Download - Literatura 5 cuadernillo-2017
Lengua y Literatura 5º An o 1º Trimestre 2017
Colegio Las Cumbres Prof. Carolina Silva
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Bibliografía:
Paula Croci y otros. Literatura 4, una perspectiva Mítica Trágica. Ed Estrada.
Buenos Aires 2010
María Imelda Blanco y otros. Lengua y Literatura I, Introducción a los discursos
sociales y cuestiones literarias en textos universales y argentinos. Ed Estrada
Buenos Aires 1999.
Griselda Gandolfi y otros. Literatura española conectada con literatura
universal. Ed Santillana. Buenos Aires 1999.
Romina Sampayo y otros. Literatura IV, Los territorios míticos, épicos y trágicos.
Ed Mandioca. Buenos Aires. 2013.
Romina Sampayo y otros. Literatura IV, Voces míticas, épicas y trágicas. Ed
Mandioca. Buenos Aires. 2013.
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Cronograma de Trabajo:
Marzo
Fechas Nº Temas Actividades 3/3 1 Introducción a la Literatura Charla y explicación
3/3 2 Literatura de cordel Escritura personal
6/3 3 Literatura de cordel Escritura personal
6/3 4 Literatura de cordel Escritura personal
6/3 5 Literatura de cordel Escritura personal
10/3 6 Literatura de cordel Escritura personal
10/3 7 Literatura de cordel Escritura personal
13/3 8 Mio cid Lectura individual/ con compañero identificar valores
13/3 9 Mio cid Reelaborar un texto/rap/video que los represente
13/3 10 Mio cid Publicar en blog
17/3 11 Mio cid: cantar de gesta Analizar
17/3 12 Mio cid: cantar de gesta Lectura y análisis
20/3 13 Mio cid: historia/literatura Lectura y análisis
20/3 14 Mio cid: historia/literatura Lectura y análisis
20/3 15 Mio cid: historia/literatura Lectura y análisis
24/3 Feriado
24/3 Feriado
27/3 16 Héroe: historieta Actividad grupal con viñeta
27/3 17 Héroe: historieta Lectura teórica. Responder preguntas
27/3 18 Héroe: historieta Puesta en común
31/3 19 Ciencia Ficción explicación
31/3 20 Ciencia Ficción Lectura y análisis
Abril Abril
Fechas Nº Temas Actividades 3/4 21 Ciencia Ficción Película: La guerra de los mundos/sontag/ evaluación
3/4 21 Ciencia Ficción Película: La guerra de los mundos/sontag/ evaluación
3/4 22 Ciencia Ficción Película: La guerra de los mundos/sontag/ evaluación
7/4 23 El Quijote
7/4 24 El Quijote
10/4 25 El Quijote
10/4 26 El Quijote
10/4 27 El Quijote TP
14/4 Feriados Lectura en Casa/Clase
14/4 Feriados Cuestionario
17/4 28 El Quijote Lectura en Casa/Clase
17/4 29 El Quijote Video
17/4 30 El Quijote Lectura en Casa/Clase
21/4 31 El Quijote Homenaje a Cervantes
21/4 32 El Quijote Homenaje a Cervantes
24/4 33 El Quijote Homenaje a Cervantes
24/4 34 El Quijote Homenaje a Cervantes
24/4 35 El Quijote Lectura y producción escrita
28/4 36 El Quijote Ensayo
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28/4 37 El Quijote Ensayo
Mayo Mayo
Fechas Nº Temas Actividades 1/5 Feriado
1/5 Feriado
1/5 Feriado
5/5 38 RETIRO DE 5º AÑO
5/5 39 RETIRO
8/5 40 Fuenteovejuna Lectura y análisis
8/5 41 Fuenteovejuna Lectura y análisis
8/5 42 Fuenteovejuna Lectura y análisis
12/5 43 Fuenteovejuna Lectura y análisis
12/5 44 Fuenteovejuna Lectura y análisis
15/5 45 Fuenteovejuna Lectura y análisis
15/5 46 Fuenteovejuna Lectura y análisis
15/5 47 Fuenteovejuna Lectura y análisis
19/5 48 Fuenteovejuna Video
19/5 49 Fuenteovejuna Video
22/5 50 Fuenteovejuna Ensayo
22/5 51 Fuenteovejuna Ensayo
22/5 52 recapitulación Explicación
26/5 TRIMESTRALES
26/5 TRIMESTRALES
29/5 53
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Fuentes, Carlos. Cervantes: O, La crítica de la lectura. 1st ed. México: Editorial J. Mortiz,
1976.
