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La violencia política en Amalia de José Mármol Gustavo Fuhr
Facultad de Ciencias Humanas - Universidad Nacional de La Pampa
Ni el polvo de sus huesos la América tendrá.
José Mármol, a Rosas
En los azares de la montonera murió por el color de una divisa;
fue el que no pidió nada, ni siquiera la gloria, que es estrépito y ceniza.
Jorge Luis Borges - El gaucho
1. Consideraciones preliminares
En la siguiente ficha de cátedra analizamos la violencia política adjudicada a la
facción federal por sus opositores. Para esta tarea utilizaremos la novela Amalia de José
Mármol (1855). En su obra, el poeta describe con gran detalle y precisión las distintas
formas de violencia política que sufrieron todos aquellos opositores (o sospechados de
serlo) al régimen de Juan Manuel de Rosas. Previamente, quisiéramos advertir al lector que
las descripciones realizadas por Mármol están cargadas de sus valoraciones personales y
experiencias respecto al rosismo y quizás, muchas veces, no se correspondan con el
conocimiento que los estudios historiográficos actuales nos han aportado sobre este período
de nuestra historia.
De esta manera, Amalia será nuestra fuente principal. Por lo dicho anteriormente,
debemos tomar los recaudos necesarios para no caer en el error de pensar que las
apreciaciones realizadas por Mármol en su novela constituyen una realidad histórica
inobjetable. No obstante, creemos que el tratamiento de esta obra puede brindarnos indicios
que nos ayuden a comprender la complejidad del entramado histórico que constituyó la
disputa política entre facciones enemigas.
El trabajo lo estructuramos en cuatro partes. En primer lugar, exponemos porqué
consideramos importante el estudio de la violencia política y explicitaremos las
características generales de la novela, el contexto histórico (y de producción). En segundo
lugar, dedicamos unas líneas a describir la antesala que conduce directamente a la
violencia: la construcción de un “otro” que es demonizado, en este caso los “unitarios”,
considerados opositores a Juan Manuel de Rosas. En tercer lugar, abordamos las distintas
formas de violencia que el partido del “Restaurador de las Leyes” aplicó sobre los llamados
“unitarios”. Y en cuarto lugar, nos detenemos en las formas de resistencia, inferidas de la
novela, adoptadas por los antagonistas al régimen rosista.
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2. Amalia: contexto de producción y sus personajes
Pensamos que es muy importante el estudio de la violencia política porque fue una
práctica constante en nuestra historia nacional. “La violencia es lesiva y afecta directamente
al cuerpo. Ninguna otra contingencia es tan constrictiva como la violencia. Si es tan
efectiva como medio de dominación, es porque para la víctima el dolor es ineluctable. Pues
la violencia desencadena reacciones que agobian interiormente a la víctima: miedo, dolor,
desesperación y sentimiento de desamparo. La violencia afecta al hombre en lo más íntimo,
sometiéndolo así en su totalidad” (Sofsky, 2006: 69). Deconstruir los discursos y prácticas
que supone la violencia es el primer paso para que una sociedad pueda superar los flagelos
que aquella produce.
En los años comprendidos entre 1839 y 1842, Rosas fue firme en su pretensión de
poner a la población de Buenos Aires bajo el signo federal: “sólo una profunda
homogeneidad política, creía, podía garantizar la estabilidad, motivo por el cual no admitía
ningún tipo de ambigüedades a la hora de pronunciarse: […] quien no apoyaba las políticas
promovidas por Rosas era unitario –aunque fuera federal- y, en consecuencia, enemigo del
orden o anarquista” (Pagani, Souto y Wasserman, 1999: 288). El anatema cayó con fuerza
sobre todo aquel que fuera sospechado de no ser fiel a la causa de la “santa federación”.
Como vemos, el miedo se cernió sobre gran parte de la población por el carácter, muchas
veces, arbitrario de las acusaciones que se realizaron sobre las personas. Mármol escribió al
respecto, “uno de los rasgos característicos de la época de Rosas era el afán de los hombres
por saludarse unos a otros aun cuando en su vida se hubieran visto la cara: originalidad que
no puede explicarse de otro modo que por el miedo que recíprocamente se tenían todos”
(1964: 303).
Sabemos que el autor de Amalia tuvo motivos personales que justificaron su encono
contra Rosas. En su obra reveló la persecución que recibió en sus años de juventud: “en
1839 recibí, en la cárcel y en los grillos de Rosas, el bautismo cívico destinado por él a
todos los argentinos que se negaban a prostituirse en el lupanar de sangre y vicios en que se
revolcaban sus amigos […] Sólo, sumido en un calabozo donde apenas entraba la luz del
día por una pequeña claraboya, yo no olvidaré nunca el placer que sentí cuando el jefe de
policía consintió en que se me permitiese hacer traer algunas velas y algunos libros. Y fue
sobre la llama de esas velas donde carbonicé algunos palitos de yerba mate para escribir
con ellos, sobre las paredes de mi calabozo, los primeros versos contra Rosas y los
primeros juramentos de mi alma de diez y nueve años de hacer contra el tirano y por la
libertad de mi patria todo cuanto he hecho y sigo haciendo en el largo período de mi
destierro” (1964:193).1
1 Mármol formó parte de la denominada Generación del 37. Esta generación “se reconoce (en) la experiencia
político – cultural iniciada a mediados de la década de 1830 por un sector juvenil de la elite letrada integrado
en su mayoría por ex estudiantes de la Universidad de Buenos Aires. La elección de esa fecha en la
nominación se debe a que sus actividades tuvieron su primera expresión pública colectiva en junio de 1837,
en el marco del Salón Literario de Marcos Sastre” (Wasserman, 1997: 14).
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Amalia empezó a publicarse como folletín del periódico La Semana en 1851,
mientras el autor se hallaba en Montevideo, ciudad oriental donde el poeta vivió expatriado
desde 1840. La edición completa, con supresiones y muchos agregados de carácter
documental, fue publicada en Buenos Aires en 1855. Estamos en presencia de la primera
novela argentina. Amalia presenta un idilio acabado trágicamente y, a la vez, un cuadro
político-social de los gobiernos de Juan Manuel de Rosas. Desde su obra Mármol denunció
el terror del régimen rosista, la resistencia de los unitarios, el riesgo de ser atrapados por la
mazorca, la participación de las clases bajas de la sociedad, el bloqueo francés, la actividad
de los opositores que debieron exiliarse y desde Montevideo planearon el derrocamiento de
Rosas. En este cuadro es, entonces, el escenario de la trama de amor entre Amalia y
Eduardo Belgrano. Como afirma Betria “Amalia es una novela histórica que contiene, al
mismo tiempo, un panfleto político que podría extractarse y leerse en forma independiente
de la historia ficcional relatada en la novela, y donde, alternativamente, aparece la voz del
autor con sus opiniones políticas respecto de los tópicos más caros a su generación: la
actitud equivocada de los unitarios; los errores de Lavalle; la frustración que les provocó
Francia al pactar con Rosas; la defensa de una alianza de hecho con los franceses que no
implicaba traición a la patria por parte de los jóvenes emigrados en Montevideo, su revisión
de la Revolución de Mayo como un movimiento que prematuramente instaló la República,
los atrasos culturales de una sociedad ligada a las tradiciones españolas” (2013: 53).
La novela tiene en su inicio una explicación del autor, allí nos dice: “la mayor parte
de los personajes históricos de esta novela existen aún, y ocupan la misma posición política
o social que en la época en que ocurrieron los sucesos que van a leerse. Pero el autor, por
una ficción calculada, supone que escribe su obra con algunas generaciones de por medio
entre él y aquéllos y es esta la razón por que el lector no hallará nunca en presente los
tiempos empleados al hablar de Rosas, de su familia, de sus ministros”. De esta manera
Mármol nos relata hechos que le son contemporáneos en tiempo pasado. A su vez, la
novela está dividida en cinco partes que contienen un total de diecinueve capítulos y
concluye con una especie2 de epílogo. La primera escena de la novela es justamente un
hecho violento. El coronel Francisco Lynch, Eduardo Belgrano, Oliden, Riglos y Maisson
intentaban escapar hacia la Banda Oriental la noche del 4 de mayo. Aquellos eran
conducidos por Juan Merlo, quien debía embarcarlos en una ballenera con aquel propósito.
