Download - J.R. Wilcock - Sexto
Juan Rodolfo Wilcock
S E X T O
Hae Puellae 3
ONCE SONETOS 5
1 6
2 (habla una paloma) 7
3 8
4 9
5 10
6 11
7 12
8 13
9 14
10 15
11 16
EL TRIUNFO DEL TIEMPO 17
TEMAS 23
Después de la traición 24
En la orilla 26
* 30
* 32
* 33
* 34
* 35
* 36
Habla Vicente Yáñez Pinzón 37
Artemisa en la fuente 39
Temas 41
EPITALAMIO 44
Proemio 45
1. Primer Encuentro 46
2. Pastoral 46
3. Ruego al Azar 48
4. Nocturno 48
5. Jardín Botánico 49
6. Uspallata 50
7. Final 51
HAE PUELLAE
Como un viajero persa cautivo en tierra escita,
más solo entre los bárbaros que Simeón Estilita,
escucho en la azotea de mi casa el llamado
lejano de unos pájaros sobre un cielo dorado
que buscan en los juncos del Nilo su alimento;
oigo hablar de las Cicladas y no sé si es el viento
o pies que huyen desnudos al sol sobre la arena
entre restos de espuma que el viento desordena.
Son ellas, sin embargo, las mujeres del mar
que en las calles del centro oigo a veces cantar
detrás de las dos Dársenas y de la Costanera,
cuando el invierno arrastra sus trapos por la acera;
las verdaderas dueñas del collar de Teodora,
las eternas sopranos, la familia escultora,
las santas que escribían Xristo en las catacumbas
y adornaban con peces las tapas de las tumbas,
las únicas personas que vivieron en Ur,
las alegres cretenses que no pisan el Sur;
hijas de la memoria con flautas y banderas
que en la noche sin término recorren las praderas
donde los unicornios fornican con leones
y las reinas con bestias de grandes proporciones,
anotando en cuadernos que la sombra pervierte
fragmentos del coloquio del hombre con la muerte;
cariátides sin manos de las quintas latinas,
musas que lame el humo del tiempo entre las ruinas.
O n c e S o n e t o s
1
Iban por el jardín, y él discernía
en la fosforescencia circunstante
los sentimientos de su acompañante;
iban por la avenida más sombría
bajo el vapor azul que descendía
desde el ramaje azul de la fluctuante
noche húmeda de enero sofocante
que un relámpago lejos encendía.
No sumaban treinta años, y el instinto
les dio a entender que era mejor sentarse
sobre el declive de un cantero oscuro.
Y se tocaron, y en el laberinto
entraron que no puede devanarse
de la repetición y de lo impuro.
2 (HABLA UNA PALOMA)
En la mañana fresca ambulativa
sobrevolé un islote cenagoso;
los olivos brillaban, y en un pozo
tres personas flotaban boca arriba.
Traje una rama a la nauseante estiba;
entré posada en un tapir o un oso
y con voz de animal clamé en el foso:
“El móvil ácueo al Ararat arriba”.
“Pronto saldremos bestias navegantes,
sin más recuerdos de esta sociedad
que nos produjo tantos ascos antes.”
Como en la cárcel, la promiscuidad
formó lazos que no han de mantenerse
cuando el establo en tierra se disperse.
3
En ti pienso de noche, alma querida;
cierro los ojos en la sombra y siento
el constelado y fabuloso viento
del éter que me arrastra en su caída;
el éter sideral donde impelida
te uniste a mi arbitrario movimiento,
alma de tan virtuoso sentimiento,
y en todo instante de piedad vestida.
Pienso: el premio de haberte conocido
es por algo que aún no he cometido
y que un gran dios aguarda con orgullo;
un dios que remunera de antemano
al permitir que sea un mero humano
eternamente, eternamente tuyo.
4
¡Cómo tarda en llegar la primavera!
Quisiera descender por un camino
desierto en el silencio vespertino;
ir a un río, sentarme en su ribera.
Convaleciente en un jardín, quisiera
escuchar ese pájaro argentino
que repite su canto clandestino
bajo las sombras de la enredadera.
Reconocer entre los paraísos
palabras de olvidada seducción
que se alejan, aromas imprecisos;
y hundiendo el rostro en una flor dorada
sentir cómo renace la estación,
vacilante, amarilla, apasionada.
5
Una párvula luna, un cielo raso
se hunden con lentitud al ras del viento,
mientras la niebla gris en movimiento
entre el mar de las frondas se abre paso.
