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José Matos Mar. Perú: Estado desbordado y sociedad nacional emergente. Lima: URP, 2012.
Capítulo 2 De migrantes a ciudadanos: 1940-1990
7. Una revolución urbana (pp. 212-217)
Al finalizar la década de 1980, las barriadas habían acabado de plasmar una verdadera revolución
urbana, resultado del titánico esfuerzo y sacrificio de los pobladores de las principales barriadas
limeñas en su inserción y acomodo en la gran ciudad limeña.
En total, sobresalieron como grandes actores diez, de un universo estimado actualmente en más
de tres mil barriadas.
En menos de cinco décadas, 1940-1990, un vasto sector de la población popular, media y sus
descendientes de primera y segunda generación de emigrantes de toda la provincia nacional,
pobres y discriminados, constituyeron un conjunto social, cultural, económico y político propio,
insólito, que forjó una integración social, cultural y económica nueva con trascendencia no solo en
las ciudades sino en el devenir nacional.
Nuevo patrón de asentamiento
La migración había “inventado” una sociedad al desplazar a las masas rurales hacia la ciudad.
Además, el éxodo creador no se detendría. Si en 1956 las barriadas limeñas existentes tenían 119
886 habitantes, que representaban el 9.5% del total de la población de Lima Metropolitana, en
1959 tenían 236 716 habitantes, el 14.3%. En 1961, 316 829, el 17.2%. En 1970, 761 755, el 25.6%.
En 1972, 805 117, el 24.4%. En 1981, 1 460 381, el 31.9%. En 1984, 1 617 786, el 32.2%. En 1993, 2
188 415, el 34% en 1 147 barriadas, las cuales representaban cerca del 50% de la población total
de todas las barriadas del Perú (Gráfico 8). Al 2010, existen más de 7 419 barriadas en el país y en
Lima Metropolitana más de 3 mil, con una población que sobrepasa el 36.5% de su población total
(Gráfico 9).
Las migraciones más intensas predominaron hasta la década de 1970, después disminuyeron por
la reforma agraria de esa década y, en 1980, por el terrorismo y desde la década de 1990 son
limitadas. El fin de siglo marca un hito en este desborde demográfico al consolidarse una cierta
estabilidad poblacional y un reencuentro de provincianos, costeños, serranos y amazónicos, sobre
todo los nuevos limeños modernos con sus coterráneos en sus lugares de origen.
Un trasvase demográfico y social jamás pensado: por lo menos unos ocho millones de habitantes
de la provincia, serrana especialmente, trasladados durante setenta años a la gran capital limeña
preferentemente y a las principales ciudades de la costa peruana, llevando consigo su cultura y su
estilo de vida. El otro Perú en la región más desarrollada se convirtió, junto con sus hijos y nietos
de primera, segunda, tercera y cuarta generación, en el gran conjunto de peruanos del futuro
desarrollo nacional.
Una presencia cuestionadora
Habían logrado que la barriada fuera el patrón preponderante de crecimiento urbano en todas las
ciudades del Perú, una comunidad urbana con su propia personalidad y acorde completamente
con lo que es el Perú real, un país andino pluralista y vertical. Lograron también que en muchas
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ciudades surgieran distritos conformados mayoritariamente por los migrantes del otro Perú y sus
descendientes, y que agruparan la mayor población de ellas. Habían conseguido,
fundamentalmente, que este modelo tuviera su expresión prístina y estimulante en el centro del
poder nacional, la gran lima metropolitana. Habían logrado, asimismo, establecer una
sorprendente relación o conjunción con los de arriba, el poder, el Perú oficial. Así como también
que las principales ciudades del país siguieran su ejemplo. Habían logrado –solamente con su
presencia masiva, ocho millones por lo menos, reclamando su pertenencia a un espacio milenario
donde ellos contribuyeron a forjar una civilización– crear las condiciones para que el poder de su
cultura fuera decisiva para contrarrestar la cultura tradicional y criolla imperante en un espacio
reducido de la llamada república peruana, sentando las bases para el surgimiento de una auténtica
y real sociedad nacional pluralista, multiétnica y multilingüe que comprendiera todo el íntegro de
su espacio.1
En la sede del poder ampliaron el espacio urbano de Lima Metropolitana y perfilaron una
conurbación que tendría 49 distritos, 10 de los cuales surgieron debido a la gesta de las barriadas,
comprometiendo en ellos a la mayor parte de la población limeña.
