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Introduccin
Nuestro punto de partida es el diagnsti-
co o ms bien la advertencia que realiza
Nikolas Rose (1996) sobre la reconfiguracin
del territorio de gobierno bajo un lenguaje
poltico que hace blanco en la comunidad.
Los espacios de interaccin construidos a
partir de lazos de solidaridad, compromiso y
pertenencia, ofrecen un mbito privilegiado
para redisear las estrategias de poder en la
bsqueda de un nuevo equilibrio al difcil
arte de administrar la existencia individual y
colectiva. Ahora bien, este giro de la racio-
nalidad poltica sobre los elementos comu-nitarios de las relaciones sociales, no apare-
ce libre de tensiones. Lejos de toda mirada
mecanicista, el mundo social se construye a
travs de complejos entramados de corres-
pondencias y articulaciones coyunturales que
marcan tanto la estabilidad de sus estructu-
ras como el ritmo de sus cambios. La rique-
za de los anlisis radica justamente en el es-
tudio de los juegos de relaciones, homologas
y desajustes que se establecen ante el retor-
no del pensamiento poltico sobre lo comu-
nitario en el contexto de una lucha por el mo-
nopolio legtimo de gestionar, administrar y
dirigir la experiencia colectiva1. En este com-
bate pocos espacios sociales tienen tanta tra-
yectoria como el universo religioso con sus
reglas de funcionamiento, sus cdigos y su
campo de dispersin.
El presente trabajo apunta a comprender
el rol de las comunidades evanglicas en el
marco de una relacin que bien podramos
denominar siguiendo a Max Weber de afini-
dad electiva entre dos formaciones cultura-
les: la doctrina neo-liberal y el pentecostalis-mo de masas. El grado de intensidad al que
alude el concepto de afinidad electiva reco-
noce diferentes registros que van desde el
mero parentesco espiritual, como seala
Michael Lwy (1997:14), hasta la creacin
de una figura completamente nueva a partir
de la fusin de los elementos relacionados
El estudio de las caractersticas que adoptan
las formas del estar juntos del pentecosta-
NOTAS PARA EL ESTUDIO DE LAS COMUNIDADES PENTECOSTALES
Joaqun M. Algranti*
*Centro de Estudio e Investigaciones Laborales Programa de Investigaciones Econmicas sobre Tecnologa Trabajo y
Summary: The author analyzes the relationship between neo-liberalism and pentecostalism focusing on
the religious experience in the community groups of Rey de Reyess church. Firstly, he explores the
concepts of community and society according to the sociological tradition. Secondly, he tackles the
strategies of the church to deal with the social suffering, related to the consequences of liberals policies.
Finally, he studies the cellular system of organization developed by pastors to manipulate the religious
practices within the church. The concept of elective affinity helps the author to find the connections and
oppositions between the religious ideas and the economic world.
Key words: pentecostalism, community, neo-liberalism, elective affinity.
SCRIPTA ETHNOLOGICA, Vol. XXVIII, Bs. As., pp. 95-120
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lismo, nos permitir discernir en trminosgenerales la fuerza de esta relacin; para elloel artculo cuenta de cuatro partes: 1) la pri-mera consiste en una revisin crtica de losconceptos de comunidad y sociedad a travsdel dilogo con los principales autores del
pensamiento sociolgico;2) la segunda abor-da las acciones que llevan a cabo los
pentecostales en relacin con las diferentesformas de sufrimiento social que dejan las
secuelas de la reestructuracin econmicaacorde a la lgica de mercado; 3) la terceraanaliza el lugar que ocupa el sistema celularde organizacin de los templos evanglicosen el gobierno activo de los sujetos. Nuestrotrabajo de campo en la iglesia Rey de Reyesnos permitir ilustrar algunos anlisis teri-cos con ejemplos concretos elaborados a par-tir de entrevistas abiertas, extensas y recu-rrentes y la observacin participante. Por l-timo, el artculo plantea una reflexin finalen torno a la persistencia de las ideas reli-giosas en el espritu del capitalismo tardo yel rol del pastoreo en las nuevas formas deintegracin de la sociedad.
Precisiones epistemolgicas: el discurso
religioso en las ciencias sociales
La propuesta de Tonnies
En la historia del pensamiento sociolgi-co la distincin entre comunidad y sociedadaparece como un eje estructurante de losdiagnsticos sobre las transformaciones delmundo moderno. Este par conceptual o idea-elemento, como los llama Nisbet (1969), con-tribuye al desarrollo de un relato cientfico
en torno al cambio social que permite darcuenta del pasaje entre dos formaciones his-
tricas. El proceso de modernizacin encuen-tra en el juego de oposiciones entre la vidacomunal y las organizaciones sociales, unmodelo explicativo del traspaso a un tipoespecial de relacin humana centrado en elindividualismo, el contrato y la impersonali-dad. Ms all de las crticas que este relato
pudo despertar durante el siglo XX, resultainteresante observar como ambos polos con-trapuestos lograron conservarse, con varia-
ciones y ajustes, en las ciencias sociales, tras-ladndose a los dominios difusos del sentidocomn de la sociologa.
Uno de los caminos posibles para recupe-rar los conceptos del mundo de las
prenociones, es a travs de la mirada crticaque supo construir el materialismo histricoen su intento por denunciar la matrizteolgica del pensamiento especulativo. Setrata de una clave de anlisis sumamente pro-ductiva a la hora de encarar la revisin del
par comunidad-sociedad desde una lecturaorientada a identificar los resabios religio-sos inscritos en sus mismas bases. A su vez,la mediacin de la crtica nos permitir con-traponer a las definiciones formales y dog-mticas de los modos de accin social una
perspectiva que trabaja en el encuentro entrelas tcnicas etnogrficas y los anlisis socio-
lgicos, en la bsqueda por captar el sentidosituacional de las prcticas en donde las aso-ciaciones guiadas por el inters se mezclancon los principios de identificacin y solida-ridad.
Cuando planteamos la influencia de la ma-triz teolgica en las formas modernas de co-nocimiento, nos referimos a los lmites pormomentos borrosos e indefinidos entre unaserie de campos cientficos en proceso de
autonomizacin y la persistencia de los mo-delos religiosos como discursos autorizados
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de saber. La filosofa es el mbito por exce-
lencia en el que estas fronteras se desdibujan
constantemente, como logra demostrarlo el
auge del idealismo alemn en el siglo XIX.
No es nuestra intencin rastrear los elemen-
tos espiritualistas de la lgica especulativa
(Seguy, 1998), sino dejar planteado a gran-
des rasgos el estado de situacin en el que
nace la respuesta del materialismo al pensa-
miento abstracto. Feuerbach y Marx en un
principio2
y luego Althusser, emprenden lacrtica al edificio terico del sistema
hegeliano y sus jvenes representantes a tra-
vs de la crtica inseparable de la religin, es
decir, plantean la ruptura con un sistema te-
rico que niega sus condiciones sociales de
produccin, asume una estructura de anli-
sis teleolgica y plantea un mtodo empiris-
ta de leer la realidad como un texto transpa-
rente en el que es posible abstraer la esencia,
el principio universal encarnado en la histo-
ria. Es en este contexto epistemolgico de
transicin en el que nace la obra de Tonnies
Comunidad y Sociedad contribuyendo a
delimitar el espacio todava frgil de la so-
ciologa alemana.
Sus trabajos operan en un doble sentido
frente a la especificidad del discurso cient-
fico y la persistencia de los modelos religio-
sos de anlisis. Por un lado, logra distanciar-se de las definiciones sustantivas o esencia-
les de la comunidad a partir del estudio
tipolgico de las formas de interaccin so-
cial. Aqu la teora de la voluntad humanale
permite identificar el origen de las entidades
colectivas, no a partir de principios dogm-
ticos o trascendentes sino en el sentido de la
accin social y las formas histricas en que
se estabilizan los modos de convivencia en-
tre los hombres. Sobre estas bases construye
una mirada en torno al proceso de moderni-
zacin, haciendo foco en la complejidad y la
violencia implcita que asume cada traspaso
evolutivo al destruir la organizacin social
que le antecede. De esta forma, el progreso
aparece en su carcter destructivo colocan-
do a las relaciones comunales en una posi-
cin privilegiada al ser el origen de las so-
ciedades modernas, su crtica actual y su su-
peracin en las formas del socialismo. Los
aportes de Tonnies configuran un diagnsti-
co de poca desde una sociologa de lainteraccin social que le permite desarrollar
un relato cientfico sobre el pasaje entre for-
maciones histricas.