Solo y tranquilo junto al fuego escaso
que ilumina de rosa el aposento,
miro subir la noche al firmamento
como un pájaro que huye del ocaso.
Y miro descender en mí la calma
en esta hora que habla a los sentidos
sólo de cosas que hacen bien al alma:
del gran silencio, y de mi amor distante
que es como el resplandor que a los perdidos
(el último verso falta en la edición impresa)
6
Ramajes de la noche susurrante,
flores violetas del jacarandá,
palmeras, no desaparecerá
vuestra forma, ni el cielo de este instante.
Perduraréis, oh céspedes; radiante
vuestra imagen que el tiempo eludirá
será más verde; este paisaje está
en el ámbito inscripto de un diamante.
Plumaje de las dríades, morada
de diminutos pájaros dispersos,
para siempre os invocan estos versos:
“Permaneced, jardines, deleitad
ramas el aire, flores la mirada,
adornando esta altiva soledad.”
7
Es el fondo del mar, es un cristal azulado
y fluctuante en cadenciosas
ondas oscuras de hojas y de rosas
que oscilan en el aire inmaterial.
Y la luna desciende a un manantial;
el rocío, las aves silenciosas,
las cintas olvidadas por las diosas
entre la hierba, ¡oh noche espiritual,
hondo techo de estrellas, firmamento
sobre la vaguedad del universo,
ámbito donde nace el pensamiento!
Confundido en las sombras soy un alma;
acostado en la tierra me disperso
en las ondulaciones de la calma.
8
Casi no sé de quién son estas manos,
las manos que acarician tus mejillas;
¿son las que en otras tardes amarillas
arrancaban la flor de los manzanos,
las que en los mediodías suburbanos
se hundían en las húmedas gramillas,
las de un joven absorto en las orillas
del Tigre ante unos álamos, mis manos?
En este íntimo nimbo que es la espuma
de Venus verde y rosa entre la bruma
sé que éstas son las manos de tu amante;
pero no sé cómo uniré este instante
en que me siento agudamente vivo
con las horas de un Wilcock primitivo.
9
En las llamas del sol las mariposas
rutilan sobre el agua iluminada
que fluye de la fuente a la explanada
bajo el ardor del cielo y de las rosas.
De las enredaderas luminosas
desdeñando la sombra delicada,
ves de una nube azul que se traslada
la forma diseñada en las baldosas.
Y entre las ondas del follaje infiero
oh ángel inaccesiblemente rosa
del jardín de la luz del mes de enero
que el laberinto de tus movimientos
y la tarde traslúcida y sinuosa
se esfuman al influjo de los vientos.
10
Canta en el sol detrás de las persianas
un mirlo entre guirnaldas abstraído
como la intermitencia del sonido
del mar sobre las playas suburbanas.
Silenciosas, simétricas mañanas
y tardes de un calor desconocido,
¡con qué insidia después que alguien se ha ido
persisten las bellezas cotidianas!
Me exilaré en el rayo solitario
que penetra el cristal de tu retrato
con su fulgor de flor en un santuario,
junto al ángel ausente, prisionero
del furor exterior verde e insensato
del mar y el aire de oro de febrero.
11
¿Dónde estarán las fuentes divergentes
de los verdes Jardines Suspendidos,
los cien puñales de metal perdidos
que usaron las Danaides impacientes?
¿Qué fue del rey Atila y sus sirvientes
en un mismo sepulcro sumergidos?
¿Dónde ruedan los mármoles roídos
de Atlántida, sus templos transparentes?
Las manzanas doradas de la Hesperia,
la cítara de Orfeo persuasiva,
¿no se han trocado en polvo y en miseria?
Todo se lleva el tiempo en su victoria;
y el pensamiento, como la materia,
se dispersa en el viento de la historia.
E l t r i u n f o d e l t i e m p o
El aire se llenó de hojas desiertas;
un vaho penetrante y conocido
vuelve más hondo y mórbido el sonido
del viento que desciende de las huertas,
el ruido de estos pasos apagados
en los viejos senderos mal cuidados.
Esta es la última vez, la última vez,
preciados laberintos de una quinta,
que ocultaréis nuestra pasión extinta
con ramas de eucalipto y de ciprés;
no lloraré en otro lugar: prometo
que mi dolor será vuestro secreto.
Luego dividiremos nuestras almas;
pero hoy, que todavía están reunidas,
discurramos por estas avenidas
oscuras en la sombra de las palmas;
antes de separarnos como extraños,
hablemos de este triunfo de los años.
