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Curso “La Estética y la Teoría del Arte en el siglo XVIII”.
TRANSCRIPCIÓN DE LAS VIDEOPRESENTACIONES:
MÓDULO 6: LA ANALÍTICA DE LO BELLO EN KANT
‐Lo agradable, lo bello y lo bueno
‐El juicio de gusto es ajeno a todo interés
‐Juicios lógicos y juicios de gusto
‐Lo bello y la moralidad
MÓDULO 7. EL ARTE EN LA "CRÍTICA DEL JUICIO" DE KANT
‐Las “artes agradables” y el “arte bello”
‐Lo que el arte bello requiere: imaginación, entendimiento, espíritu y gusto
Profesor: Juan Martín Prada
IMPORTANTE: Queda prohibida la distribución o reproducción total o parcial de este texto sin permiso del autor.
© Juan Martín Prada, 2015.
Lo agradable, lo bello y lo bueno
Juan Martín Prada
Esta presentación se plantea como una introducción a la analítica de lo bello desarrollada por
Kant en su obra Crítica del Juicio publicada por primera vez en 1790.
Para facilitar la lectura de la obra los números de página que aparezcan en las citas que
emplearé estarán referidos a la edición en castellano publicada en la editorial Losada en 1961
y traducida de José Rovira.
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Como veremos, Kant va a tratar con esta obra de establecer un puente entre la Crítica de la
Razón Pura (1781) y la Crítica de la Razón Práctica (1788). Esta tercera crítica será, por tanto,
un intento de mediar entre la facultad de conocer y la razón práctica.
Este texto está dividido en dos partes claramente diferenciadas, la "Crítica de la facultad de
juzgar estética" que es la primera y "La crítica de la facultad teleológica" que conforma la
segunda parte y que no voy a comentar en esta ocasión, pues mi intención es centrarnos sólo
en la analítica de lo bello y en la fundamentación del juicio estético que desarrolla Kant en la
primera parte.
Es muy importante que no dejemos pasar el hecho de que Kant en su Crítica de la Razón pura,
realizó una interesante matización sobre el término “Éstética” y su comparación con la
expresión "crítica del gusto", y que nos permitirá entender por qué Kant emplea el término
"crítica" como título de esta obra. Leamos a este respecto lo siguiente: "Los alemanes son los
únicos que emplean hoy la palabra ‘estética’ para designar lo que otros denominan crítica del
gusto. Tal empleo se basa en una equivocada esperanza concebida por el destacado crítico
Baumgarten. Esta esperanza consistía en reducir la consideración crítica de lo bello a principios
racionales y en elevar al rango de ciencia las reglas de dicha consideración crítica".
Para Kant este empeño por reducir la consideración crítica de lo bello a principios racionales
era totalmente estéril, ya que las mencionadas reglas o criterios serían meramente empíricos y
"consiguientemente, jamás podrían servir para establecer determinadas leyes a priori por las
que debiera regirse nuestro juicio de gusto" (Crítica de la razón pura, pp. 66‐67). Por tanto, lo
que propone Kant es utilizar la denominación de "Estética" solo para referirnos a "la doctrina
que constituye una verdadera ciencia" es decir, para la ciencia de la percepción (Crítica de la
razón pura).
Por todo ello, y en opinión de Kant, "no hay ciencia de lo bello, sino solo crítica, ni ciencia bella,
sino solo arte bello" (p. 155). Pues, insisto en este punto, para que hubiera ciencia de lo bello,
deberíamos ser capaces de resolver científicamente, es decir, por argumentos, "si algo debe
ser considerado bello o no", cosa para Kant imposible, pues el juicio de lo bello no puede ser
previo o independiente de la experiencia del objeto.
Pero para ir entrando ya en los contenidos de la crítica de la facultad de juzgar estética, y en
particular sobre lo que Kant va a decir acerca de lo bello, creo que conviene señalar las
diferencias que él establece en esta tercera crítica entre lo agradable, lo bello y lo bueno.
Empecemos pues por lo agradable. El juicio sobre lo agradable, es decir, cuando alguien dice
que algo le resulta agradable, sería a juicio de Kant un juicio particular, fundado en un
sentimiento privado, y por ello sería un tipo de juicio que no podríamos pretender que tuviera
validez para todo el mundo. Un ejemplo que nos propone de este tipo de juicio sobre lo
agradable sería cuando alguien dice: "el vino de Canarias es agradable" (p. 54).
En opinión de Kant, cuando alguien realiza este juicio, debería decir mejor "el vino de Canarias
me es agradable", pues ese tipo de juicio se limitaría exclusivamente a la persona que lo
efectúa. Lo mismo sucedería cuando una persona afirma, por ejemplo, que "el color violeta es
suave y delicado" (p. 54) pues para otra persona ese mismo color podría parecerle, por el
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contrario, "muerto y apagado" (p. 54). Igualmente, por las mismas razones, una persona
podría preferir "el sonido de los instrumentos de viento"(p. 54) mientras que otra persona
podría preferir el sonido de los instrumentos de cuerda (p. 54). Así pues, escribe Kant: "con
respecto a lo agradable rige el principio de que cada cual tiene su propio gusto (de los
sentidos)". Por tanto, cuando juzgamos lo agradable, es decir, lo que deleita, lo que gusta a la
sensación, estaríamos efectuando lo que Kant denomina “juicios empíricos”, o “juicios del
sentido” (como también los denomina en otras ocasiones) y que serían siempre, repito, juicios
privados, juicios particulares y, por tanto, sin validez universal.
Sin embargo, algo muy distinto es, en opinión de Kant, lo que ocurre con lo bello. Para él,
resultaría ridículo que alguien dijera "este objeto a mi me parece bello", pues el juicio de gusto
(es decir, el juicio sobre lo bello) implicaría una cualidad estética de universalidad, es decir, de
validez para todos, cualidad que no se encontraría en el juicio sobre lo agradable (p. 58).
Quizá nos pueda costar hoy un poco comprender esta vinculación de lo bello con la
universalidad, pues ciertamente en nuestros días estamos acostumbrados a considerar lo bello
como algo relativo, pero tenemos que pensar que para Kant esto no era así, y para él decir que
un objeto es bello era indicar que ese objeto tiene una serie de cualidades suscitadoras en
nosotros de un placer que debemos esperar sienta también cualquier otra persona que
también contemple ese objeto. Por tanto, el juicio de lo bello implicaría siempre, repito, una
cualidad estética de universalidad.
De manera que, como podemos leer en el primer libro de la Crítica del Juicio dedicado a la
Analítica de lo bello "si ((alguien)) pretende ((dice)) que algo es bello, atribuye a los demás ese
mismo placer; no juzga solo para sí, sino para todos los demás" (p. 55).
Visto ya todo esto, podríamos creo ahora establecer las diferencias existentes entre los dos
tipos de juicios estéticos, los juicios empíricos, y los juicios puros.
Los juicios “empíricos” son, escribe Kant, los juicios "que predican de un objeto, o de su modo
de representación, si es grato o no". Un ejemplo de este tipo de juicio, era, recordemos,
cuando alguien afirmaba que "el vino de canarias es agradable". A los juicios empíricos
también los denomina Kant "juicios del sentido" y en ocasiones "juicios estéticos materiales".
Son juicios, repito, que no pueden pretender tener validez universal, pues, como ya señalé,
con respecto a lo agradable piensa Kant que rige el principio de que cada cual tiene su propio
gusto (de los sentidos) (p. 56).
En segundo lugar, estarían los juicios estéticos "puros" que son los que efectuamos cuando
afirmamos que un objeto es bello o no es bello. Este tipo de juicios, que Kant denomina
también en ocasiones "formales" o "juicios de gusto de la reflexión" (p. 56) son para él "los
únicos juicios de gusto genuinos" (p. 56). Al contrario que los juicios de gusto empíricos, estos
juicios llevan asociados una pretensión de validez universal, dado que, en relación a lo bello,
"no puede decirse que cada cual tiene su gusto especial, pues ello equivaldría a decir que el
gusto no existe, es decir, que no hay un juicio estético que pueda aspirar lícitamente al
asentimiento de todos" (p. 55).