Por otro lado, su planteo epistemolgico
mantiene fuertes lneas de continuidad con
un sistema de pensamiento de carcter teo-
lgico que se expresa indirectamente a tra-
vs de las tipologas. La propuesta de apren-
der la realidad social a partir de juegos de
oposiciones ms o menos irreconciliables
entre modelos de conducta abstractos3lo lle-
va a postular la distincin entre la voluntad
esencial, como aquella forma de relacin
de naturaleza afectiva, territorial y familiar
que deriva en las comunidades, y la volun-
tad de arbitrio, como un tipo de accin que
descansa en el dominio del intelecto, el indi-
vidualismo y el inters personal conforman-
do la clula fundante de las sociedades mo-dernas. Este sistema binario de anlisis, pro-
pio de la cosmologa cristiana, se expresa
tambin a partir de una concepcin del cam-
bio social desde una lectura teleolgica. La
comunidad forma parte del paraso perdido
de la unidad y la cohesin de las voluntades
que es sacrificado en nombre del avance del
intelecto bajo la promesa de la reconcilia-
cin final a travs de un nuevo equilibro
Salvando las distancias entre los autores
podemos afirmar que las concepciones
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evolucionistas de Tonnies tienen ms elemen-tos en comn con los anlisis especulativosde Hegel en su filosofa de la historia uni-versal
4que con los diagnsticos desgarrados
que construyen Simmel, Weber y Marx so-bre el proceso de modernizacin de Occiden-te.
No se trata de responsabilizar a Tonniespor la distincin entre sociedad-comunidad;de hecho, como bien seala Nisbet (1973),
la historia de este par conceptual se remontaa los tiempos de cristianismo primitivo en sulucha con las estructuras familiares del pa-rentesco romano, a un lento proceso de con-figuracin del modelo de la comunidad reli-giosa enfrentada con el mundo secular. Unade las formalizaciones ms importantes deeste conflicto aparece en el trabajo de SanAgustn, La ciudad de Dios, prolongndoseen las reflexiones teolgicas y polticas de la
baja Edad Media. Durante la ilustracin lacomunidad va a ser foco de numerosas crti-cas muchas de ellas de naturaleza religiosacomo es el caso de Erasmo, Montaigne ylos idelogos de la Reforma Protestante enel siglo XVI. Su retorno va a llegar poco des-
pus en una nueva etapa del pensamientomoderno que tiende a recuperar desde el dis-curso sociolgico la pregunta por la cohe-
sin, la unidad y la integracin frente al in-dividualismo de la vida social.El trabajo genealgico de ambos concep-
tos nos llevara a travs de una multiplicidadde discursos en los que se redefine, estabilizay subvierte el contenido cambiante de las co-munidades cristianas y su contradiccinirresuelta con el orden profano. La historiade las ideas nos permite ubicar los esfuerzosde Tonnies en el sentido de una resigni-
ficacin o reapropiacin de categoras deorden teolgicos dentro del campo todava
incipiente de las ciencias sociales. El pro-blema es que sus contribuciones se quedan amedio a camino entre un mtodo y una pro-
puesta sociolgica y una clave de interpreta-cin propia de los resabios dogmticos queconserva el idealismo alemn. El resultadofue la recepcin acrtica del par comunidad-sociedad dentro la sociologa hasta el puntode arrastrar esta ficcin terica al terrenonatural e incuestionado del sentido comn.
Continuidades y rupturas
La fuerza con la que se arraigan lasprenociones en el discurso sociolgico re-mite a los lmites entre lo pensado y lo im-
pensado en una poca. Por eso, la tendenciaa aprender la realidad social desde un mto-do dualista de conocimiento, no tiene que verexclusivamente con la vigencia del discursoreligioso en las ciencias sociales. En todocaso es preciso buscar las razones ltimasde este modelo epistemolgico en las condi-ciones de emergencia y produccin de lossaberes cientficos en las sociedades moder-nas. Aqu se ponen en juego las relacionesobjetivas que construye el sistema capitalis-ta, a travs de la divisin del trabajo y la uni-
versalizacin de la forma mercanca, comolos dos ejes principales que marcan el naci-miento del racionalismo formal
5.
En sus estudios sobre la cosificacin,Georg Lukcs (1975), utiliza este concepto
para designar los lmites del pensamiento bur-gus relacionados al progreso de las cienciasen el dominio de las leyes parciales y acota-das de su campo, mientras que renuncian alabordaje intelectual de la sociedad como un
todo histricamente determinado. La expre-sin filosfica de esta impotencia del pensa-
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miento para captar la totalidad social, con-
siste en la conceptualizacin del mundo en
trminos de antinomias irreconciliables como
es el caso de las contraposiciones entre teo-
ra y prctica, sujeto y objeto, libertad y ne-
cesidad, individuo y sociedad o forma y con-
tenido. Cada uno de estos pares conceptua-
les refleja la incapacidad de los sistemas abs-
tractos de conocimiento para comprender la
gnesis social de sus objetos, es decir, las
condiciones de produccin, la red de rela-ciones objetivas que desnaturalizan la reali-
dad para explicarla en su carcter histrico,
artificial y transitorio.
El par comunidad-sociedad no es ajeno a
la crtica materialista de las ciencias moder-
nas. En su contraposicin lgica surgen re-
miniscencias de los esquemas abstractos que
reducen la estructura de la accin social a
criterios formales de funcionamiento, despo-
jados del contexto que le da sentido a la prc-
tica. En realidad esta tendencia, que alcanza
de lleno a la sociologa, posee expresiones
diferentes muchas veces irresueltas otras ve-
ces insinuadas en los anlisis de los clsi-
cos. Por ejemplo, en el caso de Max Weber
(1998) las tipologas de las relaciones comu-
nitarias y sociales tienden a reproducir los
lmites de la conceptualizacin binaria de
Tonnies. Sus aportes consisten ms bien enla ampliacin de las definiciones de
Gemeinschaft y Gesellschaft reforzando el
carcter procesual de ambos conceptos. Por
otro lado, en sus estudios sobre sociologa
de la religin el anlisis de las comunidades
trasciende los esquemas formales a travs de
los entramados complejos de relaciones de-
terminadas histricamente. Ya sea en su for-
ma de tipo ideal o en los trabajos histricos,
la conciencia trgica de Weber mantiene a
raya las formulas inocentes de la reconstruc-
cin del lazo comunitario (Portantiero, 1997)
El primer avance hacia una ruptura de esta
antinomia llega con la pregunta por la inte-
gracin social que plantean Durkheim y
Parsons en la bsqueda por comprender el
funcionamiento de las sociedades complejas
y altamente diferenciadas. Ms all de sus
rasgos especficos, las nociones de solidari-
dad orgnica y comunidad societal compar-
ten el distanciamiento con las categoras cl-
sicas de Tonnies y la propuesta de construirconceptos alternativos que conservan a la
totalidad social como horizonte de anlisis
De esta forma, el juego de oposiciones lgi-
cas pierde terreno ante una perspectiva que
hace foco en la articulacin y la comple-
mentariedad de las acciones humanas en el
marco de estructuras objetivas que se esta-
bilizan a fuerza de integrar los intereses ra-
cionales con los sentimientos de pertenen-
cia. De ah la importancia de la figura de la
ciudadana, el trabajo, las corporaciones y
los valores morales en la reproduccin de la
vida social. El logro indiscutido de ambos
autores es haber despojado parcialmente a
los conceptos de sus resabios religiosos para
abordarlos no desde el sentido comn de la
sociologa sino como verdaderos objetos de
estudio. El carcter parcial de este avance
tiene que ver con que las relaciones comu-nales todava conservan la funcin mis-
tificada de crtica y antdoto a los males del
individualismo moderno, conformando el
fundamento invisible de la sociedad.
