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La Severa
Drama lírico en tres actos y un epílogo
Texto original de FEDERICO ROMERO y GUILLERMO FERNÁNDEZ SHAW
Adaptación lírica de la obra del mismo título de Julio Dantas.
Música de RAFAEL MILLÁN
PERSONAJES Y REPARTO
SEVERA ........................................................ TANA LLURÓ
LA MARQUESA ........................................... MARY ISAURA
LA CHICA / UN ZAGAL ........................ ENRIQUETA CONTI
UNA GITANA ................................................. SRTA. VIÑAS
UNA VIEJA /UNA VENDEDORA ............................ SRA. GIL
DON JUAN, CONDE DE MARIALVA ...... EMILIO SAGI-BARBA
EL CUSTODIA ..................................... EMILIO VENDRELL
ROMÁN ......................................... ANSELMO FERNÁNDEZ
DON JOSÉ .................................................... JUAN BARAJA
DIEGO ..................................................... JOSÉ ACUAVIVA
MEJORANA ......................................... FRANCISCO AMBIT
TIMPANAS ........................................................... SR. ROJO
EL MULATO ............................................... SR. MARTÍNEZ
EL FALÚA .......................................................... SR. RUBIO .
Estrenada el 23 de diciembre de 1925 en el Teatro de Tívoli de Barcelona.
ACTO PRIMERO Lisboa, a mediados del siglo XIX. Un café popular del barrio de la Morería, donde se
congregan traficantes, postillones, chalanes y mujeres alegres; con ellos, estudiantes,
soldados y gitanas. A unos y otros sirve el Mejorana, mozo del café. Entre esta abigarrada
clientela se destaca la figura triste de el Custodia, pobre diablo epiléptico, algo tullido de
una mano, que no cesa de contar unas monedas que va descosiendo del forro de su traje.
DIEGO Sirve, Mejorana,
que el señor convida. ROMÁN ¡Hay aquí mucho oro!
MEJORANA ¡Voy allá en seguida! SOLDADO 1.º Cállese usté, abuela.
VIEJA Eso es la verdad.
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SOLDADO 2.º ¿Dónde está mi niña?
VIEJA En mi vecindad.
Tiene los ojos
como puñales
envenenados;
a todos mira
y todos quedan
enamorados.
SOLDADO 1.º ¡Vaya una niña!
SOLDADO 2.º ¡Cualquiera acepta!
SOLDADO 1.º ¡Cualquiera va!
VIEJA No seáis tontos,
y de mi mano
venid allá.
GITANA Yo no entiendo de letras
como vosotros;
pero el sino y la suerte
leo en los ojos,
y en una mano
sé leer el destino
y adivinarlo.
ESTUDIANTES Pues dinos ya las notas
que sacaremos
en la Filosofía
y en el Derecho.
GITANA ¡Sobresalientes...
en correr aventuras
y amar mujeres!
CUSTODIA ¿Será bastante, Severa?
Si no es bastante, ¿cuándo
tu cariño conseguiré?
¡Ay, el quererte con ansia,
gitana, cuánto me cuesta!
Si he de vivir penando,
en mal día me enamoré.
Por tu cariño me muero,
y, sin embargo, te quiero.
¡Ay, corazón de mujer!
¡No te conmueve mi padecer!
MEJORANA Aquí está el aguardiente.
DIEGO ¡Por el negocio!
ROMÁN Yo, para negociante,
me pinto solo.
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DIEGO ¡Menudo vivo!
Acércate otras copas,
que yo convido.
CUSTODIA Llevo en el pecho tu imagen
y me da fortaleza y poder.
Por lograrte, mi Severa,
¡qué locuras sabría yo hacer!
¡Ay, si un día tú me quieres,
flor envidiada de las mujeres!
¿Será bastante, Severa?
¿Será bastante, mujer?
¡Mujer!
Mientras que don Diego y el Mejorana se dedican a adular y engatusar a un caballista
alentejano llamado Román –rico y fanfarrón–, el Custodia expresa su cariño no
correspondido hacia la Severa, que a su vez está enamorada de don Juan –conde de
Marialva–, un aristócrata rejoneador, valiente y gallardo, que tiene arrendado un cuarto
en el café, adonde viene a escuchar el canto de la Severa. Se intriga Román con las
cosas que Diego y el Mejorana le cuentan de don Juan, despertando en él la avaricia de
comprar al conde uno de sus magníficos caballos. El Custodia se va, insultado por los
concurrentes, que le acusan de loco y ladrón; y a poco llega Timpanas, un postillón que
viene de la plaza de toros, de ver rejonear a Marialva. Otro rejoneador, don José, amigo
y confidente del conde, habla del éxito que éste acaba de obtener. Y no es sólo don José;
porque en el café se presenta también, a despecho de la gente que allí concurre, una
linda marquesa –antigua compañera de juegos de Marialva– que, emocionada por las
faenas toreras de éste, ruega a don José que le diga que ella le espera en su carruaje para
dar un paseo. Márchase la Marquesa, dando su visita pie a los naturales comentarios; y
pronto aparece el conde de Marialva, satisfecho y orgulloso de su triunfo, y mostrando
como trofeos de su empresa, un clavel que la Marquesa le echó desde su palco y un
chapín rojo, que le arrojó la Severa desde el tendido.
