sobre todo, científcos, dependía de la cantidad de especies o géneros
desconocidos que pudieran identifcar, recolectar y enviar a Europa para ser clasifcados. Ya he
comentado sobre cómo Spruce logró entrar a los círculos de la botánica inglesa gracias a sus
aportes a la fora inglesa, y que logró demostrar sus capacidades con el trabajo que realizó en los
Pirineos. Sin embargo, la experiencia en la Amazonía es prueba aún más contundente de la
importancia de “descubrir” nuevas plantas, puesto que la enormidad de su colección era clave
146 Hooker, Hooker’s Journal of Botany and Kew Garden Miscellany, 1850, 2:158.147 Nieto Olarte, Remedios para el imperio, 107.
47
para la elaboración de su identidad. Al igual que Wallace, “sus experiencias en el campo lo
transformaron de recolector con poca experiencia, enamorado de la historia natural, a
naturalista dedicado y publicado.”148
Sabemos que las expediciones científcas no buscaban producir conocimiento por el
conocimiento mismo. Más bien, las motivación para realizarlas era el deseo de hacer un
inventario de los recursos naturales del mundo haciendo énfasis en aquello que fuera útil para los
países colonizadores.149 Estos usos, he señalado, no estaban limitados a los derivados materiales o
medicinales de las plantas, por ejemplo. Las plantas también podían ser útiles por su valor
simbólico o cultural. Pero, asimismo, eran útiles para ordenar el mundo. Spruce le escribe a su
agente botánico, George Bentham: “Creo que en general mi colección de Mayo puede contener
tantos géneros nuevos cuantos comprendía la colección del Uaupés, pero un número
proporcionadamente menor de especies nuevas. Me ha interesado mucho esta colección porque a
las numerosas plantas de tipo amazónico, se añade un buen número de plantas específcamente
peruanas […].”150 Por supuesto, las plantas no conocen de límites geopolíticos, y una planta
encontrada dentro de la frontera peruana podría estar, asimismo, en territorio ecuatoriano. Sin
embargo, otorgarle nacionalidad a los géneros o especies de plantas es fundamental para el
proyecto de ordenamiento del mundo, y también es una forma de forjar la identidad de un país
en términos de su historia natural.151
Así pues, una de las prioridades de Spruce durante su viaje era que sus colecciones fuesen
ricas en plantas desconocidas para Europa. Cuando debía ser selectivo en qué plantas recolectar,
este era uno de sus criterios para escogerlas. Wallace acota al respecto que Spruce “[…] limitó
sus colecciones tanto como le fue posible a especies que no había encontrado antes, y sobre todo
a aquellas que consideraba desconocidas por los botánicos europeos. […] no podía recoger todo
lo que observaba, […] y tenía la costumbre de no recoger muestras de muchas especies nuevas a
favor de otras que, en su opinión, constituían nuevos géneros”152 y, en sus propias palabras, “[...]
148 Camerini, «Wallace in the Field», 64.149 Ibid., 8.150 Spruce, Notas de un botánico en el Amazonas y en los Andes, 408.151 No debemos olvidar que el periodo en el que Spruce viajó a Sudamérica se caracterizó por el clima político de varias
nacientes naciones buscando desarrollar su identidad. Ver: Mauricio Nieto Olarte, Orden natural y orden social : ciencia y política enel semanario del Nuevo Reyno de Granada (Bogotá: Ediciones Uniandes, 2009).
152 Spruce, Notas de un botánico en el Amazonas y en los Andes, 424.
48
tantas plantas forecían entonces que tuve que limitarme a las que presentaban la mayor novedad
en su estructura.”153 Con esto, sabemos que la novedad tenía mayor relevancia cuanto más alta
estuviese en la escala taxonómica; un nuevo género –como lo expresa Spruce al escribir “Espero
que este árbol constituya un nuevo género de Clusiaceae relacionado con la Platonia”154– era
mucho más deseable que una nueva especie de acuerdo a la jerarquía que supone la clasifcación
linneana. Spruce reafrma esta idea cuando, apenas comenzando su viaje, anota que dentro de
las plantas que ha encontrado sólo algunas son nuevas para Europa, de manera que “sólo una
pequeña porción de las mismas serían de algún valor a los ojos de los botánicos ingleses.”155
Resumiendo, vale la pena traer a colación la introducción a Notas de un botánico en el
Amazonas y en los Andes, donde Alfred Wallace comenta:
Respecto a los resultados generales de la expedición botánica de Spruce y al estudio de América del
Sur, el difunto Sr. George Bentham, que conoció de este trabajo más que ningún otro, escribía así:
“Sus investigaciones sobre la vegetación del interior de Sudamérica, han sido las más importantes
que hemos tenido desde los tiempos de Humboldt, no solamente por el número de especies
recogidas (que llegaron a más de siete mil), sino también por el número de nuevas formas genéricas
con que se ha enriquecido la ciencia, por su investigación sobre las aplicaciones económicas de las
plantas en los países que visitaba, y por el número y el valor científco de las observaciones que
hacía in situ, anotándolas junto a las muestras, todas las cuales han sido remitidas a este país en
embarques completos depositados en el herbario de Kew.”156
El parecer de Bentham habla mucho sobre la importancia de que una expedición tuviese como
fruto una cantidad signifcativa de especies nuevas, y de cómo una colección llena de novedades
estaba enriquecida por las observaciones in situ. Ambas cosas (una gran colección con ricas
descripciones) sólo podían ser logradas en el campo, pero, también es cierto, requerían del
reconocimiento de los botánicos que recibían y procesaban esta información en los centros de
cálculo en Europa. Así las cosas, para que Spruce pudiese contribuir a enriquecer la ciencia, sus
siete mil especies tenían que atravesar un largo y complejo proceso en el que eran extraídas,