Posteriormente, la polaridad conceptual
fue desplazada de los principales ejes de dis-
cusin dentro del pensamiento sociolgico
Su abandono se corresponde con un momento
de relativa estabilidad social en el marco de
un modelo keynesiano de integracin en don-
de los discursos cientficos sobre el cambio
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de las formaciones histricas pierden rele-vancia. Como observa de Marinis (2005),esta ausencia se traslada a los principalescuerpos tericos de nuestro tiempo que de-sarrollan Luhmann, Bourdieu, Giddens yHabermas. Finalmente, tras un largo silen-cio, ambos conceptos retorna como una cla-ve de anlisis privilegiada para explicar loscambios que introducen la reconfiguracindel Estado, las instituciones y las relaciones
sociales frente a un capitalismo globalizado.Lejos de contribuir a la superacin de lasantinomias, los usos de los contemporneosreactualizan la matriz religiosa de las cate-goras ofreciendo versiones aggiornadasdeun mismo lmite epistemolgico. Este es elcaso de Bauman (2003) que, pese a sus es-fuerzos por desarrollar una mirada crtica entorno a las relaciones entre las comunidades,el mercado y la globalizacin, retoman deforma espontnea los conceptos de Tonnies,reforzando este sistema de pensamientoconla tensin irresuelta entre libertad y seguri-dad. Desde otra perspectiva, lo mismo ocu-rre con Maffesoli (1990). La actualizacinde la antinomia aparece disimulada en elchoque entre tribalismo, como la forma desociabilidad emocional de los micro-grupos,y las estructuras de organizacin econmi-
co-polticas de la sociedades modernas. Lavigencia del discurso religioso en la sociolo-ga contribuye a una cierta inversin de larealidad en la que los conceptos nominan deantemano al mundo de los hombres, contri-
buyendo a la mistificacin y el desconciertode las ciencias sociales.
Una forma de tomar distancia con los mo-delos convencionales de anlisis es a travsdel abordaje que plantea Nikolas Rose en co-
rrespondencia con el mtodo arqueolgico yel bagaje conceptual de Michel Foucault.
Aqu el reconocimiento de la comunidad sloexiste en el sentido de una construccin his-trica, es decir, como objeto de una serie dediscursos, dispositivos y prcticas de poderque hacen blanco en los elementos emotivosde las relaciones sociales. El contraste conla sociedad como el mbito del inters, elclculo egosta y el individualismo, tambin
pierde fundamento ms all de las formacio-nes discursivas que sostienen esta distincin
en un momento determinado. De este modo,la comunidad en s misma refiere a una cons-truccin que en la actualidad aparece vincu-lada a los esfuerzos de la racionalidad polti-ca por reconfigurar el territorio de gobiernoque supo ocupar lo social. Los sentimien-tos subjetivos de unidad ya no funcionancomo crtica o remedio a los abusos del ca-
pitalismo; la matriz religiosa que acta desoporte invisible de algunas prenociones dela sociologa retrocede ante al estudiogenealgico de los conceptos y sus condi-ciones de produccin.
Los trabajos de Rose nos permitendesmitificar las nociones esencialistas queenfrentan a la comunidad con la sociedad
para hacer blanco en las redescomplejas detecnologas y prcticas de poder que respal-dan a los discursos dominantes de una po-
ca. En nuestro caso, se trata de estudiar eljuego de afinidades y articulaciones que exis-ten entre los grupos evanglicos de corte
pentecostal y el neo-liberalismo. Para inda-gar en esta relacin es preciso apartarse delos modelos formales de la accin social, enla bsqueda por comprender el sentido delas prcticas situacionalmente. El universosimblico de la religin no admite distincio-nes rgidas entre las formas de entendimien-
to colectivas fundadas en la afectividad y lasapuestas individuales propias de una racio-
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nalidad motivada por intereses concretos. La
solucin tampoco es reconocer el famoso
punto medio, esto es, la existencia de ambos
tipos de componentes en toda relacin so-
cial. Nuestra tarea consiste ms bien en iden-
tificar la estructura de relaciones entre los
diferentes elementos que actualizan las prc-
ticas en un contexto determinado. De ah
surgen las combinaciones originales que le
permiten a la vida religiosa responder tanto
a las bsquedas profundas de significadocomo a las necesidades materiales, cotidia-
nas, inseparables de la lgica del clculo y
el beneficio personal. Es en este terreno don-
de cobra relevancia la articulacin de las
comunidades evanglicas con el neo-libera-
lismo, a partir del trabajo constante con las
distintas formas de sufrimiento social que se
hacen cuerpo en la vida cotidiana.
Secuelas sociales del Neoliberalismo
Administrar el riesgo
Las polticas econmicas se aplican a par-
tir de un universo simblico que le permite
significar tanto el origen de sus medidas
como las consecuencias de sus actos. Los
cambios sociales van siempre acompaadosde mltiples discursos que configuran un
conjunto de relatos legitimadores de las re-
laciones de fuerza. Siguiendo los anlisis de
Bourdieu (1999) podemos decir que el neo-
liberalismo construye una verdadera
sociodicea6del capitalismo tardo a travs
de la represin de las determinaciones hist-
ricas y la gnesis violenta de las transforma-
ciones estructurales de la sociedad. Para la
Argentina, el acontecimiento negado que
anticipa las formaciones culturales, polticas
y econmicas de la dcada del 90, as como
la produccin a gran escala de nuevos ries-
gos, es sin duda la ltima dictadura militar
En esta etapa se lleva a cabo la rearticula-
cin de las relaciones de poder a partir del
desmantelamiento de la base material de los
sectores populares, la orientacin del mer-
cado hacia la especulacin financiera, la con-
solidacin de grandes empresas monoplicas
el crecimiento de la deuda externa y la
implementacin del terrorismo de Estado.Slo a partir de la violencia fundante de
la dictadura y sus consecuencias es posible
comprender la libertad con la que opera una
de las fuerzas ms significativas de la
globalizacin: elneo-liberalismo. Las fr-
mulas del crecimiento que sostuvieron los
idelogos de los mercados mundiales, como
Kenichi Omae o Soros, tuvieron su traduc-
cin a la realidad latinoamericana en los diag-
nsticos del Consenso de Washington. Des-
de este enfoque la nica forma de revertir la
crisis financiera era a travs de una serie de
reformas estructurales orientadas a promo-
ver la estabilizacin de la economa por me-
dio del ajuste fiscal y la reduccin del Esta-
do, fomentando la liberalizacin del comer-
cio internacional, la apertura de las exporta-
ciones y la privatizacin de los servicios p-
blicos. Este paquete de medidas de corto al-cance llevaron a una serie de boomsde ex-
pansin limitados por la capacidad de los
mismos factores exgenos que permitieron
su desarrollo. Como seala Stiglitz (2003)
siguiendo los anlisis de Karl Polanyi, el mito
de la eficiencia de un mercado autorregulado
por las leyes de la oferta y la demanda, ter-
mina erosionando las bases del capital so-
cial, es decir, las redes de contencin, segu-
ridad y respaldo que actan de soporte de
las relaciones sociales. De este modo, las
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formas abstractas del riesgo se llenan de con-tenido especfico a partir de la marginalidadurbana, la precarizacin laboral y los pro-
blemas de acceso a la vivienda, la educaciny la salud(Wacquant, 2001). Con respecto asu dimensin simblica, la doctrina del neo-liberalismo tambin opera como un rgimende verdad
7que actualiza los presupuestos li-
berales del inters individual frente a un co-lectivo equiparado, en un principio, con los
lmites de la libre accin. En realidad, el ethosindividualizado de esta ideologa no es in-compatible con las estructuras de organiza-cin y funcionamiento propias de las comu-nidades. Como observa Rose (1999), es po-sible identificar en los ltimos aos un vira-
je de la racionalidad poltica sobre la lgicacomunitaria como un espacio de gobiernocapaz de contener los vacos que deja lareconfiguracin de las prcticas, los discur-sos y los modelos de autoridad fundados enel territorio ampliado de lo social. El des-gaste de los dominios pblicos y sus institu-ciones se desarrolla correlativamente al re-surgimiento de una estrategia de poder querefuerza la participacin activa, responsabley consciente de los sujetos en su propio go-
bierno. Se despliega toda una batera de pro-gramas de asistencia, proyectos cooperativos
y polticas de microfinanciamiento que apun-tan a la recuperacin de comunidades loca-les abandonadas a las fuerzas del mercado.Los discursos que pone en circulacin ladoctrina neo-liberal no se restringen a la es-fera econmica ni se agotan en el mero indi-vidualismo; conforman visiones del mundocapaces de reproducirse en todas las capassociales, naturalizando las relaciones de pro-duccin existentes.