Cambiaron el rostro tradicional de la ciudad capital y del resto de las principales ciudades
costeñas, haciéndolas más representativas de lo que es la sociedad nacional andina peruana. Miles
de miles de familias del otro Perú poseían vivienda propia y trabajo en el nuevo mundo urbano. Al
tomar la decisión de abandonar su vida provinciana pobre, discriminada y en mucho rural, habían
tenido éxito. Millones habían salido de la pobreza por propia decisión, y puesto fin al predominio
del mundo rural en el Perú.
Su acomodo urbano constituyó una epopeya, al principio lento, insospechado, siguiendo las reglas
y ordenanzas establecidas. Después cuestionándolas, organizando invasiones masivas y violentas,
pero todas en consenso entre grupos familiares o coterráneos apoyados por sus asociaciones de
pobladores y urbanizando la nueva Lima, gracias a ser descendientes de una Patria antigua que fue
una civilización con organizaciones e instituciones sociales, culturales, políticas y económicas.
Adaptadas plenamente a la realidad de su espacio rico y contrastado y con un sistema de
reciprocidades, bienestar y autosuficiencia, solidaridad y cooperación en sus trabajos comunales,
el ayni o ayuda mutua individual y de parentesco en la construcción de sus viviendas y la minka o
trabajo colectivo de las comunidades para dotarse de servicios. Pero, sobre todo, fuertemente
arraigados en su cosmovisión andina y su estructura familiar comunitaria.
Después, trabajaron incansablemente, de acuerdo a sus posibilidades, habilidades y
oportunidades, en múltiples actividades lícitas e ilícitas, donde sea y como sea, millones en la
pujante economía informal y conformando cada vez más una vasta población educada, capacitada,
dando origen a que miles de familias y personas, hombres y mujeres, fueran emprendedores
exitosos de pequeñas, medianas y algunas grandes empresas, y comerciantes. Estimularon, a
pesar de no existir una política nacional de educación, al surgimiento de miles de centros
educativos, buenos y malos, y cerca de cien universidades públicas y privadas a nivel nacional. y
1 La idea del poder de la cultura coincide en mucho con el planteamiento expuesto por Edgar Montiel en su libro El
poder de la cultura. Lima: Fondo de Cultura Económica, 2010.
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múltiples servicios de salud, abastecimiento de agua potable, alcantarillado, pistas, veredas,
jardines, áreas de esparcimientos, centros ecológicos, etc., etc. desbordando al Perú oficial
contestatariamente, fuera de la norma legal, descubriendo la tremenda crisis del Estado y la
precariedad de la gobernabilidad y la democracia y, más grave, apoyados por el proceso de
globalización, contribuyen a desterrar mitos y creencias dando a conocer lo que es realmente el
espacio o la geografía del país y su verdadera historia.
Toda una revolución urbana sin precedentes y un verdadero cambio estructural a nivel nacional,
porque iniciaron la integración nacional y la participación de casi toda la población peruana en la
vida nacional, modernizándola, cancelando prejuicios y discriminaciones.
Los nuevos limeños, así como extensos conjuntos similares preponderantes en todas las
principales ciudades costeñas, plenamente ciudadanos peruanos, contagiaron su proeza
estimulando a toda la provincia nacional a ser como ellos. Casi al final del siglo XX, esta comenzaba
también a tener otro rostro y, como los sectores populares y medios urbanos de Lima
Metropolitana, constituían el nuevo Perú. Toda la provincia nacional en ebullición, integrada
plenamente al país, participaba y se modernizaba, demostrando que también eran actores del
nuevo Perú.
Antes de comenzar la última década del siglo XX, la barriada había cumplido su tarea y la posta
estaba en manos de los nuevos distritos populares y medios de las principales ciudades del Perú.
Las barriadas, como los ayllu o parcialidades existentes en las comunidades campesinas de la
sierra, seguían siendo el motor y núcleo de la organización social y cultural de base, mientras los
tradicionales y nuevos distritos comenzaban a ser el centro o núcleo dinamizador del Perú
moderno. Oficialmente afirmados democráticamente en 1980, al ser electos sus alcaldes y
gobierno municipal, afianzaron la precaria democracia con mejores posibilidades de
gobernabilidad y pudieran contribuir a realizar los cambios estructurales que estas masas en
desborde planteaban y reclamaban: pasar del crecimiento al desarrollo y lograr que el Perú sea
una emergente sociedad nacional en proceso de desarrollo.
