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LO QUE HAGAÍS A UNO DE ESTOS PEQUEÑOS...
La Semana Monástica nos está invitando a emprender un camino de retorno, ese
camino del que nos habla san Benito en el prólogo, pero con un matiz muy especial:
estamos haciendo un camino de retorno al evangelio, del que quizás nos hemos podido
apartar. Se trata de volver a la Buena Noticia de Jesús, volvernos hacia ella y acogerla
como lo que es: una buena noticia, la mejor noticia para nuestra vida monástica. Y lo
vamos a hacer de la mano del evangelista Mateo y de su relato del juicio final, Mt 25,
31 ss.
I) UNA LECTURA DEL FIN DE LA HISTORIA SEGÚN SAN MATEO
A) EL FIN DE LA HISTORIA
Tenemos por lo menos tres motivos para que no nos resulte irrelevante en
absoluto el “fin de la historia” según san Mateo.
. En estos últimos años y de una manera no sólo teórica sino también difusa y
envolvente, el fin de la historia ha marcado un estilo de vida en nuestra sociedad
occidental.
Por otra parte nosotros/as, nuestras comunidades monásticas occidentales, nunca
hemos tenido tanto miedo al posible final de nuestra historia particular.
Y además, la teología de la vida monástica ha tenido una gran predilección por
autodefinirse como “vida escatológica”, una vida referida al final anunciado por el
mismo Jesucristo.
1) APOCALÍPTICOS E INTEGRADOS
De entrada nuestro mundo parece bien distinto al de Mateo ¿O quizás no tanto?
¿A qué situaciones se vio confrontado el evangelista? ¿A quien quiso dar respuesta al
redactar su evangelio?
En las iglesias apostólicas, en el mundo que las rodea, podríamos distinguir
cuatro grupos.
o El grupo de los entusiastas, de los apocalípticos volcados hacia el
futuro; el presente, la historia con mayúscula y el tejido de
nuestra historia concreta y cotidiana quedaban desvalorizado. La
historia moderna y contemporánea nos ha propuesto una versión
secularizada de aquel entusiasmo mesiánico. Pero se cumple la
predicción de Hölderlin: quien quiere traer el cielo sobre la tierra
suele acabar creando pequeños o grandes infiernos. Y entonces
aparece la sospecha ante las utopías, los mesianismos, las
promesas de futuro, los grandes relatos.1
¿Y en la Iglesia? Hace unos decenios con el despertar del Vaticano II,
una gran corriente de entusiasmo recorrió a la comunidad de los
creyentes, pero hoy en nuestra iglesia europea vemos que entre el pueblo
de Dios en marcha asoman cada vez más las muletas, las prótesis de
1 Sobre toda esta temática Cf. Universidad Pontificia de Salamanca. Instituto Superior de Pastoral.
Utopías y esperanza cristiana. Estella, 1997.
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rodillas y la necesidad de sentarse. Parece que el invierno no deja paso a
la primavera tan deseada y anunciada.
Y entonces no es extraño que aparezca – en la época apostólica y en la
nuestra – el segundo grupo:
• El grupo de los integrados, de los que se amoldan al sistema o están de
vuelta.
Están los de la época apostólica a los que Mateo y los demás apóstoles se
tuvieron que enfrentar
Dentro de la comunidad cristiana, la aparente omnipotencia del sistema y el
retraso de la parusía iban haciendo mella. Aparecen los primeros burócratas,
la tentación es de dar eficacia, respetabilidad al movimiento, no desentonar,
limar las aristas del mensaje de Jesús.
En el mundo de hoy pasa lo mismo. La supuesta “mayoria de los
satisfechos”, en expresión de Galbraith, - que no deja de ser una minoría a
escala mundial – tiene un credo implícito: fuera de la bolsa y del mercado no
hay salvación. Se “nos invita a confundir el mundo con un supermercado o
con una pista de carreras donde el prójimo puede ser una mercancía o un
competidor, pero jamás un hermano. Tiene por dioses a los ganadores, a los
triunfantes dueños del dinero y del poder”2.
También dentro de la Iglesia un cierto desencanto va insinuándose.¿Dónde
están los frutos del concilio? Y es grande la tentación del centralismo, de
cerrar filas, de volver a lo que dio tan buen resultado en el pasado, de dejarse
de experimentos y de novedades. Es la canonización del “status quo”, del
deseo de una iglesia fuerte, homogénea y compacta.
Ante el desencanto están también los que se marchan, los que se evaden, los
que se endurecen. Los que hacen cábalas sobre cuando vendrá la parusía y
hasta le ponen fecha, los que emigran hacia otras religiones más
gratificantes, los que sueñan que todo se arreglará como en los cuentos de
hadas: “Seguro que dentro de tres años Dios nos manda cinco postulantes...”
Y así, en la época apostólica y en la nuestra también, parece que andamos a
bandazos entre “apocalípticos e integrados”. Pero todavía quedan dos
grupos:
2) LLEGAR AL FIN DEL MES Y A ALGO MÁS
• El tercer grupo es el de la inmensa mayoría, la de hoy y la de ayer: la
gente normal y corriente que, como diría M. Menapace, no piensan en el
final de los tiempos porque en lo que piensan de verdad es en llegar al
final del mes y todo lo demás les suena a música celestial. ¿O no del
todo? Quizás se sorprendan tarareando alguna vez otra melodía que no
saben muy bien de donde viene. Un no sé qué: nostalgia de lo absoluto,
aspiración a una vida bien viva, destellos de una bondad más grande que
el propio corazón. Esos, esas precisamente fueron ayer y son hoy los
primeros destinatarios de la buena noticia.
2 E. Galeano, El País, 18-7-88
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3) UN CORAZÓN DE DISCÍPULO
• Y finalmente está el último grupo: son aquellos/as – los de ayer y los de
hoy- que, ante la demora de la parusía, se abren más hondamente a la
experiencia de Jesús. Son los hombres y mujeres que “se vieron
obligados a emprender la tarea de acudir a nuevos códigos de
desciframiento de la realidad, para reconocer indicios, traducir y redefinir
posibilidades y opciones y alcanzar una visión propia y diferente de los
hechos, que no coincidía con la del entorno dominante...Tuvieron que
descubrir el alfabeto de los signos de Dios que se habían hecho presentes
en Jesucristo y encontrar con ellos la posibilidad de un modo nuevo de
ser y de estar en el mundo.” Según la certera formulación de Andrés
Tornos.3 No lo tienen todo claro, pero tienen claro lo esencial: han sido
alcanzados por una presencia “¿Adónde iremos?, tú sólo tienes palabras
de vida eterna”. Quieren “proclamar al resucitado y seguir al crucificado”
con su vida, por las sendas del evangelio. Ven que este mundo pide otro
pero saben captar ya la presencia viva del amor en él. Son críticos con su
época y con la misma iglesia pero también captan y potencian los
valores que descubren en la sociedad y en la comunidad eclesial. Son los
que tienen corazón de discípulo. Ojalá sea también nuestro retrato. Y a
aquellos es a quien se dirige Mateo, con este texto (25,31 ss) en que
pretende iluminarlos, alentarlos, cuestionarlos. Y lo va a hacer desde la
dimensión escatológica: la ética del seguimiento, la respuesta a Jesús
muerto y resucitado es calificada por la escatología.
B) EL TESTAMENTO DE JESÚS
El texto es muy conocido y de entrada podemos destacar que el cuadro del juicio final
está en una posición estratégica que indica su importancia fundamental para el
evangelista: es la última de las cinco grandes instrucciones dadas por Jesús a su iglesia
en el evangelio de Mateo. No es un simple apéndice, una parábola entre otras muchas
sino que constituye el vértice y el punto culminante del discurso escatológico, del
“testamento” de Jesús a los discípulos. Además se sitúa inmediatamente antes del relato
de la pasión y resurrección. Justo al acabar el relato del juicio final, Jesús anuncia
solemnemente la cercanía de su muerte (26, 1-5): lo que aparentemente va a ser el final
de su historia... y que sin embargo va a ser el principio de su glorificación. Entre la
glorificación de Cristo resucitado y su parusía final se abre “el tiempo de la iglesia”.
.
Por eso la perícopa encuentra su pleno sentido rastreando un poco más acá y un
poco más allá en el evangelio de Mateo. ¿Cómo se va preparando esta visión del juicio
final en Mateo y en qué desemboca? ¿En qué nos puede resultar significativo? ¿Cómo
podemos ver el fin de la historia y el tiempo de la iglesia desde Jesús?
No me voy a dedicar a un estudio exegético pormenorizado pero sí a indicar los
que me parecen algunos rasgos de la escatología de Mateo dando unas breves
pinceladas.
3 A. Tornos. Entre el miedo y la esperanza. Ante la última década del siglo XX, Madrid, 1990.
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1) LA PERLA Y EL GALIPOTE • Es en capítulo 13 donde encontramos por primera vez dos pasajes que
tienen un colorido y unos motivos apocalípticos comunes con nuestro
texto: la referencia al fin del mundo, la presencia del Hijo del hombre y
de los ángeles, la separación de lo bueno y de lo malo... el llanto y el
rechinar de dientes, los justos resplandecientes como el sol. Son la
explicación de la parábola del trigo y de la cizaña y la de la red en que
los pescadores van escogiendo por un lado los peces que valen para
venderlo en la rula y por otro tiran… los que deben de estar manchados
con galipote. Curiosamente – y no por casualidad- en medio de estas dos
alegorías apocalípticas y formando como una cuña aparecen las dos
parábolas del tesoro escondido y de la perla preciosa.
Para Mateo, el presente es un presente, un don, un regalo. Como lo dice un
exegeta contemporáneo: “El presente debe ser caracterizado por la alegría del
encuentro y por el riesgo de perderlo todo para poseer un tesoro. Al mismo
tiempo los discípulos no tienen por qué estar muy preocupados por el aparente
fracaso y por la presencia del mal en medio de ellos. En última instancia el juicio
está en manos de Dios. El fracaso aparente del ministerio de Jesús, la
insignificancia de la Iglesia y la presencia del mal no deberían ser causa de
escándalo o de desánimo. La separación de lo bueno y de lo malo ya llegará y el
criterio será si uno es verdaderamente justo o no, pero antes la comunidad
debería de estar más preocupada por su propia respuesta a Jesús que por la
separación de los buenos y los malos4.” Mateo quiere una comunidad centrada
en el tesoro y en la perla más que en la cizaña y en el galipote.
Hasta allí la metáfora temporal. También podemos dejar que resuenen en
nosotros metáforas espaciales: estamos en un campo sembrado por doquier por
las semillas del reino y que pide nuestro cuidado, en una casa en que la levadura
ya ha sido echada en la harina y se nos pide que pongamos las manos en la masa.
No somos consumidores del reino sino servidores del reino.
No estamos en una sala de espera donde lo único que hay que hacer es verificar
que nuestro billete está en regla, acomodarnos lo mejor posible, condescender
quizás a alguna conversación intrascendente o incluso piadosa pero guardando
las debidas distancias con los demás viajeros, sino que somos peregrinos por un
camino que no hemos marcado nosotros sino el mismo Jesús, el camino del
Reino y esa peregrinación nos va a llevar hacia el santuario de lo humano, hacia
la tienda del encuentro.
2) COMPASIÓN SIN COMPONENDA
• Un segundo bloque de textos significativos se encuentra en “el sermón
sobre la iglesia” o la instrucción sobre la vida en comunidad. Estamos en
el capítulo 18 con las dos parábolas de los deudores o de los labradores
4 John Donahue. El evangelio como parábola, Bilbao, 1997, pág.98.
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de la viña. Y todas ellas giran en torno a una noción muy característica y
propia de Mateo: la justicia5 (en hebreo sedaqah, en griego dikaiosyne).
Es sabido cómo Mc nunca usa este sustantivo y Lc una sola vez: Mateo lo
usa siete veces y usa el adjetivo dikaios 17 veces. El término evoca rectitud,
autenticidad, justicia. Mateo describe a Jesús como el Siervo que proclama
justicia a las naciones, la crítica más fuerte que hace a los fariseos es que
ellos han descuidado “la justicia, la misericordia y la lealtad” (23,23). A la
vez esta exigencia ética de trasparentar con nuestros gestos la justicia de
Dios encuentra su fuente en el perdón gratuito del Padre manifestado en
Jesús. Como Juan Bautista preparando el ministerio de Jesús, hemos de
anunciarle “por el camino de la justicia” 21, 31. Como lo resume el pensador
judío Abraham Heschel: “Dios es compasión pero no una componenda, es
justicia pero no inclemencia”. Pues bien, Mateo concreta toda esta llamada a
la justicia humana desde la experiencia del perdón divino en la sección del
capítulo 18 sobre la vida de la comunidad cristiana insistiendo con mucha
fuerza sobre dos actitudes que se piden a los miembros de la iglesia naciente:
en primer lugar el cuidado por los pequeños (un término central en nuestro
texto sobre el juicio final), en ese caso los que no ocupan posiciones de
liderazgo en la comunidad, los sencillos, los más vulnerables que pueden
quedar en la cuneta. En segundo lugar, la acogida a los pecadores: la iglesia
no es una sociedad perfecta, un grupo elitista sino el grupo de los que han
hecho la experiencia del perdón y están llamados a perdonar. Perdonar es ir
más allá de la justicia, pero nunca más acá...