153 Ibid., 173.154 Ibid., 295.155 Ibid., 3.156 Ibid., xlii.
49
desplazadas, atomizadas, comparadas y clasifcadas. Durante este proceso se entablaba una
discusión entre botánicos y plantas que, fnalmente, llevaba a la estabilización de la identidad de
estos especímenes y a su vinculación con el proyecto de conocer la totalidad del mundo natural.
Sin embargo, al tiempo estaba en discusión la identidad de Spruce como científco (y no sólo
como recolector), la cual dependía de que los especímenes que había recolectado en efecto
asumiesen su papel como géneros o especies nuevas.
S P R U C E Y L A CI N C H O N A
Uno de los mayores éxitos de la carrera de Richard Spruce como botánico fue su
contribución a la empresa de introducir la cascarilla roja (Cinchona pubescens Vahl)157 en la India. El
proceso mediante el cual Spruce logró cultivar y enviar 637 vástagos y cerca de 100,000 semillas
secas que después dieron paso a las plantaciones de cinchona en el Asia es un episodio idóneo
para ilustrar cómo operaban las redes de ciencia imperial compuestas tanto por humanos como
por no-humanos. Aquí confuyeron las redes de intercambio imperial y el ejercicio del control
colonial con la labor científca de Spruce; dentro de estos procesos se vincularon objetos, plantas,
semillas, agentes coloniales, científcos y ejércitos para hacer una transferencia exitosa de la
cinchona americana a la India. Evidentemente se trató de un proceso que permite que se hagan
mayores indagaciones; espero aquí poder proveer una visión general de lo que podría ser una
investigación más profunda.
La cascarilla roja es una de las especies de Cinchona que crece en Perú y Ecuador. De la
corteza de este árbol se obtiene el alcaloide quinina, el cual es un efectivo tratamiento para la
malaria. Aunque aún no es del todo claro cómo Europa obtuvo el conocimiento de las
propiedades curativas de estas plantas, lo cierto es que para el siglo XVII ya se empleaban para el
tratamiento de las febres asociadas a la malaria y España tenía virtualmente todo el control sobre
157 La mayoría de las fuentes secundarias consultadas, e incluso el mismo Spruce, hablan de Cinchona succirubra Pav. ex Klotzsch, pero en la actualidad ésta es un sinónimo de Cinchona pubescens Vahl por lo que en adelante me referiré a la cascarilla roja con éste último nombre cuando sea empleado el nombre binomial. A las plantas del género Cinchona también se les conoce como quina o cinchona y, a la Chinchona pubescens en específco, como cascarilla, cascarilla roja, o corteza jesuita.
50
la extracción y exportación de la cinchona, por ser endémica de sus colonias andinas.
Posteriormente, en 1854, el Dr. William Baikie confrmó que la quinina no sólo servía como
tratamiento para la malaria, sino que también ayudaba a prevenirla.158 La importancia de la
quina en la historia del imperialismo no puede ser subestimada y existen numerosos trabajos
dedicados a este ejemplo de la relación entre imperialismo y recursos naturales. En efecto, la
malaria suponía un gran obstáculo para los esfuerzos europeos en penetrar y ejercer su infuencia
sobre los trópicos, por lo que poseer una cura efectiva para la enfermedad era fundamental para
tener el control total sobre las posesiones donde la malaria era endémica. Por ejemplo, Richard
Drayton comenta que la febre amarilla fue clave para el éxito rebelde contra los ingleses en
Jamaica, y que la enfermedad cobró la vida de la mitad de la expedición de Mungo Park por el
río Niger en 1805.159 Mientras la malaria siguiese siendo un impedimento para el control efectivo
de las colonias tropicales, el proyecto imperial no podía llevarse a cabo en su totalidad.