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El juicio de gusto, por tanto, exigiría el asentimiento de todos, y cuando alguien declara que
algo es bello, lo que haría sería pretender que todos deben declararlo igualmente bello (p. 81).
En tercer lugar, pienso que conviene aclarar las diferencias existentes entre estos juicios que
hemos comentado y los juicios sobre lo bueno. Los juicios sobre lo bueno serían para nuestro
filósofo totalmente diferentes a los juicios sobre lo bello y lo agradable, pues "lo bueno
((escribe Kant)) se representa sólo mediante un concepto como objeto de un placer general,
cosa que no ocurre con lo agradable ni con lo bello" (p. 56). Es decir, que en un juicio sobre lo
bueno nos estaríamos basando en el placer que produce la representación de la utilidad del
objeto, es decir, no nos estaríamos basando en un placer directo por el objeto (es decir, por su
forma). Así, por tanto, los juicios sobre lo bueno tendrían una universalidad que sería lógica,
no meramente estética, algo esto último que sólo tendrían los juicios de gusto, es decir, los
juicios sobre lo bello.
Kant menciona algún ejemplo muy descriptivo de este tipo de juicio sobre lo bueno:
“Imaginemos escribe, una habitación cuyas paredes se cortan en ángulos oblicuos" ((es decir,
en ángulos no rectos, sino agudos y obtusos. Kant nos invita pues a imaginar una habitación
cuya planta podría ser algo parecido a la que vemos en la imagen)). En su opinión, una
habitación así, en la que desde luego nos resultaría difícil habitar, incluso colocar algún
mueble, nos "repugnaría por ser contraria a su fin” es decir, por ser contraria a la utilidad o uso
que se presupone debe tener una habitación. Por tanto, si juzgásemos tal espacio por no ser
adecuado a la finalidad o utilidad que esperamos de ella, estaríamos efectuando un juicio que
no tendría nada que ver con el juicio de gusto, puesto que para Kant el juicio estético puro
"asocia directamente placer o desvío ((desagrado)) a la mera contemplación del objeto, sin
tener para nada en cuenta el uso o fin" (p. 85).
Es decir, y como conclusión de todo lo anterior, podríamos decir que el placer provocado por
un objeto no puede basarse en la representación de su utilidad, pues entonces no sería un
placer directo por el objeto, por su mera forma, sino por su utilidad.
Para Kant, y esto es de enorme importancia, "en un juicio de gusto puro el placer por el objeto
va asociado al mero juicio de su forma" (p. 139), es decir, ese placer es independiente de la
adecuación de ese objeto a concepto alguno o a su utilidad. Por tanto, y creo que hay que
insistir en ello, un juicio estético puro estará siempre basado exclusivamente en el "placer por
la forma" del objeto. Por tanto, la base de un juicio de gusto puro no es lo que meramente
agrada a la sensación, sino lo que gusta por su forma" (p. 68), con lo que el juicio de lo bello
tendría "una finalidad meramente formal”, es decir lo que Kant denomina "una finalidad sin
fin" (p. 68).
De todo ello que Kant concluya que "Belleza es la forma de la finalidad de un objeto cuando es
percibida sin la representación de un fin" (p. 79). Hay que tener en cuenta que esta finalidad
sin fin es una finalidad digamos puramente estética, formal.
Y estando en un juicio de gusto puro el placer asociado "al mero juicio de su forma" (p. 139),
"en la pintura, escultura y aún en todas las artes plásticas, arquitectura, jardinería, que sean
bellas artes, el dibujo es lo esencial" (p. 68). Por lo mismo, en el caso de la danza, sería la
composición lo que constituiría el objeto de juicio de gusto puro (p. 69). En todo caso, hay que
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tener en cuenta que conceder predominio al dibujo sobre el color no es una propuesta nueva
de Kant, sino algo muy característico del neoclasicismo del s. XVIII (Véase Rivera de Rosales,
“Kant y el arte moderno”, p. 95).
Pero dejemos ya para la siguiente sesión el comentario de algunas de las demás características
del juicio de gusto, para abordar entonces el que es su rasgo más determinante, el hecho de
que el juicio de gusto es ajeno a todo interés.
(fin de audio)
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El juicio de gusto es ajeno a todo interés
Juan Martín Prada
Como comentaba ya al final de la anterior presentación, la que es quizá la característica más
importante de todo juicio de gusto, es que "el placer que da lugar al juicio de gusto, es ajeno a
todo interés" (p. 46). ¿Y qué quiere decir Kant con el término "interés". Pues bien, por
"interés" debemos entender el "placer que asociamos a la representación de la existencia de
un objeto" (p. 46). Kant no pone ejemplos a este respecto, pero quizá podríamos nosotros
proponer alguno. Imaginemos por ejemplo un cuadro cuya contemplación nos produjera gran
placer, pero sobre todo porque en él apareciera retratado un familiar a quien queremos
enormemente. Es decir, que ante tal pintura no seríamos indiferentes con respecto a la
existencia del objeto de esa representación. Por tanto, un juicio sobre esa pintura que no fuese
ajeno a todo interés no podría ser un auténtico juicio de gusto, pues en un juicio de gusto,
afirma Kant, "Todo interés corrompe el juicio de gusto y le quita su imparcialidad" (p. 66).
En definitiva, y como juicio desinteresado, en un juicio de gusto, escribe Kant "Se quiere saber
solamente si esta mera representación del objeto va acompañada en mi de placer por
indiferente que pueda serme la existencia del objeto de esta representación" (p. 47). De modo
que "Para hacer de juez en cosas de gusto, se requiere no tener la menor preocupación por la
existencia de la cosa, antes bien, que nos sintamos perfectamente indiferentes a este
respecto" (p. 47). Lo que viene a afirmar así es que el juicio de gusto es meramente
contemplativo, es decir, un juicio que, indiferente con respecto a la existencia del objeto,
confronta sólo su cualidad con el sentimiento de agrado o desagrado que nos produce ese
objeto. En definitiva, no podríamos efectuar juicios de gusto, es decir, juzgar lo bello, si
estamos predispuestos por intereses, inclinaciones, o apetitos respecto al objeto sobre el que
vamos a emitir un juicio. Así pues, para Kant "sólo y exclusivamente el gusto por lo bello es un
placer libre y desinteresado" (p. 52).
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Sin embargo, y por el contrario, frente a este placer, libre y desinteresado que suscita lo bello,
"lo agradable y lo bueno suscitan un agrado cargado de interés”, pues respecto a lo agradable
y lo bueno, apostilla Kant, "no solo gusta el objeto sino también su existencia" (p. 52).
Como resumen de todo lo anterior, podríamos decir que lo bello es "objeto de un placer ajeno
a todo interés" (p. 53), y que, por tanto "no se funda en alguna inclinación del sujeto"
debiéndose hallarse el que juzga “completamente libre con respecto al placer que encuentra
en el objeto". Esto le sirve para concluir que el que juzga lo bello "no puede descubrir como
motivo de su placer ninguna condición privada a la que solo su sujeto se adhiera y, en
consecuencia, tiene que considerarlo fundado en lo que él puede presuponer también en
cualquier otra persona; por consiguiente, debe creer que tiene motivo para atribuir a todas un
placer semejante".
Así pues, el juicio de gusto tiene que implicar una pretensión de validez para todos,
necesitando llevar asociada a él una pretensión a una universalidad subjetiva (p. 54).
Pero del mismo modo que el juicio de gusto puro debe ser ajeno a todo interés, debe ser
también "ajeno a acicates y emociones" (p. 66). Pues si un juicio de gusto es un juicio que no
tiene otro motivo más determinante que la forma (p. 66), acicates y emociones solo
adulterarían, asegura Kant, el juicio de gusto. Y entre esos acicates o aderezos incluye "los
colores, que iluminan los contornos" (p. 68) o los adornos (parerga) que como los marcos de
oro, por ejemplo, solo se emplean “para procurar con su atractivo un aplauso al cuadro”, y que
por ello, opina Kant, “repugnan a la auténtica belleza” (p. 69).