Aunque la globalizacin constituye un fe-nmeno de mayor complejidad y alcance que
la doctrina neo-liberal, la relacin entre am-bos va ms all de una correspondencia tran-sitoria. Es preciso insistir en las determina-ciones materiales que actan de soporte deuna nueva cultura globalizada que crece y serenueva a partir de la negacin de sus condi-ciones sociales de existencia. La improntauniversalista del capital as como las rela-ciones de poder que lo sustentan, constitu-yen las dimensiones reprimidas de algunos
estudios contemporneos. Este es el caso dela sociologa del riesgo de Ulrich Beck(1998). Desde su mirada, el mismo procesode modernizacin que dio origen a la socie-dad industrial habilitara, en una fase hist-rica superadora, la posibilidad de autocon-frontacin con los efectos colaterales de susactos, o sea, con las consecuencias no de-seadas de la racionalizacin de Occidente. Ala reflexin moderna, inseparable de la fe enla ciencia, el progreso y el incremento elitistadel saber, el autor contrapone la idea dereflexividad, entendida como la democrati-zacin de la conciencia de los riesgos antelos peligros transnacionales que transformanla vida cotidiana. Un nuevo sujeto conscien-te de la naturaleza global y despersonalizadade las amenazas que lo rodean, estara encondiciones de enfrentar los desafos del pro-
ceso globalizador, politizando espacios aje-nos a las instituciones tradicionales.El punto ciego de los anlisis de Beck y
de los tericos de la reflexividad, comoGiddens y Lash, puede esclarecerse reto-mando la crtica que realiza Bourdieu (1991)al objetivismo en El sentido prctico cuan-do explicita la incapacidad de la razn teri-ca para objetivar su propia mirada, asumien-do en el objeto de estudio los principios de
su relacin con el objeto. De esta forma, elsocilogo adjudica a las instituciones y las
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prcticas individuales la naturaleza reflexi-
va propia de su posicin social en el campo
acadmico. La nocin de reflexividad supo-
ne que el mismo proceso de modernizacin
alcanza un momento de transparencia consi-
go mismo, una segunda ilustracin, en la que
puede ver las consecuencias de sus actos y,
en cierto sentido, disminuir el dao y antici-
par sus causas. Esta postura no slo
homologa la mirada del terico con la vida
social y las estructuras objetivas, sino quetambin desva el foco de los verdaderos cau-
santes del riesgo, de las condiciones en que
ste se produce, administra y gestiona
discrecionalmente en la sociedad. Se produ-
ce un efecto de despolitizacin8que niega la
existencia de responsables directos, a la vez
que desplaza a la economa poltica del cen-
tro de la escena en el momento en que esta
se convierte en una de las principales fuer-
zas disgregadoras de lo social. Las conse-
cuencias de la gestin del riesgo se expresan
en las formas de precarizacin, informalidad
y exclusin que emergen ante el retiro del
Estado. Pese a su apariencia catica e irre-
gular las secuelas del neo-liberalismo pre-
sentan patrones comunes que Bauman (2001)
logra sintetizar bajo el trmino de economa
poltica de la incertidumbre. Este concepto
remite a la capacidad de los capitales finan-cieros para erosionar la autoridad de las ins-
tituciones locales siempre que aparezcan
como una amenaza a la libre movilidad de
las fuerzas econmicas. La incertidumbre
tambin se convierte en una experiencia vi-
tal de las prcticas cotidianas donde la vio-
lencia social se hace cuerpo a travs de an-
gustias, depresiones y enfermedades. La tra-
duccin fenomenolgica de las grandes trans-
formaciones del mundo social en la vida n-
tima es la experiencia ineludible del sufri-
miento; el dominio por excelencia de la reli-
gin.
La opcin evanglica
En la Argentina al igual que en el resto de
Latinoamrica, la globalizacin parece ir de
la mano con un crecimiento histrico del
mundo evanglico encabezado por la vertien-
te neo-pentecostal. La historia de esta deno-minacin se remonta al perodo posterior a
la guerra civil norteamericana, a una poca
en la que los sectores populares se distan-
cian del formalismo de los cultos protestan-
tes para volcarse hacia una vivencia ms
emotiva de la religin. Los pioneros del
pentecostalismo, como Charles Fox Parham
y William Seymour, logran sintetizar la he-
rencia carismtica9del metodismo, el
pietismo y los movimientos de santidad. Su
cuerpo de doctrinas comparte la postura lu-
terana de la salvacin por la fe, la importan-
cia del bautismo y la autoridad de la Biblia,
pero refuerzan la figura del Espritu Santo y
su manifestacin a travs de dones o carismas
particulares. El don refiere a la presencia de
la gracia divina en el hombre por medio ha-
bilidades especiales que van desde la destre-
za para ciertas prcticas cotidianas a la ac-cin de sanar o hablar en lenguas glosolalia
Su perspectiva doctrinal complementa la re-
cuperacin de elementos mgicos10en la ex-
periencia con una poderosa tica intra-mun-
dana que se expresa, entre otras formas, en
la frrea voluntad evangelizadora y misio-
nera.
Amrica Latina fue el blanco de numero-
sas campaas evanglicas en las distintas re-
giones. Segn los estudios de Wynarczyk et
al (1995), el caso argentino reconoce cuatro
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grandes oleadas protestantes: 1) la primer lle-gada tiene que ver con las denominacioneshistricas -Metodistas, Anglicanos, Pres-
biterianos, etc.- vinculadas a la inmigracineuropea entre 1825 y 1850; 2) la segunda,entre 1881 y 1924, es un protestantismo decorte misional proveniente de iglesias norte-americanas como la Bautista, los HermanosLibres y El Ejrcito de Salvacin, entre otros;3) la tercer corriente, hacia 1910, es el
pentecostalismo todava dependiente de lassedes extranjeras y el trabajo con comunida-des tnicas; 4) la cuarta oleada puede fecharsea partir de 1954 con la campaa masiva quelleva a cabo Thomas Hicks, instalando la
prdica de la sanidad y las manifestacionesmilagrosas del poder divino. Entre la dcadadel sesenta y el setenta comienzan a gestarselos movimientos neo-pentecostales que mar-caron la renovacin del mundo evanglicocon el regreso de la democracia en 1983.Desde perfiles diferentes, pero con un mis-mo ncleo bsico de creencias, las iglesiasdel pastor Hctor Gimnez, el reverendoOmar Cabrera, el obispo Gabriel Vaccaro yel evangelista Carlos Annacondia, lograroncondensar el avivamiento11 o despertar delespritu en la Argentina. A estos nombresconocidos que conforman lo que podramos
denominar como el pentecos-talismo formalpor el reconocimiento de instituciones na-cionales y extranjeras, se suman un universode pequeos grupos de corte informal conun altsimo grado de creacin y dispersin, como supo anticiparlo dEpinay (1968) ensus trabajos sobre Chile.
El avance del neo-pentecostalismo es in-separable de un trabajo meticuloso, sistem-tico y constante con las formas que adopta la
desgracia inmerecida del sujeto. Nuevamen-te queda en evidencia la capacidad de las
ideas religiosas para construir fundamentospsicolgicos de la accin que median el vn-culo del hombre con la sociedad. Slo queesta vez la referencia espiritual no apunta ala tica del trabajo bajo las formas de la vo-cacin profesional elevadas a la condicinde destino. La concepcin calvinista purita-na, que supo analizar Max Weber (1987),corresponda a la fase de formacin de uncapitalismo moderno todava incipiente. Para
un perodo histrico signado por eldesmantelamiento de la sociedad salarial yla desinstitucionalizacin (Dubet yMartuccelli, 2000), las bases religiosas de laconducta requieren de principios que traba-
jen sobre las necesidades sociales encarna-das en la vida prctica. De este modo, la no-cin de plan divino es el fundamento mo-tivacional desde donde el neo-pentecos-talismo aborda el trabajo con el sufrimientoa partir de una dialctica compuesta de tresetapas:
La primera, consiste en la resignificacindel fracaso individual a la luz de una teodiceaque encadena los acontecimientos dispersosen una relacin de necesidad con respecto alfin ltimo del reencuentro con dios.El plan
para tu vida contempla este pasaje por ex-per iencias difciles para restituir la
centralidad de la dimensin espiritual en elorden de prioridades de la experiencia nti-ma del sujeto. Por eso, el sentido religiosode la desgracia niega el absurdo yresponsabiliza al hombre de su situacin,relegando la fuerza y la determinacin de loscondicionamientos externos del mundo so-cial. La segunda etapa apunta a revalorizarlas experiencias desafortunadas del creyenteen trminos de aprendizaje y capacitacin.