Los servicios de Richard Spruce fueron solicitados por la Corona inglesa cuando, en
1857, Inglaterra se vio en la necesidad de re-estructurar su aparato político en la colonia de la
India después de la Rebelión de los Cipayos. Este levantamiento, el primero gran esfuerzo por la
independencia de la India160, dio como resultado la destitución de la East India Company como
entidad político-administrativa en la India. En su lugar la Corona impuso un Secretario de
Estado para la India, agrandó la burocracia para el control de sus colonias y envió un mayor
número de tropas a la región. Esta reorganización condujo a que un gran número de ingleses y
sus familias se re-ubicaran a la colonia, poniéndose en riesgo de contraer malaria. Por ende, se
hizo necesaria la adquisición de cinchona la cual podía ser importada de Sudamérica; sin
embargo, resultaba bastante más conveniente para los ingleses establecer sus propias plantaciones
de cinchona en la India. Además, desde el viaje de Alexander von Humboldt se consideraba que
la quina estaba siendo sobre-explotada en la región andina, por lo que establecer plantaciones de
ésta en el Asia también contribuiría a “salvar” las quinas de su desaparición por causa de las
malas prácticas americanas. En suma, los ingleses tenían razones humanitarias, económicas,
sociales y demográfcas para movilizar una enorme red de botánica imperial para sembrar la
cinchona en todas las colonias inglesas.161 Así, con la fnanciación de la India Offce, la ayuda de
158 Drayton, Nature’s Government, 208.159 Ibid., 207.160 Brockway, Science and Colonial Expansion, 105.161 Ibid., 104, 119.
51
los jardines de Kew y William J. Hooker, se comenzó a ejecutar la transferencia de cinchona con
Clements Markham a la cabeza del proyecto. Para que éste fuera exitoso, era necesario forjar un
sistema de alianzas entre los agentes implicados (los ofciales británicos en la India, Kew, los
botánicos, las semillas, los vástagos, etc.), para lo cual la labor de Spruce fue crucial. En una carta
a su amigo John Teasdale fechada 14 de abril de 1859 y escrita desde Ambato, en Ecuador,
Spruce escribe:
El gobierno de la India me ha confado la tarea de obtener semillas y plantas jóvenes de
diferentes tipos de cinchona o quina que crecen en los Andes de la región de Quito, con el fn de
transportarlos a nuestras colonias en Oriente, donde se busca establecer plantaciones de estos
preciosos árboles a gran escala. Esta tarea me ocupará (si continúo con vida para entonces) la
mayor parte del año siguiente.
La expedición a los bosques antes mencionados (en agosto y septiembre de 1859) tenía
como fn familiarizarme con las diferentes clases de quinas, y conocer las facilidades existentes para
obtener sus semillas, etc., o, hablando más claramente, las difcultades que debían superarse, y que
le aseguro no son menores.162
En efecto, William Hooker había reclutado a Spruce para conseguir extraer las preciadas plantas
de los andes y enviarlas a la India. Los diarios y cartas de Spruce de los años 1859 y 1860 dan
cuenta de todo el proceso de acceso, adquisición y transferencia de las semillas y vástagos de
cinchona que pudo obtener. De este modo, permiten ver el entramado de actores partícipes de la
enorme red articulada para poder llevar la cinchona a la India. Hemos visto que la malaria en
conjunto con los levantamientos en la India propiciaron el proyecto de transferencia de la quina,
pero también vale la pena mencionar que en la década de 1880 se determinó que las hembras de
varias especies del género Anopheles Meigeb 1818 eran el vector de la enfermedad.163 Por lo tanto,
es claro que hubo factores tanto humanos como no-humanos que incidieron sobre la puesta en
marcha del ambicioso proyecto y queda por ver cómo incidieron sobre el resto del proceso y en la
creación de una red efectiva de intercambio imperial.
162 Spruce, Notas de un botánico en el Amazonas y en los Andes, 514.163 Brockway, Science and Colonial Expansion, 108. Aproximadamente 41 especies del género Anopheles pueden transmitir la
enfermedad. Para una lista de cuáles son estas especies, consultar el Malaria Atlas Project disponible en http://www.map.ox.ac.uk/explore/mosquito-malaria-vectors/bionomics/
52
Spruce no tardó en comenzar a trabajar en la misión que le había sido confada desde los
círculos políticos y botánicos más altos. Rápidamente, como lo indica el extracto de la carta
anteriormente citada, comenzó excursiones de identifcación para familiarizarse con las quinas y
su entorno. A Hooker le explica que son necesarios estos desplazamientos puesto que en los
bosques de Ambato, donde se encontraba estacionado, sólo se conocía un tipo de quina mientras
53
Grabado del siglo XVII cuya leyenda, no visible aquí, dice: "Perú le ofrece una rama de cinchona a la ciencia". Rassegna Medica, Marzo - Abril (No.2) 1955
que en los bosques del valle del Río Chanchán espera poder encontrar tres.164 En el camino se
hizo con la ayuda de un señor de apellido Bermeo, a quien contrató como ayudante y
acompañante en virtud de su experiencia con la cascarilla y la zarzaparrilla, muestra ineludible