Pero el Perú oficial seguía otro camino –la ruta iniciada en 1821–, contando solo con una pequeña
parte de la población nacional, la limeña de preferencia, que como un enclave de modernidad
seguía lejana del otro Perú y de lo que las grandes masas en desborde demandaban, cuidando y
protegiendo lo económico y el poder nacional, descuidando lo político y el buen gobierno, cada
vez más deteriorado por el tremendo impacto del narcotráfico y la corrupción. Así quedó en
evidencia la forma como el estado respondió a esta revolución.
8. El Estado y las barriadas
9. El significado de la barriada para Lima y el país (pp.246-252)
Mientras que a los ojos de los economistas –aún los más prestigiosos– el formidable proceso hasta
aquí descrito configuraba solamente la informalización de la economía capitalista, y a la mirada de
los sociólogos lo ocurrido no era sino la expansión del sector urbano-marginal; para nosotros, daba
cuenta de un fenómeno estructural mucho más profundo e integral: sentar las bases para la
relativa mejora económica, la integración social y política, y el surgimiento de una identidad
común de millones de migrantes.
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Un reencuentro histórico
En primer lugar, la existencia de la barriada ponía en evidencia una original modalidad de
integración nacional que daba fin al segundo encuentro-desencuentro ocurrido en el proceso
peruano. El Perú oficial no lo enfrentó ni lo aprovechó para realizar una reforma profunda de la
estructura del estado, y gobernar en concordancia con las necesidades generadas por el
crecimiento y demanda de la población peruana, que por vez primera en su vida republicana
abarcada todo el país. Demostrando que era precario, tremendamente centralista, incapaz de
financiar una expansión de servicios y formular un plan nacional de desarrollo acorde con la nueva
realidad. Como tampoco evitar que el llamado orden legal y racional sea rebasado y aprovechar lo
que estaba sucediendo para recuperar soberanía y ser buen gobierno.
En 1532, se produjo el primer encuentro entre los indígenas autóctonos y los occidentales
españoles, dando comienzo al primer gran cambio estructural sucedido en la historia del Perú. De
ser un espacio desarrollado que logró conformar una civilización a nivel mundial, pasamos a ser
una colonia de un país europeo, de ser ágrafos y con predominio de una mente oral, pasamos a
ser letrados y con predominio de una mente gramatical. Un encuentro nada equitativo, porque el
Perú indígena, autóctono, fue discriminado, maltratado y desplazado; y, desde entonces, casi
extinguido poblacionalmente, pobre, explotado y analfabeto, vivía olvidado y discriminado en el
mundo rural serrano y amazónico, la provincia era el otro Perú.
El segundo encuentro ocurrió en 1821-1824, cuando ya descolonizados comenzó la
independencia. La nueva república peruana, el Perú oficial, con sede en Lima, ubicada en la costa
central, discriminó, una vez más, al otro Perú, porque no fue parte constitutiva del nuevo país que
surgía.
El tercer encuentro fue diferente, esta vez no fue un encuentro-desencuentro, sino una inserción
masiva, pasiva y exitosa del otro Perú, que por propia decisión decidió modernizarse, abatir su
pobreza milenaria y participar plenamente en la vida nacional en igualdad de condiciones, deberes
y obligaciones que los integrantes del Perú oficial.
No ocurrió lo que predecía Luis E. Valcárcel en Tempestad en los Andes (1927), ni tampoco lo que
vislumbraron otros intelectuales y políticos, provincianos preferentemente, que en una u otra
forma planteaban la tesis que de los andes pudiera llegar el gran cambio, la revolución, o más
adelante por muchos otros que predicaban que pudiera convertirse en una sierra maestra
siguiendo el ejemplo de Cuba, en 1959. O el triunfo del comunismo en la guerra Fría. O que los
millones de migrantes del desborde popular, que optaron por esa alternativa, se unieran a las
movilizaciones campesinas de los que se quedaron y revolucionariamente revindicaran a la
provincia. Sino que ocurrió lo inesperado, lo impredecible. Los que optaron por la alternativa de
migrar a las ciudades de la costa eligieron la disyuntiva masiva y pacífica de pertenencia orientada
a modernizarse y poner fin al divorcio entre los dos Perú.