Las iglesias capitalizan las disposiciones,saberes y habilidades previas de sus miem-
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10NOTAS PARA EL ESTUDIO DE LAS COMUNIDADES PENTECOSTALES
bros a travs de espacios de trabajo que con-
tribuyen a la organizacin y desarrollo de la
comunidad. El traspaso de la justificacin a
la revalorizacin de las vivencias dolorosas
culmina con el llamado a evangelizar el
mundo. En esta tercera etapa, el fracaso aban-
dona su dimensin subjetiva, personal, y se
exterioriza en las formas de vida profana y
sus repercusiones; ahora el sufrimiento que-
da homologado con aquello que est afuera,
en la sociedad, en contraposicin con el es-pacio seguro que garantiza la red de circui-
tos del templo. El plan de dios que ofrece el
discurso evanglico parte de los diferentes
modos en que la violencia social se encarna
en la experiencia en la bsqueda por resti-
tuir el sentido de la prctica.
La vida religiosa que ofrece el pentecos-
talismo refuerza la dimensin adaptativa del
sistema de creencias a las condiciones y ries-
gos sociales que extiende la doctrina neo-
liberal. El horizonte de su accin es el pro-
greso del creyente tanto en el nivel espiritual
como en la sanidad del cuerpo y la prosperi-
dad econmica. En este caso la religin ofre-
ce el soporte simblico a las prcticas orien-
tadas a reconquistar el mundoaceptando sus
reglas de juego. Por eso, el modo de ser cris-
tiano que reproduce la idea de plan divino
puede definirse con el nombre de adecuacinactiva. Con este concepto buscamos resaltar
una dimensin clave de los grupos
pentecostales relacionada con la capacidad
de restituir la correspondencia entre los es-
quemas de expectativas, percepcin y dis-
posicin de los sujetos con las condiciones
sociales objetivas que ofrece un entorno ad-
verso. Si bien este principio forma parte de
la gran mayora de las religiones, en el
pentecostalismo logra un grado de eficacia
sin precedentes. Al mismo tiempo, la ade-
cuacin debe ser analizada a partir del ca-
rcter profundamente activo que implica la
restauracin del vnculo individuo-sociedad
No se trata solamente de una transformacin
subjetiva de los modos del ver, del pensar y
del actuar, sino tambin un intento por pro-
yectar este cambio hacia afuera. La voluntad
dinamizadora del cristianoes su compromi-
so con la modificacin del entorno a partir
de una cierta correspondencia bsica.
Finalmente, podemos sistematizar los pun-tos de contacto que existen entre la imagen
religiosa que construye la mirada pentecostal
y el neo-liberalismo, a partir de cinco rasgos
comunes. El primero remite al plano de la
cosmovisin donde ambas configuraciones
socioculturales comparten la preferencia por
el individuo, ya sea a travs de la relacin
personalizada12 con dios o en la bsqueda
del inters individual. Pese a que el momen-
to comunitario constituye una dimensin cla-
ve de la vida evanglica, el vnculo ntimo
del hombre con lo sagrado conserva el lugar
preferencial. Un segundo rasgo refiere al
desarrollo de discursos legitimadores de las
relaciones sociales existentes y la distribu-
cin desigual de la riqueza. El punto de con-
fluencia de los diagnsticos neo-liberales y
la teodicea pentecostal del sufrimiento es la
justificacin, econmica en un caso y espiri-tual en otro, de la existencia de sectores so-
cialmente favorecidos. Tambin ambas pers-
pectivas comparten la idea de progreso indi-
vidual a partir del trabajo y la adecuacin a
las exigencias cambiantes del mercado.
La correspondencia entre el carcter
mundializado del capital financiero y la vo-
luntad universalista del cristianismo, repre-
senta el tercer elemento que marca la impron-
ta global en trminos de estrategias, forma
de organizacin y representaciones sociales
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El sentido de pertenencia religiosa conjugala identidad nacional del templo con la par-ticipacin en redes de asociaciones de alcan-ce mundial, que operan localmente a travsde la ayuda econmica, la transmisin deconocimientos y el desarrollo de misionesevangelizadoras. Existe un cuarto aspecto decarcter simblico que tiene que ver con la
presencia explcita de la racionalidad eco-nmica en el discurso pentecostal, por un
lado, y la incorporacin de la racionalidadpropiamente religiosa y mistificadora en laspremisas del neo-liberalismo, por otro. Lateologa de la prosperidad, entendida comola orientacin de la prdica hacia el bienes-tar material del creyente mediado por laofrenda en el templo, expresa la necesidadde responder espiritualmente a las cuestio-nes de la vida cotidiana desde una apuestareligiosa inseparable de la lgica del sacrifi-cio y la reciprocidad. En direccin inversa,la doctrina liberal descansa en principios pro-fundamente dogmticos, como los mitos eco-nmicos de la autorregulacin del mercado,la accin de la mano invisible o las ventajasde un Estado reducido, logrando un alto gra-do de circulacin y eficacia en la sociedadgracias a su carcter reificado (Stiglitz, 2003).
Si bien estos cuatro aspectos dan cuenta
de un juego de correlaciones entre las ideasreligiosas y econmicas, el eje dominante quearticula la analoga estructural entre ambasconfiguraciones, reside en el trabajo con lasformas del sufrimiento social. La estela quedeja el avance de la segunda Modernidad enlos pases perifricos consiste en el arte deadministrar el dao materializado en las for-mas de la marginalidad urbana, la pobreza,el desempleo y la estratificacin. La respuesta
a la economa poltica de la incertidumbreen el plano subjetivo de la vida ntima y las
ficar la experiencia en relacin a un plan dedios que dota de sentido al fracaso indivi-dual a la vez que ofrece nuevas estrategiasde supervivencia. El pentecostalismo logradesarrollar un fundamento motivacional dela accin, una estructura de conciencia entrminos de Habermas (1992), sumamenteeficaz en la tarea de restituir el vnculo entreindividuo-sociedad mediado por la iglesia.Ahora bien, si tenemos en cuenta que el cam-
po religioso es inseparable de una ortodoxiacatlica que se remonta a los mismos orge-nes de la Argentina como nacin, y que entodo caso el pentecostalismo corresponde ala ltima oleada de una tradicin evanglicaque lo antecede, entonces: Cul es la carac-terstica que le permite a esta denominacinconvertirse en el grupo de mayor crecimien-to en todo el mundo? Qu elementos le per-miten imponerse en la eterna competenciareligiosa por otorgar sentido a la desgraciainmerecida del sujeto? Las consecuencias dela economa de libre mercado no explican
por s mismas el auge pentecostal dado que,en ltima instancia, las condiciones socialesque reproducen generan un efecto igualador
para todas las religiones. La eficacia simb-lica del discurso evanglico obedece tanto alas condiciones objetivas de la crisis, como
a la habilidad para construir espacios colec-tivos de interaccin, pertenencia y sociabili-dad.
Comunidades pentecostales
Modelos de organizacin: el sistema celu-
lar
La vida de los templos evanglicos depen-de del difcil arte de conducir a los grupos
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10NOTAS PARA EL ESTUDIO DE LAS COMUNIDADES PENTECOSTALES
le dan sentido a la autoridad del pastor. Es
importante resaltar que el ejercicio del pas-
toreo constituye una de las tecnologas de
poder ms antiguas que surge en las socie-
dades orientales de Egipto, Asiria y Judea
para ser retomada posteriormente por el pue-
blo hebreo hasta convertirse en uno de los
pilares del cristianismo durante la Edad Me-
dia. Michel Foucault (1990) logra captar la
naturaleza de este poder vinculada al segui-
miento personalizado de cada uno de los fie-les que encuentran en el lder no slo la pro-
mesa de salvacin, sino tambin el cuidado
y la gua como correlato de la obediencia y
la fidelidad de sus miembros. Se trata de un
modelo de autoridad que sufre diferentes
transformaciones a lo largo del tiempo que
van desde la institucionalizacin eclesisti-
ca bajo la formas del despotismo catlico has-
ta el desarrollo de un discurso hebraico-b-
blico (Foucault, 1996: 64) que cuestiona la
legitimidad de las instituciones medievales.
El carcter cambiante del poder pastoral nos
advierte sobre la necesidad de comprenderlo
en relacin con un contexto determinado en
el que se definen las tcticas y las estrategias
locales para la conduccin de grupos.
En el pentecostalismo de masas, la admi-
nistracin de las experiencias colectivas res-
ponde al juego de relaciones que se estable-ce entre los cinco ministerios fundamentales
de la iglesia: el apostlico, el proftico, el
evanglico, el pastoral y el educacional. Cada
uno de ellos corresponde con una dimensin
clave en la vida religiosa de la congregacin.