Antes de ser dos almas solitarias
que guardan una flor desvanecida
en el libro inconcluso de su vida,
y que en las lentas tardes sedentarias
aspiran un perfume que no existe
sobre su texto oscuramente triste.
Hablemos de esos días custodiados
por las estatuas de las galerías
y las primeras lilas; de esos días
con firmamentos aterciopelados
donde yo extático e inmortal veía
tu rostro semejante a la armonía.
¡Cómo me conmovía tu belleza
que hoy enciende el crepúsculo rosado!
¡Oh amor, mi amor, por qué habrás clausurado
mis ojos con un sello de tristeza
para que nunca vuelva a contemplarte,
ciego en la luz, frenético de amarte!
¿Por qué no se enlazaron nuestros pasos
como estas huellas dobles en la arena
que el pie de los amantes encadena
con imborrables, permanentes trazos;
por qué no fuimos en un mundo breve
lo único que nunca se conmueve?
No pasearemos más por las veredas
desiertas en la noche y perfumadas,
no se unirán las sombras alargadas
de nuestras manos en las alamedas
que un oscuro temblor estremecía.
¡Oh amor, qué hiriente es la melancolía!
El mundo pudo ser tan diferente
si me hubieras amado. Nunca más
en un jardín te reconocerás,
ni en el agua ondulada de una fuente;
no admirarás los días desiguales,
ni el rastro de la lluvia en los cristales.
yo no alzaré más la cara al cielo;
no podré contemplarlo, si no me amas;
inútilmente se unirán las ramas
y moverán sus sombras sobre el suelo.
No existirán sus sombras vacilantes
cuando tú estés besando a otros amantes.
Ves, la tarde me ofrece sus colores
para aureolar la imagen que me queda
de tu rostro a través de la arboleda;
así te evocaré junto a estas flores,
y así, donde te he amado tiernamente,
persistirás en tu esplendor presente.
Pero esta mano, al sol más luminosa
que el vivido follaje transparente,
nunca más sentirá lo que ahora siente
junto a la tuya; no, ni en una rosa
de pétalos abiertos, ni en un río
que fluye lentamente en el estío.
Y nunca más mis labios entreabiertos
ante las ruinas de mi adoración,
sabrán reproducir otra versión
de esos atardeceres inexpertos,
de esas conversaciones frente a un piano
en las noches tranquilas de verano.
La luna morirá y renacerá
tantas veces en vano ante mi puerta,
y una terraza encontrará desierta
donde tu nombre sin embargo está,
entre la hiedra, en un lugar oscuro,
escrito con un lápiz sobre el muro.
Sí, los amores no son nunca eternos,
son breves como vínculos mortales;
pero nosotros, tan espirituales,
debimos como el fénix desprendernos
de lo perecedero y renacer
con el mismo fervor y el mismo ser.
De los hombres el paso inmemorable
no dejará una huella que los vientos
no consigan borrar; sus movimientos
son la trama del aire inapresable;
no quedarán sus diarios pormenores,
sus retratos, sus voces, sus temores.
Apenas de esa furia soñolienta
donde ruedan los reinos y el honor,
a veces queda el rostro del amor
como un fantasma sobre la tormenta,
que nada material mueve ni apura
porque está hecho de algo que perdura.
Pero tú, que entre rayos irisados
me muestras tu belleza primordial,
no quisiste mirar ese cristal
donde alguien nos vería reflejados
sobre todas las ruinas de los hombres
uniendo en una cinta nuestros nombres.
Tú rechazaste la inmortalidad;
siempre serás, junto a esa balaustrada
la inspiración que pasa innominada
entre mis versos a la eternidad;
y en los ciclos del tiempo ignorarán
quién fuiste, las personas que vendrán.
Sólo yo que contemplo tu hermosura
en esta tarde rosa feneciente,
y que así me arrodillo, de repente,
como un antiguo amante en su escultura,
como Tristán cuando miraba el mar,
sólo yo podré verte sin cambiar.
Ven: ya se ha puesto el sol entre esas casas,
y la humedad desciende lentamente;
ven a evocar nuestra pasión ausente,
los diálogos pausados en las plazas,
la sombra de las hojas en tu cara.
Como si nada aún nos separara.
T e m a s
DESPUÉS DE LA TRAICIÓN
¿Recuerdas, mi alma, ese árbol favorito?