Realizaron lo que debió suceder al fundarse la República en 1821, cuando éramos apenas un país
de un millón doscientos mil habitantes: iniciar la integración física, económica, social y cultural del
espacio nacional. El Perú oficial heredero de la impronta colonial, comenzó su proceso republicano
sin tenerlos en cuenta, dando origen al segundo desencuentro que existió en la historia del Perú:
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esta vez interno entre la costa longitudinal y la sierra y Amazonía. Casi al finalizar el siglo XX, el
otro Perú, presente en el escenario nacional después de 169 años de espera, estaba subsanando
este gravísimo desencuentro e iniciando el tercero, pero esta vez, por iniciativa de los de abajo: la
integración social para ser un verdadero Estado-nación.
El acceso al mercado
El segundo significado de la presencia de la barriada es la incorporación de una enorme masa
poblacional al mercado de consumo y al de trabajo.
Esa masa, desposeída de los medios de producción propios de la economía campesina, a su
llegada a la ciudad se convierte gradualmente en demandadora de bienes de consumo,
aumentando el mercado interno. Especialmente las ramas de alimentos y bebidas, servicios y de
construcción deben su crecimiento al ensanchamiento de la población barrial.
El caso del mercado de trabajo es diferente. Entre 1940 y 1970, la población de las barriadas se
integra a la Pea ocupada o deviene en un ejército industrial de reserva, lo cual le permite acceder
a un ingreso salarial y una cierta cobertura de seguridad social. En cambio, a partir de 1970, ocurre
un desequilibrio entre la capacidad del aparato productivo de absorber nueva mano de obra y el
crecimiento de la oferta de trabajadores. Se engrosa así una “población excedente”.
El impacto inicial en la demanda de bienes y la oferta de mano de obra es lo que explica una cierta
actitud benévola del Perú oficial hacia el fenómeno de la barriada, permitiendo su expansión. Esa
actitud empezará a cambiar cuando la expansión del fenómeno se torne en un “problema social” y
su manejo sea ingobernable.
Desde el punto de vista de la economía convencional, llegados a esta situación los pobladores de
la barriada hubiesen tenido que dejar el mercado, es decir, irse de lima y buscar otras alternativas.
En lugar de ello, optan por una alternativa inimaginada: Construir su propia economía, generar
autoempleo, aceptar ingresos por debajo de los de mercado o jornadas de trabajo por encima de
la media. Es decir, lo que la literatura especializada ha llamado “autoexplotación” o
“sobreexplotación” con fines de sostenimiento o de acumulación de un pequeño capital.
Esta situación, que ha sido graficada bajo el gran membrete de informalidad, representa una
especial articulación al mercado capitalista al que, como hemos descrito en un estudio de caso,
nutre (mediante la oferta de bienes y servicios), medra (mediante la “competencia desleal”) o
integra (como consumidores); dando un primer, aunque atípico, paso hacia la modernidad
económica.
El escape de la pobreza extrema
El tercer significado de la barriada es que permite a los migrantes provincianos el tránsito de la
pobreza extrema rural hacia la pobreza urbana. Para el analista, la diferencia de situaciones le
podría parecer sutil, pero para los actores del cambio era una nueva perspectiva de vida.
De la carencia de la comunidad a la dureza de la ciudad, de la inexistencia de oportunidades al
mercado más grande, de la absoluta ausencia del estado a la posibilidad de reclamar y ser oído, de
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la falta total de servicios de luz, agua, salud, educación o transporte a una ciudad en construcción,2
del infortunio de la ignorancia al acceso a la escuela pública y después hasta la universidad, del
cíclico y rutinario trabajo agrícola a la economía de “cachueleo”. En fin, podríamos seguir
enumerando los indicadores del cambio, lamentablemente no registrados en las estadísticas,
porque en la época no se elaboraban estudios de pobreza, pero quedaron sellados a fuego en las
historias de vida de los migrantes.
Obviamente, el proceso no fue sencillo. En primer lugar, hubo que vencer los códigos culturales
citadinos desconocidos, luego surgió el reto de insertarse en la actividad económica buscando un
empleo, también conseguir un círculo para la alternancia social. A los tres retos ayudaron
familiares, compadres y paisanos, ya socializando a los “recién llegados”, ya facilitándoles una
colocación laboral, ya compartiendo fiestas y reuniones. Por eso las asociaciones y clubes
distritales y provinciales se convirtieron en la más extendida organización en Lima que, además,
cultivaban la reminicencia del terruño y hasta el apoyo económico para alguna obra, proceso
judicial o reclamo del pueblo de origen.