Capítulo IV de Cervantes o la crítica de la lectura Carlos Fuentes
Sólo hay una manera de ver un icono bizantino: la frontal. Su espacio plano se concibe
idéntico a la imagen divina que, siendo única, en todas partes es la misma y existe en
su totalidad. El contraste entre la iconografía medieval y, digamos, los frescos de Luca
Signorelli en Orvieto, no puede ser mayor. Las figuras y los espacios de Signorelli giran,
fluyen, se transforman, se dilatan: su espacio es figurativo y los lugares pintados
diferentes. En el icono no hay más tiempo o más espacio que los de la revelación. En
Signorelli sólo hay tiempo o, más bien, un tiempo inasible en lucha con un espacio,
como el universo mismo, en dilatación. La novedad es tan espantosa que el pintor,
huérfano melancólico, se ve obligado a transformar ese tiempo y ese espacio en los del
fin de todo tiempo y todo espacio: el apocalipsis, el juicio final. Negándola, Signorelli se
apoya en la normatividad épica de la realidad medieval. Épica, entonces, significa
normatividad, lectura única, escritura única. Lo que Signorelli sugiere en el arte de la
pintura es específicamente cierto en el arte de la escritura. Si es cierto que en la
literatura no se repite el milagro del génesis, sino que toda obra escrita se apoya en
formas previas, más que comenzar prolonga y más que formar transforma, entonces lo
interesante es considerar, en primer lugar, cómo se apoya la escritura en una forma
previa. Si el nuevo texto respeta la norma de la forma anterior, la escritura sólo
introduce diferencias denotadas que contribuyen a la norma de la lectura única.
Petrarca opone una de las grandes fuerzas motivadoras del Renacimiento - el aquí y el
ahora - al punto de vista abstracto, eterno y unificado de la Edad Media. Como dice
O.B. Hardison en su hermoso ensayo sobre Petrarca, "La vida es importante; la
experiencia fugitiva de la belleza, el amor y la vitalidad son importantes; este
momento particular y esta particular mujer, enmarcados en esta particular mezcla de
luz y sombra, son importantes: más importantes que todos los silogismos de los
filósofos y todas las piedades de los escolastas." Es natural que en el primer poeta
renacentista las tensiones de dos órdenes diferentes del pensamiento y la vida se
presenten de manera muy aguda. Pues la lucha interna de Petrarca es entre un orden
de abstracciones y un orden de concreciones, entre la tendencia anterior a explicarlo
todo mediante referencias a símbolos escalonados en virtud de su lejanía o cercanía
del Ser Supremo y la tendencia, que él inaugura, a sustituir la explicación por la
aprehensión inmediata de las cosas y las personas. Petrarca es el primer poeta
moderno porque lo que escribe no ilustra, alegórica, anagógica, moral o literalmente,
verdades anteriores a su experiencia, sino que regresa una y otra vez a la experiencia
personal y de ella vuelve a partir, recreándola, revisándola, defendiéndola de la
tentación abstracta. No obstante, esta nueva escritura de la connotación no sólo critica
y supera la épica que la nutrió, vulnerando así la conformidad del modo anterior de
lectura: su libertad estará para siempre. Los argumentos de Hardison encajan
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perfectamente con la definición de la escritura connotativa como una transgresión de
la norma previa que, sin embargo, requiere el apoyo de lo mismo que está violando.