3) EL PRESENTE ES UN PRESENTE • Finalmente en el discurso de despedida de Jesús que se cierra
precisamente con la perícopa del juicio final, resuenan continuamente
frases y motivos que van a encontrar su culminación en ella: las vueltas o
retornos inesperados, las demoras en la llegada, la venida del Hijo del
Hombre, las alabanzas a los siervos fieles: “ dichosos”, “muy bien, siervo
fiel y cumplidor”, “bendito de mi Padre”...También en toda la sección se
emplea el término “Señor” y se perfila el tema de los que quedarán
excluidos de la presencia del Señor que vuelve. Después de tres pequeñas
parábolas que acentúan la necesidad de la vigilancia, Mateo añade tres
parábolas largas: la del criado fiel y prudente, la de las vírgenes
prudentes y la de los talentos. Ser vigilante es actuar responsablemente.
Vigilar lleva consigo el servicio activo y laborioso, es estar disponibles
con los dones que Dios mismo ha puesto en nosotros.
Para Mateo el tiempo anterior a la vuelta de Jesús debe utilizarse
responsablemente. El fin de la historia revelará quien ha usado bien este
tiempo. La escatología tiene una función reveladora o de clarificación y el
evangelista alerta sobre una serie de actitudes que conducen a la exclusión
del Reino.
4) DELANTALES, LÁMPARAS Y TALENTOS 5 Para una visión más amplia de este tema, puede consultarse: Enrique Nardoni. Los que buscan la
justicia. Un estudio de la justicia en el mundo bíblico, Estella, 1997 y R. Aguirre.Jesús de Nazaret: el amor que lleva a la justicia. Fundación SM, Madrid, 1988.
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Vamos a detenernos brevemente sobre estas tres parábolas que introducen
directamente la escena del juicio final.6
• En la parábola del siervo fiel, Mateo lanza una advertencia a los
primeros “burócratas cristianos”, desenmascara la conducta irresponsable
de los dirigentes que abusan de su cargo de liderazgo comunitario y
tiranizan a los miembros de la comunidad como si fuesen esclavos, en
vez de distinguirse por la fidelidad a Jesús y el cuidado por el sustento
material y espiritual de sus comunidades, por la atención a los pequeños
y a los pecadores. No consta en el evangelio que Jesús haya empleado la
mitra y el báculo, pero sí el delantal y la palangana... Cuando decae el
deseo y la convicción profunda de la vuelta del Señor, cuando el
horizonte escatológico se difumina, decae también la ética. Se cae en la
trampa de los escalafones. Se empieza a absolutizar el poder al estilo
del mundo -un poder que esclaviza y maltrata- contrapuesto al poder de
Jesús: un poder que siempre libera y dignifica. Hoy, en la comunidad
cristiana, en nuestras comunidades monásticas, todos y todas tenemos
nuestra pequeña parcela de poder, de liderazgo, en mayor o menor
escala, unos de forma institucional y otros no. ¿Lo empleamos al estilo
de Jesús para liberar, humanizar y dignificar?
• La parábola de las diez vírgenes nos muestra la otra cara de la moneda:
Los siervos infieles han aprovechado la oportunidad, pero la han
aprovechado para sus propios fines que son incompatibles con los de
Jesús. Las vírgenes necias, ellas, no han aprovechado la oportunidad en
absoluto. Habrían podido emplear el tiempo de espera para prepararse
pero sus lámparas han quedado sin encender. Para la exégesis judía, y la
patrística también, el aceite de las lámparas simboliza los actos buenos, o
la adecuada disposición moral. En uno de sus comentarios, San
Ambrosio en una imagen impactante dice que el aceite de las lámparas
de las vírgenes es el aceite que empleó el samaritano para ungir a aquel
que había encontrado malherido en el borde del camino. Para el
evangelista la vigilancia no es una simple espera del futuro, sino un
compromiso activo y solidario en el presente que va a determinar la
forma del futuro. Pues bien, las vírgenes necias se han refugiado en la
impotencia. No han hecho nada malo, sencillamente no han hecho nada.
No se han responsabilizado para vivir el ahora, se han refugiado en una
espera pasiva. Son unas “bellas durmientes” esperando al príncipe
encantador en su urna de cristal.
Los protagonistas de la parábola de los siervos eran varones. Mateo redacta
su texto en un momento en que van cuajando los distintos ministerios
6 Recordemos que J. Jeremías y la mayor parte de los exegetas consideran que probablemente las tres
fueron en un principio dirigidas contra los judíos que se oponen al mensaje de Jesús y a los discípulos:
ellos son los siervos indignos, las vírgenes infieles, los que malgastan los talentos... sin embargo muy
pronto se fueron aplicando también a los intereses internos de la iglesia: A través de ellas los
evangelistas advierten: “no echemos balones fuera”.
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eclesiales. Las vírgenes que protagonizan la otra parábola nos recuerdan que
en esa misma época apostólica las comunidades cristianas ven el
florecimiento de grupos de mujeres que abrazan la virginidad en un contexto
escatológico: son “las que se preocupan de las cosas del Señor” como lo
dice san Pablo. No parece casualidad que en ambas parábolas estemos
confrontados a los estereotipos - y sus consiguientes tentaciones- propias de
la sociedad patriarcal de la época apostólica...y todavía existentes en la
nuestra. A los varones se les atribuye tradicionalmente como valor el poder,
la actividad, la capacidad de iniciativa, el espacio público; a las mujeres les
queda en herencia la pasividad, el espacio privado, la ensoñación, el
esperarlo todo de otro... Pues bien, en ambos casos las dos parábolas no
refrendan sino que subvierten y cuestionan7 estos estereotipos: tan nefasto es
hacer un mal uso del poder como refugiarse en la impotencia. Dicho en
términos contemporáneos, convendría que los varones aprendiesen de la
“ética del cuidado” atribuida tradicionalmente a las mujeres y que las
mujeres entrasen en una dinámica de autoafirmación positiva: en ambos
casos se ganaría en aquello que nos recuerda la tercera parábola: la de los
talentos. A todos, en “nuestro tiempo” nos toca actuar lo mejor que
podamos en la situación en que nos encontremos: todos estamos llamados a
negociar con nuestros talentos para que el Reino salga beneficiado, para que
nuestro mundo sea más conforme al corazón del Padre...
Negociar se opone a dos actitudes: Negociar no es “especular”: especular
es buscar la ganancia a toda costa, caiga quien caiga. Quizás detrás de
muchas de nuestras “especulaciones” intelectuales y teológicas se cuele más
o menos conscientemente el deseo de “poseer” la verdad, de tener la
seguridad que dan las certezas absolutas. Negociar tampoco es conservar de
una forma avariciosa y timorata. Negociar es arriesgar los propios bienes,
invertir las propias energías de una forma responsable, en comunicación e
intercambio con otros, para obtener una ganancia mayor: vender las joyas
para comprar la perla de gran valor, vender los demás campos para comprar
aquel en el que se esconde el tesoro. Apostar por lo que realmente tiene
valor, correr el riesgo del evangelio de Jesucristo.
5) EL PATRIMONIO DE NUESTRA HUMANIDAD Todos tenemos un patrimonio, una herencia pequeña o grande: en sentido
propio, nuestras comunidades poseen bienes, pero sobre todo cada uno de los
miembros de la comunidad eclesial, cada una de nuestras comunidades
monásticas, tenemos potencialidades, aptitudes, dones, carismas. No pueden
quedar esterilizados por miedo al riesgo y a la equivocación. No podemos
concebir a Dios de entrada como el censor de nuestras iniciativas sino como
quien nos brinda el espíritu para alentarlas y discernirlas.
Tenemos también un rico patrimonio espiritual, cultural, artístico y un gran
número de pequeñas tradiciones. Mucho más hondamente tenemos una
tradición con mayúscula, la memoria viva de Jesucristo, el carisma de san
Benito, la vida de tantos y tantas monjes y monjas que nos han precedido, las
reliquias de santos que custodiamos en nuestros altares, las horas de oración
7 Como nos lo recuerda Amelia Valcárcel “la verdadera ética no consiente, disiente. No se doblega, crea.”
Ética contra estética. Barcelona, 1998. pág.103. En toda la práctica de Jesús descubrimos un talante
subversivo y creador... que ha de caracterizar hoy la ética del discipulado.
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silenciosa y de celebraciones litúrgicas de las que han sido testigos los muros
de nuestras iglesias.
Hace dos años, millones de europeos tuvimos que cambiar nuestros fajos de
monedas nacionales en euros. No era un capricho arbitrario sino un paso en
el desarrollo de la unidad europea. Seguro que a San Benito, como patrón de
Europa le interesó y le agradó la idea. Pues bien, se daba un plazo bastante
corto para que nuestras pesetas, francos, liras y marcos dejasen de tener
curso legal; había que reaprender a contar y pasar por la experiencia de tener
la misma sensación en su propio país que cuando se viaja en el extranjero.
En nuestra sociedad que evoluciona de forma muy rápida, a los creyentes, a
muchos monjes y monjas, nos puede dar esa misma sensación de
extrañamiento: parece que “estamos en otro país”, los valores “de toda la
vida” parecen ya no tener curso legal. Ante ello la llamada de Mateo es clara:
no se trata de inhibirse sino de arriesgarse, tampoco se trata de cambiar por
cambiar sino de apostar por lo que realmente tiene valor. Que nuestro pasado
no quede estéril, que nuestras “reliquias” no queden en “huesos secos” sino
que, como en la profecía de Ezequiel, recobren vida, se revistan de carne, se
vean animadas por el soplo del espíritu de Jesús en una nueva creación.
6) EL LOTE DE MI HEREDAD
Este proceso sólo puede darse si tenemos la experiencia profunda de que
nuestra herencia no la constituyen sólo nuestros talentos actuales, nuestros
bienes materiales y nuestro patrimonio espiritual, nuestro pasado glorioso
sino que, como todos –o muchos de los que estamos aquí- lo hemos
pronunciado un día en nuestra toma de hábito: “El señor es el lote de mi
heredad, me ha tocado un lote hermoso, me encanta mi heredad...” Jesucristo
es nuestro auténtico patrimonio, nuestra única herencia. Desde allí y sólo
desde allí podremos ejercer de servidores fieles, de vírgenes prudentes, de
gente que ha hecho el negocio de su vida.
Ya en su vida mortal, Jesús ha marcado el camino: lejos del optimismo
bobalicón de los apocalípticos y del realismo cínico de los integrados, al
Jesús terreno le caracterizan “un absoluto realismo y una inagotable
esperanza”.
La escatología es siempre y totalmente cristología. En Jesucristo
encontramos nuestra raíz, nuestro centro y nuestro horizonte; en él hallamos
nuestro origen, nuestro camino y nuestra meta. No se trata de esperar algo
etéreo o de desesperar sino de ponerse ante alguien: Aquel que es, que era y
que vendrá como Señor y amigo, como y juez y hermano. No se trata tanto
de aguardar y menos aún de temer el fin de la historia sino de reconocer la
finalidad y de darle sentido a nuestra historia, de llenarla de sentido, desde
Jesucristo. Y a ello nos invita la última parábola pronunciada por Jesús en el
evangelio de Mateo: la de un juicio final que aporta en forma de revelación
apocalíptica una integración de la cristología, del discipulado y de la ética.
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C) EL JUICIO FINAL
En esta escena que combina la grandiosidad (todas las naciones reunidas al
completo) con la sencillez de una escena pastoril propia de la vida cotidiana
en la Palestina de su tiempo con la que el evangelista concluye el discurso de
despedida de Jesús, contrariamente a las parábolas anteriores que enfatizan
principalmente la espera de la parusía, nos vemos transportados al momento
de la llegada del Hijo del Hombre en gloria. No me detendré en la estructura
del texto, por otra parte muy clara, ni en los aspectos redaccionales, He
seleccionado de forma drástica – pero no arbitraria- unos pocos elementos.
Nos centraremos de entrada en los protagonistas de la escena y, como es
lógico, en primer lugar en el juez. Como el salmista, nos podemos preguntar
¿Y quién es ese rey de la gloria?
1) EL SANO JUICIO
Como sabemos, Mateo no tiene narración sobre la ascensión, pero sí afirma
con mucha fuerza y en varias ocasiones, (con el lenguaje que recuerda al
“Hijo del Hombre” de Dn 7, 13-14) cómo Jesús ha recibido “el dominio y la
gloria y el reino”, cómo promete a sus discípulos estar con ellos hasta el “fin
del mundo”. Posee ahora todo poder y toda autoridad. El Hijo del Hombre
entronizado en la gloria es también el rey, el pastor de su pueblo, es el Hijo
que habla de Dios como de su Padre y es llamado kyrios “Señor” por todos
los que ha de juzgar. Mateo nos ofrece un cuadro cristológico muy rico. La
cristología de la Regla de San Benito se encuentra en profunda consonancia
con esta visión de Jesucristo como pastor y juez, rey y señor. Pero hay un
matiz muy propio del Cristo de Mateo en este texto y en el conjunto de su
evangelio: yuxtapone continuamente la figura del rey y del hijo del Hombre,
la del juez y la del siervo sufriente. Jesús en su vida mortal se ha presentado
como el siervo que proclama la justicia a las naciones bajo la forma de la
proclamación del reino. En él, el reino de Dios se ha hecho totalmente
cercano. Su ministerio es “el evangelio del reino”, (una fórmula usada sólo
por Mateo) y lo pone en práctica mediante obras de curación y de
misericordia y también mediante el sufrimiento y el rechazo que encuentra
en su misión. Más ampliamente, en los sinópticos, el juez justo es aquel de
quien decían hasta sus familiares que “no estaba en su sano juicio”. El juez
que dicta ahora justicia ha sido el siervo ajusticiado injustamente en un juicio
inicuo, porque estorbaba a las leyes del Imperio romano y al sistema
religioso, político y económico del Templo. Como Hijo del Hombre, Jesús es
el crucificado que ha sido exaltado y constituido juez, como rey es el mesías
escatológico que trae justicia a los indefensos, aquel que “libra al pobre que
clamaba, al afligido que no tenía protector...”