Sin embargo, Merlo los traiciona. Su agudo silbido alerta a los secuaces del Restaurador y
éstos se lanzan sobre los jóvenes unitarios. Después de una encarnizada lucha en la que
perecen sus compañeros, Eduardo Belgrano, "tranquilo, valiente, vigoroso y diestro",
enfrenta a sus enemigos y descarga sobre ellos su furia. A pesar de sus esfuerzos, cae
herido, pero en el momento en que va a ser degollado por un federal, llega Daniel Bello, su
amigo, y lo rescata del cuchillo mazorquero. Ambos logran deshacerse de la policía y
Daniel lleva a Eduardo a la casa de su prima Amalia. A partir de allí la historia se estructura
en tres pilares: 1) La historia de amor entre Eduardo Belgrano y Amalia, ambos personajes
de ficción; 2) una serie de secuencias históricas que giran en derredor de los excesos (desde
2 Así aparece presentado en la novela.
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la mirada de Mármol) personales de Rosas, y 3) las intrigas protagonizadas por Daniel
Bello3 dentro del seno del partido federal (podríamos decir que era un “unitario
encubierto”, formaba parte del círculo político rosista que tanto aborrecía). Bello es el
personaje de ficción central de la obra, al que Mármol dota de todas las virtudes del ideario
unitario.
Detrás de Amalia Sáenz de Olabarrieta, Eduardo Belgrano y Daniel Bello, aparecen
en segundo plano los restantes personajes de la novela: “Florencia Dupasquier (novia de
Daniel) y su madre, Cándido Rodríguez, antiguo maestro de Daniel y secretario privado del
ministro de Relaciones Felipe Arana, y doña Marcelina, que le presta varios servicios a
Daniel y a su causa. Alrededor de ellos se mueven los personajes históricos. […]
Desempeñan un papel importante algunos diplomáticos como el señor Slade, cónsul de los
Estados Unidos, el señor Juan Enrique Mandeville, ministro del gobierno británico y el
señor Buchet de Martigny, cónsul y agente francés en Montevideo. Mármol rodea a Rosas
de su familia y de sus colaboradores que incluyen a su hija Manuela Rosas y Ezcurra, las
hermanas del dictador: Agustina Rosas, casada con el general Lucio Mansilla, Mercedes
Rosas, esposa del Dr. Rivera y María Josefa Ezcurra, la hermana política de Rosas. Se
vinculan con el dictador en sus funciones oficiales el general Manuel Corvalán, su edecán,
el comandante Cuitiño, el coronel Julián González Salomón, presidente de la Sociedad
Popular Restauradora, Nicolás Mariño, redactor de la Gaceta Mercantil, órgano oficial de
los federales y Bernardo Victorica, jefe de la policía” (Karsen, 1989: 749).
3. Construyendo al enemigo
En este apartado nos referiremos a la construcción de un “otro/enemigo”4, que
consideramos es el primer nivel de la violencia política. Al referirnos a los unitarios desde
la representación discursiva, coincidimos con Domínguez Arribas (2003: 556) cuando
afirma que se trata “de un unitario imaginado”. Así, cuando un propagandista del rosismo
aludía a los “salvajes unitarios”, no tenía por qué referirse necesariamente a los miembros
de este partido, ya que la categoría de “unitarios” fue utilizada por el discurso del régimen
para uniformar a los diversos enemigos de Rosas —reales o supuestos— bajo una única
denominación. “Unitario” se convirtió en un término comodín que permitía englobar a
sectores muy distintos: desde los miembros de la Generación de 1837, a los jesuitas,
pasando por los federales disidentes y por los “auténticos” unitarios. Lo único que tenían en
común era ser considerados enemigos por el discurso rosista. El término “unitario” se
3 No sería exagerado concebir a Daniel Bello como un alter ego del propio Mármol. 4 Acerca de la proyección realizada sobre el oponente político nos parece interesante rescatar la reflexión de
Marino (2011: 6) quien considera que “el cuerpo vestido como integrante de la cultura visual de una época
ofrece una información riquísima para la lectura de sus imágenes y para la definición de los espacios de
circulación de las mismas. Si a esto se le suman los mecanismos de control, vigilancia y sanción impuestos
explícita e implícitamente por el gobierno a través de leyes, ordenanzas y –más importante aún– a través de la
mirada del “otro”, la indumentaria y sus lenguajes y prácticas ayudan a revelar esos espacios donde la
membrana de lo privado se hacía permeable y permitía que ingresara la política”.
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transformó en un genérico que permitió englobar a un espectro heterogéneo de opositores
dentro de una misma categoría.
Desde el plano visual, la imagen de Rosas se materializó en distintos elementos de
uso cotidiano como los relojes, guantes, pañuelos, y los abanicos y peinetones utilizados
por las damas. Es así como el uso de estos distintivos o la clásica divisa punzó,5 sumado a
la forma de saludar (con las habituales expresiones: “¡mueran los inmundos salvajes
unitarios!)”, creaba elementos de identificación, es decir, un “nosotros”. Según Marino “las
prácticas y los usos […] como dar la mano y exhibir la efigie de Rosas, sacarse la galera y
mostrar el retrato del Restaurador en el fondo, comer con vajilla rosista, arreglar un bouquet
de flores en un jarrón con el doble retrato de Encarnación y Juan Manuel, adornar y señalar
el cuerpo con cintas rojo punzó y sus correspondientes lemas de “Federación o Muerte” o
“Mueran los salvajes unitarios” fueron las actividades cotidianas que […] servían para dar
la información correcta con respecto a la situación individual y colectiva con respecto al
régimen. Se estaba de un bando o del otro” (Marino 2011: 7). De esta manera, se establece
un juego de antagonismos que permite a un grupo identificarse (y cobrar sentido) en
oposición a otro. En el siguiente extracto de la novela, Mármol pone en escena a Rosas
como el artífice de todo un imaginario acerca de los unitarios (en especial su carácter de
“salvajes”):
-“Está bien -dijo Rosas volviendo el acta al escribiente-. ¿Bajo qué rótulo va usted a poner esto?
-"Comunicaciones de las provincias dominadas por los unitarios", como
Vuecelencia lo ha dispuesto...
-Yo no he dispuesto eso; vuelva usted a repetirlo.
-"Comunicaciones de las provincias dominadas por los traidores unitarios" -dijo el joven empalideciendo
hasta los ojos.
-Yo no he dicho eso; vuelva usted a repetirlo.
-Pero, señor.
-¡Qué señor! A ver, diga usted fuerte para que no se le olvide más: "Comunicaciones de las provincias
dominadas por los salvajes unitarios".
-"Comunicaciones de las provincias dominadas por los salvajes unitarios" -repitió el joven con un acento
nervioso y metálico que hizo abrir los ojos al viejecito de la casaca colorada, que en aquel momento se había
dormido profundamente.
-Así quiero que se llamen en adelante; así lo he mandado ya. "Salvajes", ¿oye usted?
-Sí, Excelentísimo señor, salvajes” (Mármol, 1964:32).
En efecto, “el discurso anti-unitario defendía la posibilidad de reconocer al enemigo
unitario a partir de su aspecto exterior. Los colores celeste y verde, la vestimenta concreta
(levita, pantalón, chaleco y bota fuerte) y una forma determinada de afeitarse (ausencia de
bigote y “patilla en U”) permitían que, según la propaganda rosista, la identificación fuera
posible. Daniel Bello que reflejó el modelo del unitario ideal en Amalia, aparece descripto
en los siguientes términos:
5 “Los hombres lucían la divisa en el pecho o en el sombrero; las mujeres, generalmente en el pelo. Se fue
volviendo frecuente el agregar inscripciones al distintivo, como la corriente “mueran los salvajes unitarios” (a
veces alargada con otros adjetivos: “asquerosos inmundos”). El celeste, y también por aproximación el verde,
identificados con el unitarismo, se volvieron sospechosos” (Di Meglio, 2007: 74).
