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La Generación Ni-Ni-Ni
Roberto Celaya Figueroa, Sc.D.
La Generación Ni-Ni-Ni
Todos los derechos reservados por el autor ©2015
Primera edición
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Dedicatoria
A todos los niños, niñas, adolescentes y jóvenes cuyo mayor acto de
rebeldía es no aceptar un futuro de pesimismo, sometimiento y mediocridad
y día con día luchan por una vida de realización, plenitud y trascendencia
Índice
A manera de introducción ................................................................................. 1
1.-De vuelta al pueblo ........................................................................................ 3
2.-Abarrotes “Don Cipriano” ............................................................................. 13
3.-Primer “Ni” ...................................................................................................... 22
4.-Segundo “Ni” .................................................................................................. 35
5.-Tercer “Ni” ...................................................................................................... 48
6.-Los Tres “Si” .................................................................................................. 61
7.-De regreso a mi vida ...................................................................................... 77
Acerca del autor ................................................................................................. 84
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A manera de introducción
La escribidera como muchas cosas en la vida es cuestión de aprovechar el
momento. Momento para escribir, pero también momento para saber sobre qué
escribir. Este año me invitaron a dar una conferencia a alumnos de secundaria.
Siempre mi público había sido universitario o profesional así que me encantó el
reto.
Después de ese momento de avalentamiento de mi parte vino la parte de pensar
sobre qué versaría una plática a adolescentes. Dejando la duda fermentara mi
mente con ideas que iban y venía surgió ésta que presento aquí como libro: La
Generación Ni-Ni-Ni.
Cuando en su momento la idea dio como resultado una conferencia vi el potencial
que tenía la misma para convertirse luego en libro y así multiplicar el alcance de
las ideas que se manejaban y que ahora se presentan de esta forma.
En este punto, y tal como se irá develando en la obra, la idea que propongo de
Generación NI-Ni-Ni (así, con tres Ni) difiere de la que se menciona como
generación Ni-Ni (así con dos Ni), aunque ambas están relacionadas siendo la que
propongo causa de la segunda.
Quiero así mismo, abusando de la gentileza de quien me lea, pedir laxitud en la
crítica cronológica a la obra ya que la misma de inicio bien puede plantearse en el
futuro, aunque mayormente se desarrolla en el pasado. Me explico: el personaje
principal es un miembro de lo que conocemos como Generación Ni-Ni (así, con
dos Ni), como esta generación se ubica entre los 90´s y la primer década del 2000
pero se ocupaba que nuestro personaje ya hubiera alcanzado una edad madura
aquí se presenta ya crecido con lo que solo por este hecho de inicio el desarrollo
de la trama es en el futuro, pero como mucho de esa trama hace referencia a la
infancia del personaje pues la misma se desarrolla en los 90´s o inicio de la
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década del 2000 con lo que esas remembranzas se desarrollan en el pasado. Una
vez aclarado esto y ateniéndome a la benevolencia de quien lee esto. Continúo.
El libro, así como la conferencia, están pensados tanto en la estructura de ideas
como en su presentación y desarrollo e incluso en las situaciones y el lenguaje
para jóvenes adolescentes. Esto no quiere decir que los adultos no pueden usarla
y servirse de ella, claro que sí.
La presente obra presenta un esquema completamente diferente de lo que se
conoce como Generación Ni-Ni (así, con dos Ni) presentando, como y se indicó,
estas dos Ni, como consecuencias de las tres Ni que aquí se desarrollan.
Por el estilo de la obra y aunque ésta es ficticia puede decirse que el esquema de
la misma es vivencial, incluso costumbrista, pero al mismo tiempo expositiva de
ideas que buscan irse presentando de manera lógica para convencer a quien las
lee y, sobre todo, para darle otra forma de ver las cosas, su propia persona y la
vida misma, dotando con esto de una visión que habilite el hacerse cada uno
dueño de sus pasos y de su destino.
No habiendo más que decir solo me queda agradecer a quien lea esto y desear
realmente que en su vida se dé la transmutación mágica de un miembro más de la
Generación Ni-Ni-Ni a un miembro único de la Generación Si-Si-Si.
Roberto Celaya Figueroa, Sc.D.
Septiembre de 2015
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1.-De vuelta al pueblo
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Que diferentes se ven las cosas cuando uno crece. Hace bastantes años no venía
de vuelta a mi pueblo y aunque todo sigue igual yo lo veo tan diferente. Ahí está la
piocha de Doña Lupita con la que la hacíamos enojar tanto pues de chamacos le
arrancábamos varejones para corretearnos dándonos con ellos. Más allá está el
quisco de la plaza, uy cuántos de nosotros nos dimos ahí nuestro primer beso,
toda una proeza que nos volvía ya hombres ante los amigos. Ahí al fondo la
cantina, de donde cuándo no salían cantos de alegría salían gritos por los pleitos
que se armaban.
Siento el viento cálido y el polvo de las pocas calles que quedan sin pavimentar y
en vez de molestarme me trae recuerdos. Casi casi puedo verme en calzones
revolcándome en el lodo cuando las lluvias anegaban las calles. ¡Qué delicias de
juegos entonces hacíamos! Podíamos ser piratas, indios, vaqueros, lo que fuera,
no importaba pues lo único que nos interesaba era llenarnos de pies a cabeza de
lodo aunque cuando llegáramos a nuestras casas nos ganáramos una buena
regañina.
Y las noches frescas de verano ¡qué de estrellas podían verse! Nos poníamos a
contarlas y cuando menos pensábamos ya estábamos en otra cosa.
¡Ah! Mi casa. Esta casa es donde viví durante años hasta que crecí y me fui del
pueblo. Solo volví dos veces. Ambas cuando murieron mis padres. Los viejos,
¡nunca quisieron salir de aquí! Por más que les decía que se fueran conmigo a la
ciudad siempre me respondían lo mismo “¿pa´que tanto?, esta tierra somos
nosotros, aquí está todo lo que queremos y lo que necesitamos, aquí nacimos y
aquí descansaremos”. Y sí, aquí descansaron. Ya después se vendió la casa.
Como hijo único no la ocupaba, pero ahora al verla quisiera darle un abrazo como
si con ese abrazo pudiera abrazar a mis viejos. ¡Ah, como los extraño!
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Que alto el yucateco que mi apá sembró cuando yo estaba chico. Pareciera me
reconociera y orgulloso me mostrara hasta donde ha crecido. Que belleza de
lugar.
Mi apá. Hacía tiempo no decía eso. Ahora como todo un profesionista en la gran
ciudad mi lenguaje es culto y refinado. Padre o papá le llegué a decir. “Soy su
apá”, me corregía el viejo. Y sí, es mi apá. El mismo que salía tempranito
tempranito al campo a partirse el lomo y llegaba lleno de polvo y con un hambre
de diablos. Nunca vi que dejara nada de lo que mi amá le hacía, fueran papas con
chorizo, tamales con lentejas, o de plano cuando andábamos cortos de dinero,
frijoles con quelites que juntaba ella del monte.
Luego se sentaba debajo del yucateco con su taza de café. “M’ijo, venga pa´cá”,
me decía. Dependiendo del tono de su voz yo ya sabía si me iba a regañar por
algún mal rato que hubiera hecho pasar a mi amá o si era solo para preguntarme
como me había ido en la escuela. “¿Ya hizo la tarea? A ver, tráigamela”, siempre
terminaba. Yo corriendo iba por mi cuaderno y se la daba esperando su
aprobación. “Muy bien, muy bien. Más derechita a la otra la letra, ¿entendió?”. No
fue sino hasta que crecí que me enteré que mi viejo nunca supo leer ni escribir,
¡hacía el teatro de que me revisaba la tarea cuando él no sabía lo que ahí había
escrito y todavía me corregía! Pero la imagen seria y adusta de mi padre
revisando mu cuaderno hacía que llegando de la escuela lo primero que hiciera
fuera mi tarea dejando el cuaderno a la mano pues sabía mi apá me revisaría lo
hecho al llegar. ¡Ah, como extraño a mi viejo!
Y ahí, en el porche de la casa, casi casi puedo ver a mi amá en su mecedora,
remendando una y otra vez las ropas hasta que casi se caían a hilachos. Ella no
supo de tele o cine, cuando mucho tenía un radio donde en las tardes, mientras
cosía, se ponía oír sus radionovelas. “M’ijo, apágale a los frijoles”. Con ese grito
yo tenía que dejar lo que estaba haciendo e ir a la cocina a cumplir su
encomienda. Sin falta, sin demora. Sobre todo después de aquella vez que por
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andar jugando me tarde y los frijoles se ahumaron. “Ni modo, así nos lo
comeremos”, dijo mi amá, y así fue. No podíamos darnos el lujo de tirar tres kilos
de frijol solo porque se ahumaron así que durante más de una semana ese fue el
sazón con los que los degustamos. Lección aprendida. Que de extrañar el sazón
de mi amá. Incluso ahorita me comería yo solo esos frijoles ahumados si fuera
ella, mi viejecita la que me los sirviera.
Mi apá se fue primero, luego mi viejecita. A veces creo él se la llevó. Así de unidos
eran. Siempre de pleito pero no podían estar uno sin el otro.
Esta casa está llena de recuerdos. Llena de mi vida. Llena de lo que fui y soy.
Quien sabe quien viva aquí ahora. Ella ahora cobija otras vidas y llegará a formar
parte de ellas como en su momento formó parte de nosotros.
Dejo mi casa atrás y sigo avanzando en mi carro. La gente voltea a verme. Igual
que antes ahora no reciben muchos desconocidos. Aunque ellos son los que a mí
se me hacen desconocidos. Veo caras nuevas, o a lo mejor son las mismas de
antes pero ya cambiadas, ya con años encima.
Después de tantos años regreso a ese lugar que para toda la chamacada era
mágico: la tienda de Don Cipriano. Chicles, trompos, dulces, canicas, de todo
había con Don Cipriano. Era todo un gusto el recibir de mi amá la encomienda de
ir a comprar algo con Don Cipriano, bueno, comprar o sacar fiado porque a veces
la raya aún no llegaba. “Dile que el viernes le pago”. Y así llegaba uno. “Don
Cipriano, quezque dice mi amá si puede mandarle un kilo de manteca y que el
viernes le paga”. No recuerdo que Don Cipriano alguna vez nos haya dicho que
no. Tal vez el hecho de mis viejos siempre cumplieran su palabra de pago era lo
que nos daba crédito. Pero lo realmente emocionante era ver todo lo que Don
Cipriano tenía. Mientras nos surtía lo que nos habían mandado comprar uno podía
ver por aquí y por acá: muñequitos mal pintados de plástico duro de luchadores
famosos, unas pirinolas de madera con lomos multicolores, aquí y allá unos
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calendarios que incluso seguían ahí ya avanzado mucho el año, frascos de cristal
al fondo con los dulces que parecían llamarnos, y en época de fiesta cuetes y
cuetones por aquí y por allá.
Que pequeña se me hace ahora la tienda. Parecieran ser dos cuartos de la casa
de Don Cipriano que fueron juntados para hacer la tienda. Y las capas de pintura.
Una sobre la otra, los mismos colores, promovidos y patrocinados por la misma
empresa de refrescos que año tras año le daba este servicio a cambio de poner
por fuera en una de sus paredes el logo de sus productos. Y arriba del dintel de la
puerta de entrada las letras entrecomilladas Abarrotes Don Cipriano.
La verdad no sé si me encontraré con Don Cipriano, ¿y qué le diré? Capaz y ya no
está aquí. Ya era mayor cuando dejé el pueblo. Pero aún dice aquí arriba
Abarrotes Don Cipriano. Aunque igual el nombre pudo haber quedado y ahora ser
de otras personas. Siento que el corazón me da un vuelco cuando veo alguien que
pasa detrás del mostrador.
-¡Don Cipriano! –le grito mientras entro en la tienda- ¡Don Cipria…!
De repente me quedo mudo pues un muchacho de unos veinte años voltea a
verme como preguntándose quién diablos es este que entra a la tienda dando de
gritos.
-Buenas tardes –busco compostura-, disculpe, busco a Don Cipriano, ¿todavía es
dueño él de esta tienda?
-¿Y de parte de quién o para qué? -me responde el muchacho.
-Soy Bernardo Barreras, viví de niño y de joven en este lugar, cuando crecí me fui
a estudiar a la capital y allá me quedé a trabajar. Ando de paso y pensé en
saludarlo, ¿todavía es de él la tienda?- respondo.
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-Don Cipriano es mi abuelo. Ya no atiende el abarrotes. -Me responde el
muchacho.
-¿Y sabe dónde pudiera verlo? Solo quiero saludarlo. –aclaro.