2) EL ENCUENTRO CON EL HIJO DEL HOMBRE Como Hijo del hombre, como hijo de lo humano, nada de lo humano ha sido
ajeno a Jesús en su vida mortal. No nombra, no pide, no exige nada, no se
refiere a ninguna situación por la que no haya pasado y en la que no se haya
implicado: hambre, sed, exilio, desnudez, cárcel, cuerpo destrozado. Y esta
implicación es doble: como agente y como paciente.
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Jesús ha pasado hambre, se ha negado a transformar las piedras en pan: se ha
negado a un mesianismo triunfalista y espectacular. Pero es también aquel
que arrancó espigas en sábado, que multiplicó panes, que “tomó pan, lo
bendijo, lo rompió y dijo a sus discípulos: tomad y comed, este es mi
cuerpo”. Jesús ha tenido tanta sed de justicia, se ha identificado tanto con el
reino de su Padre, que ha apurado la copa hasta el final, hasta hacer de su
vida sangre de la alianza y brindárnosla para siempre en una copa.
En los relatos de la infancia Mateo nos muestra al pequeño “rey de los
judíos” corriendo con sus padres la suerte de los exiliados políticos; en todo
su ministerio público se verá hostigado y perseguido; verá cómo la casa de
su Padre se ha transformado en cueva de bandidos y hará de su propia vida
un continuo espacio de acogida y de la comunidad de los discípulos una casa
y un hogar abierto a todos.
En la pasión, desnudarán, arrastrarán de la cárcel al pretorio, torturarán,
desfigurarán y matarán a aquel que había revestido a cada persona que se
cruzaba por su camino de dignidad y de misericordia, a aquel que había
liberado a los oprimidos por el mal, que había devuelto la salud, la esperanza
y la vida a endemoniados y paralíticos, lunáticos y leprosos.
Ese es el Cristo que nos sale al paso en la lectio y en la vida, en la Biblia y en
nuestra historia personal y comunitaria.
Por ello sería un contrasentido reducir el criterio del juicio en este texto a
una serie, un listado de “instrumentos de las buenas obras” (diríamos en
términos monásticos), una secuencia de obligaciones morales, exigentes sí,
pero más o menos puntuales y algo arbitrarias.
Ese es el Hijo del Hombre que nos pone y nos expone – como él se ha
expuesto en su encarnación- totalmente y radicalmente ante todo lo humano.
Ese es el Hijo a quien el Padre le ha dado todo y que nos revela totalmente al
Padre: nos pone y nos expone radicalmente ante lo divino. Pero lo va a hacer
“a su manera”...
3) LAS NACIONES UNIDAS
Hemos contemplado al juez. Vamos ahora a volver la mirada hacia quienes
van a ser juzgados. A esa muchedumbre, Mateo la caracteriza como “la
asamblea de las naciones”. Sólo unas breves reflexiones sobre este punto.
Recordamos cómo el evangelio de Mateo finaliza con un encargo a los
discípulos: “id a todas la naciones” y “haced discípulos entre todos los
pueblos” y una promesa “estaré siempre con vosotros hasta el fin del
mundo”. En el juicio encontramos la conclusión y el cumplimiento del
encargo y de la promesa: el tiempo intermedio entre la resurrección y la
parusía, “el tiempo de la iglesia” ha sido el tiempo de la universalidad y de la
presencia real de Cristo en medio de nuestra historia. Ser discípulo es ser
“hermano universal”, ser iglesia es ser “sacramento de salvación para el
mundo”, desde la gozosa certeza que Cristo está vivo y presente en el
mundo. Es abrirse a su Espíritu. Una tentación latente en todas las
organizaciones sociales y los credos religiosos es la de una visión
particularista, alicorta, excluyente: no puede ser lo mismo un judío que un
gentil, un brahmán que un intocable, un romano que un godo, un católico
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que un ateo, un varón anglo-sajón que una mujer negra, un sacerdote que
una seglar. A lo largo de los siglos y en todas partes – incluso dentro de la
misma comunidad cristiana- se ha llegado a pensar más o menos
explícitamente que el juicio no puede tener lugar en la misma taquilla, el
criterio de la retribución no puede ser el mismo para todos8 ni en los
juzgados humanos ni en los divinos.
La buena noticia, la actitud de Jesús en su vida terrena ha roto con todo ello
y hasta la misma escena del juicio, tan dura por otra parte, respira este aire de
buena noticia: el gran fresco del juicio final nos presenta una asamblea
universal, plural y horizontal: las naciones unidas, los moradores del
pequeño planeta azul todos juntos – todos diferentes- apiñados: de paso
notemos – por si no nos habíamos enterado- que la mitad de la asamblea
está constituida por mujeres. No es una masa anónima, todos tienen nombre
y apellido.9
En la asamblea no hay palcos ni gallinero, asientos numerados ni sillería.
Hay orden en la asamblea pero no protocolo. Hemos contemplado al juez.
Contemplemos también a esta asamblea de las naciones, sintámonos parte de
ella, dejemos aflorar lo que despierta en nuestro interior el emplazarnos ahí.
4) BIENAVENTURADOS Y EXCLUYENTES De repente el juez actúa y dicta la sentencia. En el relato, la separación entre
las ovejas y las cabras se hace con mucha rapidez, con mucha parquedad.
Nos recuerda la típica escena pastoril de Palestina, pero trae también
reminiscencias del relato de la creación: Ya no se trata del caos y del
cosmos: “Ahora la separación no tiene por objeto el cielo y la tierra, sino la
humanidad a cuya actuación responsable habían sido confiados el mundo y
la historia”10
. Hemos visto en Mateo otras metáforas: el trigo y la cizaña, los
peces en la red...
El rey divide la asamblea en dos grupos y anuncia su fallo:
• A unos los llama “benditos de su” Padre, son los hombres y mujeres
de las bienaventuranzas, les invita a acercarse y les ofrece “el lote de
su heredad: el Reino preparado desde la fundación del mundo. Tanto
el principio (creación) como el fin (salvación) encuentran su fuente y
su meta en la Bondad eterna del Padre.
• A los otros les dice “alejaos, malditos” en el fuego eterno que ha sido
preparado para el diablo y sus ángeles. Notemos que no hay un
8 Este ambiente queda reflejado en textos como el Apocalipsis de Pedro o el de Pablo en los que se
inspiraron las representaciones literarias, teológicas e iconográficas del infierno corrientes en la Edad
Media, el universo de la Divina Comedia etc...Cf. Santiago del Cura. El Dios del juicio y las fuentes de la violencia en Fernando Sebastián, O. González de Cardedal. La fe en Dios, factor de paz o de violencia, Madrid, 2003.
9 ¿Hay niños y niñas también? No lo creo. Porque llegar así de pequeño al juicio, sin haber tenido
tiempo siquiera de llegar a ser adulto, la mayor parte de las veces es señal de que algo ha fallado: quizás una vacuna
sin poner, quizás más agua sucia que leche en el biberón. Así que más que enjuiciados, si están presentes, ellos tal
vez estarán en compañía de los ángeles a modo de miembros del jurado.
10
Comentario Bíblico latinoamericano, Estella, 2003, pág.380.
12
paralelismo exacto entre ambas frases, el fuego no ha sido preparado
“desde la eternidad” ni estaba destinado originariamente a hombres y
mujeres sino a los poderes del mal que esclavizan y dañan a lo
humano.
Notemos como ambos grupos llaman al juez “Señor” y lo reconocen
como tal, pero no basta con decir “¡Señor, Señor!”: unos a lo largo de su
vida han dis-cernido y han incluido. Y ahora se les invita a entrar en el
ámbito del Reino.
Los otros han dis-criminado y excluido. El juicio no es nada ajeno,
extrínseco: los excluyentes han querido crearse un espacio exclusivo11
o
ni siquiera se lo han planteado pero, de hecho, han creado un espacio de
exclusión y con ello se han autoexcluido del reino. El juicio constata el
abismo. Después de la muerte, la verdad de la vida se impone.
5) UNA ÉTICA MUNDIAL
Después de anunciar su fallo, el rey lo justifica y lo explicita en una serie
de rítmicos asertos. La estructura del texto gira en torno a seis situaciones
de necesidad, de carencia básica y a los seis “gestos” correspondientes
enunciados ante ambos grupos de forma paralela: Tuve hambre y me
disteis/ no me disteis de comer, tuve sed y me disteis/ no me disteis de
beber, era emigrante y me mostrasteis/ no me mostrasteis hospitalidad,
estaba desnudo y me vestisteis/ no me vestisteis, estaba enfermo y me
visitasteis/ no me visitasteis, estaba encarcelado y acudisteis/ no
acudisteis”. Son seis situaciones/ acciones pero todas ellas forman un
único conjunto normativo. Parece ser el único artículo del derecho penal,
del civil y suponemos también del canónico que fundamenta la sentencia.
El contenido en sí no era especialmente original: presentado de forma
más o menos parecida se encuentran sus elementos en el Antiguo
Testamento, en el mundo judío rabínico y también entre los demás
pueblos: entra en el ámbito de la “ética mundial” como diríamos ahora y
se refiere a necesidades muy básicas y fundamentales de todo ser
humano. A situaciones muy concretas, corrientes y difundidas.
Se da el hecho “a primera vista extraño, de que sean estas obras las
únicas tomadas como base para el dictado de la sentencia del juez
universal, sin que se diga nada por otra parte de todo lo que Jesús ha
designado en otras ocasiones como condición indispensable para la
salvación. La conversión y la fe en el evangelio (Mc1,15), la adhesión a
la persona de Jesús (Mc8,38), los preceptos del decálogo (Mc 10,19) y el
del amor a Dios (Lc10,27 s), pureza de corazón (Mc 5,8), humildad,
veracidad, espíritu de infancia, abandono de los bienes y compromisos
terrenales, cruz y disposición al martirio”12
...y a esta larga lista
podríamos añadir las notas más específicas de todas las corrientes
espirituales cristianas hasta hoy: obediencia, amor al oficio divino, etc.
Pero el texto de Mateo es bien claro: las personas serán consideradas
11
La parábola del rico Comilón y del abismo infranqueable que media entre él y Lázaro, tiene la
misma función en Lc 16,19-31.
12
lo destaca Rudolf Schnackenburg en La persona de Jesucristo reflejada en los cuatro evangelios. Barcelona, 1998.
13
justas o benditas por el trato que han otorgado a las demás personas. No
se trata de desvalorizar pero sí de jerarquizar, de unificar y también de
“aterrizar”.
6) EL AMOR QUE SE ACTIVA
Y esa es la primera sorpresa. Seguramente la misma que la que
experimentó aquel maestro de la ley que preguntaba por el mandamiento
más importante. Encontramos un eco de la continua referencia que hace
el evangelio de Mateo al mandamiento del amor como único principio de
interpretación de la Ley y de los profetas. Para Mateo lo más importante
de la Ley es “la justicia, la misericordia y la fe” 23,23. Pero, en la escena
del juicio final de Mateo, faltan las palabras con mayúsculas, aquellas
que proliferan en nuestros documentos eclesiales. Es una teología
narrativa, concreta, viva. No habla de justicia y caridad sino de comida y
de ropa, de algo para beber y de un techo para resguardarse. No emplea
el verbo “amar” pero sí los verbos “dar”, “acoger”,”visitar”, “acudir” Así
evita cuidadosamente toda referencia al léxico del amor pero sí se puede
decir que “la sentencia se pronuncia según el criterio del amor activo”13
...
Los grandes conceptos se ocultan y se transparentan en la sencillez de
unos gestos, unos movimientos, unos actos dirigidos a paliar unas
necesidades básicas y universales. El criterio no va a ser una idea
abstracta ni un dogma ni una rúbrica, sino que tiene que ver con gestos y
gente, actos y rostros.
Pero la gran sorpresa se refiere al destinatario de aquellos actos, la
sorpresa viene con la pregunta de ambos grupos, que notan la
incongruencia: Pero ¿Cuándo te vimos mientras actuábamos? ¿Cuándo te
vimos y no te socorrimos? El texto de Mateo -y Jesús en él- juegan
continuamente con una oposición verbal: ver y hacer/ ver y dejar de
hacer y con una identificación personal Yo / uno de los más pequeños de
mis hermanos – o de forma más concentrada- uno de los más pequeños,
al final del texto. Así como el amor se oculta y se trasparenta en
cualquier gesto sencillo, así Jesús vive oculto y presente en la persona de
cualquiera de esos/esas hermanos y hermanas y no porque ellos sean
como un trampolín para saltar a lo absoluto sino que ellos mismos son la
presencia de lo absoluto: ellos son icono y sacramento de Jesús, son
“vicarios de Cristo”14
, en ellos Jesús vive de incógnito. Ellos son la zarza
ardiente en la que se nos revela el Viviente, ellos son la presencia real sin
la cual en nuestras eucaristías no se dará una verdadera acción de gracias.
Tal es la respuesta que él brinda a la pregunta “¿Cuándo te vimos”?