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“Este joven, de veinte y cinco años de edad, de mediana estatura, pero perfectamente bien formado, de tez
morena y habitualmente sonrosada, de cabello castaño y ojos pardos, frente espaciosa, nariz aguileña, labios
un poco gruesos, pero de un carmín reluciente que hacía resaltar la blancura de unos lindísimos dientes; este
joven, de una fisonomía en que estaba el sello elocuente de la inteligencia, como en sus ojos la expresión de la
sensibilidad de su alma” (Mármol, 1964: 24).
De Amalia, dice el poeta:
“Había algo de resplandor celestial en esa criatura de veintidós años, en cuya hermosura la Naturaleza había
agotado sus tesoros de perfecciones, y en cuyo semblante perfilado y bello, bañado de una palidez ligerísima,
matizada con un tenue rosado en el centro de sus mejillas, se dibujaba la expresión melancólica y dulce de
una organización amorosamente sensible” (Mármol, 1964: 85-86).
Una distinción se hacía necesaria. Así, en oposición directa a este “aspecto
unitario”, el “aspecto federal” se caracterizaba por el uso masivo de otro color (el punzó,
próximo al rojo), de otras ropas y distintivos (chiripá, poncho, bota de potro, divisa y
cintillo punzó) y de otros adornos faciales en los hombres (patilla alargada y bigote). En el
terreno de las apariencias, ser federal era sobre todo no ser unitario” (Domínguez Arribas,
2003: 560 - 561). Así entonces, los signos/símbolos exteriores (o también su ausencia)
permitían obtener los datos necesarios para reconocer el color político de cada sujeto.
En Amalia los federales son presentados de la siguiente manera:
“La sala de la casa de Salomón estaba cuajada por los jinetes a quienes pertenecían aquellos caballos, y todos
ellos uniformemente vestidos en lo más ostensible de su traje, es decir, sombrero negro con una cinta punzó
de cuatro dedos de ancho, chaqueta azul oscuro con su correspondiente divisa de media vara, chaleco
colorado, y un enorme puñal a la cintura, cuyo mango salía por sobre la chaqueta un poco hacia el costado
derecho: espada de la Federación, como lo llama Daniel. Y, del mismo modo que el traje, las caras de
aquellos hombres parecían también uniformadas: bigote espeso; patilla abierta por bajo de la barba, y
fisonomía de esas que sólo se encuentran en los tiempos aciagos de las revoluciones populares, y que la
memoria no recuerda haberlas encontrado antes en ninguna parte de la tierra” (Mármol, 1964:79).
Mármol recogió la disyuntiva civilización/barbarie que había sido planteada, seis
años antes de la aparición de Amalia, por Sarmiento en su obra Facundo, Civilización y
Barbarie en las pampas argentinas (1845). Así, observamos a dos “otros” bien definidos,
por un lado, los unitarios representarían la civilización asociada a la ilustración y el
refinamiento europeo; por el otro, la barbarie encarnada en los federales. Mármol planteó
esta dicotomía de la siguiente manera: “ya no era la cuestión de unitarios y federales: eran
la civilización y la barbarie las que quedaron para disputar más tarde su predominio” (1964:
236).
En este marco, la extracción social de los individuos tenía incidencia en la
composición de las facciones federal y unitaria, aunque claro está, no era definitoria. Como
afirma Gelman “desde la Generación del 37 en adelante es posible detectar una visión
bastante compartida que reconoce en la fracción federal en general y en Rosas en particular,
un amplio apoyo de los sectores populares rurales, así como el sostén, en el caso específico
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del Restaurador, de sectores sumergidos de la ciudad de Buenos Aires, en especial los
"morenos", la población de los arrabales, los marginales. También hay bastante
coincidencia en señalar la pertenencia del gobernador (y de otros caudillos federales) al
sector de los terratenientes, mientras que las élites comerciales y los sectores medios y altos
urbanos, la llamada "gente decente", parecían más proclives al unitarismo” (Gelman,
2004:362).
Se puede advertir que los sectores populares tuvieron gran participación en este
período, Mármol hace patente la intención tanto de Rosas como de sus familiares de
relacionarse de tú a tú con la plebe, sin que ello menoscabara de ninguna manera su
posición. El novelista graficó esta situación en una escena que se desarrolla en la casa de
María Josefa Ezcurra (cuñada de Rosas), personaje demonizado por la pluma de Mármol
(1964: 159 y 160):
“Doña María Josefa Ezcurra estaba sentada en un pequeño sofá de la India, al lado de su cama, tapada con un
gran pañuelo de merino blanco con guardas punzó, y tomaba un mate de leche que la servía y la traía por las
piezas interiores una negrilla joven.
-Entre, paisano; siéntese -dijo al hombre de la gorra de paño, que se sentó, todo embarazado, en una silla de
madera de las que estaban frente al sofá de la India.
-¿Toma mate amargo o dulce?
-Como a Usía le parezca -contestó aquél, sentado en el borde de la silla, dando vuelta a su gorra entre las
manos.
-No me diga "Usía". Tráteme como quiera, nomás. Ahora todos somos iguales. Ya se acabó el tiempo de los
salvajes unitarios, en que el pobre tenía que andar dando títulos al que tenía un frac o sombrero nuevo. Ahora
todos somos iguales, porque todos somos federales […]
-Y ser todos iguales, los pobres como los ricos, eso es Federación, ¿no es verdad?
-Sí, señora.
-Pues eso no lo quieren los salvajes unitarios; y por eso, todo el que descubre sus manejos es un verdadero
federal, y tiene siempre abierta la casa de Juan Manuel y la mía para poder entrar y pedir lo que le haga falta;
porque Juan Manuel no niega nada a los que sirven a la patria, que es la Federación; ¿entiende, paisano?”.
4. Los mecanismos de la violencia
En base a las descripciones realizadas por Mármol, abordaremos los distintos tipos
de violencia que los federales desplegaron sobre los unitarios en los años que fueron
llamados del “terror”. Como en todo momento de convulsión social, nadie podía decir a
ciencia cierta si su vida estaba libre de peligro: “Desde fines del mes de septiembre y el
mes de octubre del año 1840, la ciudad de Buenos Aires quedó en manos de la mazorca.
Las personas se mantenían en sus casas con los postigos cerrados. Las calles estaban
desiertas, silenciosas. La campaña del general Lavalle, la insurrección del Sud, la coalición
del norte, la intervención extranjera, la conspiración de Maza, provocaron una furiosa
reacción federal […]. Solamente se escuchaba el movimiento de los mazorqueros. Las
personas se cuidaban de lo que hablaban, pues una denuncia significaba la sentencia a
muerte” (González, 2006: 11-12). Las formas de violencia fueron de distinta naturaleza, en
Amalia detectamos violencia física, discursiva, material y simbólica; a continuación serán
desarrolladas en ese mismo orden.
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4.1. El terror
En este período Rosas había hecho todo lo que estaba a su alcance para que su
autoridad y la del partido federal sea indiscutida. Según Gelman “entre los principales
instrumentos del gobierno se encontraba el control represivo de la población y un proceso
inmediato de uniformización del conjunto bajo el signo federal, que pasa a ser sinónimo de
defensa del gobierno y la persona de Rosas. De esta manera se produce un deslizamiento
bastante pronunciado por el cual cualquier opositor al gobierno, aunque fuera de origen
federal, dejaba de serlo y pasaba a ser un salvaje unitario” (2004: 367). En este sentido,
Mármol escribió:
“Los tiranos en todas partes han perseguido un partido, una idea. Pero en ninguna han perseguido a la
sociedad con una pequeñísima parte de la sociedad misma. Las proscripciones pegadas en la puerta del senado
romano hacían saber siquiera quiénes eran los que estaban bajo el anatema del odio o de la venganza. Pero en
Buenos Aires ninguno era señalado, y todos estaban bajo el anatema. La hoguera inglesa no hizo menos
estragos que la española. Pero cada hombre sabía, en las creencias religiosas que profesaba, cuál era el destino
que le cabía. En Buenos Aires no había más medio de poder conocer ese destino, no había otro camino que
condujese a la seguridad personal que convertirse en asesino, para libertarse de ser víctima. Y no se crea que
la palabra asesino es empleada como un concepto hiperbólico, sino que materialmente era preciso asociarse a
lo más corrompido de la Mazorca, y tener el cuchillo en la mano, matando o pronto para matar. En todas
partes, la adhesión moral a la causa del poder, por más brutal y tiránico que fuese, ha sido, naturalmente, una
salvaguardia. En Buenos Aires, no. El antiguo federalista de principios, siempre que fuese honrado y
moderado; el extranjero mismo, que no era ni unitario, ni federal; el hombre pacífico y laborioso que no había
sentido jamás una opinión política; la mujer, el joven, el adolescente, puede decirse, todos, todos, todos
estaban envueltos, estaban comprendidos en la misma sentencia universal: o ser facinerosos o ser víctimas”
(Mármol, 1964: 274).
