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  • MILENA O EL FMUR MS BELLO DEL MUNDOJORGE ZEPEDA PATTERSON

    Jorge Zepeda Patterson, economista y socilogo, hizo maestra en la Flacso (Facultad

    Latinoamericana de Ciencias Sociales) y estu-

    dios de doctorado en Ciencia Poltica en la

    Sorbona de Pars. Fund y dirigi la revista

    Da Siete y es analista en radio, televisin y

    prensa escrita. Su columna dominical aparece

    en veinte diarios de Mxico, y todos los jueves

    El Pas publica en la edicin para Amrica su

    columna Pensndolo bien. Fue director funda-

    dor de los diarios Siglo 21 y Pblico en Guada-

    lajara y director de El Universal. En 1999 ob-

    tuvo el Premio Maria Moors Cabot, de la

    Universidad de Columbia. Dirige el diario

    digital . Autor y coautor de

    media docena de libros de anlisis, entre otros:

    Los amos de Mxico (Planeta, 2007) y Los suspi-

    rantes (Planeta, 2012). Su ltima novela pu-

    blicada fue Los corruptores (Destino, 2013), con

    la que alcanz el xito en nuestro pas y re-

    sult fi nalista del Premio Dashiell Hammett.

    @jorgezepedap

    No era el primer hombre que mora en bra-

    zos de Milena, pero s el primero que lo haca

    por causas naturales. Aquellos a los que haba

    asesinado no dejaron rastro ni remordimien-

    to en su nimo. Ahora, en cambio, la muerte

    de su amante la suma en la desolacin.

    En asuntos del corazn, el sexo siempre haba

    terminado por imponerse en la vida de Rosen-

    do Franco. El da en que falleci no fue dis-

    tinto. Bajo la exigencia del Viagra que lo

    inundaba, sus coronarias se vieron en la difcil

    disyuntiva de bombear la sangre exigida para

    sostener el violento ritmo con que penetraba

    a Milena o atender a otros rganos. Fieles a la

    historia de Rosendo, sus entraas optaron por

    el sexo. El corazn se desgarr en bocanadas

    desatendidas aunque concedi al cerebro del

    viejo unos instantes adicionales para adivinar

    lo que suceda.

    Diagonal, 662, 08034 Barcelonawww.editorial.planeta.eswww.planetadelibros.com

    Autores Espaoles e Iberoamericanos

    Diseo de la cubierta: Departamento de Arte y Diseo. rea Editorial Grupo PlanetaFotografa de la cubierta: A Feigned Retreat by Mary Jane Ansell Fotografa del autor: Blanca Charolet

    10099125PVP 21,50

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    DISEO

    EDICIN

    16/10

    La belleza de Milena tambin fue su perdicin. Convertida en esclava sexual desde la adolescencia, intenta huir cuando muere su protector, un magnate de la comunicacin que sufre un fallo cardiaco mientras hace el amor con ella. En su an-gustiosa fuga, se cruza con los Azules, un tro de justicieros formado por el periodista Toms Arizmendi, la poltica Ame-lia Navarro y el especialista en alta seguridad Jaime Lemus. Ellos desean liberarla, pero Milena guarda con recelo un es-pinoso misterio que atesora en su libreta negra y que supone su salvacin y, sobre todo, su venganza.

    Una vigorosa novela de accin y amor que denuncia los abusos de poder y la corrupcin, pero que sobre todo nos muestra el alma abierta de una mujer vejada, como tantas otras, en un mundo cada vez ms globalizado.

    34 mm

    PR E M I O PL A N E TA 2 014 P R E M I O

    P L A N E TA 2 014

    MIL

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  • Jorge Zepeda Patterson

    Milena o el fmurms bello del mundo

    Premio Planeta2014

  • No se permite la reproduccin total o parcial de este libro, ni su incorporacin aun sistema informtico, ni su transmisin en cualquier forma o por cualquiermedio, sea ste electrnico, mecnico, por fotocopia, por grabacin u otrosmtodos, sin el permiso previo y por escrito del editor. La infraccin de losderechos mencionados puede ser constitutiva de delito contra la propiedadintelectual (Art. 270 y siguientes del Cdigo Penal)

    Dirjase a CEDRO (Centro Espaol de Derechos Reprogrficos) si necesitafotocopiar o escanear algn fragmento de esta obra. Puede contactar conCEDRO a travs de la web www.conlicencia.com o por telfono en el91 702 19 70 / 93 272 04 47

    Jorge Zepeda Patterson, 2014 Editorial Planeta, S. A., 2014

    Diagonal, 662-664, 08034 Barcelona (Espaa)www.editorial.planeta.eswww.planetadelibros.com

    Primera edicin: noviembre de 2014Depsito legal: B. 23.525-2014ISBN 978-84-08-13405-3Composicin: Vctor Igual, S. L.Impresin y encuadernacin: Cayfosa (Impresia Ibrica)Printed in Spain - Impreso en Espaa

    El papel utilizado para la impresin de este libro es cien por cien libre de cloro yest calificado como papel ecolgico

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    MilenaJueves 6 de noviembre de 2014, 9.30 p. m.

    No era el primer hombre quemora en brazos deMilena, peros el primero que lo haca por causas naturales. Aquellos a losque haba asesinado no dejaron rastro ni remordimiento ensu nimo. Ahora, en cambio, la muerte de su amante la sumaen la desolacin.

    En asuntos del corazn, el sexo siempre haba terminadopor imponerse en la vida de Rosendo Franco. El da en quefalleci no fue distinto. Bajo la exigencia del Viagra que loinundaba, sus coronarias se vieron en la difcil disyuntiva debombear la sangre exigida para sostener el violento ritmo conque penetraba a Milena o atender a otros rganos. Fieles a lahistoria de Rosendo, sus entraas optaron por el sexo. El co-razn se desgarr en bocanadas desatendidas aunque concedial cerebro del viejo unos instantes adicionales para adivinar loque suceda.