7) TODO DEPENDE DEL DOLOR CON QUE SE MIRA
El poeta Mario Benedetti tiene un verso famoso que dice: “Todo depende
del dolor con que se mira”. De alguna forma, todos, todas necesitamos
continuamente pronunciar de todo corazón aquella petición del ciego a
Jesús “Señor, haz que yo vea”. Necesitamos cambiar nuestra mirada,
13
Rudolf Schnackenburg. El mensaje moral del Nuevo Testamento II, Barcelona,1991, p.149 14
Cf. José Ignacio González-Faus. Vicarios de Cristo. Los pobres en la teología y espiritualidad cristianas. Madrid, 1991
14
necesitamos tener visión. Como le gustaba de repetir a Emmanuel
Levinas, el filósofo de la alteridad por excelencia: la ética es ante todo
una óptica. También afirmaba Simone Weil: “Una de las verdades
fundamentales del cristianismo, verdad demasiado frecuentemente mal
conocida es esta: aquello que salva es la mirada”.
Al principio de estas reflexiones destacaba cómo entre las falsas
alternativas en las que se tambaleaba la sociedad de la época apostólica
y la nuestra también: la de los apocalípticos y la de los integrados, Jesús
proponía y encarnaba otro camino: la del realismo esperanzado propio de
los discípulos. Cuando se trata de mirar, también podemos tambalearnos
entre dos posturas aparentemente opuestas, pero en el fondo
convergentes. La sabiduría popular lo dice de una forma muy gráfica:
“ojos que no ven, corazón que no siente”. Es la política del avestruz.
Mejor no enterarme de lo que me molesta, de lo que me causa problema,
perplejidad, molestia, asco; de aquello ante lo que me siento impotente,
inseguro y a lo que no sé dar respuesta. Pero detrás de “lo que” hay
“quienes”, hay rostros humanos. Una de las estrategias políticas y
psicológicas de la exclusión es invisibilizar a los que no cuentan o
molestan.
En el capítulo 13 de Mateo, al preguntar los discípulos a Jesús por qué
habla en parábolas les contesta: “Porque esa gente ve sin ver, oye sin
entender. Así se cumple en ellos la profecía de Isaías: miraréis y no veréis
porque el espíritu de este pueblo está embotado Han cerrado los oídos y los
ojos, por miedo a ver, por miedo a oír, no sea que su espíritu comprenda, que
se conviertan y que yo les cure. Pero vosotros, dichosos vuestros ojos porque
ven.”
Como lo escribe un jesuita contemporáneo: “¿Cuándo te vimos Señor?”
es la pregunta tardía de la prisa, de la superficialidad, del terror a descubrir el
brillo del absoluto oprimido en las vidas saqueadas, de las que huimos
permanentemente como de un abismo que amenaza con tragarse el éxito de
nuestros proyectos, el dinero de nuestras cuentas y la tranquilidad de nuestro
reposo15
”...y quizás también en algún momento la armonía de nuestra
liturgia.
Siempre tenemos que acordarnos de la durísima advertencia de Lucas
que no tiene en su evangelio un relato del juicio equivalente a Mateo, pero
desarrolla ampliamente la parábola del buen samaritano. El sacerdote y el
levita ven sin mirar, siguen de largo, no se paran porque no llegarían
puntuales al Templo y correrían el riesgo de contaminarse, pero no existe un
camino directo para llegar a Dios. A Dios sólo se llega dando un rodeo a
través del prójimo.
También hay una versión postmoderna del proverbio, a la que quizás
estemos algo menos expuestos por nuestro peculiar estilo de vida pero
tampoco podemos darlo por supuesto y es lo de: “ojos que ven demasiado,
corazón anestesiado”. También se puede pasar de largo con los cascos
puestos o hablando el móvil. En su última obra, José Mª Mardones dedica
unas páginas muy certeras a las implicaciones de “la civilización de la
imagen” que es la nuestra. “Hemos entrado en el camino de la suplantación
15
Benjamín González Buelta. Signos y parábolas para contemplar la historia. Sal Terrae, Santander,
1992, p.133.
15
de la realidad por el simulacro: tras el alud de imágenes publicitarias,
televisivas, de cine, de video, de internet, quedamos anestesiados:
espectadores y consumidores pasivos.” Y -añade Mardones- “Una de las
consecuencias de esta anestesia de la imaginación es la incidencia en el
mundo moral: al reducir a la persona a la categoría de consumidor pasivo, le
roba la capacidad reflexiva y la paraliza para cualquier juicio. La
redundancia y la claridad de la imagen mata el hambre de absoluto mientras
que el lenguaje simbólico, poético, - yo añadiría litúrgico- sabe esconder la
profundidad en la superficie16
”. Creo que nos conviene ser conscientes de
ello, primero porque el ambiente que tiene que respirar la gente que entra en
nuestras iglesias, que viene a nuestros locutorios tiene mucho de eso y
además porque no estamos tan inmunes a ello como creemos a la
superficialidad, los prejuicios y el consumo pasivo de la información que nos
llega.17
Formarse e informarse, tener visión, hacer una lectura de lo que
vemos desde los valores evangélicos (aunque es cierto que siempre será algo
relativo y parcial) es importante y supone también una ascesis.
8) DEJARSE ALTERAR: UNA MÍSTICA DE OJOS ABIERTOS Pero no basta con la formación, la información, una mente lúcida. En la
parábola del samaritano no se dice sólo que el samaritano vio sino que se le
revolvieron las entrañas y el verbo usado no tiene nada de almibarado: en la
literatura griega contemporánea designa las sensaciones desagradables que le
pasan a alguien a quien se le ha cortado la digestión. Hay otro tipo de
“revoltura de entrañas” también en el Nuevo Testamento: es la de María y de
Isabel, la de las embarazadas que sienten como la vida se manifiesta y brinca
en ellas: el profeta que hay en las entrañas de Isabel reconoce la vida de Dios
que está en María y cantan juntas las primeras vísperas: brota el
“Magnificat”, la gozosa alabanza y celebración de un Dios a quien le gustan
los pequeños y que ha decidido correr la aventura de hacerse muy pequeño.
El estremecimiento de las entrañas es síntoma inequívoco de lo divino
Nuestra visión no es sólo algo cerebral, tiene que pasar por nuestros sentidos,
tenemos que correr el riego de dejarnos afectar, revolver, alterar. Dejar que
se nos indigesten las cosas y estar preñadas de profetismo, celebrar la vida de
Dios que nos nace por dentro y que descubrimos gestándose ahí fuera,
ejercer el ministerio de la misericordia entrañable y del canto del Magnificat.
“Nuestro reto consiste en tener una sensibilidad nueva, que no resbale
sobre la superficie y pueda percibir la dimensión última que sólo se revela a
la mirada contemplativa como don de Dios”18
. No podemos responder sólo
con la explicación sino con la implicación y la celebración. Orar supone
acoger y mirar los acontecimientos, las personas y nuestro propio corazón
desde la óptica del reino. Un antiguo apotegma nos recuerda que “el monje
es todo ojo”. ¡Qué hermoso y comprometido!
16
José María Mardones. La vida del símbolo. Santander, 2003, pág..19 ss. 17
Quizás resulta que al final, ciertamente no seamos espectadores de telebasura, pero que nos entren
mejor por el oído los resultados de la liga de fútbol o la lista de las pasadas y futuras novias del Príncipe
que el nombre de Mohammed Yunus, el fundador del “Banco de los pobres” o una información básica
sobre la ley de extranjería, la deuda externa o la industria del armamento. 18
B. González Buelta, o.c, pág.169.
16
Nuestro reto consiste en vivir una “mística de ojos abiertos” según la
conocida expresión acuñada por J. B Metz. Y para ello hemos de lavar
nuestros ojos con colirio, como nos aconseja el libro de apocalipsis19
y pedir
a Dios el don de las lágrimas, como lo destaca la gran tradición monástica:
pedir el don de la conversión a lo divino y a lo humano en Cristo... pedir el
don de ver algún día las cosas con las gafas de Dios y sentirlas con el
corazón del mismo Dios20
y mientras tanto ir ejercitando los párpados, los
ventrículos y los músculos para ganarle terreno a las cataratas y a la
arteriosclerosis...y al reumatismo.
9) “QUE LA RESECA MUERTE NO ME ENCUENTRE VACÍA Y SOLA SIN HABER HECHO LO SUFICIENTE”
Puede ser que veamos y sintamos pero que nos cueste encontrar y hacer
los gestos que se imponen, buscar las alternativas que existen, recurrir a las
estrategias que son posibles. Puede ser que se nos bloqueen las articulaciones
y nos dificulten el movimiento. El miedo paraliza. El endurecimiento
paraliza. A los protagonistas de la escena del juicio final no se les echa en
cara lo que han hecho sino sobre todo lo que han dejado de hacer. Como lo
dice una conocida canción: “Sólo le pido a Dios que la gente no me sea
indiferente, que la reseca muerte no me encuentre vacía y sola sin haber
hecho lo suficiente”. Nunca haremos lo suficiente. Como lo recuerda
Victoria Camps, incluso en el mero nivel de una ética civil, “la moral nace
de la exageración”. Si transitamos por los caminos del evangelio, no hay
tope. La lógica del amor ofrecido en Cristo es total, absoluta, ilimitada,
incondicionada pero se manifiesta en lo parcial, en lo relativo, lo limitado, lo
condicionado. Escribe Metz (en sus tesis extemporáneas sobre la
apocalíptica): “la conciencia del juicio apocalíptico no se presenta
fundamentalmente bajo el signo de la amenaza y del miedo paralizante sino
bajo el signo del reto a la solidaridad práctica con los hermanos débiles.
¿Cuánto tiempo tenemos aún?: esta es la cuestión. Tenemos tiempo y si
miramos a nuestro alrededor con los ojos de la razón compasiva, tenemos
recursos para hacerlo.”
He descrito antes los síntomas de no transitar por los caminos del
evangelio, bajo la forma de tres enfermedades propias del envejecimiento.
Que no se vea en ello el engreimiento de alguien que todavía no padece
físicamente estos achaques, aunque a un nivel profundo y simbólico no se
sienta inmune para nada. Pero sí que ha sido consciente la alusión al
envejecimiento. Me gustaría remitirles a la reflexión de una mujer que dentro
del monacato contemporáneo, como Isabel, lleva al profeta en sus entrañas:
me refiero a Joan Chittister. Ella define la vejez como el tiempo de la
audacia.21
Indica cómo la vida religiosa, la vida monástica ha de afrontar la
vejez en dos niveles: porque la edad de los miembros de nuestras
comunidades están aumentando y también porque “la edad de la propia
19
Un redescubrimiento de “este poder del colirio” lo encontramos en el sabroso texto de Dolores
Aleixandre. Palabras para la esperanza. Descubrir la presencia del Espíritu en el mundo. Sal Terrae,
Santander, 1996. 20
En uno de sus cuentos M. Menapace nos habla de los “anteojos de Dios” 21
Joan Chittister. El fuego en estas cenizas. Espiritualidad de la vida religiosa hoy. Sal Terrae, Santander,
1998. me refiero especialmente al capítulo “tiempo de audacia”.
17
institución ha aumentado con todo lo que implica en términos de costumbres
comunitarias, premisas culturales, hábitos de vida e ideales teológicos”. Eso,
todos los sabemos, pero creo que lo más interesante es que aquella reflexión
no se sitúa desde el galipote sino desde la perla preciosa. Eso que vemos y
que nos asusta un poco, ella lo define no sólo como un problema sino como
una oportunidad. Quizás nuestros criterios son más mundanos de lo que
parece: y lo mismo que la publicidad sólo presenta la imagen de gente joven,
sana, guapa, triunfadora y poderosa, inconscientemente se nos cuelen estos
cánones a la hora de mirar nuestras comunidades, añorando los tiempos en
que así fue, desesperando porque no está siendo, deseando que así vuelva a
ser. Sin embargo, desde la lógica del evangelio, desde la óptica del reino, es
la oportunidad de ponerse a la escucha del Espíritu como Juan XXIII, de ser
testigos desde la fragilidad como Teresa de Calcuta, el Hermano Roger de
Taizé o Juan Pablo II y muchos santos y santas ancianas de nuestras
comunidades. “La edad no es excusa para dejar de vivir: nuestro problema es
la atrofia espiritual sea cual sea nuestra edad”. Nuestra vida monástica está
llamada a abrirse al riesgo y al gozo de un embarazo a destiempo, como
Sara. Pero para ello tenemos que estar prontos a abrir el espacio de nuestra
tienda, acoger lo desconocido y compartir la mesa con los desconocidos,
que rompiendo nuestra rutina, se asoman a nuestra puerta y nos piden
acogida y escucha. En la vida de Sara, en el juicio final, Dios no nos presenta
un futuro extraño y amenazador, sino que nos propone y nos abre un futuro
amado y humano.