De igual modo, "la emoción, una sensación que no proporciona otro deleite que el más intenso
desbordamiento de energía vital provocado por un obstáculo momentáneo, es totalmente
ajena a la belleza" (p. 69). Esta es una consigna, como veremos, compartida por muchos de los
teóricos del momento, y que perdurará en parte de la estética alemana posterior. De hecho,
algunos años más tarde, Friedrich Schiller, siguiendo este posicionamiento kantiano, negará
toda relación entre la pasión y lo bello, afirmando en su texto Kallias que "un arte apasionado
es un contrasentido".
Visto todo lo anterior, parece buen momento ahora para que señalemos las dos características
principales que Kant atribuye al juicio de gusto, es decir, al juicio de lo bello.
La primera característica ya la he comentado: "el juicio de gusto (…) aspira al asentimiento de
todos". Es decir, aspira a ser un juicio de validez universal. Recordemos que, al contrario de lo
que sucede hoy, tiempo en el que lo bello nos resulta algo relativo, en la época de Kant decir
que algo es bello era implicar que ese objeto debiera ser bello para todo el mundo, es decir,
que no tendría sentido "que alguien dijera que tal objeto es bello solo para mi".
Como segunda característica del juicio de gusto Kant señala que "El juicio de gusto no es en
modo alguno determinable por argumentos" (…). De modo que, añade Kant, "el que no
encuentra bello un edificio, una vista o un poema, no dará íntimamente su aplauso ante la
coacción de cientos de opiniones que lo ensalce” pues “el aplauso de los demás no
proporciona ninguna prueba válida para juzgar la belleza" (p. 132). Evidentemente, lo que
viene a decir nuestro filósofo aquí es que "no hay ningún argumento empírico para imponer a
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nadie el juicio de gusto" (p. 133) dado que "el juicio de gusto se formula siempre totalmente
como un juicio singular de objeto" (p. 133).
Así, si una obra teatral o una poesía no consiguen agradar nuestro gusto, daría igual que
alguien nos citara a Batteaux, a Lessing o a cualquier otro crítico y a sus reglas de lo bello para
convencernos de que esa poesía o esa obra es bella. Es decir, que el juicio de gusto, en opinión
de Kant, no puede basarse en reglas a priori de lo bello; el juicio de gusto es pues siempre un
juicio que surge de la experiencia del objeto y del placer que éste nos pueda o no producir, y,
por tanto, no puede depender de reglas o razones demostrativas a priori, pues el juicio de
gusto no es un juicio de entendimiento o de razón.
Esa segunda característica denota el convencimiento de Kant de que "no es posible ningún
principio objetivo del gusto", entendiendo por "principio del gusto" un principio bajo cuya
condición pudiera subsumirse el concepto de un objeto, para luego, por vía de conclusión,
deducir que ese objeto es bello. Algo que en su opinión sería absolutamente imposible. Kant
hace así una intensa crítica a todos los planteamientos que, sobre todo provenientes de los
teóricos neoclasicistas, consideraban que era posible (como propuso Baumgarten, por
ejemplo), argumentar y demostrar lo que debía ser lo bello a través de preceptos o reglas.
Y de ahí que debamos ahora recordar de nuevo una frase que ya he comentado al inicio de
esta presentación y que es la que decía que "no hay ciencia de lo bello, sino solo crítica, ni
ciencia bella, sino solo arte bello" (p. 155). Pues para que hubiera ciencia de lo bello,
deberíamos ser capaces de resolver científicamente, es decir, por argumentos, "si algo debe
ser considerado bello o no" cosa que, en opinión de Kant, no sería nunca posible.
Y por último, y como apartado final de esta parte, pasemos ahora a comentar brevemente
cuáles son los distintos tipos o clases de belleza para Kant.
En primer lugar, estaría la belleza libre (“pulchritudo vaga”) (p. 72). La belleza libre "no
presupone concepto alguno de lo que sea el objeto" (p. 72). Para ejemplificar este tipo de
belleza Kant menciona las grecas (es decir, esos adornos que consisten en una especie de faja
en la que se repite la misma combinación de elementos decorativos) y también el follaje de
orlas o empapelados, “que nada significan de por sí, es decir, que no representan ningún
objeto bajo un concepto determinado, y que son por ello bellezas libres".
Una flor también sería para Kant una belleza libre, pues "no es fácil que nadie, como no sea
botánico, sepa qué cosa es en sí una flor" (es decir el órgano de reproducción de la planta) y no
la juzgamos por ello teniendo en cuenta ese fin natural" (p. 72). Por tanto, a una flor solo la
juzgaríamos por su mera forma. Asimismo, para Kant, sería también belleza libre la música sin
texto (p. 73).
En segundo lugar, Kant habla de la belleza "meramente adherente (adhaerens)", belleza que
presupondría "un concepto del fin a que está destinado, de lo que la cosa debe ser, y por ende
un concepto de su perfección" (p. 73). Este tipo de belleza la atribuye Kant a objetos que se
hallan bajo el concepto de un fin especial. De esta manera, "La belleza de un edificio (iglesia,
palacio, arsenal, quinta), presupone un concepto del fin al que está destinado, de lo que la
cosa debe ser, y por ende un concepto de su perfección, siendo, por consiguiente, belleza
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adherente". En estos casos, evidentemente, el juicio de gusto no es puro, sino aplicado (p. 74),
dado que, como ya comenté, un juicio de gusto puro y libre sobre un objeto no puede
depender del fin que hay en su concepto (p. 74). Es decir, que el placer que proporciona la
belleza, según Kant, no ha de presuponer ningún concepto (p. 73). Y de hecho, para mantener
este planteamiento kantiano Friedrich Schiller tuvo que llegar a afirmar, en su obra Kallias, que
"un edificio (…) no podrá ser jamás una obra de arte completamente libre, ni alcanzar nunca
un ideal de belleza, porque es materialmente imposible en el caso de un edificio, que necesita
escaleras, puertas, chimeneas, ventanas (…) pasarse sin la ayuda de un concepto y, por lo
tanto, ocultar su heteronomía”.
(fin de audio)
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Juicios lógicos y juicios de gusto
Juan Martín Prada
Anteriormente traté de señalar la diferencia entre los juicios estéticos, es decir, entre los
juicios estéticos puros, los juicios de gusto (que se efectúan cuando decimos que algo es bello
o no es bello) y los juicios empíricos, es decir, los "juicios del sentido" o "juicios estéticos
materiales" que efectuamos cuando decimos que algo nos resulta o no agradable. Pero para
facilitar la comprensión de lo que vamos a ver a continuación, creo pertinente ahora señalar
las diferencias que Kant establece entre los juicios lógicos, tendentes al conocimiento de su
objeto, y los juicios de gusto.
Empecemos por el primero, el juicio lógico. Pues bien, ¿qué es un juicio lógico? Sería aquel que
proporciona un conocimiento de su objeto (p. 71). ¿Y cómo opera un juicio de este tipo, es
decir, un juicio de conocimiento? Pues lo hace de la siguiente manera: "Para que llegue a
convertirse en conocimiento una representación por medio de la cual se da un objeto, se
requiere imaginación, que combine lo diverso de la intuición, y el entendimiento, para la
unidad del concepto que una las representaciones" (p. 60). Es decir, que la imaginación
combinaría la diversidad de elementos que percibimos y luego el entendimiento procedería
uniendo esas representaciones generadas por la imaginación en un concepto determinado.
Así, si estoy contemplando una figura geométrica, un cuadrado, por ejemplo, el conjunto de
representaciones que a través de los sentidos me proporciona la facultad de la imaginación,
serían luego unificadas por el entendimiento, es decir, por la facultad de los conceptos,
permitiéndome afirmar finalmente que lo que tengo ante mí es un cuadrado y no otra cosa.
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Por el contrario, un juicio estético, un juicio de gusto, no proporciona un conocimiento de su
objeto y, por tanto, el juicio estético no puede tener como motivo determinante un concepto,
sino, como vamos a comentar a continuación, sólo "el sentimiento de la concordancia en el
juego de las facultades espirituales", es decir, una concordancia o adecuación idónea entre
imaginación y entendimiento.