Verdes eran las tardes a su lado;
míralo ahora en polvo trasformado
por los relámpagos de tu delito.
¿Recuerdas a tu amante en las perfectas
penumbras del jardín iridiscente?
Ya no murmurarás trémulamente
en sus labios tus frases predilectas.
¡Ah nunca más la voz con que cautivas
será veraz para el desposeído,
ni tu arrepentimiento fementido
lo enlazará en sus ondas persuasivas!
Lejos del aire de oro que respiras,
lejos del cielo que estarás creando,
morirá como un niño, preguntando
por qué lo traicionaron con mentiras.
¡Y se besaban en la boca, audaces!
¡Junto a mis libros, junto a mi retrato
celebraban su erótico contrato,
tal vez desnudos, y tal vez locuaces!
Quiero irme por cerúleas galerías
en un barco, entre ríos constelados,
quiero alejarme de esos depravados,
hundirme en grutas húmedas y umbrías;
y aprender a olvidar, mientras inscribo
en las arenas por el mar lavadas
o en paredes de conchas incrustadas
este falso epitafio acusativo:
“Aquí murió un amante traicionado;
aquí, donde la aurora tornasola
las piedras y la espuma de la ola,
en la entrada del antro, está enterrado.”
EN LA ORILLA
Reclinando la cabeza
sobre una piedra amarilla
miras el agua que brilla,
y yo miro tu belleza,
mientras la sombra progresa
de una nube sobre el río;
yo soy el hombre sombrío
que siempre te adorará,
no en vano enlazado está
tu destino con el mío.
Como un rey enamorado
que admira el vuelo insumiso
de un ave del paraíso
en un parque abandonado,
como un dios que ha resignado
su poder por un diamante
donde el perfil de su amante
aparece en la penumbra,
así mi alma se deslumbra
frente a tu rostro cambiante.
Vírgenes transfiguradas,
princesas con aureolas
que viajan entre las olas,
relámpagos, llamaradas
de ciudades incendiadas,
ramajes de verde palma
dibujados en la calma
de los crepúsculos rojos,
es lo que veo en tus ojos
como una imagen de tu alma.
Esta soledad preciosa
que me otorga tu presencia
en toda su iridiscencia
infantil y luminosa,
como una única rosa
se despliega bajo el cielo;
yo estoy sentado en el suelo
mientras miro lentamente
tu mirada transparente,
tu frente pura y tu pelo.
¿Qué hacíamos separados
cuando no nos conocíamos
y en silencio discurríamos
por jardines clausurados?
Yo buscaba en todos lados
una voz como tu voz;
¿dónde estábamos los dos,
cuando todo nos reunía,
esperando la tardía
condescendencia de Dios?
¿Qué oscuras admiraciones
vertían en mi existencia
una ociosa somnolencia,
y calmaban mis pasiones
con erróneas seducciones?
Lejos de la verdadera
divinidad sólo era
feliz como un animal,
y la luz espiritual
no penetraba en mi esfera.
A esa región rutilante
que hay detrás de tu mirada,
mi exaltación me traslada:
déjame entrar, soy tu amante,
soy tu igual, tu semejante;
y tú eres firmamento,
en cuyo etéreo elemento
se confunde la armonía
de la antigua poesía
con la música del viento.
Dulces, dulces son tus manos
enlazadas con las mías;
dulces son las galerías
de los árboles urbanos,
el humo de los lejanos
barcos que salen del puerto;
pero es más dulce el concierto
de dos almas tan iguales
trémulas en los umbrales
del mundo que han descubierto.
¡Ah no permitan los dioses
con sus armas invisibles
que se vuelvan divisibles
nuestras mentes, nuestras voces
habituadas a los goces
del amor intelectual,
ni que se rompa el cristal
celeste y tornasolado
donde vivo enajenado
frente a tu rostro irreal!
*
Recuerdo en la penumbra, oh mercenaria,
las dóciles diademas de amatistas
que en la alcoba de Venus Tributaria
ceñían tus efímeras conquistas.
Hondamente requiero, íntimamente,
tu piel inscripta por antiguos besos,
y aquella lasitud indiferente
que ornaba tus eróticos procesos.
Avenidas del tiempo inextricables,
fiestas, presentaciones, despedidas,
¿qué resta de las horas memorables,
de esos hondos carbunclos de las vidas?
Es otro, no soy yo, quien hoy te abraza
y prodigiosamente se deslumbra
en las profundidades de tu casa
y en esta misma férvida penumbra.