Dios se presenta casi siempre como “el extraño, el desconocido, el
inoportuno” y esa es nuestra oportunidad...es “aquel que se oculta en sus
huellas y se hace tercera persona para que aparezca el otro, los otros. El
Deseable huye del deseo y remite a los otros, sobre todo si son
indeseables”.22
10) PREGUNTAS QUE BUSCAN Y PREGUNTAS QUE ENREDAN Acabamos de ver las actitudes a las que nos emplaza el evangelista Mateo y
a través de él el mismo Jesús, pero un mínimo de rigor exegético nos obliga a no
abandonar el texto sin dar una respuesta explícita a la pregunta ¿Quiénes son
“los hermanos más pequeños”a los que se refiere la perícopa? De hecho han
corrido ríos de tinta sobre ello y los “hermanos pequeños” han creado grandes
problemas: el texto mateano tan pronto se ha visto sobre el candelero como bajo
el celemín y en algún momento se ha convertido en campo de batalla entre
liberales, teólogos de la liberación y neo-conservadores. Para algunos, (por
ejemplo. L. Cope) la expresión de Mateo sólo puede dar pie a identificarlos con
los misioneros cristianos que pasan penalidades en su labor evangelizadora, -así
en los Hechos de los apóstoles vemos como san Pablo no se libra de ninguna de
las pruebas y necesidades indicadas por Mateo- y las naciones paganas serán
juzgadas por el modo en que han recibido a estos misioneros. Se ha podido
calificar esta lectura de excesivamente “sectaria y clerical”. Para otros (como
Donahue) el texto se refiere primero y ante todo a los miembros más débiles y
necesitados de la comunidad cristiana; finalmente para otros, el texto de Mateo
es universalista y paradigmático: se refiere a la gran mayoría, creyentes y no
22
P. Giannoni. “Monaco e prete diocesano” citado en Amadeo Cencini. Relacionarse para compartir. Sal
Terrae, Santander, 2003.
18
creyentes, de los que no tienen lo necesario para vivir. Es significativo el hecho
que Gustavo Gutiérrez haya dedicado un capítulo (Cap.10) de su “Teología de la
liberación” a comentar esta perícopa.
Pero si algo hemos aprendido en la lectio es que el texto evangélico no puede
quedar rehén de nuestros intereses, no lo podemos apresar sino que en todo caso
es él quien nos tiene que liberar de nuestros prejuicios, de nuestras pasividades.
No vamos a dedicarnos a catalogar, a enjuiciar y a encasillar teólogos sino a
abrirnos a la Palabra.23
Por mi parte, he optado de entrada por la interpretación universalista porque
me parece más coherente, más en consonancia con el Cristo que perfila el
conjunto del evangelio de Mateo (aunque es cierto que Mateo tiene un interés
muy especial por la edificación de la comunidad cristiana hacia dentro), porque
no me parecen sólidos los argumentos exegéticos opuestos24
y también porque la
gran mayoría de la interpretación patrística -la excepción es Orígenes- se ha
decantado muy pronto por identificar a esos hermanos pequeños con los más
necesitados, con los que tienen las de perder, con los que quedan en la cuneta, es
decir con la gran mayoría de la humanidad.
Y es que en el fondo no necesitamos discurrir mucho para intuir quienes son
y donde están. Todos podemos serlo en algún aspecto, en algún momento, todos
llevamos una gran dosis de indigencia y vulnerabilidad, pero unos mucho más
que otros. Jesús sabía distinguir perfectamente entre las preguntas que buscan y
las que enredan.:” ¿Y qué tengo que hacer? ¿Y cuál es el mandamiento mayor?
¿Y quién es mi prójimo?” “¿Y cuándo vimos a aquellos pequeños? Jesús no cae
en la trampa sino que abre caminos: “Vende tus cosas y sígueme, ama, hazte
prójimo, estate en vela, ora, mira, da, acoge, visita, acude”.
11) L@S MÁS PEQUEÑ@S ENTRE MIS HERMAN@S
Hemos destacado como la interpretación universalista ya era la más
difundida en la época patrística, sin embargo creo que hay dos aspectos que
debemos por lo menos nombrar: El primero es que hoy somos más conscientes
de lo que eran los Padres de las coordenadas económicas, sociales, culturales,
raciales que constituyen la urdimbre de nuestras relaciones.25
Pío XII recogió y
usó la expresión de “caridad política”, Juan Pablo II hizo lo mismo con el
23
De todas formas, propongo un pequeño ejercicio, creo que esclarecedor:
¿Quien ha escrito: “ Salvarse es entrar en el circuito de caridad que une a las personas trinitarias: es amar como
Dios ama. El camino que lleva a esa plenitud no puede ser otro que el amor mismo, el de la participación en esa
caridad, el de aceptar, explícita o implícitamente, decir con el Espíritu: “Abbá. Padre”. Aceptación que es el
fundamento último de toda fraternidad entre los hombres. El pecado es rehusar el amor, la comunión y la fraternidad,
es decir rechazar, desde ahora, el sentido mismo de la existencia humana... Si bien es verdad que es necesario pasar
por el hombre para llegar a Dios, es igualmente cierto que el “paso” por ese Dios gratuito me despoja, me desnuda,
universaliza y hace gratuito mi amor por los demás. Ese único encuentro fundador de la comunión de los hombres
entre ellos y de los hombres con Dios es la fuente de la alegría cristiana”?
¿Quién ha escrito: “Cuando damos lo indispensable a los necesitados, no les hacemos un favor con nuestra
generosidad personal, sino que les devolvemos lo que es suyo. Más que hacer un acto de caridad, lo que hacemos es
cumplir un deber de justicia”. El primer texto no es Von Balthasar, sino de Gustavo Gutiérrez, el segundo no es
González-Faus sino de la Regla pastoral de san Gregorio Magno. 24
Comparto las conclusiones de E. Mardoni, o.c. pág.238: El término “hermano” fuera del sentido carnal tiene dos
sentidos en Mt. Puede significar el miembro de la comunidad cristiana o el ser humano como sujeto de obligación
ética. El carácter universal de la perspectiva ética del presente texto exigen el último sentido del término. 25
Dos obras básicas para situar mejor este tema: Paul Christophe. Para leer la historia de la pobreza.
Estella, 1989 e Imanol Zubero. Las nuevas condiciones de la solidaridad, Bilbao, 1994.
19
término de “pecado estructural”. El mundo de la antigüedad tardía y de la edad
media estaba totalmente marcado por la escasez de recursos: los cereales y las
legumbres eran devorados por los ratones, los insectos y el moho, el tocino se
volvía rancio, el queso picante y el vino agrio, cualquier cambio climático podía
provocar una hambruna. Hoy sabemos que no estamos básicamente ante una
escasez de recursos sino ante su injusta repartición. Hasta hace bien poco se
tiraban al mar sin contemplaciones los excedentes de producción agrícola.
Cuando compramos un tarro de Nescafé o llenamos de gasolina el depósito de la
furgoneta comunitaria, estamos inmersos en una historia de explotación y de
iniquidad. En la Vida de Melania la joven, Geroncio cuenta cómo entregó todos
sus bienes a los pobres y al culto con una radicalidad y una generosidad
impresionantes antes de abrazar una vida ascética. Tenía una fortuna colosal
porque era una gran latifundista y liberó a una cantidad ingente de esclavos pero
ni ella ni su hagiógrafo cuestionan la existencia de los latifundios o de la
esclavitud.26
Por eso el “estar en el mundo sin ser del mundo” que san Juan propone a su
comunidad, la huida del mundo que emprendió el monacato naciente necesita
cobrar hoy el matiz de un “estar en el sistema sin ser del sistema”. Algo nada
fácil en la práctica y a la vez irrenunciable que nos sumerge en la complejidad de
lo real y a menudo en una incómoda perplejidad. Como lo recuerda B. Forte: “la
complejidad impide toda conciencia falsamente tranquilizante, todo proyecto
puramente utópico y toda memoria simplemente consoladora”.
Hay otra coordenada: la de género, que ha pasado bastante desapercibida – o
que se ha ocultado deliberadamente- y es fundamental. Y es que los más
pequeños, los últimos, suelen ser – y no es ninguna casualidad- las más pequeñas
y las últimas. Suelen ser las mujeres. La pobreza tiene mayoritariamente rostro
de mujer: las mujeres representan la mitad de la humanidad pero más de los dos
tercios de los pobres, la inmensa mayoría de las víctimas del hambre, de la
violencia, del analfabetismo. En nuestras iglesias las instancias de decisión y de
liderazgo no tienen rostro de mujer. Las prácticas contradicen abiertamente las
grandilocuentes afirmaciones de su dignidad e igualdad. ¿Somos conscientes que
muchas se alejan de puntillas en una hemorragia silenciosa y otras dando un
portazo?27
Hasta aquí hemos llegado, visionando la película del fin de los tiempos
según san Mateo. Ha llegado la hora de que se enrolle el telón y lo suban todo
otra vez para arriba como en la visión de Pedro.
Hemos visto y oído un argumento cuyo guión nos situaba en el futuro y
emplazaba a los que estaban reunidos en el juicio a mirar hacia atrás, a ese
pasado, a su paso por la vida en que vieron y dejaron de ver, hicieron y dejaron
de hacer. Ese futuro y ese pasado en el texto son el presente del lector, nuestro
presente.
26
Cf. J.M. Blázquez. Intelectuales, ascetas y demonios al final de la antigüedad, Madrid, 1998, que
dedica varios capítulos al monacato cristiano y a su impacto social. 27
Sobre toda esta temática, la aportación de filósofas y teólogas han ido ofreciendo una amplia
perspectiva de reflexión a lo largo de estos años. No puedo dejar de recordar a Pilar de Miguel, Mercedes
Navarro, Isabel Gómez Acebo, Dolores Aleixandre, Mª José Arana, Felisa Elizondo, Amelia Valcárcel,
Carmen Alborch, que, al cruzar el umbral de nuestra casa, han traído aire fresco y sororidad...
20
Hasta ahora he hecho escasas y esporádicas referencias a nuestro ámbito
propiamente monástico. Me ha parecido que no nos sobraba, de entrada,
sumergirnos codo a codo en esa asamblea de las naciones, en la masa de nuestra
humanidad, en la asamblea de los discípulos de Jesús y de los hombres y
mujeres de todos los tiempos y latitudes. Sentirnos pequeños e insignificantes -
ser también nosotros pequeñuelos y pequeñuelas de Dios- para quizás captar
mejor lo grande y lo significativo que llevamos en las manos y en el corazón.
Pero no podríamos despedirnos del texto de Mateo sin preguntarnos cómo san
Benito leyó esa perícopa del juicio final y cómo la encarnó en su vida. Tampoco
pretendo un tratamiento exhaustivo sino sacar del arcón cosas nuevas y viejas,
aspectos muy conocidos y relecturas “diferentes”.
II) SAN BENITO Y LA PERÍCOPA DEL JUICIO FINAL
En este ir sacando del arcón de la Regla y de la Vida de San Benito, me
debería de referir obviamente a los dos capítulos de la RB en que hace una
mención explícita al texto de Mateo, a los instrumentos de las buenas obras que
enumeran las acciones requeridas por la perícopa y también a la referencia más
amplia que hace a la perspectiva del juicio en la RB. Son textos que todos
tenemos en la mente y en el corazón, muy conocidos y comentados.
UNA TENSIÓN FECUNDA Hay un común denominador entre los tres capítulos, con sus cuatro bloques de
texto: el de los instrumentos de las buenas obras (Cap. 4) en que San Benito por una
parte incluye preceptos como “honrar a todos los hombres”, “socorrer a los pobres”
“vestir al desnudo”, “visitar a los enfermos”, “enterrar a los muertos” “socorrer al
atribulado”, “consolar al afligido” (unos se encuentran textualmente en Mateo y otros
recogen el mismo espíritu) y por otra insiste en el recuerdo de la muerte y del juicio
final: “Temer el día del juicio”,”temblar con la memoria del infierno” “suspirar con todo
el corazón por la vida eterna”, “tener todos los días presente la muerte” y los capítulos
dedicados al cuidado de los enfermos (Cap.36) y a la acogida de los huéspedes (cap.53),
en los que se hace una referencia explícita, a Mt, 25, 31 ss. En ellos San Benito
introduce una tensión, una tensión no resuelta entre el evangelio y la regla, lo temporal,
y lo eterno, la encarnación y la escatología, la trascendencia y la inmanencia, la
interioridad y la alteridad, lo universal y lo concreto, la “fuga mundi” y la solidaridad,28
el rito y el compromiso.
¿Qué quiere decir eso? Algo muy sencillo en la teoría pero que en la práctica no
lo es tanto, y que nos hace tocar con los dedos nuestra vulnerabilidad, nuestros límites,
pero también la fuerza y el aliento de Dios en nosotros.
Para san Benito y la tradición monástica, el monje, la monja no es alguien que
vive un proceso de unificación interior, y además es acogedor, que celebra el oficio y
además echa una mano a la gente de alrededor, que aspira al encuentro definitivo y
además vive en comunidad, y encima tiene una hospedería, sino que hay una trabazón,
una interrelación total entre todos estos elementos y sólo por Cristo, con él y en él la
podemos vivir.
28
Nos lo recordaba mi hermana de comunidad sor Rosario del Camino Fernández-Miranda en su
ponencia Fuga mundi versus fuga ad humanitatem en la Semana Monástica de Loyola.
21
Un ejemplo: san Benito – siguiendo toda la tradición monástica anterior a él-
introduce la meditación de la muerte, el tirón escatológico en sus instrumentos de la
buenas obras, pero “la conciencia del juicio final no sólo ha de producir temor o anhelo
espiritual en el monje, sino que le ayuda a despertarse interiormente, a reavivar su
sentido común y a ver nuevas y sorprendentes posibilidades en su vida”, a crear
fraternidad.29
No se trata sólo de recordarnos que tenemos fecha de caducidad o que
vamos a ver sin trabas la belleza del rostro de Dios, sino también de invitar a que este
“velad porque no sabéis ni el día ni la hora” lo llevemos por dentro ya desde que nos
levantamos por la mañana porque a lo largo de todo el día nos vamos a encontrar con
Cristo continuamente, porque nuestro día, con sus encuentros y desencuentros, va a ser
el espacio de múltiples pequeñas teofanías.