Las novelas escritas en España en la época de Cervantes obviaron este problema. Las
narraciones pastoriles y las novelas de caballería son puramente denotativas: son
prolongaciones anacrónicas del orden medieval, celebraciones del pasado. Las novelas
picarescas, en cambio, son radicalmente connotativas. Lazarillo de Tormes, Guzmán de
Alfarache y El diablo cojuelo le arrancan la máscara a la épica y marcan su rostro sin
facciones con la usura del tiempo, las heridas de la Juda y las cicatrices de la
renovación. A pesar de su refrescante realismo, las novelas picarescas no entablan
verdadera contienda con los problemas mayores de la imaginación moderna y sus
ambiguas relaciones con el pasado. Consagración del presente, la picaresca contiene
una brutal negación de lo anterior. Su devoción inicia lo actual, sin embargo, es
insuficiente y el antihéroe picaresco lo sabe. Capturado en el puro presente, el pícaro
lo agota y termina en un callejón sin salida, presa del desaliento. La aventura del pícaro
no termina ni con un estallido ni con un sollozo (el bang y el whimper de Eliot), sino
con un pequeño encogimiento de hombros. El presente en sí no basta: para ser un
presente pleno, requiere un sentido del pasado y una imaginación del futuro. Pero
esto no cabe dentro del carácter picaresco. Así, el dilema subsiste, y nadie lo
protagoniza o resuelve mejor que Cervantes. Situado entre las brillantes armaduras de
Amadís de Gaula y los harapos y tretas de Lazarillo de Tormes, Cervantes nos presenta
y reúne: el héroe épico es Don Quiote, el pícaro realista es Sancho Panza. Don Quiote
vive en un pasado remoto, en juicio desvelado y perdido por la lectura de demasiadas
novelas de caballería; Sancho Panza vive en el presente inmediato, y sus únicas
preocupaciones son las del sobrevivir cotidiano: ¿qué vamos a comer, dónde vamos a
dormir? Gracias a este encuentro, Cervantes fue capaz de ir más allá de la
consagración del puro pasado y de la consagración del puro presente a fin de
plantearse el problema de la fusión de pasado y presente. La naturaleza ambigua de
esta fusión convierte a la novela en un proyecto crítico. El pasado –la ilusión que Don
Quijote retiene de sí mismo como un caballero andante de siglos remotos—ilumina al
presente –el mundo concreto de ventas y caminos, muleros y sirvientas; y el presente
(la dura vida de los hombres y mujeres que luchan por sobrevivir en un mundo injusto,
cruel y feo) ilumina el pasado (los ideales quijotescos de justicia, libertad y una Edad de
Oro de abundancia e igualdad). Sancho, constantemente, intenta radicar a Don Quijote
en la realidad del presente; pero Don Quijote, constantemente, eleva a Sancho a la
aventura mítica en pos de la ínsula que el escudero habrá de gobernar. El genio de
Cervantes consiste en traducir estos opuestos a términos literarios, superando y
fundiendo los extremos de la épica de caballería y la crónica realista dentro de un
conflicto particularmente agudo de la gestación verbal. En este sentido, Cervantes
carece de ilusiones: lo que está haciendo, lo está haciendo con palabras y sólo con
palabras. Pero él sabe que las palabras, en su mundo, son el único sitio de encuentro
de los mundos. En Don Quijote, lejos de ampararse en la anacronía o en la actualidad,
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aparecen por vez primera la grandeza y la servidumbre ambiguas de la novela
moderna: ruptura del orden épico que reprimía las posibilidades de la ficción narrativa,
la novela de Cervantes, como la pintura de Signorelli, debe apoyar su novedad en lo
mismo que intenta negar y es tributaria de la forma anterior que se instala en el
corazón de la novedad confusa como una exigencia de orden, de normatividad. De
esta manera, la gestación del lenguaje se convierte en realidad central de la novela:
sólo mediante los recursos del lenguaje puede librarse el tenso a intenso combate
entre el pasado y el presente, entre la renovación y el tributo debido a la forma
precedente. Cervantes no sólo encara este problema en Don Quijote:lo resuelve y
supera sus contradicciones porque es el primer novelista que radica la crítica de la
creación dentro de las páginas de su propia creación, Don Quijote. Y esta crítica de la
creación es una crítica del acto mismo de la lectura. Es una maravillosa experiencia leer
este libro a sabiendas de que fue escrito en la infancia de la imprenta, en la época en
que un público lector nacía en Europa y la lectura única de volúmenes únicos
laboriosamente caligrafiados por manos monacales y destinados a los ojos de una
minoría privilegiada era derrotada por la coincidencia victoriosa del pensamiento
crítico, la expansión capitalista y la reforma religiosa. Es una maravillosa experiencia
leerlo hoy, cuando el acto de la lectura ha sido condenado al basurero de la historia
por los melancólicos profetas del milenio electrónico, minuciosamente asistidos por
los escritores de lo ilegible: el lenguaje del anunciante, el tartamudeo acronímico del
burócrata y el clisé satisfecho del best-seller sensacionalista. Cervantes, en verdad, no
sufrió una situación comparable a la de nuestro tiempo; pero tampoco se benefició de
los vientos de renovación que crearon la Europa moderna. Era un hombre
supremamente conciente tanto de la energía, el flujo y las contradicciones del
Renacimiento como de la inercia, la rigidez y la falsa seguridad de la Contrarreforma.