    Una imagen acudi a la mente del dueo del peridico ElMundo. La contraccin del pecho proyect la cadera haciadelante, profundizando la penetracin. Se dijo que por fin ibaa correrse, que iba a lograr eso que llevaba esquivndole losdiez minutos de cabalgata febril sobre las blancas caderas desu amante. Rosendo siempre crey que su ltimo pensamien-to sera para el diario al que haba dedicado sueos y desvelos;

  • 8en aos recientes, cada vez que pensaba en la muerte experi-mentaba un ramalazo de rabia y frustracin al imaginarse laorfandad en que dejara la gran obra de su vida. Y pese a ello,destin los breves instantes de su agona a exigirse una gotade semen para despedirse de su ltimo amor.

    Milena tard unos segundos en percatarse de que los ruidosque emita el hombre no eran de placer. No pudo hacermayorcosa. Su amante la sujetaba por la cintura, envolvindola conlos brazosmientras estrellaba sus estertores agnicos contra suespalda enrojecida, como olas menguantes sobre una playaextensa. El viejo encaj la frente en la nuca de la mujer y lanariz en su cuello. Su respiracin violenta agit un rizo indis-ciplinado. Milena percibi de reojo el tenue vuelo de su cabe-llo impulsado por el lnguido aliento del moribundo, luegoel rizo qued esttico y la quietud rein en el cuarto.

    Se mantuvo inmvil largo rato, salvo por las gruesas lgri-mas que resbalaban por su rostro y moran en la almohada.Lloraba por l, pero sobre todo por ella misma. Se dijo queprefera suicidarse antes que regresar al infierno del que Ro-sendo la haba rescatado. Peor an, saba que en esta ocasinla represalia sera despiadada. Se vio a s misma tres aosantes, desnuda frente a dos grandes perros dispuestos a des-tazarla.

    No entenda por qu haban comenzado a amenazarla enlas ltimas semanas despus de dejarla tranquila durante variosmeses. Ahora, sin la proteccin del anciano, se convertira enun saco de carne y huesos destinado a pudrirse en algn ba-rranco, sin que importara el hecho de que los hombres paga-ban mil doscientos dlares por el privilegio de macerar suscarnes. Imagin el hallazgo de su cuerpo meses ms tarde y eldesconcierto de los forenses ante el fmur anormalmente lar-go de sus piernas kilomtricas. La imagen la sac del tranceen que haba cado y al fin la puso en movimiento. Se incor-por a medias para ver el rostro del muerto, limpi un rastrode saliva en su barbilla y lo cubri con la sbana. Observ el

  • 9blster de Viagra sobre la mesita de noche y decidi ocultarloen un ltimo acto de lealtad para con el orgulloso viejo.

    Camin al bao impulsada por los sentidos alertados, conla lucidez febril del sobreviviente. Su mente ocupada en elcontenido de la maleta que tendra que llenar antes de tomarun avin, aunque solo le importara la libreta negra que escon-da en el armario de la habitacin. No solo era su venganzaltima en contra de aquellos que la haban explotado, tambinuna garanta de supervivencia por los secretos que guardaba.

    Nunca lleg al aeropuerto, no se llamaba Milena ni erarusa como todos crean. Tampoco se percat de la gota desemen que cay sobre la baldosa.

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    Los AzulesViernes 7 de noviembre, 7 p. m.

    Si hubiera podido incorporarse desde el fondo de su atad,Rosendo Franco habra estado ms que satisfecho de su capa-cidad de convocatoria. La funeraria transfiri a otras sucursa-les los difuntos menos connotados para dedicar todas las salasde vela a albergar a las dos mil personas que acudieron al ve-latorio del dueo de El Mundo. Incluso el presidente del pas,Alonso Prida, haba permanecido veinteminutos en el recintomortuorio y con l buena parte de su gabinete. Prida ya notena el portemajestuoso e imperial que ostentaba en su primerao de gobierno; demasiadas abolladuras inesperadas, pocasexpectativas cumplidas en lo que se supona iba a ser un es-pectacular regreso del PRI. Con todo, la presencia del manda-tario mexicano electriz el ambiente, y tras su partida la ma-yora de los presentes se haban relajado y dedicado a beber.

    Dos horas antes, a las cinco de la tarde, Cristbal Murillo,secretario particular de Franco, decidi que el caf no era unabebida que hiciera honor a la calidad de los visitantes queacudan a despedir a su patrn y exigi a la funeraria un ser-vicio con copas de vino blanco y tinto de las mejores marcas.En el saln principal al que solo llegaban los VIP que l mismoseleccionaba, demand que se distribuyeran champaa y vian-das fras.

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    En la muerte tambin hay cdigos postales, se dijo Ame-lia al ver la funeraria parcelada en varios cotos entre los queel atuendo y hasta los rasgos tnicos contrastaban visiblemen-te. No era cercana a la familia de Rosendo Franco, a quienapenas haba conocido, pero en su calidad de lder del prin-cipal partido de izquierda su presencia en el funeral resultabaimprescindible, al igual que la de toda la clase poltica. Amelialament, de nuevo, la presencia de los tres escoltas que la acom-paaban desde haca dos aos y que ahora hendan como unariete los corrillos atiborrados de la funeraria para hacerlepaso. En realidad la dirigente no habra necesitado ayuda paraque los asistentes se hicieran a un lado; su melena rizada, susojos enmarcados por enormes pestaas y su tez aceitunadaeran seas de identidad de una figura tan conocida como res-petada en la escena pblica del pas, gracias a los largos aosdedicados al activismo en defensa de nios ymujeres sometidosa abusos por hombres de poder. Una Madre Teresa de Calcu-ta con la belleza intimidante de una Mara Flix joven, habadicho algn agudo periodista en una ocasin.