-A estas horas debe estar atrás, en el huerto- me dice
El huerto de Don Cipriano, solo cuando no asomábamos por la barda de adobe
podíamos darnos una idea de lo que ahí había. Limoneros, árboles de naranja,
allá al fondo unas palmas de dátiles, uno que otro arbusto de chiltepín, y de vez en
cuando, en época de lluvias, calabazas y estropajos por doquier.
-Déjeme preguntar- me dice el muchacho mientras sale por la puerta de atrás.
Me quedo viendo la tienda. Ya no están los futbolitos que había donde pasábamos
horas y horas jugando. Ahora hay unas casetas de teléfono. Pero trompos si veo,
allá unas máscaras de luchadores, y nuevos productos que de seguro hacen las
alegrías de todos los chamacos del lugar cuando sus padres les compran algo.
La caja de madera y cristal donde ponían el pan dulce hecho en casa ha dejado su
lugar a los estantes de las tiendas de pan dulce industrial. Con sus empaques
brillosos llenos de color no compiten con los cochitos, los elotitos o las conchas
cuando con hambre las buscábamos y envueltas en papel café nos las daban.
-Pase por aquí- me dice el muchacho sacándome de mis cavilaciones.
Me levanta la parte del mostrador franqueándome la pasada por donde teníamos
vedado. Años después, muchos años después consigo hacer lo que en mi niñez
creía imposible: pasar del otro lado del mostrador.
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De reojo veo debajo del mostrador bolsas de arroz, de frijol, así como periódicos
viejos y papel para envolver. Cosas ordinarias pero que durante años fueron un
secreto para toda la chamacada.
-Tata –le dice el muchacho a Don Cipriano- esta es la persona que lo busca.
Don Cipriano está sentado en su mecedora. Se ha quitado el sombrero dejando
ver su cabeza ya blanca. Unas gotas de sudor perlan su frente.
-Buenas tardes, Don Cipriano –saludo.
-Cómo has crecido, Bernardito, ¿o debería llamarte Bernardo? –dice Don Cipriano
sin abrir los ojos.
-Pero si no me ha visto –le dijo.
-No necesito verte –me aclara él- tu voz ya no es la de ese niño que venía a mi
tienda a ver si le dejaba barrer a cambio de pagarle con un piloncillo.
Me ruborizo al recordar eso. Yo, ahora independiente, a quien todos recurren y
llaman Sr. Barreras, enfrentado a un pasado donde no tenía nada que ofrecer
salvo una barrida a cambio de un dulce.
-Anda, siéntate –me dice Don Cipriano señalándome una silla.
-¿Le traigo algo? –pregunta el muchacho haciéndome ver que aún está ahí con
nosotros.
-Tráele leche bronca y una concha –dice Don Cipriano todavía con los ojos
cerrados-, que yo recuerde eso te fascinaba.
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-Leche y pan está bien –respondo y el muchacho se retira.
Don Cipriano abre los ojos y me mira. La misma mirada, solo que ahora más
benévola, cansada pero con ese brillo pícaro de niño descubierto en travesura.
-¿Y qué has hecho Bernardo? –me pregunta.
Durante cinco, diez minutos les resumo 20 años de mi vida. Don Cipriano me
presta atención y asiente de vez en cuando como para hacerme ver que está
siguiendo lo que le digo. La llegada de su nieto con la leche y el pan interrumpe mi
perorata.
-Gracias –digo- y acto seguido hago algo que hace mucho no hacía: oler la leche.
En la ciudad solo tenemos leche industrial, muy rebajada con agua, pero esta
leche, leche bronca, huele a mantequilla, huele a pueblo, huele a historia. Aspiro
profundamente y es como si toda mi niñez pasara por mis narices. Cuando abro
los ojos Don Cipriano me ve con esos ojos que parecen sonreír.
-Me da gusto todo lo que has logrado, Bernardo –me dice como tomando ahora él
la palabra para darme tiempo de probar el pan y saborear la leche-, yo creía ya no
volverías por estos rumbos pero que bueno verte, ¿y qué andas haciendo?
Directa la pregunta, tan directa que no la espero y me atraganto con el pan que
me estaba comiendo. ¿Por dónde empiezo?- pienso. Y ese pensamiento me lleva
a mi adolescencia, a los juegos, al mundo desenfadado y sin problemas de ser
joven, y a ese encuentro con Don Cipriano que me cambió la vida.
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2.-Abarrotes “Don Cipriano”
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No creo de chamaco haber tenido mejores momentos que los que diariamente
disfrutaba al salir de secundaria. Pareciera que las clases era el precio que como
estudiantes teníamos que pagar para poder luego de ellas desembrazarnos de los
cuadernos tirando la mochila bajo algún árbol para echarnos un partidito de futbol
con los amigos o simplemente para chupar uno de los raspados que en bolsas de
plástico nos vendían a la salida.
De todos esos momentos aquel que se llevaba las palmas era cuando alguno de
la palomilla traía dinero y nos íbamos con Don Cipriano a comprar. Cuando no
eran panes dulces eran cuerdas para nuestros trompos o canicas para completar
las que casi de rigor se nos iban perdiendo.
El tropel de chamacos que anegaban la tienda de Don Cipriano hacían de un
vendaval una leve brizan. Todos querían hablar, opinar y pedir se les atendiera.
Don Cipriano haciendo gala de paciencia les iba mostrando uno a uno lo que le
pedían. Seguro estoy que de cien cosas que nos mostrara finalmente
compraríamos una pero aun así hacía honor a su papel de tendero con paciencia
y solicitud.
Cuando iba a clases, muy tempranito, pasaba por la tienda de Don Cipriano. La
primera imagen que se me viene a la mente es olfativa ya que para cuando yo
pasaba por ahí Don Cipriano ya se había levantado y había regado la calle de
enfrente que aún no estaba pavimentada para que no se levantara polvo. Nunca
entendí el porqué de esto ya que a la media hora, cuando el sol estaba alto, el
agua que había regado se había secado y el polvo de la avenida estaba a todo lo
que daba. El otro riego era en la tarde.
Cuando de tarde noche mi amá me mandaba a comprar algo para la cena a que
Don Cipriano era muy común que me lo encontrara afuera sentado en su
mecedora. Una poltrona de fierro cocida con multicolores tiras de plástico que la
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hacían de lo más cómoda, y para rematar una almohada para hacer del sentarse
todavía una mejor experiencia.
Esa era la tienda de Don Cipriano. Un lugar al que siempre queríamos ir, excepto
esa tarde cuando Luis Carlos, mi mejor amigo de secundaria, me propuso lo que
no solo era un tabú sino algo estrictamente prohibido: irle a comprar unos cigarros
a Don Cipriano. Yo de inicio no estuve de acuerdo. Sí tenía curiosidad, esa
curiosidad que hace que de jóvenes hagamos cada trastada, pero esa curiosidad
era refrenada cuando a mi mente venía el adusto rostro de mi apá. Ni imaginarme
me abordara ahora por andar yo fumando. Pero Luis Carlos me insistió y fui con la
condición de solo acompañarlo pero aclarando que yo no fumaría.
Llegamos con Don Cipriano y entrando vimos para ver si había ahí más gente.
Luego nos pusimos a ver por aquí y por allá. Don Cipriano ya se sabía ese
recorrido donde veíamos toda la tienda y al final llegábamos al mostrador donde
terminábamos pidiendo lo que habíamos ido a comprar. El recorrido de la puerta al
mostrador incluso con ese rodeo nunca se me había hecho tan largo. Cuando por
fin llegamos yo sentía que el corazón se me salía por la boca.
Un cigarro suelto –dijo Luis Carlos a Don Cipriano.
¿Es para tu papá? –preguntó Don Cipriano.
Si –contesto Luis Carlos con un tono de voz menor que el anterior que delataba
que eso no era verdad.
Pues dile que venga él, -replicó Don Cipriano- no puedo venderles cigarros a
menores.
Es que está ocupado –reviró Luis Carlos.
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Entonces Don Cipriano hizo algo que no esperábamos. Con una mano agarró el
cigarro y con la otra su sombrero saliendo de detrás del mostrador hasta donde
estábamos.
-Vamos –dijo.
-¿A dónde? –preguntó Luis Carlos.
-Con tu papá –respondió Don Cipriano-, yo mismo le llevaré su cigarro.
-Ya no lo quiero –dijo Luis Carlos.
-¿Cómo que ya no lo quieres? –replicó Don Cipriano-, ¿era para ti o para tu papá?
El silencio de Luis Carlos lo delataba.
-Por esta vez no le dirá nada a tu papá, pero esto –dijo Don Cipriano mostrando el
cigarro- no es algo que les haga bien o que los haga importante, al contrario, les
hace daño y los hace ver como tontos. Aprovechen su tiempo de jóvenes, no lo
desperdicien en tonterías de adultos como esta, ¿por qué no mejor estudian,
juegan o trabajan? Ya tienen edad para andar en algún que otro trabajo, por
ejemplo ahora que vienen las pizcas de sandía.
-Es que somos de la generación Ni-Ni –contestó Luis Carlos en un arranque de
insolencia.
-¿Generación Ni-Ni? –preguntó Don Cipriano
-Si –aclaró Luis Carlos-, ni estudiamos y ni trabajamos.
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El aire con el que respondió Luis Carlos le daba cierto orgullo a su respuesta,
como si se sintiera satisfecho no solo de lo que decía sino de haberse animado a
decírselo a quien se lo decía.
-Ustedes no son parte de la Generación Ni-Ni –aclaró Don Cipriano-, sin más bien
parte de la Generación Ni-Ni-Ni.
-Como sea –dijo Luis Carlos dando la vuelta y encaminándose a su casa.
Yo me quedé un rato viendo a Don Cipriano sin entender por qué había usado tres
“Ni” en vez de dos. Finalmente me di la vuelta y alcance a Luis Carlos. Cuando lo
alcancé me volteé para ver si ya se había ido Don Cipriano, para mi sorpresa
seguía de pie viéndonos. Era como si esperara algo, no sé qué. Pero esa tarde y
el resto de la noche me quedé pensando qué había querido decir.
Finalmente me enteré al día siguiente que Luis Carlos se había salido con la suya
al robarle un cigarro a su papá y fumárselo en el patio de su casa, acto que le
había costado una azotaina con varas de piocha por parte de su jefe cuando éste
llegó y se enteró. Con lo que no contaba Luis Carlos era con que tirar el cigarro
una vez fumado no hace que el aroma con el que uno se ha impregnado lo deje.
Saliendo de la escuela los tres “Ni” me seguían dando vuelta por la cabeza. Así
que aduciendo deberes en mi casa no me quedé a jugar después de clases y me
dirigí a la tienda de Cipriano.
A punto estuve una vez que la divisé de dar media vuelta e irme. Todavía me
apenaba el evento del día anterior, pero Don Cipriano estaba afuera, cosa rara en
él a esa hora y al divisarme me saludó inclinando la cabeza.
-Buenas Don Cipriano –saludé
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-Buenas tardes, Bernardito –me correspondió haciendo hincapié con su tono en la
palabra tardes como para hacerme ver lo mocho de mi saludo.
-Oiga Don Cipriano –continué-, quería decirle que yo solo estaba acompañando a
Luis Carlos, a mí no me gustaba esa idea pero como amigo de él vine. Yo no tenía
pensado fumar para nada.
-Ah –fue toda respuesta de Don Cipriano-, está bien.
Nos quedamos viendo un rato.
-¿No le han llegado nuevos trompos, Don Cipriano? –pregunté cómo tratando de
romper el hielo.
-Ahí me llegaron algunos hoy en la mañana –me respondió-, si quieres verlos
están entrando a la derecha.
Entré y me puse a verlos. Don Cipriano se pasó del otro lado del mostrador como
siempre hacía cuando un cliente entraba a su tienda.
-Están muy bonitos –dije.
Don Cipriano asintió con la cabeza y dejando de verlos tomó un trapo y se puso a
limpiar el mostrador de madera. Si no lo limpiaba unas cien veces al día yo creo
que no lo limpiaba ni una, Ya de los bordes se veía que la pintura verde subido se
había caído pero él seguía limpie que limpie.
-Oiga Don Cipriano, ayer usted mencionó la Generación Ni-Ni-Ni, pero de la que
nos han hablado es de la Generación Ni-Ni, que ni estudia ni trabaja, no de la
Generación Ni-Ni-Ni.
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-Ajá –contestó escuetamente Don Cipriano.
-¿A qué se refería? –terminé preguntando sabedor de que si no era directo en mis
cuestionamientos podíamos estar toda la tarde dándoles vuelta.
Don Cipriano terminó de limpiar la ya de por sí madera del mostrador como
dándose tiempo para pensar la respuesta. Todavía se dio tiempo de sacudir el
trapo y de ponerlo a un lado. Y no fue sino hasta entonces que respondió, no
como yo quería pero respondió.
