Download - La Brumaria Nº2
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C
En cada día de nuestra experiencia ur-
bana nos encontramos con hechos
que cada vez sorprenden menos, o
que pasan desapercibidos, pero que se
van acumulando hasta producir cambios
cualitativos irreversibles configurando una
nueva cultura citadina. Las nuevas formas
de gestión del control social pueden apa-
recer con el duro rostro del aparato repre-
sivo pero también con los amables modos
de la tolerancia y la corrección política
En pos de la seguridad, el usuario “decen-
te” renuncia a su propia libertad: síntoma
de una fase hegemónica del control social.
Rejas en las plazas, cámaras de vigilancia, “ley
seca”, códigos de convivencia, tarjetas magné-
ticas, seguridad privada en las facultades pú-
blicas, militarización y/o erradicación de villas,
desalojos, la “Guardia Urbana”, cámaras en las
estaciones de tren y la lista podría continuar.
Estas políticas de control se encuentran en un
estado incipiente, y suscitan variadas resisten-
cias, lo que no impide avizorar que su universo
de aplicación excede ampliamente la “ame-
naza criminal”, ya que se extiende sobre todo
el terreno social que el capitalismo se encargó
de cultivar: flexibilización laboral, pérdida de
los derechos sociales, auge de las economías
informales, y sociedades hiperpauperizadas.
Tanto el código Contravencional como la polí-
tica de enrejado de plazas y muchas otras tie-
nen como destinatarios directos a prostitutas,
familias sin techo, jóvenes pobres sin trabajo
y sin estudio, trabajadores informales, pique-
teros, es decir, aspiran a controlar a los secto-
res que ponen en tela de juicio la capacidad
del sistema de cumplir con sus propias pro-
mesas de inclusión, igualdad y democracia.
Los vigentes discursos en torno a la seguridad
y las medidas represivas que ellos legitiman,
neutralizan los efectos potencialmente deses-
tabilizadores de un modelo capitalista cada vez
más excluyente. Si bien los planes y las políti-
cas pueden ser alentados por sectores que se
presentan como opositores dentro de la ficción
mediática de la política, los medios masivos
de comunicación contribuyen -a través de un
específico recorte temático- a que los grupos
marginados sean construidos en el espacio
simbólico de la clase media, como “peligro-
sos”, “indeseables”. Las víctimas se vuelven
potenciales victimarios. De este modo, la clase
media deja de percibir a esos sectores como
producto del mismo sistema social por el cual
ella también sufre, y más aún focaliza todos
sus temores y descontentos en la peligrosidad
latente de aquéllos. Por otro lado, simbóli-
camente se acopla al discurso de los domi-
nantes –tomando como propio el reclamo de
seguridad-y establece una distancia tranquili-
zadora con los sectores más desfavorecidos.
El control social, pues, gestiona al conjunto de
la sociedad pero según la posición en la es-
tructura social condiciona diferenciadamente
las posibilidades prácticas. A las clases bajas
las ataca en sus necesidades más inmediatas
-conseguir sustento, o pasar la noche- y un
proceso de visibilización/invisibilización en
el que se las focaliza para justificar políticas
represivas, pero se las intenta extirpar del es-
pacio público. A las clases medias y algunos
sectores obreros, se les coarta el espacio pú-
blico como lugar de encuentro social y político,
a la vez que los distancia radicalmente de los
sectores marginados que han sido invisibiliza-
dos. A los sectores dominantes la reclusión en
countries y barrios cerrados no les restringe
sus posibilidades de intervención política ya
que para ello cuentan con otros medios para
influir, máxime ante la disolución de las gran-
des estructuras partidarias y la vinculación
más directa entre candidatos y financiantes.
Si la reorganización del espacio público pro-
duce realidades de hecho, difícilmente re-
versibles, más dramático aún es cuando los
cambios se internalizan al nivel de la subje-
tividad. Las medidas de control son media-
namente aceptables porque consiguen pasar
por naturales y necesarias. Al sujeto integra-
do no le generan rechazo; es más, siente que
responden a sus expectativas y deseos, que
apaciguan sus angustias. De esta manera ob-
servamos cómo, desde las medidas contra el
terrorismo global hasta el simple enrejado de
la plaza del barrio, se ha construido un consen-
so en torno a la vida controlada. Los sectores
que no son las víctimas explícitas de estas po-
líticas, pero están bien alejados de las clases
dominantes que las implementan son claves
en el proceso de disputa hegemónica. H
Una incesante prédica mediática, asociada a los intereses políticos de derechas más o menos asumidas como tales, ha conseguido imponer la cuestión de la “seguridad” como categoría válida para rotular diversos fenómenos sociales. Si bien los casos “policiales” han sido una tentación para los medios desde los inicios de la prensa gráfica de masas, en algún momento de la oscura y brillosa década de los noventa, el sensacionalismo habitual hizo lugar a los reclamos de “mano dura”. Hasta tal punto ha sido efectiva la insistencia en el uso del término que hemos llegado a un punto en el que no sólo desde las tribunas reaccionarias se les espeta a los sectores progresistas o de izquierda no ocuparse del tema (porque, como le gusta decir a Juan Carlos Blumberg, “defien-den los derechos humanos de los delincuentes”), sino que en las propias filas progresistas o de izquierda empiezan a aparecer posturas de “no dejarle la cuestión de la inseguridad a la derecha”.
La disputa social del sentido es un terreno complejo y por ello no puede descartarse ningún tipo de intervención, máxime cuando una palabra, por más desagradable que sea, se ha propagado de las bocas del poder hacia el habla cotidiana de la mayoría. Sin embargo, nosotros preferimos subrayar, como hiciéramos ya en el editorial de nuestro primer número, que la “víctima de la inseguridad” es uno de varios lugares que el poder político y mediático le tienen reservado a sus espectadores para que no abandonen la pasividad. Por eso elegimos no hablar de inseguridad, sino de control social, en sus formas más variadas. Tan variadas que, aunque pueda resultar difícil englobarlas bajo una tendencia o fenómeno único, al mismo tiempo dan la pauta de la magnitud y la escala de estos nuevos despliegues del control, capaces de gestionar desde los niveles microscópicos de la vida cotidiana hasta los más generales, como la expansión imperialista.
La actual fase de acumulación capitalista ha requerido que el Estado se retire de sus funciones asociadas a la idea de ciudadanía social, con el fortalecimiento en su rol de gendarme como contra-parte: gobiernos de distinto signo ideológico alrededor del mundo llevan adelante indistintamente medidas que refuerzan el control. Y el Estado no está sólo en su cruzada, sino que, acorde al nuevo contexto global, el sector privado también aporta sus propios circuitos cerrados y sus propios agentes mercenarios (que pueden desde custodiar una facultad hasta combatir a la insurgencia iraquí).
Los modos en los que el control avanza son entonces múltiples, y a la que vez que se aprovechan de la oportunidad política (el reclamo de un padre dolido, el incendio de Cromagnon, atentados de diverso tipo, robos en estaciones de tren, violaciones en subterráneos, asaltos a ancianas, “violentos” en las canchas, o “métodos equivocados” en la práctica política), encarnan un proyecto que apunta a regimen-tar cada vez más la vida. En todo caso la coyuntura es utilizada para construir consenso social en torno a las medidas. Así, la mayoría de las veces el control directo sobre los cuerpos no es necesario. Ya sea por el miedo que despierta la amenaza de sentirse vigilado, cuando no porque el poder directamente recluta a los sujetos que se identifican con sus políticas, cuando estos adhieren a la premisa de “si soy honesto, no tengo de qué preocuparme”, “a mí que me revisen y que me filmen, mejor, así estoy seguro”.
Cientos de satélites rondando los cielos, radares capaces de detectar el vuelo rasante de un mosquito, cámaras del tamaño de una semilla, filmadoras en esquinas y estaciones de trenes y subtes, cercos alrededor de plazas custodiadas día y noche, celulares GSM, teléfonos pinchados, alarmas barriales… todos estos inventos jamesbondianos han convertido al mundo entero en una gran cárcel, de la que para escapar ni siquiera basta con viajar a la luna. ¿Qué pensaría si le dijésemos que en este mismo momento está siendo filmado por cámaras microscópicas estratégicamente colocadas en medio de las “o” de la palabra “ojos” del título de esta nota? Usted, por las dudas, sonría, lo estamos filmando.
H 3
¿Qué tienen en común la plaza enrejada y la cárcel de Guantánamo?
Mírame a los ojos verás lo que soy
///////// PINTÓ EL CONTROL
Dossier
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En cada día de nuestra experiencia ur-
bana nos encontramos con hechos
que cada vez sorprenden menos, o
que pasan desapercibidos, pero que se
van acumulando hasta producir cambios
cualitativos irreversibles configurando una
nueva cultura citadina. Las nuevas formas
de gestión del control social pueden apa-
recer con el duro rostro del aparato repre-
sivo pero también con los amables modos
de la tolerancia y la corrección política
En pos de la seguridad, el usuario “decen-
te” renuncia a su propia libertad: síntoma
de una fase hegemónica del control social.
Rejas en las plazas, cámaras de vigilancia, “ley
seca”, códigos de convivencia, tarjetas magné-
ticas, seguridad privada en las facultades pú-
blicas, militarización y/o erradicación de villas,
desalojos, la “Guardia Urbana”, cámaras en las
estaciones de tren y la lista podría continuar.
Estas políticas de control se encuentran en un
estado incipiente, y suscitan variadas resisten-
cias, lo que no impide avizorar que su universo
de aplicación excede ampliamente la “ame-
naza criminal”, ya que se extiende sobre todo
el terreno social que el capitalismo se encargó
de cultivar: flexibilización laboral, pérdida de
los derechos sociales, auge de las economías
informales, y sociedades hiperpauperizadas.
Tanto el código Contravencional como la polí-
tica de enrejado de plazas y muchas otras tie-
nen como destinatarios directos a prostitutas,
familias sin techo, jóvenes pobres sin trabajo
y sin estudio, trabajadores informales, pique-
teros, es decir, aspiran a controlar a los secto-
res que ponen en tela de juicio la capacidad
del sistema de cumplir con sus propias pro-
mesas de inclusión, igualdad y democracia.
Los vigentes discursos en torno a la seguridad
y las medidas represivas que ellos legitiman,
neutralizan los efectos potencialmente deses-
tabilizadores de un modelo capitalista cada vez
más excluyente. Si bien los planes y las políti-
cas pueden ser alentados por sectores que se
presentan como opositores dentro de la ficción
mediática de la política, los medios masivos
de comunicación contribuyen -a través de un
específico recorte temático- a que los grupos
marginados sean construidos en el espacio
simbólico de la clase media, como “peligro-
sos”, “indeseables”. Las víctimas se vuelven
potenciales victimarios. De este modo, la clase
media deja de percibir a esos sectores como
producto del mismo sistema social por el cual
ella también sufre, y más aún focaliza todos
sus temores y descontentos en la peligrosidad
latente de aquéllos. Por otro lado, simbóli-
camente se acopla al discurso de los domi-
nantes –tomando como propio el reclamo de
seguridad-y establece una distancia tranquili-
zadora con los sectores más desfavorecidos.
El control social, pues, gestiona al conjunto de
la sociedad pero según la posición en la es-
tructura social condiciona diferenciadamente
las posibilidades prácticas. A las clases bajas
las ataca en sus necesidades más inmediatas
-conseguir sustento, o pasar la noche- y un
proceso de visibilización/invisibilización en
el que se las focaliza para justificar políticas
represivas, pero se las intenta extirpar del es-
pacio público. A las clases medias y algunos
sectores obreros, se les coarta el espacio pú-
blico como lugar de encuentro social y político,
a la vez que los distancia radicalmente de los
sectores marginados que han sido invisibiliza-
dos. A los sectores dominantes la reclusión en
countries y barrios cerrados no les restringe
sus posibilidades de intervención política ya
que para ello cuentan con otros medios para
influir, máxime ante la disolución de las gran-
des estructuras partidarias y la vinculación
más directa entre candidatos y financiantes.
Si la reorganización del espacio público pro-
duce realidades de hecho, difícilmente re-
versibles, más dramático aún es cuando los
cambios se internalizan al nivel de la subje-
tividad. Las medidas de control son media-
namente aceptables porque consiguen pasar
por naturales y necesarias. Al sujeto integra-
do no le generan rechazo; es más, siente que
responden a sus expectativas y deseos, que
apaciguan sus angustias. De esta manera ob-
servamos cómo, desde las medidas contra el
terrorismo global hasta el simple enrejado de
la plaza del barrio, se ha construido un consen-
so en torno a la vida controlada. Los sectores
que no son las víctimas explícitas de estas po-
líticas, pero están bien alejados de las clases
dominantes que las implementan son claves
en el proceso de disputa hegemónica. H
Una incesante prédica mediática, asociada a los intereses políticos de derechas más o menos asumidas como tales, ha conseguido imponer la cuestión de la “seguridad” como categoría válida para rotular diversos fenómenos sociales. Si bien los casos “policiales” han sido una tentación para los medios desde los inicios de la prensa gráfica de masas, en algún momento de la oscura y brillosa década de los noventa, el sensacionalismo habitual hizo lugar a los reclamos de “mano dura”. Hasta tal punto ha sido efectiva la insistencia en el uso del término que hemos llegado a un punto en el que no sólo desde las tribunas reaccionarias se les espeta a los sectores progresistas o de izquierda no ocuparse del tema (porque, como le gusta decir a Juan Carlos Blumberg, “defien-den los derechos humanos de los delincuentes”), sino que en las propias filas progresistas o de izquierda empiezan a aparecer posturas de “no dejarle la cuestión de la inseguridad a la derecha”.