Le tocó en suerte nacer en la España de Felipe II, el bastión mismo de la ortodoxia.
Pero acaso sólo un español de su época pudo haber escrito el Quijote. En su ensayo
sobre "La perrecución y el arte literario," Leo Strauss sugiere que "la influencia de la
persecución sobre la literatura es que obliga a todos los escritores con puntos de vista
heterodoxos a desarrollar una técnica particular: la técnica de la escritura entre
líneas". El Concilio de Trento había sido particularmente enérgico en su exigencia de
que toda materia impresa fuese estrechamente vigilada. Incluso las soporíficas novelas
pastoriles fueron denunciadas desde los púlpitos de España como una amenaza contra
la castidad de las doncellas, invocando las palabras del Concilio: "Los libros que tratan
de cosas lascivas u obscenas no deben leerse ni enseñarse." Cuando Don Quijote,
famosamente, exclama, "Con la iglesia hemos topado, Sancho", no hay confusión
posible ni identificación alguna de la iglesia con los gigantes, encantadores y otras
criaturas de la imaginación del hidalgo. Cervantes está hablando de una realidad
tangible y sabe de qué está hablando. El manuscrito original de la novela ejemplar de
Cervantes, El celoso extremeño, termina con los amantes en el lecho, unidos
carnalmente. Pero después de que el Arzobispo de Sevilla, el Cardenal Fernando Niño
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de Guevara, leyó el original, "los ángeles de la Contrarreforma", como dice Américo
Castro, agitaron sus alas sobre los malhadados amantes. En la versión publicada de
esta novela ejemplar, la pareja duerme unida en perfecta castidad. Cervantes atendió
las indicaciones de Su Eminencia. Es preciso regresar a uno de los puntos de partida.
¿Fue Cervantes, como opina el propio Castro en su libro sobre el pensamiento del
autor del Quijote, un gran disimulador "que recubrió de ironía y habilidad opiniones e
ideas contrarias a las usuales"? De haberlo sido, como en seguida admite Castro, su
caso no sería muy distinto del de otros escritores sorprendidos en plena playa
renacentista por la marea reaccionaria de la Contrarreforma: Campanella, Montaigne,
Tasso y Descartes, para no mencionar el ejemplo más dramático de todos: Galileo. Si
nos atenemos al texto del Quijote, es imposible decir que Cervantes el ingenuo no
sabía lo que hacía o que Cervantes el hipócrita sabía más de lo que decía. El texto nos
habla de un escritor inmerso en un extraordinario combate cultural, en una operación
critica sin paralelo para salvar lo mejor de España de lo peor de España, los rasgos
vivos del orden medieval de sus rasgos muertos, las promesas del Renacimiento de sus
peligros. Es al nivel de la crítica de la creación dentro de la creación y de la
estructuración de la crítica como una pluralidad de lecturas posibles, y no en la
parquedad de la ingenuidad o la hipocresía, como Cervantes da respuesta al
monolitismo de la España mutilada, encerrada, vertical y dogmática que sucede a la
derrota de la rebelión comunera y al Concilio de Trento.