Como vemos, en esta convulsión social ninguna persona se sabía totalmente libre
del alcance de la violencia. Como sostiene Zubizarreta “…debemos recordar que estos
relatos se desarrollaron en los tiempos del primer bloqueo francés (1838-1840), es decir, en
el peor momento del rosismo, pues cuanto más se temió por su caída, más dañino y
violento se tornó el régimen para sus enemigos supuestos o reales. La mazorca y la policía
se encontraban expectantes, no sólo de aquellos enemigos políticos que pretendiesen
escapar, sino y sobre todo, del auxilio que pudiesen recibir por las costas del Plata y del
Paraná…” (Zubizarreta, 2012:141). Los detractores de Rosas denominaron este período
como la etapa del terror6. Creemos pertinente traer a colación las palabras de Sofsky, para
quien el terror producido por la violencia “traspasa a la persona entera, desencadena en ella
fuerzas internas que la derriban. La persona no puede dominar el miedo y el dolor, tan poco
como para parar el próximo golpe del enemigo. No puede enfrentarse al poder de su propio
cuerpo sobre ella. Desaparecen las fronteras interiores que delimitan las sensaciones del
6 “…fue también el momento de la imposición de la “divisa punzó”, o distintivo rojo símbolo del federalismo,
y de otros símbolos federales cuyo uso se hizo obligatorio. Y, sobre todo, fue el momento de la persecución
de toda oposición política…” (Paz, 2007: 33).
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Rosas, exterminador de la anarquía.
Museo Histórico Cornelio de Saavedra.
Buenos Aires
cuerpo y las fuerzas del alma. La violencia libera al que la ejerce y destroza a la víctima.
Mientras aquel se expansiona, ésta se contrae hasta la nulidad. Aunque el hombre víctima
de la violencia sobreviva, nunca volverá a ser el que era antes” (Sofsky, 2006: 69). En
consonancia con esta idea, Mármol escribió:
-“El terror, esa terrible enfermedad que postra el espíritu y embrutece la inteligencia; la más terrible de todas,
porque no es la obra de Dios, sino de los hombres, según la expresión de Víctor Hugo, empezaba a introducir
su influencia magnética en las familias. Los padres temblaban por los hijos. Los amigos desconfiaban de los
amigos, y la conciencia individual, censurando las palabras y las acciones de cada uno, inquietaba el espíritu,
y llenaba de desconfianzas el ánimo de todos” (Mármol, 1964:54).
-“El terror fue graduado, fría y sistemáticamente, por el dictador.
Las personerías.
Los azotes.
Los moños de cinta, pegados con brea en la cabeza de las señoras.
Este y el otro asesinato, de tiempo en tiempo, fueron escalones sucesivos por los que Rosas fue arrastrando el
espíritu individual y el espíritu público al abismo de la desesperación y del miedo, a cuyo fondo insondable
debía empujarlos con mano de demonio en la San Bartolomé de 1840.
Así la sociedad en esta época se hallaba dividida en víctimas y asesinos. Y estos últimos, que desde muy atrás
traían sus títulos de tales; valientes con el puñal sobre la víctima indefensa; héroes en la ostentación de su
cinismo” (Mármol, 1964: 207-208).
4.2. Violencia Física
Las principales armas de Juan Manuel de Rosas fueron
la Sociedad Popular Restauradora y la “Mazorca”. Para Di
Meglio “el origen de la Mazorca no estuvo ligado a una
iniciativa gubernamental sino a una asociación política, la
Sociedad Popular Restauradora, nacida a fines de 1833. La
Mazorca fue un grupo que podemos llamar parapolicial,
integrado mayormente por empleados de la Policía en
actividad. […] los comisarios Ciriaco Cuitiño y Andrés Parra
cumplieron esas tareas pero sumaron un mayor énfasis que
ningún otro comisario en la vigilancia política. Esa rama
especial de la policía, las dos partidas volantes de Cuitiño y
Parra, fueron las que devinieron en la Mazorca” (Di Meglio,
2008: 74-77). La mazorca sería, entonces, el brazo armado de
la Sociedad Popular Restauradora. Mármol explicó el origen
de esta asociación: “…la Sociedad Popular Restauradora, de
quien la unión de sus miembros fue simbolizada por una
mazorca de maíz, a imitación de una antigua sociedad
española, cuyo símbolo era aquél, y cuyo objeto era la
propaganda de Más-horca: equívoco de pronunciación que
servía para determinar el símbolo y la idea, y que fue aplicado
también a la Sociedad Popular de Buenos Aires…” (Mármol,
1964:78). Para el letrado el modus operandi de la mazorca
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reveló una brutalidad descarnada:
“La entrada de la Mazorca a una casa representaba una combinación infernal de ruido, de brutalidad, de
crimen, que no tiene ejemplo en la historia de los más bárbaros tiranos. Entraba en partidas de ocho, diez,
doce o más forajidos. Unos empezaban a romper todos los vidrios, dando gritos. Otros se ocupaban en tirar a
los patios la loza y los cristales, dando gritos también. Unos descerrajaban a golpes las cómodas y los
estantes. Otros corrían de cuarto en cuarto, de patio en patio, a las indefensas mujeres, dándoles con sus
grandes rebenques, postrándolas y cortándoles con sus cuchillos el cabello; mientras otros buscaban, como
perros furiosos, por debajo de las camas y cuanto rincón había, el hombre o a los hombres dueños de aquella
casa, y si allí estaban, allí se los mataba, o de allí eran arrastrados a ser asesinados en las calles; y todo esto en
medio de un ruido y un griterío infernal, confundido con el llanto de los niños, los ayes de la mujer y la
agonía de la víctima” (1964: 318 – 319).
Quizás, no hubo arma más significativa en este período que el puñal. En una
tertulia, Mármol pone en la voz de doña María Josefa Ezcurra la predilección que tuvieron
los federales por aquella arma:
“-Pero no es época de espadas -observó doña María Josefa, sino de puñal. Porque es a puñal que deben morir
todos los inmundos salvajes asquerosos unitarios, traidores a Dios y a la Federación.
-Así es -dijeron algunos.
-El puñal, esa es el arma que deben tener los buenos federales -continuó doña María
Josefa.
-¡Cabal, el puñal! -gritó Salomón.
-¡Sí, que mueran a puñal, a puñal! -repitieron otros, y todos en seguida hicieron este magnífico coro de la
Federación.
-¡A puñal, pero en el pescuezo! -dijo doña María Josefa relampagueándole los ojos.
-Y que el cuchillo esté mellado; con eso les duele -agregó Gaetán, hombre amulatado y de una figura la más
repugnante posible” (Mármol, 1964: 239, 240).
Entendemos que hay un contraste entre el puñal y la espada. La espada representa el
honor, el poder y la fuerza. Se blande en el campo de batalla y son los valientes quienes la
esgrimen. En cambio, el puñal es un arma que recibió el desdén de Mármol. Bajo el oficio
del puñal se somete a vejaciones a los contrincantes y ver la sangre derramarse es el éxtasis
del mazorquero. Si bien es un arma que porta una sola persona, los ataques se realizaban en
cuadrillas7.