En la inserción económica, los migrantes deben enfrentar al mercado. Los más preparados o
afortunados se convierten en obreros industriales, otros que pueden acceder a algún capital se
dedican “al negocio”, entendiendo por tal el comercio, un tercer grupo por su falta de calificación
o contactos se tiene que limitar a ser trabajador eventual, “mil oficios”, recurseándose de alguna
forma o aprovechando cualquier posibilidad abierta en una economía en crecimiento.
Pero en todos los casos la clave de la subsistencia es la unidad económica familiar, esto es que
todos los miembros de la familia aporten algún ingreso. La pequeña tienda, el puesto en el
mercado, el lavado de ropa, entre otras actividades, permiten complementar el ingreso del jefe de
familia.
En medio de esta precariedad, la aspiración motivadora es “el sueño de la casa propia”, no solo
porque es una manera de reducir los costos de mantenimiento familiares al dejar de pagar
alquileres, sino también porque es una apuesta al futuro. Por ello, no importa el frío del cerro, el
calor del arenal o la humedad de la loma, la falta de agua, la inexistencia de calles, la precariedad
de la estera; la dureza de la barriada es para el migrante solo una situación transitoria. “todo va
a mejorar”, piensa y, por ello, no vacila en aceptar el costo del penoso acomodo a la gran ciudad.
Asociada a esa convicción corre aparejada otra: el sacrificio por los hijos y la aspiración a que
estudien. La educación es el camino al progreso y, por ello, es incorporada a una indispensable
partida del presupuesto familiar, obligación primordial hacia los hijos como única herencia o
legado.
Hoy, el estudio de la pobreza se ha sofisticado y existen indicadores complejos, como el Índice de
Desarrollo Humano usado por las Naciones Unidas, pero sobre todo la convicción de que la
pobreza es ante todo falta de oportunidades. El paso de los provincianos a la ciudad multiplicó las
2 Un campesino entrevistado, trasladado a Lima para una intervención quirúrgica de urgencia, nos dijo que ya no quería
volver a su pueblo en el callejón de Huaylas: “allá el ómnibus para Huaraz parte una sola vez al día, en cambio aquí salgo a la puerta de la casa en la barriada y hay un microbus para Lima cada cinco minutos”.
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oportunidades personales pero no fue la solución definitiva, solo les permitió huir de la pobreza
extrema.
La conquista de la ciudadanía
En la última década del siglo XX las barriadas eran ya partes constitutivas de los nuevos distritos
populares que surgían en las ciudades grandes y medianas del país. Los migrantes de la década de
1940, en cinco decenios y tres generaciones, se habían convertido en sectores urbanos populares
y medios que agrupaban la mayor población del país, y cambiaban el rostro de las ciudades
costeñas, serranas y amazónicas. Se habían modernizado; eran ciudadanos peruanos.
Para lograrlo, trazaron una relación distinta con el Estado, a la que hemos denominado desborde.
Por ello, en la mayoría de los casos, sus organizaciones no se enfrentaban al estado sino que
requerían su arbitraje, no se oponían a la ley sino que reclamaban su cumplimiento, no
desconocían a la institucionalidad del Perú oficial sino que la utilizaban para el logro de sus
propósitos. Podría afirmarse que en medio siglo obligaron pacíficamente al Estado a reconocerles
sus derechos ciudadanos.
Ejemplo de lo cual era lo acontecido en el Área Metropolitana de Lima y Callao al culminar la
década de 1980, con el logro de la distritalización de la mayoría de las barriadas de los conos de
Lima. Ello abre a los pobladores el universo de la municipalidad y de la participación local y los
educa en el ejercicio, aunque sea limitado, del poder político. Igualmente, aumenta su capacidad
negociadora en el marco de la recuperada democracia electoral.
Ello, porque el sistema político requería de sus votos y, por ende, periódicamente volteaba sus
ojos hacia estas poblaciones ofreciendo concederles más beneficios. Por eso, organizaciones como
los comités del vaso de leche, los comedores populares o las asociaciones de vivienda o pro agua
potable eran imprescindibles para los partidos políticos y/o las autoridades gubernamentales.
Ciudadanos incompletos, colectivos y no individuales, como los han llamado algunos analistas;
ciudadanos sólo políticos y no económicos, como los han calificado otros; ciudadanos de “segunda
clase”, por no tener todos sus derechos asegurados; pero ciudadanos, al fin, de una ciudad y un
país que hasta ese momento les había sido ajena.