En relación a esto creo que cabe recordar que, como afirma Kant "los críticos del gusto suelen
mencionar como ejemplos más simples e indiscutibles de lo bello figuras geométricas
regulares; un círculo, un cuadrado, un cubo, etc.". Sin embargo, para Kant, esas formas no
serían sino "meras exposiciones de un concepto determinado que prescribe la regla a aquella
figura" (p. 85).
En todo caso, lo que desde luego es un hecho es que, como dice Kant, muchos de "los críticos
del gusto" de la época aludían como ejemplos más simples e indiscutibles de lo bello figuras
geométricas regulares; un círculo, un cuadrado, un cubo, etc. (por ejemplo, las formas
geométricas básicas son protagonistas del misterioso Altar de la Buena Fortuna diseñado por
Johann Wolfgang von Goethe y Adam Friedrich Oeser en abril de 1777, y situado en los
jardines de la casa de Goethe en Weimar; en el proyecto de Cenotafio a Newton (1784) de E. L.
Boullée, etc.)
Para Kant, sin embargo, las formas geométricas nos agradarían por su remisión a conceptos, ya
sea el de círculo, cuadrado, triángulo, etc. y para él, insisto, la definición de lo bello no puede
tener nada que ver con conceptos, como nos recordará una y otra vez a lo largo de este texto:
"Bello es lo que, sin concepto, gusta universalmente" (p. 62). Es decir, que la facultad de juzgar
estética lo que hace es juzgar formas sin conceptos. Este planteamiento de Kant perdurará,
como decía antes, en el pensamiento estético alemán sobre todo con la obra de Schiller, quien
en su obra Kallias aceptará en presupuesto kantiano de que "lo bello ha de placer sin
concepto" para, precisamente, llegar a afirmar que "la belleza no puede hallarse de ninguna
manera en el campo de la razón teórica, porque es absolutamente independiente de los
conceptos", proponiendo a partir de ahí buscar la belleza, como veremos en otra presentación,
"en el seno de la razón práctica".
Así pues, "El juicio de gusto se distingue del lógico en que el último subsume una
representación bajo conceptos del objeto, mientras que el primero no efectúa subsunción
alguna bajo conceptos". Es decir, que el contenido de un juicio lógico, correspondiente al
conocimiento del objeto, está siempre integrado por sus conceptos, algo que no sucede en el
juicio de gusto, que no es determinable por conceptos. Pero inevitablemente aquí nos surge
necesariamente una pregunta: ¿si el juicio de gusto no puede fundarse en conceptos, en qué
se fundamenta?. Es más, ¿cómo podemos esperar del juicio de lo bello universalidad alguna si
no se funda en conceptos que puedan ser compartidos por todos los seres humanos? Y éste
es, desde luego, al menos en mi opinión, el punto más complejo y a la vez más importante, de
toda la estética kantiana. Una cuestión que Kant va a solucionar matizando esta afirmación de
que el juicio de gusto no efectúa subsunción alguna bajo conceptos proponiendo la existencia
de un concepto impropio para el conocimiento que es el que va a denominar "concepto
racional trascendental de lo suprasensible" y al que sí se refería el juicio de gusto. Leamos a
este respecto el siguiente párrafo: "A algún concepto tiene que referirse el juicio de gusto,
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pues de lo contrario, en modo alguno podría aspirar a tener validez necesaria para todos. Pero
eso no quiere decir precisamente que ese juicio haya de demostrarse a base de un concepto,
porque un concepto puede ser, bien determinable, bien indeterminado en sí y al propio
tiempo indeterminable. De la primera clase es el concepto de entendimiento (…) y de la
segunda el concepto racional trascendental de lo suprasensible, que sirve de fundamento a
todas esas intuiciones y, por tanto, no es susceptible de ulterior determinación teorética" (p.
193).
Así, Kant lo que hace es proponer el concepto racional trascendental de lo suprasensible, un
concepto indeterminado en sí y al propio tiempo indeterminable, como el concepto al que se
referiría el juicio de gusto, pudiendo de esta manera afirmar que "Lo bello parece tomado
como representación de un indeterminado concepto de entendimiento" (p. 89).
En todo caso, y para aclararnos un poco más en relación a este indeterminado concepto del
entendimiento, a este concepto indeterminado en sí y al propio tiempo indeterminable,
leamos lo siguiente: "el juicio de gusto se funda en un concepto (fundamento, propiamente, de
la idoneidad subjetiva de la naturaleza para la facultad de juzgar), pero a base del cual nada
puede conocerse ni demostrarse con respecto al objeto, porque ese concepto es en sí
indeterminable e impropio para el conocimiento; sin embargo, gracias a ese concepto, el juicio
de gusto adquiere al propio tiempo validez para todos (en todo juicio como singular,
directamente concomitante a la intuición) porque su fundamento determinante se halla tal vez
en aquello que puede considerar como el sustrato suprasensible de la humanidad" (p. 194).
En última instancia, y simplificando un poco todo lo anterior, podríamos decir que lo que está
defendiendo Kant es una concepción del gusto como un "sensus communis aestheticus" (p.
145) como un “sentido común estético” de la misma manera que podría denominarse "sensus
communis logicus" el entendimiento humano común. Con este "sensus communis aestheticus"
Kant se referiría a "un fondo, común a todos los hombres y profundamente recóndito, de
unanimidad en el juicio de las formas en que les son dados los objetos" (p. 74). Algo
defendible, en opinión de Kant, por un criterio empírico, es decir, basado en la pura
experiencia, y que es "la unanimidad, en lo posible, de todos los tiempos y pueblos acerca de
este sentimiento en la representación de ciertos objetos" y sobre el que ya había hablado,
recordemos, David Hume en su texto Of the standard of taste.
Así pues, los juicios de gusto, escribe Kant, "deben tener un principio subjetivo que mediante
el sentimiento y no por conceptos, pero con validez general, determine lo que gusta o
disgusta. Pero este principio sólo podría considerarse como un sentido común, esencialmente
distinto del entendimiento común" (p. 81). Pues, "solo bajo el supuesto de que haya un
sentido común (por el cual no entendemos, empero, ningún sentido externo, sino el efecto del
libre juego de nuestras facultades cognoscitivas) (…), sostengo, puede formularse el juicio de
gusto" (p. 81).
Pero antes de seguir, prestemos mucha atención en este párrafo al hecho de que Kant define
ese sentido común estético como "el efecto del libre juego de nuestras facultades
cognoscitivas", una afirmación que creo que, por extrema importancia, debemos tratar de
aclarar todo lo posible. Y para ello volvamos a recordar, en primer lugar, que en el juicio lógico
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o de conocimiento, las intuiciones proporcionadas por la imaginación eran unificadas por el
entendimiento mediante conceptos, algo que, decíamos, no sucede en el juicio de gusto.
Ya vimos que en los juicios de gusto, el placer que nos produce lo bello lo asociaba Kant con
una imaginación libre que juega adecuándose en su libertad a la legalidad exigida por el
entendimiento.
Es decir, que el placer que nos produce lo bello vendría a ser "el sentimiento de la
concordancia en el juego de las facultades espirituales" (el sentimiento de la concordancia en
el juego de la imaginación con el entendimiento). El objeto bello, podríamos decir, fomenta el
juego libre entre ambas facultades, imaginación y entendimiento, que además se avivarían
recíprocamente. Decir que algo es bello sería por tanto señalar una idoneidad productora de
placer entre el objeto (su forma) y nuestra capacidad de juzgar.
Un placer, insisto en ello, que no sería sino el efecto de "la idoneidad subjetiva de esa forma
para la facultad de juzgar" (p. 139), es decir, una idoneidad entre una determinada
representación y la facultad de juzgar en general (que, no olvidemos, es en sí misma la unidad
de la imaginación con el entendimiento).