    Al cruzar los sucesivos salones, la dirigente se percat deque solo en el segundo, el de concurrencia ms humilde, seoan llantos de duelo. Eran los trabajadores de las rotativas ylas secretarias, quienes se lamentaban del desamparo en quelos dejaba la muerte del empresario tantos aos reverenciado.

    En el resto de los salones que cruz ahora tambin acom-paada de un ujier, solo advirti visitas de compromiso, actosde relaciones pblicas e incluso nimo de fiesta en algn co-rrillo alentado por los vinos y los chistes indefectibles en todovelatorio.

    Al llegar a la sala principal, Amelia percibi dos ambientesque podan cortarse con cuchillo. Una treintena de familiaresy amigos ntimos del difunto rodeaban el fretro como uncomandodispuesto a sostener a sangre y fuego el ltimobastinfrente a las hordas de polticos que llenaban el lugar; defendanel atad como si fuese la nica bandera en la colina sitiada por

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    el enemigo. Ocasionalmente un gobernador o un ministro sedesprenda del resto de los funcionarios y acuda furtivo a darun breve psame a la viuda y a la hija, tras lo cual regresabacon sus colegas para despedirse y tomar el camino de salida.

    Amelia tard unos segundos en distinguir a Toms, acoda-do bajo un amplio ventanal a un costado del recinto, como siquisiera mantenerse al margen de la imaginaria batalla queenfrentaba a las dos fuerzas. Como tantas veces en la vida, lasoseg la simple vista de la figura desaliada, de pelo ensorti-jado y ojos acuosos, de su viejo amigo y ahora amante. Algotena la presencia de Toms que apaciguaba su espritu gue-rrero.

    Lograste cruzar los siete salones del purgatoriodijo lal saludarla con un breve beso en los labios.

    A juzgar por los presentes, esto se parecems al infiernorespondi ellamientras pasaba unamirada por los asistentesque abarrotaban el sitio.

    Los dos contemplaron durante un rato los corrillos de po-lticos y poco a poco sus miradas convergieron en CristbalMurillo, el nico embajador que transitaba entre los dos gruposinstalados en el saln. Iba y vena para atender a un secretariorecin llegado o para hacer alguna consulta con la viuda delempresario. Pasaba de un bando a otro con la confianza desaberse til en ambos. Era servil all donde se requera e im-perativo donde era posible serlo. Toms, destacado articulistade El Mundo, nunca lo haba visto tan rozagante y expansivo.Su corta estatura incluso daba la impresin de haberse alarga-do dos o tres centmetros en las ltimas horas. Despus de tresdcadas de imitar a su jefe, actuaba como si fuese el legtimoheredero. Y ciertamente lo pareca; a fuerza de cirugas pls-ticas haba logrado una buena imitacin del rostro del dueodel diario. No era gratuito el apodo que le endilgaban a susespaldas por su extrao parecido con el finado: el Dj Vu.

    Amelia fue la primera en expresar lo que ambos pensaban.Oye, y t que ests adentro, qu sabes? Cmo quedar

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    el diario sin Franco? Nome irs a decir que ese payaso se harcargo de la administracin? pregunt a Toms.

    l se encogi de hombros y enarc las cejas, pero instinti-vamente los dos miraron a Claudia, la nica hija de Franco,quien rodeaba con un brazo a sumadre, ambas al pie del atad.A la distancia, la autntica heredera no pareca ms afectadade lo que delataba la lividez de su semblante, resaltada por unelegante atuendo oscuro. Toms pens que la indomable ca-bellera roja de Claudia era infiel a cualquier vestimenta fne-bre. Aunque su hombro tocaba el de doa Edith, su miradamortecina atrapada en los mosaicos del suelo revelaba que sumente se encontraba muy lejos. l supuso que su examante sehabra perdido en algn pasaje familiar de la infancia y creyconfirmarlo cuando ella sali del trance y sus ojos quedaronprendidos en la caja donde yaca su padre.

    Un camarero con canaps de salami y jamn bloque lavista que ofreca la familia Franco. Detrs del empleado apa-reci la figura de Jaime.

    Mala seleccin de bocadillos tratndose de un negociode carnes fras dijo el recin llegado mientras alzaba la vistahacia el techo.

    Ninguno de los dos dio muestras de la reaccin que lesprovocaba encontrarse con el viejo amigo de su infancia, peroa ambos les incomod: an no perdonaban el comportamien-to de Jaime en el caso de Pamela Dosantos, una actriz cuyoasesinato salvaje haba sacudido al pas un ao antes e invo-lucrado a Toms como periodista y a Jaime como especialistaen temas de seguridad. Los tres amigos formaban parte de uncuarteto que haba sido inseparable a lo largo de la infanciay la adolescencia conocido como los Azules, por el color delos cuadernos que el padre de Jaime traa de Francia. La crisisprovocada por el asesinato de Pamela Dosantos, amante delsecretario de Gobernacin, haba quedado resuelta con saldosvariopintos: las amenazas en contra de Toms haban sidoconjuradas, Amelia y l haban iniciado una relacin amoro-

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    sa tres dcadas despus de los escarceos suspendidos durantela adolescencia, y Jaime haba sido clave en la resolucin delcaso aunque conmtodos que sus amigos encontraron repro-bables.