La disputa social del sentido es un terreno complejo y por ello no puede descartarse ningún tipo de intervención, máxime cuando una palabra, por más desagradable que sea, se ha propagado de las bocas del poder hacia el habla cotidiana de la mayoría. Sin embargo, nosotros preferimos subrayar, como hiciéramos ya en el editorial de nuestro primer número, que la “víctima de la inseguridad” es uno de varios lugares que el poder político y mediático le tienen reservado a sus espectadores para que no abandonen la pasividad. Por eso elegimos no hablar de inseguridad, sino de control social, en sus formas más variadas. Tan variadas que, aunque pueda resultar difícil englobarlas bajo una tendencia o fenómeno único, al mismo tiempo dan la pauta de la magnitud y la escala de estos nuevos despliegues del control, capaces de gestionar desde los niveles microscópicos de la vida cotidiana hasta los más generales, como la expansión imperialista.
La actual fase de acumulación capitalista ha requerido que el Estado se retire de sus funciones asociadas a la idea de ciudadanía social, con el fortalecimiento en su rol de gendarme como contra-parte: gobiernos de distinto signo ideológico alrededor del mundo llevan adelante indistintamente medidas que refuerzan el control. Y el Estado no está sólo en su cruzada, sino que, acorde al nuevo contexto global, el sector privado también aporta sus propios circuitos cerrados y sus propios agentes mercenarios (que pueden desde custodiar una facultad hasta combatir a la insurgencia iraquí).
Los modos en los que el control avanza son entonces múltiples, y a la que vez que se aprovechan de la oportunidad política (el reclamo de un padre dolido, el incendio de Cromagnon, atentados de diverso tipo, robos en estaciones de tren, violaciones en subterráneos, asaltos a ancianas, “violentos” en las canchas, o “métodos equivocados” en la práctica política), encarnan un proyecto que apunta a regimen-tar cada vez más la vida. En todo caso la coyuntura es utilizada para construir consenso social en torno a las medidas. Así, la mayoría de las veces el control directo sobre los cuerpos no es necesario. Ya sea por el miedo que despierta la amenaza de sentirse vigilado, cuando no porque el poder directamente recluta a los sujetos que se identifican con sus políticas, cuando estos adhieren a la premisa de “si soy honesto, no tengo de qué preocuparme”, “a mí que me revisen y que me filmen, mejor, así estoy seguro”.
Cientos de satélites rondando los cielos, radares capaces de detectar el vuelo rasante de un mosquito, cámaras del tamaño de una semilla, filmadoras en esquinas y estaciones de trenes y subtes, cercos alrededor de plazas custodiadas día y noche, celulares GSM, teléfonos pinchados, alarmas barriales… todos estos inventos jamesbondianos han convertido al mundo entero en una gran cárcel, de la que para escapar ni siquiera basta con viajar a la luna. ¿Qué pensaría si le dijésemos que en este mismo momento está siendo filmado por cámaras microscópicas estratégicamente colocadas en medio de las “o” de la palabra “ojos” del título de esta nota? Usted, por las dudas, sonría, lo estamos filmando.
H 3
¿Qué tienen en común la plaza enrejada y la cárcel de Guantánamo?
Mírame a los ojos verás lo que soy
///////// PINTÓ EL CONTROL
Dossier
La prostitución forzada
de mujeres desde su
niñez, es una de las más
organizadas geografías
de la explotación eco-
nómica y sexual, con el
Estado como garante.
Los rostros interpelan a
quien los ve, y al actuar
focalizadamente, pro-
ducen un efecto dife-
rente en cada receptor:
indignación, preocupa-
ción, miedo.
Una imagen social tan difundida como
eficaz sobre la prostitución limita
el escenario en que ésta se produ-
ce a dos agentes que actúan en libertad e
individualmente, movidos por intereses
complementarios: el cliente y la prostituta.
Nada más lejos de la realidad. La prostitu-
ción forzada de mujeres desde su niñez, es
una de las más organizadas geografías de
la explotación económica y sexual, con el
Estado como garante. Una visión estructural
del asunto revela la existencia de un amplio
sistema proxeneta como contraparte a la
mujer explotada, en el cual se articulan un
sinfín de personas que cumplen diferentes
papeles para ejecutar/permitir la prostitu-
ción, además de los clientes: empresarios,
funcionarios estatales, dirigentes políticos,
autoridades de la policía y demás fuerzas del
Estado, medios de comunicación, elemen-
tos del poder judicial, médicos y personal
diverso contratado a los efectos. El tráfico
de adolescentes para la prostitución es, en
la Argentina de la exclusión y la miseria,
una certeza que se entrevera oficial y me-
diáticamente con el indefinido mundo del
trabajo infantil, los secuestros y hasta las
desapariciones. No sólo se desdibuja así la
problemática de base, sino que el discurso
social se impregna de terror ante lo indeci-
ble, asimilando estrategias de visibilización
y control que, funcionales al sistema, allanan
circularmente el terreno para la explotación.
Los casos de Fernanda Aguirre y Marita VerónMuchos nombres resuenan turbiamente con
el eco de lo inexplicable, a pesar de ser aca-
llados desde las más altas esferas del poder
político y la comunicación. Los casos más
emblemáticos son los de Fernanda Aguirre y
Marita Verón, por ser los que provocaron pro-
piamente que aquel sistema trastabille. Fer-
nanda desapareció de San Benito, Entre Ríos,
en julio de 2004, cuando la sociedad toda se
escarmentaba ante la instalación en la opi-
nión pública de los secuestros express y el go-
bierno gozaba el sabor de un nuevo manejo
mediático. Rápidamente cundió la noticia, y
fue preocupación nacional. Sin embargo, un
irrisorio pedido de rescate, la desaparición de
pistas en diferentes provincias, la ausencia de
comunicación con los captores y el “suicidio”
del único sospechoso derribaron la hipótesis
del secuestro: la realidad no encajaba con las
intenciones del gobierno, y éste decidió no
abocarse más al tema. O bien estaba muerta,
o bien desaparecida, sin más. Una enfermera
la reconoció este año en un hospital en el nor-
te del país, junto a dos hombres, embarazada.
Marita Verón está secuestrada y prostituida
desde abril de 2002; su madre personalmente
emprendió su búsqueda luego de que las auto-
ridades le dijeran que era altamente probable
que su hija estuviera ya muerta. Sin embargo,
se encontró con una vasta red interprovincial
de trata de blancas manejada por empresarios
tucumanos que la llevó por seis provincias,
circulando por diversos prostíbulos, en donde,
en diálogo con otras jóvenes prostituidas, fue
recabando información inconfundible sobre el
verdadero recorrido que había trazado su hija,
descripciones físicas y personales directas. En
ocasiones, como en Río Cuarto, en donde ya
toda la ciudad sabe de la existencia de una
zona de prostitución infantil y adulta, este cir-
cuito se convierte en uno de los motores del
crecimiento económico local. Al estar encla-
vada en un cierto centro geográfico nacional
de rutas en sus ejes norte-sur este-oeste, por
la ciudad pasan entre cuatro y cinco mil autos
y camiones diarios. En la pequeña ciudad de
fortísima presencia eclesiástica, diversas fun-
daciones han llevado adelante un relevamien-
to de la enorme cantidad de adolescentes
que día a día son prostituidas en condiciones
de esclavitud, sin que esto provocara re-
acción alguna de las autoridades locales.
El doble discurso de los medios y el EstadoAnte este panorama, el Estado no comete la
ingenuidad de permanecer sin intervenir en el
terreno, todo lo contrario. Encuentra su mayor
rédito presentando aisladamente cada caso
–desligándolo de su contexto- de la manera
más dramática y dolorosa que le es posible:
primeros planos de las caras de las niñas y
adolescentes desaparecidas (“perdidas”) cir-
culan a raudales en diarios, páginas de inter-
net oficiales y gubernamentales, noticieros
de televisión e instituciones varias. Así, una
realidad que llega fragmentada a la superfi-
cie de lo socialmente tangible, es unificada y
significada por el Estado y los medios como
una suma de trágicos casos individuales, fren-
te a los que no impera una lógica común de
explotación organizada, sino que son la resul-
tante de una incontrolable trama de inseguri-
dad y desintegración de los valores morales.
Las caras de las niñas operan entonces como
la evidencia de que algo anda mal, aunque
no esté claro qué es lo que ocurre. Los ros-
tros interpelan a quien los ve, y al actuar fo-
calizadamente, producen un efecto diferente
en cada receptor: indignación, preocupación,
miedo. Sin embargo, la lógica que se fortale-
ce de esta manera es la de la devolución de
las responsabilidades: el Estado incluso ofrece
explícitamente recompensas por información
sobre estos casos, y la mirada de la socie-
dad abandona la solidaridad para empezar
a tornarse acusadora, especuladora, delato-
ra. Las fotos están en la calle, en los medios
se discute sobre el nivel moral de la familia
de la nena desaparecida, se indaga sobre la
posible connivencia de la misma víctima. Si
bien al hacer públicas las búsquedas el Esta-
do pareciera evidenciar sus propias falencias,
en realidad extiende por todos sus brazos un
mensaje de temor encriptado, autoexcluyén-
dose del problema, al posicionarse como un
aséptico divulgador de malas noticias. Otro
tanto ocurre con los medios masivos, quienes
-salvo contadas excepciones- no sólo repro-
ducen esta dinámica sino que lucran con ella:
en la misma edición de un Clarín en donde se
hace una denuncia, hay numerosas páginas
con avisos de oferta sexual, recursos que el
gran diario argentino protege a toda costa.
En el caso del manejo mediático de las viola-
ciones este mecanismo surte un efecto mu-
cho más notable, puesto que este tema se
inserta con más facilidad en la lógica de la
multiplicidad de casos puntuales relacionados
a la -siempre útil- inseguridad. La paranoia se
extiende, se legitima el aumento de las medi-
das represivas, se instalan cámaras que regis-
tren la vida urbana, a la búsqueda del crimen.
Sin embargo, por más resolución que tenga
una cámara, nunca advertirá la explotación
organizada, y no encontrará en este caso más
que la vulgar imagen cliente/prostituta (en
la que la criminalizada es la mujer), que por
cierto se encuentra sin mayor dificultad. En su
lugar, son las mismas fotos y el tratamiento
absolutamente distorsionado del tema los
elementos que ofician como reguladores de lo
perceptible: por más que la existencia de pros-
tíbulos con el soporte de la policía y autorida-
des varias sea a todas luces evidente en plena
calle, que se hagan innumerables denuncias
sobre la prostitución de niñas y jóvenes en
cualquier ciudad del país, no hay movimiento
alguno. El registro social se agita, acicateado
por el Estado y los medios, entre su hipócrita
moral frente a la prostitución como una elec-
ción personal y la consternación frente a cada
caso dramático en particular. La operación es
efectiva. La disociación se retroalimenta, las
chicas siguen en la calle. H
H 5
El Estado y los medios masivos de comunicación forman parte de la vasta red de complicidades que sostienen la explotación sexual. Paradojicamente, utilizan el fenómeno, de modo hipócrita, para agitar los fantasmas que justifican un mayor control social.
PROSTITUCIÓN: UN MAPA DE LA HIPOCRESíAPintó el controlDossier
La prostitución forzada
de mujeres desde su
niñez, es una de las más
organizadas geografías
de la explotación eco-
nómica y sexual, con el
Estado como garante.
Los rostros interpelan a
quien los ve, y al actuar
focalizadamente, pro-
ducen un efecto dife-
rente en cada receptor:
indignación, preocupa-
ción, miedo.
Una imagen social tan difundida como
eficaz sobre la prostitución limita
el escenario en que ésta se produ-
ce a dos agentes que actúan en libertad e
individualmente, movidos por intereses
complementarios: el cliente y la prostituta.
Nada más lejos de la realidad. La prostitu-
ción forzada de mujeres desde su niñez, es
una de las más organizadas geografías de
la explotación económica y sexual, con el
Estado como garante. Una visión estructural
del asunto revela la existencia de un amplio
sistema proxeneta como contraparte a la
mujer explotada, en el cual se articulan un
sinfín de personas que cumplen diferentes
papeles para ejecutar/permitir la prostitu-
ción, además de los clientes: empresarios,
funcionarios estatales, dirigentes políticos,
autoridades de la policía y demás fuerzas del
Estado, medios de comunicación, elemen-
tos del poder judicial, médicos y personal
diverso contratado a los efectos. El tráfico
de adolescentes para la prostitución es, en
la Argentina de la exclusión y la miseria,
una certeza que se entrevera oficial y me-
diáticamente con el indefinido mundo del
trabajo infantil, los secuestros y hasta las
desapariciones. No sólo se desdibuja así la
problemática de base, sino que el discurso
social se impregna de terror ante lo indeci-
ble, asimilando estrategias de visibilización
y control que, funcionales al sistema, allanan
circularmente el terreno para la explotación.
Los casos de Fernanda Aguirre y Marita VerónMuchos nombres resuenan turbiamente con
el eco de lo inexplicable, a pesar de ser aca-
llados desde las más altas esferas del poder
político y la comunicación. Los casos más
emblemáticos son los de Fernanda Aguirre y
Marita Verón, por ser los que provocaron pro-
piamente que aquel sistema trastabille. Fer-
nanda desapareció de San Benito, Entre Ríos,
en julio de 2004, cuando la sociedad toda se
escarmentaba ante la instalación en la opi-
nión pública de los secuestros express y el go-
bierno gozaba el sabor de un nuevo manejo
mediático. Rápidamente cundió la noticia, y
fue preocupación nacional. Sin embargo, un
irrisorio pedido de rescate, la desaparición de
pistas en diferentes provincias, la ausencia de
comunicación con los captores y el “suicidio”
del único sospechoso derribaron la hipótesis
del secuestro: la realidad no encajaba con las
intenciones del gobierno, y éste decidió no
abocarse más al tema. O bien estaba muerta,
o bien desaparecida, sin más. Una enfermera
la reconoció este año en un hospital en el nor-
te del país, junto a dos hombres, embarazada.