El apostolado representa la tarea ejecutiva
de llevar adelante la direccin del templo en
sus aspectos doctrinales y organizativos, es
la cabeza de la institucin. El ministerio pro-
ftico define el horizonte espiritual de la vida
cristiana a travs de profecas, seales y pro-
bajo evanglico asume la tarea de proselitis-
mo en la que se difunde el mensaje de salva-
cin en el mundo profano, se construye el
cuerpo de la iglesia. La accin pastoral re-
fiere al seguimiento personalizado de los
miembros a travs de grupos reducidos a car-
go de lderes espirituales que cuidan de cada
uno de los creyentes y responden a la jerar-
qua eclesistica; aqu es crucial el sistema
de organizacin de clulas. Por ltimo, el
ministerio de enseanza apunta a la laboreducacional del templo por medio de escue-
las, institutos bblicos y seminarios religio-
sos que refuerzan la obra de transmisin de
valores y modelos de vida cristianos. Sobre
estas reas se configuran mltiples espacios
de participacin colectiva en los que se defi-
nen los modos de estar juntos que diferen-
cian al universo evanglico.
Ahora bien, no todos los pastores traba-
jan en la misma direccin ni apuntan a un
desarrollo equilibrado de los ministerios. En
realidad cada denominacin se focaliza en
el mbito que le brinda mayores resultados
segn el momento en que se encuentre den-
tro de los lmites que fija el pasaje entre el
movimiento religioso, con escasa estructura
y alta participacin, a la Iglesia como el sis-
tema ms estable de organizacin y conti-
nuidad. Si bien el pentecostalismo abre eljuego a la aparicin de especialistas dedica-
dos exclusivamente al trabajo evanglico
como es el caso de Carlos Annacondia o
Dante Gebel, las tareas pastorales conservan
un lugar central en la reproduccin de las
tecnologas de poder cristianas. Aqu la ad-
ministracin de la experiencia colectiva es
inseparable del dispositivo de crecimiento y
contencin celular. Se trata de un sistema
organizativo que permite ordenar a las mul-
titudes dispersas que asisten al templo en una
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forma conjunta. Todo miembro estable per-tenece a una clula que oscila entre cuatro yocho personas a cargo de un lder seguido
por un Timoteo que lo acompaa, como unaprendiz a su maestro, en cada una de lasactividades. Entre ambos llevan adelante lavida de la clula a travs de reuniones, en-trevistas individuales y encuentros de ora-cin. Para llegar a ser lder es preciso atrave-sar una instancia de formacin13que ofrece
la iglesia y conseguir un grupo de creyentesa quienes pastorear. Su desempeo es eva-luado constantemente por supervisores quefuncionan tambin como guas y consejerosde los lderes.
El dispositivo celular opera sobre diferen-tes dimensiones que hacen a la reproduccinampliada y el mantenimiento de espacios desociabilidad: 1) en trminos temporales, lavida del grupo funciona sobre la base de lacontinuidad y la permanencia en donde elcompaero pasa a ser el testigo regular delos acontecimientos cotidianos que configu-ran las biografas personales. La duracin yla rutina constituyen puntos de anclaje fun-damentales que le otorgan identidad a la c-lula sobre el contraste de los mbitos efme-ros, transitorios y cambiantes que ofrece lasociedad; 2) en trminos espaciales, la apro-
piacin de territorios compartidos permiteubicar las experiencias dentro de los circui-tos geogrficos del templo. Las reuniones sellevan a cabo en los dominios materiales ysimblicos que delimitan las redes cristianasen el barrio a travs de la iglesia, la escuela,la fundacin, los bares e incluso el espacio
pblico; 3) la interaccin y el lazo social seconstruye sobre el mutuo conocimientofocalizado en el trabajo colectivo de las vi-
vencias dolorosas. La desgracia como mo-neda de cambio o carta de presentacin da
cuenta de la presencia de la divinidad en lapersona al trasmutar el fracaso en diferentesformas de aprendizaje que utiliza el templo14;4) finalmente, la clula contribuye a la adap-tacin del Evangelio a la vida ntima del su-
jeto. A partir de la gua espiritual de los lde-res el creyente logra incorporar la clave her-menutica que ofrece el pentecostalismo parainterpretar el curso de los acontecimientos ala luz de la Palabra. Estos cuatro elementos
configuran el ncleo bsico, el soporte delpoder pastoral que crece a fuerza de repro-ducir espacios diferenciados de identificacinque colocan a los fieles en distintos crculosde sociabilidad.
El circulo primario y fundamental deinteraccin es la clula, como el rea de msfcil acceso para los recin llegados. La se-gunda lnea de pertenencia dentro de las je-rarquas del templo corresponde al grupo delos lderes con sus respectivos Timoteos. Si
bien la apertura es relativamente amplia, lacondicin de liderazgo marca un primer fil-tro entre el creyente que restringe su partici-
pacin a los ritos ordinarios y aqul que acep-ta la responsabilidad de un cargo que deman-da instruccin, entrenamiento y controlesregulares. Este espacio tambin habilita unacuota de poder sobre el grupo dirigido y la
posibilidad de formar parte de la estructuratodava precaria de la iglesia. La tercera l-nea marca un punto de inflexin en trminosde accesibilidad porque los supervisores per-tenecen a la estructura estable de la institu-cin con capacidad de decidir sobre los l-deres e interceder ante los grupos directivos.Las dos ltimas lneas definen el crculo demayor autoridad compuesto por cinco co-
pastores, encargados cada uno de un minis-
terio diferente, y los dos pastores principa-les como las mximas figuras del templo. El
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dispositivo celular ofrece un modelo de or-
ganizacin fundado en el desarrollo de gru-
pos reducidos con un alto nivel de integra-
cin y permanencia en el tiempo. Esta red de
redes coloca a la experiencia colectiva en el
centro de la vida religiosa transformando a
la comunidad indiferenciada en pequeos
rebaos y haciendo de cada oveja un pastor
de hombres.
La apuesta religiosa
A nivel de la prctica la estructura
organizativa del templo se traduce en mlti-
ples crculos de sociabilidad que abarcan casi
todos los mbitos de la experiencia cotidia-
na. El modo cristiano de ser en el mundo in-
cluye a la familia, el trabajo, los amigos, el
sexo, la educacin, la pareja o el mero entre-
tenimiento, reservando un espacio para cada
rea dentro de la misma dinmica de los gru-
pos. La regulacin activa de las diferentes
esferas de sentido de los sujetos produce un
efecto totalizador15en el que la iglesia, a tra-
vs de sus representantes y sus smbolos, se
convierte en la mediacin insalvable entre el
creyente y su entorno. El resultado consiste
en un proceso secundario16de socializacin
o socializacin de segundo orden. A partirde este concepto buscamos reconocer el con-
junto de dispositivos, prcticas, saberes y dis-
cursos que pone en circulacin el pentecosta-
lismo en el intento por adecuar los esquemas
de percepcin y disposicin de los fieles a
los modelos religiosos. Ser cristiano es, por
sobre todas las cosas, una cierta forma de
mirar, percibir y conducirse con los otros, es
decir, un modo de sensibilidad especfico.