Fijémonos en la hospitalidad. En la India todavía hoy, para hablar del huésped,
se emplea una palabra que quiere decir “el que no tiene fecha”, el que llega sin avisar.
El huésped es la escatología hecho hombre. San Benito pide disponibilidad al portero y
al cocinero precisamente hacia esos que llegan sin avisar. El amor escapa a la
programación y supone siempre algo de improvisación. Pero además toca a las mismas
raíces de la religión, a la experiencia de bendecir y ser bendecidos, de amparar y de ser
amparados, a la experiencia de crear lazos con el radicalmente otro.
Es curioso como desde el ámbito de sociología y de la filosofía
contemporánea30
, se afirma que “la hospitalidad es la cultura misma”, que “es el valor
ético que guarda más íntima relación con la responsabilidad, la compasión y la
solidaridad”, que urge en nuestra cultura occidental ( en que la figura del huésped ha
sido suplantada por la del turista y del inmigrante sin papeles) encontrar los cauces de
una paideia de la hospitalidad, de una educación que capacite a los hombres y mujeres
de nuestro tiempo para acoger al extraño y al vulnerable. Que urge recuperar la figura
del huésped y la práctica de la hospitalidad sencillamente para que nuestro mundo no se
vuelva inhumano.
De la misma manera Thomas Merton ha puesto en evidencia cómo la unificación
interior acogida en la oración nos lleva a ser no sólo “cuidadanos del cielo, moradores
de la casa de Dios” sino ciudadanos de la tierra que buscan la paz y corren tras ella en la
historia real y concreta. Sin la interioridad orante podemos volvernos pacifistas
iracundos o gente piadosa despiadada, pero sin esta conciencia encarnada quedaremos
en un espiritualismo amorfo, seremos sal de régimen, que no altera la tensión pero no da
sabor, o piloto en una esquina que permite no caer pero no permite ver. Y todos en la
iglesia somos llamados a ser sal del mundo y luz de la tierra. Por eso la “vida
escatológica” que no es propia del monacato sino de todos los cristianos, no la podemos
entender desde una escatología estática, dualista, ahistórica y espiritualista, sino
dinámica, unitaria, histórica y encarnada.
En la práctica, no es nada fácil, como dice un autor espiritual, nos parecemos a
estas mantas un poco cortas que cuando tapan los pies, dejan los hombros fríos y
cuando la subimos, dejan los pies al descubierto.
Un pequeño ejemplo sacado del medioevo: vemos cómo en algunas abadías no
sólo el día del Jueves Santo sino todos los días desde el Miércoles de ceniza hasta la
fiesta de todos los Santos, el abad lavaba los pies de doce pobres, pero no era un mero
rito sino que la abadía se había hecho cargo de un colectivo de cien a lo largo de toda la
29
Domingo Moralena. Influjo apocalíptico en los orígenes y comprensión de la vida religiosa. Madrid,
1999 30
Francesc Torralba. Sobre la hospitalidad. Extraños y vulnerables como tú. Madrid, 2003
22
cuaresma, dándoles hospedaje y comida y les despedía con alimentos y un pequeño
peculio que les permitiese reemprender una nueva vida. Cuando un monje moría,
durante treinta días se repartía su ración de comida a un pobre.31
A la vez hacia el siglo XII en muchas abadías ya no hay un hospedero, sino dos:
el “custos hospitum”, el hospedero que acoge a nobles y clérigos: es decir a los que van
a caballo y el “eleemosynarius”, el hospedero que acoge a la gente de a pie... y debemos
de recordar cómo san Francisco tiene la visión interior de la perfecta alegría desde la
amarga experiencia de llamar a la puerta de unos hermanos y ser echado fuera como un
indeseable...
Lo mismo pasa con la desapropiación: el no poseer bienes propios es una
formidable escuela de fraternidad pero también puede crear en la práctica una cierta
insensibilidad: para relacionarse y ayudar a los de fuera ya están los encargados, el
mayordomo, el hospedero, el portero...Lo dice claramente de Vogüé en un texto un poco
largo pero muy atinado que transcribo aquí: ..” El cenobita no sólo abandona el derecho
a usar libremente de los bienes de este mundo o incluso de pedir por sí mismo. Una de
las cosas más preciosas a las que renuncia es al poder dar. Sólo puede ejercer esta gran
obra cristiana de misericordia en forma indirecta e impersonal, corporativa y delegada.
En esa tarea de limosnero, el mayordomo recobra la función primitiva de su prototipo
eclesial, el diácono, pero la ejerce de forma particular, como mandatario de una
sociedad de renunciantes que proporcionan por medio de sus bienes y de su trabajo lo
que se da a los pobres, sin ser los monjes sin embargo testigos y agentes de ese don.
Privados de este encuentro con la miseria del mundo, los hermanos corren un cierto
peligro de perderla de vista o de percibirla en forma poco realista. La dureza, la falta de
sensibilidad, la despersonalización de la relación con los desgraciados son riesgos
inherentes a la situación de estos hombres que, por haberlo abandonado todo, no tienen
nada más para dar... La forma institucional que así se crea encierra la palabra de vida al
mismo tiempo que la encarna. Del mismo modo que el Oficio coral con respecto al
“orad sin cesar” y el turno de servicio semanal con respecto al “Servíos mutuamente en
el amor”, tampoco los estatutos de la Regla para el cuidado de los enfermos, de los
huéspedes y los pobres deben quitar a las palabras del Señor su resonancia universal y
su permanente virtud de fermento. Más allá del mecanismo que asegura su
cumplimiento regular, deben ser además escuchadas por cada persona e inquietar cada
corazón”32
.
Podemos decir que san Benito ofrece un horizonte problemático pero
irrenunciable en que no se trata de elegir entre uno de los términos sino de conjugarlos
en la vida. No rebaja, no diluye aspiraciones. No hay recetas, soluciones prefabricadas,
sino búsqueda verdadera, inquietud, fermento,...
Es esta síntesis imposible (si le piden al monje cosas imposibles...) la que sin
embargo posibilita actitudes y gestos fecundos, porque todo esto imposible es lo que se
ha hecho posible y real en Cristo Jesús. En él ha encontrado san Benito el impulso y el
aliento para intentar hacerlo realidad y ponerlo en ejercicio en su propia vida.
Por ello, prefiero privilegiar otro enfoque y detenerme de una forma más global
sobre las actitudes y gestos de san Benito tal como nos lo refleja el libro de los Diálogos
de san Gregorio y algunos pasajes de la Regla para que sean para nosotros estímulo y
31
Jean Louis Goglin. Les misérables dans l’Occident medieval. París, 19776, pp 61 ss. Cf también S.
Claramunt. La acción social de la orden benedictina: la beneficencia, en Acción social de la orden
benedictina, Madrid, 1982. 32
Adalbert de Vogüé. La Regla de san Benito. Comentario doctrinal y espiritual. Zamora, 1985.
Pág..271-272
23
cuestionamiento: para que podamos “enjuiciar” nuestra vida desde la sabiduría de
Benito y darle mayor consistencia evangélica.
ACTITUDES Y GESTOS • Recomponer la criba Al exponer la escena del juicio, hemos insistido sobre el hecho que los
hombres y mujeres son juzgados según el modo en que han discernido o
discriminado. Etimológicamente y formalmente son términos muy afines,
pero su puesta en práctica lleva a resultados opuestos: los hombres y
mujeres del discernimiento se abren al espíritu de Dios y a los valores del
reino, son creadores de inclusión, son fecundos. Los hombres y mujeres
que discriminan quieren ocupar por su cuenta el tribunal supremo,
excomulgan antes de tiempo, crean barreras y obstáculos, no anuncian
ninguna buena noticia con su vida. Pues bien, el primer milagro de
Benito relatado en los Diálogos es el de recomponer una criba; un
instrumento con mucha carga simbólica. La mayor parte de los que
estamos aquí, conocemos el relato. A los monjes y monjas del tercer
milenio San Benito nos exige que nos pongamos ante el evangelio con el
mismo frescor con que él lo hizo, hagamos una síntesis creativa de lo
mejor de los valores monásticos, como él lo hizo en su momento. Quizás
a veces pretendamos ahogar a Benito bajo el peso de un afecto lleno de
buena voluntad pero un poco empalagoso, como su nodriza con la criba
rota. Quizás la acentuación unilateral de una cierta teología de la
obediencia haya ahogado una teología del discernimiento personal y
comunitario necesaria para llevar adelante el proyecto de Benito hoy: el
de transitar por las sendas del evangelio y buscar de veras a Dios. Urge recomponer nuestras cribas personales y comunitarias para abrirnos cada
vez más al Espíritu de Jesús.
Vivir el encuentro pascual en la cueva • Todos conocemos también otro episodio fundamental de la vida de
san Benito. Vive como un ermitaño en Subiaco, “a solas con Dios y
consigo mismo” y experimentando la escasez de una vida muy pobre
y austera. Recorre un intenso camino de interiorización. Sólo quien
ha experimentado la soledad puede hacer un hueco para el otro y para
el Otro. El día de Pascua, un sacerdote impulsado por una visión
viene a verle y a traerle pan y, al acogerlo, Benito exclama “Hoy es
pascua porque te he visto”. Es un episodio importante porque allí
encontramos el camino y la pedagogía del amor activo que va a
caracterizar a Benito a lo largo de su vida. En la cueva de Subiaco se
encuentra en soledad, con su mundo interior, con sus propios
fantasmas, tiene que aprender a reconocer sus sentimientos. Pero este
encuentro se hace “bajo la mirada de Dios”. Se encuentra con el
totalmente Otro, se encuentra en compañía de Dios: un Dios que le
acoge y quiere hospedarse en su corazón. A la vez Benito vive la
experiencia de pasar necesidad, de no ser autosuficiente, depende en
gran parte de otros para su sustento. Y desde allí, y porque ha vivido
todo eso previamente, va a ser capaz de vivir el encuentro con aquel
hombre como fiesta, como sacramento. “Hoy es Pascua porque te he
visto”. “Has visto a tu hermano, has visto al Señor” decían los
24
monjes antiguos. El encuentro consigo mismo y con Dios le ha
capacitado para el encuentro con los demás. A cada uno de nosotros
se nos ha abierto y se nos sigue abriendo el mismo camino, la misma
pedagogía, el mismo proceso: el de ser hombres y mujeres de
interioridad y de alteridad: abiertos a nuestra propia realidad desde
Dios y a Dios desde nuestra verdad interior; llamados a vivir la
pascua del encuentro acogiendo el sacramento del hermano.
• Amasar fraternidad y estar en medio como aquel que sirve.
Después de su primera experiencia eremítica, Benito descubre la
llamada interior a una vida comunitaria, la interioridad le empuja a
amasar fraternidad. En medio de gozos y dificultades, se va creando
una comunidad de buscadores de Dios en la que asume el liderazgo y
en la que va perfilando los contornos de aquella misión. Al escribir su
regla, y en consonancia con su propia experiencia, al abad le dice que
habrá de responder el día del juicio. Que le importe más agradar a
Dios que los criterios humanos y más las personas que las cosas. Que
sea fermento de comunión y portador de paz. Que no discrimine y
que no sea excluyente, que no tiranice a sus monjes, que no se
apresure a constituirse en juez pero que ejerza los poderes de Cristo y
sea su vivo icono: mirando a Cristo y mirando a sus hermanos puede
acoger y encarnar el poder del servicio, el poder de la oración, el
poder de los gestos sanadores, el poder de la inclusión, el poder de la
escucha, el poder del perdón. A la vez se le pide que sea vigilante en
sí mismo y en su comunidad con las actitudes que no van en la línea
del reino, que son destructoras de la relación y que son las opuestas a
esos poderes que acabamos de enumerar. Pero, para san Benito, esta
actitud, esta exigencia no es exclusiva del abad, todos somos
responsables de nuestra vida y de la comunidad. Acojamos la gracia
y el milagro de ver en los demás el icono de Cristo y de ser para los
demás icono de Cristo.
• Escuchar con el corazón, lavar los pies, entregar la vida desde la
libertad: el estilo de vida monástico, marcado por sus características
propias hace que mucho de la transmisión del evangelio y de la red
de la relación y de la ayuda prestada se desarrolla dentro de del
marco de la escucha más que de la predicación, de la hospitalidad
más que de la misión. Más que hablar y viajar, la comunidad
monástica escucha y hospeda (aunque no de forma absoluta y
exclusiva: también tiene una palabra que dar y una misión que la
mueve). De alguna forma sitúa la relación en un ámbito casero,
cálido, concreto, doméstico y la emplaza en una línea de una ética del
cuidado: la que se pone al servicio del crecimiento y de la vida. Poner
unas flores, arreglar una almohada, acercar unas muletas: esto suena
a la actividad tradicional que las mujeres van desempeñando. La
relación va cuajando desde abajo, desde lo pequeño, desde lo
concreto, abriendo el oído, agachándose, derramando el frasco de
perfume, entregándose... González-Faus ha destacado cómo, en el
lavatorio de los pies, Jesús se “mujeriza”, repite el gesto de aquella
25
mujer que le ungió los pies derramando el frasco (como se puede
contemplar en un hermoso fresco de M. Rupnik), asume el papel de
los jóvenes esclavos y de las criadas de la casa y al asumir ese papel,
lo subvierte: no canoniza unas relaciones serviles sino que su gesto es
llamada a entregar la vida desde la libertad y por amor, una entrega
que va a vivir totalmente en la cruz. Es un gran mérito de De Vogüé
el haber destacado cómo en la Regla de san Benito, flota
continuamente un perfume de jueves santo, cómo los distintos
ministerios requieren posturas de lavatorio de los pies, palabras de
bendición y acción de gracias, actitudes de libertad entregada.