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CRÓNICA:DOS FUNDADORES DE LA MODERNIDAD
Shakespeare y Cervantes CARLOS FUENTES
27 OCT 2001
Adiós, adiós, recuérdame'. La frase con que el fantasma del padre de Hamlet aparece y
desaparece, casi simultáneamente, es el gatillo de la tragedia. Hamlet duda porque
recuerda. Actúa porque recuerda. Y representa porque recuerda. Hamlet es el
memorioso. Donde todos olvidan o quisieran olvidar, él se encarga de recordar y
recordarles a todos el deber de ser o no ser. Su ubicación es anómala. Hamlet es el
príncipe y habita un palacio lleno de recuerdos dinásticos, Elsinore. Una monarquía
vive de la tradición rememorada porque en ello reside su legitimación. Hamlet se
subleva, precisamente, contra la suplantación de la legitimidad por el rey Claudio,
hermano asesino del padre de Hamlet. Memoria, sucesión, legitimidad, son el
verdadero 'desnudo puñal' que Hamlet emplea al precio de la 'quietud' de la muerte.
Si el inglés cree en la tragedia de la voluntad y el español en la comedia de la
imaginación, los dos saben que sólo es posible mantenerlas mediante 'palabras,
palabras, palabras...'
Don Quijote, en cambio, surge de una oscura aldea en una oscura provincia española.
Tan oscura, en verdad, que el aún más oscuro autor de la novela no quiere (o no
puede) recordar el nombre del lugar. No quiere o no puede: el lugar oscurece,
esconde, ennegrece. Es 'la mancha'. Allí mismo, con el olvido de Cervantes, empieza la
novela moderna, trazando un vasto círculo que culmina con la obsesión del narrador
de Proust, en busca del tiempo perdido, o de los narradores de Faulkner, que están allí
para que no se olvide el peso de la historia, la raza, el crimen de los Sartoris, los
Snopes, el Sur...
Hamlet le hace al fantasma de su padre la promesa de desalojar de 'la mesa de mi
memoria' todo lo que no sea recuerdo del padre. Vivimos en un mundo de
distracciones, afirma el Príncipe de Dinamarca, pero mientras la Memoria tenga sitio
en la Mesa, toda 'banal constancia' será barrida de ella. La memoria es 'guardián de la
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mente' y así desea mantenerla Hamlet, al rojo vivo. Macbeth, en cambio, quisiera
olvidar, convirtiendo a la memoria en 'humo'. Hamlet quiere recordar un crimen.
Macbeth quiere olvidarlo, arrancar de la memoria 'una enraizada desgracia', arrasar
los pesares escritos en la mente, encontrar el antídoto dulce que limpie al pecho de
esa 'peligrosa materia', la memoria, pesar del corazón... Qué contraste con Hamlet y su
fervoroso deseo de que la memoria sea 'siempre verde', es decir, palabra perenne del
ser.
Semejante tensión entre el recuerdo y el olvido, semejante 'puesta en abismo' de la
memoria, revela la modernidad auroral de Shakespeare y Cervantes. Hamlet, Macbeth,
Quijote, son protagonistas de una memoria difícil, selectiva. Hamlet quiere recordar un
crimen. Macbeth quiere olvidarlo. Quijote sólo quiere recordar, en plural, sus libros y
acaba recordando, en singular, su libro. Para la épica antigua, este tipo de dilema es
ajeno. Lo propio de la épica, nos dice Eric Auerbach, es una omni-inclusividad. Todo
cabe, todo debe caber en la épica. Homero y Virgilio no olvidan nada. En cambio, el
coronel Chabert de Balzac ha sido olvidado por su esposa, sus amigos, su sociedad.