MARIALVA Amigos y compañeros
de risas y borracheras:
¡aquí ya tenéis
otra vez a don Juan!
Mis sueños de gloria
colmados están.
¡Bebed!... ¡Que el vino
lo paga don Juan!
TODOS ¡Bravo, Marialva!
¡Viva don Juan!
MARIALVA Acercaos a mi mesa,
compañeros, y brindad.
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TODOS Esta tarde en la corrida
bien quedaste de verdad.
MARIALVA ¡Buena tarde, bravos toros!
¡Cuántos gritos de mujer!
Por oírlos, ¡cuántas veces
me he dejado yo coger!
¡Amigos y compañeros
de risas y borracheras!
Venid a mi lado,
que os diga mi afán.
Mis sueños de gloria
colmados están.
¡Oíd... la suerte
que tiene don Juan!
Son trofeos de mi empresa
–doble premio que me ufana–
el clavel de una marquesa
y el chapín de una gitana.
La marquesa lo ha dejado
resbalar desde su boca;
la gitana lo ha arrojado
con la furia de una loca.
El clavel me ha acariciado,
el chapín me abrió una herida;
el clavel se ha marchitado
¡y el chapín se me ha clavado
como un puñal, en mi vida!
Clavel, romántico clavel,
fragante y pintado
clavel encarnado;
gentil mensaje de un amor,
¿por qué a mí has llegado
marchito y deshojado?
Clavel, fragante clavel,
¡igual que muere tu olor
se acaba y muere el amor!
Esta flor,
que fue mensaje de amor,
es el recuerdo fugaz
de una tarde llena de sol.
Clavel, fragante clavel,
igual que muere tu olor
se acaba y muere el amor.
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TODOS Clavel, fragante clavel,
igual que muere tu olor
se acaba y muere el amor.
MARIALVA Mi amor ataron las cintas
de aquel chapín endiablado
que hirió mi frente al caer,
volando y ardiendo
como el corazón
de aquella genial mujer.
Claramente se advierte que el zapato de la gitana es el que ha llegado directamente al
corazón de don Juan. Todos los presentes acogen al conde con grandes muestras de
respetuoso alborozo. Don José da a su amigo el recado de la Marquesa; pero don Juan
no quiere asistir a la aristocrática cita y confía a su fiel amigo su representación cerca de
la dama. No se queda el conde solo, porque Diego, Timpanas y el Mejorana, puestos de
acuerdo para engañar al fanfarrón de Román, han ideado que Marialva le venda un jaco
medio ciego que conserva; y don Juan, divertido por la estratagema de sus amigos, se
suma a ella y engaña al traficante alentejano, vendiéndole un caballejo inservible por el
precio de un soberbio alazán de raza. Román paga, y se va creyendo que ha hecho un
negocio; y los demás se quedan riéndose del engaño.
ROMÁN Yo soy el Román.
DIEGO, MEJ. Y TIMP. Fíjese, don Juan.
...Que está encaprichado
con vuestro alazán.
MARIALVA Pues yo soy don Juan.
DIEGO, MEJ. Y TIMP. Fíjese, Román.
MARIALVA Y unca he pensado
vender mi alazán.
ROMÁN Doy quince monedas
por él si queréis.
MARIALVA Pues yo no lo vendo
ni por diez y seis.
DIEGO, MEJ. Y TIMP. ¡Ya habéis rebajado!
MARIALVA Por veinte, quizás.
DIEGO, MEJ. Y TIMP. Y claro que vale
muchísimo más.
ROMÁN No tendrá resabios,
que a mí no me placen,
ni malas querencias
cuando me lo hacen
pagar tan bien.
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MARIALVA Aunque no tiene mucha presencia,
es bravo y es torero y algo fadista.
Su falta es, en conciencia,
que no tiene traza,
que no tiene vista.
LOS OTROS ¡Que no tiene vista!
MARIALVA Pero, ¡hay que mirarlo en la plaza!
¡No hay jaca tan bella y tan lista!
¡Qué lástima, señores,
que no tiene traza,
que no tiene vista!
LOS OTROS ¡Que no tiene vista!
ROMÁN Es buen alazán.
MARIALVA ¡Querido Román,
se ve a cinco leguas
que sois un chalán!
DIEGO, MEJ. Y TIMP. Este es un truhán.
ROMÁN ¡Querido don Juan,
ya veis cómo saben
que no me la dan!
MARIALVA En veinte monedas
se da, por ser vos.
ROMÁN Hacedme rebaja
siquiera de dos.
DIEGO, MEJ. Y TIMP. ¡Manudo negocio!
MARIALVA ¡Y aún regateáis!
DIEGO, MEJ. Y TIMP. Si más que venderlo
se lo regaláis!
ROMÁN Me habéis conquistado.
¡Vendéis y cobráis!
TODOS Llevarse el caballito
MENOS ROMÁN es una conquista.
Ya estáis bien enterado
de que es un artista.
MARIALVA Que tiene poca estampa,
¡que no tiene vista!
LOS OTROS ¡Que no tiene vista!