En otras palabras, la sensación de agrado que nos produce el objeto bello se produciría porque
la imaginación, es decir, la facultad de intuiciones a priori, se pondría indeliberadamente en
coincidencia con el entendimiento, es decir, con la facultad de los conceptos, mediante una
determinada representación, es decir, con motivo de la contemplación de un objeto bello
(p.34).
El placer que nos produce lo bello sería, pues, el efecto de una coincidencia adecuada, de una
concordancia, entre la imaginación y entendimiento en su libre juego, una idoneidad que para
Kant "ha de valer para todos, pero que no se fundamenta en conceptos" o, que como hemos
visto, se fundamenta en un concepto indeterminado e indeterminable.
El juicio de gusto, por consiguiente se fundaría en lo que él denomina "la mera condición
subjetiva formal de un juicio" es decir, en "la facultad misma de juzgar", en una determinada
concordancia de dos facultades de representación, la de la imaginación y la del entendimiento
(p. 136).
El juicio de gusto se fundamentaría pues en un "agrado" por un objeto dado, producido por la
"adecuación a una idoneidad subjetiva que valga generalmente para todos, pero sin fundarse
en conceptos de la cosa" (p. 129), teniendo muy en cuenta que para Kant "el placer de
cualquiera ((en un juicio de gusto))) puede ser declarado regla para todos los demás" (p. 129).
Otra observación de interés es que, al igual que los juicios lógicos o de conocimiento contienen
un principio de subsunción, es decir, de intuiciones bajo conceptos, el juicio de gusto también
contendría según Kant otro principio de subsunción, pero en su caso "de la facultad de las
intuiciones o exposiciones ((es decir, de la imaginación)) bajo la de los conceptos ((es decir, el
entendimiento")); una subsunción en la que, como ya he indicado, la imaginación ha de
coincidir en su libertad con el entendimiento en su legalidad (p. 136). Por tanto, en el juicio
estético es la imaginación misma, es decir, la facultad de las intuiciones o exposiciones, la que
quedaría subsumida a la facultad de los conceptos (es decir al entendimiento), requiriéndose
12
una cierta coincidencia, entre la libertad de la imaginación y la exigencia de legalidad que es
propia del entendimiento.
De manera que lo bello "pone las facultades de conocimiento en la disposición proporcionada
que exigimos para todo conocimiento y que, en consecuencia, consideramos válidas también
para todo aquel que está destinado a juzgar por el sentido y el entendimiento combinados,
esto es, para todo hombre (p. 62). Un juego entre la imaginación en su libertad y el
entendimiento con su legalidad, de modo que la representación se comunica no como
pensamiento, "sino como sentimiento interno del un estado idóneo del espíritu" (p. 145).
De todo ello, que para Kant el juicio de gusto tenga la peculiaridad de tener "validez universal a
priori, aunque no una universalidad lógica por conceptos", sino la universalidad de un juicio
singular.
(fin de audio)
++++++
Lo bello y la moralidad
Juan Martín Prada
Creo que tenemos también que resaltar la importancia que en la Crítica del Juicio de Kant
adquiere la relación entre lo bello y la moralidad. Una relación que quedaría muy claramente
resumida en esta afirmación: "lo bello es el símbolo de lo moralmente bueno”.
Kant se basa para esta afirmación en una serie de analogías que él detecta entre el juicio de
gusto puro y el juicio moral (p. 151). En efecto, va a encontrar numerosos elementos comunes
entre el juicio de gusto puro y el juicio moral.
En primer lugar, ambos juicios serían independientes de todo interés. Ya he indicado en varias
ocasiones que el juicio de lo bello es incompatible con cualquier forma de interés en relación a
la cosa bella, y lo mismo sucede con el juicio moral. Como es obvio, una acción moral
motivada por un interés particular no sería moral, sino simplemente interesada. Es evidente
que si hacemos una buena acción ayudando a alguien en la calle, por ejemplo, pero luego
pedimos dinero a cambio por esa acción, esta no sería una acción moral, sino simplemente
interesada, motivada por un interés meramente económico.
En segundo lugar, Kant ve otra coincidencia entre ambos tipos de juicio en relación al concepto
de libertad. Así, nos dice, en el juicio moral "La libertad de la voluntad se concibe como
coincidencia de esta última consigo misma según las leyes universales de la razón" (p. 209),
mientras que en el juicio de lo bello "la libertad de la imaginación (…) se representa de acuerdo
con la legalidad del entendimiento" (p. 209). Es decir, que en el juicio de lo bello, la libertad de
la imaginación se representa de acuerdo con la legalidad del entendimiento, mientras que en
13
el juicio moral, la libertad de la voluntad se concibe como coincidencia de esta última consigo
misma según las leyes universales de la razón.
Y como tercera coincidencia entre el juicio moral y el de gusto, Kant se va a referir a la
universalidad de ambos juicios, escribiendo lo siguiente: si "el principio subjetivo del juicio de
lo bello se representa como universal, esto es, como válido para todos" (p. 209) lo mismo
sucedería con el "el principio objetivo de la moralidad ((que)) es declarado también universal,
esto es, para todos los sujetos" (p. 209). En relación a esta cuestión, no hay que pasar por alto
que Kant, en apartados anteriores de la Crítica del juicio ya había comentado algo que creo nos
va a servir para aclarar un poco esta analogía que establece entre el juicio de gusto y el juicio
moral, y es lo siguiente: "aunque el agrado directo por lo bello de la naturaleza requiera y
cultive cierta liberalidad del modo de pensar, es decir, emancipando del mero goce sensual el
placer, con ello se tiene más bien la representación de estar en juego la libertad que no de
ejecutar algo con sujeción a una ley, asunto este último que constituye la verdadera índole de
la moralidad del hombre" (p. 116). Una analogía entre el juicio de lo bello y el juicio moral que
le permitirá llegar a afirmar luego que "tenemos razones para suponer por lo menos una
disposición para sentimientos morales buenos en aquel que se interese directamente por lo
bello de la naturaleza (p. 150).
Es más, algunas páginas atrás Kant había afirmado que "el tomarse un interés directo por la
belleza de la naturaleza constituye siempre indicio revelador de un alma buena" (p. 148). Aquí,
no obstante, hay que destacar que se está refiriendo a las formas bellas de la naturaleza, y no
a las del arte. Pero, en todo caso, ¿en qué se basaría esta afirmación? Pues en que "No cabe
que el espíritu medite sobre la belleza de la naturaleza sin que al propio tiempo se sienta
interesado en ella" (p. 150). Por otra parte, incluso la analogía entre el juicio de lo bello y el
juicio moral también lo ve Kant presente en ciertos usos del lenguaje, como cuando
"Calificamos de majestuosos o soberbios ciertos edificios y arboles, y de sonrientes y alegres
ciertas praderas; aun ciertos colores se califican de inocentes, modestos o tiernos, porque
suscitan sensaciones que revelan cierta analogía con la conciencia de un estado de ánimo
provocado por juicios morales" (p. 210).
Y de ahí que, en su opinión, y ya con esta cita quería terminar esta presentación, "se hace
patente que la verdadera propedéutica para la fundamentación del gusto es el desarrollo de
ideas morales y el cultivo del sentimiento moral", (p. 213) pues solo armonizando con éste la
sensibilidad, podría adoptar el verdadero gusto una forma invariable determinada, dado que el
gusto sería, para Kant, en el fondo, "una facultad de juzgar la sensibilización de las ideas
morales".
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MÓDULO 7 EL ARTE EN LA CRÍTICA DEL JUICIO DE KANT
Las “artes agradables” y el “arte bello”
Juan Martín Prada
En este segundo módulo sobre Kant vamos a centrarnos en los pensamientos que sobre el arte
expone Kant en su obra Crítica del Juicio, publicada, como ya comenté, por primera vez en
1790.
Al igual que en las presentaciones del módulo anterior, los números de página que aparezcan
en las citas que emplearé en esta presentación estarán referidos a la edición en castellano de
esta obra traducción de José Rovira y publicada en la editorial Losada en 1961.