Marita Verón está secuestrada y prostituida
desde abril de 2002; su madre personalmente
emprendió su búsqueda luego de que las auto-
ridades le dijeran que era altamente probable
que su hija estuviera ya muerta. Sin embargo,
se encontró con una vasta red interprovincial
de trata de blancas manejada por empresarios
tucumanos que la llevó por seis provincias,
circulando por diversos prostíbulos, en donde,
en diálogo con otras jóvenes prostituidas, fue
recabando información inconfundible sobre el
verdadero recorrido que había trazado su hija,
descripciones físicas y personales directas. En
ocasiones, como en Río Cuarto, en donde ya
toda la ciudad sabe de la existencia de una
zona de prostitución infantil y adulta, este cir-
cuito se convierte en uno de los motores del
crecimiento económico local. Al estar encla-
vada en un cierto centro geográfico nacional
de rutas en sus ejes norte-sur este-oeste, por
la ciudad pasan entre cuatro y cinco mil autos
y camiones diarios. En la pequeña ciudad de
fortísima presencia eclesiástica, diversas fun-
daciones han llevado adelante un relevamien-
to de la enorme cantidad de adolescentes
que día a día son prostituidas en condiciones
de esclavitud, sin que esto provocara re-
acción alguna de las autoridades locales.
El doble discurso de los medios y el EstadoAnte este panorama, el Estado no comete la
ingenuidad de permanecer sin intervenir en el
terreno, todo lo contrario. Encuentra su mayor
rédito presentando aisladamente cada caso
–desligándolo de su contexto- de la manera
más dramática y dolorosa que le es posible:
primeros planos de las caras de las niñas y
adolescentes desaparecidas (“perdidas”) cir-
culan a raudales en diarios, páginas de inter-
net oficiales y gubernamentales, noticieros
de televisión e instituciones varias. Así, una
realidad que llega fragmentada a la superfi-
cie de lo socialmente tangible, es unificada y
significada por el Estado y los medios como
una suma de trágicos casos individuales, fren-
te a los que no impera una lógica común de
explotación organizada, sino que son la resul-
tante de una incontrolable trama de inseguri-
dad y desintegración de los valores morales.
Las caras de las niñas operan entonces como
la evidencia de que algo anda mal, aunque
no esté claro qué es lo que ocurre. Los ros-
tros interpelan a quien los ve, y al actuar fo-
calizadamente, producen un efecto diferente
en cada receptor: indignación, preocupación,
miedo. Sin embargo, la lógica que se fortale-
ce de esta manera es la de la devolución de
las responsabilidades: el Estado incluso ofrece
explícitamente recompensas por información
sobre estos casos, y la mirada de la socie-
dad abandona la solidaridad para empezar
a tornarse acusadora, especuladora, delato-
ra. Las fotos están en la calle, en los medios
se discute sobre el nivel moral de la familia
de la nena desaparecida, se indaga sobre la
posible connivencia de la misma víctima. Si
bien al hacer públicas las búsquedas el Esta-
do pareciera evidenciar sus propias falencias,
en realidad extiende por todos sus brazos un
mensaje de temor encriptado, autoexcluyén-
dose del problema, al posicionarse como un
aséptico divulgador de malas noticias. Otro
tanto ocurre con los medios masivos, quienes
-salvo contadas excepciones- no sólo repro-
ducen esta dinámica sino que lucran con ella:
en la misma edición de un Clarín en donde se
hace una denuncia, hay numerosas páginas
con avisos de oferta sexual, recursos que el
gran diario argentino protege a toda costa.
En el caso del manejo mediático de las viola-
ciones este mecanismo surte un efecto mu-
cho más notable, puesto que este tema se
inserta con más facilidad en la lógica de la
multiplicidad de casos puntuales relacionados
a la -siempre útil- inseguridad. La paranoia se
extiende, se legitima el aumento de las medi-
das represivas, se instalan cámaras que regis-
tren la vida urbana, a la búsqueda del crimen.
Sin embargo, por más resolución que tenga
una cámara, nunca advertirá la explotación
organizada, y no encontrará en este caso más
que la vulgar imagen cliente/prostituta (en
la que la criminalizada es la mujer), que por
cierto se encuentra sin mayor dificultad. En su
lugar, son las mismas fotos y el tratamiento
absolutamente distorsionado del tema los
elementos que ofician como reguladores de lo
perceptible: por más que la existencia de pros-
tíbulos con el soporte de la policía y autorida-
des varias sea a todas luces evidente en plena
calle, que se hagan innumerables denuncias
sobre la prostitución de niñas y jóvenes en
cualquier ciudad del país, no hay movimiento
alguno. El registro social se agita, acicateado
por el Estado y los medios, entre su hipócrita
moral frente a la prostitución como una elec-
ción personal y la consternación frente a cada
caso dramático en particular. La operación es
efectiva. La disociación se retroalimenta, las
chicas siguen en la calle. H
H 5
El Estado y los medios masivos de comunicación forman parte de la vasta red de complicidades que sostienen la explotación sexual. Paradojicamente, utilizan el fenómeno, de modo hipócrita, para agitar los fantasmas que justifican un mayor control social.
PROSTITUCIÓN: UN MAPA DE LA HIPOCRESíAPintó el controlDossier
D.N.I, C.U.I.T., Nº de Paciente, Nº de
Socio y así podríamos continuar… El
cuerpo, en la actualidad, se encuentra
en casi la totalidad de las relaciones sociales
en las cuáles se inscribe, sometido a un “cifra-
do instrumental numérico”. ¿A qué nos esta-
mos refiriendo? El “cifrado…” consistiría en la
asignación de un determinado signo neutral a
cada sujeto, una determinada combinación de
números que constituirán los distintos códigos
y taxonomías. Es a través de esta categoriza-
ción que el sujeto será considerado objeto,
permitiendo, entonces, su cuantificación, su
ordenamiento, su control a través de las bases
de datos, y básicamente, su homogeneización.
Mediante la aglomeración de cifras sobre los
cuerpos se cristalizan las significaciones de
los mismos para convertirlos en meros íco-
nos. Se despojan sus condiciones materiales
de existencia, sus representaciones simbó-
licas, en síntesis, la historia específica que
soporta un cuerpo, en función de la organiza-
ción de la diferencia, y lo que es peor aún, la
estandarización de la desigualdad mediante
la caída de la “información” de cada individuo
en los cálculos del conjunto, permitiendo la
comparación y cuantificación de lo que en un
principio era heterogéneo. Ya no sólo se na-
turalizan las distintas posiciones ocupadas en
las relaciones de poder en las que se hallan
los sujetos, sino que se gelatiniza al propio
cuerpo con el objeto de asegurar el control
sobre el mismo y la falta de expresión crítica.
Estas prácticas homogeneizantes que en-
cuentran su justificación en la pretensión de
igualdad y erradicación del “caos”, funcionan
como otra de las tantas estrategias de con-
trol. La digitalización de los sujetos implica
el establecimiento de medidas y normas que
den cuenta de un sistema dual de “normalida-
des-anormalidades”, “bondad-maldad”, “ex-
clusión-inclusión”, pero que por sobre todo,
permitan implantar un método de “gratifica-
ción-sanción”. El premio gratifica a los sujetos
en tanto se mantengan dentro de lo digitali-
zable. Señala el camino de lo “normal”, de lo
“moralmente correcto”, de lo “establecido”-. El
castigo está directamente relacionado al pre-
mio. Afecta al “desviado” en todos los ámbitos
en los cuáles se basan las relaciones sociales.
En términos de producción, lo convierte en un
“inoperante” y por lo tanto, “improductivo”,
ya que se vería imposibilitado de ingresar al
mercado laboral. En términos de acciones,
estas se reducen a las que permitan asegurar
las condiciones de su reproducción material.
Paradigmático es el caso del Programa “Ciu-
dadanía Porteña”, en cuál para acceder a
un beneficio de 300 pesos mensuales en
productos de primera necesidad, se solici-
taba a los inmigrantes la tramitación de los
D.N.I. de cada uno de los integrantes de
cada miembro de la familia, trámite que
requiere 200 dólares por cada documento.
No se trata, de todas formas, de luchar contra
“el avance de la tecnología” o bregar por el
“caos de las taxonomías”, sino, en todo caso, de
poder esbozar análisis sobre cómo funcionan
y los usos que se hacen de estas asignaciones
objetivas al cuerpo, para poder intervenir en
las aplicaciones y, sin ánimos de que resulte
paradójico, controlar el control sobre nuestros
cuerpos, o pretenciosamente, erradicarlo. H
Tanto la ley nacional 26.061 de Protec-
ción Integral de los Derechos de Niñas,
Niños y Adolescentes como la ley de
Salud Mental del Gobierno de la Ciudad de
Buenos Aires número 448, son presentadas
como partes de una progresiva desinstitucio-
nalización de la exclusión social. Pero ello es
tan sólo una apariencia, estas medidas se ins-
criben en un cambio de paradigma en torno
al control social, que ha dejado de encerrar
y vigilar a unos pocos excluidos para pasar
a vigilarnos a todos en tanto excluidos y pe-
ligrosos, ya sea en acto, como en potencia.
La ley 26.061 data de 2005 y vino a reempla-
zar a la vieja ley de Patronato, o ley Agote,
sancionada en 1919. Ésta se enmarcaba en la
represión conservadora de todos los excluidos
por los estrechos márgenes del modelo social
instaurado por la oligarquía de la época. Así, en
una misma bolsa se encerraba a inmigrantes,
pobres, mendigos, trabajadores, socialistas,
anarquistas, enfermos mentales, prostitutas y
menores; todos vigilados por un mismo pa-
nóptico y castigados por un mismo garrote.
Esta nueva ley, por el contrario, inspirándo-
se en la Convención sobre los Derechos del
Niño de las Naciones Unidas, firmada en
1989 y ratificada por 192 países, sería una
herramienta de inclusión de los niños. Es-
tos ya no serían seres pasivos incapaces
de tomar decisión alguna sobre su futu-
ro y bajo protección de un juez, sino suje-
tos de derecho, cuyo interés superior sería
el factor fundamental en última instancia.
Desde los promotores de la nueva norma-
tiva se enfatiza que el principal objetivo es
terminar con la criminalización e institu-
cionalización de la pobreza. Acabando con
una tradición de casi 90 años de encerrar a
los niños en situación de calle en institutos
donde estén apartados de la vista pública,
o sea, como con el resto de los marginados,
escondidos debajo de la alfombra. Lógica
que lleva a que, según el Observatorio de
Niños y Adolescentes del Instituto Gino Ger-
mani, hoy día, solo en Buenos Aires, haya
10.000 menores encerrados, de los cuales
el 80% lo están por razones asistenciales.
Por otra parte, la ley 448 de Salud Mental de
la Ciudad de Buenos Aires data del año 2000
y fue propuesta para desinstitucionalizar la
locura en la ciudad, en sintonía con proce-
sos de búsqueda de métodos alternativos a
la internación hospitalaria desarrollados en
Italia en los ‘60 y ya retomados en nuestro
país en la provincia de Río Negro en 1991. El
texto de la misma reconoce a “la salud men-
tal como un proceso determinado histórica y
culturalmente en la sociedad, cuya preser-
vación y mejoramiento implica una dinámi-
ca de construcción social, y está vinculada a
la concreción de los derechos al trabajo, al
bienestar, a la vivienda, a la seguridad so-
cial, a la educación, a la cultura, a la capa-
citación y a un medio ambiente saludable”.
En su marco, en agosto del presente año, se
inauguró la primera casa convivencial para
internas psiquiátricas del Gobierno de la
Ciudad de Buenos Aires. La misma fue pre-
sentada con bombos y platillos “como un
aporte al muy demorado proceso de desins-
titucionalización dispuesto por la legislación
porteña”, según el oficialista Página/12.
Estos dos casos relatados constituyen ejem-
plos paradigmáticos sobre cómo discursi-
vamente se presentan como progresistas
elementos que forman parte de los no-
civos efectos del modelo social vigente.
En un contexto de creciente exclusión se
multiplican los chicos en situación de
calle y los enfermos mentales. Ellos
sobrecargan el sistema de encierro de un Es-
tado que, por el mismo modelo económico,
necesita ahorrar recursos (sólo como ejemplo,
una cama ocupada en un neuropsiquiátrico de
Buenos Aires le cuesta al Estado alrededor de
1800 pesos mensuales). La supuesta libertad
que promoverían las medidas mencionadas
aparece como remedio a ambas situaciones,
absorber la creciente marea de excluidos
con el menor costo posible para el Estado.
El control social de los marginados sigue
operando, pero ahora se vuelve difuso, se
invisibiliza, beneficiando al gobierno de tur-
no con una menor erogación de recursos y
la posibilidad de aparecer ante la opinión
pública como una gestión “progresista”.
De este modo, el Estado aprovecha las nuevas
tecnologías y psicologías de control que per-
miten una mayor economización de recursos
en lo que a vigilancia se refiere y que constitu-
yen el eje del cambio de paradigma en el con-
trol social. Un proceso en que las instituciones
totales, el viejo panóptico, caen en desuso, y
en su reemplazo una gran familia de grandes
hermanos, que con menos ojos vigilan muchos
más cuerpos, convierten en una suerte de
institución total al conjunto de la sociedad. H
La homogeneización de los cuerpos en meros números actúa como un modo de ocultar las diferentes condiciones de exis-tencia, gestionando la desigualdad mediante el establecimiento de los estándares de lo “aceptable”.