MARIALVA Pero es un caballo valiente
y, en manos de un buen caballista,
no piensa al mirarlo la gente
que no tiene vista.
LOS OTROS ¡Que no tiene vista!
ROMÁN Las monedas, señor Conde.
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MARIALVA Vengan, pues, que me arrepiento.
DIEGO, MEJ. Y TIMP. ¡Y que sea enhorabuena!
MARIALVA ¡Entregadle el alazán!
ROMÁN ¡De qué modo le he engañado!
DIEGO, MEJ. Y TIMP. ¡Buen negocio!
TODOS ¡Ja, ja, ja!
Vuelve don José a decir a su amigo que la Marquesa insiste en verle a él personalmente.
Don Juan no se puede negar ya a la invitación y marcha con don José. No se hace
esperar, rodeada de todas las gitanas del barrio, la Severa, que viene andando y con un
pie descalzo: el correspondiente al zapato que arrojó al conde en la corrida. La Severa,
jaleada por sus admiradores, canta un fado expresando toda la admiración que siente por
el caballero rejoneador.
CORO ¡Severa, Severa!
¡La diosa del barrio!
¡La furia gitana!
¡La reina del fado!
¡Llega, Severa!
¡Canta, gitana!
¡Viva tu sangre!
¡Viva tu raza!
SEVERA ¡Viva el Conde de Marialva!
CORO ¡Viva!
SEVERA ¡Ese sí que es el orgullo
de mi raza!
Desde el campo de Santa Ana
vengo descalza de un pie.
El zapato al señor Conde
de entusiasmo le tiré.
¡Bebed a su salud!
¡Brindemos por don Juan!
¡Cantad, cantad conmigo
porque en su honor
voy a cantar!
CORO ¡Bebed, a su salud, etc.!
SEVERA Venga la guitarra.
CORO ¡La guitarra ahí va!
SEVERA ¡Ay, guitarra mía,
suena, suena ya!
Caballero, caballero,
tipo bravo de torero,
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no me seas traicionero
porque yo te quiero bien
Sé conmigo zalamero,
que ya sabes, caballero,
con el ansia que te espero...
a pesar de tu desdén.
¡Ay, quiéreme a mí...
–porque no–
...igual que a ti yo...
–porque sí–.
¡Ay, quiéreme tú, mi tirano!
¡Torero! ¡Gitano!
Que mi alma voló...
–porque sí–
...en busca de ti...
–porque no.
Y si tú no vienes me muero;
me muero de amor.
CORO Caballero, caballero,
tipo bravo de torero, etc.
SEVERA El fado es una caricia
que a todas las almas se acerca.
Lo mismo que va por el suelo
sube al cielo
para hablar con las estrellas.
El fado es una sonrisa
que sabe ocultar una pena.
Perece que ríe y que llora...
¡cuando ríe o cuando llora el corazón!
CORO El fado es una caricia
que a todas las almas se acerca.
Lo mismo que va por el suelo
sube al cielo
para hablar con las estrellas.
SEVERA El fado es una sonrisa
que sabe ocultar una pena.
Parece que ríe o que llora...
¡cuando ríe o cuando llora el corazón!
La Severa describe luego, entusiasmada, la corrida en que don Juan acaba de obtener tan
resonante éxito.
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Vivo sol. La grada llena
de pueblo y de señorío. Un clarín agudo suena
y al ancho ruedo de arena mira anhelante el gentío.
Salta al ruedo un alazán con una estrella en la frente.
Sobre el arzón, sonriente, la figura de don Juan.
De oro y seda es su casaca, como la nieve la pluma
de su sombrero y la espuma de la boca de su jaca.
Él mira a las damas bellas; celosas le miran ellas,
como diciendo: «¿Me quieres?» ¡Y brillan como centellas
los ojos de mil mujeres! Toma el rejón portugués
con una mano enguantada. Desde lo alto de la grada,
cae una flor a sus pies. Y hay un silencio. El clarín
otra vez, vibrante, suena... El potro escarba en la arena
y se le encrespa la crin. Nadie alienta ni respira...
Se abre una puerta, crujiendo, y asoma un toro berrendo
de Villafranca de Xira. Restalla el Conde la fusta,
se encabrita el alazán, galopa, grita don Juan
y el toro le ve... ¡y se asusta! Pero al instante se planta
la fiera gallardamente y embiste... y ahoga la gente
como un nudo en la garganta. Cuartea don Juan su potro;
burlado, el toro babea, mas, como pide pelea,
no se la escatima el otro; y, alargándole la brida,
pica espuela el alazán,
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¡y toro y caballo van
ciegamente a la embestida!
Al deshacer la reunión,
como un asta de bandera
tremola sobre la fiera
la espadaña del rejón.
Rueda el toro, y, al caer,
hay un grito de placer,
de entusiasmo, de delirio...
¡y un mismo dulce martirio
en mil pechos de mujer!
Hacia el Conde, que se afana
por reprimir su emoción
al oír tanta diana,
en medio de la ovación,
vuela un clavel reventón...
y el chapín de una gitana,
¡que se ha quedado con gana
de tirarle el corazón!