7 La sangre ocupa un lugar muy importante en la literatura del siglo XIX. Por demás sugerente resulta el título
Tablas de sangre que el poeta José Rivera Indarte eligió para su obra. En La Refalosa de Hilario Ascasubi
(1846) vemos las vociferaciones de un mazorquero en acción: “Mirá, gaucho salvajón [...] Unitario que
agarramos/lo estiramos (sigue una larga descripción de los distintos métodos de tortura que termina con la
muerte del unitario) y entonces lo desatamos/ y soltamos; y lo sabemos parar/ para verlo refelar/ ¡en la sangre!
[...] De ahí se le cortan orejas/ barba, patilla y cejas; / y pelao/ lo dejamos arrumbao, / para que engorde algún
chancho, / o carancho. // Con que ya ves, Salvajón; /nadita te ha de pasar/después de hacerte gritar: / ¡Viva la
Federación!”
Echeverría (1983:119) describió en El Matadero los vejámenes que sufrió un joven unitario a mano de una
cuadrilla de federales: “Sus fuerzas se habían agotado. Inmediatamente quedó atado en cruz y empezaron la
obra de desnudarlo. Entonces un torrente de sangre brotó borbolloneando de la boca y las narices del joven, y
extendiéndose empezó a caer a chorros por entrambos lados de la mesa. Los sayones quedaron inmóviles y
los espectadores estupefactos.
11
Sin embargo, la mazorca sólo era el brazo armado que ejecutó aquellos atropellos
tras recibir una denuncia. Aquí aparece en escena, nuevamente, la presencia de los sectores
populares que participaron activamente bajo un sistema de delaciones orquestado por el
mismo Rosas y sus familiares. Observamos cómo, tras ser rescatado Eduardo Belgrano y
refugiado en la casa de Amalia, Eduardo le dice a Daniel Bello:
-¡Pero es un proceder cruel; voy a comprometer la posición de esta criatura (refiriéndose a Amalia)!
-¿Su posición?
-Sí, su posición. La policía de Rosas tiene tantos agentes cuantos hombres ha enfermado el miedo. Hombres,
mujeres, amos y criados, todos buscan su seguridad en las delaciones. Mañana sabrá Rosas dónde estoy, y el
destino de esta joven se confundirá con el mío (Mármol, 1964:16).
Daniel, tras confortar y tranquilizar a Eduardo, insta a su prima a despedir a varios de sus
criados por temor a que fueran delatados por encubrir a un unitario que acababa de
escaparse de la mazorca, el diálogo es el siguiente:
“Oye, Amalia: tus criados deben quererte mucho, porque eres buena, rica y generosa. Pero en el estado en que
se encuentra nuestro pueblo, de una orden, de un grito, de un momento de mal humor se hace de un criado un
enemigo poderoso y mortal. Se les ha abierto la puerta a las delaciones, y bajo la sola autoridad de un
miserable, la fortuna y la vida de una familia reciben el anatema de la Mazorca.” (1964: 19).
Es notable en la trama de la novela el tratamiento despectivo que otorga Mármol a
los sectores subalternos8, el poeta describe la sed de “revancha” que tendrían los pobres
hacia las clases acomodadas que son, en su mayoría, unitarias. La condena del novelista cae
con mayor énfasis en los negros (sobre todo las mujeres): “Los negros, pero con
especialidad las mujeres de ese color, fueron los principales órganos de delación que tuvo
Rosas. […] Allí donde se daba el pan a sus hijos, donde ellas mismas habían recibido su
salario […] allí llevaban la calumnia, la desgracia y la muerte. Una carta insignificante, un
vestido, una cinta con un estambre azul o celeste, era ya un arma; y una mala mirada, una
pasajera reconvención de los dueños de casa o de sus hijos, era lo suficiente para emplear
esa arma. La policía, doña María Josefa, cualquier juez de paz, o comisario, o corifeo de la
-Reventó de rabia el salvaje unitario –dijo uno.
-Tenía un río de sangre en las venas – articuló otro”.
Sarmiento (1945: 133-134) en su Facundo escribió: “La reacción acaudillada por Facundo y aprovechada por
Rosas se simboliza en una cinta colorada, que dice: ¡terror, sangre, barbarie!
La especie humana ha dado, en todos los tiempos, este significado al color grana, colorado, púrpura: id a
estudiar el Gobierno en los pueblos que ostentan este color, y hallareis a Rosas y a Facundo: el terror, la
barbarie, la sangre corriendo todos los días”. 8 “Porque esa multitud oscura y prostituida que él había levantado del lodo de la sociedad para sofocar con su
aliento pestífero la libertad y la justicia, la virtud y el talento, había adquirido desde temprano el hábito de la
obediencia irreflexiva y ciega, que presta la materia bruta en la humanidad al poder físico y a la inteligencia
dominatriz cuando se emplean en lisonjearla por una parte y en avasallarla por otra. Ciencia infernal cuyos
primeros rudimentos los enseña la naturaleza, y que las propensiones, el cálculo y el estudio de los hombres,
complementan más tarde. Ciencia única y exclusiva de Rosas, cuyo poder fue basado siempre en la
explotación de las malas pasiones de los hombres, haciendo con los unos perseguir y anonadar a los otros, sin
hacer otra cosa que azuzar los instintos y lisonjear las ambiciones de ese pueblo ignorante por educación,
vengativo por raza y entusiasta por clima” (Mármol, 1964: 40).
12
Mazorca, recibía una delación, en que figuraban comunicaciones con Lavalle, o cosas
semejantes, que importaban la ruina y el luto de una familia” (Mármol, 1964: 298).
La mujer unitaria no estuvo exenta de recibir el agravio de la mazorca. Mármol a
través de las cavilaciones del personaje de María Josefa Ezcurra, deja entrever que los
ataques a las mujeres unitarias fueron porque éstas traían a la vida a nuevos unitarios. De lo
dicho podemos deducir que la idea de la mazorca sería extirpar el “mal unitario” de raíz. El
poeta describe las aflicciones que debieron soportar las damas unitarias:
“A medida que pasaban las horas, se iba enervando la impresión del miedo que causó a los rosistas la súbita
aparición de las armas libertadoras en la provincia. Y por un exceso brutal de cobardía, y de cuanto puede
haber de infame en la historia de un partido político, o de los instrumentos de un jefe de partido, la mujer
comenzó a ser el blanco del encarnizamiento de bandas de forajidos, bautizados con el nombre de federales.
[…] Sus cabellos, trono en otro tiempo de la flor del aire, se rebelaban contra el repugnante moño de la
Federación; y apenas la punta de una pequeña cinta rosa se descubría entre sus rizos, o bajo las flores de su
sombrero.
Todo esto era un crimen. Y la misma moral que así lo clasificaba debía inventar un castigo propio de ésta,
propio de sus jueces, propio de los verdugos. Bandas de ellos, de distintas jerarquías y condiciones,
empezaron a apostarse en las puertas de los templos, llevando cántaros con brea derretida y moños de color
punzó. Estos trapos eran untados de brea, y a cuantas jóvenes salían del templo sin la gran mancha de la
federación en la cabeza, tomábanlas brutalmente de la cintura, las arrastraban en medio de ellos, y sobre la
cabeza linda y casta pegaban el parche embreado y la empujaban luego, entre algazara y risas federales”
(Mármol, 1964: 273).
4.3. Violencia Discursiva
La prensa jugó un papel decisivo en este proceso. Los diarios rosistas difundieron
cotidianamente diatribas anti unitarias. La prensa sirvió para transmitir amenazas dirigidas
a los “salvajes unitarios”, informar a la población las acciones de los “enemigos” que
actúan en contra de la causa de la “Santa Federación. En Amalia, el diario que aparece
como órgano de difusión del rosismo es la Gaceta Mercantil. Mármol escribió una escena
donde se observa a Don Cándido Rodríguez atribulado por las publicaciones de aquel
diario:
“-¿Pero qué hay? ¿Qué va a suceder? -preguntó Daniel empezando a traslucir alguna cosa de importancia en
el pensamiento de don Cándido.