de la importancia de los colaboradores165 en las misivas científcas. En efecto, con la ayuda del
señor Bermeo Spruce pudo identifcar el suelo y el clima donde crecen las quinas, así como los
lugares donde hay mayor abundancia de los árboles, información clave para poder determinar si,
en efecto, era posible recolectar semillas y vástagos de cascarilla roja que pudiesen sobrevivir el
viaje a la India. Durante estas expediciones de identifcación, vale notarlo, Spruce dejó registro
de los cambios en el paisaje y la incidencia de los acontecimientos políticos sobre éstos,
evidenciando que los eventos sociales y los eventos naturales no necesariamente ocurren en
planos aislados y que, antes bien, son parte de un mismo proceso: “[Bermeo] me dijo que si nos
adentrábamos un día más en el bosque, con seguridad podía mostrarme más árboles de cascarilla
roja, que había visto hace no muchos meses, y que por razones de la revolución, nadie había
entrado este año a los bosques a recoger cascarilla, por lo cual era muy probable que estuvieran
intactos.”166 Asimismo, le escribió a Hooker sobre la valoración local de diferentes tipos de quinas
y como ésto había infuido sobre el paisaje; la cascarilla “pata de gallinazo” es de color más
oscuro que la cuchi-cara (piel de cerdo), y por lo tanto se le estima más. Sin embargo “la
demanda de ambos tipos de quina ha sido my pequeña en los últimos años, de tal suerte que no
se ha producido una destrucción semejante como en el caso de la cascarilla roja.”167 Por lo tanto,
las difcultades que Spruce y el Señor Cross (jardinero de Kew enviado por Hooker a asistir a
Spruce) debieron enfrentar en su esfuerzo por cultivar y recolectar la Cinchona pubescens no podían
ser exclusivamente sociales o ambientales, sino que estaban confguradas por la íntima relación
existente entre los seres humanos y los recursos naturales, ambos parte de un mismo continuo.
Habiendo determinado el lugar adecuado para llevar a cabo la tarea asignada por el
Gobierno de la India, los bosques de quina en las estribaciones occidentales del Chimborazo,
Richard Spruce ocupó la primera mitad del año 1860 en los preparativos para adentrarse en la
164 Spruce, Notas de un botánico en el Amazonas y en los Andes, 515.165 Comúnmente a este tipo de personajes se les ha denominado “informantes.” Sin embargo, el término colaboradores es
bastante más descriptivo de su papel dentro de la producción de conocimiento científco pues su labor va más allá de informar: consiste de indicar, acompañar, recolectar, describir, etc.
166 Spruce, Notas de un botánico en el Amazonas y en los Andes, 526.167 Ibid., 528.
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localidad donde recolectaría semillas y pequeñas retoños de los árboles de quina. El más
importante de estos preparativos fue, sin duda, la obtención de permiso para adentrarse en los
bosques; aquí, el vínculo entre ciencia y política resulta ineludible. Sabemos que la labor
científca comúnmente es inseparable de intereses políticos, por más que se haya intentado
argumentar lo contrario, y que a menudo los científcos son fguras públicas con experimentos o
investigaciones orientadas a servir un fn político. Por ende, la labor científca no pocas veces
requiere de negociaciones como la que tuvo que realizar Spruce. A saber, los bosques de
cascarilla que estaban lo sufcientemente conservados como para poder seguir siendo explotados
(y por lo tanto los más óptimos para la tarea del botánico) se encontraban en El Limón, un grupo
de haciendas azucareras donde aún forecía la Cinchona pubescens, “el manchón más precioso de
cascarilla roja jamás visto.”168 Las haciendas que conformaban El Limón eran El Morado y
Matiaví, propiedades de la iglesia de Guaranda, y Sinchig, Talagua y Salinas, pertenecientes al ex
presidente general Juan José Flores. Para poder acceder a ellas, Spruce tuvo que negociar con
“un tal señor Cordovez”, a quien le habían sido entregadas en arriendo las haciendas del general
Flores, y con el Dr. Francisco Neyra, un notario público de Guaranda encargado de la renta de
las haciendas de la iglesia, pero sólo en cuanto a la producción de cascarilla. “Al principio estaban
reacios a negociar conmigo a cualquier precio – informa Spruce –, pero después de un poco de
palabras, logré cerrar con ellos un trato por el cual me permitían tomar todas las semillas y
vástagos de cascarilla roja que quisiera, mientras no tocara la corteza, todo por cuatrocientos
dólares.”169 Este episodio demuestra que la labor del naturalista no es sencilla y desprovista de
prácticas políticas; más bien, está plagada de éstas. Asimismo es importante para ilustrar que la
naturaleza no está disponible para que un hombre ilustrado se tropiece con ella y la “descubra”,
sino que el acceso al mundo natural requiere de negociaciones con diversos actores que
representan variados intereses. Aquí, los actores son humanos con fuertes vínculos políticos que
vigilan el acceso a los recursos naturales, pero, como hemos señalado, los no-humanos también
tienen intereses y suponen entidades con las cuales también es necesario discutir y negociar para
poder establecer redes efectivas.