El salto al universo simblico de los gru-
pos evanglicos suele contemplar, en la ma-
yora de los casos, la combinacin de dos
elementos fundamentales. Por un lado, la
condicin sufriente del sujeto previa a la con-
versin. Los testimonios de los entrevista-
dos remiten generalmente a un estado de cri-
sis y abandono en donde las formas prima-
rias de socializacin como la familia, la es-
cuela y el trabajo aparecen colapsadas, de-
jando secuelas que se hacen cuerpo a travs
de depresiones, enfermedades o ataques de
violencia. Por otro lado, la resignificacin delsufrimiento llega de la mano de la recupera-
cin de uno de los discursos ms antiguo que
conoce la tradicin judeo-cristiana, el discur-
so de la espiritualidad. Como identifica
Michel Foucault (2002), la experiencia es-
piritual remite a un modelo de conocimiento
que concibe el acceso a la verdad17a travs
de la transformacin del sujeto en algo dis-
tinto de s mismo, es decir, el acto de cono-
cer es portador de un contenido que slo se
revela a quien pone en juego su existencia
De este modo, la verdad es indisociable de
una conversin que transfigura al hombre en
algo diferente de lo que era antes, la divini-
dad revelada conmueve los fundamentos del
ser para llevarlo ms all de s. Este discurso
arcaico que supo enfrentarse a la teologa e
inspirar los principales sistemas filosficos
de la modernidad, es retomado por elpentecostalismo en la bsqueda por homo-
logar la conversin con el cambio radical de
la persona. La socializacin de segundo gra-
do tiene como punto de partida la ruptura
con los esquemas ordinarios -mundanos- de
percepcin para aprender la mirada espiri-
tual del cristiano. El soporte material del pro-
ceso de aprendizaje son los distintos crcu-
los de sociabilidad que indicamos anterior-
mente. Entre ellos se tejen prcticas de soli-
daridad, cuidado y afecto que permiten con-
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traponer a la crisis de la sociedad la formulamaestra del lazo comunitario devenido en elcuerpo fundamental del pueblo de dios.Como reconoce uno de los lderes del tem-
plo:El cuerpo para un cristiano es la totali-
dad de los miembros de una congregacin,
de una comunidad; la totalidad es el cuer-
po. Todos aunque sean. ..ehh aunque
tengan...aunque sean distintas personas jun-
tas forman un solo cuerpo, un solo cuerpo yvan todos hacia una misma meta. Eso es un
cuerpo. En la Biblia Jess habla de esto del,
del... del cuerpo no?, es decir... dice que
aunque los miembros tengan distintas fun-
ciones todos juntos en armona funcionan y
van hacia la misma meta, hacia un mismo
propsito () buscar a dios y estar en co-
munin con dios, vivir para dios, servir a
dios; eso hace el cuerpo y justamente es cuer-
po por que cada miembro ayuda al otro a
que esto pueda ehhh ejercerse con mayor
precisin ehhh con mayor eficacia.() Esta
fe hace que seamos un cuerpo. La fe nos une
por que...qu es un cuerpo? Tenemos la mis-
ma esperanza, la misma fe, la misma pasin,
el mismo dios, la misma creencia, las mis-
mas metas, el mismo espritu, por que es un
espritu para todos, es el mismo espritu y la
misma fe, que nos hace ser uno.La metfora del cuerpo reconcilia en el
plano simblico los principios de diferencia-cin funcional que extiende el sistema declulas con la idea de una totalidad integra-da en la que todos son uno y cada uno repre-senta al todo. La comunidad imaginada delas denominaciones evanglicas se presentaa s misma siguiendo el esquema binario delcristianismo en donde el valor de la identi-
dad depende de la exclusin del mundo pro-fano. Ahora bien, es preciso distanciarse de
las categoras nativas para comprender el sen-tido de la prctica en situacin. Aunque losgrupos cristianos llevan adelante un trabajoefectivo que refuerza los vnculos de mutuocompromiso y entendimiento, su tarea no seagota all. Los beneficios de pertenecer seajustan a los criterios del inters individualy la apuesta. El pentecostalismo habilita atravs de las clulas un rgimen de promo-cin que le otorga al creyente la chance de
crecer en la estructura del templo y pasar deser un simple devoto a un Timoteo, en pri-mera instancia, despus a un lder con pers-
pectivas de alcanzar el puesto de supervisoro entrar en los crculos directivos. Cada unade estas instancias va acompaada de la ca-
pacitacin de la persona y el control de unacierta cuota de poder entendido como elmonopolio de bienes religiosos que envistenal sujeto de autoridad sobre los hombres.Entre los recursos de los lderes cuentan losvales de donaciones con comida y ropa quese distribuyen al interior de la congregacin,la posibilidad de formar a miembros del gru-
po con aptitudes de liderazgo y la funcin deintercesores entre los fieles y los distintosniveles en las jerarquas del templo. El rolde gua espiritual va acompaado del reco-nocimiento de la institucin y de sus pares
que interpelan al creyente travs de un lla-mado religioso a completar su verdadero des-tino, a convertirse en aquello para lo que fue-ron creados. La posicin del sujeto dentrodel universo simblico que emerge de esteconjunto de prcticas y discursos es insepa-rable de la autoridad que otorga la funcin.El pastoreo es una moneda valiosa no por elenriquecimiento individual, que ms que undato es un prejuicio del sentido comn y a
veces tambin de las ciencias sociales, sinopor la chance de restituir el imaginario de
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una carrera con su profesionalizacin y es-
pecialidad, en la que la persona es reconoci-
da en su cargo por sus colegas y por aquellos
a quienes conduce. Los peligros del disposi-
tivo celular hacia el interior de la iglesia son
los defasajes en el crecimiento a partir de una
multiplicacin de lderes con pocas oportu-
nidades de llegar a ser supervisores o ascen-
der en la estructura jerrquica. Esta contra-
diccin produjo verdaderos xodos hacia
congregaciones ms pequeas con mayoresposibilidades de ascenso. La prctica religio-
sa es el arte de combinar los sentimientos
colectivos de pertenencia a un todo que tras-
ciende al individuo con la lgica de la apuesta
pascaliana en donde el creyente acta como
el jugador ante una partida calculando los
riesgos y los beneficios de cada movimien-
to. El camino de la fe tiene tanto de espiri-
tualidad como de hbitos, costumbres y usos
cotidianos, la vivencia genuina de lo sagra-
do obedece tambin a las reglas de la repeti-
cin, de la mmica, como plantea Pascal se-
guid el modo por donde ellos comenzaron,
haciendo como si creyesen, tomando agua
bendita, haciendo decir misas (1984: 157).
Lejos de los modelos formales de la anti-
nomia comunidad-sociedad, los espacios de
pastoreo producen una sntesis original de
ambas abstracciones tericas. La clula fun-ciona tanto como un mbito de contencin y
afecto como de inters y ganancia. Por eso,
las estructuras de relaciones entre los elemen-
tos que reproduce el grupo son variables prin-
cipalmente en funcin del tiempo. Frente al
corte sincrnico tienden a prevalecer los ele-
mentos de unin, reconocimiento y respaldo
entre los miembros especialmente con aque-
llos que son nuevos. En cambio ante una
mirada diacrnica de la evolucin de la c-
lula quedan en evidencia los proyectos per-
sonales, las acciones interesadas y las com-
petencias que funcionan de forma subterr-
nea orientando las acciones, las alianzas y
las estrategias internas. Esta combinacin no
devela una debilidad o una flaqueza de la
vida religiosa. Por el contrario, la expansin
de pentecostalismo de masas es impensable
por fuera de la habilidad para asimilar los
modelos de conducta del entorno dentro de
sus propios esquemas de sentido. De ah na-
cen las estrategias adaptativas que le permi-ten responder a las necesidades concretas con
la capacidad cristiana de adecuacin y su-
pervivencia. Es en este punto de articulacin
siempre cambiante e indefinido, entre los
espacios de interaccin y las estructuras so-
ciales donde resurge la pregunta por la fuer-
za de la vnculo, el grado de afinidad electi-
va, que define el encuentro del neo-libera-
lismo con el universo pentecostal. Este inte-
rrogante es el objeto de nuestras reflexiones
finales.
El juego de afinidades
Para responder a la pregunta por el juego
de relaciones y su respectiva intensidad, que
surgen entre el pentecostalismo, como la de-
nominacin evanglica de mayor crecimien-to en todo el mundo, y la doctrina neo-libe-
ral, con su vuelco sobre los espacios colecti-
vos de participacin, es necesario retomar el
concepto de afinidad electiva. La perspecti-
va weberiana ofrece un modelo de anlisis
que hace blanco en la gnesis histrica, las
relaciones de dominacin y las necesidades
econmicas de las formaciones sociales, a la
vez que plantea la antigua relacin entre las
estructuras y las imgenes del mundo bajo
una mirada no determinista que recupera el
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principio de causalidad inversa en el abor-daje de los condicionamientos recprocos dela realidad social.
Esta postura ha sido descuidada en los es-tudios de sociologa de la religin, al com-
prender a la expansin evanglica a travsde diferentes formas de reduccionismos,economicistas, conspirativos y poltolgicos.Otra forma de reduccionismo que presentanautores tan interesantes como Bastian (1994),
Martin (1990), Stoll (1990) e inclusodEpinay (1968), es la tendencia a compren-der el fenmeno protestante bajo el paradig-ma etnocntrico de la modernizacin que res-tringe los planteos y los anlisis a la contri-
bucin o no de las ideas religiosas al modelode desarrollo de los pases dominantes. Porotro lado, la nocin de afinidad electiva nos
permite trascender los lmites epistemol-gicos de la matriz teolgica de pensamientoque analizamos en la primera parte del art-culo operando una triple ruptura: con las l-gicas de las antinomias, que piensa la reali-dad en trminos de opuestos irreconciliablerenunciando al abordaje del mundo socialcomo un todo, con la perspectivaevolucionista, que concibe el traspaso de lacomunidad a la sociedad en trminos de unateleologa de la historia, y con los modelos
abstractos de conducta, que analizan las prc-ticas sociales por fuera de sus contextos es-pecficos de actualizacin. Se trata de unaclave de anlisis que apunta a comprenderla estructura de las cosmovisiones evangli-cas desde su autonoma y eficacia propia,
buscando los puntos de contacto con la for-ma de conducta y las estrategias de poderque despliega el discurso neo-liberal. Lostrabajos de Michael Lowy (1997) en torno
al mesianismo judo y la utopa libertariaconstituyen un avance importante al intentar
distinguir los niveles18de afinidad electiva,empezando por la correspondencia simple,la homologa estructural entre dos configu-raciones socioculturales, hasta lograr nive-les de intensidad que terminan en la fusinde los elementos y la creacin de figurasnuevas.