CALLES DE LIBERTAD
Todo comenzó cuando mi hija, que vive en el ex-
terior, me ofreció pagarme el pasaje para ir a
visitar a mi recién nacido nieto. Al enterarme de
semejante noticia fui en busca de mi pasaporte
y noté que estaba vencido. Inmediatamente salí
hacia la delegación de la Policía Federal en mi ciu-
dad, Santa Rosa. Como buena ciudadana, comencé
los trámites para la renovación de mi pasaporte
y fue entonces cuando el estupor invadió mi cu-
erpo: el señor comisario me advirtió que no po-
dría renovar mi pasaporte ya que mis huellas
digitales no servían para identificarme. Ante
semejante negación sólo atiné a responderle:
“Tras años de lavado y lavado, el detergente no
sólo ha marchitado mis dedos, sino que ahora
me quita la oportunidad de visitar a mi nieto.”
Entonces les pregunto chicos: ¿qué hacer ante
semejante situación? ¿Firmo con los pies como
los mancos o pido más presupuesto para segu-
ridad así el gobierno implementa los scaneos de
retina para identificar a las personas?
CUERPOS NUMERADOS: INCLUSIÓN Y CONTROL
CON LAS MANOS LIMPIASMarta, jubilada de La Pampa y lectora de La Brumaria, nos cuenta, a través de una carta enviada a la revista, una anécdota sobre la numeralización de las personas y su relación con los detergentes:
Pintó el controlDossier
H 7
D.N.I, C.U.I.T., Nº de Paciente, Nº de
Socio y así podríamos continuar… El
cuerpo, en la actualidad, se encuentra
en casi la totalidad de las relaciones sociales
en las cuáles se inscribe, sometido a un “cifra-
do instrumental numérico”. ¿A qué nos esta-
mos refiriendo? El “cifrado…” consistiría en la
asignación de un determinado signo neutral a
cada sujeto, una determinada combinación de
números que constituirán los distintos códigos
y taxonomías. Es a través de esta categoriza-
ción que el sujeto será considerado objeto,
permitiendo, entonces, su cuantificación, su
ordenamiento, su control a través de las bases
de datos, y básicamente, su homogeneización.
Mediante la aglomeración de cifras sobre los
cuerpos se cristalizan las significaciones de
los mismos para convertirlos en meros íco-
nos. Se despojan sus condiciones materiales
de existencia, sus representaciones simbó-
licas, en síntesis, la historia específica que
soporta un cuerpo, en función de la organiza-
ción de la diferencia, y lo que es peor aún, la
estandarización de la desigualdad mediante
la caída de la “información” de cada individuo
en los cálculos del conjunto, permitiendo la
comparación y cuantificación de lo que en un
principio era heterogéneo. Ya no sólo se na-
turalizan las distintas posiciones ocupadas en
las relaciones de poder en las que se hallan
los sujetos, sino que se gelatiniza al propio
cuerpo con el objeto de asegurar el control
sobre el mismo y la falta de expresión crítica.
Estas prácticas homogeneizantes que en-
cuentran su justificación en la pretensión de
igualdad y erradicación del “caos”, funcionan
como otra de las tantas estrategias de con-
trol. La digitalización de los sujetos implica
el establecimiento de medidas y normas que
den cuenta de un sistema dual de “normalida-
des-anormalidades”, “bondad-maldad”, “ex-
clusión-inclusión”, pero que por sobre todo,
permitan implantar un método de “gratifica-
ción-sanción”. El premio gratifica a los sujetos
en tanto se mantengan dentro de lo digitali-
zable. Señala el camino de lo “normal”, de lo
“moralmente correcto”, de lo “establecido”-. El
castigo está directamente relacionado al pre-
mio. Afecta al “desviado” en todos los ámbitos
en los cuáles se basan las relaciones sociales.
En términos de producción, lo convierte en un
“inoperante” y por lo tanto, “improductivo”,
ya que se vería imposibilitado de ingresar al
mercado laboral. En términos de acciones,
estas se reducen a las que permitan asegurar
las condiciones de su reproducción material.
Paradigmático es el caso del Programa “Ciu-
dadanía Porteña”, en cuál para acceder a
un beneficio de 300 pesos mensuales en
productos de primera necesidad, se solici-
taba a los inmigrantes la tramitación de los
D.N.I. de cada uno de los integrantes de
cada miembro de la familia, trámite que
requiere 200 dólares por cada documento.
No se trata, de todas formas, de luchar contra
“el avance de la tecnología” o bregar por el
“caos de las taxonomías”, sino, en todo caso, de
poder esbozar análisis sobre cómo funcionan
y los usos que se hacen de estas asignaciones
objetivas al cuerpo, para poder intervenir en
las aplicaciones y, sin ánimos de que resulte
paradójico, controlar el control sobre nuestros
cuerpos, o pretenciosamente, erradicarlo. H
Tanto la ley nacional 26.061 de Protec-
ción Integral de los Derechos de Niñas,
Niños y Adolescentes como la ley de
Salud Mental del Gobierno de la Ciudad de
Buenos Aires número 448, son presentadas
como partes de una progresiva desinstitucio-
nalización de la exclusión social. Pero ello es
tan sólo una apariencia, estas medidas se ins-
criben en un cambio de paradigma en torno
al control social, que ha dejado de encerrar
y vigilar a unos pocos excluidos para pasar
a vigilarnos a todos en tanto excluidos y pe-
ligrosos, ya sea en acto, como en potencia.
La ley 26.061 data de 2005 y vino a reempla-
zar a la vieja ley de Patronato, o ley Agote,
sancionada en 1919. Ésta se enmarcaba en la
represión conservadora de todos los excluidos
por los estrechos márgenes del modelo social
instaurado por la oligarquía de la época. Así, en
una misma bolsa se encerraba a inmigrantes,
pobres, mendigos, trabajadores, socialistas,
anarquistas, enfermos mentales, prostitutas y
menores; todos vigilados por un mismo pa-
nóptico y castigados por un mismo garrote.
Esta nueva ley, por el contrario, inspirándo-
se en la Convención sobre los Derechos del
Niño de las Naciones Unidas, firmada en
1989 y ratificada por 192 países, sería una
herramienta de inclusión de los niños. Es-
tos ya no serían seres pasivos incapaces
de tomar decisión alguna sobre su futu-
ro y bajo protección de un juez, sino suje-
tos de derecho, cuyo interés superior sería
el factor fundamental en última instancia.
Desde los promotores de la nueva norma-
tiva se enfatiza que el principal objetivo es
terminar con la criminalización e institu-
cionalización de la pobreza. Acabando con
una tradición de casi 90 años de encerrar a
los niños en situación de calle en institutos
donde estén apartados de la vista pública,
o sea, como con el resto de los marginados,
escondidos debajo de la alfombra. Lógica
que lleva a que, según el Observatorio de
Niños y Adolescentes del Instituto Gino Ger-
mani, hoy día, solo en Buenos Aires, haya
10.000 menores encerrados, de los cuales
el 80% lo están por razones asistenciales.
Por otra parte, la ley 448 de Salud Mental de
la Ciudad de Buenos Aires data del año 2000
y fue propuesta para desinstitucionalizar la
locura en la ciudad, en sintonía con proce-
sos de búsqueda de métodos alternativos a
la internación hospitalaria desarrollados en
Italia en los ‘60 y ya retomados en nuestro
país en la provincia de Río Negro en 1991. El
texto de la misma reconoce a “la salud men-
tal como un proceso determinado histórica y
culturalmente en la sociedad, cuya preser-
vación y mejoramiento implica una dinámi-
ca de construcción social, y está vinculada a
la concreción de los derechos al trabajo, al
bienestar, a la vivienda, a la seguridad so-
cial, a la educación, a la cultura, a la capa-
citación y a un medio ambiente saludable”.
En su marco, en agosto del presente año, se
inauguró la primera casa convivencial para
internas psiquiátricas del Gobierno de la
Ciudad de Buenos Aires. La misma fue pre-
sentada con bombos y platillos “como un
aporte al muy demorado proceso de desins-
titucionalización dispuesto por la legislación
porteña”, según el oficialista Página/12.
Estos dos casos relatados constituyen ejem-
plos paradigmáticos sobre cómo discursi-
vamente se presentan como progresistas
elementos que forman parte de los no-
civos efectos del modelo social vigente.
En un contexto de creciente exclusión se
multiplican los chicos en situación de
calle y los enfermos mentales. Ellos
sobrecargan el sistema de encierro de un Es-
tado que, por el mismo modelo económico,
necesita ahorrar recursos (sólo como ejemplo,
una cama ocupada en un neuropsiquiátrico de
Buenos Aires le cuesta al Estado alrededor de
1800 pesos mensuales). La supuesta libertad
que promoverían las medidas mencionadas
aparece como remedio a ambas situaciones,
absorber la creciente marea de excluidos
con el menor costo posible para el Estado.
El control social de los marginados sigue
operando, pero ahora se vuelve difuso, se
invisibiliza, beneficiando al gobierno de tur-
no con una menor erogación de recursos y
la posibilidad de aparecer ante la opinión
pública como una gestión “progresista”.
De este modo, el Estado aprovecha las nuevas
tecnologías y psicologías de control que per-
miten una mayor economización de recursos
en lo que a vigilancia se refiere y que constitu-
yen el eje del cambio de paradigma en el con-
trol social. Un proceso en que las instituciones
totales, el viejo panóptico, caen en desuso, y
en su reemplazo una gran familia de grandes
hermanos, que con menos ojos vigilan muchos
más cuerpos, convierten en una suerte de
institución total al conjunto de la sociedad. H
La homogeneización de los cuerpos en meros números actúa como un modo de ocultar las diferentes condiciones de exis-tencia, gestionando la desigualdad mediante el establecimiento de los estándares de lo “aceptable”.
CALLES DE LIBERTAD
Todo comenzó cuando mi hija, que vive en el ex-
terior, me ofreció pagarme el pasaje para ir a
visitar a mi recién nacido nieto. Al enterarme de
semejante noticia fui en busca de mi pasaporte
y noté que estaba vencido. Inmediatamente salí
hacia la delegación de la Policía Federal en mi ciu-
dad, Santa Rosa. Como buena ciudadana, comencé
los trámites para la renovación de mi pasaporte
y fue entonces cuando el estupor invadió mi cu-
erpo: el señor comisario me advirtió que no po-
dría renovar mi pasaporte ya que mis huellas
digitales no servían para identificarme. Ante
semejante negación sólo atiné a responderle:
“Tras años de lavado y lavado, el detergente no
sólo ha marchitado mis dedos, sino que ahora
me quita la oportunidad de visitar a mi nieto.”
Entonces les pregunto chicos: ¿qué hacer ante
semejante situación? ¿Firmo con los pies como
los mancos o pido más presupuesto para segu-
ridad así el gobierno implementa los scaneos de
retina para identificar a las personas?
CUERPOS NUMERADOS: INCLUSIÓN Y CONTROL
CON LAS MANOS LIMPIASMarta, jubilada de La Pampa y lectora de La Brumaria, nos cuenta, a través de una carta enviada a la revista, una anécdota sobre la numeralización de las personas y su relación con los detergentes:
Pintó el controlDossier
H 7
Todos los sábados, ni bien cae el sol, en
el Parque Centenario ocurren dos co-
sas. Por un lado, se cierran las puer-
tas de un espacio público recientemente
enrejado por el Gobierno de la Ciudad de
Buenos Aires, razón por la que los vecinos
se ven obligados a retirarse de un lugar
que les pertenece. Por otro lado, y a me-
tros de aquellas rejas, un grupo de vecinos
y trabajadores de la feria llevan a cabo una
actividad con la que invitan a reflexionar
sobre los posibles usos de los espacios pú-
blicos: un ciclo de cine gratis y al aire libre.
Los organizadores publican en Internet la pro-
gramación de cada mes (http://www.fotolog.
com/parqueabierto), además de utilizar ese
medio para avisar si la función se suspende
por lluvia. Hablamos con Patricio y Julieta, y
nos contaron un poco de que se trata este pro-
yecto que, junto a otros usuarios del parque,
llevan adelante desde el último 24 de marzo.
¿Cuál es el objetivo del ciclo?Julieta: Esto surgió como respuesta a las re-
jas. El objetivo era discutir los posibles usos
de los espacios públicos con un ejemplo con-
creto: un ciclo de cine; y que a la vez se gene-
re un lugar para que se de el debate. La idea
es que después de la película nos quedemos
charlando.
¿Y eso sucede? J: Depende mucho de la película, por ejemplo
el otro día pasamos “Memoria del saqueo” y
al final nos quedamos debatiendo con los ve-
cinos. Hay películas que sirven para generar
eso. De todos modos tratamos de no forzar el
debate y de pasar todo tipo de películas que
consideramos buenas pero que generalmente
no son muy conocidas, o a las que a la gente
les resulta difícil tener acceso, como pasa con
mucho cine nacional y latinoamericano. En
este sentido también invitamos a que los rea-
lizadores independientes nos acerquen mate-
rial, para que puedan pasarlo y que a la vez
tengan la posibilidad de dialogar con el público.
Una jornada típica abre con dibujos animados
y finaliza con un largometraje, en el medio
se proyecta algún corto. A veces es éste el
que genera el debate, como sucedió con la
proyección de “Parque Centenario”, un docu-
mental de 15 minutos que Danila Berger –otra
integrante del proyecto- filmó en 1998 con el
fin de retratar la vida del parque durante los
fines de semana. Si tuviera que retratarlo hoy,
dice Berger, las imágenes serían muy distin-
tas: “comparado al que se filmó años atrás,
parecería el documental de un cementerio”.
Otra película relacionada con la realidad del
parque es un documental que trata sobre las
personas sin techo que dormían ahí, que fue-
ron atacadas y expulsadas del Parque Cente-
nario por unas patotas sin identificar, en los
días en que se comenzaron las obras de re-
forma y enrejado. Todavía no la pasaron, por
un lado porque quieren que el realizador se
acerque el día de la proyección; por el otro
porque el criterio no pasa por acotar la temá-
tica ni el debate sólo al motivo de la protesta,
sino también tener en cuenta qué es lo que
quieren ver los otros: “Decidimos que una vez
por mes se pasen películas para chicos, y que
el último sábado se proyecte alguna que haya
votado la gente”, dice Patricio.