Una vez el señor Cordovez y el Dr. Neyra le dieron permiso a Spruce de llevar a cabo sus
actividades en las propiedades que supervisaban, éste último le facilitó al botánico la ayuda de
168 Ibid., 539.169 Ibid., 438.
55
indios y cascarilleros que le ayudaran en su labor de recolección de semillas y árboles jóvenes.
Spruce partió rumbo a los bosques de quina el 11 de junio de 1860, llegando a El Limón el 18
del mismo mes. Allí permaneció hasta el 12 de septiembre recogiendo semillas, sembrando y
cuidando las plantas de quina con ayuda del Señor Cross. Durante los primeros días de su
estadía, y mientras aguardaba la llegada de Cross (que no sería sino hasta el mes de julio),
comenzó con la recolección de panículas de fores las cuales, desafortunadamente, no produjeron
cápsulas maduras por tratarse de foraciones tardías. Esto signifcaba un gran problema, puesto
que las instrucciones provenientes de Inglaterra recomendaban especialmente semillas maduras;
el conficto se acentuó cuando los habitantes del Limón retiraron todas las panículas cuando las
semillas estaban lejos de madurar, pensando, equivocadamente, que Spruce compraría las
semillas. Para eliminar este obstáculo comunicó a la comunidad que las semillas sólo tendrían
valor si eran recolectadas por él. Retomando un punto anteriormente expuesto, sólo en la
medida en que Spruce fuera el punto de paso obligatorio podrían las semillas y plantas de
Cinchona pubescens ser cultivadas exitosamente y luego sobrevivir el viaje a la India. Sin embargo,
ésto aún no garantizaba el éxito de su empresa.
A la llegada del Señor Cross en julio de 1860, “no teníamos plantas jóvenes, ni esperanza
alguna de conseguirlas, pero estaba satisfecho con que los cogollos prosperaran, aunque
necesariamente sería un proceso tedioso el que echaran buenas raíces.”170 El proceso de cultivar
la cascarilla implicaba estabilizarla para que creciera, echara raíces y fuera posible trasladarla
hasta Guayaquil y que de allí llegara con vida a la India. Para esto era necesario eliminar posibles
amenazas a las cuales se vieron enfrentados y que dan cuenta de los diversos instrumentos y
factores que era preciso involucrar si el proyecto había de ser exitoso. Por supuesto, la cinchona
no se daba por sí sola con la rapidez y de la forma en la que Spruce e Inglaterra la necesitaban.
Para ello, fue necesario improvisar herramientas que ayudasen a efectuar el cultivo en tanto que
“La comunicación cerrada con Guayaquil era un obstáculo verdaderamente incómodo, pues
habría sido magnífco enviar a alguien a este puerto por lienso, vino, o simplemente por
cargadores que ayudaran a los agotados viajeros.”171 Por otro lado, las condiciones climáticas
también eran entidades que intervenían en el proceso de cultivo de la cascarilla: demasiada agua
170 Ibid., 568.171 Ibid., 569.
56
podía causar que las plantas se humedecieran demasiado, y mucho calor hacía que pudieran
marchitarse. Cuenta Spruce que
Una pequeña acequia de una milla de largo que cruzaba la ladera del monte desde el nacimiento
de un pequeño río abastecía de agua al trapiche tanto para la destilación como para la cocina
Gracias a ello teníamos por lo general agua sufciente para nuestra plantación, pero como la
acequia estaba mal hecha y carecía de una cerca protectora, el ganado que deambulaba por el
lugar generalmente entraba y echaba a perder el trabajo al menos una vez al día, en que los indios
tenían que buscar los lugares dañados y arreglarlos. Pero cuando el abastecimiento de agua se
interrumpía exactamente cuando se presentaban estos momentos de sol abrasador, no había otra
alternativa más que ir todos con baldes hasta el profundo vallecito donde corría un río de caudal
considerable para sacar agua, pese a que el ascenso era muy escarpado y difcultoso.172
Era necesario, entonces, valerse de una variedad de técnicas y artefactos que permitiesen alejar a
los demás actores (climáticos, otros animales, o inclusive otros humanos, como los habitantes del
Limón que se hacían con las cápsulas que contienen las semillas antes de que Spruce pudiese
recolectarlas) de las semillas y los retoños para que no ejercieran ninguna infuencia sobre el
papel que habían de asumir. Aún cuando Spruce y Cross lograron que las plantas echaran raíces,
éstas fueron atacadas por orugas que fue necesario interceptar y alejar del objeto de interés para
continuar con el proceso de inscripción de las plantas de cinchona dentro del proyecto. Toda esta
experiencia permite ver que la labor botánica de Spruce no era una isla, desprovista de infuencia
política, o sin ejercer infuencias políticas; tampoco se trataba de una labor realizada por dos
científcos, sino que dependía de otras personas, e inclusive varios no-humanos, para poder ser
exitosa. Ilustra, asimismo, que el trabajo de cultivar los árboles de la quina no dependía del
jardinero únicamente, sino que era susceptible a infuencias de variada índole que requerían la
movilización de artefactos y redes que condujeran al resultado deseado.