¡Ah, cómo parecían fraudulentos
ante los rayos de tu erudición
los agrestes y grises sentimientos
que se cultivan en el corazón!
Mi pública doncella, mi adorada,
mi ausente, mi jardín adolescente,
¿dónde suscitarás con la mirada
las rosas del ardor concupiscente?
Como la luz eléctrica en las ondas
celestes de los lagos olvidados
te fuiste entre la sombra de las frondas
de la noche en los arces constelados.
¡En vano, y cuántas veces, un amante
creyó verte desnuda bajo un velo
surgir ante el recinto rutilante
de un prostíbulo en llamas sobre el cielo!
*
Nunca la voz de un ángel imitará tu voz
ni entre follajes trémulos repetirá mis versos,
y jamás en idénticos, cíclicos universos
volveremos a amarnos con este amor atroz.
Bajo extraños crepúsculos los otoños rosados
verán caer las hojas sobre las hojas muertas;
no nos verán pasar por las plazas desiertas:
como Corinto y Tebas seremos olvidados.
No quedará ni un signo de nuestra permanencia,
una carta, un anillo con nuestras iniciales;
nadie sabrá en las diáfanas noches equinocciales
que te amé y que me amaste con tanta vehemencia.
*
Tus ojos son el agua, son la luz que se interna
por las espumas verdes del agua entre las piedras,
el silencio del musgo de una antigua cisterna,
el reflejo traslúcido del sol sobre las hiedras.
O se abren en la noche con destellos celestes,
paisajes sublunares, crepúsculos tranquilos
y azules donde flotan las estrellas agrestes;
tus ojos son variables como crisoberilos.
Tus ojos transparentes son tan puros, tan suaves;
reconozco olvidados perfumes de azahares
y arpegios como el trémulo plumaje de las aves
cuando miro en la sombra tus ojos singulares.
*
A la luz de la luna me alejo entre nocturnas,
cadenciosas penumbras de acacias y palmeras;
reconozco la tierra, sus ondas taciturnas,
las invisibles flores grises de sus riberas.
Solitario en los ámbitos de vidrio del espacio
voy por los parques, cruzo la noche, enamorado
de alguien que duerme, lejos, en un vago palacio,
con el labio entreabierto y el pelo despeinado.
*
Mis pasos en la noche de mármol de Venecia
como un eco repiten pasos de otros amantes
sepultos bajo el piso desigual de una iglesia
entre damas adúlteras y duques navegantes.
De sus vastas pasiones no quedó nada, nada,
y quedaron en cambio su escudo y su palacio;
sin embargo una noche como esta innominada
se creyeron eternos y fuera del espacio,
y creyeron que el fuego y el mármol y el Ticiano
no durarían tanto como eso que sentían
ascender por las ondas marmóreas del verano
hacia un mosaico púrpura de nubes que se abrían.
*
La hacienda en la frescura del rocío
cruza inciertas praderas, silenciosa,
casi invisible entre la luz verdosa
y última de un crepúsculo de estío.
En el vidrio del tren veo al poeta
con un anillo de oro y una pluma;
vuelve de una metrópolis de espuma
hacia el fulgor de su ansiedad secreta.
Vuelve del mar hacia la capital;
y la lánguida luna le ilumina
los campos de una incógnita Argentina
inexpresablemente espiritual.
HABLA VICENTE YÁÑEZ PINZÓN
En esta zona la estación parece
similar al otoño mauritano;
llueve mucho, y el mar poco se mece
lo que hace el navegar confiado y llano.
De noche oigo cantar a los marinos
desnudos al calor de las estrellas,
y hay peces en el agua repentinos
que despiden fulgor como centellas.
Hay algas más extensas que ciudades,
y el sol se esconde inesperadamente
sin suscitar las rojas variedades
de los cielos de Europa en el poniente.
Todos los peces que en las redes caen
son monstruos, y los hay que vuelan fuera
con alas que se estiran y contraen
según salen o vuelven a su esfera.
Encontraron en otra de las naves
una gaviota muerta que flotaba;
¿qué son esos cadáveres de aves
sino anuncio de un mar que no se acaba?
Detrás de ese horizonte circulante
unos dicen que hay tierra, otros que no hay;
en la mirada azul del Almirante
no ven, cerúleo, el reino de Catay.
Y el mapamundi clama la falacia
de sus equivocadas longitudes;
no creo que lleguemos nunca al Asia,
sin brújula, sin agua, sin virtudes.