¿Cómo ven la reacción de los vecinos, más allá de los que se acercaron al pro-yecto? J: Cuando hablás con la gente, a lo mejor al
principio lo ven desde lo más superficial y di-
cen “no, está bien, que el parque esté cerrado
así lo cuidan”, “porque viste lo que era an-
tes, una inseguridad”; pero cuando empezás
a profundizar un poquito más es como que
empiezan a tener dudas: “¿Cómo hacemos
para poder cuidar el parque pero sin dejar de
lado toda esta gente que el sistema dejó en
la calle?”.
Patricio: Yo creo que cuando al principio te
dicen “antes era inseguro”, es que está muy
marcado el discurso de los medios masivos
que dicen eso todo el tiempo: “...que la in-
seguridad...”, o “...que la gente no cuida...”.
En cierto punto es real que la gente por ahí
no cuida, por ejemplo el tema de la basu-
ra. De hecho ahora está pasando de vuelta,
termina el fin de semana y queda todo lleno
de basura. Pero ¿cómo se llegó a eso? Yo lo
veo como el momento en que se privatizó
todo, que a propósito se empezó a dar ma-
los servicios sistemáticamente para llegar a
privatizarlos. Creo que hay una intención de
que haya necesidad de poner a la fuerza tan-
to una reja como un policía controlándote.
No se me ocurre bien cómo se llegó a eso,
para tenerte así, mirándote, controlándote.
¿Qué piensan de las reformas que se hi-cieron, más allá de las rejas?J: Se hicieron muchas cosas para la foto, como
unas plantitas que ya están secas porque na-
die las regó. A nivel funcional las reformas no
sirvieron para nada, no tuvieron en cuenta el
caudal de gente que concurre a este parque,
por ejemplo para el uso de los baños o de la
recolección de basura. Los mismos chicos que
realizan la limpieza me dijeron que en reali-
dad no tenían bolsas de residuos para poder
cambiar, y que la gente tenía intención de ir
a tirar el papel en los cestos, pero si del tacho
de basura se van a caer llega un punto en que
termina dando lo mismo tirarlo en cualquier
lado. Hay que tratar de no entrar en el juego
de ese doble discurso: “te arreglo el parque
(en realidad te lo dejo más o menos), vos
después lo hacés mierda, y yo después tengo
excusas para decir ´ves que esta gente no ter-
mina de cuidar el parque´”. Entonces te van a
empezar a poner más restricciones: mañana
te van a decir “no podés entrar con bicicleta”,
“no podés jugar a la pelota”, “no podés entrar
con tu perro”, “no podés entrar al anfiteatro a
menos que pagues cinco pesos”.
P: A mi me pasan dos cosas. Primero me pa-
rece que hay una concepción, al menos des-
de el gobierno, de que los espacios públicos,
los espacios verdes, tienen que ser como los
parques europeos, casi como shoppings: todo
bien manipulado, bien podado. Digamos que
la naturaleza no es eso.
Nos mandó un mail una mujer que va al par-
que y planteó el tema de que no se puede
pisar el césped: ¿para qué espacios verdes si
no podés pisar el césped? Me parece que so-
mos parte de la naturaleza y necesitamos ese
contacto. Por otra parte, mientras el gobierno
gastó dieciseis millones de pesos en estas
reformas del Parque Centenario, creo que los
vecinos de la ciudad tienen otras necesida-
des, como empleo, salud, vivienda.... H
“Cine libre Parque Abierto” es un ciclo de cine gratuito que organiza un grupo de vecinos con el objetivo de debatir los usos de los espacios públicos y manifestarse en contra de las rejas.
H 9
ENREjAME Y DECIME PLAzA Aproximadamente 65 plazas y plazoletas de la Ciudad
de Buenos Aires, incluIdos 6 parques, se hallan enre-
jados. Estos son los números que, en el ámbito local,
expresan una de las modalidades del actual paradig-
ma de control social, el cercenamiento en el libre uso
de los espacios públicos.
Además, el Ministerio de Espacio Público porteño lan-
zó un plan de acción, para los próximos cuatro años,
denominado Programa de Recuperación del Espacio
Público. Como parte del mismo se planea invertir, en
el próximo año, unos 6 millones de pesos en nuevos
cercos perimetrales. Proyectándose alcanzar a la
mayoría de los 50 parques y 627 plazas y plazoletas
con que cuenta la Ciudad, salvo aquellos que no son
susceptibles de cercarse por razones operativas,
como Plaza Flores, lugar de paso y utilizado sobre
todo para tomar distintas líneas de colectivos.
Desde la Secretaría de Producción, Turismo y Desar-
rollo Sustentable del Gobierno de la Ciudad, se aduce
que “la decisión de cercar estos predios se tomó en
conjunto con los vecinos de cada zona”. Por ello, en
algún caso se ha permitido a los vecinos que se hagan
cargo del cuidado de la plaza a cambio de no colocar
rejas. En otros casos, como por ejemplo Plaza Ale-
mania, en Libertador y Castex, los vecinos insisti-
eron en la necesidad de que se colocasen rejas.
Como argumento el Gobierno esgrime que “las rejas
nos permiten cuidar y mantener los espacios natu-
rales”. Y si bien reconocen que las rejas condicionan
la utilización de una plaza o parque, le ponen horario
a los vecinos que deberían tener el derecho de dis-
frutarlos a toda hora, “tal vez algún día ciertas
conductas cambien y podamos volver a tener plazas
abiertas a toda hora”. He aquí mencionado, quizás de
modo involuntario, un eje de la cuestión: las plazas
enrejadas no solo reprimen en acto (por ejemplo
a los sin techo), sino que limitan potencialmente la
capacidad de acciones colectivas. Hoy día se están
concluyendo los trabajos de cercado del Parque
Centenario, escenario de la Asamblea Interbarrial en
las jornadas del verano 2001-02.
SáBADOS DE SUPER ACCIÓNPintó el controlDossier
Todos los sábados, ni bien cae el sol, en
el Parque Centenario ocurren dos co-
sas. Por un lado, se cierran las puer-
tas de un espacio público recientemente
enrejado por el Gobierno de la Ciudad de
Buenos Aires, razón por la que los vecinos
se ven obligados a retirarse de un lugar
que les pertenece. Por otro lado, y a me-
tros de aquellas rejas, un grupo de vecinos
y trabajadores de la feria llevan a cabo una
actividad con la que invitan a reflexionar
sobre los posibles usos de los espacios pú-
blicos: un ciclo de cine gratis y al aire libre.
Los organizadores publican en Internet la pro-
gramación de cada mes (http://www.fotolog.
com/parqueabierto), además de utilizar ese
medio para avisar si la función se suspende
por lluvia. Hablamos con Patricio y Julieta, y
nos contaron un poco de que se trata este pro-
yecto que, junto a otros usuarios del parque,
llevan adelante desde el último 24 de marzo.
¿Cuál es el objetivo del ciclo?Julieta: Esto surgió como respuesta a las re-
jas. El objetivo era discutir los posibles usos
de los espacios públicos con un ejemplo con-
creto: un ciclo de cine; y que a la vez se gene-
re un lugar para que se de el debate. La idea
es que después de la película nos quedemos
charlando.
¿Y eso sucede? J: Depende mucho de la película, por ejemplo
el otro día pasamos “Memoria del saqueo” y
al final nos quedamos debatiendo con los ve-
cinos. Hay películas que sirven para generar
eso. De todos modos tratamos de no forzar el
debate y de pasar todo tipo de películas que
consideramos buenas pero que generalmente
no son muy conocidas, o a las que a la gente
les resulta difícil tener acceso, como pasa con
mucho cine nacional y latinoamericano. En
este sentido también invitamos a que los rea-
lizadores independientes nos acerquen mate-
rial, para que puedan pasarlo y que a la vez
tengan la posibilidad de dialogar con el público.
Una jornada típica abre con dibujos animados
y finaliza con un largometraje, en el medio
se proyecta algún corto. A veces es éste el
que genera el debate, como sucedió con la
proyección de “Parque Centenario”, un docu-
mental de 15 minutos que Danila Berger –otra
integrante del proyecto- filmó en 1998 con el
fin de retratar la vida del parque durante los
fines de semana. Si tuviera que retratarlo hoy,
dice Berger, las imágenes serían muy distin-
tas: “comparado al que se filmó años atrás,
parecería el documental de un cementerio”.
Otra película relacionada con la realidad del
parque es un documental que trata sobre las
personas sin techo que dormían ahí, que fue-
ron atacadas y expulsadas del Parque Cente-
nario por unas patotas sin identificar, en los
días en que se comenzaron las obras de re-
forma y enrejado. Todavía no la pasaron, por
un lado porque quieren que el realizador se
acerque el día de la proyección; por el otro
porque el criterio no pasa por acotar la temá-
tica ni el debate sólo al motivo de la protesta,
sino también tener en cuenta qué es lo que
quieren ver los otros: “Decidimos que una vez
por mes se pasen películas para chicos, y que
el último sábado se proyecte alguna que haya
votado la gente”, dice Patricio.
¿Cómo ven la reacción de los vecinos, más allá de los que se acercaron al pro-yecto? J: Cuando hablás con la gente, a lo mejor al
principio lo ven desde lo más superficial y di-
cen “no, está bien, que el parque esté cerrado
así lo cuidan”, “porque viste lo que era an-
tes, una inseguridad”; pero cuando empezás
a profundizar un poquito más es como que
empiezan a tener dudas: “¿Cómo hacemos
para poder cuidar el parque pero sin dejar de
lado toda esta gente que el sistema dejó en
la calle?”.
Patricio: Yo creo que cuando al principio te
dicen “antes era inseguro”, es que está muy
marcado el discurso de los medios masivos
que dicen eso todo el tiempo: “...que la in-
seguridad...”, o “...que la gente no cuida...”.
En cierto punto es real que la gente por ahí
no cuida, por ejemplo el tema de la basu-
ra. De hecho ahora está pasando de vuelta,
termina el fin de semana y queda todo lleno
de basura. Pero ¿cómo se llegó a eso? Yo lo
veo como el momento en que se privatizó
todo, que a propósito se empezó a dar ma-
los servicios sistemáticamente para llegar a
privatizarlos. Creo que hay una intención de
que haya necesidad de poner a la fuerza tan-
to una reja como un policía controlándote.
No se me ocurre bien cómo se llegó a eso,
para tenerte así, mirándote, controlándote.
¿Qué piensan de las reformas que se hi-cieron, más allá de las rejas?J: Se hicieron muchas cosas para la foto, como
unas plantitas que ya están secas porque na-
die las regó. A nivel funcional las reformas no
sirvieron para nada, no tuvieron en cuenta el
caudal de gente que concurre a este parque,
por ejemplo para el uso de los baños o de la
recolección de basura. Los mismos chicos que
realizan la limpieza me dijeron que en reali-
dad no tenían bolsas de residuos para poder
cambiar, y que la gente tenía intención de ir
a tirar el papel en los cestos, pero si del tacho
de basura se van a caer llega un punto en que
termina dando lo mismo tirarlo en cualquier
lado. Hay que tratar de no entrar en el juego
de ese doble discurso: “te arreglo el parque
(en realidad te lo dejo más o menos), vos
después lo hacés mierda, y yo después tengo
excusas para decir ´ves que esta gente no ter-
mina de cuidar el parque´”. Entonces te van a
empezar a poner más restricciones: mañana
te van a decir “no podés entrar con bicicleta”,
“no podés jugar a la pelota”, “no podés entrar
con tu perro”, “no podés entrar al anfiteatro a
menos que pagues cinco pesos”.
P: A mi me pasan dos cosas. Primero me pa-
rece que hay una concepción, al menos des-
de el gobierno, de que los espacios públicos,
los espacios verdes, tienen que ser como los
parques europeos, casi como shoppings: todo
bien manipulado, bien podado. Digamos que
la naturaleza no es eso.
Nos mandó un mail una mujer que va al par-
que y planteó el tema de que no se puede
pisar el césped: ¿para qué espacios verdes si
no podés pisar el césped? Me parece que so-
mos parte de la naturaleza y necesitamos ese
contacto. Por otra parte, mientras el gobierno
gastó dieciseis millones de pesos en estas
reformas del Parque Centenario, creo que los
vecinos de la ciudad tienen otras necesida-
des, como empleo, salud, vivienda.... H
“Cine libre Parque Abierto” es un ciclo de cine gratuito que organiza un grupo de vecinos con el objetivo de debatir los usos de los espacios públicos y manifestarse en contra de las rejas.
H 9
ENREjAME Y DECIME PLAzA Aproximadamente 65 plazas y plazoletas de la Ciudad
de Buenos Aires, incluIdos 6 parques, se hallan enre-
jados. Estos son los números que, en el ámbito local,
expresan una de las modalidades del actual paradig-
ma de control social, el cercenamiento en el libre uso
de los espacios públicos.
Además, el Ministerio de Espacio Público porteño lan-
zó un plan de acción, para los próximos cuatro años,
denominado Programa de Recuperación del Espacio
Público. Como parte del mismo se planea invertir, en
el próximo año, unos 6 millones de pesos en nuevos
cercos perimetrales. Proyectándose alcanzar a la
mayoría de los 50 parques y 627 plazas y plazoletas
con que cuenta la Ciudad, salvo aquellos que no son
susceptibles de cercarse por razones operativas,
como Plaza Flores, lugar de paso y utilizado sobre
todo para tomar distintas líneas de colectivos.