El trabajo de Richard Spruce y Cross tuvo éxito. “A fnales de julio el clima mejoró, y en
unos cuantos días soleados el fruto de los árboles de cascarilla presentaban un claro desarrollo
hacia la madurez. […] El dieciséis de agosto el Sr. Cross plantó ocho semillas de las que recogí:
172 Ibid.
57
una empezó a germinar al cuarto día, y al cabo de dos semanas cuatro semillas habían echado
sus raicillas. El seis de septiembre teníamos las hojas de semilla completamente desarrolladas, y
para el nueve del mismo mes, esto es, el vigésimo quinto día después de la siembra, la última de
las ocho semillas echó raíces.”173 Así, el 31 de diciembre de 1860 Spruce y Cross embarcaron las
637 plantas junto con las semillas que se le habían pedido con destino a Panamá y luego a
Inglaterra, desde donde serían reenviadas a la India vía los jardines de Kew. Tras transcribir una
buena parte del informe que escribió Spruce sobre todo este trabajo, Alfred Wallace reporta que
“las plantas jóvenes llegaron a la India en buenas condiciones y las semillas germinaron,
sirviendo de punto de partida para la extensas plantaciones en los montes Neilgherry, al sur de la
India, en Ceylon, en Darjeeling, y otros lugares.”174 Sin embargo, al igual que sucede con el
quehacer científco, el éxito del viaje de las plantas y las semillas hasta la India era producto de
las redes globales asociadas al imperio británico. Así, para poder movilizar la naturaleza
americana hacia la India en favor de un proyecto imperial (poder mantener en pie la nueva
burocracia que se veía amenazada por la malaria) era necesario poner en marcha una enorme
cantidad de individuos e instrumentos, sin los cuales, sin duda, la empresa científca y la
transferencia de la cinchona no habrían sido posibles. En efecto, uno de los pilares del
imperialismo británico en el siglo XIX era el poderío naval que ostentaba, y que le permitía
poner a circular ideas, científcos, almirantes, cónsules, plantas secas, plantas vivas y semillas por
todo el globo. Sin este tipo de infraestructura, la cual comprende no sólo barcos, sino también sus
tripulantes, mapas, conocimiento sobre navegación, y demás agentes humanos y no-humanos
que John Law ha identifcado para el caso del control a distancia portugués,175 no sólo no habría
sido posible forjar un imperio de escala global, tampoco se habría podido llevar a la Cinchona
pubescens hasta la India.
Ahora bien, quisiera hacer énfasis sobre un artefacto clave para el triunfo de la
transferencia de la cinchona: las cajas de Ward. Éstas son, como su nombre lo indica, una cajas
diseñadas por el médico inglés Nathaniel Ward en 1829 las cuales funcionan bajo el principio de
un terrario. Esto es, una caja de vidrio sellada dentro de la cual las plantas pueden crecer al ser
regadas por la humedad que se condensa con el calor del día y que vuelve a la tierra con el frío
173 Ibid., 571.174 Ibid., 579.175 Law, «On the Methods of Long Distance Control: Vessels, Navigation, and the Portuguese Route to India».
58
durante la noche.176 Con el fn de poder trasladar las jóvenes plantas de cascarilla desde Ecuador
hasta la India, William Hooker envió 15 cajas de Ward con el Señor Cross. A pesar de que el
vidrio no pudo resistir la accidenta geografía andina, Spruce y Cross se las ingeniaron para
reemplazar el material con tiras húmedas de cálico, un sustituto satisfactorio dado que las plantas
llegaron en buen estado a su destino fnal. El papel de este objeto no puede ser subestimado:
mientras que en 1819 sólo una planta entre mil sobrevivía el trayecto entre Inglaterra y China,177
después de la introducción de las cajas de Ward era posible transportar miles de plantas vivas de
un lado del mundo a otro, como lo demuestran la transferencia del té, la banana china, el caucho
y, por supuesto, la quina. Por supuesto, no es lo mismo poder enviar de vuelta a Kew bellas
ilustraciones, miles de semillas, o ejemplares secos que enviar plantas vivas con la seguridad de
que llegaran a su destino en este estado. El alcance de este instrumento se evidencia en que de las
más de seiscientas plantas de cinchona que zarparon desde Guayaquil, 463 llegaron en buenas
condiciones a la India.178
El éxito de los cultivos de Cinchona pubescens en el Asia ya ha sido estudiado y es bien
sabido que aunque los cultivos ingleses fueron relativamente exitosos, los holandeses tuvieron
mayor suerte en Java, tanto por las condiciones ambientales como por las especies de Cinchona
que cultivaron allí. Existe, sin embargo, un último factor que vale la pena resaltar a propósito de
la transferencia de la cinchona. A pesar de que no fueran tan abundantes como las holandesas, y
de que el producto de quinina no fuese de igual calidad, las cosechas inglesas no eran poca cosa.