-Los domingos cierro a las seis –me dijo aclarando algo que yo ya sabía pues
cuando en domingo algo se nos ofrecía de su tienda después de las cinco
teníamos que tocar en su casa para solicitárselo-, date una vuelta por la casa, con
permiso de tus papás, claro, y con gusto te aclaro el punto.
-¿Y por qué no me dice ahorita? –le pregunté con esa impaciencia a la que ya
debería estar acostumbrado.
-Domingo a las seis –me contestó dando por zanjada cualquier discusión.
Me retiré de ahí pensando en dejar ya todo el tema por la paz y dedicarme a lo
mío: estudiar, jugar y ayudar en casa. No sabía que esa simple pregunta
devengaría en una lección de vida que me cambiaría.
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3.-Primer “Ni”
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El domingo me levanté tarde. Tarde era para mí a eso de las 8 pues todos los días
me levantaba mucho más temprano. Tenía que desvelarme mucho, como en las
fiestas del pueblo, para poder levantarme más tarde. Además y aunque quisiera
mis viejos siempre fueron muy madrugadores, antes que saliera el sol ya estaban
de pie haciendo café y preparando el desayuno. Había veces en que me
despertaban sus pláticas y me quedaba dormido de nuevo solo para despertar
más al rato, cuando ya había luz de día y verlos todavía trajinando. Así eran mis
viejos.
Me desperté a las ocho. Me alisté. Me desayuné y simplemente dejé que
transcurriera el domingo. Amigos fueron y vinieron y muchos juegos aparecieron.
Pero conforme avanzaba el día mi cita de las seis no dejaba de estar presente.
¿Y si no voy? –pensé-, total, ni modo que me diga algo.
Pero ni los trompos, ni las canicas, ni el futbol lograron apartar de mi mente la cita
que a las seis tenía.
Llegada la hora me encaminé con Don Cipriano. La tarde comenzaba a caer. Los
animales que a veces andaban por las calles del pueblo, chivos, gallinas con sus
pollitos y uno que otro perro, ya habían recalado a sus hogares disponiéndose a la
llegada de la noche. También el pueblo se veía más tranquilo, más calmado, con
ese ambiente de domingo que cada semana por la tarde lo anegaba.
-¡Don Cipriano! –llamé a la puerta de la tienda-, ¡Don Cipriano!
-¡Acá atrás, Bernardo! –la voz llegó de la casa de Don Cipriano por lo que tuve
que rodear la tienda para cruza la barda que divide los lotos y entrar a la huerta de
Don Cipriano.
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Esta huerta solo la habíamos visto cuando nos habíamos asomado por la barda,
pero nunca habíamos entrado en ella. Las veces que una pelota se nos volaba
para la huerta y le íbamos a decir a Don Cipriano siempre nos decía que lo
esperáramos mientras él iba por lo perdido y nos lo traía.
Los árboles en su mayoría frutales cubrían gran parte de le huerta. Aquí y allá
había unos claros donde hojas de rábanos o zanahorias se asomaban de la tierra
delatando su presencia. En uno de esos claros Don Cipriano estaba de rodillas
removiendo la tierra.
-Pásame esa bolsa, Bernardo- me dijo. Ya eran dos veces que me había dicho
Bernardo. No estaba acostumbrado pues siempre me decía Bernardito. Si bien no
me incomodaba me hacía sentir mucho muy mayor, casi ya como un señor.
-¿Qué hace? –pregunté.
-Sembraré unos tomates –me contestó-. Mira, ¿ves como aquí comienza esta
sombra? Pues este lugar es ideal para el sol no me vaya a quemar los tomates,
cuando esté en alto estos árboles harán sombra para protegerlos.
La explicación me pareció interesante, pero más la manera en que Don Cipriano
me la daba. Parecía se sintiera orgulloso de lo que hacía y de las formas en que
según él ideaba para que todo le saliera como esperaba.
-Oiga –continué-, vine por lo de los tres Ni que mencionó.
-Mira –me dijo-, ¿ves aquellas ramitas que están allá? Es cilantro. Ese debe estar
sembrado todavía donde hay más sombra pues es más delicado que el tomate.
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No entendí por qué no contestaba lo que le decía respecto de los tres Ni. Hasta
creía se estaba divirtiendo conmigo. ¿A quién le importaban unos tomates o unos
cilantros? Yo había venido, tal como acordamos, a hablar del tema de los tres Ni.
-Yo conozco dos Ni –continué hablando como él lo hizo sin responder a lo que me
había dicho-, Ni Estudio, Ni Trabajo, pero usted mencionó tres Ni, ¿a qué se
refería?
-¿Quieres limonada? –me preguntó-, la acabo de preparar.
-No sé si me quede mucho tiempo –le dije como para apurar la respuesta que
esperaba-, verá tengo tarea que hacer…
La verdad que Don Cipriano ni me dejó terminar. Vació limonada de la jarra con
hielos donde la tenía y me ofreció un vaso. No puedo negar que tenía algo de sed,
además de que se me antojaba la limonada. Así que apuré el trago y esperé fuera
él quien retomara el tema.
-Vamos a sentarnos un momento –me dijo señalando unas mecedoras que
estaban en el porche-, ¿si tienes tiempo para sentarte?
La pregunta me sonó a burla y pensé en mi excusa de la tarea. Que ridículo debo
haber sonado. Por toda respuesta acompañé a Don Cipriano hasta donde estaban
las mecedoras sentándonos en ella. Él en la suya y yo en la otra. ¿Qué cómo sé
que la que él uso era la suya? Porque se veía preparada para él, tenía su
almohadilla, su cojín mullido, que hacía más agradable descansar en ella.
-Los Ni que mencionas –dijo de repente sin más ni más-, esos de Ni Estudio, Ni
Trabajo, no son una causa sino un efecto.
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La pausa que hizo me dio la impresión era para cerciorarse no solo de tener mi
atención sino de que estaba captando y entendiendo lo que me decía.
-¿Cómo es eso Don Cipriano?
-Mira –respondió-, cuando tú vas al médico, aunque generalmente decimos “tengo
calentura, tengo basca, o tengo chorro” en realidad tú no tienes eso, una vez que
el médico te ha hecho los análisis correspondientes te dice lo que en realidad
tienes, es así que correctamente uno debería decir “tengo una infección, tengo
una congestión, tengo una intoxicación” o lo que fuera. Lo primero eran las
consecuencias de lo segundo, pero comúnmente lo mencionamos como si eso
fuera más bien la causa.
Me quedé pensando en la razón que tenía en la forma que planteaba esa ideas.
-Igual pasa con los dos Ni-Ni que mencionamos –continuó-, ese Ni Estudio, Ni
Trabajo no es una causa sino una consecuencia. Desafortunadamente, igual que
los ejemplos anteriores, muchos lo ven como una causa y se ponen a trabajar
para erradicarlo pero si no atacas la causa los efectos no cesan. Es como si,
tomando de nuevo los ejemplos anteriores, el médico en vez de atacar la infección
te diera una medicina solo para bajar la calentura, como que no te serviría de
mucho, ¿verdad? Igual aquí, esos dos Ni-Ni que señalo son efectos, no deben
tratarse como si fueran las causas y tratar de erradicarlos por sí mismos, sino
como efectos de una cadena de situaciones que debemos identificar.
-¿Y aquí es dónde entran sus tres Ni? –dije
-Si –me contestó-, pero no son míos, cuando mucho es una idea a la que he
llegado, si estás de acuerdo con ella esa idea se volverá tuya, pero eso es lo de
menos, así es, me refiero como causa de los dos Ni que conocemos los tres Ni
que yo propongo.
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-¿Y cuáles son esos tres Ni, Don Cipriano? –pregunté ya con ganas de que me
dijera.
-El primero es Ni Quiero –me dijo así de sopetón.
-¿Ni Quiero? –repetí.
-Así es –respondió.
-¿Y a qué se refiere? –pregunté.
-Antes de decirte a qué se refiere déjame contarte una breve historia –me dijo-.
Sin decirte de quien hablo te comento que esta persona tuvo una vida un poco
interesante, según yo. A ver si tú también estás de acuerdo. Aunque desde muy
joven comenzó a batallar pues perdió a su madre de niño y tuvo que trabajar, lo
más interesante comienza cuando ya es un joven y busca abrirse paso en la vida.
¿Cuáles fueron los resultados de ese buscar abrirse paso en la vida? Pues bien, a
los 22 años esta persona de la que te hablo fracasó en los negocios, a los 23 fue
derrotado en su intento de ser legislador, porque has de saber le gustaba la
política, a los 24 de plano cayó en bancarrota, a los 25 de nuevo fue derrotado en
su intento de ser legislador, a los 26 pierde a su novia lo cual le ocasionó un
período de depresión, a los 27 sufre una crisis nerviosa que lo llevó a estar en
tratamiento, a los 29 es derrotado en su intento de ser representante, otro cargo
político, a los 31 no fue electo para formar parte de lo que en se entonces se
conocía como Colegio Electoral, el cual era otro puesto político, a los 34 sale
derrotado en las elecciones al Congreso, a los 37 de nuevo es derrotado en las
elecciones al Congreso, a los 39 ¡de nuevo es derrotado en las elecciones al
Congreso!, a los 45 es derrotado, ahora en su intento de llegar al Senado, a los 47
no logra que su partido lo postulara para Vicepresidente, a los 49 años es
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derrotado de nuevo en su intento por llegar al Senado, por fin, a la edad de 51
años, llega a ser Presidente de su país, ¿sabes de quien hablo?
-Ni idea, Don Cipriano –contesté sabiendo que él me daría la respuesta.
-Pues de Abraham Lincoln, uno de los Presidentes más emblemáticos de Estados
Unidos, quien no solo logró mantener la unión ante la Guerra Civil que enfrentó
sino conceder a todos sus habitantes, sobre todos los esclavos, el reconocimiento
legal del mayor tesoro que puede tener un hombre o mujer en esta tierra: su
libertad.
Don Cipriano se quedó callado como dándome tiempo de asimilar lo que me había
dicho.
-Imagínate –continuó- alguien con ese historial de derrotas y fracasos. Realmente
creo que sería muy lógico y natural que a las primeras de cambios hubiera
abandonado todo deseo de seguir, pero no, él siguió y siguió y siguió hasta que lo
logró.
-¿Y esto qué tiene que ver con el Ni Quiero? –pregunté.
-Lo primero que uno debe tener –me contestó Don Cipriano-, es la firme
convicción de querer algo, sino todo lo demás estará en el aire. Si no quieres algo,
cómo dicen por ahí, es cómo construir sobre la arena, viene el agua y se lleva lo
que hayas construido. Querer algo nos da raíces, nos da soporte, nos da la
fortaleza para cuando vienen los embates que tarde que temprano llegaran en la
vida.
-Pero eso no tiene mucho chiste ya que todos queremos algo –le dije como
queriendo corregir su premisa, o más bien justificar la mía.
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-No es así, Bernardo –me dijo con una seguridad que me calló la boca-. Cuando
veo gente como tú dices, sin estudiar, sin trabajar, o peor aún, que comienzan en
los vicios, en los malos pasos como decimos, digo y sostengo que en realidad no
quieren nada, o al menos no lo que están tratando de conseguir.
-No entiendo –le dije.
-Pensemos en tu amigo –me comenzó a explicar-, el de los cigarros del otro día,
dime ¿qué crees que quisiese él con eso de fumar?
-Pues, tal vez –pensé un poco mis palabras tratando de ajustarlas a lo que alguien
mayor quisiera escuchar- dársela de importante o sentirse ya grande.
-¡Ahí está! –dijo Don Cipriano adelantándose en su silla.
-¿Ahí está qué Don Cipriano? –pregunté.
-Que lo que buscaba no es lo que iba a obtener, ¡el primer Ni: Ni Quiero!
-Sigo sin entender, Don Cipriano –le dije.
-Iniciarse en la fumada no trae eso que tú dijiste, él tal vez lo crea, pero la fumada,
así como cualquier otro vicio, solo trae daños a la salud y a tu bolsillo. Te
¿pregunto, qué respondería tu amigo si le preguntáramos si quisiera tener
problemas de salud o prácticamente quemar su dinero?
-Pues nos iba a decir que no –contesté.
-¡Exacto! –me dijo -, pero en realidad eso es lo que va a obtener con iniciarse en la
fumada. Igual para cualquier otra cosa. Siempre hay que ver lo que hacemos en el
sentido completo de nuestra vida, con una visión de más largo plazo, no con los
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resultados de corto plazo que se buscan. ¿Recuerdas eso de que “no han a los
demás lo que no quieran que les hagan”?
-Si –respondí.
-Pues se refiere precisamente a eso –me dijo-. Por ejemplo, alguien que roba, que
miente, que insulta, ¿no has visto como se pone cuando le pasa lo mismo?
-Pues no le gusta –dije.
-En efecto –siguió Don Cipriano-, luego entonces si no les gusta, si no lo aceptan,
si lo ven mal cuando a ellos les pasa, ¿por qué lo hacen?