Desde la Secretaría de Producción, Turismo y Desar-
rollo Sustentable del Gobierno de la Ciudad, se aduce
que “la decisión de cercar estos predios se tomó en
conjunto con los vecinos de cada zona”. Por ello, en
algún caso se ha permitido a los vecinos que se hagan
cargo del cuidado de la plaza a cambio de no colocar
rejas. En otros casos, como por ejemplo Plaza Ale-
mania, en Libertador y Castex, los vecinos insisti-
eron en la necesidad de que se colocasen rejas.
Como argumento el Gobierno esgrime que “las rejas
nos permiten cuidar y mantener los espacios natu-
rales”. Y si bien reconocen que las rejas condicionan
la utilización de una plaza o parque, le ponen horario
a los vecinos que deberían tener el derecho de dis-
frutarlos a toda hora, “tal vez algún día ciertas
conductas cambien y podamos volver a tener plazas
abiertas a toda hora”. He aquí mencionado, quizás de
modo involuntario, un eje de la cuestión: las plazas
enrejadas no solo reprimen en acto (por ejemplo
a los sin techo), sino que limitan potencialmente la
capacidad de acciones colectivas. Hoy día se están
concluyendo los trabajos de cercado del Parque
Centenario, escenario de la Asamblea Interbarrial en
las jornadas del verano 2001-02.
SáBADOS DE SUPER ACCIÓNPintó el controlDossier
No existen datos sobre
alumnos con dificulta-
des físicas en las insti-
tuciones educativas de
Argentina.
H 11
Los estudiantes discapacitados parecen no
existir en la Universidad de Buenos Aires
o están perdidos. O son invisibles y nadie
sabe de ellos, y solo son la imaginación de
algún intelectual o escritor de esta alta casa
de estudios. Ninguna de las trece facultades
posee información sobre estos alumnos que
parecerían haber sido olvidados por la UBA.
No todos los edificios están preparados para
que puedan ingresar sillas de ruedas y si tie-
nen alguna pequeña rampa en la entrada,
como en la sede de Ciencias Sociales de la
calle Franklin, en palabras de un futuro co-
municador social con discapacidad motriz es
“bastante empinada, pero es lo que hay”.
O como en la sede de Psicología de la calle
Independencia, en donde hay un escalón de
diez centímetros antes de la subida. En Inge-
niería, para acceder a la rampa deben ir por
la subida para autos, al igual que en Derecho.
En la sede de Económicas, los discapacitados
pueden acceder a las aulas de la planta baja
pero, una vez allí, no pueden seguir ya que
los ascensores están cerrados “por razones
de seguridad”, según dijo una bibliotecaria.
En Agronomía -donde los pabellones son
de dos pisos con escaleras y sin ascensores,
están a grandes distancias unos de otros y
las veredas son casi en su totalidad de tie-
rra- no hay ninguna rampa, salvo la del paso
peatonal del Ferrocarril Urquiza que atravie-
sa los terrenos de la facultad. La ingeniera
agrónoma Laura Pruzzo, representante del
proyecto “Universidad y discapacidad” co-
mentó que “por el momento no hay ningún
tipo de instalación necesaria para personas
que tienen discapacidad motora. Lo que ocu-
rre es que el proyecto se puso en marcha,
pero está en carpeta, es algo pendiente, ya
que siendo esta facultad bastante extensa,
el acceso con silla de ruedas o con muletas
es casi imposible”. Y agregó: “Hemos reali-
zado un censo general para dar cuenta de la
cantidad de personas con discapacidad que
estudiaban en esta facultad, pero encontra-
mos que solo eran dos sujetos con proble-
mas auditivos y uno con problemas visuales”.
En Filosofía y Letras el encargado de atender
el conmutador está en silla de ruedas, se lla-
ma Ricardo y dijo: “La facultad está bastante
bien preparada, si bien faltan algunas cosas,
no tengo baños adaptados en todos los pisos
y hay problemas con las salidas de emergen-
cia, pero el acceso no tiene escaleras, hay
rampas en las veredas, ascensores amplios
hasta el 5to piso, las aulas son grandes”.
El rectorado de la Universidad, en Viamon-
te 430, tampoco escapa a estas deficien-
cias edilicias ya que para acceder a él hay
que subir una escalera. A la pregunta sobre
qué pasaría si una persona con problemas
motrices quisiera entrar por alguna razón,
la encargada de Higiene y Seguridad de la
UBA, Ana María Ramella, respondió: “Se
lo atiende afuera. Baja el guardia que está
en la entrada, le pregunta lo que necesita,
lo informa y luego va alguien a atender a la
persona”.
Sobre no videntes, un empleado de la fotoco-
piadora de Económicas comentó que “un pro-
fesor se llevaba los apuntes y se los traía en
braille a un alumno”. Matías Catania, emplea-
do de la Biblioteca de la facultad de Arquitec-
tura, explicó que no cuentan con material de
estudio para personas ciegas, ni con videos
con subtitulados para personas con discapaci-
dades auditivas. “La verdad que nunca hemos
tenido ningún caso en particular que venga a
reclamarnos ese tipo de material, quizá sea
porque ni siquiera les brindamos la posibili-
dad de acceso necesario para facilitarles su
estudio. Para individuos con dificultades mo-
toras, el acceso es fácil ya que hay espacio
suficiente en la puerta principal, y en las me-
sas de lectura”.
¿No hay alumnos no videntes en las demás
facultades o nadie los ve? A un mail pidien-
do datos acerca del tema de la discapacidad,
Pamela Bezchinsky coordinadora de Inves-
tigaciones e Información Estadística de la
Secretaría de Políticas Universitarias del Mi-
nisterio de Educación respondió: “Me dirijo a
usted en respuesta a su pedido de informa-
ción realizado a este Ministerio relacionado
con el acceso a la educación universitaria
de personas con discapacidades. Desde el
programa encargado de relevar información
estadística que funciona en la Secretaría de
Políticas Universitarias (PMSIU) no conta-
mos con datos para satisfacer su búsqueda.”
El Subdirector de Carrera y Formación Docente
de la facultad de Derecho, Juan Antonio Seda
comentó que en abril de 2003 la Dirección de
Carrera y Formación Docente, dependiente
de la Secretaria Académica de la facultad de
Derecho, elaboró y llevó adelante un progra-
ma de atención a las necesidades educativas
especiales que se denominó “Universidad y
Discapacidad”, cuyos destinatarios directos
son los docentes de la facultad y cuyos ob-
jetivos son la visibilización de los estudiantes
discapacitados, el fomento del debate sobre
desigualdades de hecho y la capacitación do-
cente para garantizar el proceso de aprendi-
zaje a todos los estudiantes. Este programa
ha sido declarado de interés parlamentario
por la Cámara de Diputados de la Nación.
Sin embargo, en las diferentes facultades de
la Universidad de Buenos Aires parecen no
haberse enterado todavía. H
Como si nadie lo advirtiera, personas con impedimentos físicos recorren pasillos y cursan materias de diferentes carreras que se dictan en aulas de universidades privadas y estatales del país ¿Se hace algo para ayudarlos a sentirse parte de la comuni-dad académica? Recorriendo facultades de la mayor institución de Buenos Aires, se comprueba que no es mucho lo que se hizo y mucho menos lo que se hace.
LA DISCAPACIDADNO RECORRE ALTOS ESTUDIOS
No existen datos sobre
alumnos con dificulta-
des físicas en las insti-
tuciones educativas de
Argentina.
H 11
Los estudiantes discapacitados parecen no
existir en la Universidad de Buenos Aires
o están perdidos. O son invisibles y nadie
sabe de ellos, y solo son la imaginación de
algún intelectual o escritor de esta alta casa
de estudios. Ninguna de las trece facultades
posee información sobre estos alumnos que
parecerían haber sido olvidados por la UBA.
No todos los edificios están preparados para
que puedan ingresar sillas de ruedas y si tie-
nen alguna pequeña rampa en la entrada,
como en la sede de Ciencias Sociales de la
calle Franklin, en palabras de un futuro co-
municador social con discapacidad motriz es
“bastante empinada, pero es lo que hay”.
O como en la sede de Psicología de la calle
Independencia, en donde hay un escalón de
diez centímetros antes de la subida. En Inge-
niería, para acceder a la rampa deben ir por
la subida para autos, al igual que en Derecho.
En la sede de Económicas, los discapacitados
pueden acceder a las aulas de la planta baja
pero, una vez allí, no pueden seguir ya que
los ascensores están cerrados “por razones
de seguridad”, según dijo una bibliotecaria.
En Agronomía -donde los pabellones son
de dos pisos con escaleras y sin ascensores,
están a grandes distancias unos de otros y
las veredas son casi en su totalidad de tie-
rra- no hay ninguna rampa, salvo la del paso
peatonal del Ferrocarril Urquiza que atravie-
sa los terrenos de la facultad. La ingeniera
agrónoma Laura Pruzzo, representante del
proyecto “Universidad y discapacidad” co-
mentó que “por el momento no hay ningún
tipo de instalación necesaria para personas
que tienen discapacidad motora. Lo que ocu-
rre es que el proyecto se puso en marcha,
pero está en carpeta, es algo pendiente, ya
que siendo esta facultad bastante extensa,
el acceso con silla de ruedas o con muletas
es casi imposible”. Y agregó: “Hemos reali-
zado un censo general para dar cuenta de la
cantidad de personas con discapacidad que
estudiaban en esta facultad, pero encontra-
mos que solo eran dos sujetos con proble-
mas auditivos y uno con problemas visuales”.
En Filosofía y Letras el encargado de atender
el conmutador está en silla de ruedas, se lla-
ma Ricardo y dijo: “La facultad está bastante
bien preparada, si bien faltan algunas cosas,
no tengo baños adaptados en todos los pisos
y hay problemas con las salidas de emergen-
cia, pero el acceso no tiene escaleras, hay
rampas en las veredas, ascensores amplios
hasta el 5to piso, las aulas son grandes”.
El rectorado de la Universidad, en Viamon-
te 430, tampoco escapa a estas deficien-
cias edilicias ya que para acceder a él hay
que subir una escalera. A la pregunta sobre
qué pasaría si una persona con problemas
motrices quisiera entrar por alguna razón,
la encargada de Higiene y Seguridad de la
UBA, Ana María Ramella, respondió: “Se
lo atiende afuera. Baja el guardia que está
en la entrada, le pregunta lo que necesita,
lo informa y luego va alguien a atender a la
persona”.
Sobre no videntes, un empleado de la fotoco-
piadora de Económicas comentó que “un pro-
fesor se llevaba los apuntes y se los traía en
braille a un alumno”. Matías Catania, emplea-
do de la Biblioteca de la facultad de Arquitec-
tura, explicó que no cuentan con material de
estudio para personas ciegas, ni con videos
con subtitulados para personas con discapaci-
dades auditivas. “La verdad que nunca hemos
tenido ningún caso en particular que venga a
reclamarnos ese tipo de material, quizá sea
porque ni siquiera les brindamos la posibili-
dad de acceso necesario para facilitarles su
estudio. Para individuos con dificultades mo-
toras, el acceso es fácil ya que hay espacio
suficiente en la puerta principal, y en las me-
sas de lectura”.
¿No hay alumnos no videntes en las demás
facultades o nadie los ve? A un mail pidien-
do datos acerca del tema de la discapacidad,
Pamela Bezchinsky coordinadora de Inves-
tigaciones e Información Estadística de la
Secretaría de Políticas Universitarias del Mi-
nisterio de Educación respondió: “Me dirijo a
usted en respuesta a su pedido de informa-
ción realizado a este Ministerio relacionado
con el acceso a la educación universitaria
de personas con discapacidades. Desde el
programa encargado de relevar información
estadística que funciona en la Secretaría de
Políticas Universitarias (PMSIU) no conta-
mos con datos para satisfacer su búsqueda.”
El Subdirector de Carrera y Formación Docente
de la facultad de Derecho, Juan Antonio Seda
comentó que en abril de 2003 la Dirección de
Carrera y Formación Docente, dependiente
de la Secretaria Académica de la facultad de
Derecho, elaboró y llevó adelante un progra-
ma de atención a las necesidades educativas
especiales que se denominó “Universidad y
Discapacidad”, cuyos destinatarios directos
son los docentes de la facultad y cuyos ob-
jetivos son la visibilización de los estudiantes
discapacitados, el fomento del debate sobre
desigualdades de hecho y la capacitación do-
cente para garantizar el proceso de aprendi-
zaje a todos los estudiantes. Este programa
ha sido declarado de interés parlamentario
por la Cámara de Diputados de la Nación.
Sin embargo, en las diferentes facultades de
la Universidad de Buenos Aires parecen no
haberse enterado todavía. H
Como si nadie lo advirtiera, personas con impedimentos físicos recorren pasillos y cursan materias de diferentes carreras que se dictan en aulas de universidades privadas y estatales del país ¿Se hace algo para ayudarlos a sentirse parte de la comuni-dad académica? Recorriendo facultades de la mayor institución de Buenos Aires, se comprueba que no es mucho lo que se hizo y mucho menos lo que se hace.
LA DISCAPACIDADNO RECORRE ALTOS ESTUDIOS
se trata de pensar en la posibilidad (o
imposibilidad) de recuperar ciertas pro-
ducciones artísticas modernas sin caer
en una lógica posmoderna que reutiliza
acríticamente las imágenes del pasado
para obtener una rentabilidad marke-
tinera en el presente, extirpándolas de
su contexto de producción.
H 13
vanguardias de la modernidad y ponerlas al
servicio de una nueva estética que se plantee
como alternativa frente a la fragmentación
imperante. Lo cierto es que nada de esto su-
cedió. Más bien dejamos volar el inconsciente
y el mouse de la computadora para navegar
impunemente en el Google y “toparnos”
con el retrato. Afortunadamente era de Ro-
dchenko, por lo que su uso podía ser políti-
camente justificado. Hasta ahí todo marchaba
sobre ruedas, pero Franz Ferdinand vino a po-
ner al descubierto el horror de la coinciden-
cia. ¿Qué hacer? ¿Cómo explicar quE nosotros
lo choreamos primero, pero que en realidad
no somos chorros ni posmodernos? ¿O si?