Aún así, de las regiones que iniciaron plantaciones de quina, sólo el gobierno de Bengal permitía
su distribución al público general – es decir, tanto a ingleses como a indios. En contraste, el
gobierno de Nilgiris (con las plantaciones más grandes) le vendía el polvo de quinina al
Departamento Médico del Gobierno de Madras para ser distribuido a los empleados del
gobierno, el ejército y a los plantadores privados para el tratamiento de sus trabajadores.179 Por su
parte, el gobierno de Ceylon tenía pequeñas plantaciones, y le compraba la mayor parte de la
quina a los productores de Nilgiris. Así pues, es claro que la población de la India necesitaba la
quinina para combatir la malaria, pero tenía acceso limitado a ésta. Cuando otras variedades de
176 Brockway, Science and Colonial Expansion, 86.177 Ibid., 87.178 Ibid., 114.179 Ibid., 121-22.
59
quina se hicieron más apetecidas por los europeos, las plantaciones de Ceylon cambiaron sus
cultivos de quina por té. Para ilustrar las consecuencias, Lucile Brockway cita las cifras que la
junta médica de la Presidencia de Madras calculó para el número de muertes por causa de las
febres tan solo en el distrito de Madras, estimadas en 222,843 en 1872 y 469,241 en 1877. 180
Que los científcos ingleses y los botánicos de Kew Gardens celebrasen la introducción de la
cinchona en la India como uno de los mayores logros de la institución no es exagerado; afrmar
que fue un acto humanitario como se planteó en un principio, sin embargo, lo es. Asimismo, los
resultados de la introducción de la quina en la India son una fuerte muestra de cómo el control
sobre los recursos naturales y el acceso a éstos es una importante forma de colonialismo que no
puede ser pasada por alto. En la medida en que se llegó a sembrar cinchona en prácticamente
todas las colonias británicas es claro que nos encontramos ante un caso de lo que Alfred Crosby
ha llamado “imperialismo ecológico” que, además, supuso control colonial sobre la población.
180 Ibid., 123.
60
C O N C L U S I O N E S
Cada vez se va haciendo aún más evidente la necesidad de análisis históricos que
comprendan no sólo la esfera de lo social, sino que también involucren al mundo natural dentro
del estudio de los acontecimientos históricos. Inclusive, los aportes de la geografía crítica, de la
teoría de redes de actores y de la historia ambiental nos llevan a plantear los problemas históricos
ya no en términos de la sociedad, sino de la socionaturaleza, con el fn de avanzar hacia un
replanteamiento de la dicotomía moderna que divide lo social y lo natural. Con esto en mente, a
lo largo de este estudio he pretendido demostrar que la historia no es únicamente el ámbito de lo
humano, y que, antes bien, humanos y no-humanos se desenvuelven en un mismo plano para
confgurar procesos complejos, de múltiples escalas y donde la identidad de los actores no es
estable, sino que constantemente está defniéndose y por defnirse. Para esto, he tomado
conceptos tanto de diferentes áreas de la historia como de otras disciplinas pues, retomando a
Michel Callon, no es posible partir de la división ontológica entre humanos y no-humanos para
un análisis de cómo se relacionan entre ellos; esto sería establecer distinciones a priori entre
entidades que son igualmente importantes dentro de las redes de producción e intercambio de
conocimiento, así reconozcamos que su capacidad de maniobra dista de ser la misma.
Los documentos de Richard Spruce producidos durante su viaje de quince años a lo largo
del Amazonas y los Andes ecuatoriales están llenos de magnífcas manifestaciones de cómo era
percibida la naturaleza durante la segunda mitad del siglo XIX, y su vínculo con los jardines de
Kew y las autoridades botánicas inglesas se presta para comprender y reforzar la idea de que
ciencia e imperialismo en esta época son indisolubles. Sin embargo, más allá de esto, las
meticulosas anotaciones de este importante (pero increíblemente desconocido) botánico jamás
dejan de lado los detalles sobre el mundo natural en el cual se sumergió y al cual le dedicó buena
parte de su vida y su salud. Por ende, son de gran utilidad para estudiar la relación entre
humanos, en particular científcos, y no-humanos en el contexto del quehacer científco en el
campo. Es verdad que también abundan los reportes sobre los usos locales de las plantas que le
han hecho merecedor del título de pionero de la etnobotánica, y podría indagarse aún más sobre
este aspecto de su carrera en otro momento. Asimismo, sus diarios y correspondencia permitirían
61
hacer un estudio sobre los sistemas de clasifcación que también constituyen un aspecto
interesante de la relación entre humanos y no-humanos. Ahora bien, como otros han resaltado,
los escritos de Spruce también están colmados de apreciaciones de la naturaleza que permiten
ver a un hombre enamorado de la naturaleza en todas sus manifestaciones. Sin embargo, una
mirada más detallada revela un científco autodidacta inmerso en un contexto de miradas
contrastadas, más no excluyentes, de una naturaleza decididamente no-humana, importante por
su valor monetario o simbólico, y valorada por su utilidad (y hemos visto que hay múltiples
formas de tasar esta utilidad) al hombre. He evitado referirme a la humanidad como “el
hombre”, con el fn de no dejar de reconocer el papel de las mujeres y otros sujetos ajenos a la
categoría de hombre blanco que tradicionalmente ha dominado los análisis históricos. Aunque
este no es el lugar para ahondar sobre este tema, es necesario recalcar la importancia de estudiar
el papel de estos “otros” sujetos en el tipo de relaciones y redes sobre las que he discutido. Aún
así, no deja de ser cierto que la naturaleza que Spruce entendía era una construida, en su
mayoría, por hombres blancos europeos en su misión de aprehender la totalidad del mundo
natural. Con todo, la identidad de estos hombres de ciencia tampoco era fja. Como vimos, los
científcos profesionales se diferenciaban de los afcionados y de los simples recolectores en virtud
de los resultados de sus experimentos o expediciones. Esto se relaciona con que la naturaleza que
está en proceso de construcción, simultáneamente contribuye a defnir al científco. Así, la
identidad de los naturalistas y el éxito de sus respectivas empresas depende de la colaboración de
los demás agentes tanto humanos como no-humanos y de un largo y complejo proceso de
negociación con los actores implicados y la legitimación de su labor en función de cómo éstos
actúen su papel. La naturaleza, entonces, pasa de ser un simple objeto de estudio develado por
un ojo observador a convertirse en un engranaje clave para la elaboración de redes de
conocimiento científco.