    Pese al tono desenfadado con el que los haba abordado,Jaime tuvo que vencer la resistencia inicial que le provocabaacercarse a Toms y Amelia. Durante la adolescencia y la vidauniversitaria los dos jvenes haban rivalizado por el amor desu compaera, ambos con escaso xito debido a la tempranaatraccin que los hombres maduros ejercieron en ella. Peroahora, a los cuarenta y tres aos de edad, la relacin que habasurgido entre el periodista y la lder remova en Jaime la anti-gua obsesin por su primer amor. Como otras veces en el pa-sado, se pregunt si su aversin al matrimonio o a una relacinde pareja estable se relacionaba con la pasin desmedida conla que am a Amelia en su juventud y a la terrible frustracinque experiment al verla en brazos de su padre veinte aosatrs. Contemplarla hoy al lado de su antiguo compaero noera ningn consuelo. Por ensima vez hizo una comparacinmental con Toms, como en tantas ocasiones a lo largo de lavida: inventari atributos fsicos y xitos profesionales y,de nuevo, encontr inexplicable que Amelia lo eligiese a l. Deun lado, Jaime Lemus, exdirector de los organismos de inteli-gencia y dueo de la principal empresa en temas de seguridaden el pas. Un hombre poderoso y seguro de s mismo. Uncuerpo bronceado y de msculos largos y fibrosos, un rostrode facciones esculpidas con dureza pero armnicas. En con-junto, una figura deseada y atractiva. Su porte elegante y su1,82 de estatura contrastaban con el cuerpo de Toms, diezcentmetrosms bajo, que sin ser obeso proyectaba una imagende blandura y afabilidad con su pelo entrecano, la sonrisa pron-ta y la mirada clida. En suma, el rostro de un hombre enapariencia bueno. Unamezcla que sola inspirar en lasmujeresuna sensacin de confianza e intimidad que Jaime envidiaba.

    A qu hora llegaste?pregunt Toms en tono neutro;

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    no quera ser grosero aunque tampoco pretenda recibir aJaime con los brazos abiertos.

    Amelia en cambio se envar de inmediato, y estuvo a pun-to de dar media vuelta y dejarlo con la mano extendida. Alfinal prefiri ignorarlo aunque no se movi del sitio. El recha-zo no pas inadvertido a Jaime, quien tens las mandbulas ehizo un esfuerzo para sobreponerse.

    Hace un rato. Estaba entretenido escuchando algunasde las historias sobre Rosendo Franco que se cuentan en loscorrillos. Era todo un personaje.

    Como cules? inquiri Toms inmediatamente inte-resado.

    Un amigo suyo se negaba a venderle unos terrenos a lasorillas de la ciudad, donde Franco quera construir los nuevostalleres de impresincont Jaime. Por ms que le insistaal propietario, este se resista en espera de una mejor oferta.Un da, Franco se enter de que su amigo era fantico delhorscopo de ElMundo; lo primero que haca por las maanasera leer lo que le deparaba su signo. Enterado de su debilidad,llam al responsable de la seccin en su diario y le pas eltexto del signo de Sagitario para toda la siguiente semana.Luego invit a su amigo a comer el viernes, da en que los astrosofrecan a todos los bendecidos por el Sol en Sagitario unaoportunidad nica en materia de bienes races. Ese da donRosendo obtuvo los terrenos que codiciaba.

    Toms y Jaime rieron de buena gana, aunque de formaembozada en atencin al lugar en que se encontraban. A supesar, Amelia insinu una sonrisa; la fuerza de la costumbreenhebrada durante tantos aos compartidos comenzaba aimponerse sobre el resentimiento que le guardaba a su viejoamigo.

    Creo que yo me s una mejor dijo Toms. Hace doso tres aos la principal cadena de cines decidi suspender elanuncio de su programacin en el peridico con el argumen-to de que la gente utilizaba Internet y el telfono para enterar-

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    se del horario de las pelculas. El gasto en el diario les parecasuperfluo. Franco no se inmut, a pesar de que perda un in-greso regular nada despreciable. Simplemente orden a laseccin de espectculos que publicara una pgina con la pro-gramacin de las pelculas pero con un horario equivocado:en lugar de las siete de la noche, se deca que la proyeccincomenzaba a las ocho, por ejemplo. Las taquillas de los cinesse convirtieron en fuente de reclamaciones: en cada funcinhaba cinco o seis personas indignadas por haber llegado unahora tarde. A la siguiente semana la cadena reanud la publi-cacin de los anuncios.

    De nuevo los Azules festejaron la ocurrencia; no obstante,Jaime aleg que la ancdota del horscopo era mejor. Tomsargument a favor de la suya y, como tantas veces en el pasado,acudieron a Amelia en busca de un veredicto.

    Esta los contempl un momento y no pudo evitar que lainvadiera la nostalgia; se vio a s misma treinta aos atrs, ro-deada por sus amigos en una esquina del patio de la secunda-ria en la que los Azules constituan un coto privado, repudiadoy a la vez envidiado por el resto de sus compaeros. Recorda Jaime y su enjundiosa defensa de la prctica del krate, a laque tanto se aficion en la adolescencia, y la respuesta falsa-mente desdeosa de Toms, quien sola cuestionar las activi-dades atlticas y privilegiar la lectura de libros, intimidado porsu tardo desarrollo muscular.

    Para fortuna de Amelia, el arribo del omnipresenteMurillole evit pronunciarse. No solo no quera hacer de juez entreambos, tampoco deseaba interactuar con Jaime, pese a tener-lo a un lado.

    Qu tal la concurrencia? Impresionante, verdad?dijoel secretario particular de Franco recorriendo con la vista elsaln. Y maana la primera seccin es de noventa y seis p-ginas por la cantidad de esquelas que llevamos agreg conentusiasmo mientras se estiraba las mangas de la camisa paralucir mejor los gemelos con incrustaciones de diamante.

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    Lamirada impvida de sus interlocutores le hizo notar quesu comentario pecaba de entusiasmo.

    El patrn habra estado orgulloso murmur en vozbaja con fingida humildad.