En primer lugar, no debemos olvidar que los años en los que Kant escribe la Crítica del juicio,
corresponden al mayor esplendor del neoclasicismo. Por ejemplo, en 1784 Jacques‐Louis
David, había pintado el Juramento de los Horacios que vemos en la imagen, y Canova había ya
finalizado en 1787 el conocidísimo Monumento a Clemente XIV.
Como en la mayor parte de los países europeos, en Alemania se están también construyendo
en ese momento las más emblemáticas obras del neoclasicismo arquitectónico, como es, por
ejemplo, la Puerta de Brandeburgo, encargada por Federico II de Prusia a Carl Gotthard
Langhans y construida entre 1788 y 1791.
Lo que parece, sin embargo, indudable es que Kant no tenía una amplia cultura artística, y que
la recepción de sus pensamientos sobre arte fue muy desigual, con grandes admiradores,
como Schiller, pero también con grandes detractores, como es el caso de Schelling, quien
afirmará lo siguiente: "Con la Crítica del Juicio de Kant sucedió lo que con las restantes obras.
Naturalmente, de los kantianos ha de esperarse la mayor falta de gusto, de la misma manera
que en la filosofía la mayor falta de espíritu".
En todo caso, y entrando ya en el texto de Kant, creo que conviene, en primer lugar, recordar
la distinción que Kant plantea, dentro de lo que él denomina "arte estético" entre "artes
agradables" (p. 156) y "arte bello". Una distinción paralela a la que ya comentamos en la
presentación dedicada al concepto de lo bello entre los juicios estéticos empíricos o de la
sensación, y los juicios estéticos puros.
Los juicios estéticos empíricos o de la sensación, recordemos, serían aquellos "que predican de
un objeto, o de su modo de representación, si es grato o no" es decir, si algo nos resulta o no
agradable, y no pueden pretender tener validez universal, dado que, como ya vimos, con
respecto a lo agradable piensa Kant que rige el principio de que cada cual tiene su propio gusto
(p. 56) y, por tanto, lo que puede resultar agradable a alguien, por ejemplo, un vino, o un
color, podría no parecerle agradable a otra persona.
15
Por otra parte, estarían los juicios estéticos puros o juicios de gusto, que serían los que indican
si algo es o no bello. Y estos juicios sí que implicarían, en opinión de Kant, una cualidad estética
de validez para todos, es decir, de validez universal (p. 58).
Pero volvamos a la división que hace Kant entre artes agradables y arte bello. Por una parte,
las "artes agradables", serían las que tienen "como única finalidad el goce" y los ejemplos que
Kant propone son "todos los atractivos que pueden deleitar a los comensales que se sientan en
derredor de una mesa; el relato divertido, (…) y aún tratándose de grandes fiestas, la música
que los acompaña (…) cuya única finalidad estriba en mantener animado el espíritu de los
convidados gracias a un sonido agradable".
Por otro lado, “arte bello” sería el que "tiene como norma la facultad de juzgar especulativa y
no la sensación sensorial" y que Kant define como "un modo de representación idóneo por sí
mismo y que, aun sin finalidad, estimula el cultivo de las fuerzas espirituales para la
comunicación social" (p. 156). Volveremos más adelante en diversas ocasiones sobre esta
definición para aclarar su significado.
Otra puntualización importante sobre la que Kant insiste sería diferenciar claramente lo que
podemos entender como arte respecto a las creaciones de la naturaleza. Así, podremos leer
que "sólo cabría calificar de arte lo producido con libertad, es decir, mediante una voluntad
cuyos actos tienen por fundamento la razón" (p. 153). No podríamos aplicar por tanto el
término "arte" al producto de los animales (el ejemplo que propone Kant es el tipo de
construcciones realizadas por las abejas) pues éstos no hacen un trabajo fundado en una
reflexión racional, sino que es producto de su naturaleza (al serlo del instinto). Kant no permite
ambigüedad alguna a este respecto: "cuando se califica simplemente de obra de arte algo,
para distinguirlo de un efecto natural, se entiende siempre por ello una obra de los hombres".
No obstante, sobre este punto hace una importante puntualización, y es la siguiente: "Un
producto de arte bello tiene que dar la conciencia de que es arte y no naturaleza; pero la
idoneidad de su forma tiene que presentarse tan libre de toda sujeción a reglas voluntarias
como si fuera producto de la pura naturaleza" (p. 156). Y es precisamente "en este sentimiento
de la libertad en el juego de nuestras facultades de conocimiento, que al propio tiempo tiene
que ser conforme a un fin", donde se basaría ese agrado único que proporciona lo bello y que
es "susceptible de comunicarse universalmente". Veremos en otra presentación cómo Schiller
poco después tomará esta analogía de Kant entre la obra de arte y un producto de la
naturaleza como punto de partida para la conformación de su teoría de la belleza. Una
consideración en todo caso ésta de Kant que nos permite comprender ahora porqué el
concepto de "genio" es decir, "el talento para el arte bello" (p. 161.), será definido por el
filósofo de Königsberg como "el talento (don natural) que da la regla al arte.
Y como el talento, facultad innata productiva del artista, pertenece a la naturaleza, podría
decirse que genio es la disposición natural del espíritu (ingenio) mediante la cual la naturaleza
da regla al arte (p. 157). Kant deja así muy claro que la facultad innata productiva del artista
pertenece a la naturaleza, y que, por tanto, el término "genio" no puede ser entendido más
que como la disposición natural del espíritu (ingenio) mediante la cual la naturaleza da reglas
al arte.
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Pero Kant también nos propone otra definición de genio que nos va a exigir efectuar una serie
de aclaraciones, y es la siguiente: "Puede definirse también el genio como capacidad de ideas
estéticas" (p. 169). Y siendo este un concepto del que aún no hemos hablado, la pregunta
parece obligada… ¿qué es una idea estética?
Pues bien, este concepto es definido por Kant de la siguiente manera: "aquella representación
de la imaginación que mueve mucho a pensar, sin que pueda tener, no obstante, ningún
pensamiento determinado, es decir, concepto adecuado, representación, pues, a la cual
ningún mensaje llega totalmente, ni logra hacer completamente comprensible" (p. 164). Si nos
damos cuenta, el concepto de idea estética sería muy similar a lo que podríamos entendemos
por una metáfora, es decir, como el fundamento más esencial de la actividad poética.
Pero para entender mejor qué quiere decir esto tenemos que volver a recordar algo que ya
vimos en las presentaciones dedicadas a lo bello en Kant, y en donde dijimos que en el juicio
lógico o de conocimiento, las intuiciones proporcionadas por la imaginación eran unificadas
por el entendimiento mediante conceptos, algo que, decíamos, no sucede en el juicio de gusto.
Pues en éste el placer que nos produce lo bello lo asociaba Kant a una imaginación libre que
juega adecuándose en su libertad a la legalidad exigida por el entendimiento, pero sin que éste
llegara a unificar las intuiciones en un concepto. Es decir, que lo bello lo que produce es una
coincidencia, una idoneidad entre la imaginación en su libertad y el entendimiento con su
legalidad, una idoneidad o concordancia entre imaginación y entendimiento que es la que
acontece cuando el artista consigue combinar las energías espirituales (la imaginación y el
entendimiento) en cierta proporción exitosa y productora así de belleza.
Pero no podemos dejar de lado, pues es una consideración de extrema importancia, que esas
representaciones de la imaginación, las ideas estéticas, lo que buscarían es "aproximarse a una
exposición de los conceptos racionales (de las ideas intelectuales)” (p. 165), y eso aunque las
ideas racionales sean conceptos que, en opinión de Kant, no pueden tener ninguna intuición,
es decir, ninguna representación de la imaginación adecuada (p. 164). Leamos lo que Kant
escribe en relación a esto: "el poeta se atreve a sensibilizar ideas racionales de seres invisibles:
el reino de los bienaventurados, el infierno, la eternidad, la creación, etc.)” (p. 165) o también
"la muerte, la envidia y todos los vicios, como igualmente el amor, la gloria, etc." (p. 165).