Román, siempre aconsejado por los que se divierten a costa suya, intenta conquistar a la
Severa; pero ésta le atropella y se ríe de él. Vuelve el Custodia, cuya presencia
interrumpe la alegre diversión. Pero en la Severa, más que el pobre tullido –a quien
protege, aunque no ama– produce un intenso efecto la noticia de que el conde se ha ido,
reclamado por la Marquesa. Queda la gitana anonadada ante lo que estima ingratitud de
don Juan, mientras que el Custodia expresa su desolación al comprobar, una vez más,
que ella sólo piensa en el conde. Pero Román, terne en su afán de conquistador, y
secundado por don Diego y Timpanas –que también se sienten conquistadores–, incita a
la gitana para que escoja a uno de los tres como amante. La Severa, resentida con el
conde, va a interesarse por alguno de ellos; pero a quien elige es al pobre Custodia, con
gran indignación de los tres rechazados, con quienes se enfrenta para que le dejen la
salida libre. Y cuando los tres hombres retroceden ante la banqueta que enarbola la
gitana, aparece don Juan, que la desarma y pregunta lo que sucede. Ellos explican que la
Severa quería marcharse con el Custodia; y, aunque ella protesta, don Juan –herido en
su amor propio– la ordena que se vaya con el tullido. Como sugestionada por la mirada
del conde, ella se deja arrastrar por el Custodia; pero al llegar a la puerta se separa de él
violentamente y cae, apasionada, en brazos del sonriente y vencedor don Juan, mientras
que el Custodia llora nuevamente su fracaso de amor.
SEVERA Mujer, no escuches al hombre
que dice buenas palabras.
Lo mismo que te las dice
sabrá después olvidarlas.
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CUSTODIA Por don Juan estás llorando.
¡Severa de mi alma!
Tú le buscas, y él, Severa,
te vuelve la espalda.
SEVERA ¿Por qué lloras tú, Custodia?
CUSTODIA ¿Y tú?
SEVERA Lloro de rabia.
CUSTODIA El conde no te quiere.
¿Por qué pones tan alto la mirada?
A ti y a mí, Severa,
nos une la desgracia.
SEVERA ¡Ingrato! ¡Ingrato!
CUSTODIA ¡Malhaya! ¡Malhaya!
ROMÁN Tú no te apures.
Mira, gitana,
la gran idea
del Mejorana.
Somos tres hombres
y has de elegir
con cual, gitana,
te quieres ir.
DIEGO Y TIMPANAS Dilo, Severa,
dilo, gitana.
¡Fue gran idea
del Mejorana!
ROMÁN No necesitan
ponderaciones
las condiciones
sin iguales
de estos tres.
LOS TRES ¡Más pintureros no los ves!
ROMÁN Hay señoras principales
que bien nos miran.
LOS TRES Y que suspiran
por nosotros hace un mes.
CUSTODIA (¡Malditos sean!
¡Pobre Custodia!
Tú no podrás decirle
más que el cariño
con que la adoras.)
DIEGO Fíjate en este tipo
que Dios me ha dado
para mí solo.
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TIMPANAS Nadie duda en Lisboa
de que el Timpanas
no es ningún bolo.
ROMÁN Mira qué bolsa tengo;
te la daría llena de oro.
LOS TRES Vas a hacer tu fortuna
si escoges a uno de los tres.
Repara en el tipito
que tengo tan bonito.
No soy un figurón
sin ton ni son.
Repara en el tipito.
Soy una adquisición...
por el «tipi», por el «tipi»,
¡por el «tipi... ton»!
DIEGO ¿A mí?
TIMPANAS ¿A mí?
ROMÁN ¿A mí?
LOS TRES Severa, Severita,
al que quieres pronto di.
CUSTODIA ¡Malditos sean!
¡Pobre custodia!
SEVERA Se quedarán los tres igual
en cuanto escoja.
TODOS ¡Ninguno sabe
lo que va a pasar aquí!
_____
MARIALVA ¿Qué casta de valientes sois vosotros
que huís de una mujer?
SEVERA ¡Ah!
MARIALVA ¡Severa!
¡Eras tú!
¡Lo debí suponer!
CUSTODIA ¡Siempre el conde! ¡Malhaya!
¡Me roba a esta mujer!
DIEGO No fue nada.
ROMÁN Quisimos que escogiera
un hombre entre los tres.
¡Y al Custodia escogió!
DIEGO ¡Al loco!
CUSTODIA ¡A mí!
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MARIALVA ¡Mujer!
¡Cómo ha de ser!
Pues, ya que al Custodia escogiste,
yo te lo mando: ve con él.
SEVERA ¡Es mentira! ¡Es mentira!
MARIALVA ¡Que te vayas con él!
No temas, no, que nadie vaya
tu salida a estorbar;
Custodia, puedes ir con ella.
¡Yo la puerta te voy a franquear!
SEVERA ¡No! ¡No!
Sólo contigo puedo ir yo.
Sólo a ti quiero, ¡sólo a ti!
¡Don Juan!
¡Te quiero, don Juan!
Te estaba llamando y en mí
tu amor es mi único afán.
MARIALVA ¡Mujer!
¡Te quiero, mujer!
¡Yo vine buscándote aquí
soñando con este querer!
CUSTODIA De nuevo la perdí.
MARIALVA Te quiero, mujer.