    Su patrn seguramente habra preferido estar hoy en lasoficinas de su peridico y no en un atadrespondi Ameliasin ocultar su desprecio.

    El hombrecillo la mir con furia un segundo, antes de queel gesto servil se instalara de nuevo en su semblante. Jaime loobserv con la cabeza ligeramente ladeada, como un antrop-logo examina un extravagante ritual apenas descubierto en laetnia objeto de estudio.

    Con nimo de molestar a la lder perredista, conocida porsus causas a favor de las mujeres, Murillo les comparti unaconfidencia:

    Pues lo cierto es quemuri como un rey, sobre el cuerpode una damita bellsima ymuy joven. Ese erami patrn!dijocon orgullo y gesto desafiante, mirando a Amelia de soslayo.

    Toms observ a la sexagenaria esposa que lloraba al ladodel atad y no resisti hacer la pregunta que Murillo deseabaescuchar:

    Muy joven? Quin?Una rusa de coleccin a la que tena como amante; le

    llevaba casi medio siglo pero la tena feliz. Ya ven lo que decael Tigre Azcrraga, cuarenta aos mayor que su ltima esposa:El poder descuenta diez aos, el dinero otros diez y el verbodiez ms, as que juraba que solo superaba por una dcada aAdriana Abascal.El secretario particular lanz una carcajadaque nadie secund.

    T la conocas? Cmo sabes que muri en sus brazos?indag Jaime.

    Bueno, esa es la hiptesis que maneja la polica, luegode examinar el cuerpo. Y a la rubia la conoc cuando fue a verel apartamento la primera vez; yo fui quien lo rent por ins-trucciones de donRosendo. Unmonumento demujer!dijo

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    Murillo con un gesto de lascivia y de nuevo advirti que lareaccin de sus interlocutores no era la que esperaba.

    Cmo se llama? pregunt Jaime.No s, no me acuerdo respondi el otro, que comen-

    zaba a sentirse incmodo por el interrogatorio.Y ests seguro de que era rusa? insisti Toms. Ms

    all de la curiosidad de periodista de parte de uno, y de inves-tigador policial de parte del otro, pareca que los dos amigoshaban entrado de nuevo en una competencia para extraer delhombrecito la mayor informacin posible.

    Don Toms, pregunta la seorita Claudia si puede ustedpasar un momento con ella para comentarle algo aadiMurillo, de pronto ansioso por retirarse de inmediato.

    El periodista no pudo ocultar un gesto de satisfaccin y susojos se desviaron de nuevo hacia la pelirroja, que segua a uncostado del fretro.

    Vamos todos de una vez para presentarle el psame a lafamilia. Yo todava tengo otro compromiso dijo Amelia.

    Toms asinti con la cabeza aunque percibi un cosquilleoincmodo en la nuca. Amelia ignoraba el amoro que sostuvocon Claudia cinco aos antes, y ahora que se haban converti-do en pareja, l no tena ningn deseo de que se enterara. Laintuicin de Amelia rozaba la brujera, o as le pareca al pe-riodista.

    Al caminar en direccin al fretro, los guardaespaldas sepusieron en movimiento apenas a dos metros de Amelia. Estagir la cabeza por encima del hombro y con una mirada losconmin a permanecer en su sitio. Le pareca de mal gustoofrecer condolencias flanqueada por individuos de tan fieroaspecto. Los tres Azules desfilaron ante lamadre, la hija y otrosparientes cercanos al fallecido barn de la prensa. Toms per-cibi las profundas ojeras en el rostro de Claudia, sntomaevidente de la enorme responsabilidad que de golpe habacado sobre sus hombros. La madre nunca intervino en losnegocios del marido y careca de parientes con alguna habili-

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    dad empresarial. El nico hermano vivo de Rosendo Francoera alcohlico, y los dos tos de Claudia por el lado maternoeran golfos profesionales. El nico integrante de la familiaFranco en quien poda confiar era su primo Andrs, el encum-brado tenista mexicano, pero haca aos que se haba ausen-tado del pas. El periodista se pregunt qu papel jugara elmarido de Claudia en todo esto; la distancia que haba guar-dado durante el funeral sugera alguna tensin matrimonial.La idea lo alegr de una manera vaga, como un buen recuer-do al que no se le puede asir en un sitio o una fecha.

    Toms tom la precaucin de demorar el saludo a la viuday abreviar el psame a la hija, consciente como era de la pre-sencia de Amelia. Con todo, la dirigente poltica se hallabadistrada. Siempre le incordiaba dar el psame: no existanfrmulas que no le resultaran clichs. Supona que ni para ellani para la viuda resultaba placentero intercambiar frases repe-tidas docenas de veces a lo largo de la velada. Haba algo deimpostado en los velatorios que incomodaba a Amelia; consi-deraba que los vivos deban enterrar a sus muertos en la inti-midad y hacer su duelo en el espacio privado y familiar en quehaban convivido con el difunto. Las convenciones socialesobligaban a los dolientes a exhibir su sufrimiento en un apa-rador ante extraos que mostraban un pesar que no sentan.Se preguntaba cuntos de los sollozos que oa a su alrededorlos causaba la reciente prdida y cuntos en realidad se debana la autoconmiseracin que suele esparcirse en los velatorios.El cuerpo en el atad no erams que el detonante de lgrimasque le eran ajenas.

    Amelia se despidi besando sus propios dedos y luegoabrindolos en direccin a los que dejaba en una especie debendicin masiva. An le esperaba una larga y delicada con-versacin con Andrs Manuel Lpez Obrador, el lder hist-rico de la izquierda, separado del PRD desde meses antes;deseaba explorar con l algn tipo de frente comn ante elgobierno. No sera fcil, el divisionismo de la izquierda pare-

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    ca un condicionamiento congnito: Toda organizacin inte-grada por tres trotskistas encierra cuatro fracciones, recordella con desesperanza. Con todo, se dijo que haba que inten-tarlo.