Todos creen que Chabert murió en el campo de batalla de Eylau. En cambio, Penélope
teje y desteje convencida de que Odiseo no ha muerto ni será olvidado. Los personajes
de la antigüedad poseen nombres y atributos inolvidables, fijos, eternos: Ulises es el
prudente, Néstor el domador, el ligero (y colérico) es Aquiles. En cambio, entre dos
escalones, la sirvienta de la casa se olvida del nombre que Walter Shandy quiere darle
a su hijo recién nacido, Trismegisto, y gracias al olvido de una criada, el 'héroe' de la
novela se ve endilgado, para siempre, con un nombre indeseable, Tristán.
Gogol le da un soberbio giro a la relación entre memoria e identidad. Su pícaro,
Jlestajov, es recordado por todos, pero recordado no como lo que es, sino como lo que
no es: el temido Inspector General. Con Kafka, regresamos a la tradición cervantina:
nadie recuerda al agrimensor K. Milan Kundera le da a esta tradición su vuelta final
en El libro de la risa y el olvido, donde aquellos que recuerdan, olvidan. Kundera,
escribiendo desde una sociedad represiva y disfrazada, donde nada es lo que dice o
parece ser, nos dice que el olvido es la única memoria de quienes no pueden o no
quieren identificarse a sí mismos o a los demás.
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En el magnífico cuento, Instrucciones para Richard Howells, Julio Cortázar nos da otra
clave de la memoria y el olvido. El personaje del cuento, el epónimo Richard Howells,
asiste a una representación teatral. Hay una mirada de terror en la actriz principal,
quien le susurra a Howells el espectador: 'Sálveme. Me quieren matar'. ¿Qué ha
sucedido? ¿Ha entrado Howells a la representación teatral, o ha ingresado la heroína
al mundo cotidiano de Howells?
Lo que Cortázar propone es una circulación de géneros, blasfemia que la Ilustración -
Voltaire notablemente- le reprochó a Shakespeare por ofrecer una vulgar ensalada de
tragedia y comedia, personajes nobles y burlescos, lírica y regüeldo, todo en la misma
obra. Pero Cervantes también rompió géneros mezclando épica y picaresca, novela
pastoril y novela de amor, pero sobre todo, novelas dentro de la novela. Allí se reúnen
Shakespeare y Cervantes: en la circulación de géneros, la 'impureza' que ofendía a
Voltaire, la mancha manchega de Quijote y las manos sucias de Macbeth.
Ambos, Shakespeare y Cervantes, acaban reuniéndose en esta circulación de géneros,
verdadero bautizo de la libertad de creación moderna. La circulación adopta una clara
y paralela forma en ambos autores: la de la novela dentro de la novela de Cervantes,
que se convierte en teatro dentro del teatro en el retablo de Maese Pedro, dándole la
mano al play within the play de Shakespeare, teatro dentro del teatro, a fin, dice
Hamlet, de 'capturar la conciencia del rey'. Harry Levin, analizando ambos teatros
dentro del teatro, sugiere que en Hamlet el rey Claudio interrumpe la representación
porque el teatro empieza a parecerse demasiado a la realidad. En cambio, en
el Quijote, el Caballero de la Triste Figura interrumpe violentamente una
representación que empieza a parecerse demasiado a la imaginación. Claudio quisiera
que la realidad fuese una mentira oculta, la muerte del padre de Hamlet. Don Quijote
quiere que la fantasía sea realidad, una princesa prisionera de los moros, salvada por el
valor enfurecido de Don Quijote.
Claudio debe matar al teatro para matar a la realidad. Quijote debe matar al teatro
para darle vida a la imaginación. Quijote es el embajador de la lectura. Hamlet es el
embajador de la muerte. Para obligar al mundo a recordar, Hamlet el héroe del Norte
impone la muerte para sí y para los demás, como la única medida de su energía
histórica. Para obligar al mundo a imaginar, Quijote el héroe del Sur impone el arte, un
arte absoluto que ocupa el lugar de una historia muerta. Hamlet es el héroe de la
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duda, y su loco escepticismo desencadena un torrente de energía mortal. Hamlet le
ofrece, al cabo, un sacrificio a la razón, que es la hija triunfadora de su enfermedad.