Del mismo modo, mientras que se ha privilegiado la labor científca en los laboratorios,
museos o herbarios, el caso de Spruce, al igual que el de sus colegas Wallace y Bates, es ejemplar
para hablar de la ciencia en el campo. Éste se constituye no como un escenario dentro del cual se
llevan a cabo observaciones y que frecuentemente puede ser hostil y contrario a los objetivos de
la ciencia, sino más bien como un ente activo que condiciona el proceder del naturalista, incide
sobre su itinerario, sus observaciones, y lo absorbe para convertirlo en un testigo ocular del
62
mundo natural. En esta medida, la estadía en el campo, con sus percances, es de gran
importancia para forjar la identidad de los naturalistas y de sus interlocutores (puesto que el
rótulo de “objetos de estudio” relega a la naturaleza a un papel sumamente pasivo, el término
“interlocutor” surge como la caracterización más apropiada). Del mismo modo, reconocer la
importancia de la labor de campo también permite visibilizar procesos y actores que de lo
contrario quedan atrapados en una “caja negra,” para tomar prestado una vez más un término
proveniente de ANT. A saber, las notas de campo de Richard Spruce frecuentemente reconocen
a los ayudantes que facilitan su labor de identifcación, recolección y descripción de los usos de
determinadas plantas. Por ejemplo, durante el año que pasó recolectando semillas de quina y
cuidando los retoños contó con la ayuda de personas como el señor Cross que, de no estar su
labor resaltada en los diarios de Spruce, habría pasado desapercibido como jardinero de Kew, al
igual que ha acontecido con muchos otros ayudantes de esta índole. Adicionalmente, para
resaltar la relevancia del campo tomé el lugar como categoría analítica que permite comprender
el signifcado del espacio dentro de los procesos socionaturales. Siguiendo a Doreen Massey, el
concepto de lugar permite comprender que hay relaciones y procesos que “estarán contenidas en
el lugar; otras irán más allá de éste, atando una localidad particular a relaciones y procesos en los
cuáles están implicados otros lugares.”181 En esta medida, reconocer la importancia del campo en
tanto lugar dentro de la producción de redes globales de conocimiento permite “pasar con
continuidad de lo local a lo global, de lo humano a lo no-humano.”182 Este continuo queda
bastante más claro ilustrado con la experiencia de Spruce con la quina. La transferencia de la
cinchona de América a la India sirve para ilustrar la fuidez con la que las redes locales y las redes
globales compuestas por humanos y no-humanos se desarrollan, pero esto sólo puede ser
entendido en tanto que se reconozcan las múltiples escalas en las que se desenvuelven estos
actores. No se trata de pasar súbitamente de lo macro a lo micro; del imperio británico a las
haciendas de El Limón. Más bien, se trata de reconocer que la transferencia de la cinchona
encarna relaciones de la sociedad y la naturaleza como parte de un mismo continuo. A saber,
Spruce, Kew, Hooker, las cajas de Ward, las semillas, los vástagos, los barcos, el agua, el mosquito
vector de la malaria y el conocimiento sobre la extracción de la quinina todos reunidos en la
181 Massey, Space, Place, and Gender, 120.182 Latour, We Have Never Been Modern, 121.
63
forma de una plantación de quina en Nilgiris son muestra de las relaciones y procesos de la
socionaturaleza indisoluble.
64
B I B L I O G R A F Í A
F u e n t e s p r i m a r i a s
Admiralty, Great Britain. A Manual of Scientifc Enquiry: Prepared for the Use of Offcers in HerMajesty’s Navy; and Travellers in General. J. Murray, 1859.
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