Por ello, junto a la incorporación a la economía de mercado, el acceso a la ciudadanía es el cuarto
gran significado de la barriada.
No una, sino muchas Lima
El gran aporte de la barriada fue la transformación de Lima. Fue una revolución silenciosa:
barriadas convertidas en distritos, distritos surgidos en nuevos espacios agrupados en conos y
población marginada que paulatinamente se convertiría en población mayoritaria.
Mientras tanto, el Perú oficial seguía aferrado al control centralista del país y al modelo todavía
criollo y tradicional, dependiente y moderno más al estilo occidental, relicto cultural del poder
tradicional y en simbiosis con la influencia de las grandes y mejores universidades y los medios de
comunicación que proyectaban un estilo de vida súper moderno occidental. Este prototipo
cultural, significativamente denominado “blanquiñoso”, tenía como íconos el vals, la marinera, el
caballo de paso, el pisco sour, el cebiche, los anticuchos y picarones y el caballito de totora, que
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para legitimarse en un país de raigambre andina los acompañaban de una versión folklórica del
componente serrano refiriéndolo al pasado y representándolo con Machu Picchu, los incas o el
lago Titicaca.
El Perú Oficial se mantenía así ajeno a la idea de forjar una real sociedad nacional andina,
pluralista y multiétnica, integrada y con identidad. Seguía incapaz de formular un plan nacional de
desarrollo acorde con la realidad nacional y mundial.
En cambio, el Otro Perú al fin de esta primera etapa de nuestra historia corta había construido una
realidad limeña completamente inédita: donde indios, serranos, cholos, provincianos, con un
estilo de vida diferente al de los limeños de la gran ciudad criolla tradicional, discriminados y
considerados inicialmente peligrosos, vistos con temor, ahora eran tan limeños como ellos. Había
surgido un nuevo conjunto de limeños con un estilo de vida bullente, dinámico, que trabajaba,
estudiaba, se capacitaba incansablemente constituyendo el mayor conjunto de emprendedores
nacionales. Realizando múltiples actividades día y noche con una energía inconcebible, en un afán
por consolidar su sitial en una Lima que crecía aceleradamente, no solo en población sino en otra
forma de vida y representación nacional. Era un crisol de lo que es realmente el Perú, con millones
de nuevos ciudadanos participativos que habían recreado su amortiguada vida rural y provinciana,
de pobreza y discriminación, procurando imitar y ser como los otros, a pesar de su tremendo
contraste y precaria capacitación. El tiempo era corto, venían de muy abajo, en todo sentido, y en
cinco décadas no podían ser iguales a los otros, tenían, y sabían que debían tener calma, paciencia
y esperanza. Los primeros se quedaron encerrados en Lima Tradicional, los segundos crean tres
nuevas Lima, continuando con su proeza, como describiremos en el próximo capítulo.
Lo logrado es apasionante y complejo para ser descrito en toda su magnitud. Millones
consiguieron en pocas décadas tener éxito y ser ciudadanos limeños y peruanos, tener una
vivienda propia en la capital del Perú, sede del poder nacional, tener trabajo informal y formal,
legal o no, crear un estilo económico contestatario, modernizarse por su propio esfuerzo y
convertirse en un gran conjunto de sectores populares y medios, y en actores de la modernidad
que vivía limitadamente el Perú. Como se ha descrito, sortearon miles de obstáculos y
aprovecharon momentos favorables sin integrar partidos políticos, movimientos o grupos de una
nueva izquierda, que en esas décadas era una esperanza, ni de movimientos terroristas, ni de
gobiernos militares revolucionarios o de gobiernos democráticos inconducentes.
Al finalizar esta primera etapa en 1990, ya no fueron más discriminados, sino considerados parte
fundamental del gran conjunto de pobladores de los sectores populares y medios de la gran
ciudad y de toda la provincia nacional: ciudadanos económicos peculiares, trabajando en el
complejo mundo urbano para ser competentes y competitivos en múltiples actividades dentro, en
conexión y al margen del capitalismo, y ciudadanos políticos conocedores, interesados y partícipes
de la vida nacional. Ello, para insertarse y adecuarse al Perú moderno que comenzaba
crecientemente en Lima a la que, además, convirtieron en un crisol cultural, representativo de la
añeja pluralidad de la cual provenían y de la nueva pluralidad que su presencia en la capital
empezaba a forjar.