Valoremos lo pequeño y lo concreto, la gracia de una vida entregada
desde la libertad, la capacidad de ceñirnos el delantal, de romper el
frasco, de convocar y celebrar la acción de gracias con Aquel que nos
enseña a dar vida por amor.
• Condonar la deuda, dar la moneda de más. Benito ha pasado por
la experiencia de la abundancia y la escasez, del dar y del recibir. Y
del compartir. En los Diálogos, se narra cómo alguien que está hasta
el cuello y no puede pagar unas deudas viene a pedir a Benito que le
ayude. San Benito le dice “no tengo hoy para darte (señal que no
andaba sobrado de dinero) pero vuelve dentro de dos días”...pero no
es el “vuelva usted mañana” de los funcionarios. Se pone a orar con
intensidad y a los dos días aparece milagrosamente la suma exacta
que necesitaba aquel hombre más una moneda. San Benito se lo
ofrece, incluida la moneda sobrante. San Benito no tiene soluciones
mágicas. No es “dicho y hecho”, se necesita un tiempo un proceso,
paciencia y tesón por parte del que pide y por parte de quien quiere
dar. Ninguno de los dos lo tiene fácil. Desde la oración, desde la
preocupación sincera y el empeño por ayudar, desde la red de
solidaridad que se va tejiendo, se multiplican los panes y las
monedas... Alcanza para lo necesario y para lo gratuito. Varios
milagros de Benito se dan en el contexto de hambre, de escasez que
asoló Campania en 537. Hoy nuestras comunidades tampoco tienen
recetas mágicas, pero sí tenemos las mismas armas que Benito:
oración, paciencia, creatividad y tesón. El amor es ingenioso. En
Nigeria, las monjas de Umuoji, conceden microcréditos a las mujeres
de la vecindad para que puedan poner un pequeño puesto de venta en
el mercado local; en Chile las monjas de Rengo subvencionan y
supervisan un albergue para transeúntes perteneciente a la red de los
Hogares de Cristo fundados por el jesuita padre Hurtado; en Erie,
Estados Unidos, las hermanas benedictinas tienen a su cargo tres
comedores para gente sin recursos, programas de promoción de la
mujer y de asistencia a refugiados de América Latina; nuestras
propias comunidades consagran gran parte de sus ingresos a apoyar
iniciativas solidarias de otras organizaciones eclesiales...; es una
realidad de la que podemos alegrarnos y que nos pide siempre un
más. Nos pide entre otras cosas que no nos olvidemos de entregar
también la moneda de más, la más preciosa e inesperada, aquella con
la que no se puede comprar ni vender nada: la sonrisa, el gastar el
tiempo escuchando a fondo y acogiendo de corazón, el orar unos por
26
otros, el dar una palabra de aliento o de contraste, el tratar a los
demás (con más razón todavía que las cosas) “como vasos sagrados
del altar”. • Dejar fluir el aceite. En el capítulo 28 de los Diálogos, se nos narra
el milagro del aceite. Nos acordamos que en el libro de los reyes, una
viuda ofrece a Eliseo el poco aceite que le queda y los cántaros
empiezan a llenarse. A la vez este milagro recuerda al de Elías con
otra viuda. El relato de los diálogos se sitúa sobre este fondo común.
El milagro de san Benito se encuentra también en otras vidas de
santos (Se cuenta algo parecido de San Martín o de san Cesáreo,
quien por cierto vendió su cáliz para ayudar a los pobres y durante
años celebró la eucaristía en una escudilla de madera)) y en todos los
casos pasa lo mismo: el santo, ante una situación de escasez, está
dispuesto a compartir con personas ajenas al monasterio que pasan
necesidad lo poco que le queda. Pero el monje a quien se lo encarga,
el cillerizo, no desea cumplir con el encargo y no hace nada: falta de
fe, falta de confianza, falta de generosidad. San Benito se entera con
disgusto de lo que ha pasado, da el aceite y se pone a orar, deja fluir
la oración en sus labios y en su corazón, y entonces... tiene que dejar
de orar para recoger el aceite que está ya fluyendo por el suelo
porque ha rebasado el tonel. Para san Benito el sentido de la pobreza
no es sólo el de un ascetismo sino ante todo el espíritu de generosidad
de quien vive la cultura de la solidaridad, la cultura del compartir, la
cultura de la justicia que crea las condiciones para una paz que no sea
fingida. San Benito es el hombre “que lo da todo”. Vivamos el
milagro de ser hombres y mujeres que en la oración encuentren la
fuente de la generosidad, la fuerza para “darlo todo”.
• Mirar hacia abajo:
San Benito es tremendamente realista. Sabe que lo normal, lo natural es
la “opción preferencial” por el poder y los poderosos, por la riqueza y
por los ricos. Ellos nos inspiran respeto, y los solemos acoger con buenos
modales ya que pueden ser nuestros bienhechores y si les desagradamos
nos pueden perjudicar. Sabe que al enfermero, al mayordomo, al
hospedero, al cocinero se les puede escapar el no prestar la debida
atención al hermano enfermo, al necesitado, al huésped y hasta sentir
irritación frente a ellos... Pero llama a sus monjes a tener otra visión, y
otra actuación. Nos llama a ver y acoger a la persona más allá de su rol
social, de sus máscaras, de las funciones que desempeña, de las
obligaciones que nos crea.
Y desde ahí podemos releer el último grado de humildad que propone a
sus monjes: “El duodécimo grado de humildad es que el monje...esté
siempre con la cabeza baja y los ojos fijos en el suelo...y piense que se
encuentra ya en el tremendo día del juicio”. En este grado de humildad
quizás se pueda ver un pequeño relente de antropología estoica del
mundo tardoromano (en la misma línea que la prohibición de la risa) en
que se destaca la seriedad del porte, la dignidad, la medida en la
expresión. De forma más profunda, Benito lo relaciona con el icono
evangélico de la oración del publicano: aquel hombre que se
27
responsabiliza ante Dios de sus actos y de sus actitudes, que se siente
mediocre, ciego y paralítico en el oficio de amar, aquel que descubre que
tan sólo desde la experiencia de la misericordia puede encontrar su
auténtico centro de gravedad. Por eso de una forma un poco subversiva,
yo traduciría este grado por “El duodécimo grado de humildad es saber
mirar hacia abajo”. Porque mirar hacia abajo, tomar a los demás en serio,
fiarnos de ellos y valorarlos, no mirarlos por encima del hombro, no
empequeñecerlos, reconocer su dignidad, enterarnos que a nuestro
alrededor hay humillados y ofendidos y que tenemos parte en ello, va a
dar seriedad y hondura a nuestra vida, va a dignificarnos y va a hacernos
humildes y tiernos.
Esta interpretación no es tan arbitraria como parece, pues realmente san
Benito fue un maestro en ese “mirar hacia abajo”: en la comunidad mira a y mira por (se preocupa y cuida de) los niños (que en su época no eran
precisamente los reyes de la casa), los enfermos, los tristes y los
desanimados Trata por igual a godos y romanos, a los monjes de baja
extracción social y a los nobles de origen, a los clérigos y a los que no lo
son. Esta postura no era nada corriente, nada evidente e incluso chocante.
Hacia fuera mira a pobres y peregrinos y corre el riesgo de la
acogida...Es llamativo cómo para la Regla del Maestro, el enfermo es
ante todo un sospechoso, un simulador, un pecador, para la RB es un
hermano vulnerable y necesitado; para la RM el hospedero es el hombre
de la vigilancia y del cerrojo, para la tradición benedictina, es el hombre
de la sonrisa y del amparo. Son estos textos tan conocidos de los cáp. 36
y 53 de la RB en que precisamente san Benito menciona de forma
explícita a la escena del juicio final de Mateo. Al comentar estos textos
en una obra tan corta como sugerente, Anselm Grün33
concluye: “La
solidaridad humana expuesta en la RB no puede contentarse con una
ayuda y un buen obrar puramente externos. Exige, antes que nada, la
propia conversión, la purificación del propio corazón. El amor al prójimo
recibe el sello de la autenticidad allí donde abarca no sólo a las personas
simpáticas y agradecidas, sino que se extiende también a las que son
antipáticas, molestas y desagradecidas e incluso llega hasta las que no
admiten el amor que perdona y manifiestan hostilidad. El amor auténtico
requiere no pararse en lo exterior, sino que busca amar al hombre en
aquella profundidad donde él no necesita otra cosa que amor y donde en
él se roza el misterio de la encarnación y el amor del mismo Jesucristo”.
Pidamos la gracia y el milagro de mirar hacia abajo, de tomar a los
demás en serio, de reconocer su dignidad, de saber mirarlos y de mirar
por ellos... pidamos el milagro de reconocer la gloria de Dios en el
prójimo, sea quien sea, haga lo que haga, el milagro de unos ojos limpios
y un corazón puro para poder ver a los demás al estilo de Jesucristo.
. Celebrar al Viviente y decir con la vida que otro mundo es posible En su comunidad, Benito impulsa una cultura del compartir,
una cultura de la inclusión y de la igualdad, una cultura del servicio,
una cultura de la paz y aunque no tenga rasgos tan nítidos como las
33
Anselm Grün.Fidelis Ruppert. Cristo en el hermano, Estella, 2002.
28
características anteriores, una cultura del pluralismo y del consenso
diferenciado en que se respeta y valora al otro como otro. Anima una
comunidad que incluye y acoge. Nuestra sociedad vive en muchos
aspectos una fragmentación sumamente incoherente y
deshumanizadora entre ética y estética, mística y política. San Benito
supo dar una respuesta consciente y creativa a la cultura y a la
realidad de la iglesia en la que estaba inserto. Hoy nos toca crear,
configurar y proponer valores alternativos a una cultura de la
explotación, de la marginación, de la imposición, de la competición,
de la violencia, del imperialismo cultural, del culto a la
intrascendencia y a lo efímero en que a duras penas caben los más
pequeños. Un ejemplo: en la “estética” de nuestra sociedad no hay
apenas lugar para la ancianidad o la dependencia, se oculta la
experiencia de la muerte. Cuidar de nuestros ancianos y enfermos con
cariño y delicadeza, contar con ellos, acompañarlos en su agonía
cuando llega la hora, enterrar a nuestros muertos en un duelo que, a la
vez que es fiesta pascual, es algo profundamente contracultural. Pero
todo ello estamos llamados a vivirlo sin caer en una mentalidad de
ghetto, sin dejar de acoger los dones y valores de esa misma cultura,
y dejarnos cuestionar por ella. Ofrezcamos a nuestros
contemporáneos la gracia de una vida bien viva y el milagro de ser
compañía y estímulo para que nuestra cultura “asuma sus demonios,
transmita sus dones y desarrolle su sabiduría” para que en todo Dios
sea glorificado.
. Vivir el servicio como una liturgia y la liturgia como un servicio. Pero este talante, esta actitud, este estilo, esta capacidad de
síntesis vital y de unificación encuentran su fuente en la escucha de la
Palabra en la lectio y la celebración litúrgica de esa misma Palabra:
Cristo Jesús en quien se ha manifestado el auténtico rostro de Dios y
los rasgos genuinos de lo más hondamente humano. En la lectio y la
celebración los monjes encontramos el espacio y el camino para ser
hombres y mujeres de las bienaventuranzas, hombres y mujeres de la
bendición, hombres y mujeres de la buena noticia. Una buena noticia
escuchada, acogida, proclamada, celebrada y hecha vida, encarnada y
traducida en gestos y actitudes. Descubrir en el oficio divino el
espacio en que aprendemos a no anteponer nada en absoluto a Cristo
nos abre el horizonte: crear un espacio de belleza, de asombro, de
gratuidad, de intercesión, de cuestionamiento. Podemos vivir el amor
activo como una liturgia ( el la RB los gestos de acogida, la trama de
la relación van acompañados por palabras de bendición y espacios de
oración) y podemos vivir la liturgia desde el amor en la medida en
que nuestra actitud ante la lectio y la liturgia y ante los demás sea la
de unos ojos y un corazón abiertos y despiertos. Despiertos a Cristo,
despiertos a los demás, despiertos a nuestra propia realidad y a lo que
se nos mueve por dentro. Alguien ha escrito: “La liturgia está
destinada a ser una realidad que causa estragos en la vida cotidiana.
Es imposible rezar los salmos y estar conformes con la estrechez de
miras. La liturgia es visión profética, llamada profética a todos
29
nosotros para que “vayamos y hagamos lo mismo”34
. Esto no es
progresismo barato. Gregorio Nacianceno decía: “Que las manos de
los pobres sean nuestro altar” y Juan Crisóstomo afirmaba: “Dios no
necesita cálices de oro sino corazones de oro.” ¿Lo vivimos así?
Compartir este espacio y este camino de la lectio y de la celebración,
abriendo nuestro corazón, nuestro coro, nuestras iglesias, vivir una
liturgia y una plegaria solidaria y una solidaridad orante, alejándonos
de la rutina y del rubricismo, es uno de los mejores presentes que
podamos ofrecer a nuestros contemporáneos.