ARTEMISA EN LA FUENTE
Yo soy Diana. La Noche me obedece;
la Tierra ante mi rostro palidece,
y el Océano cóncavo consiente
la acción de mi dominio intermitente;
las verdes lluvias y los vegetales
dependen de mis órbitas mensuales
y mi aspecto oblitera la influencia
del dios que infunde la concupiscencia.
Ayer, entre los labios de un pastor
me mordió la serpiente del amor.
¡Oh desceñidme de estas vestiduras
náyades que veláis las espesuras!
Si marcaron los besos de un amante
mi cuerpo en las sicigias rutilante,
aún puedo hundirme en la álgida inocencia
de esta fuente de inmóvil transparencia,
cuyas ondas secretas y plateadas
no fueron, como Diana, profanadas.
En sus ojos profundos, mis doncellas,
se inspiran las erráticas estrellas
que persiguen la lenta variación
de mis noches; su nombre es Endimión.
Dorado sobre el oro de la avena,
abrió en mis senos blancos la azucena
marmórea de este amplexo interlunar
silente como el ámbito del mar.
Náyades, el crepúsculo declina,
y solitario el cielo me conmina.
Retornaré al jardín incandescente
del zodíaco azul tranquilamente
desnuda en mi visible resplandor.
Los dioses dominamos el amor;
cuando el éter crepite ante mis pasos
olvidaré la luz de sus abrazos.
Dormido entre los bosques de laurel
él me aguarda, mas yo no iré hacia él;
en mi diadema cíclica y mutable
las perlas de su nombre inmemorable
se abolirán. Soy Diana ante una fuente;
la penumbra me adora y me presiente.
TEMAS
I
Ves sol, girando, lo mudable; ves
inmutables los polos de tu esfera
y todo lo demás llegar a un término;
viste las Romas sucesivas, México,
las muertes de Antinoo y Gengis Kan,
y en su tumba la falsa Helena egipcia;
antes de haber historia viste a Andrómeda
ubicarse en el cielo, y la paloma
en los húmedos cedros de Ararat;
viste todas las cosas, viste el Álef.
Y yo te veo a ti; yo también duro,
soy el espíritu y contemplo en calma
tus días y tus noches rotatorios
que dependen de mí; tranquilos árboles
nos separan; yo pienso, y tú consientes
que en una quinta de Mariano Acosta
un inmortal afirme: Tengo tiempo.
II
Cuántas veces he visto un árbol seco
erguido en el crepúsculo imitar
la fronda de los árboles vivientes.
Tristes, ignoran el verano glauco
y gradualmente los destruye el viento.
III
Este silencio que de mí depende
también depende de infinitos seres;
hay diez mil mundos superpuestos donde
miro un árbol y un campo de altos cardos,
y una hoja que vuela ante mis ojos
puede matar a un hombre, destruir
un verso milenario, ser un sueño;
diez mil dioses contemplan ese campo
y no se ven, y no ven más que un mundo.
IV
Como esas rocas donde hay tierra escasa,
y el sol quema en verano la modesta
hierba que el equinoccio ha suscitado,
donde las alas secas del insecto
no son mordidas por el ave ausente,
es la mente del hombre hasta ese día
en que el amor con una gracia azul
desconocida y rosa en él se posa.
V
Nunca un poema inscribirá la forma
de un árbol admirable, ni las clases
de hojas, ni el diseño de las nubes
cuando son blancas sobre el cielo terso.
Nunca un poema inscribirá el relato
de nuestra unión de amor. Mas por el hálito
de ese primer encuentro, y de esos días
capitales del mapa de mi historia,
por el fervor siguiente y los tumultos
que conjuraban la paterna insidia,
por las transformaciones del afecto
y por las músicas que oímos juntos,
no olvides sus detalles minuciosos.
Yo los recordaré toda la vida.
E p i t a l a m i o
PROEMIO
Convoco arbustos y agua; con pirámides,
con leopardos, con versos latinos, con espejos
formo y exorno esta verbal glorieta;
hay helados, helechos enlazados,
y sombra y sol externo.
Aquí de grises tórtolas rodeados,
de invocadas quimeras teologales,
y en un círculo aislados
leyendo el Lancelote por deleite,
suspende tus usuales labores seculares,
y oye estos versos que hablan de nosotros.
Glicinas nos aroman;
los perales florecen en octubre,
los primeros manzanos, los membrillos,
los cerezos, las lilas y las lluvias.