-¡Qué hay! ¿No lees la Gaceta? ¿No lees todos los días esas terríficas amenazas del furor popular, de sangre,
de exterminio, de muerte?
-Pero eso es contra los unitarios, y según creo, usted no ha contraído compromisos políticos.
-Ninguno, pero esas amenazas aterrantes, fulmíneas e incendiarias, no son contra los unitarios, sino contra
todos y, además, yo tiemblo de las equivocaciones.
-¡Aprensiones, señor!
-¡Aprensiones! ¡No ves esos hombres de aspecto tremebundo y sangriento, que de algunos meses acá han
salido creo que de los infiernos, y que se encuentran en los cafés, en las calles, en las plazas, en las puertas
sacras y puríficas de los templos, con sus inmensos puñales a la cintura, afilados como el perfil de la A
mayúscula! (1964: 69).
-Quiero decir también, que todas las amenazas de la Gaceta van a cumplirse; que van a herir y matar a diestra
y siniestra; y que aunque tenga yo la convicción profunda, religiosa y santa de mi inocencia, no tengo la
seguridad de que no me maten por equivocación cuando menos (1964: 71).
13
4.4. Violencia material y simbólica
Otro ataque rosista sobre los opositores fue la expropiación de los bienes
personales: “El decreto, firmado por Felipe Arana como gobernador delegado, dice que
hace responsable a “los bienes muebles e inmuebles, derechos y acciones de cualquier clase
que sea en la ciudad y campaña pertenecientes a los traidores salvajes unitarios”, los cuales
se dirigirán “a la reparación de los quebrantos causados en las fortunas de los fieles
federales por las hordas del desnaturalizado traidor Juan Lavalle” y para premiar al
“ejército de línea y milicia y demás valientes defensores de la libertad”.9 Sofsky plantea
que, “…la restauración suele comenzar con excesos destructivos […]. No le basta con
matar. Apunta también a las cosas con las que los hombres han equipado su vida: la cultura
simbólica y la cultura material…” (2006: 192-193). La obsesión por controlar cualquier
movimiento opositor llevó al Restaurador de las leyes a despojar de todos sus recursos a los
unitarios dejándolos muchas veces en la miseria10. “Rosas enfrentó, con los embargos, a
una parte decisiva de los grandes propietarios de la campaña. Sus enemigos políticos […]
se encontraban principalmente entre las clases pudientes de la campaña (y de la ciudad) y
sólo una parte de entre ellas se mantuvo en estos años difíciles al lado del gobernador o al
menos logró que la ira del Restaurador no la afectara” (Gelman y Schroeder, 2003:513).
Así planteó Mármol este ataque en su novela:
“Y en medio del llanto, del susto y de la muerte, a los reflejos del puñal de la Mazorca, leyó el pueblo de
Buenos Aires el bárbaro decreto de 16 de septiembre de 1840, que arrojaba a la miseria, al hambre, a cuantos
eran, o quería Rosas que fuesen unitarios.
De un momento a otro, millares de familias pasaron de la opulencia a la miseria, quedando a mendigar un
albergue y un pedazo de pan, arrojadas de sus casas, y robadas hasta de sus muebles y los objetos más
necesarios a la vida. Pues todo, "los bienes muebles e inmuebles, derechos y acciones de cualquiera clase, en
la ciudad y campaña", pertenecientes no digamos a los unitarios, a los que no eran sostenedores ardientes del
tirano, cayeron bajo el imperio de la confiscación.
Ese solo decreto estaba destinado a envolver más desgracia y más lágrimas que toda la serie de los delitos de
Rosas” (Mármol, 1964:319).
Dentro del plano simbólico, las “Fiestas federales” tuvieron mucha importancia para
la Confederación. A partir de ellas se llevó adelante toda una construcción de símbolos y
significados que marcaron a fuego en la sociedad frases como: “¡Viva la Federación! ¡Viva
la Independencia Americana! ¡Mueran los salvajes unitarios! ¡Mueran los asquerosos
franceses! ¡Muera el salvaje unitario Juan Lavalle! ¡Muera el pardejón unitario Rivera!”.
Muchas veces se estableció una lógica maniquea que tomaba los matices propios del campo
religioso. En este sentido, adherimos a Salvatore (1997: 6) cuando afirma que “este uso
9Copia del decreto en Archivo General de la Nación, Buenos Aires. En Gelman y Schroeder (2003:496). 10 No obstante, el movimiento pendular de la violencia golpearía al propio Rosas tras caer en la batalla de
Caseros, ser expropiado y tener que vivir su exilio en Inglaterra. En una carta dirigida a Josefa Gómez Rosas
escribió: “Mi economía en los doce años corridos ha continuado siempre tan severa como parece imposible al
que no ha estado cerca de mí. No fumo, no tomo rapé, ni vino ni licor alguno, no asisto a comidas, no hago
visitas ni las recibo, no paseo ni asisto al teatro ni a diversiones de clase alguna. Mi ropa es la de un hombre
común. Mis manos y mi cara están bien quemadas y bien acreditan cuál y cómo es mi trabajo diario incesante,
para en algo ayudarme. Mi comida es un pedazo de carne asada y mi mate. Nada más". Carta desde el exilio
de Juan Manuel de Rosas a Josefa Gómez.
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político de los mitos, el léxico, y los formalismos religiosos servía indudablemente a una
poderosa razón de estado: legitimar los medios violentos de la política con recurso a una
confrontación moral transcendente. El Bien debía eliminar al Mal”.11 En consonancia,
Mármol escribió:
“El confesionario estaba convertido en otro púlpito de propaganda federal, donde se extraviaba la conciencia
del penitente, pintando a Rosas como el protegido de Dios sobre la tierra y mostrando a los unitarios como los
condenados por Dios a la persecución de los cristianos” (Mármol, 1964: 223).
5. La resistencia unitaria
En este apartado abordaremos las formas de resistencia y los medios que utilizaron
los unitarios para atacar al régimen rosista. Si bien los opositores se encontraban en
inferioridad de condiciones, no vacilaron en su empeño por derribar al gobierno de Juan
Manuel de Rosas. En este sentido, Lynch (1986: 222) relata la fuerte decisión de los
opositores al régimen: “…el anuncio de los unitarios de (seguir) una política de línea dura,
tan intransigente como la de los federales […] En las campañas de 1840-41, los unitarios
ejecutaron a los prisioneros federales. En Entre Ríos, Lavalle proclamó: “Es preciso
degollarlos a todos. Purguemos a la sociedad de estos monstruos. Muerte, muerte sin
piedad”. Estos sentimientos no estaban reducidos a los soldados. Desde Chile, Sarmiento
escribió: “Es preciso emplear el terror para triunfar en la guerra. Debe darse muerte a todos
los prisioneros y a todos los enemigos…Todos los medios de obrar son buenos…”. De esta
manera, observamos que los unitarios no fueron reticentes a atacar con extrema violencia a
los federales. La guerra estaba declarada, la lucha se hizo cada vez más encarnizada, y
todos los recursos que permitieran alzarse con la victoria fueron bien vistos.
Para comenzar, en el marco de la ficción, vemos que la estrategia que utilizó Daniel
Bello, como hemos adelantado, fue insertarse en el seno mismo del partido federal con el
fin de fomentar las intrigas y las divisiones. Daniel gozó de gran reconocimiento entre los
altos líderes de la Federación. La trayectoria federal de su propio padre hizo disipar
cualquier manto de duda que se pudo cernir sobre él,12 al menos durante un tiempo. Bello,
al estar en el centro de la escena federal no sólo fomentó las rencillas en el interior de este
grupo, sino que también dispuso de información de primera mano que le permitió anticipar
los movimientos de sus contrincantes y ponerse a resguardo él y sus seres queridos. El
poeta plasmó lo dicho anteriormente de la siguiente manera:
“Creedme, amigos míos; yo estoy más cerca de Rosas que ninguno de vosotros; yo expongo más que mi vida,
porque expongo mi honor a las sospechas de mis compatriotas […]. Yo, que compro con mi sosiego y mi
11 “El discurso rosista no se limitó a calificar de “impíos” a los unitarios y a censurar sus medidas
anticlericales, sino que llegó a identificarlos con el mismo demonio. La prensa oficial, que ya había hecho
circular insistentemente la idea de la irreligiosidad unitaria, contribuyó también a la “demonologización del
adversario político” (Domínguez Arribas, 2003: 565). 12 “…era el hijo único de Don Antonio Bello, rico hacendado del Sur, cuyos intereses giraban en sociedad con
los señores Anchorena, quienes por su inmensa fortuna y por sus relaciones de parentesco y de política con
Rosas, gozaban, a esa época, de una alta reputación en el partido federal…” (Mármol, 1964: 24).