Me quedé callado tratando de encontrar una respuesta.
-¡Pues porque no se hacen la pregunta de lo que quieren desde un punto de vista
total, de su vida, de todo lo que es la existencia! –me dijo emocionado Don
Cipriano-. ¿Quieres enfermarte, quieres perder dinero, quieres sufrir?, esas son
las preguntas completas, totales, vitales que debemos hacernos. Pero no todo
queda en uno, ¿quieres ver tu pueblo sucio, las calles con basura, el agua y el aire
contaminado?, ¿no?, pues entonces nuestro actuar debe estar congruente con
eso que queremos. De ahí el primer Ni: Ni Quiero.
Seguí callado tratando de asimilar todo.
-Cuando alguien adopta la actitud esa de Ni Quiero es cuando comienzan los
problemas, para él y para los demás. Pero cuando alguien SI Quiere, así:
completo, total, vital, no puede menos que mostrar con su vida un verdadero
ejemplo de lo que uno puede llegar ser. Como el de Lincoln que vimos ahorita, lo
que el realmente no quería era el fracaso, el no intentarlo, el tirar la toalla, eso era
lo que el realmente no quería, no podemos decir que lo que no quería era sufrir,
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batallar, padecer, no, la cosa no está bien planteada así, él lo que no quería es
pasar por esta vida sin haber intentado todo por lograr todo aquello que quería
aunque eso le significase experimentar angustias o penas, ¡ese es el verdadero Ni
que deberíamos tener en la vida: Ni Quiero, pero Ni Quiero fracasar, Ni Quiero ser
mediocre, Ni Quiero una vida de vicios, Ni Quiero un mundo cada vez peor!, ¿o tú
si quisieras todo eso Bernardo?
-Pues no- finalmente respondí.
-Así el primer Ni que debe atacarse es ese Ni Quiero –dijo Don Cipriano.
Hubo una pausa que Don Cipriano aprovechó para llenarse el vaso de limonada y
llenarme el mío. Yo seguía callado pues veía lo contundente de su argumentación
así como las veces en que ese Ni Quiero era lo que había controlado mi vida.
-Uno no está solo en esta pelea –Don Cipriano rompió el silencio-. Siempre hay
alguien con nosotros. En el caso de Abraham Lincoln fue su madre. Él mismo
reconoció que todo lo que había logrado llegar a ser se lo debía a la actitud solícita
de su madre.
Pensé en mi mamá.
-Gente como Abraham Lincoln –siguió diciendo Don Cipriano-, es gente que llega
a la cima, pero que no se jacta de eso si no que nos motiva a que nosotros
también nos animemos a subir, ¿sabes por qué?, pues porque una vez que ellos
llegan a la cima se dan cuenta que ese es realmente nuestro lugar natural, no las
bajezas o mediocridades que a veces nos tragamos.
Don Cipriano hizo una pausa y bebió otro sorbo de su limonada.
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-Gente como esa nos arenga de muchas formas –continuó-, una de esas es con
las frases o pensamientos que engloban mucha de la sabiduría que han adquirido.
Abraham Lincoln tiene muchas frases, pero la que más me gusta dice “casi todas
las personas son tan felices como deciden serlo”.
Don Cipriano hizo otra pausa.
-“Tan felices como deciden serlo” –repitió recalcando el “deciden”.- Ese “deciden”
tiene que ver con el querer.
Quedamos en silencio un momento.
-Bueno –dijo Don Cipriano poniéndose de pie-, gracias por la visita Bernardo.
De principio no reaccioné hasta que me díe cuenta que era su forma sutil de
despedirme.
-¿Y los otros dos Ni, Don Cipriano? –pregunté.
-Calma, Bernardo, calma -me dijo-, ahí seguirán para cuando volvamos a platicar.
El otro domingo aquí te espero.
No tenía mucho para donde hacerme. Empiné el vaso para tomar la poca
limonada que aún tenía y despidiéndome de Don Cipriano me encaminé a mi
casa. La tarde caía sobre el pueblo. Ya la luz iba cediendo paso a la noche.
Algunos focos en los porches de las casa comenzaban a prenderse, no tardaría en
seguirlo los focos de los postes que con una luz amarillentas alumbraban las
calles.
Esa tarde pensé y repensé en lo que Don Cipriano me había dicho y al acostarme
deseé que al despertar ya fuera domingo.
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4.-Segundo “Ni”
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La semana se me fue como agua, pero congelada por lo lenta. Juegos, estudios,
mandados y uno que otro trabajito en la casa, como ese de pintar la barda de
atrás que ya estaba toda descarapelada. La escuela llena de amigos, clases y
bromas. La casa llena de disciplina, respeto pero también calidez. Y la vida
siguiendo su curso como si no tuviera prisa y con las ganas de que fuera domingo
para ir con Don Cipriano.
Una vez me tocó ir a su tienda entre semana. Mi amá me mando por unos birotes
para hacer unos molletes. Don Cipriano siempre tenía pan recién hecho y con un
sabor delicioso, más con hambre como la que me agarraba después de todo un
día de trabajo, estudio y diversión.
Fui a su tienda y le pedí el pan. Sin prisa como era su costumbre agarró las pinzas
con sus pinzas y las deposito en la bolsa de papel café que era característica para
entregar el pan. Me dijo el total, aunque yo ya lo sabía pues la caja de madera con
cristal donde se exhibía el pan claramente decía el precio de cada uno, desde el
virote hasta los panes dulces como los cochitos o los elotitos. Pagué y salí.
En todo momento esperé que de él saliera algún comentario, sea de lo que
habíamos hablado el domingo pasado o bien de la cita del próximo domingo para
seguir con la platicada, pero nada. Y la verdad a mí me dio pena preguntar,
después de todo Don Cipriano había sido muy claro en que seguiríamos con la
plática el domingo siguiente.
Por fin se llegó el día en que tenía que ir de nuevo con Don Cipriano.
Ya no toqué en la tienda. Directo me fui al patio desde donde podía uno ir a la
huerta que Don Cipriano tenía.
-Buen día, Don Cipriano –saludé.
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-Buen día, Bernardo –Don Cipriano me devolvió el saludo levantando la mirada de
la tierra que removía hincado. Quitándose el sombrero de palma que lo protegía
del sol, y que lo hacía ver muy distinto de cuando uno iba a su tienda, se limpió el
sudor de la frente y se incorporó.
Caminando hacia al porche de su casa lo seguí.
-¿Cómo va lo que está sembrando? –le dije tratando mostrarme interesado en su
trabajo.
-Ahí va –me contestó Don Cipriano, -como todo requiere de constancia y
disciplina.
Esto último lo sentí como dirigido a mí. No sé por qué pero cuando los adultos
hablan de cosas serias y de cómo debería ser la vida las siento como regañinas
hacia mí.
-¿Y estas matas? -pregunté señalando un montón que estaba ahí y que se notaba
habían sido arrancadas.
-¿Tú como las ves? –me preguntó Don Cipriano.
-Pues estas como que son yerbas, pero estas sí son de lo que siembra, ¿qué no?
–señalé.
-Así es, Bernardo –me aclaró-, es igual que en la vida. Mira, estas matas son
maleza, no sirve, es claramente identificable así que lo único que uno tiene que
hacer es arrancarla para que no vaya a afectar al resto de lo sembrado. Esta otra
es más problemática pues, en efecto, se trata de plantas que sí son de lo
sembrado, pero que si las ves bien no sirven: están muy pequeñas, se llenaron de
plaga, no tienen fuerza o resistencia, en fin, no van a servir, pero si le van a quitar
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agua y espacio al resto de la siembra. Estas últimas son aquellas cosas que uno
no ve muy, muy mal en la vida, pero que tampoco son cosas buenas, y que por lo
mismo las va dejando, dejando hasta que nos han robado el agua y el espacio
necesario para crecer.
Me quedé callado más que pensando en lo que me dijo, pensando en lo que me
quería decir. Como ya he dicho: siempre creía que todo era una regañina de los
adultos para mí.
-Ven -me dijo Don Cipriano sacándome de mis cavilaciones-, vamos a sentarnos
en el porche.
Ya tenía la limonada preparada. La jarra de vidrio dejaba caer de vez en cuando
alguna de las gotas que se habían condensado en el exterior de la misma
señalando el estado de frescura de su contenido. Para nosotros dos se había
dispuesto de sendos vasos en espera de ser llenado y vaciados al calor de la
conversación.
-¿Dónde nos quedamos? –me pregunto Don Cipriano más cómo provocación que
como pregunta en sí pues si algo tenía él era esa mente ágil y lúcida que yo
envidiaba.
-Apenas me platico del primer Ni, -le respondí- Ni Quiero.
-Ah -dijo-, ¿y quieres hablemos del segundo?
-Si quiero –respondí cayendo tardíamente en cuenta de la trampa y del juego de
palabras entre el Ni Quiero y el Si Quiero.
-Bien, bien –dijo Don Cipriano retomando el hilo de la plática como si no hubiera
una semana de por medio entre el primer Ni y el que ahora comentaría-. El primer
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Ni, como te dije es el Ni Quiero, ese es el primer Ni a vencer, pero conforme los
vas venciendo te enfrentas a otros Ni cada vez más poderosos, poderosos como
obstáculos para tu vida. Mira, como los juegos esos de video que tienes: pasas de
nivel pero en el siguiente la dificultad se incrementa.
Pensé en dos que tres juegos de video que no había terminado por lo mismo.
-Supongamos –continuó Don Cipriano- que superas ese primer Ni, que decides
que en en efecto Sí Quieres, como ahorita que me dijiste sí querías cuando te
pregunte sobre continuar nuestra plática. Entonces aparecerá el segundo Ni: Ni
Puedo.
Se detuvo un momento para ver si lo estaba siguiendo en la conversación.
-Ni Puedo- dije como para señalarle que sí estaba prestando atención.
-Así es –reiteró-: Ni Puedo.
Tomó un poco de su limonada y caí en cuenta de que no había probado la mía.
Me empiné el primer trago. Era dulce, sin ser empalagosa y estaba fresca sin
llegar a ese frío molesto con que a veces sirven algunas bebidas.
-Este Ni-continuó Don Cipriano- es más fuerte que el anterior.
-¿Y eso por qué Don Cipriano? –pregunté cómo tratando de impeler que
apresurara el paso en la explicación.
-Pues porque el primer Ni, el Ni Quiero, es una cuestión de deseo, de motivación,
a lo mejor no quieres algo pero igual si te convences pues puedes llegar a sí
quererlo. Como la gente que no quiere comer bien pero lee un poco, se entera de
lo que es una buena salud basada en una buena alimentación, y va cambiando
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sus pensamientos hasta llegar el momento de sí querer alimentarse
correctamente. Igual podríamos decir alguien con un vicio, solo que aquí al revés:
el que no quiere de inicio dejar un vicio puede ir cayendo en cuenta de los
perjuicios del mismo hasta llegar el punto de sí querer dejarlo.
-¿Y el Ni Puedo, Don Cipriano? –volví a preguntar.
-¡Ah! –dijo, ese es peor pues nos hace creer que hay factores ajenos a nosotros
mismos que aunque ya sí queramos no podemos remontar por lo que nos
quedamos aquí atorados. Mira, pensemos en alguien con una discapacidad, por
ejemplo alguien que no vea. Esa persona seguro estoy sí quisiera ver, pero la
verdad es que no puede, tiene un problema físico que por más que quiera no se
revertirá.
-¿Entonces este segundo Ni es real? –pregunté.
-Mira Bernardo –me respondió-, hay muchas cosas que no podemos cambiar,
pero en lo que respecta a nuestra vida son pocas las que de plano nos detienen
para ser y hacer lo que queramos. Lo importante es saber diferencia e incluso
esas que no podemos cambiar no usarlas de pretextos para quedarnos postrados
como si en realidad no pudiéramos.
-Peor sí habrá cosas que de plano no podamos cambiar, ¿qué no? –pregunté.
-Yo nunca dije cambiar –aclaró Don Cipriano-, claramente te dije que lo importante
es no dejar que incluso esas cosas que no podamos cambiar sean las que
decidan nuestra vida. Es cuestión de voluntad.
Me quedé callado pensando.
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-Mira –continuó Don Cipriano-, deja te platico de alguien y tú me dices, respecto
de este segundo Ni, qué opinas.
Asentí con la cabeza.
-Imagina a alguien –comenzó a platicar-, una mujer, pero imagínala bebé, niñita.
Una niñita muy bonita, pero mejor aún: muy sana. La alegría de sus padres. Ahora
imagina que esta niñita a los dos años se enferma de tal forma que le vienen
secuelas una vez que le pasa la enfermedad al grado de dejarla ciega y sorda.
Seguía yo la conversación.
-Mira –dijo Don Cipriano-, cierra tus ojos y tápate los oídos unos segundos.