Don Quijote es el héroe de la fe. El Hidalgo cree en lo que lee y su sacrificio consiste en
recobrar la razón. Debe, entonces, morir. Cuando Alfonso Quijano se vuelve razonable,
Don Quijote ya no puede imaginar.
Hay otra cosa en común entre Don Quijote y Hamlet. Ambos son figuras incipientes,
inimaginables antes de ser puestas en marcha, desde la arcilla de la imaginación, por
Cervantes y Shakespeare. Los héroes antiguos nacen armados, como Minerva de la
cabeza de Zeus. Son de una pieza, enteros. Don Quijote y Hamlet son inimaginables
antes de ser escritos. Ambos pasan de ser figuras inimaginables a ser arquetipos
eternos mediante la circulación contaminante de géneros. Su impureza los configura.
Claudio Guillén describe al Quijote como un intenso diálogo de géneros que se
encuentran, dialogan entre sí, se burlan de sí mismos y desesperadamente exigen algo
más allá de sí mismos. Y en Hamlet, la libertad de género shakespeareana, la magnífica
mezcla de estilos, sublime y vulgar en la misma diástole, tan simultánea como la
retórica del rey Enrique V y el eructo del cobarde Ancient Pistol, ¿no coinciden acaso
con la confrontación de estilos cervantina?
Sancho Panza le da a esta dé
marche -paso, aproximación, demarcación- su más loco sentido cuando el escudero, el
representante mismo del realismo terreno, se convierte en el ilusorio gobernador de
La Ínsula Barataria, y debe, igual que su amo Don Quijote, aunque menos felizmente,
actuar otra ficción dentro de la ficción.
Shakespeare tiene su anti-Sancho, el pomposo Polonio, quien de la manera más
gratificante deletrea su falta de respeto hacia el género (que Polonio, obviamente,
respeta porque el género es respetable y Polonio es el guardián de la respetabilidad
cortesana) cuando anuncia la excelencia de la compañía de actores llegada a Elsinore:
'Los mejores actores del mundo, trátese la tragedia, comedia, historia pastoral,
trágico-histórico, tragicómico-histórico-pastoral: escena indivisible o poema sin límite'.
Los mundos limitados y divisibles de Shakespeare y Cervantes rehúsan la unidad de lo
indivisible, la poesía de la eternidad. El hombre de la Mancha y el cisne de Avon son
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aquí y ahora, son hombres renacentistas. Uno más triste que el otro porque su historia
española está cansada, agotada por la gesta imperial que circunavegó el orbe y
conquistó un Nuevo Mundo, y vaciada por la persecución y la intolerancia hacia las
herencias árabe y hebrea, y por eso Cervantes adopta la máscara de la comedia. El
otro más triste aún porque no cultiva ilusiones acerca de los actores que se pavonean
una hora en el escenario rememorando su gloriosa gesta en Roma o Egipto, en
Inglaterra o Escocia, y por eso, en la hora del triunfo isabelino, Shakespeare adopta la
máscara de la tragedia.
Creo que ninguno de los dos cree en Dios pero no pueden decirlo y si el inglés cree en
la tragedia de la voluntad y el español en la comedia de la imaginación, ambos saben lo
difícil que es mantener imaginación o voluntad excepto mediante 'palabras, palabras,
palabras...'.
Quijote el bueno y Macbeth el malo quieren olvidar. Hamlet el ambiguo quiere
recordar. Pero Quijote es personaje de novela, Hamlet y Macbeth de teatro. Quijote
usa la máscara de la comedia, Hamlet y Macbeth las de la tragedia. Quijote lee y es
leído. Hamlet y Macbeth representan y son vistos. Borges se pregunta por qué motivo
nos inquieta tanto que Don Quijote sea lector del Quijote y Hamlet espectador
de Hamlet. Tales inversiones, sugiere Borges, sugieren a su vez que si los personajes de
una obra de ficción pueden ser lectores o espectadores, nosotros, lectores y
espectadores también, también podemos ser ficciones.
* Este articulo apareció en la edición impresa del Sábado, 27 de octubre de 2001
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