    Por su parte, Jaime recorri el saln con la vista para ubicara Cristbal Murillo: la rusa haba despertado su curiosidad yjuzg que, liberado de la presencia intimidante de Amelia, ellocuaz asistente de Franco podra mostrarse ms parlanchn.Todo enigma constitua para Jaime un reto irresistible, sobretodo en casos como este, que implicaba a un poderoso miem-bro de la lite del pas.

    Toms se qued al lado de Claudia en espera de que algu-nos polticos terminaran de presentar su adhesin a la familia.En los siguientes minutos presenci lamanera contrastante enque hombres ymujeres ofrecan sus condolencias: aun cuandono hubiese familiaridad de por medio, las mujeres abrazabana la viuda y la consolaban con una intimidad y una emocinnacida, supona l, de la solidaridad femenina. Un atavismotribal tan viejo como la historia de la humanidad: mujeres queconfortan a mujeres, viudas a cargo de otras viudas. El acerca-miento de los hombres, en cambio, adquira todas las formasde una oferta de proteccin ms fingida que real. Lo queusted necesite, doa Edith; No se preocupe, don Rosendotena muchos amigos; Estaremos atentos a cualquier nece-sidad de la familia; Usted noms diga; frases que se disipa-ban en el aire ms rpidamente que el caro aroma de sus lo-ciones. Tan pronto se daba la vuelta, el supuesto protectorrevisaba a la concurrencia en busca de algn interlocutor pro-picio para sus negocios y quehaceres.

    Por fin una interrupcin en el desfile de dolientes permitia Claudia conducir a Toms hacia una pequea oficina trasuna puerta a pocos pasos del fretro. El periodista asumi quese trataba de un espacio reservado para permitir a los familia-res de los difuntos recibir llamadas o descansar un rato, fuerade la vista del saln principal.

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    No sabes cunto lo siento...comenz a decir l cuandoun dedo de ella sobre sus labios le impidi terminar la frase.

    Claudia recost la cabeza en el pecho de Toms con losbrazos exnimes a los costados, como una torre de Pisa enbusca de una vertical olvidada. La abraz con cautela, acosadopor sensaciones mltiples: ternura frente a la vulnerabilidadfemenina, conmiseracin ante su pena, incomodidad por lacercana del marido. Pero sobre todo, un impulso ertico in-mediato e inesperado que termin por barrer cualquier otraconsideracin.

    Ella se separ antes de que pudiera advertir la respiracinagitada de l. Cualquier razn que la hubiera llevado a recos-tar la cabeza en el pecho de Toms pareca saciada. Estabalista para hablar.

    Quiero pedirte dos favoresdijoClaudia en tono ntimo,ms propio de una pareja que ha convivido toda una vida quede los efmeros amantes a quienes solo unan cuatro das depasiones compartidas cinco aos antes.No confo en el direc-tor actual, Alfonso Palomar, para conducir el diario y muchomenos en el esperpento de Murillo, pero en los prximos dasno estar en condiciones de acercarme a El Mundo. Mam nopuedequedarse sola en estemomento. Adems, tampoco es queyo sepa mucho del negocio. No s lo que voy a hacer, aunqueme queda claro que por ningnmotivo dejar que esos corrup-tos tomen el control del peridico. Y si t te hicieras cargo?

    La peticin lo tom por sorpresa; se haba imaginado cual-quier cosa antes que recibir la encomienda de hacerse cargode un diario.

    Te doy toda la razn, Claudia, dejar al frente a cualquie-ra de esos dos equivaldra a poner a la Iglesia en manos deLutero, el problema es que yo no soy la solucin responditras una larga pausa. Soy columnista, no editor. Hace quinceaos que no reporteo y nunca he dirigido una seccin o unarevista, mucho menos una redaccin completa. Si quieres, teayudo a encontrar a alguien idneo para el cargo.

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    Mi padre tena una oficina en la propia sala de redaccinque nunca utiliz dijo ella ensimismada, ignorando la obje-cin de Toms. Enviar una carta a la administracin paraindicar que en los prximos das t representars los interesesdel publisher. A partir de maana, Palomar deja el peridico.Tendrs que autorizar la portada y la primera seccin antes deque pasen a composicin. Cualquier cheque superior a cin-cuenta mil pesos deber llevar tu visto bueno. Mejor an, ellunes hacemos la ceremonia de tu nombramiento como nue-vo director general.

    Toms la examin con atencin, tratando de captar algnsigno de desvaro en sumirada. No lo encontr. Tras el abrazo,ella pareca haber recobrado el aplomo; sus palabras refleja-ban la certidumbre de algo sobre lo que se ha cavilado duran-te horas.

    Nunca me interes convertirme en la sucesora de mipadre y por lo mismo no me prepar para esto. Mi amor porl era tal que siempre busqu algo a que aferrarme para evadirla eventualidad de su muerte; una apuesta absurda a favor desu inmortalidad. Desde que te conoc en aquel viaje a NuevaYork me di cuenta de que llegado el caso solo podra confiaren ti, y saberlo ha sido un alivio durante estos aos. Te puedefaltar oficio, y sin embargo creo en tu honestidad y en tus in-tenciones. Es cierto que solo convivimos algunos das, Toms,pero nunca te ha pasado conocer a alguien a quien parecasllevar aos esperando, al que sigues unido incluso despus deperderlo?

    Toms enmudeci. Solo sus ojos, repentinamente hume-decidos, reflejaron el impacto de la confesin de Claudia. Tan-to tiempo aorndola; aos asumiendo que su affaire habasido para ella un efmero divertimento en la vida de nia ricaque llevaba. Cuatro das en que ella se desliz a hurtadillas ensu habitacin sin que se enterara el resto de la troupe que acom-paaba al padre durante su gira por los templos sagrados delperiodismo estadounidense.