Hice como dijo. El sentido de aislamiento era total. De una visión rica en color que
había tenido frente al huerto de Don Cipriano había pasado a una oscuridad que
no mostraba nada, para acabarla de amolar los sonidos que antes entraban a mi
cabeza no solo de lo que Don Cipriano decía sino a lo lejos de los carros que
pasaban, de algún que otro animal que cacareaba o mugía y de las hojas de los
árboles meciéndose bajo el viento de la tarde, había pasado al silencio absoluto,
solo un zumbido propio de cuando uno se tapa ambos oídos era lo que ahora
reinaba.
-¿Qué tal? –me preguntó Don Cipriano una vez que abrí de nuevo los ojos y me
destapé los oídos.
-Oscuridad y silencio –le respondí.
-Bueno –siguió hablando Don Cipriano-, dime tú que crees le pasara a alguien así,
a una niñita que a los dos años se quedara ciega y sorda, ¿qué fuera de su vida?
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-Supongo me va a dar un ejemplo de vida –le dije-, pero la verdad no me imagino
como alguien así pueda hacer algo en la vida. Tal vez con educación especial
aprender a relacionarse con los demás y de una manera muy limitada, pero hasta
ahí.
-Bueno –dijo Don Cipriano tomando un poco de su limonada-, y si te dijera que
esta persona sí existió, que no solo estudió primaria, secundaria y preparatoria
sino incluso que se graduó en artes en la universidad ¡y con honores!
Estaba asombrado.
-Pero eso no es todo –continuó Don Cipriano viendo mi asombro-, que además fue
oradora, sí, así es: oradora, activista de derechos civiles e incluso escritora
llegando a escribir 14 libros.
Simplemente no lo podía creer.
-¿De quién se trata? –pregunté
-Helen Keller –me contestó-, quien vivió de 1880 a 1968 en Estados Unidos.
De inmediato recordé un escrito que sobre ella venía en mi libro de primaria. Con
todo y todo Don Cipriano me había dicho cosas que desconocía de ella y que me
asombraban bastante: graduada con honores, oradora, activista y escritora.
-¿Tú crees –me preguntó Don Cipriano- que si Helen Keller hubiera dicho “sí, sí
quiero pero mírenme: no puedo” la hubiéramos juzgado muy duro o más bien la
hubiéramos comprendido e incluso hasta dado la razón?
-Lo segundo Don Cipriano –le contesté-, lo segundo: le hubiéramos dado la razón.
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-Así es –me dijo Don Cipriano-, la diferencia es que ella no dejó que sus
limitaciones realmente las limitaran.
Hizo una pausa.
-Ahora piensa en todos aquellos que conoces y que tras un Ni Puedo
cómodamente se esconden dejando que la vida se les vaya de la mano.
Seguía yo pensando en Hellen Keller. Con todas sus limitaciones salió adelante y
yo a veces dejaba sin hacer la tarea porque simplemente no había tenido tiempo,
no le había entendido, en otras palabras no había podido. Ni Puedo.
-¿Ves por qué te dije que este Ni Puedo era más fuerte que el primero, el Ni
Quiero? –me preguntó Don Cipriano y sin darme tiempo para responder se
respondió-. Este Ni Puedo es más cómodo pues le achaca la responsabilidad de
nuestro no hacer a factores que según nosotros son infranqueables y así nos
facilita el no hacer nada pues transferimos la responsabilidad a algo que nos
somos nosotros por lo que ni siquiera nos sentimos mal por ello, después de todo
cuando no se puede no se puede, ¿verdad?
Me quedé pensando en todos esos casos de gente con vicios, con problemas, con
todo en contra que tras un Ni Puedo se habían quedado tiradas a la orilla del
camino que era su vida: mi padre era un borracho, mi madre nos abandonó, no
tuve educación, no me han dado la oportunidad, la vida me ha tratado muy mal y
un sin fin de etcéteras, y ahora, bajo la luz de lo que me explicaba Don Cipriano
veía que ninguna de las justificaciones que esgrimían tenían el peso como para su
vida se fuera al caño, sobre todo si uno no aceptaba ese Ni Puedo.
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-Pero Hellen Keller no logró eso sola –dijo Don Cipriano sacándome de mis
pensamientos – al igual que Abraham Lincoln, que le agradecía a su madre lo que
él era, Hellen Keller también tuvo un apoyo decisivo en la figura de su institutriz
Anne Sullivan.
Presté atención a esta nueva explicación que me daba Don Cipriano.
-Anne Sullivan –continuó Don Cipriano- fue la institutriz contratada por sus padres
para instruir a Hellen Keller, una especia de maestra especial. Como Hellen Keller
no sabía ni hablar, ni leer, ni escribir y no veía ni oía, Anne Sullivan ideó un
método donde le acercaba cosas para que las identificara con las manos y con
señas tocando sus manos le indicaba en lenguaje especial cómo se llamaba lo
que le acercaba. Así fue como poco a poco fue sacando a Hellen Keller de ese
mundo de penumbras, de soledad, hasta llegar a ser quien ahora todos
conocemos.
Sentí un poco de vergüenza de mi parte cuando me quejaba de la vida o de
ciertas condiciones cuando ante la historia de Hellen Keller prácticamente yo
tenía todo para salir adelante.
-Así como Abraham Lincoln tenía sus frases –dijo Don Cipriano- Hellen también
llegó a acuñar varias muy significativas.
Me quedé esperando pues sabía me diría a qué frase se refería.
-Tienen muchas frases –repitió Don Cipriano-, pero hay una que me gusta mucho
por venir de una persona con sus características y sobre todo a la luz de todo lo
que logro, dice “mantén tu rostro hacia la luz del sol y no verás la sombra”.
Nos quedamos callados un momento. Don Cipriano se replegó en su silla
descansando, con los ojos cerrados, como dando por terminado el momento,
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como si su tiempo para ello se hubiera terminado, como una función de cine o una
obra de teatro que termina. Hice lo mismo. El calor del día había cedido ante la
frescura de la tarde. El silencio que anuncia una nueva noche. Cerré mis ojos,
igual que Don Cipriano.
-“Mantén tu rostro hacia la luz del sol y no verás la sombra” repitió Don Cipriano,
ambos seguíamos con los ojos cerrados- me asombra que alguien ciego pudiera
hablar de luces y de sombras, sé que se refiere a una actitud ante la vida, pero el
ejemplo no deja de ser asombroso. Y ni que decir de la enseñanza. Si estás
volteando hacia la luz no tienen tiempo de ver la sombra, no tienen tiempo que
perder en los Ni Puedo.
Guardó silencio como para darme tiempo de asimilar lo platicado.
-Bien Bernardo –dijo sin incorporarse de la silla- aquí te espero el otro domingo,
misma hora mismo canal.
Me cayó en gracia la forma de despedirse. Me tomé el resto de limonada que aún
tenía en mi vaso, me levante y me despedí. Antes de salir a la calle volteé para
divisar a Don Cipriano, lo vi sentado, tranquilo, descansando. Me pregunté si no se
quedaría dormido, pero igual si él quería y si él podía no veía por qué no se
quedara ahí dormido. De igual forma si yo quería y yo podía no veía el por qué
quedarme de brazos cruzados ante las infinitas posibilidades que la vida me
ofrecía de ser y de hacer.
Esa noche me dormí pensando y repensando en todo lo platicado con Don
Cipriano.
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5.-Tercer “Ni”
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La semana previa a mi encuentro con Don Cipriano para hablar sobre el tercer Ni
se me hizo muy pesada: tuve varios exámenes en la escuela, algunos me fue bien
pero en otros no tanto y eso me consiguió una buena regañina de mis jefes.
Seguro estaba no me iban a dejar salir ese domingo para ver a Don Cipriano, pero
no fue así, solo que sí tuve que ayudar a mi jefa con muchas cosas en la casa
amén de prometer que me esmeraría en mis estudios.
Llegué corriendo con Don Cipriano pues ya iba poco más de media hora tarde,
aparte de que no quería creyera no me importaba nuestra cita lo que más me
preocupaba era de plano no poderlo ver y quedarme con la duda del tercer Ni otra
semana más.
-Buenas Don Cipriano –saludé con un poco de pena al llegar tarde.
-Buenas Bernardo –me contestó Don Cipriano quien parecía muy entretenido
revisando sus plantitas. Tierra removida por aquí, una bolsa de abono por acá y
una manguera doblada para que no detener el agua mientras terminaba de
trabajar eran las pruebas de que Don Cipriano no se había aburrido para nada.
-Dispense Don Cipriano –comencé a disculparme-, mis papás me pusieron
muchas cosas por hacer hoy por la mañana y voy terminando.
-¿Y por qué no te quedaste en casa? –preguntó Don Cipriano sin levantar la
cabeza de la tierra que removía.
No sabía si me estaba reclamando veladamente mi retraso o si era el pretexto
para reiniciar nuestra plática.
-Pues porque quería saber sobre el tercer Ni que tenemos pendiente –respondí
yéndome por la segunda opción y haciendo énfasis en el “quería” como referencia
al primer Ni que habíamos visto.
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-¿Sólo sí querías? –me preguntó Don Cipriano.
-Bueno, ¡también sí podía! –contesté muy ufano con más seguridad viendo por
donde iba el asunto.
-Ya veo, si querías y si podías, pero ¿te lo merecías? –me preguntó Don Cipriano
levantando la mirada y dejándome mudo.
-No entiendo Don Cipriano –dije-, si es por lo del retraso le pido disculpas, ya le
dije que fue porque mis papás…
-No te preocupes Bernardo –me dijo Don Cipriano incorporándose-, igual iba a
estar aquí todo el día, ¿o a dónde pensabas me iba a ir?
Comenzó a caminar al porche dejando lo que estaba haciendo. Yo a su lado seguí
sus pasos pensando en eso de si me lo merecía o no. Mientras se sentaba y nos
servía a los dos limonada en sendos vasos seguía pensando que quiso decir.
-¿Por qué me preguntó si me merecía venir a platicar sobre el tercer Ni? –
finalmente pregunté después del primer trago a mi limonada.
-Porque ese es el tercer Ni –contestó Don Cipriano sorprendiéndome al no darle
muchas vueltas al asunto-: Ni Merezco.
-Ni Merezco –repetí.
-Así como te dije que el segundo Ni, Ni puedo, era más poderoso como obstáculo
para tu vida que el primer Ni, Ni Quiero, éste tercer Ni, Ni Merezco, es aún peor en
ese sentido que el segundo y ni qué decir del primero. Pero déjame te lo explico
antes.
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Asentí más que como aceptación de su propuesta como un indicativo de que lo
seguía en la misma.
-El primer Ni, Ni Quiero, es esa confusión que todos tenemos respecto de lo que
realmente queremos pero que puede ser aplacada reflexionando un poco sobre
los temas de nuestra vida; si superas ese primer Ni, llegas al segundo, Ni Puedo,
así que puede quieras algo pero si crees no puedes igual puedes tirar todo a la
basura, solo que en ese segundo Ni, como ya te dije, le echas la culpa a factores
que según tú te quitan la responsabilidad de tus decisiones y acciones, pero esto
no es así. Pues bien supongamos que te sobrepones a los dos primero Ni y si
quieres hacer las cosas y te convences de que sí puedes, entonces aparece el
tercer Ni: Ni Merezco.
Don Cipriano hizo una pausa como para ver si lo seguía. Asentí para indicar que
sí.
-Este tercer Ni es peor que los otros pues surge de un juicio errado y
generalmente muy severo sobre nosotros mismos donde a pesar de que
queramos algo o de que incluso podamos, creemos que simplemente no nos lo
merecemos por lo que terminamos por boicotear todo nuestro proyecto.
-¿Cómo es eso Don Cipriano? –pregunté-, supongo todos creemos nos
merecemos lo mejor, ¿qué no es uno de los problemas del mundo: el creer que
todos nos merecemos lo mejor generando así situaciones de codicia y ambición?
-La codicia y la ambición surgen del primer Ni, no del tercero –contestó Don
Cipriano-, de cuando falsamente respondemos que queremos lo mejor cuando en
realidad estamos respondiendo con nuestra ambición y codicia que Ni Queremos
un mundo justo, Ni Queremos un mundo solidario y Ni Queremos un mundo
fraterno.
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-No lo había visto de esa forma Don Cipriano- contesté-, pero igual ¿qué no la
gente siempre cree merecer lo mejor?
-Pues no –me contestó Don Cipriano de una forma tan franca, directa y segura
que me dejó confundido.
-¿Cómo es eso? –pregunté.
-Mira a tu alrededor –me dijo Don Cipriano-, mira a la gente que conoces, ¿crees
pudieran ellos vivir una vida mejor que la que viven?
-Supongo que sí, Don Cipriano –contesté.
-¿Crees quisieran vivir una vida mejor? –me volvió a preguntar.
-Igual creo que sí –volví a responder.