Mi luz, ¡mi amor!
SEVERA Te quiero, don Juan.
Mi luz, ¡mi amor!
CUSTODIA No es aún bastante. ¡Ah!...
¡Qué cosas, Señor!
MARIALVA Verás, al fin
que yo, Severa, te quiero.
SEVERA Nunca más
me abandonarás.
MARIALVA ¡Así, Severa, te quiero!
MARIALVA Y SEVERA ¡Yo jamás
te abandonaré!
SEVERA ¡Quiéreme!
MARIALVA Te sabré adorar.
SEVERA Sin tu amor
no podré vivir.
MARIALVA Con tu amor soy feliz.
Y al fin sigamos la vida
esclavos del mismo amor.
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SEVERA Mi amor tendrás;
si me quieres bien,
¡seré tu esclava, don Juan!
CUSTODIA Llevo en el pecho tu imagen
y me da fortaleza y poder.
Por lograrte, mi Severa,
¡qué locuras sabría yo hacer!
¡Ay, si un día tú me quieres,
flor envidiada de las mujeres!
¿Será bastante, Severa?
¿Será bastante, mujer?
¡Mujer!
ACTO SEGUNDO Casa de La Severa en plena Morería. La gitana rechaza una vez más el inoportuno
asedio de Román, a quien arroja a la calle; y protege, en cambio, a una desgraciada
chica, amiga de don Diego, maltratada por éste. Ella es en el bario la protectora de los
débiles y la que se enfrenta con todos los bribones; por eso, amorosa y bravía, la
Morería es ella. Llega, llamado por la Severa, el pobre Custodia, a quien anima la
esperanza de que al fin se fijen amorosamente en él los ojos de ella.
CUSTODIA Me llama la gente el loco
porque ya lo estoy por esa mujer.
Yo la siento poco a poco
que penetra y que vive en mi ser.
Mis ojos, cuando la miran,
de luz de aurora se llenan;
suspiran
mis labios mirándola;
deliran
mis sueños amándola.
Su voz de pájaro suena
clavándose en mis entrañas
y llena
mi vida de amor,
y, amándola, me siento
con fuerza y valor.
Todos se ríen
de mi indómita pasión
y con sus burlas me atormentan,
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porque en ella puse
toda mi ilusión.
Todos se ríen
de mi indómita pasión;
de las visiones
e ilusiones
del mísero Custodia.
Pero, di ella viene ahora
y en mis brazos llora,
para mí, su canto,
¡qué me importa que se rían
los que no sabrían
adorarla tanto!
Su voz de pájaro suena
clavándose en mis entrañas,
y llena
mi vida de amor,
y, amándola, me siento
con fuerza y valor.
¡Ay, ya no podría vivir un instante
sin esta pasión que es mi espina y mi cruz!
¡Por fin, oh mujer,
al pobre loco vas a querer!
Yo voy hacia ti
como una mariposa a la luz.
¡Mi Severa!
¡Mi ilusión!
¡Por fin, oh mujer,
al pobre loco vas a querer!
¡Bendita la cruz
de aquella inagotable pasión!
Pronto se convence el pobre tullido de que el sentimiento que anima a la Severa es el de
una infinita piedad hacia él: le quiere por caridad, por lástima; con amor de madre. Y le
convida a cenar, aprovechando que don Juan –con quien vive en la Morería– se ha ido a
una fiesta de campo y no está en Lisboa. El Custodia se exalta proclamando su amor,
condenado a eterna mofa; pero el diálogo es cortado por la imprevista llegada de don
Juan, a quien extraña tan la presencia del Custodia, que lo lanza a empellones fuera de
la casa. Don Juan ha venido con don José, sólo a que la Severa le vea vestido con traje
de gala para ir a un baile de la Marquesa; pero la gitana, que en cuanto ha visto a
Marialva ha reaccionado con todo su fuego pasional, consigue que don Juan renuncie a
ir a la fiesta aristocrática y queda con él, reteniéndole entre sus brazos, y cantándole el
fado que don Juan –prendido en sus notas– va repitiendo amorosamente.
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SEVERA Si tú me dejaras... ¡Oye!
MARIALVA Si yo te dejara, ¿qué? No me dejes, mi tirano,
porque sabes que me muero de amor.
Tanto vale tu cariño que el perderle me da miedo.
Tú me dices lo que quieras; tú me pegas, si soy mala;
pero nunca me abandones, ¡alegría de mi alma!
No quiero que tengas ni dudas ni celos.
La Severa es muy gitana, pero es toda corazón.
Tú sabes de sobra que yo no te miento.
Si tú quieres, dame el pago que merezca mi traición.
Si me pegas, voy a quererte más
que si te fueras. Si me matas,
yo el filo besaré de tu navaja.
Si me dejas, como eso es para mí
morir de pena, quiero mejor
una puñalada en el corazón;
porque yo sin ti, ¡gitano de mi vida!,
no puedo vivir. MARIALVA Gitana de sangre,
mujer de mi raza: no sabría desprenderme
de esta hoguera de pasión; que en tus ojos
he visto lo que son quereres hondos;
que en tu boca se aprende a suspirar
como una alondra;
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que en tus brazos
la vida es un ensueño
dulce y largo.