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    Y el segundo favor? dijo l con involuntaria brus-quedad.

    Ella demor lamirada sobre Toms, escudrindolo comoquien vacila en una mesa de pquer antes de decidirse a apos-tar su resto. Despus de una pausa, se decidi:

    Hoy por la maana Cristbal Murillo me dio un sobrecerrado de parte de mi padre. Al parecer tena instruccionesde ponerlo en mis manos en caso de un fallecimiento repen-tino. Lo que encontr me condujo a una caja en la bveda deun banco; haba un paquete con dinero y dos cartas. En uname habla de una tal Milena, primero para pedirme que laproteja y la ayude; despus, en lo que parece una nota apresu-rada, para alertarme de un grave peligro.

    Milena? pregunt Toms mientras hurgaba en su ce-rebro en busca del apellido.

    Contra lo que se ha dicho pblicamente,mi padremurien los brazos de una amante en un apartamento al que acudavarias noches por semana. Los primeros reportes de la policadejan pocas dudas sobre las circunstancias de su muerte. Esta-ba profundamente enamorado de una joven, a juzgar por loscorreos electrnicos que encontr en el ordenador de su ofi-cina dijo ella, y a manera de excusa agreg: luego de losextraos mensajes que me dej en la caja del banco, examinsu correo; el viejo no eramuy ducho enmateria de contraseas.

    Y quin es Milena?Nunca cre que mi padre llegase a manifestar tal pasin;

    siempre mostraba un total control de sus emociones, era unmanipulador consumado como todos sabemos dijo para smisma con una intensidad que Toms emparent con algoparecido a la ternura.

    Qu dicen las cartas? Quin es Milena? insisti.Pues es confuso, pero todo indica que ella se enfrentaba

    a amenazas de muerte y mi padre la protega. En los mensajesque intercambian, l intenta tranquilizarla una y otra vez. Enla primera de sus cartas me pide que haga un esfuerzo de

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    comprensin y solidaridad y vele por su porvenir; pero la se-gunda es muy extraa.

    Claudia extrajo la tarjeta apenas garabateada y ley:Protege aMilena. Pero qutale la libreta de pastas negras

    y destryela. Podra arruinar a la familia.Y dnde est la mujer? Sabes algo de ella?Nada, se esfum.Los dos guardaron silencio algunos instantes. Seguan de

    pie, a un costado del escritorio de la improvisada oficina de lafuneraria. A falta de respuestas o soluciones l la abraz, con-movido. Comenzaba a entender la difcil encrucijada en quela haba colocado la peticin de su padre. Hacerse cargo delperidico era un reto formidable, aunque de alguna maneraera algo que ella saba que tarde o temprano habra de suce-derle. Pero sentirse responsable de salvaguardar la integridadde la familia contra una amenaza misteriosa e inasible escapa-ba a sus posibilidades; un reto inesperado que la suma en lazozobra y la parlisis.

    En algn otro momento tu padre se refiri a la libreta?No la menciona en los correos?

    En absoluto. Solo en esta tarjeta. No s ni por dndeempezar.

    Quiz habra que revisar a conciencia el apartamentodel que sali huyendo. No creo que haya dejado algo valioso,y menos una libreta a la que le tema tu padre, pero al menospodremos descartar el sitioms obvio para comenzar. Djame-lo, yo me encargo dijo Toms sin saber cmo ni cundopodra cumplir su compromiso.

    Por favor, aprate, no sabemos si los contenidos entraanun peligro inminente. Qu crees t que pueda ser? Algo queavergence a mi padre? O mejor dicho, a mi familia?

    Toms especul en silencio y se pregunt si Rosendo Fran-co tema algn tipo de chantaje o de extorsin por parte de larusa a partir de algn vdeo comprometedor o detalles de al-guna infamia del viejo, que no deban de ser pocas.

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    Y cmo te sientes con eso de proteger...? a la aman-te de tu padre, iba a decir Toms, pero se contuvo a tiempo.

    Te parece que hay algo de enfermo en eso? Yo mismalo he pensado; en cierta manera es un acto de deslealtad a mimadre. Sin embargo, me parece que eso es lo que l hubieraquerido. Tendras que ver la intensidad que hay en esos inter-cambios; como si les fuese la vida en ellos.

    Toms pens que, en efecto, la vida le haba ido en ello,por lo menos a Rosendo Franco. Y por lo que Claudia comen-taba, quiz tambin a la tal Milena, si las amenazas que habarecibido eran fundadas.

    Mirado as, quiz es el mejor homenaje que puedes ha-cerle a tu padre.

    Y adems est la otra advertencia, parece urgente, apre-surada. No s si quiera proteger a la mujer, lo que est fuerade duda es que debemos encontrarla y conseguir el cuadernonegro del que habla mi padre.

    El periodista asinti con la cabeza y agreg:S, pero por qu yo?Primero, porque ignoro la naturaleza de los peligros que

    enfrenta la muchacha, y ser mejor no llamar la atencin. Nopodemos correr el riesgo de que esa libreta caiga en manos dela polica o de cualquier otra persona; no sin saber su conteni-do. Segundo, porque pocas personas entenderan la naturale-za demis intenciones, empezando por la propiaMilena. Y sobretodo, porquemi padreme cont lo que t y tus amigos hicieronen el caso de Pamela Dosantos, los archivos que descubrierony la ayuda de un joven hacker de quien se dice que es un talen-to fuera de serie. Solo en ti puedo confiar para una investigacinas, o me equivoco? concluy ella con una amplia sonrisa.