-Pues entonces –dijo Don Cipriano-, si sí quieren y sí pueden, ¿por qué no lo
hacen?
-¿Por qué cree no se lo merecen? –pregunté como cuando uno está tratando de
adivinar la respuesta.
-Exacto Bernardo –dijo Don Cipriano como congratulándose porque yo hubiera
acertado.
-Sigo confundido Don Cipriano –le dije.
-Mira a Diana, ¿si la conoces verdad? –me preguntó Don Cipriano-, si conoces a
su esposo, ¿verdad?
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Todo mundo conocía a Diana en el pueblo y su esposo el cual era un borracho
que se gusta todo y que aparte la trataba muy mal.
-Si Don Cipriano –contesté.
-¿Por qué crees lleva esa vida cuando seguro estamos, según yo creo, que ella
quisiera otra vida y estando joven bien pudiera hacerla realidad?
-¿Por qué cree no merecérsela? –volví a responder como pregunta.
-Así es –contestó Don Cipriano.
Seguía un poco confundido.
-¿Estás confundido? –me preguntó Don Cipriano
-Un poco –respondí.
-Qué bueno –dijo Don Cipriano asombrándome con su respuesta.
-¿Cómo que que bueno, Don Cipriano? –pregunté.
-Qué bueno, no por que estés confundido, sino porque esta confusión es una
prueba palpable de lo difícil que es ver este tercer Ni y darse cuenta de lo que
implica –me dijo Don Cipriano-, en efecto, la mayoría de la gente cree a un nivel
consiente y objetivo que siempre está esperando merecer lo mejor, pero a un nivel
consiente y subjetivo siempre está boicoteando esto pues en el fondo cree que no
se lo merece.
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Yo seguía dudando.
-Mira el estado del mundo, Bernardo –siguió Don Cipriano-, corrupción, fraudes,
manipulación, irresponsabilidad, ¿y qué hace la gente? Nada, ya nos
acostumbramos a vivir así e incluso lo aceptamos, es más, hasta hay un dicho que
dice que la vida es injusta o cuando alguien señala alguna de las cosas que te he
mencionado le dicen que la vida es así. ¿Por qué crees que llegamos a aceptar
esta situación? Por qué en el fondo creemos nos la merecemos, caso contrario
haríamos todo de nuestra parte para cambiarla.
Me le quedé viendo, había comenzado a entender.
-Pero entonces Don Cipriano –le pregunté-, si es verdad lo que me dice muchos
de los Ni Quiero o de los Ni Puedo sería en realidad Ni Merezco, ¿qué no?
-Exacto Bernardo –dijo Don Cipriano exultando la alegría de quien ve que por fin le
van entendiendo, así es: muchos de los Ni Quiero o de los Ni Puedo esconden
tras de sí ese Ni Merezco, por eso te digo que este es más sutil pero a la vez más
poderoso pues nos hacemos creer que sí nos merecemos un mundo mejor, una
situación mejor, una vida mejor, pero no luchamos por eso por lo que en el fondo
en realidad no creemos merecerlo.
-¿Y qué puede hacerse, Don Cipriano? –pregunte.
-Calma, calma, ya veremos eso en su momento –contestó Don Cipriano-. Antes
para ejemplificar este tercer Ni déjame te platico otra historia, como las que ya te
he platicado.
Asentí.
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-Imagínate un pintor –comenzó a decir Don Cipriano-, un pintor que vivió en la
segunda mitad del Siglo XIX. Este pintor, antes de dedicarse a la pintura fue
profesor, ayudante de pastor metodista y empleado de librería, su vida no fue
nada fácil pues eran recurrentes los estados de ánimo negativos que lo
abrumaban, es más, en una ocasión estuvo 12 meses recluido en un hospital
psiquiátrico a causa de un estado depresivo. Pues bien, cuando esta persona
descubrió que en la pintura estaba su vocación se dedicó de lleno a ellos. Pintó en
su vida 900 cuadros, son algunos, ¿verdad? ¿Cuántos cuadros crees que vendió
en su vida, Bernardo?
-Unos 100 –dije, sabiendo que la respuesta iría tal vez en que a pesar de su
esfuerzo no vendió todos los cuadros que pintó.
-¿Cien?, no, no tantos –me dijo Don Cipriano.
-Cincuenta –volví a responder.
-¿Tantos? –me reviró Don Cipriano.
-¿Diez? –dije ya con una duda en mi voz.
-¡Uno, Bernardo –dijo Don Cipriano-, solamente uno en toda su vida!
Lo miraba sorprendido.
-Pero ahí no termina la historia –continuó Don Cipriano-, aunque esta persona
murió pobre las pinturas que hizo siguen con nosotros, son conocidas y ahora no
solo reconocidas y cotizadas. Como dato puedo decirte que una de sus pinturas
titulada Retrato del Dr. Gachet se vendió ¿sabes en cuánto, Bernardo?
Moví negativamente mi cabeza.
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-¡En nada menos que más de 116 millones de dólares! –me dijo Don Cipriano
-¿116 millones de dólares? –pregunté asombrado
-Así es, Bernardo –reiteró Don Cipriano-, más de 116 millones de dólares.
Me dio tiempo para que asimilara la estratosférica cifra.
-Estoy hablando de Vincent Van Gogh –dijo Don Cipriano-, pintor de los Países
Bajos que vivió entre 1853 y 1890.
Van Gogh, me sonaba mucho ahora, aunque la historia esa la desconocía.
-Imagina ese escenario, Bernardo –dijo Don Cipriano-, alguien que batalla toda su
vida al extremo de este pintor por lograr su vocación y seguir su sueño. Él bien
pudo haber dicho que no se merecía eso que sufría y optado por un trabajo que le
diera algo de dinero, pero no, se mantuvo en su meta, en su sueño, pues sabía
que se merecía hacerlo realidad.
Lo escuchaba con interés.
-Aquí está esto que no debemos perder de vista –continuó Don Cipriano-, lo que
merecemos es algo interno que sabemos nuestro y que buscamos realizar en
nuestro exterior. Esto no quiere decir que no suframos o nos sacrifiquemos pero
eso será de valor cuando nos lleve a lo que queremos, muy diferente cuando
dejamos que la vida, los demás o las circunstancias nos impongan situaciones
desagradables que aceptamos solo porque creemos que merecemos eso. Me
preguntaste ahorita que si qué podíamos hacer sobre este tercer Ni, pues aquí
está la respuesta: darte cuenta de si las circunstancias en las que vives han sido
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libre y personalmente decididas o si más bien las mismas de una manera cobarde
o comodina más bien han sido acatadas incluso contra nuestra propia conciencia.
Sonaba lógico.
-Por ejemplo Diana –siguió Don Cipriano-, una cosa sería que estuviera sufriendo
si anduviera de misionera en África ayudando a los niños pero porque esa fuera
su meta, su sueño, su propósito de vida a lo que está pasando ahorita que igual
sufre y batalla con su marido pero no porque ella lo haya elegido sino porque así
le sucedió y terminó aceptando el hecho porque cree que merece esa miserable
vida al lado de ese desentendido y no algo mejor.
Noté emociones encontradas en la voz de Don Cipriano.
-¿Está enojado? –pregunté.
-A veces me ganan las emociones al ver las vidas de mucha gente, como Diana,
tiradas al caño –me dijo-, será que ya estoy viejo y veo que mi camino poco a
poco se acaba y me doy cuenta de lo valiosísimo que es esto que llamamos vida
como para desperdiciarlo a lo tarugo.
Nos quedamos callados un momento.
-Volviendo con Van Gogh –dijo Don Cipriano retomando el tema- al igual que
Abraham Lincoln o que Hellen Keller tuvo alguien que lo estuvo apoyando, su
hermano Theo. Theo tenía un trabajo estable y durante todo el tiempo apoyo a
Van Gogh pues veía el potencial y la capacidad de él, aunque yo creo que había
más cariño fraternal en ello que reconocimiento a su técnica. Y de igual forma que
los que ya hemos comentado Van Gogh estableció unas máximas, una frases que
expresaban su sentir ante la vida, de esas hay una que me encanta por la
nostalgia desgarradora de la que está empapada y que dice que “se puede tener,
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en lo más profundo del alma, un corazón cálido y sin embargo, puede ser que
nadie acuda a él”.
Se me hizo una frase triste.
-Pero esa frase no motiva mucho que digamos, Don Cipriano –dije-.
-¡Claro que motiva, Bernardo! –replicó Don Cipriano- pero no como tú crees ya
que no te dice algo para hacerte sentir bien sino para mostrarte que la vida puede
ser de una forma pero no por eso tú dejaras de ser lo que eres. A lo mejor nadie
reclama ese corazón cálido del que habla pero eso no quiere decir que ese
corazón dejará de seguir irradiando calidez porque así uno lo quiere, porque así
uno lo decide.
Sonaba interesante esta visión, pero me costaba ya no digo entenderla sino ver la
manera de aplicarla.
-Pero no te quiebres la cabeza, Bernardo –dijo Don Cipriano haciéndome notar lo
transparente que era en mis pensamientos-, lo que hablamos es como la lluvia.
Debes dejar remoje la tierra, que active las semillas en ella, para que al tiempo
éstas germinen.
-¿Y qué puede hacerse para cambiar esos tres Ni en tres Si, Don Cipriano? –
pregunté.
-Eso lo veremos el próximo domingo –me contestó.
Yo creía este sería nuestro último domingo, pero al mismo tiempo me alegraba
todavía nos fuéramos a ver uno más. Era tanto lo que estaba aprendiendo y tantas
las nuevas formas de ver la vía que estaba adquiriendo. Me despedí y me fui a la
casa donde mi vida me esperaba, al menos por una semana más.
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6.-Los Tres “Si”
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El domingo amaneció nublado, había llovido la noche anterior y el ambiente
estaba muy fresco. Toda la noche las ranas que habían salido al sentir la lluvia
nos habían acompañado con sus cantos, ya más de madrugada los grillos había
terminado la sinfonía y poco antes de amanecer el silencio se había apoderado de
la obra a manera de colofón.
Todo esto lo sé pues me estuve despertando durante la noche. Las ideas sobre
los tres Ni que había platicado con Don Cipriano y los tres No que habría de
platicar me daban vueltas en mi cabeza. Los primeros volvían una y otra vez a mi
mente cada vez con nuevos ejemplos de la vida que le daban más fuerza al
argumento de Don Cipriano. Los segundos por que trataba de imaginar lo que Don
Cipriano podría decirme de ellos.
Entre sueño y sueño me veía a mí mismo frente a bifurcaciones de caminos donde
había dos opciones, una señalada con Ni, otra con Si, yo quería tomar la del Si
pero me veía de repente caminando por la del No y recordando en el sueño lo que
Don Cipriano me había dicho de los No con lo que mi angustia al caminar se
incrementaba. Sueños locos que tal vez sacan a relucir los temores que uno tiene
de caminar por esta vida creyendo ir por el camino correcto pero sin darse cuenta
de que lo ha equivocado. O a lo mejor solo sueños pesados por las papas con
chorizo, frijoles puercos, queso fresco y tortillas de harina que me cené la noche
previa, incluso me repetí.||
Me levanté temprano, aunque nublado se veía el relumbre de sol anunciando el
nuevo día. Desayuné, me bañé, me aliste, ocupé mi domingo en algunas
actividades que consumieron mi tiempo y ya de tarde salí para que Don Cipriano.
Llegando a su casa me llamó mucho la atención no verlo en su huerto ni en el
porche.
-¡Don Cipriano! –llamé a la entrada de su porche- ¡Don Cipriano!
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-Bernardo, buen día –me respondió Don Cipriano saliendo por la puerta de su
casa.
-¿Ahora no va a trabajar en su huerto? –pregunté.
-¿Y luego quién lavaría la ropa? –me dijo sonriendo señalando el lodazal en que
se había convertido todo por la lluvia.
-Pues si –tuve que condescender con él.
-Mira –dijo Don Cipriano señalando las sillas que se nos presentaban a los lados
de la mesa-, vamos a sentarnos. Ahora preparé chocolate, cómo que se antoja
más por cómo está el tiempo.
Sirvió las dos tazas que ya estaban ahí y me señaló el pan dulce que había puesto
en una canasta. Tomé un cochito.
-¿Sabes Bernardo? –dijo Don Cipriano iniciando la conversación-, cuando uno
platica de algo con alguien es más lo que uno se dice a sí mismo que lo que uno le
dice al otro.
-¿Qué quiere decir, Don Cipriano? –pregunté.
-Nada, nada –me dijo Don Cipriano-, solo me he estado recordando cuando
chamaco, así como tú, y de lo mucho que me hubiera gustado que alguien me
hablara de lo que ahora yo te he hablado para poder tomar mejores decisiones en
mi vida.
Lo dijo con un dejo de nostalgia que no pudo más que enternecerme.