En efecto, la finalidad del arte bello sería para Kant la expresión, a través de ideas estéticas o
metáforas, de las ideas de la razón, es decir, de aquello que solo se puede plasmar
simbólicamente, de aquello que está más allá de todo concepto determinado, o que no cabe
en conceptos empíricos concretos (Véase Rivera de Rosales, “Kant y el arte moderno”, p. 91).
En definitiva, "la idea estética es una representación de la imaginación, asociada a un concepto
dado ((a un concepto racional)) que en el uso libre de esa facultad va unida a una variedad tal
de representaciones parciales que en vano se buscaría para ella una expresión que designara
un concepto determinado, una representación, pues, que hace pensar de un concepto muchas
cosas innominables" (p. 167) es decir, innombrables.
Por tanto, lo que haría el arte bello es crear una representación de la imaginación vinculada a
un concepto racional "que por sí sola da tanto que pensar" que "el concepto mismo se
ensancha estéticamente de modo ilimitado" (p. 165). Así pues, ante la obra de arte bello, a la
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razón se le exige pensar más de lo que ella misma puede aprehender y poner en claro en esa
representación.
Y de todo ello, pienso, que se nos haga quizá ahora algo más fácil entender la definición que de
idea estética hacía Kant y a la que ya antes he aludido: "aquella representación de la
imaginación que mueve mucho a pensar, sin que pueda tener, no obstante ningún
pensamiento determinado, es decir, concepto adecuado, representación, pues, a la cual
ningún mensaje llega totalmente, ni logra hacer completamente comprensible" (p. 164). Y esto
es lo que en efectivamente experimentamos en cualquier obra de arte, y de forma más clara,
opina Kant, en la poesía, pues es "el arte poético aquel en que puede mostrarse en toda su
medida la potencia de las ideas estéticas".
Un ejemplo que nos propone Kant es una poesía escrita por quien él denomina "el Gran Rey"
(y que no es sino el rey Federico II de Prusia) y que es la siguiente:
"Despidámonos de la vida sin protestas ni lamentos,
dejando tras de nosotros el mundo colmado de beneficios,
así el sol, una vez terminada su carrera cotidiana,
irradia aún suave luz en el cielo,
y los últimos rayos que al aire emite,
son sus últimos suspiros por el bien del mundo".
Un poema en el que, en opinión de Kant, su autor animaría la idea racional de un sentimiento
universalista asociándola a la imaginación para despertar en nosotros una serie de sensaciones
y representaciones accesorias (p. 167), y ampliando así ese concepto estéticamente. Es decir,
que en la idea estética (en lo poético o metafórico, podríamos decir nosotros) una
representación de la imaginación en su libertad, asociada a un concepto dado, se une a una
variedad tal de representaciones que nos hace pensar de ese concepto infinidad de cosas no
nombrables (no verbalizables), impidiéndonos buscar para esa representación una expresión
que designara un concepto determinado (p. 167‐168).
Así pues, para Kant "el genio consiste propiamente en la feliz proporción, que ninguna ciencia
puede enseñar ni ninguna diligencia aprender, de descubrir ideas ((estéticas)) para un
concepto dado, acertando, por otra parte, a expresarlas de suerte que el estado de ánimo
subjetivo así provocado, como acompañamiento de un concepto, pueda comunicarse a otros.
Es este último talento lo que propiamente se llama espíritu" (p. 164).
Pero dejemos si os parece la explicación de qué entiende Kant por “espíritu” para la siguiente
sesión, que será ya la última que dedicaremos a este pensador.
(fin de audio)
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Lo que el arte bello requiere: imaginación,
entendimiento, espíritu y gusto
Juan Martín Prada
Si recordáis, terminábamos la anterior presentación con esta cita de Kant, que volvemos a
repasar: decía Kant "el genio consiste propiamente en la feliz proporción, que ninguna ciencia
puede enseñar ni ninguna diligencia aprender, de descubrir ideas ((estéticas)) para un
concepto dado, acertando, por otra parte, a expresarlas de suerte que el estado de ánimo
subjetivo así provocado, como acompañamiento de un concepto, pueda comunicarse a otros.
Es este último talento lo que propiamente se llama espíritu" (p. 164).
Este concepto, "espíritu" juega un papel muy importante en la teoría kantiana, término que él
define como "el principio vivificante del ánimo" como "lo que pone idóneamente las energías
espirituales en vibración, es decir, en un juego que se sostiene por sí mismo y que a su vez
robustece las energías que requiere". En definitiva, para Kant, espíritu "no es otra cosa que la
facultad de representar ideas estéticas", es decir, que espíritu, podríamos decir nosotros, sería
la capacidad creativa, poética, metafórica del artista, la capacidad para crear metáforas, para
crear poesía; el espíritu sería pues algo así como la “inspiración”.
Sin embargo, escribe Kant, "Para lograr la belleza no es tan necesario tener muchas ideas y
originales como el acierto en armonizar con la legalidad del entendimiento aquella
imaginación en su libertad" (p. 171). En efecto, para Kant, "la libertad desenfrenada de la
primera ((de la imaginación)) por fecunda que sea, no produce más que absurdos, mientras
que la facultad de juzgar es la que permite conciliarla con el entendimiento". Es decir, que el
artista lo que debe lograr de forma prioritaria es esa idoneidad indeliberada, subjetiva, que es
"la libre coincidencia de la imaginación con la legalidad del entendimiento", una coincidencia,
una proporción y acuerdo entre entendimiento e imaginación, que desde luego no podría
obtenerse por imitación ni empleando una regla científica, sino que solo sería alcanzable
mediante la naturaleza del sujeto (p. 169). Y es, insisto en ello, la facultad de juzgar la que
permitiría esta difícil conciliación entre imaginación con el entendimiento.
Así pues, escribe Kant, "El gusto, como la propia facultad de juzgar, es la disciplina del genio, al
que corta mucho las alas, haciéndolo modoso o pulido; pero al propio tiempo le da una guía
para que sepa por dónde y hasta dónde debe moverse si quiere seguir siendo idóneo, y al
imprimir claridad y orden en la riqueza de pensamiento, hace sostenibles las ideas y las pone
en condiciones de merecer un aplauso duradero, y al propio tiempo también universal" (p.
171). Y de todo ello, asegura Kant, "para el arte bello se requiere imaginación, entendimiento,
espíritu y gusto" (p. 171).
Es decir, que la obra de arte bello sería el resultado de la acción combinada de la imaginación
en su libertad, unida a la las exigencias de legalidad que el entendimiento impone (y que se
concretarían, por ejemplo, en el uso adecuado del lenguaje, de la técnica o medio que emplee
el artista, de las reglas de composición, etc.), unida al principio vivificante del espíritu, es decir,
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a esa capacidad del artista para crear ideas estéticas o metáforas, y todo ello controlado por el
gusto, clave para alcanzar una adecuada coincidencia entre imaginación y entendimiento, y sin
la que no sería posible la belleza.
Siendo esos cuatro elementos imprescindibles para el arte, Kant criticará, “a algunos
educadores modernos convencidos de que el mejor modo de fomentar un arte libre es
emanciparlo de toda coacción, transformándolo de trabajo en mero juego" (p. 154‐155). Kant,
es evidente, lo que está criticando es a todos los defensores de la pura libertad de la
imaginación, de la pura inspiración en el arte.
Por lo que, nos dice, "no será inoportuno recordar que en todas las artes liberales se requiere
alguna sujeción, o como se llama, un mecanismo (por ejemplo, en el arte poético, la corrección
y riqueza del lenguaje, al igual que la prosodia y la medida de las sílabas) sin el cual el espíritu
que tiene que ser libre en el arte animando únicamente la obra carecería de cuerpo y se
evaporaría enteramente" Kant (p. 154).
Es decir, lo que está reclamando Kant es la importancia de la técnica, de ciertas sujeciones
académicas y, en última instancia, del entendimiento y el gusto, como freno de los desvaríos
de la imaginación, y como soporte de las aportaciones de ésta, pues, recordemos “algo
académico es siempre la condición esencial del arte” y que "para realizar un fin se requieren
ciertas reglas de las cuales no es posible librarse".