En los últimos meses vimos desgraciadamente la preocupación del
gobierno de Estados Unidos mientras no tuvo garantizado el apoyo
logístico de Turquía en su plan estratégico. El apoyo logístico supone un
lugar bastante cercano y bastante alejado a la vez de la línea de fuego
para poder repostar carburante, reagrupar fuerzas, aclimatarse y recuperar
energías... que quienes viven en la brecha del Reino, que quienes están
en primera fila en dar la vida por los más pequeños de nuestros hermanos
y hermanas puedan encontrar en nuestra celebración, en nuestra oración,
en nuestra acogida, este apoyo logístico tan necesario y traernos noticias
del frente. En nuestra iglesia no todos debemos hacer lo mismo, pero
todos hemos de estar en lo mismo: en lo de Jesucristo.
Nuestra comunidad lleva más de mil años custodiando debajo del altar
los restos del niño mártir san Pelayo. Hace unos años, ante la urna que
contiene sus restos, hemos compartido la oración con Somalí Mam, una
mujer, (premio Príncipe de Asturias de cooperación internacional,35
) que
dedica su vida a las niñas y niños obligados a prostituirse en el sureste
asiático; hace pocos meses estaba entre nosotras Fátima Miralles, que ha
llevado una labor de apoyo psicológico a los niños soldados de Sierra
Leona en proceso de rehabilitación. Sería absurdo orar todos los días ante
san Pelayo sin que él nos remitiese a la muchedumbre de los niños de
hoy, rehenes del mundo inhumano que hemos creado nosotros, sus
mayores, y sin implicarnos y apoyar a quienes están en la brecha junto a
ellos, sin cuestionarnos sobre los mecanismos que hacen posible esa
cruda realidad. ¿Lo vivimos así? Estamos llamados a vivir una plegaria
solidaria, a celebrar una liturgia viva, a dejarnos asombrar y transformar
por ella, a traducirla en gestos y actitudes. Se nos pide alentar la
búsqueda espiritual de los hombres y mujeres de nuestro tiempo, y
apoyar a quienes más se exponen al riesgo del amor en beneficio de los
más pequeños.
• Romper ataduras, crear lazos y tejer redes ¿Cómo se articula la oración y la presencia liberadora en la vida de san
Benito? Hay un episodio muy significativo en el cap.31 de los Diálogos
Benito estaba orando, haciendo la lectio tan tranquilo y, sin comerlo ni
beberlo, acaban de involucrarle en una historia de opresión. Nuestras
comunidades también, cada uno de nosotros – queramos o no, tanto si
nos hacemos cargo como si no- estamos involucrados en la historia de
34
Joan Chittister. Odres nuevos. Santander, 2003, p.97 35
En 1998 junto con Rigoberta Menchu, Emma Bonino, Fatiha Boudiaf, Olayinka Koso-Thomas, Graça
Machel y Fatana Isaac Gailani.
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opresión de nuestro mundo. ¿Cómo reacciona san Benito Ve: ve al godo
opresor pero enseguida se fija en el pobre hombre encadenado que lo
acompaña. Y ocurre el milagro: al mirar a aquel hombre, caen los lazos.
El hombre queda libre. Ante la mirada de Benito el hombre tiranizado y
apresado se ve libre. El opresor se asusta, coge miedo y se arrodilla ante
Benito. Benito no se levanta de la oración, pero llama a unos hermanos
para que conviden a Zalla a tomar pan bendito dentro del monasterio.
Cuando sale de la casa, Benito le advierte de dejar el camino de injusticia
y de la brutalidad. Y Zalla se marcha sin atreverse a protestar. El
encuentro tiene lugar en y desde la oración, la mirada de Benito va de la
página sacra a aquellos hombres y vuelve a ella. La oración no impide a
Benito relacionarse, no se refugia en ella para ausentarse del escenario de
aquella situación conflictiva en que la justicia está en juego. Con sólo
mirarlo desencadena al hombre preso del miedo, le hace recuperar su
dignidad y su libertad. Pero una vez restablecida la justicia, y sólo
entonces, invita al opresor como convidado a la mesa de los hermanos, lo
invita a reincorporarse a la mesa de la fraternidad y de la bendición. Al
salir, después de haberle acogido sin reservas, le indica cual es el camino
del bien. “Vete y no peques más” decía Jesús. Ha transformado a un
opresor y un oprimido, un verdugo y una víctima, en dos hombres
llamados a la fraternidad, al proyecto común de vivir y hacer eucaristía
con su vida: a ser compañeros. Ha creado verdaderos cauces de
liberación, de reconciliación desde la verdad de la relación, ha tenido una
actitud de mediación, ha dado una palabra de paz que no excluye la
denuncia de lo injusto.
Este carisma de romper ataduras y crear lazos, de mediar y reconciliar, se vive
con mucha nitidez en fraternidades monásticas o inspiradas en la espiritualidad
monástica como Taizé o San Egidio pero es herencia y patrimonio común de
toda la familia benedictina, una herencia que hemos de hacer fructificar. ¿Lo
hacemos? Hoy más que nunca es necesario también ir creando redes: redes en
las que puedan compartir, orar, apoyarse, ayudarse, ponerse en relación quienes
de una forma u otra, dentro y fuera de la iglesia trabajan por una humanización
de nuestra sociedad, por un mundo donde no quepan niños hambrientos, voces
silenciadas, inocentes bombardeados y mujeres lapidadas. Redes en las que
podamos orar, perseverar y alentarnos en nuestra búsqueda de una iglesia cada
vez más fiel al evangelio. La presencia entre nosotros en estos días de J..A.
Pagola, de J. Martín Velasco, la de tantos hombres y mujeres que desde hace
años dialogan desde la palabra o el silencio con la vida monástica, cruzan el
umbral de nuestras casas, salen a nuestro encuentro y nos enriquecen en este
diálogo ya es parte de esta dinámica. Entremos en la experiencia de la oración
que libera, de la palabra creadora de reconciliación desde la verdad, y de la
mirada que rompe ataduras, crea lazos y teje redes.
• Tener visión, encajar la realidad abriéndose al plan de Dios: San Benito tiene
visiones y estas experiencias hacen de él un hombre “con visión”.
Tiene una visión dura y dramática: ve “iglesias destruidas por la tormenta, y sus
edificios agotados por una larga ancianidad, yacer en tierra como grandes ruinas”. Ve
cómo su monasterio será destruido. De entrada es incapaz de encajarlo, le duele en lo
más vital. Pero no intenta engañarse a sí mismo, se abre al plan de Dios aunque no lo
entiende. No está exclusivamente centrado y obsesionado por la supervivencia de
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edificios e instituciones eclesiales y monásticas, aunque le afecta y le preocupa
profundamente, sino que está centrado en transmitir vida, en ofrecer a la iglesia y a los
hombres y mujeres de su tiempo cauces para que busquen a Dios de verdad, para que
caminen por las sendas del evangelio, para que no pongan nada por encima de Cristo,
para que busquen la paz y corran tras ella y desde allí sabe que lo mejor de su vida
florecerá. Sabe que la iglesia y los monjes también pueden encontrarse con momentos
históricos en que se vean pobres, pequeños, insignificantes, en que no sólo les toque
“mirar hacia abajo” sino que se les mire desde arriba. Y lo vive como un reto y una
oportunidad santa...Pidamos visión para centrarnos más en buscar a Dios y en ofrecer
vida y menos en nuestra supervivencia. Visión para asumir que también nuestras
comunidades pueden marchitarse. Visión para vivir este tiempo de pequeñez como un
reto y una oportunidad.
Al término de su vida Benito tiene una visión tierna y nostálgica. Ve por fin a
Escolástica: descubre a su hermana como mujer y a una mujer como hermana, como
compañera en la aventura de la fe. Casi hasta el final intenta controlar sus iniciativas,
encasillarlas en el marco de la ley, pero al fin la ve sin recelos, sin reticencias y pide ser
enterrado con ella cuando muera. En nuestras comunidades, se están dando pasos en
esta dirección: la creación de la CIB en el ámbito benedictino está siendo uno de estos
pasos pero todavía quedan muchos enfoques por cambiar, muchos pasos que dar... Ojalá
no los dejemos para después de morirnos.
La visión patriarcal que empequeñece a unas personas sólo por pertenecer a uno de los
géneros sigue presente en la mirada de muchos hombres -y también de las mujeres36
- en
la sociedad, en la iglesia y en nuestras comunidades. Pidamos visión para que hombres
y mujeres, desde la igualdad, nos veamos y actuemos como compañeros en la aventura
de la fe, para que en nuestras relaciones el poder de la justicia, del reconocimiento y del
afecto se imponga sobre el de las costumbres y de las normas.
Al final de su vida, san Benito tiene la gran visión del mundo en un rayo de luz... ha
aspirado con todo su ser a lo que veremos cuando crucemos el umbral y a la llamada
más honda que nos habita: ver el mundo cómo lo ve Dios, ver a los hombres como los
ve Dios: el pequeño y frágil planeta azul con sus moradores, el espacio infinito, el
inmenso deseo de Dios de ser todo en todos, su presencia discreta y oculta en medio de
nosotros hasta su manifestación plena. El hombre de la iluminación es el que ve la
presencia de Dios en todas las cosas y en cada persona y así es san Benito. Ha creado
una comunidad en que ha sabido ver a cada hermano con sus dones y su pobreza, su
dinamismo y su vulnerabilidad, ha hospedado en su casa a pobres y peregrinos y así, en
medio de aquellos encuentros, se le ha hecho presente el “dulce huésped del alma”. El
Espíritu Santo, el que es “padre de los pobres”, el que endereza a los débiles y hace
agacharse a los inflexibles, se ha hospedado en su corazón y ahora sólo le queda esperar
al “Huésped Supremo” que le lleve a la casa del Padre.
Pidamos al Padre, por la intercesión de san Benito esa luz y esa visión que nos
transforme y encienda en nosotros la llama de su amor, el deseo del encuentro definitivo
y pleno y la capacidad para rastrear las huellas de Cristo ya aquí y ahora.
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Cf. Carmen Alborch. Malas. Rivalidades y complicidades entre mujeres, Madrid, 2002.
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CONCLUSIÓN: EL MOSAICO DE RAVENA
En la basílica de Ravena, hay un mosaico, -probablemente realizado en vida
de san Benito- que representa la escena del juicio final. En medio, Cristo, un
pastor joven e imberbe de ojos inmensos vestido con una túnica púrpura: en el
mundo romano y bizantino la púrpura era la señal de la dignidad imperial, pero
es también el color de la sangre derramada, del cáliz que ha prometido no volver
a beber hasta acogernos en su reino. El color del vino en la copa de la Cena, de
la sangre que fluye por el costado abierto en la cruz. La mirada es intensa,
profunda, franca: mira de frente. No se ve el más mínimo atisbo de enojo pero sí
los ojos penetrantes de quien sondea y conoce el corazón humano de verdad y
hasta el fondo. Su mano derecha, vuelta hacia abajo, apunta hacia las ovejas:
muestra e invita. Está sentado y sus pies están apoyados sobre un trono que más
bien parece una roca excavada. A su lado un ángel vestido de rojo (el color
simboliza a los serafines) y otro de azul (símbolo de los querubines); uno parece
mirar hacia la derecha y el otro hacia la izquierda. Su mano derecha bendice y
advierte. Son dos, como los ángeles que, ante la tumba vacía, anunciaron a las
mujeres: “No está aquí, ha resucitado”, como los que en la Ascensión
reprendieron los discípulos diciéndoles: “¿Qué hacéis mirando al cielo?”. En el
lugar donde les corresponde un grupo de ovejas y de cabras. Las ovejas son
blancas pero de no de un blanco inmaculado e impoluto, no son ovejas
angelicales, son ovejas de verdad: se han manchado y se les ha pegado el polvo
del camino. Tampoco a nosotros se nos pide ningún tipo de angelismo sino ser
humanos/as de verdad. Al otro lado están las cabras, y tampoco son de un negro
azabache, sino más bien grises: en las vidas grises se cuela la “banalidad del
mal” como lo afirmaba la filósofa Hannah Arendt. Si miramos bien a ambos
grupos hay algo sorprendente. Contrariamente a lo que se podría esperar, las
ovejas tienen rasgos y posturas propias mientras que las cabras parecen clónicas.
Desde una visión estereotipada, esperaríamos unas ovejas gregarias y unas
cabras anárquicas. También esperaríamos ver serenidad en las ovejas y
desesperación en las cabras. Sin embargo a las ovejas se las ve en tensión, una
tensión que no tiene nada que ver con el nerviosismo, sino con la vigilancia del
amor, con el corazón en ascuas, con el gozo de la pascua. No sólo están ante el
pastor, junto al pastor sino que están vueltas hacia él. Las cabras tampoco están
lejos, ellas también están junto a él, pero no vueltas hacia él. No levantan
cabeza. Más que amedrentadas o aterrorizadas parecen abrumadas y pensativas,
un tanto cuaresmales. Entre cabras y ovejas no hay un muro, un dique o un
abismo (de hecho pueden verse unas a otras) sino un espacio libre y abierto:
precisamente aquel donde ha de situarse el espectador para ver el mosaico.
El espectador se descubre situado abajo y frente al pastor, ante su mirada,
en ese espacio abierto, donde puede moverse hacia uno u otro de ambos lados.
A cada uno de nosotros, a cada una de nosotras, a cada una de nuestras
comunidades, Cristo nos dice hoy: “Todavía estás a tiempo. Mira, déjate mirar,
conmuévete y muévete....”
Que él nos lleve a todos juntos a ser hombres y mujeres de mirada
contemplativa y amor activo.
Sor Mª Dolores Martín Trutet, osb
Monasterio de San Pelayo