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nombre los secretos todos de mis enemigos; yo, que palpitando de rabia mi corazón, junto mi mano con las
manos ensangrentadas de los asesinos de nuestra patria, yo irritaré con mis palabras su corazón envenenado y
los excitaré al crimen cuando crea que ese mismo crimen ha de sublevar contra ellos la venganza de los
oprimidos. (Mármol, 1964:1119-21).
El exilio de los unitarios y otros opositores fue una preocupación constante para
Rosas. Mármol presenta casi como un axioma entre los federales el hecho de que cada
unitario que se escapaba de Buenos Aires iba a sumarse a las tropas del general Lavalle. Si
bien lo dicho anteriormente no habría que darlo por descontado en todos los casos, es más
seguro aseverar que muchos de estos exiliados establecieron lazos firmes para organizar su
oposición a Rosas. En este sentido, las cartas dirigidas al extranjero fueron importantes para
los unitarios que quedaron en el país. A partir de la correspondencia podían nuclear a todo
el espectro opositor que había tenido que escapar. A modo de ejemplo, presentamos un
pasaje de Amalia donde Daniel redacta una epístola destinada a un grupo de unitarios que
se encuentran exiliados en Uruguay:
“Me falta otra carta todavía -continuó, abriendo un secreto de su escritorio y sacando un papel lleno de signos
convencionales, que consultaba a medida que escribía con ellos lo siguiente: Buenos Aires, 5 de mayo de
1840. Anoche han sido sorprendidos cinco de nuestros amigos a tiempo de embarcarse: Lynch, Riglos,
Oliden, Maisson han sido víctimas, a lo menos así lo creo hasta este momento; uno ha escapado
milagrosamente. Si por algún otro conducto tienen ustedes conocimiento de este suceso, no hagan uso
absolutamente de ningún otro nombre que no sea de los que dejo escrito". Y firmando con un signo especial,
cerró esta carta y escribió en el sobre: "A. de G3- Montevideo" (Mármol, 1964: 26).
De la carta redactada por Bello podemos inferir una serie de procedimientos
habituales en los opositores al régimen que se contactaban mediante cartas. Primero, vemos
que Daniel sacó “un papel lleno de signos”, esto significa que utilizaba un mensaje cifrado
por si acaso la carta fuera interceptada por los federales, esto les haría muy difícil el acceso
al contenido de ese mensaje. Segundo, se informaba a quienes estaban en el exterior, sobre
todo en Montevideo, el cuadro de situación que presentaba el país y de un grupo de amigos
que murieron en su intento de salir del país. Tercero, cuando Bello recomienda “no hagan
uso absolutamente de ningún otro nombre que no sea de los que dejo escrito”, significaba
que había que extremar los recaudos y que la lista con los nombres de las personas de
confianza debía seguirse fielmente. De no hacerse así, se corría el riesgo de hacer
conocedor de los planes opositores a algún federal que estuviera infiltrado en el seno del
grupo. Por último, es fácil comprender que Daniel firmara la carta con un símbolo y no con
su nombre y apellido, como dijimos anteriormente, si la epístola no llegara a sus
destinatarios sino al enemigo, eso sería una sentencia de muerte.
La sociabilidad política fue una práctica recurrente de los unitarios, de esta manera,
podían compartir sus ideas, organizar programas de acción, y ponerse al corriente de los
acontecimientos. Los ilustrados que realizaron sus estudios en Europa, conocieron allí la
práctica de la sociabilidad asociativa con fines políticos. En Amalia estas reuniones son
representadas de esta manera:
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-“Sí, la asociación -dijo uno de los jóvenes-, la asociación hoy para defendernos de la
Mazorca, para esperar la revolución, para colgar a Rosas.
-La asociación mañana -dijo Daniel, alzando por primera vez la voz, y sacudiendo su altiva, fina e inteligente
cabeza-, la asociación mañana para organizar la sociedad de nuestra patria.
"La asociación en política para darla libertad y leyes.
"La asociación en comercio, en industria, en literatura y en ciencia para darle ilustración y progreso.
"La asociación en todas las doctrinas del cristianismo para conquistar la moral y virtudes que nos faltan.
"La asociación en todo y siempre para ser fuertes, para ser poderosos, para ser europeos en América”
(Mármol, 1964: 121).
Sin embargo, según González Bernaldo (1991:10), “una de las condiciones
necesarias para el desarrollo de la sociabilidad política es la existencia de un espacio
público si no promovido, al menos tolerado por la autoridad”. No obstante, el escenario de
violencia y represión hizo que la sociabilidad representara un peligro. La misma autora
afirma que, “si bien la ‘clase decente’ no abandona totalmente las diarias prácticas de
sociabilidad en los lugares públicos, tiende a cambiar los ámbitos y modalidades de
encuentro, liberando ciertos espacios que serán así identificados con la plebe urbana. […]La
situación política de la región, y en particular el giro que tomará el régimen de Rosas a
partir de los años 1838-1840 fueron otros tantos factores que incidieron en el retraimiento
de la gente decente en el espacio íntimo y en la consiguiente “plebeyización” de la
sociabilidad comunitaria.” (González Bernaldo 1999: 147-148). A este respecto, Mármol
describió con gran precisión este panorama:
“La comunidad de la Mazorca, la gente del mercado, y sobre todo las negras y las mulatas que se habían dado
ya carta de independencia absoluta para defender mejor su madre causa, comenzaban a pasear en grandes
bandadas la ciudad, y la clausura de las familias empezó a hacerse un hecho. Empezó a temerse el salir a la
vecindad. Los barrios céntricos de la ciudad eran los más atravesados en todas direcciones por aquellas
bandadas, y las confiterías, especialmente, eran el punto tácito de reunión. Allí se bebía y no se pagaba,
porque los brindis que oía el confitero eran demasiado honor y demasiado precio por su vino. Los cafés eran
invadidos desde las cuatro de la tarde” (Mármol, 1964: 273- 274).
Se observa una reticencia de los sectores acomodados para reunirse en espacios
públicos, de esta manera comienzan las reuniones clandestinas. Como Amalia es nuestra
principal fuente de análisis, acudiremos a ella una vez más. Mármol (1964:117) narró una
escena donde Daniel Bello logró organizar un encuentro secreto con otros compañeros
unitarios, allí podemos observar los recaudos que eran necesarios tener para llevar adelante
una empresa tan peligrosa como resultaba la sociabilidad política:
“Cada uno recibió su aviso anticipado para concurrir a esta casa en esta noche, y yo sé bien, señores, quiénes
son los hombres con cuyo honor puede contarse en Buenos Aires. Ahora, dos palabras más para inspiraros la
más completa confianza en esta casa. Sorprendidos en ella por los asesinos del tirano, nuestra sentencia
estaría pronunciada en el acto. Pero si él tiene la fuerza, yo tengo la astucia y la previsión. Esta casa da sobre
la barranca del río. El agua está a una cuadra de ella, y a su orilla hay en este momento dos balleneras prontas
para recibirnos. En caso de ser sorprendidos, saldremos a la barranca por la ventana de una habitación interior
que da sobre ella; y si aún allí fuésemos atacados, me parece que veintitrés hombres, más o menos bien
armados, pueden llegar sin dificultad hasta la orilla del río. Una vez en las balleneras, los que quieran volver a
la ciudad tienen algunas leguas de costa donde poder desembarcarse, y los que quieran emigrar, tienen las
costas orientales a pocas horas de viaje”.