En todo caso, no podemos olvidarlo, "el concepto de arte bello no admite que el juicio sobre la
belleza de su producto sea derivado de ninguna regla que como fundamento de terminación
tenga un concepto" (p. 158), pues para Kant “genio” es un talento para producir aquello para
lo cual no cabe dar una regla determinada, y no una habilidad en cierne para aquello que
puede aprenderse mediante alguna regla. Por consiguiente, la originalidad tiene que ser la
cualidad primera del genio.
Pero creo que tenemos necesariamente que señalar otro aspecto de gran importancia, y es la
relación que establece Kant entre el gusto y la comunicabilidad de los sentimientos. Leamos
este pequeño fragmento como punto de arranque para el comentario sobre esta cuestión: el
arte bello, dice Kant "estimula el cultivo de las fuerzas espirituales para la comunicación
social"(156).
Para comprender lo que Kant está tratando de decir aquí tenemos que recordar que el gusto,
como facultad de enjuiciar lo bello, exige de los demás coincidencia en dicho juicio, es decir,
que cuando decimos que algo es bello, atribuimos a los demás el mismo placer (p. 55).
Por tanto, el gusto sería "la facultad de juzgar a priori la comunicabilidad de los sentimientos
asociados a una representación dada" y de este modo sería en verdad la facultad de juzgar
todo aquello mediante lo cual es posible comunicar el sentimiento propio a todos los demás,
es decir, un "medio de fomentar aquello a que por inclinación natural todos tendemos" (p.
145) y esto sería, evidentemente, nuestra tendencia a la sociabilidad. En efecto son varios los
pasajes que en la obra de Kant se hace manifiesta esta dimensión social de lo bello:
"Un hombre abandonado en una isla desierta no engalanaría para sí solo su cabaña ni su
persona, ni buscaría flores, y menos las plantaría para adornarse con ellas; antes bien solo en
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sociedad se le ocurre ser no solo hombre sino también, a su manera, hombre cortés (el
principio de la civilización), pues de tal se juzga quien desea y sabe participar su agrado a los
demás, y a quien no satisface un objeto si no puede compartir con otros el placer que le cause"
(p. 146‐147).
Por último, y para ir terminando ya esta presentación, creo que convendría mencionar su
intento por proponer una calificación de las bellas artes, advirtiéndonos, sin embargo, de que
"El lector no debe juzgar este esbozo de posible clasificación de las bellas como si fuera una
teoría decidida, pues constituye sólo uno de tantos ensayos que pueden y deben hacerse
todavía" (p. 172). Dada esta advertencia, que nos hace pensar en un carácter todavía no
definitivo de esta clasificación, me limitaré a mencionar las tres clases de bellas artes que Kant
menciona: las elocutivas, las figurativas y el arte del juego de las sensaciones.
Las artes elocutivas serían la elocuencia y la poesía. Elocuencia, nos dice, “es el arte de tratar
como libre juego de la imaginación un asunto del entendimiento; poesía, el de ejecutar como
asunto del entendimiento un libre juego de la imaginación”. Muy importante a destacar es que
la poesía es para Kant, entre las bellas artes, la que tiene más alta jerarquía, pues "ensancha el
espíritu al poner en libertad la imaginación y, dentro de los límites de un concepto dado, de
entre la ilimitada variedad de formas posibles que pueden conciliarse con él, ofrece aquella
que enlaza la exposición de ese concepto con una plenitud de pensamiento, a la cual ningún
lenguaje puede acomodarse totalmente, elevándose así estéticamente a ideas" (p. 178).
En segundo lugar estarían las artes figurativas, o de la expresión de ideas en intuición sensible
que él divide en la plástica (que englobaría la escultura y la arquitectura) y la pintura (en la que
incluye la pintura propiamente dicha y también la jardinería).
Y como tercer apartado en la clasificación de las bellas artes, Kant sitúa " El arte del bello juego
de las sensaciones, que divide en el juego artístico de las sensaciones del oído y de la vista, o
sea, la música y arte de los colores" (p. 176).
Por otra parte, en la comparación que Kant efectúa de los valores estéticos de las diversas
bellas artes, dará preferencia a la pintura, porque, "como arte del dibujo, sirve de base a todas
las demás ((artes)) figurativas" (p. 182).
La cuestión del dibujo está referida a un aspecto de enorme importancia, que ya comenté en
una de las presentaciones anteriores, pero que ahora creo que sería bueno que repasáramos.
Para Kant, recordemos "el juicio de gusto habrá de recaer sobre lo que tenga de bello este
arte, siendo, en este aspecto, un solo juicio: el relativo a las formas (sin atender a un fin)" (p.
175). Por eso, el dibujo sería lo esencial en la pintura, la escultura, la arquitectura y jardinería,
siendo la composición en la danza donde debería residir el juicio de gusto (p. 68).
En definitiva, recordemos, para Kant "en un juicio de gusto puro el placer por el objeto va
asociado al mero juicio de su forma" (p. 139), independientemente de su adecuación a
concepto alguno o a su utilidad, por ejemplo. Por tanto, la base de un juicio de gusto puro no
es lo que meramente agrada a la sensación, sino lo que gusta por su forma" (p. 68), con lo que
el juicio de lo bello tendría "una finalidad meramente formal, es decir una finalidad sin fin" (p.
68).
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Evidentemente, en este formalismo kantiano se fundamentarán muchas de las formulaciones
que más tarde R. Jacobson, Mukařovský, Della Volpe o Umberto Eco plantearán sobre la
estructura misma de las obras. En general los muy diversos formalismos, y los
posicionamientos en torno al "carácter autorreflexivo de la forma artística" (Marchán, p.47)
que irán apareciendo a lo largo del siglo XX hundirán muy claramente sus raíces en estas
consideraciones kantianas.
Y regresando al texto de Kant, no olvidemos su definición de belleza: "Belleza es la forma de la
finalidad de un objeto cuando es percibida sin la representación de un fin" (p. 79). Hay que
tener en cuenta que esta finalidad sin fin es una finalidad digamos puramente estética,
puramente formal.
Pero también en una de las primeras presentaciones decíamos que la que es quizá la
característica más importante de todo juicio de gusto es que "el placer que da lugar al juicio de
gusto, es ajeno a todo interés" (p. 46). ¿Y qué quería decir Kant con el término "interés"?: pues
por "interés" deberíamos entender el "placer que asociamos a la representación de la
existencia de un objeto" (p. 46). Ya en aquella primera presentación ponía yo un ejemplo que
ahora sería pertinente volver a recordar: imaginemos por ejemplo un cuadro cuya
contemplación nos produjera gran placer pero sobre todo porque en él apareciera retratado
un familiar a quien queremos enormemente. Es decir, que ante tal pintura no seríamos
indiferentes con respecto a la existencia del objeto de esa representación. Por tanto, un juicio
sobre esa pintura que no fuese ajeno a todo interés no podría ser un auténtico juicio de gusto,
pues en un juicio de gusto, afirma Kant, "Todo interés corrompe el juicio de gusto y le quita su
imparcialidad" (p. 66). En definitiva, decíamos, en un juicio de gusto "se quiere saber
solamente si esta mera representación del objeto va acompañada en mi de placer por
indiferente que pueda serme la existencia del objeto de esta representación" (p. 47).
Y por último ya, recordar una breve definición que propone Kant para distinguir la belleza
natural de la belleza artística, y que formaliza de la siguiente manera: "Una belleza natural es
una cosa bella, la belleza artística es una representación bella de una cosa" (p. 162). Algo que
le llevará a afirmar que "La excelencia del arte bello estriba precisamente en describir
bellamente cosas que en la naturaleza son feas o desagradables". De modo que "Las furias,
enfermedades, devastaciones de la guerra, etc. pueden ser descritas muy bellamente como
calamidades y aun ser representadas en cuadros" (p. 162). Algo que para Kant es posible pues,
como hemos visto, lo que importa no es la belleza de lo representado, sino la belleza de la
representación, la forma en la que ésta es configurada por el artista.
(fin de audio)
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© Juan Martín Prada, 2015.