Lo retro, lo posmoCaminamos entre montañas de desechos:
restos, migas, desperdicios de la historia. Son
objetos que perdieron su significado original
y su justificación social para ser readapta-
dos e integrados a una estética de lo retro,
el pastiche, el collage. Franz Ferdinand hace
evidente la impunidad de la situación. ¿Es qué
nadie conoce las creaciones de las vanguar-
dias del siglo XX o es qué a nadie le molesta
que sean utilizadas para ganar un Grammy?
Las dos cosas, en parte: El propio nombre de
la banda refiere al archiduque austríaco cuyo
asesinato precipitó el inicio de la primera
guerra mundial. Muchas de las letras de sus
canciones citan a otros personajes históricos
(en la última estrofa de su hit “Walk Away”
conviven Stalin, Hitler, Mao y Churchill),
mientras que las referencias a producciones
estéticas de las vanguardias van mucho más
allá de la foto de Rodchenko, y están despa-
rramados por todos sus discos, booklets y
videoclips. Todo este despliegue hace que,
ante una fracción erudita de los consumido-
res, el grupo musical pueda incluso presumir
de sus conocimientos estéticos e históricos.
Y, sin perjuicio de lo anterior, que pueda ren-
tabilizar los esfuerzos creativos del pasado
poniéndolos a disposición de una mayoría del
público masivo que ignora alegremente el
origen de esas imágenes y los contextos his-
tórico-sociales en los que fueron producidas.
¿Atrapados?Luego de ver cómo la industria cultural inte-
gró el retrato de Lili Brik (entre otros miles
de producciones vanguardistas) a su propia
lógica, podemos llegar a sentir que ante un
movimiento tan avasallante no hay forma de
construir una respuesta. En todo caso, no se
trataría de recuperar los “mejores aspectos”
de la modernidad (al estilo Habermas), sino
de asumir las contradicciones del momento
histórico que nos ha tocado vivir (y que al
mismo tiempo nos atraviesan) y elaborar una
respuesta políticamente productiva sobre la
base de las necesidades y posibilidades que
la misma lógica posmoderna ha creado.
Quizá haya llegado el momento de per-
der la perplejidad por la recuperación que
el sistema hizo y hace de las innovaciones
de la vanguardia. El capitalismo es, más
que ningún otro, un modo de organización
social que se sostiene cambiando y las zo-
nas marginales e incluso antagónicas son
una fuente de inspiración constante para
You could have it so much better with...”
es el título del último disco del grupo
escocés Franz Ferdinand. Lejos de ser
una creación original, el diseño de tapa está
basado en el retrato de Lily Brik (1923). Su
autor (que no aparece citado como tal) es el
constructivista ruso Alexander Rodchenko.
Seguramente él no hubiera imaginado seme-
jante destino para su fotografìa. Pero proba-
blemente tampoco hubiera pensado que un
grupo llamado La Brumaria recurriría a ese
mismo retrato para utilizarlo como logo (¿O
acaso si?). Lamentablemente, el artista ruso
murió en 1956, por lo que no podríamos pre-
guntárselo. De todas formas, no se trata de
una discusión sobre derechos de autor, sino
de pensar en la posibilidad (o imposibilidad)
de recuperar ciertas producciones artísticas
modernas sin caer en una lógica posmoderna
que reutiliza acríticamente las imágenes del
pasado para obtener una rentabilidad mar-
ketinera en el presente, extirpándolas de su
contexto de producción.
Genealogía de unacoincidencia sugerente¿Qué tienen en común Franz Ferdinand con La
Brumaria? Nada, excepto el retrato de Lili Brik.
Sin embargo, si aceptamos que el consumo,
las preferencias y “el gusto” no son acciden-
tes de la naturaleza sino que están determi-
nados por condicionamientos sociales, enton-
ces tendremos que admitir que compartimos
cierto “habitus” con el grupo escocés (de lo
contrario no hubiésemos elegido el mismo
diseño).
Si bien nuestros objetivos nos diferencian
del grupo de moda (no queremos ganar
Grammys, ni Pulitzers), nuestras elecciones
estéticas nos hermanan: ignorarlo sería ser
complacientes con nosotros mismos.
Podríamos argumentar que nuestra elección
no fue al azar, que estuvo basada en una
decisión racional y estratégica, que nuestro
objetivo era revalorizar creaciones de las
las representaciones dominantes: las re-
nuevan, les infunden vitalidad. En realidad,
lo extraño sería que lo alternativo pudiera
permanecer durante períodos extensos incon-
taminado, resguardado por algún procedimien-
to fabuloso de su reutilización por el poder.
Paradójicamente, hemos llegado al punto en
el que la posmodernidad es ya un fenómeno
maduro. Reconocerlo no implica caer en la ce-
lebración gratuita de cualquier pastiche, sino
comprender la naturaleza del cambio cultural
que hemos atravesado. Aún quienes quere-
mos reanudar los proyectos políticos eman-
cipatorios, no contamos más que con retazos
de la historia. Indicios y huellas, imágenes
como la de Lili Brik, con las que tratamos de
reconstruir una experiencia de la que hemos
sido separados por dictaduras (militares, pero
también massmediáticas) además de muchas
otras violencias más sutiles. En ese camino,
en esa búsqueda, estamos en La Brumaria.H
RODCHENkO, LA BRUMARIA Y FRANz FERDINAND¿SOMOS ESTUDIANTES, SOMOS POSMODERNOS?
AUTOBOMBO
se trata de pensar en la posibilidad (o
imposibilidad) de recuperar ciertas pro-
ducciones artísticas modernas sin caer
en una lógica posmoderna que reutiliza
acríticamente las imágenes del pasado
para obtener una rentabilidad marke-
tinera en el presente, extirpándolas de
su contexto de producción.
H 13
vanguardias de la modernidad y ponerlas al
servicio de una nueva estética que se plantee
como alternativa frente a la fragmentación
imperante. Lo cierto es que nada de esto su-
cedió. Más bien dejamos volar el inconsciente
y el mouse de la computadora para navegar
impunemente en el Google y “toparnos”
con el retrato. Afortunadamente era de Ro-
dchenko, por lo que su uso podía ser políti-
camente justificado. Hasta ahí todo marchaba
sobre ruedas, pero Franz Ferdinand vino a po-
ner al descubierto el horror de la coinciden-
cia. ¿Qué hacer? ¿Cómo explicar quE nosotros
lo choreamos primero, pero que en realidad
no somos chorros ni posmodernos? ¿O si?
Lo retro, lo posmoCaminamos entre montañas de desechos:
restos, migas, desperdicios de la historia. Son
objetos que perdieron su significado original
y su justificación social para ser readapta-
dos e integrados a una estética de lo retro,
el pastiche, el collage. Franz Ferdinand hace
evidente la impunidad de la situación. ¿Es qué
nadie conoce las creaciones de las vanguar-
dias del siglo XX o es qué a nadie le molesta
que sean utilizadas para ganar un Grammy?
Las dos cosas, en parte: El propio nombre de
la banda refiere al archiduque austríaco cuyo
asesinato precipitó el inicio de la primera
guerra mundial. Muchas de las letras de sus
canciones citan a otros personajes históricos
(en la última estrofa de su hit “Walk Away”
conviven Stalin, Hitler, Mao y Churchill),
mientras que las referencias a producciones
estéticas de las vanguardias van mucho más
allá de la foto de Rodchenko, y están despa-
rramados por todos sus discos, booklets y
videoclips. Todo este despliegue hace que,
ante una fracción erudita de los consumido-
res, el grupo musical pueda incluso presumir
de sus conocimientos estéticos e históricos.
Y, sin perjuicio de lo anterior, que pueda ren-
tabilizar los esfuerzos creativos del pasado
poniéndolos a disposición de una mayoría del
público masivo que ignora alegremente el
origen de esas imágenes y los contextos his-
tórico-sociales en los que fueron producidas.
¿Atrapados?Luego de ver cómo la industria cultural inte-
gró el retrato de Lili Brik (entre otros miles
de producciones vanguardistas) a su propia
lógica, podemos llegar a sentir que ante un
movimiento tan avasallante no hay forma de
construir una respuesta. En todo caso, no se
trataría de recuperar los “mejores aspectos”
de la modernidad (al estilo Habermas), sino
de asumir las contradicciones del momento
histórico que nos ha tocado vivir (y que al
mismo tiempo nos atraviesan) y elaborar una
respuesta políticamente productiva sobre la
base de las necesidades y posibilidades que
la misma lógica posmoderna ha creado.
Quizá haya llegado el momento de per-
der la perplejidad por la recuperación que
el sistema hizo y hace de las innovaciones
de la vanguardia. El capitalismo es, más
que ningún otro, un modo de organización
social que se sostiene cambiando y las zo-
nas marginales e incluso antagónicas son
una fuente de inspiración constante para
You could have it so much better with...”
es el título del último disco del grupo
escocés Franz Ferdinand. Lejos de ser
una creación original, el diseño de tapa está
basado en el retrato de Lily Brik (1923). Su
autor (que no aparece citado como tal) es el
constructivista ruso Alexander Rodchenko.
Seguramente él no hubiera imaginado seme-
jante destino para su fotografìa. Pero proba-
blemente tampoco hubiera pensado que un
grupo llamado La Brumaria recurriría a ese
mismo retrato para utilizarlo como logo (¿O
acaso si?). Lamentablemente, el artista ruso
murió en 1956, por lo que no podríamos pre-
guntárselo. De todas formas, no se trata de
una discusión sobre derechos de autor, sino
de pensar en la posibilidad (o imposibilidad)
de recuperar ciertas producciones artísticas
modernas sin caer en una lógica posmoderna
que reutiliza acríticamente las imágenes del
pasado para obtener una rentabilidad mar-
ketinera en el presente, extirpándolas de su
contexto de producción.
Genealogía de unacoincidencia sugerente¿Qué tienen en común Franz Ferdinand con La
Brumaria? Nada, excepto el retrato de Lili Brik.
Sin embargo, si aceptamos que el consumo,
las preferencias y “el gusto” no son acciden-
tes de la naturaleza sino que están determi-
nados por condicionamientos sociales, enton-
ces tendremos que admitir que compartimos
cierto “habitus” con el grupo escocés (de lo
contrario no hubiésemos elegido el mismo
diseño).
Si bien nuestros objetivos nos diferencian
del grupo de moda (no queremos ganar
Grammys, ni Pulitzers), nuestras elecciones
estéticas nos hermanan: ignorarlo sería ser
complacientes con nosotros mismos.
Podríamos argumentar que nuestra elección
no fue al azar, que estuvo basada en una
decisión racional y estratégica, que nuestro
objetivo era revalorizar creaciones de las
las representaciones dominantes: las re-
nuevan, les infunden vitalidad. En realidad,
lo extraño sería que lo alternativo pudiera
permanecer durante períodos extensos incon-
taminado, resguardado por algún procedimien-
to fabuloso de su reutilización por el poder.
Paradójicamente, hemos llegado al punto en
el que la posmodernidad es ya un fenómeno
maduro. Reconocerlo no implica caer en la ce-
lebración gratuita de cualquier pastiche, sino
comprender la naturaleza del cambio cultural
que hemos atravesado. Aún quienes quere-
mos reanudar los proyectos políticos eman-
cipatorios, no contamos más que con retazos
de la historia. Indicios y huellas, imágenes
como la de Lili Brik, con las que tratamos de
reconstruir una experiencia de la que hemos
sido separados por dictaduras (militares, pero
también massmediáticas) además de muchas
otras violencias más sutiles. En ese camino,
en esa búsqueda, estamos en La Brumaria.H
RODCHENkO, LA BRUMARIA Y FRANz FERDINAND¿SOMOS ESTUDIANTES, SOMOS POSMODERNOS?
AUTOBOMBO
LAS GEMAS DE SEBRELIConsultado por el periódico La Nación, el célebre sociólogo argentino Juan José Sebreli se refirió críticamente a la prob-lemática de la globalización cultural y económica de los últimos decenios, opinando con su cáustico estilo que “el mundo destruyó un edificio y todavía no ha construido otro”.
Polemista reconocido, el autor de “Buenos Aires, vida co-tidiana y alienación” no pudo contener su creativa verbor-ragia frente a otros temas de candente actualidad.
Aún conmovido por el reciente robo que sufrió en su in-mueble -en el que perdió una computadora con material irrecuperable-, Sebreli fue implacable con la inseguridad:
“Vivimos en un clima de tensión y alerta
constante. Tormentas de inseguridad y
granizos de violencia son cada vez más fre-
cuentes. La Argentina debe evitar el mo-
delo de inseguridad tropical de Venezuela
y Colombia, y aunar esfuerzos para volver
al subtropical con estación seca, del cual
nunca debió salir”, aseveró con su acidez
tan conocida.
H 15
Sobre la guerra de Irak y Medio Oriente:“El mundo alquiló por un fin de semana Apocalip-sis Now en el video de la esquina y se olvidó de devolverlo”, razón por la cual estaría en graves problemas.
La hegemonía kirchneristaEl sociólogo cuestiona el autoritarismo del Presi-dente, pero lo comprende: “Cuando asumió agarró un hierro caliente, y la sociedad le escondió los guantes de amianto y el pervinox”, denunciando la falta de solidaridad del pueblo hacia sus rep-resentantes. “La historia argentina cuenta con algunas quemaduras de primer y segundo grado, pero hoy enfrentamos desgarros internos que ya
tienen un posgrado y hablan dos idiomas.”
El porvenir de la izquierda en el mundo“Lo veo oscuro. Cuando cayó la cortina de hierro, nos agarró el dedo gordo del pie a todos los que criticamos el capitalismo. Lo mejor será usar per-sianas regulables con freno automático de ahora en adelante”.Palabra de especialista.