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-¿Es que acaso usted también ha tomado malas decisiones? –pregunté.
-¡Pero claro, Bernardo! –dijo Don Cipriano dando un palmazo en su muslo- ni que
fuera perfecto para nunca equivocarme. En la vida me he equivocado muchas
veces, pero esas equivocaciones no me han hecho sentir menos pues he
aprendido de ellas y he llegado a ser lo que ahora soy. Podríamos decir que cada
error fue como una piedra de esas de sacar filo que me fue quitando las muescas
que en mi persona tenía hasta dejarme así.
-¿Afilado? –pregunté.
-¡Ja, ja, ja, ja, ja! –rio Don Cipriano ante mi ocurrencia.
Yo también reí.
-Los errores nos hacen ricos de una forma que no podemos ni imaginar –continuó
Don Cipriano, no solo nos recuerdan que somos humanos sino que añaden
sabiduría a nuestra vida y nos vuelven humilde, obvio está: si sabes aquilatar cada
caída. Y ya que hablamos de errores y caída entiende que aunque tengamos muy
claros los tres Ni e incluso después de que hablemos de los tres Si, esos errores y
esas caídas seguirán en tu vida y en la mía, la cosa es seguir, creer, vivir.
El silencio que siguió dio pauta para que tratara de entender todo lo que me había
dicho Don Cipriano.
-Los tres Si –dije retomando el tema principal- supongo que son lo contrario de los
tres No, es decir, Si Quiero, Si Puedo y Si Merezco, ¿verdad?
-En efecto, Bernardo –me respondió Don Cipriano- así es. Pero hay más que debe
saber.
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Siguió callado un momento y no quise presionar más.
-El primer Ni del que hablamos ya hace algunas semanas, Ni Quiero, tiene que ver
con el Ser; el segundo NI, Ni Puedo, tiene que ver con el Hacer, y el tercer Ni, Ni
Merezco tiene que ver con el Tener.
Hizo otra pausa como para darme tiempo de seguirlo.
-Ser, Hacer y Tener es lo que somos –siguió hablando Don Cipriano- , o más bien,
lo que visiblemente somos. Nosotros tenemos ideas, sentimientos y demás que no
pueden ser vistas, pero lo que somos, lo que hacemos y lo que tenemos son la
manera visible de evidenciar, o más bien de evidenciarnos lo intangible.
Asentí como para indicar no tanto que entendía sino que o seguía.
-La manera en que interactuamos con nosotros mismos, con los demás y con el
mundo –siguió Don Cipriano diciendo- solo se da, o más bien puede darse, a
través de cuatro medios que tenemos: a través de nuestra Razón, a través de
nuestra Voluntad, a través de nuestra Percepción y/o a través de nuestra
Atención.
Seguía atento.
-La Razón es esa parte dura de nuestro conocimiento, de hecho es la que más
usamos sino es que la única y a través de la cual nos conocemos a nosotros
mismos y conocemos a los demás y al mundo. Pero también existe la Voluntad,
que no responde a la razón y que es esa fuerza interna por la cual decidimos
hacer algo sin mayores justificaciones. En el caso de la Percepción es el canal a
través del cual nos vemos y vemos a todos los demás y al mundo mismo, por
último la Atención es la aplicación de una intención a los puntos sobre los que nos
enfocamos.
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Se me hacían muchas ideas para digerir de pronto.
-Por ejemplo – dijo Don Cipriano dándose cuenta de que me había quedado atrás
en su exposición- aprender matemáticas es algo que hacemos con la Razón, pero
digamos que tú quieres aprender matemáticas ya viejo como yo y solo porque te
da la gana sin mayores argumentos ni justificación para ello, ah pues aquí es
donde entra la Voluntad. Cuando lees, repasa y entiendes las explicaciones que te
dan en el libro de matemáticas aplicas la Percepción pero cuando te enfocas en
una explicación en específico o en tratar de entender algo que no has entendido
aplicas la Atención.
Me empezaba a quedar un poco más claro lo que Don Cipriano decía.
-Entonces ¿todo lo que hacemos se da a través de esas cuatro maneras, Don
Cipriano? –pregunté.
-Así es, Bernardo –me respondió-, todo. Piensa en algo y verás que puedes
hacerlo caber sea en el ámbito de la Razón, de la Voluntad, de la Percepción o de
la Atención.
-¿Y qué tiene esto que ver con los tres Ni? –volví a preguntar.
-Pues que el primer Ni, Ni Quiero, tiene que ver con el Ser –comenzó a explicar
Don Cipriano- y el Ser tiene que ver con la Atención. El segundo Ni, Ni Puedo,
tiene que ver con la Percepción, y el tercer Ni, Ni Merezco, tiene que ver con la
Voluntad.
-¿Y la Razón? –pregunté al ver que no la mencionaba.
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-La Razón –me aclaró Don Cipriano-, es la puerta principal por la que pasamos
para llegar a los otros medios.
De nuevo me había perdido.
-Sí, Bernardo –siguió Don Cipriano- fíjate cómo es que durante todo este tiempo
que hemos platicado he apelado a tu Razón. Las explicaciones, los argumentos,
los ejemplos y todo va enfocado a convencerte a través de tu Razón, ¿por qué? ,
pues porque es el canal que más usamos para tratar con nosotros mismos, con
los demás y con el mundo y pues hay que usar ese en vez de los otros que por lo
general están atrofiados por falta de uso. Es así como a través de la Razón
llegamos a la Voluntad, la Percepción y la Atención aunque estas tres últimas
sean completamente diferentes de la primera e incluso entre sí.
Como que comenzaba de nuevo a retomar el entendimiento de lo que Don
Cipriano me decía.
-Te decía –repitió Don Cipriano- que el primer Ni, Ni Quiero, tiene que ver con el
Ser –comenzó a explicar Don Cipriano- y el Ser tiene que ver con la Atención. El
segundo Ni, Ni Puedo, tiene que ver con la Percepción, y el tercer Ni, Ni Merezco,
tiene que ver con la Voluntad. Es así luego entonces que la forma de transformar,
de convertir, de transmutar esos Ni en Si es aplicando esos canales a través de
los cuales nos relacionamos con nosotros mismos, con los demás y con el mundo,
pero dándoles un primer empujoncito a través de la razón.
Escuchaba.
-En todos los casos –siguió Don Cipriano- la razón actúa como las bujías de los
carros: da el primer chispazo para que arranquen los otros canales pero es en
esos canales, Voluntad, Percepción y Atención, donde nos debemos montar para
transmutar los Ni en Sí.
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-¿Si Quiero, Si Puedo, Si Merezco? –pregunté.
-Exacto, Bernardo –asintió Don Cipriano-, exacto.
Tomó un sorbo de su chocolate y yo hice lo mismo.
-Ni Quiero puede transformarse en Si Quiero a través de la Atención –dijo Don
Cipriano-, ya te mencioné como puede uno darse cuenta de lo que en realidad no
quiere ampliando un poco más la visión de sus actos, pero lo que detona esta
reflexión es la Razón a través de la pregunta ¿realmente Ni Quiero? Por ejemplo,
el que dice Ni Quiero estudiar en realidad es una visión de muy corto plazo, la
visión de mayor alcance es ¿realmente Ni Quieres ser alguien en la vida,
realmente Ni Quieres tener oportunidades, realmente Ni Quieres vivir bien y
mejor? Si te fija esas preguntas se originan en la Razón, no hay otra forma, como
son preguntas es ahí donde tienen su fundamente, pero lo que genera la pregunta
es una reflexión que para transformar el Ni Quiero en un Si Quiero requerirá del
concurso de la Atención, es decir, de ampliar ese rango de visión para ver los
alcances, los resultados, los impactos reales en nuestra vida de ese Ni Quiero y
convertirlo así en un Si Quiero.
-Me parece lógico –dije.
-Te parece lógico porque he apelado con mis argumentos a la Razón –dijo Don
Cipriano-, pero la Razón no puede cambiar el Ni Quiero en un SI Quiero, ese es el
papel de la Atención y es por eso que tenemos que ampliar la visión de los efectos
de nuestros Ni Quiero para que a través de la Atención se convierta ese Ni en un
Sí.
Don Cipriano, tomando la canasta del pan dulce me la ofreció al darse cuenta que
ya me había acabado mi cochito. Tomé otro.
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-En el caso del Ni Puedo –siguió explicando Don Cipriano-, éste tiene que ver con
el Hacer y puede transformarse en un Si Puedo, igual apelando a la Razón para
iniciar la reflexión, pero montando su trasformación en la Percepción. Como en tu
momento te dije este Ni es tramposo y comodino pues transfiere la
responsabilidad de nuestras decisiones y de nuestras acciones a factores que
según nosotros son incontrolables por lo que podemos dejarnos caer sin sentirnos
mal, pero ese es un engaño pues cualquier factor, cualquier reto, cualquier
obstáculo no necesariamente debe hacer que nuestra vida se vaya al caño, y
ejemplos hay de sobras.
Asentí recordando la explicación que Don Cipriano me había dado respecto de
este Ni.
-Para convertir este Ni Puedo –siguió explicando Don Cipriano- en un Si Puedo
detonamos a través de la razón la reflexión con la pregunta ¿reamente Ni Puedo?
Por ejemplo quien se queja de que por que no tuvo estudios no puede hacer algo
mejor con su vida las preguntas podrían ser ¿realmente Ni Puedo esforzarme,
realmente Ni Puedo intentarlo, realmente Ni Puedo dar todo para conseguir lo que
quiero? La idea es que veamos que cualquier pretexto para el Ni Puedo no tiene el
peso cuando reconocemos que la decisión de lo que hagamos y de lo que seamos
está de nuestro lado, y para este cambio de Ni a Si ocupamos de la Percepción,
es decir, de darnos cuenta de lo anterior a través de poner en el justo contexto los
obstáculos que podamos enfrentar y el potencial que como personas poseemos.
Sonaba más que interesante.
-El tercer Ni –continuó diciendo Don Cipriano-, Ni Merezco, tiene que ver con el
Tener y puede transformarse en un Sí Merezco a través de la Voluntad. De igual
forma detonamos la Voluntad a través de la Razón a través de la reflexión que se
origina con la pregunta ¿realmente Ni Merezco? Por ejemplo el caso de Diana,
ella podría preguntarse ¿realmente Ni Merezco una vida mejor, realmente Ni
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Merezco ser feliz, realmente NI Merezco ser tratada don cariño, respeto y
dignidad? Pero a esa reflexión debe seguir el montarnos en la Voluntad para hacer
de nuestra vida lo que queramos haya o no justificación para ello simplemente por
el hecho de que eso es lo que volitivamente hemos decidido.
-¿O sea que el Ni Quiero puede transformarse en un Si Quiero preguntándonos
"realmente Ni Quiero esto o lo otro con una visión de mayor alcance y aplicando
en ello nuestra Atención"?–comencé a repetir como para ver si lo había entendido
bien.
-Así es, Bernardo –dijo Don Cipriano.
-¿Y el Ni Puedo puede convertirse en un Si Puedo preguntándonos "realmente Ni
Puedo esto o lo otro con una visión amplia y aplicando en ello nuestra
Percepción"? –seguí inquiriendo.
Don Cipriano asintió.
-¿Y el Ni Merezco puede transformarse en un Si Merezco preguntándonos
"realmente Ni Merezco esto o lo otro con una visión más profunda y aplicando en
ello nuestra Voluntad"?
-Exactamente, Bernardo –dijo Cipriano dejándose caer en la silla como para
descansar después de esta explicación.
Nos quedamos los dos en silencio, yo tratando de darle orden y sentido a todas
las nuevas ideas que bullían en mi mente, él simplemente descansando.
-Hay algo más- dijo Don Cipriano con los ojos cerrados.
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-¿Algo más? –pregunté.
-¿Recuerdas quienes ayudaron a Abraham Lincoln, a Hellen Keller y a Van Gogh?
–preguntó Don Cipriano.
-Su madre, du institutriz y su hermano, ¿verdad? –contesté.
-Así es, Bernardo –dijo Don Cipriano-. Esa es la parte que falta.
Se incorporó y me miró.
-Nunca estamos solos en esta batalla que se llama vida, así como esos ejemplos
hay mucha gente que aparece en el momento preciso para darnos la mano –dijo
Don Cipriano-, puede ser un familiar, un amigo, un desconocido e incluso algún
libro escrito por alguien o algo hecho por alguien para ser más generales, que
llegue en el momento preciso para darnos la lección que necesitamos, el apoyo
que requerimos, para alcanzar nuestros tres Si.
-Supongo eso es así –dije.
-Sí, Bernardo –continuó Don Cipriano-, pero hay que dejarlo claro, hay que hacerlo
visible para nuestra Razón para que cuando eso sucede permitamos que ocurra.
-No entiendo –dije.