Mírame tú,
para que en mis ojos
no falte luz;
porque yo sin ti,
¡gitana de mi vida!,
no puedo vivir.
SEVERA No me dejes, mi tirano,
porque sabes que me muero
de amor.
Tanto vale tu cariño
que el perderle me da miedo.
Tú me dices lo que quieras,
tú me pegas, si soy mala;
pero nunca me abandones,
¡alegría de mi alma!
¡Mi bien! ¡Mi amor!
MARIALVA No me llores, mi Severa,
porque sabes que te quiero
con fe.
Si algún día te dejara,
que me muera solo y ciego.
Que me quieras es mi vida.
Si algún día te dejara,
mi castigo es que me olvides,
¡alegría de mi alma!
¡Mi bien! ¡Mi amor!
_____
SEVERA ¡Cómo me quieres, mi gitano!
MARIALVA Tú ven aquí.
SEVERA ¿Qué quieres, mi tirano?
MARIALVA Que cantes para mi;
que me emociones con el fado.
SEVERA Cantar es mi ilusión,
si me acompaña tu canción.
MARIALVA Portugal encarna en ti,
porque en tu fado suenan
todos los cantares
de la raza mía.
Severa, canta dulcemente.
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Severa, canta y llora tu canción
con el corazón...
SEVERA ...«El fado es una caricia
que a todas las almas se acerca;
lo mismo que va por el suelo,
sube al cielo para hablar con las estrellas.
El fado es una sonrisa
que sabe ocultar una pena;
parece que llora o que ríe
cuando llora o cuando ríe el corazón.»
ACTO TERCERO
Patio del palacio del conde de Marialva, separado por un portalón del gran patio donde
se va a celebrar en esa misma tarde una fiesta de rejones, con intervención principal del
conde. Mejorana, que va a ser otro rejoneador, tiembla de miedo y hace las delicias de
don José, que se ríe de él. Entran grupos de damiselas, caballeros y gente del pueblo,
que acuden, invitados, a presenciar la fiesta.
CABALLEROS El palacio condal de Marialva
jardín de flores esta tarde será, que la dama más bella de Lisboa
en un balcón florecerá. DAMAS Galante caballero,
que me obsequiáis con esa amable flor: venid a ver conmigo
la brava lid del rejoneador.
CABALLEROS Os juro que es ingrato ver a don Juan, el bravo lidiador,
al lado de una dama que, al suspirar,
suspira por su amor. TODOS Vamos a la plaza, que en seguida
la corrida va a empezar. Se oye la llamada del clarín,
suena ya el redoble del timbal. Vamos a la plaza, que en seguida
la corrida va a empezar y en el graderío
se reúne lo mejor de Portugal.
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En Portugal,
en Portugal
no hay lidiador
como don Juan.
HOMBRES Esta tarde no hay feria ni mercado
porque en su casa nos invita don Juan.
MUJERES ¡Vaya un conde simpático y torero,
sin que le importe el qué dirán!
HOMBRES Cualquiera que te viese
creería que eras
dama principal.
MUJERES Y tú que te dejabas
la carretela
dentro del portal.
TODOS Vamos a la plaza, que en seguida
la corrida va a empezar.
Se oye la llamada del clarín,
suena ya el redoble del timbal.
Vamos a la plaza, que en seguida
la corrida va a empezar
y en el graderío se reúne
lo mejor de Portugal.
En Portugal,
en Portugal
no hay lidiador
como don Juan.
Marialva, ya preparado para rejonear, atiende a sus amigos. Sin previa Invitación, se
presenta de pronto Román, el traficante alentejano, que llega indignado a protestar
contra el engaño del que fue victima, vendiéndole un caballo ciego; pero don Juan, no
sólo lo calma, sino que consigue que termine agradecido con la concesión de dos honores
que halagan su vanidad: el darle el conde permiso para que le tutee, y el permitirle que
pase a presenciar la corrida. Hay una escena de don Juan con la Marquesa, invitada a la
fiesta, que le reprocha la vida que ahora lleva entre toreros y gitanos: don Juan se
sincera y prueba a la Marquesa que no ha descendido en la consideración de las damas
aristocráticas, puesto que ella misma –la Marquesa– no tuvo inconveniente, el día en
que paseo con ella, en darle un beso.
MARQUESA Un beso apasionado es la promesa
de un porvenir de amor.
Amor florece cuando se besa
la frente perfumada de una marquesa.
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Besar es prometer una alianza
y el beso es un crisol
para un recuerdo y una esperanza
en una tarde de sol.
MARIALVA Un beso apasionado es un instante
de pérfida ilusión.
Borrar sus huellas es lo importante
y es, además, señora, muy elegante.
Besar en una frente deliciosa
no es más que en una flor.
No me digáis que por una rosa
se muere nadie de amor.
Marquesa, no me pidas
que aquel beso que te di,
sea un castigo para mí.
Marquesa, si una tarde,
ilusionado, te besé,
¡qué fácilmente lo olvidé!
Yo soy un calavera empedernido
que tiene un mal concepto del amor.
Y amor... es un viajero desconocido
y acompañarle me da temor.
MARQUESA ¡No es bastante haber escuchado
mis suspiros aquí,
cuando sabes que he desdeñado
cien cortejos por ti!