El pensador italiano Giorgio Agamben in-
daga sobre el estatuto de los campos de
concentración nazis, pero no encuentra
en ellos un carácter anómalo o excepcional
sino una cifra secreta del Estado moderno,
la profundización de sus tendencias, su rea-
lización más acabada. Pero justamente esta
exacerbación conlleva el derrumbe de buena
parte de los derechos y garantías que -con
mayor o menor mala fe según los casos- las
democracias modernas declaran defender,
atender, velar. Sin embargo, no se trata
simplemente de que el Estado de derecho
esconda detrás de su fachada democrática
un núcleo represivo (aunque ésta sería una
primera manera de caracterizar el problema)
sino justamente de que es la misma distinción
entre Estado de derecho y estado de hecho (o
de excepción) la que se difumina. Esta indis-
tinción se verifica en los campos de concen-
tración, en los que la existencia de sistemas
de reglas que pautan estrictamente el control
del cuerpo de los internados, convive con la
total discrecionalidad con la que los guar-
dias de vigilancia pueden aplicar sanciones
y tormentos no previstos en las reglamenta-
ciones. Estos actos de hecho son fundantes
de derecho, no son “ilegales”, al menos no
en el sentido jurídico burgués del término.
Las formas que está tomando la respuesta
de las naciones centrales a la amenaza terro-
rista demuestran amargamente que las afir-
maciones de Agamben no son una metáfora
aproximada o una ingeniosidad filosófica. Los
cuerpos de elite que asesinaron al electricista
brasileño Jean Charles de Menezes en Lon-
dres el 22 de julio de 2005, pocos días des-
pués de los atentados en dicha ciudad, ponen
de manifiesto esta proliferación de agentes
estatales dotados de “licencia para matar”,
es decir, investidos de un poder absoluto
que puede desplegar su violencia de hecho
y fundar derecho en un mismo movimiento.
“No fue un hecho fortuito”, dijo en aquella
ocasión un jefe de la policía británica aho-
rrándonos saliva a nosotros o cualquier otro
crítico radical. “Y lo que es aún más impor-
tante de reconocer –continuó- es que todavía
está pasando allá afuera. Todavía hay oficia-
les allá afuera tratando de tomar esas deci-
siones mientras hablamos”. Es muy ilustrativo
el modo en que el comisario londinense ca-
racterizó las circunstancias en que fue abatido
el brasileño. “La gente estå tomando decisio-
nes, en un tiempo increíble y difícilmente rá-
pido, en situaciones de vida o muerte”. Una
primera observación, algo obvia pero políti-
camente necesaria, es que esa situación de
“vida o muerte” no está objetivamente dada,
sino que es producida por los propios agentes
del orden que identifican, persiguen y final-
mente matan a alguien a quien consideran
sospechoso. Pero podemos ir más allá y reco-
nocer que la ciudad ha devenido ya un terre-
no donde vida y muerte están estrechamente
imbricadas (como ocurría en los campos de
concentración). Los agentes del Estado están
al acecho y la situación de vida o muerte pue-
de ser cualquiera. En este aspecto, su pareci-
do de familia con el accionar terrorista es muy
sugerente. La atroz eficacia de ambos reside
en la producción de hechos tan imprevistos
como consumados, tan inmediatos como irre-
versibles, tan vertiginosos como insalvables.
Sin duda que los gobiernos de Estados Unidos
e Inglaterra han echado mano de la “ame-
naza terrorista” para avanzar en medidas de
control, vigilancia y represión que lejos de
focalizarse en grupos aislados, repercuten en
amplios sectores de la población. Pero a la
vez hay que comenzar a pensar como en este
mismo movimiento, el despliegue de esta
misma lógica determina viciosamente el ca-
rácter desmesurado e irracional de los ataques
futuros. Cuando el espacio político moderno
es suprimido (aunque siempre tuvo mucho
de ficcional) el sacrificio del terrorista suicida
pasa a ser una paradójica forma de resisten-
cia. Paradójica porque es lógica e ilógica. Iló-
gica en los términos en los que políticamente
se puede pensar en una política anticapitalista
emancipatoria, revolucionaria. Pero perversa-
mente lógica de acuerdo con los escasos res-
quicios de vulnerabilidad que deja el sistema.
Asoman al mismo tiempo, otras asonadas de
desmesura, vertederos de sangre, fuego, vi-
drios y nafta, como las insurrecciones de jóve-
nes de los suburbios franceses o los ataques
de las guerrillas urbanas comandadas por
los narcos desde las cárceles de San Pablo.
Prudencia en la comparación: no se tra-
ta de reducir estos y otros hechos incómo-
dos a una clave única, cuando justamente
es su irreductibilidad lo que los caracteriza:
es claro que ponen de manifiesto las mise-
rias del sistema político, social, económico y
militar global, aunque es mucho más difícil
establecer si lo ponen en cuestión positiva-
mente o son un mero emergente putrefacto.
Inasibles desde las categorías de “reforma”
o “revolución”, enfrentan a los poderes le-
gales redoblando la violencia de la apuesta.
El control social profundiza la escalada mul-
tiplicando los estados de excepción, como lo
documenta desde el destino del electricista
brasileño, hasta las cárceles de Abu Ghraib
y Guantánamo, pasando por cualquier co-
misaría de aeropuerto, o los blancos civiles
de Líbano, Palestina, Afganistán o Kosovo.
Terrorismo y antiterrorismo comienzan a
dibujar un nuevo terreno de lucha en la
ciudad moderna, en el que, a diferencia de
otras formas históricas del conflicto, las po-
sibilidades del ejercicio popular colectivo
de la resistencia y de la afirmación de la li-
bertad no se vislumbran tan fácilmente. H
La supresión del espacio público como espacio político ha dejado un vacío que ha sido llenado por la conversión de la socie-dad en un “campo de concentración”, en el que constantemente se retroalimentan situaciones de vida o muerte.
LICENCIA PARA MATARLICENCIA PARA jUzGAR
Corrector Ideológico
LAS GEMAS DE SEBRELIConsultado por el periódico La Nación, el célebre sociólogo argentino Juan José Sebreli se refirió críticamente a la prob-lemática de la globalización cultural y económica de los últimos decenios, opinando con su cáustico estilo que “el mundo destruyó un edificio y todavía no ha construido otro”.
Polemista reconocido, el autor de “Buenos Aires, vida co-tidiana y alienación” no pudo contener su creativa verbor-ragia frente a otros temas de candente actualidad.
Aún conmovido por el reciente robo que sufrió en su in-mueble -en el que perdió una computadora con material irrecuperable-, Sebreli fue implacable con la inseguridad:
“Vivimos en un clima de tensión y alerta
constante. Tormentas de inseguridad y
granizos de violencia son cada vez más fre-
cuentes. La Argentina debe evitar el mo-
delo de inseguridad tropical de Venezuela
y Colombia, y aunar esfuerzos para volver
al subtropical con estación seca, del cual
nunca debió salir”, aseveró con su acidez
tan conocida.
H 15
Sobre la guerra de Irak y Medio Oriente:“El mundo alquiló por un fin de semana Apocalip-sis Now en el video de la esquina y se olvidó de devolverlo”, razón por la cual estaría en graves problemas.
La hegemonía kirchneristaEl sociólogo cuestiona el autoritarismo del Presi-dente, pero lo comprende: “Cuando asumió agarró un hierro caliente, y la sociedad le escondió los guantes de amianto y el pervinox”, denunciando la falta de solidaridad del pueblo hacia sus rep-resentantes. “La historia argentina cuenta con algunas quemaduras de primer y segundo grado, pero hoy enfrentamos desgarros internos que ya
tienen un posgrado y hablan dos idiomas.”
El porvenir de la izquierda en el mundo“Lo veo oscuro. Cuando cayó la cortina de hierro, nos agarró el dedo gordo del pie a todos los que criticamos el capitalismo. Lo mejor será usar per-sianas regulables con freno automático de ahora en adelante”.Palabra de especialista.
El pensador italiano Giorgio Agamben in-
daga sobre el estatuto de los campos de
concentración nazis, pero no encuentra
en ellos un carácter anómalo o excepcional
sino una cifra secreta del Estado moderno,
la profundización de sus tendencias, su rea-
lización más acabada. Pero justamente esta
exacerbación conlleva el derrumbe de buena
parte de los derechos y garantías que -con
mayor o menor mala fe según los casos- las
democracias modernas declaran defender,
atender, velar. Sin embargo, no se trata
simplemente de que el Estado de derecho
esconda detrás de su fachada democrática
un núcleo represivo (aunque ésta sería una
primera manera de caracterizar el problema)
sino justamente de que es la misma distinción
entre Estado de derecho y estado de hecho (o
de excepción) la que se difumina. Esta indis-
tinción se verifica en los campos de concen-
tración, en los que la existencia de sistemas
de reglas que pautan estrictamente el control
del cuerpo de los internados, convive con la
total discrecionalidad con la que los guar-
dias de vigilancia pueden aplicar sanciones
y tormentos no previstos en las reglamenta-
ciones. Estos actos de hecho son fundantes
de derecho, no son “ilegales”, al menos no
en el sentido jurídico burgués del término.
Las formas que está tomando la respuesta
de las naciones centrales a la amenaza terro-
rista demuestran amargamente que las afir-
maciones de Agamben no son una metáfora
aproximada o una ingeniosidad filosófica. Los
cuerpos de elite que asesinaron al electricista
brasileño Jean Charles de Menezes en Lon-
dres el 22 de julio de 2005, pocos días des-
pués de los atentados en dicha ciudad, ponen
de manifiesto esta proliferación de agentes
estatales dotados de “licencia para matar”,
es decir, investidos de un poder absoluto
que puede desplegar su violencia de hecho
y fundar derecho en un mismo movimiento.
“No fue un hecho fortuito”, dijo en aquella
ocasión un jefe de la policía británica aho-
rrándonos saliva a nosotros o cualquier otro
crítico radical. “Y lo que es aún más impor-
tante de reconocer –continuó- es que todavía
está pasando allá afuera. Todavía hay oficia-
les allá afuera tratando de tomar esas deci-
siones mientras hablamos”. Es muy ilustrativo
el modo en que el comisario londinense ca-
racterizó las circunstancias en que fue abatido
el brasileño. “La gente estå tomando decisio-
nes, en un tiempo increíble y difícilmente rá-
pido, en situaciones de vida o muerte”. Una
primera observación, algo obvia pero políti-
camente necesaria, es que esa situación de
“vida o muerte” no está objetivamente dada,
sino que es producida por los propios agentes
del orden que identifican, persiguen y final-
mente matan a alguien a quien consideran
sospechoso. Pero podemos ir más allá y reco-
nocer que la ciudad ha devenido ya un terre-
no donde vida y muerte están estrechamente
imbricadas (como ocurría en los campos de
concentración). Los agentes del Estado están
al acecho y la situación de vida o muerte pue-
de ser cualquiera. En este aspecto, su pareci-
do de familia con el accionar terrorista es muy
sugerente. La atroz eficacia de ambos reside
en la producción de hechos tan imprevistos
como consumados, tan inmediatos como irre-
versibles, tan vertiginosos como insalvables.
Sin duda que los gobiernos de Estados Unidos
e Inglaterra han echado mano de la “ame-
naza terrorista” para avanzar en medidas de
control, vigilancia y represión que lejos de
focalizarse en grupos aislados, repercuten en
amplios sectores de la población. Pero a la
vez hay que comenzar a pensar como en este
mismo movimiento, el despliegue de esta
misma lógica determina viciosamente el ca-
rácter desmesurado e irracional de los ataques
futuros. Cuando el espacio político moderno
es suprimido (aunque siempre tuvo mucho
de ficcional) el sacrificio del terrorista suicida
pasa a ser una paradójica forma de resisten-
cia. Paradójica porque es lógica e ilógica. Iló-
gica en los términos en los que políticamente
se puede pensar en una política anticapitalista
emancipatoria, revolucionaria. Pero perversa-
mente lógica de acuerdo con los escasos res-
quicios de vulnerabilidad que deja el sistema.
Asoman al mismo tiempo, otras asonadas de
desmesura, vertederos de sangre, fuego, vi-
drios y nafta, como las insurrecciones de jóve-
nes de los suburbios franceses o los ataques
de las guerrillas urbanas comandadas por
los narcos desde las cárceles de San Pablo.
Prudencia en la comparación: no se tra-
ta de reducir estos y otros hechos incómo-
dos a una clave única, cuando justamente
es su irreductibilidad lo que los caracteriza:
es claro que ponen de manifiesto las mise-
rias del sistema político, social, económico y
militar global, aunque es mucho más difícil
establecer si lo ponen en cuestión positiva-
mente o son un mero emergente putrefacto.
Inasibles desde las categorías de “reforma”
o “revolución”, enfrentan a los poderes le-
gales redoblando la violencia de la apuesta.
El control social profundiza la escalada mul-
tiplicando los estados de excepción, como lo
documenta desde el destino del electricista
brasileño, hasta las cárceles de Abu Ghraib
y Guantánamo, pasando por cualquier co-
misaría de aeropuerto, o los blancos civiles
de Líbano, Palestina, Afganistán o Kosovo.
Terrorismo y antiterrorismo comienzan a
dibujar un nuevo terreno de lucha en la
ciudad moderna, en el que, a diferencia de
otras formas históricas del conflicto, las po-
sibilidades del ejercicio popular colectivo
de la resistencia y de la afirmación de la li-
bertad no se vislumbran tan fácilmente. H
La supresión del espacio público como espacio político ha dejado un vacío que ha sido llenado por la conversión de la socie-dad en un “campo de concentración”, en el que constantemente se retroalimentan situaciones de vida o muerte.
LICENCIA PARA MATARLICENCIA PARA jUzGAR
Corrector Ideológico