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6. El enfrentamiento y la derrota unitaria
Quisiéramos terminar este recorrido con la descripción de Mármol acerca del
enfrentamiento armado entre las tropas de Rosas y Lavalle. Pese a la extensión de la cita,
nos parece relevante que el lector pueda acceder a una parte importante de la novela donde
el poeta presenta al país como un campo de batalla presto para el enfrentamiento entre la
civilización y la barbarie, donde los unitarios fueron una versión local de los “cruzados”. Es
conmovedora la descripción que realiza Mármol de los jóvenes soldados que tomaron las
armas como “un sacerdocio” para la lograr la libertad de la patria.
“Sólo en el camino de San José de Flores, que arranca de la ciudad: en aquel célebre camino, gloria de la
Federación y vergüenza de los porteños, mandado construir por Rosas en honor del general Quiroga; sólo en
él, decíamos, sonaba el ruido de las pisadas de algunos caballos. Era don Juan Manuel de Rosas que marchaba
a encerrarse en su campamento de Santos Lugares, en la madrugada del 16 de agosto de 1840, saliendo de la
ciudad oculto entre las sombras de la noche, y calculando, sin embargo, poder llegar de día a la presencia de
sus soldados, a quienes por la primera vez en su vida, iba a poder decirles compañeros. Su escolta tenía orden
de marchar una hora después. Nada más lúgubre, nada más dramático, nada más indeciso y violento, que el
cuadro político que representaban los sucesos en ese momento en todo el horizonte revolucionado de la
República Argentina.
Era un duelo a muerte entre la libertad y el despotismo, entre la civilización y la barbarie; y estaban ya sobre
el campo los dos rivales con la espada en mano, prontos a atravesarse el corazón, teniendo por testigos de su
terrible combate a la humanidad y la posteridad. La mirada de todos estaba fija sobre la inmensa arena del combate. ¿En qué lugar?
Sobre la República entera. El general Paz marchaba a Corrientes, a ese Anteo de la libertad argentina, que ha estado cayendo y
levantando, luchando brazo a brazo con la dictadura de Rosas, y que entonces vitoreaba la libertad y recibía a
la noble hechura de Belgrano.
Lamadrid, ese mosquetero de Luis XIII, resucitado en la República Argentina en el siglo XIX, bajaba sobre
Córdoba a extender la poderosa Liga del Norte.
Lavalle, nuestro caballero del siglo XI, nuestro Tancredo, el Cruzado argentino, en fin, marchaba sobre la
ciudad de Buenos Aires, al frente de sus tres mil legionarios, valientes como el acero, ardientes como la
libertad, entusiastas como la poesía, y nobles como la causa santa por que abandonaron la patria, dejando en
ella la voluptuosidad y el lujo, para volver a ella con la privación y la roída casaca del soldado.
Ejército compuesto de la parte más culta y distinguida de la juventud argentina, comandado por lo más selecto
de nuestra milicia; ejército que representa en sí solo toda la poesía dramática y melancólica de la época.
Soldados imberbes que tomaban el fusil, no como una carrera, sino como un sacerdocio, que partían a la
guerra, hablando de los peligros y de la muerte, no con la poesía de la imaginación, sino con la expresión de
su conciencia en estado de pureza; que hablaban del martirio como del homenaje debido a la sombra de
nuestros viejos padres y a la libertad futura de la patria” (Mármol, 1964: 202 – 203).
El fracaso de Lavalle fue para Mármol el preludio de muchos males que
sobrevendrían a los opositores al régimen. En las líneas que serán citadas a continuación
podemos observar la frustración / desesperación desprendida de la prosa del letrado tras la
retirada de Lavalle:
“Rosas, poseedor del secreto de su triunfo real, ya no pensaba sino en vengarse de sus enemigos y en acabar
de enfermar y postrar el espíritu público a golpes de terror. El dique había sido roto por su mano, y la
Mazorca se desbordaba como un río de sangre.
La sociedad estaba atónita; y en su pánico buscaba en las más pueriles exterioridades un refugio, una
salvación cualquiera.
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En menos de ocho días, la ciudad entera de Buenos Aires quedó pintada de colorado. Hombres, mujeres,
niños, todo el mundo estaba con el pincel en la mano pintando las puertas, las ventanas, las rejas, los frisos
exteriores, de día, y muchas veces hasta en alta noche. Y mientras parte de una familia se ocupaba de aquello,
la otra envolvía, ocultaba, borraba o rompía cuanto en el interior de la casa tenía una lista azul o verde. Era un
trabajo del alma y del cuerpo, sostenido de sol a sol, y que no daba a nadie, sin embargo, la seguridad
salvadora que buscaba.
La mayor parte de las casas había quedado sin sirvientes.
La ciudad se había convertido en una especie de cementerio de vivos. Y por encima de las azoteas, o con
salidas de carrera, los vecinos se comunicaban las noticias que sabían de la Mazorca.
Este famoso club de asesinos corría las calles día y noche, aterrando, asesinando y robando, a la vez que en
Santos Lugares, en la cárcel y en los cuarteles de Mariño y de Cuitiño, se le hacía coro con la agonía de las
víctimas” (Mármol, 1964: 318- 319).
En estas páginas hemos desandado la violencia política valiéndonos, especialmente,
de la novela Amalia. Nos gustaría cerrar este apartado con las hermosas palabras de David
Viñas (1995: 96) sobre la novela analizada: Mármol nos ha llevado de la mano con cautela
como si quisiera orientar nuestra torpe ceguera y nos ha hecho palpar y toquetear sin
comentarios, sosteniendo el aliento; nos ha hecho trasponer el umbral y estamos
introducidos en algo. Presentimos un clima y una situación –Rosas está ahí-, nos equipara a
su problema y nos compromete en tanto somos nosotros quienes debemos optar frente a esa
suma inerte de datos”. Dado el carácter general que tuvo este abordaje, invitamos al lector a
tomar a Amalia como fuente y profundizar en aquellos aspectos que sean de su interés, les
aseguramos que será un bonito recorrido.
7. El movimiento pendular de la violencia. Reflexiones finales
Si bien en el final de Amalia vemos a un Rosas imbatible y revigorizado por su
triunfo ante el general Lavalle, nos parece importante hacer referencia a la carta de renuncia
del “Restaurador de las Leyes” tras su derrota en la batalla de Caseros (1852). ¿Por qué nos
parece importante? Porque queremos mostrar el fin de un ciclo. Este ciclo comienza con la
sangre de Dorrego derramada tras el fusilamiento ordenado por Lavalle, hecho que fue
capitalizado por Rosas (pese a las diferencias y disputas que tuvo con el mismo Dorrego),
devenido en vengador del federalismo; y se cierra con la mano ensangrentada de Rosas tras
recibir un impacto de bala en los campos de Caseros. Con esa misma mano Rosas, tras la
derrota, firmó su renuncia y realizó los preparativos necesarios para continuar su vida en
Inglaterra junto a su hija Manuela:
“Señores representantes: Es llegado el caso de devolveros la investidura de gobernador de
la provincia y la suma del poder con que os dignasteis honrarme, Creo haber llenado mi
deber como todos los señores Representantes, nuestros conciudadanos, los verdaderos
federales y mis compañeros de armas. Si más no hemos hecho en el sostén sagrado de
nuestra independencia, de nuestra integridad y nuestro honor es porque más no hemos
podido. Permitidme, H.H.R.R. que al despedirme de vosotros, os reitere el profundo
agradecimiento con que os abrazo tiernamente; y ruego a Dios por la gloria de V.H. de
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todos y cada uno de vosotros. Herido en la mano derecha y en el campo, perdonad que os
escriba con lápiz esta nota y de una letra trabajosa. Dios guarde a V.H.”
De esta manera queremos resaltar que la violencia realiza un movimiento pendular y
siempre vuelve con la misma fuerza con que fue impulsada. A Rosas le expropiaron los
bienes, fue forzado a vivir en el exilio y su memoria fue repudiada por aquellos opositores
que habían vuelto al país y ahora ocupaban los cargos de poder.
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