-Por ejemplo –dijo Don Cipriano-, ¿por qué n está tu amigo, aquel que quería
comprar cigarros, aquí ahorita?
No supe que contestar.
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-Esta información estaba ahí para ustedes dos –dijo Don Cipriano-, los dos
recibieron, por así decirlo, la invitación de la vida, del destino o como quieras
llamarlo, pero solo tú la aceptaste.
Caí en cuenta de lo que decía.
-Así es, Bernardo –siguió diciendo Don Cipriano- esas ayudas que podamos
recibir en la vida a veces son tan sutiles como esa frase que les dije y que solo
captó tu atención, pero como en todo debemos estar conscientes en cada paso
que damos para aprovecharlas si no, como tu amigo, solo serán como la campana
que tañe a lo lejos y que ni siquiera prestamos atención.
Pensé en todas esas ayudas que a lo mejor habría dejado de pasar de largo en mi
vida solo por no darme cuenta.
-En cuanto a los ejemplos que vimos Lincoln, Keller, Van Gogh, solo fueron eso:
ejemplos. En cualquier referente de éxito en la vida, éxito personal, profesional,
social e incluso espiritual, podrás ver cómo es que la Razón, la Voluntad, la
Percepción y la Atención lograron transformar los tres Ni que de manera natural
hubiesen traído en los tres Si de los que hemos hablado: Harland Sanders,
Winston Churchill, Henry Ford, Albert Einstein, Walt Disney, Beethoven, Steve
Jobs, Steven Spielberg, Soichiro Honda, Charles Chaplin, toma el que quieras, lee
sobre tu vida, y te darás cuenta dela magia existente en ella, no tanto porque
hallan alcanzado el éxito tal como lo conocemos, sino porque llegaron a explotar el
enorme potencial que tenían diciendo Si Quiero, Si Puedo, Si Merezco y aplicando
la Razón, la Voluntad, la Percepción y la Atención para ello.
Nos quedamos callados. Ya la noche había caído y sabía que tenía que irme a
casa. También intuía que esta sería nuestra última reunión en torno al tema y no
podía de dejar cierta aprensión ante esa idea. Estos días, estas visitas, estas
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pláticas me habían abierto un panorama a un mundo, a una vida nunca antes
visto.
-Pues bien, Bernardo –dijo Don Cipriano poniéndose de pie y extendiéndome la
mano –ha sido un gusto que oyeras a este viejo.
El corazón me latía muy aprisa. No sabía que decir o que hacer. No quería todo
terminara pero igual sabía que Don Cipriano daba ya por terminado el
conversatorio sobre los tres Ni.
-Gracias a usted Don Cipriano –dije poniéndome de pie y extendiendo la mano
para apretar la suya.
Me retiré como caminando entre neblina. Todo me daba vueltas. Me volteé para
ver a Don Cipriano en su porche como lo había visto todos estos días pero ya se
había metido. Solo estaba la mesa con las dos tazas de chocolate y la canasta de
pan. Me enternecí mucho y me reclamé el hecho de no haberle dado un fuerte
abrazo, pero ya había terminado todo. O más bien, para mí y mi nueva forma de
ver la vida, todo había comenzado.
Llegué a casa y apenas y si pude pegar los ojos esa noche.
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7.-De regreso a mi vida
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Como una película en cámara súper rápida pasaron todos esos momentos que ya
hace varios lustros había pasado con Don Cipriano. Con la leche bronca que me
había convidado el nieto de Don Cipriano y el pan dulce que me ofrecieron mi
charla con él había sido muy amena.
No dejaba de vez en cuando de voltear al huerto, a ese huerto en el que de
chamaco encontré muchas veces a Don Cipriano mientras venía yo a que me
hablara de los tres Ni y de los tres Sí. No sé por qué pero me parecía más
pequeño que como lo recordaba, igual el porche de Don Cipriano, antes, de
chamaco, se me hacía muy grande, ahora lo veía más pequeño, cómo, espacioso,
peor más pequeño que como lo recordaba.
Es realmente asombroso como 20 años de nuestra vida pueden ser resumidos en
unos cuantos minutos. Así me pasó con Don Cipriano.
-Me da gusto lo bien que te ha ido, Bernardo –dijo Don Cipriano-, siempre estuve
seguro lograrías lo que te propusieras.
-Gracias a usted, Don Cipriano –le dije.
-¿Cómo es eso? –me preguntó.
-¿Recuerda aquellas platicadas que de chamaco tuve con usted sobre los tres Ni y
los tres Si? –inquirí.
-Ah, si –dijo Don Cipriano como recordando, si me acuerdo.
-Pues a partir de ahí –continué-, de manera muy sutil, mi vida comenzó a cambiar,
o más bien mi ánimo ante la vida lo cual generó un cambio en mi vida.
Veía el interés de Don Cipriano en lo que le decía.
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Seguía estudiando, luego trabajando, luego perdí a mis padres, luego me casé, y
bueno, todo lo que le he contado. Pero constantemente tenía en mi mente la
plática de los tres Ni y de los tres Si y como cambiar los primeros en los segundos.
Cada que tenía un reto, cada que tropezaba, incluso cada que me derrumbaba me
preguntaba ¿realmente Ni Quiero esto o lo otro?, ¿realmente Ni Puedo esto o lo
otro?, ¿realmente Ni Merezco esto o lo otro? Y comenzaba en mi interior, aquí en
mi cabeza y aquí en mi corazón, una revolución que me permitía montar vía la
Razón en la Voluntad, la Percepción y la Atención las decisiones y acciones que
me permitían seguir adelante. Por eso quiero darle las gracias, Don Cipriano.
Don Cipriano me miraba serio, no con mirada severa, sino llena de ternura.
-Es por eso que vine al pueblo, solo para agradecer.
Se le llenaron de lágrimas los ojos a Don Cipriano
-Me da mucho gusto por ti, Bernardo –dijo Don Cipriano con voz quebrada y ya no
pudo decir más.
Respeté su silencio y cuando creí conveniente continué.
-Siento estar en deuda con usted.
-Veo traes un reloj muy bonito, muy caro, ¿verdad? –dijo Don Cipriano cambiando
abruptamente la conversación.
-Sí, Don Cipriano –respondí.
-Qué bueno –siguió diciendo Don Cipriano-, ¿qué te parecería te cobrara el valor
de ese reloj solo por habértelo chuliado?
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-Pues un poco exagerado, ¿no cree? –le dije
-Pues algo más o menos pasó con nuestra conversación de hace años –dijo Don
Cipriano-, yo no te di algo que tu no tuvieras, más bien te hice ver una riqueza que
tú tenías, como todos, de convertir nuestra vida en una verdadera obra de arte. Es
igualito como ahorita que he visto ese reloj costoso que traes, en aquel entonces
con mis palabras te hice ver que no estás llamado, mucho menos condenado, a
una vida de miseria y de mediocridad, existencialmente hablando, sino que estás
llamado a un destino glorioso de autorrealización personal, ese es todo mi mérito.
-Aun así me sigo sintiendo en deuda con usted –le dije a Don Cipriano.
-Eso no lo voy a discutir –dijo Don Cipriano-, pero sí te voy a complicar la forma en
que me vas a pagar.
Lo miraba tratando de adelantarme a lo que me diría.
-Paga lo que creas que me debes con quien creas lo necesite –me dijo.
-¿Cómo es eso, Don Cipriano? –pregunté.
-Para un viejo como yo, que ya ha vivido la vida y que es muy corto el tramo que le
falta por recorrer –comenzó a explicar Don Cipriano-, realmente es poco lo que
puedes darme, si es que cree estar en deuda conmigo, pero en el mundo hay
mucha gente tanto o más necesitada de lo que descubriste hace años en nuestras
pláticas y de lo que aplicaste todo este tiempo en tu vida, págame lo que crees
deberme pasando esta información a esas personas que creas la puedan
necesitar.
Me quedé en silencio un momento.
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-¿Y cómo hago eso, Don Cipriano? –pregunté
-Yo que sé –dijo Don Cipriano- apenas y si soy un viejo de un pueblo como tantos.
Abre los ojos, estate atento, cuando menos lo pienses llegará la persona que
ávida estará de esta información, tú la reconocerás, pero ella no a ti, tú le
transmitirás lo que has aprendido y aplicado y así es como me pagarás.
-¡Hecho! –dije después de un momento de silencio.
Nos quedamos callados un buen rato. ¿Qué pasaría por su mente? Yo en la mía
traía el revoltijo de los recuerdos, las vivencias, y este momento que me revivía
todo.
-¡Apá, es hora de que descanse! –alguien gritó de dentro de la casa.
Don Cipriano no se movió, seguía reclinado en la silla, viendo sin mirar. Mi
corazón comenzó de nuevo a latir aprisa como hace años, en aquella despedida,
anunciando lo que me temía: el término del tiempo que habíamos compartido.
-Bueno, Bernardo –dijo Don Cipriano poniéndose de pie y extendiéndome la
mano- fue un gusto verte de nuevo y que te hayas acordado de este pueblo y de
este viejo.
Me puse de pie, miré su mano extendida. Yo era más alto que él. Don Cipriano
cargaba con los años, yo con una vida que aún me ofrecía mucho. Su mirada
firme pero serena escrutaba mis ojos, y su mano extendida acuciaba una
respuesta.
No se la di.
No le dí la mano.
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Lo abracé muy fuerte, como a un padre, como a un abuelo. Don Cipriano se
sorprendió pues no esperaba esto pero a la vez me correspondió con un abrazo
cálido, como el que mis viejos me daban.
No sé cuánto tiempo estuvimos así, unos segundos apenas, pero segundo que se
hicieron, que se sintieron eternos. Cuando nos retiramos para despedirnos vi una
lágrima en su mejilla y caí en cuenta de la que surcaba la mía.
Esa fue la mejor despedida: silenciosa, llena de sentimientos, plena de
agradecimiento.
Don Cipriano entró a su casa y yo me retiré de porche. Tomé mi auto y emprendí
el camino de regreso a mi vida.
Sabía esa sería la última vez que lo vería, pero no la última vez que lo recordaría y
que le agradecería el tempo que se tomó para darme las herramientas de vida que
ahora poseía.
En cuanto a la forma de pagarle a Don Cipriano lo que yo sentía deberle tuve
muchas oportunidades, oportunidades que aproveché y por las cuales agradecí,
oportunidades que me pusieron en el lugar que Don Cipriano estuvo hace años,
oportunidades que tal vez en algún momento les platicaré.
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Acerca del autor
Roberto Celaya Figueroa, Sc.D.
• Licenciado en Contaduría Pública y Maestro en Administración con
acentuación en Finanzas por el Instituto Tecnológico de Sonora; Doctor en
Ciencias (Sc.D.) en el Área de Relaciones Internacionales Transpacíficas por la
Universidad de Colima
• Socio Director de Consultoría Independiente (Formación • I & D • Consultoría
en las áreas de Consultoría Empresarial • Liderazgo Emprendedor • Gestión
Universitaria), se ha desempeñado además como Auditor Interno en la
entonces Secretaría de la Contraloría General de la Federación y como
Director y Secretario de Desarrollo Económico del Municipio de Cajeme
• Académico Certificado por la Asociación Nacional de Facultades y Escuelas
de Contaduría y Administración, A.C.
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• Premio Nacional de Contaduría Pública a la investigación obtenido
consecutivamente en sus ediciones 2002-2003 y 2004-2005 por el Instituto
Mexicano de Contadores Públicos
• Miembro de la Asociación de Profesores de Contaduría y Administración de
México, A.C.
• Consultor de Negocios Acreditación por el Sistema Nacional de Consultores
de la Secretaría de Economía y Consultor de Negocios Certificado por la
Norma Conocer
• Diplomado en Desarrollo del Potencial Humano por el Instituto Tecnológico de
Sonora
• Nivel Superior: Maestro Distinguido, Responsable de Programa Académico,
Líder de Cuerpo Académico, Director Académico, Miembro de Consejo
Directivo, y profesor, tutor y asesor nacional e internacional en licenciatura,
maestría y doctorado
• Escritor con más de 20 libros en su haber en las áreas de liderazgo
emprendedor, consultoría empresarial y gestión universitaria, así como más
400 artículos publicados en las áreas de consultoría empresarial (más de 50),
liderazgo emprendedor (más de 160) y gestión universitaria (más de 180),
autor de más de 400 videos publicados en las áreas de consultoría empresarial
(más de 72), liderazgo emprendedor (más de 175) y gestión universitaria (más
de 160 ) y educación superior (más de 32); Tallerista y Conferencista a nivel
nacional e internacional con una oferta de más de 40 temas en consultoría
empresarial, más de 306 en liderazgo emprendedor y más de 90 en gestión
universitaria.
www.rocefi.com.mx
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La Generación Ni-Ni-Ni
Primera edición
Es una obra editada y publicada por Gecko Publishing, S. de R.L.M.I.
Septiembre de 2015