No te basta que una señora,
que es bonita y es altanera,
tu cariño humilde te implora
¡porque se muere, se muere, por ti!
MARIALVA Marquesita, no me hables de amor,
que me vas a obligar a fingir
que mi pecho por ti suspira.
MARQUESA ¡Bendita mil veces será tu mentira!
MARIALVA En un rinconcito del corazón
he guardado aquel beso, marquesa,
como la reliquia de una ilusión
que tan sólo un momento se toca.
Cuando enardecido por la pasión
el marfil de una frente se besa,
queda una sed en la boca
y un ansia de besar
en los ojos que nos embriagan con su mirar.
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¡No te basta que yo te cante
mis amores así!
Y, aunque sea sólo un instante,
verme muerto por ti.
Si no basta lo que has tenido,
¿por qué quieres que aún más te diga?
Pues no olvides que me has pedido
que, aunque mintiera, te hablara yo así.
MARQUESA ¡No te calles, aunque sea
para mentir!
Porque sólo tus palabras
me hacen vivir.
MARIALVA Mis palabras te consuelan
en tu dolor,
aunque digan el engaño
de nuestro amor.
MARQUESA ¡Tu amor!
MARIALVA Si te basta que yo te cante,
¡bendigamos la mentira
de nuestro amor!
LOS DOS ¡Mi amor!
Ha llegado el momento de montar. Don Juan abandona a la Marquesa, que queda
atribulada y sola cuando, desde la calle, llega la Severa, que se ha escapado de su casa,
donde le dejó encerrada el conde. La Severa adivina en la Marquesa a su rival y la hace
sufrir hasta que ésta se marcha avergonzada; pero la gitana apenas se da cuenta de ello,
porque don Juan ha comenzado a rejonear y ella sigue desde el patio, enardecida, los
lances del toreo. También ha llegado el Custodia, y la Severa le muestra orgullosa a su
amante como el prototipo del hombre valiente. Custodia, celoso y estimulado por los
retos de ella, se arroja al patio para luchar él también con el toro y demostrar que es tan
bravo como el que más. La Severa se horroriza; primero cuando ve que el tullido
desluce la suerte de Marialva y, luego, al ver cómo el toro coge al Custodia después de
que éste le ha clavado el puñal hiriéndole mortalmente. Entran en el patio herido al
Custodia. Detrás, indignado, llega don Juan queriendo vengarse del idiota que ha
deslucido su faena; pero tropieza con la furia de la Severa, entusiasmada ahora con el
valor del pobre tullido, a quien defiende de las iras de don Juan. En una breve lucha con
la gitana, el conde termina por arrojarla al suelo en el momento en que se anuncia la
salida de otro toro para que lo rejonee Marialva. Y en tanto que suenan los clarines y los
aplausos con que es acogido don Juan en el gran patio, la Severa y el Custodia,
maltrechos y unidos en la desgracia, se van lentamente hacia la calle, adivinándose en el
Custodia su loca alegría por llevarse al fin a la gitana; y en ésta, la amargura y la pasión
reconcentrada que siente por el conde, a quien ahora odia –de tanto como le quiere– con
toda su alma.
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E P Í L O G O Otra vez en casa de la Severa. La gitana se halla enferma. El conde no ha vuelto a verla
desde las escenas de la corrida, y ella vive ahora con el Custodia, que la atiende y cuida
como un enfermero.
VOZ DE UN ZAGAL De las vacas de mis prados
la blanca crema,
¿quién llevará?
¿Quién no quiere el tesoro
de mis vaquiñas?
El nuevo día
me sorprendió saliendo
de la alquería.
VOZ DE HOMBRE ¡Panadero, panadero!...
¿Quién va a comprarme
el pan moreno?
VOZ DE MUJER ¡La buñolera!
Los buñuelos calientes.
La buñolera
que ha llegado ya.
¡La buñolera!
¡Buñuelitos y churros!
¡Vaya un regalo para el paladar!
VOZ DEL ZAGAL De las vacas de mis prados,
la blanca crema,
¿quién llevará?
¿Quién no quiere el tesoro
de mis vaquiñas?
El nuevo día
me sorprendió saliendo
de la alquería.
CUSTODIA ¡Una noche más! Pasó fugaz
como dicha que se apaga.
Severa mía, ¿qué sorpresa
el nuevo día nos traerá?
Soñaba yo despierto
que nadie te inquietaba.
Y mira el sol cómo te besa
con sus llamas.
¡Oh, sol!, que vuelves a brillar,
después de morir ayer:
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eres la imagen tú
de mi pasión cruel,
de esta ilusión
que quiere renacer.
¡Oh, sol, joyel del cielo azul!
¡Oh, luz del amanecer!
Ven a alumbrar mi amor,
no mueras tú sin ver
que terminó
mi padecer.
Vivo sol,
claro sol,
blanca luz de la alborada:
¡pon el beso de tus rayos
en la frente de mi amada!
Vivo sol,
claro sol,
resplandor del nuevo día:
ven y dame la alegría
de alumbrar mi triste amor.
Dame tu calor
protector,
sol deslumbrador,
¡luz de amor!