Pero nosotros esta primavera
por idéntico amor tan refinados,
nos conocimos cuando hay nieve azul
en las montañas invisibles
y las cabras descienden a comer en el llano.
Como el halcón que mira desde el cielo
cuando te vi bajé a buscarte;
todo eso ya es histórico, y ahora
oye estos versos que hablan de nosotros.
1. PRIMER ENCUENTRO
El dios en el instante oracular
urdió los hilos repentinamente,
y entre espumas nos vimos de repente
como al ver por primera vez el mar.
El mar que no me parecía hermoso
el primer día y que amé tanto luego;
el mar que infatigable como el fuego
cambia de forma y nunca está en reposo.
Himen, oh Himeneo,
cumplimos tu deseo.
Ulularon los reyes subterráneos
solvet saeclum in favilla,
fulguraron las grutas espaciosas,
fuegos artificiales, esplendores,
fuentes iluminadas en colores,
París otorga a Venus la manzana;
árboles surgen, geyseres, guirnaldas,
¡oh noche entre las noches distinguida,
noche de espadas, de agua, de monedas!
Un día era la edad del nuevo invierno.
2. PASTORAL
Hay un vidrio en el campo, una ventana
de vidrio opaco y resistente. El sol
señala en él la sombra de una planta
y el curso de una mosca
en cíclicas posturas recurrentes;
contusos perros que huyen lo atraviesan.
Detrás del vidrio azul y verde, yo.
La otra pared muestra mampostería,
jambas, dintel, y el vano de una puerta
abierta hacia el jardín y el cielo intenso
surcado de eucaliptos, casuarinas,
nacientes paraísos, aeroplanos,
voces de pájaros y algunas lilas,
mi flor más fina, mi dedicación
y aquí en el campo tu representante.
El sol mueve las horas,
activa el crecimiento de las plantas,
arrastra sombras, origina tardes
y da curso a la noche.
Y a mediodía inunda el campo de agua.
Miro hacia Buenos Aires,
costumbre natural de los ausentes.
Un joven corta el pasto del jardín;
se oye un motor, arrullos de palomas,
ruedas, criaturas invisibles, perros,
y el segador; yo te amo
como las lentas nubes de este cielo
tranquilamente superiores.
3. RUEGO AL AZAR
“Que todo cambie sin cambiarnos,
que nuestros cambios sean idénticos,
y que en el mismo instante fallezcamos.”
Debe de ser un fuego insostenible
la cesación de la felicidad.
4. NOCTURNO
Como en un sueño activo, las hormigas
transportan rotos pétalos,
hojas, semillas y acre ácido fórmico;
en impermeables, subterráneas cuevas
se imitan y se ignoran,
sufren tragedias, cuidan esperanzas,
dolores del tamaño de una hormiga.
Con arpa o flauta miceniana
¡quién cantará los éxitos de los cines del sábado
hebdomadariamente renovados!
Más alto sin embargo que las frases eléctricas
y el vapor rosa de la noche urbana
hay estrellas de hielo, agujas de aire,
doncellas asomadas a la verja del cielo,
planetas que ordenaban los destinos
cuando los hombres eran menos
y habitaban los bordes del Éufrates asirio.
Vayámonos entonces, tú y yo,
pública y mutuamente desposados
a enriquecer los ritos saturnales.
Por aquí se entra en la ciudad moviente;
imaginemos, mi alma, que esto fue
hace diez siglos, y que el mundo ha muerto;
discurramos por tan serenas ruinas
que un tiempo han sido Itálica famosa.
Aquí fue el Rex, aquí el Politeama,
inminens regum mors in terra est;
cometamos el acto de las sombras
sobre las hiedras de los escenarios.
Hoy sábado a las once de la noche
tú, mi ternura,
tu mea cura
nuevamente iluminas lo deciduo
cuando me miras en los vacuos antros
de la íntima, analgésica cinematografía.
5. JARDÍN BOTÁNICO
¿Recuerdas, mi alma, ese árbol favorito?
Verdes eran las tardes a su vera;
era un ombú, era sagrado, y era
como un hotel variadamente escrito
por los paseantes de otra primavera.
Nosotros no grabamos nuestros nombres;
y sin embargo, cuando todo muera,
¿no quedará un recuerdo de dos sombras
besándose las manos en la hierba,
aunque esas sombras no se nos parezcan?
Las preguntas retóricas no suscitan respuesta.
Me alejo para verte en la memoria:
tan joven y en el sol, como en un barco.