    Pese al tono categrico, las palabras de Claudia evocaronen Toms la imagen de una nia que recita de memoria yplenamente convencida las razones por las que Santa Clausprefiere entrar por las chimeneas. Y no obstante, le result unmensaje seductor e irresistible.

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    En el momento de ceder Toms se pregunt cunto de lasdotes manipuladoras de Rosendo Franco haba heredado suhija. La sensacin se acentu cuando ella extrajo de su bolsa unjuego de llaves con la etiqueta pegada de un domicilio en lacolonia Anzures: el apartamento de amor de Rosendo Franco,supuso Toms. El beso que recibi en la comisura de los labiosle hizo olvidar un largo rato las implicaciones de los compromi-sos asumidos.Doshorasms tarde tendraunataquedeansiedad.

    Al retirarse de la funeraria, Toms no se percat de que lacamioneta de Amelia y el vehculo de los guardaespaldas quesola acompaarla se encontraban an en el estacionamiento,y tampoco imagin la impensable escena que all tena lugar.

    Amelia haba recibido una llamada de la oficina de AndrsManuel Lpez Obrador aplazando su cita. En un primer im-pulso decidi acudir a su oficina pero luego opt por transmi-tir instrucciones por telfono a Alicia, su secretaria, sobre lostemas pendientes ms urgentes. Los nudillos de Jaime sobrela ventanilla de su camioneta la interrumpieron.

    Qu bueno que an te encuentro. Tienes unosminutos?Intent abrir la puerta para obligar a Amelia a hacerle sitioen el asiento trasero. Los guardias acudieron en su auxilio peroella los contuvo con un gesto de la mano. Jaime pidi al con-ductor que los dejase a solas, y a su pesar, Amelia accedi denuevo con una inclinacin de cabeza.

    Pasa dijo ella en tono seco pero tengo que estar enuna reunin muy pronto. Haca aos que no se encontrabaa solas con Jaime y decidi que la sensacin no le gustaba. Noobstante, no poda dar un portazo en la cara a quien durantetanto tiempo haba considerado un hermano.

    Ahora que se hallaba por fin frente a ella, Jaime no sabapor dnde comenzar. Le haba lastimado la actitud de Ameliaun rato antes y, al verla disponible, decidi encararla bajo elinflujo de un sbito impulso, contrario a su costumbre de pla-nificar con cuidado toda actividad importante. Quiz por elloacab diciendo algo que ni siquiera l esperaba.

  • 27

    S que no comulgas conmismtodos, Amelia, pero cre-me que en ocasiones es lo nico que funciona en el mundopodrido en que vivimos. En el fondo las causas son las mismas.

    Y eso a qu viene al caso? La muerte te puso reflexivo?respondi ella haciendo un gesto en direccin a la funeraria.Lament la dureza de sus palabras, pero an se senta traicio-nada por el comportamiento de Jaime en los ltimos meses.Le pareca que el hombre manipulador y lleno de secretos enel que se haba convertido se encontraba a aos luz del chicocon el que haba crecido.

    A qu viene al caso? Prcticamente me ignoraste alladentro. No me merezco ese desdn; si solo supieras lo quedesde siempre has sido para m.

    Ella permaneci callada, sorprendida del tono intenso yemocional tan poco usual en Jaime. Pero nunca anticip loque dira a continuacin.

    Tengo al lado de mi cama un juego de coleccin depulsera y aretes egipcio que te habra gustadodijo de mane-ra intempestiva, como si se le hubiese salido por los labiosantes de pensarlo. Te lo iba a dar hace veinte aos, en aque-lla fiesta de bienvenida que celebramos en mi casa al regresarde mi maestra en Washington, recuerdas?

    Amelia asinti apenas y a sumente acudieron imgenes devestidos vaporosos y hombres en esmoquin, carpas montadasen un jardn y media docena de camareros solcitos.

    Yo estaba muy enamorado de ti, Amelia. Y seguramentehabramos terminado juntos si mi padre no se hubiera metidopor medio. Esa tarde te iba a entregar el estuche y declarartemi amor. Durante horas acech el momento oportuno y cuan-do por fin te vi desaparecer en lo que supuse era una visita albao, te segu en silencio. No te encontr en la planta baja ysub a la segunda; los ruidos apagados que procedan de labiblioteca de mi padre me llevaron a entreabrir la puerta. Laimagenme ha perseguido el resto de la vida: estabas de rodillascon su pene encajado en tu boca, la mano de l sobre tu cabe-

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    za. Me llev mucho tiempo perdonarte, pero aqu estoy. A l,en cambio, nunca ms volv a verlo ni a dirigirle la palabra. lsaba que yo te quera, pero no le import destrozarme solopor darse el gusto de satisfacer un antojo.

    Amelia escuchaba en silencio, sorprendida por la ferocidadde las palabras de Jaime sobre algo que haba sucedido tantotiempo atrs. Pareca un relato atormentado mil veces repro-ducido en la mente de Jaime. Saba del afecto que Jaime leprofesaba pero nunca imagin la profundidad de su pasin,mucho menos el dolor que haba provocado en l su amorocon Carlos Lemus.

    Lo siento, Jaime, pero entendiste todo mal dijo ellatras algunos segundos en que su cerebro intentaba asimilar elreproche. Tu padre y yo tuvimos una relacin intensa y realdurante varios aos. Importante para ambos, pero no voy aabundar en ello. Si escogiste odiar, fue tu eleccin. No nosculpes a m o a Carlos.

    Nunca me he desprendido del estuche respondi lcomo si no la hubiese odo. Antes lo abra cada tantas nochespara acordarme de la traicin demi padre; ahora lo hago comouna forma de conjurar la espera. Era importante que lo su-pieras.

    Ella iba a decir algo pero l descendi del coche. Lo vioalejarse y perderse detrs de una esquina de la funeraria.


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