¡Oh, sol, joyel del cielo azul!
¡Oh, luz del amanecer!
Ven a alumbrar mi amor,
no mueras tú sin ver
que terminó
mi padecer.
Román va a ofrecer sus auxilios, como hombre rico que es, pero el Custodia le rechaza.
Llegan también la Chica y don Diego, que son ahora felices desde que la Severa les
protege. La Severa, agradecida al Custodia, no oculta sin embargo que sólo piensa en
don Juan, del que no ha vuelto a saber nada. Pero el que se presenta es don José, que
acude –adelantándose a su amigo– para ver cómo se halla la enferma e interesarse por
ella. La Severa, cuando don José le habla de Marialva, reacciona violentamente, llenando
de improperios a su antiguo amante; pero cuando éste aparece de repente, no puede
reprimir el grito que sale de su apecho y cae de nuevo apasionada en brazos de don
Juan. Pero la gitana se halla gravemente enferma y es acometida de un nuevo ataque.
Los dos caballeros la atienden, ayudados por la Chica. Don Juan, arrepentido de su
conducta pasada, sólo piensa en subsanar su yerro cuando regresa el Custodia, el cual se
dispone al principio a repeler una posible agresión del conde; pero se encuentra
dolorosamente sorprendido al ver que éste le tiende los brazos en señal de amistad,
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porque ha comprendido que la gitana necesita el cariño de ambos y hay que evitarle
toda suerte de emociones. Sin embargo, ya es tarde: la Severa, entre los dos cariños,
quiere animarse y, como antes, cantar su fado; pero la canción queda cortada en su
garganta por un nuevo ataque, que le arranca la vida. Cuando los dos hombres se dan
cuenta de que la gitana ha muerto, se horrorizan. Y el terrible cuadro forma contraste
con la llegada de una alegre rondalla, que el conde había contratado para alegrar las
horas de la Severa, creyendo que su dolencia era sólo de espíritu.
CORO Con el trilurilurí, ¡reid!
Con el trilurilurí, ¡cantad!
Déjame niño que cante y que ría,
déjame niña reír y cantar.
CUSTODIA Déjame niño que cante y que ría,
¡déjame niña reír y cantar!...
MARIALVA Custodia, no temas;
quiero ser tu amigo.
Como fuiste bueno,
soy agradecido.
Tu noble conducta
no debo olvidar.
CUSTODIA ¡Dios mío! ¡Dios mío!
No hago falta ya.
¡Dios mío! ¡Dios mío!
¡Qué será de mí!
¡Ya todo lo perdí!
SEVERA ¡Guitarras! ¿No oís?
¿Qué tienes, Custodia?
CUSTODIA ¡Nada!
¡Adiós, Severa!
MARIALVA ¡Quiero que te quedes
aquí con los dos!
Y sabrás lo que valen
los amigos como yo.
SEVERA ¡Qué bueno eres!
¡Y tú qué bueno!
¡Los dos, al fin,
vinisteis muy cerca de mí!
Tú ven a mi lado.
Tú ven aquí también.
¡Ay, con teneros tan cerca
feliz como nunca me hacéis!
¡No sé lo que siento!
No me encuentro bien.
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MARIALVA ¡Severa!
CUSTODIA ¡Severa!
SEVERA Ya no me dejéis.
¿No oís? Las guitarras.
MARIALVA Debes descansar.
CUSTODIA ¿Por qué no te acuestas?
SEVERA ¡Yo quiero cantar!
MARIALVA Ven aquí a tu cuarto.
SEVERA Dame la guitarra.
CUSTODIA ¡Qué cosas, ay, qué cosas!
¡Severa de mi alma!
CHICA ¡Cuánto se ha emocionado!
ROMÁN ¿No está Severa aquí?
CHICA Severa con el Conde
volvió a ser feliz.
SEVERA «Fui desgraciada en el mundo
desde que saya vestí
y quiero morir cantando
ya que llorando nací.»
MARIALVA ¡Severa! ¡Mi Severa!
ROMÁN ¿Qué ha sido? ¿Qué pasó?
CHICA ¡Severa! ¡No se mueve!
¿Qué es esto, santo Dios?
CUSTODIA ¡Muerta! ¡Muerta cayó!
¡No puede ser, Severa!
¡No puedes tú morir,
mi amor!
¡Severa! ¡Alma mía!
¡Yo quiero que sepas que doy
por ti mi vida!
CORO Con ti trilurilurí, ¡venid!
Con el trilurilurí, ¡llegad!
Viva el conde de Marialva,
que es persona principal...
Tra, lará, tra, lará, la...
...porque es noble y es valiente
¡y hoy nos quiere convidar!
Con el trilurilurí, ¡reíd!
Con el trilurilurí, ¡llegad!
MARIALVA ¡Callad, callad, malditos!
CUSTODIA ¡Mirad! ¡Muerta cayó!
TODOS ¡¡Muerta!!
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CUSTODIA El alma entera te di.
¡Contigo mi alma voló!
MARIALVA ¡Ay, mi Severa, perdón!
Tu amor, que se fue,
mi vida destrozó.
¡Llorad, fadistas, llorad;
que la Severa murió!
El fado ha muerto con ella,
¡después de mi corazón!