6. USPALLATA
¡Glorieta de Renoir que mira un lago!
Siempre la mera rememoración,
que inscribe el movimiento y no el impulso,
tiñe de amor lo inanimado,
como un diván, un verso, una pared,
o el hecho de tomar el té.
No hay más digno deleite
que recordar las épocas felices
en silenciosa intimidad;
horas que sin embargo son felices
en el recuerdo y no en la realidad,
importantes momentos literarios
donde invisiblemente cambiaban nuestras vidas
su curso impredecible.
Horas que habré pasado en la terraza
junto a las hojas de la enredadera
esperando el llamado del teléfono.
Esa casa no existe:
no ha sido profanada sino modificada
por los ojos distintos que la miran;
y sin embargo la contemplación
de una sola baranda, o de una puerta,
que aún sean como entonces
podrían conmoverme hasta las lágrimas.
7. FINAL
En la florida falda
de seda al viento de una estatua huyente
inscribo esta guirnalda
de versos en tu honor cándidamente,
que piden, con ser serios,
ciencia a tus ojos y a tu voz misterios.
Sic est opus perfectum.
¡Oh tú que me mereces,
por la virtud de aquel primer encuentro
y de la tierna historia subsiguiente,
sé fiel como son fieles
esos cambios de invierno a primavera
y de verano a otoño,
esos pausados ciclos de Alfa
Centauro que adelanta un grado diario
como todo astro fijo, eternamente!
En las portadillas de la edición Emecé original: Juan Rodolfo Wilcock nació en Buenos Aires en 1919. Poeta, narrador, crítico y traductor, fue el único hijo del matrimonio entre un inglés y una argentina de origen italiano. Su familia se trasladó a Suiza, lugar de residencia de sus abuelos maternos. Tras la muerte de su padre, Wilcock regresó al país y se recibió de ingeniero en 1943, profesión que abandonó al poco
tiempo. Publicó sus primeros libros en la Argentina: Libro de poemas y canciones, Persecución de las musas menores, Paseo sentimental, Sexto y el volumen que hoy reeditamos. Tradujo varias obras para Emecé, editó y dirigió revistas culturales, y puso su firma a mordaces críticas que aparecían en la revista Sur. Fue amigo íntimo de Adolfo Bioy Casares y Silvina Ocampo, quienes, junto a Borges, tuvieron una gravitación fundamental en su obra. Con Silvina Ocampo escribió la pieza de teatro Los traidores, publicada en 1956. En 1953 Wilcock se va a Londres donde trabaja un tiempo como traductor y comentarista de la BBC. En 1954 regresa fugazmente al país para volver a partir, esta vez a Italia, sede definitiva de su exilio desde 1957. Allí adoptó el idioma italiano y publicó varios libros de narrativa, entre ellos, Il caos, Lo stereoscopio dei solitari, La sinagoga degli iconoclasti y L'ingeniere. Además escribió obras de teatro y poesía y tradujo al italiano a Beckett, Genet, Flaubert y Joyce. Fue Caifás en el film El evangelio según San Mateo, de Pasolini, de quien fue amigo, así como de Moravia, Elsa Morante y Vittorio Gassman. Murió de un síncope en 1978, a los cincuenta y ocho años de edad, mientras leía un libro sobre enfermedades cardíacas en su humilde casa de campo en Viterbo. «Escritor precoz y sin ambivalencias; neorromántico que prefirió el poema de tres cuartetos endecasílabos y el soneto; colaborador asiduo de la revista Sur, llamado por Francisco Luis Bernárdez 'el Shelley argentino', después de publicar seis libros de poesía un buen día partió a Italia y comenzó a escribir en italiano y a publicar relatos, novelas, poemas, obras teatrales y ensayos que constituyeron en aquellos años una obra aislada y provocativa.» (Guillermo Piro) «Una lección ejemplar en el arte de mirar lo ínfimo, hasta ver allí las innumerables facetas de esa falible especie llamada humana.» (Juan Forn) «Quien aprecie la poesía que [...] se cultivó intensivamente y adquirió predominancia en la Argentina durante los años cuarenta, encontrará aquí una de sus realizaciones sutiles e inteligentes, sostenida por un arte de la composición verbal que tuvo en Wilcock a un maestro.» (Daniel Freidemberg)
La presente edición electrónica se ha hecho partiendo de un ejemplar de la reedición de Emecé de 1999. Se ha diseñado respetando la distribución original.