Segn nuestras indagaciones la relacinentre los pentecostales y el neo-liberalismo
planteaun tipo de afinidad de tercer grado,
es decir, un modo de articulacin que des-cansa en la alianza estratgica de ambas par-tes a travs de la concordancia implcita, co-yuntural y cambiante de intereses. La inten-sidad de la relacin reconoce dos dimensio-nes complementarias. Por un lado y en unnivel de carcter ms superficial, los puntosde encuentro surgen en torno a la preferen-cia por el individuo, la construccin de rela-tos legitimadores de las relaciones sociales,las estrategias globales de funcionamiento yel intercambio entre racionalidad econmi-ca y religiosa expresados en la forma de lateologa de la prosperidad y los mitos delmercado autorregulado. Por otro lado, es
posible identificar en un nivel ms profundode correspondencia, la accin del movimiento
pentecostal sobre las secuelas del capitalis-mo relacionadas a la erosin del capital so-
cial y su traduccin en las formas del des-empleo, pero tambin en las figuras subjeti-vas de la incertidumbre y la perplejidadcomo indica Lewkowicz (2004: 168). Aqu,el sistema de creencias y prcticas religiosascontribuye al desarrollo de estrategias deadaptacin que convierten al pentecostalismoen la primera denominacin popular del uni-verso protestante; esto implica una rupturacon los grupos histricos abocados a la trans-
formacin de Amrica Latina de acuerdo alos patrones europeos de modernizacin.
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11NOTAS PARA EL ESTUDIO DE LAS COMUNIDADES PENTECOSTALES
Los modelos evanglicos de comunidad,
contencin y participacin institucional se
fortalecen ante el retiro parcial del Estado a
un rol que combina el trabajo de polica con
el asistencialismo. Si la gestin del riesgo im-
plica el abandono de amplios sectores de la
poblacin a los vaivenes del mercado y la
incertidumbre de los ciclos econmicos, el
trabajo pentecostal ofrece una alternativa de
pertenencia fundada en la seguridad de las
certezas religiosas, en el Plan para tu vidacapaz de trasmutar la desgracia en capacita-
cin, el desconcierto en destino. El soporte
de la afinidad electiva de este vinculo tiene
que ver con el desarrollo de fundamentos
motivacionales de la prctica, o sea, un con-
junto de creencias, conductas y disposicio-
nes que orientan la accin del hombre bajo
una matriz religiosa que recompone la rela-
cin desagarrada del individuo con la socie-
dad. Se establece, de forma implcita y mo-
mentnea, una articulacin estratgica entre
los efectos colaterales del neo-liberalismo y
la necesidad religiosa de responder al estado
sufriente del sujeto, al malestar que antece-
de a la conversin. Este intercambio se
retroalimenta hasta alcanzar niveles de aso-
ciacin prcticamente orgnicos entre ambas
configuraciones socioculturales. El secreto
de su correlacin radica en los crculos desociabilidad que reproduce el pastoreo a tra-
vs de los dispositivos celulares de integra-
cin.
El modo de estar juntos que despliega el
pentecostalismo encuentra puntos de adecua-
cin plena con las estrategias neo-liberales
que identifica Niklas Rose relacionadas al
autogobierno de las comunidades, el trabajo
de empoderamiento19de los individuos y
la reestructuracin de una economa de po-
der que delega en los sujetos la responsabili-
dad de reproducir sus condiciones de exis-
tencia. La vida cristiana no slo se ajusta f-
cilmente a la situacin social de abandono
de las instituciones y el avance del mercado
sino que tiende a profundizar el descentra-
miento de la relacin individuo-sociedad para
instituir a la iglesia como la mediacin in-
salvable entre el hombre y el mundo. La c-
lula es el espacio seguro de encuentro, la
unidad bsica de socializacin -de segundo
orden- que le ofrece al individuo el acceso aun nuevo universo simblico y material. Los
elementos de solidaridad, identificacin y
cuidado conviven con las formas del inters
y el egosmo en donde el sujeto logra reco-
nocerse tanto en el afecto de los dems como
en la lgica del intercambio. El carcter or-
gnico de la afinidad entre los pentecostales
y el neo-liberalismo remite justamente a la
eficacia del dispositivo celular en la cons-
truccin de micro grupos integrados en la
totalidad templo. El cristiano se define por
la participacin activa en la construccin de
los mismos mbitos que moldean su conducta
contribuyendo al gobierno de s y al fortale-
cimiento de la iglesia.
Ahora bien, ms all de los puntos de ade-
cuacin entre ambas formaciones sociocul-
turales es preciso reconocer una diferencia
sustancial que surge de los anlisis. Si la es-trategia de poder de la doctrina neo-liberal
se apoya en el desarrollo a gran escala de
pequeas comunidades transitorias con un
alto grado de dispersin y dependencia de
los recursos pblicos, los grupos evangli-
cos encuentran su razn de ser en la perma-
nencia, la estabilidad y la coordinacin de la
experiencia colectiva dentro de los lmites
autnomos de cada templo. La naturaleza de
los vnculos que fomenta el pastoreo consti-
tuye una fuerza social en crecimiento cuyo
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signo no est fijado previamente, es decir, elpentecostalismo puede ser el mejor aliado dela racionalidad econmica en una coyunturadeterminada y en otra puede dar expresin ala crtica de la miseria real y la necesidad detransformar el mundo de los hombres. El
potencial emancipador de las comunidadesreligiosas en el marco de la crisis social serobjeto de futuras investigaciones.
Notas
1. En un trabajo previo (Algranti y Re:2005) pudimos delimitar el espacio decompetencia entre diferentes formas decomunidades de consumo, territorial,religiosa y cultural- indagando en los
proceso de configuracin identitarios delos sujetos. Los espacios elegidos de so-ciabilidad constituyen verdaderosanclajes de identificacin y pertenen-cia de los actores tanto en la construc-cin de un relato sobre s mismos comoen la comprensin de la sociedad.
2. En La esencia del cristianismoFeuerbach (2006) realiza un ataquecontundente al desdoblamiento religio-
so de la realidad en un mundo imagi-nario, identificando en la conciencia dedios la conciencia que el hombre tienede s mismo. La religin ya no sera laantesala del Saber Absoluto como creaHegel, sino la autoproyeccin del su-
jeto que se enajena y se arrodilla antesu propia esencia. Se opone a la inver-sin fantstica de la realidad, lareafirmacin de la naturaleza como
punto de partida de la existencia y delpensamiento. Posteriormente, Marx
(1985), en las once tesis de La ideolo-ga Alemana contina la crtica al idea-lismo absoluto extendindose hacia la
problemtica antropolgica deFeuerbach con su idea abstracta delhombre, la incomprensin de las con-tradicciones terrenales como origen dela alienacin religiosa y la ausencia dela actividad prctica para captar la rea-lidad. La nocin de praxis buscar ter-
minar con la parlisis contemplativapara lanzar al sujeto histrico a la re-conquista del mundo. En este punto essumamente interesante el planteo deEnrique Dussel (1993) al trascender lacrtica a la matriz religiosa del pensa-miento reconociendo en los mismosanlisis de Marx los fundamentos im-
plcitos de una nueva teologa inspira-da en el modelo pietista de accin.
3. En El Asalto a la Razn, Lukcs(1968) concibe el antagonismo concep-tual de Tonnies como una forma deirracionalismo de carcter subjetivista.La teora de la voluntad expresa justa-mente el pasaje de las formaciones his-tricas concretas a entidades su-
prahistricas que volatilizan las condi-
ciones sociales de emergencia y pro-duccin.
4. As como Hegel construye un relato dela historia a partir de la pregunta reli-giosa por el significado ltimo del su-frimiento -A quin, a qu fin ltimoha sido ofrecido este enorme sacrifi-
cio?-,Tonnies tambin reproduce unmodelo de comprensin histrica
evolucionista fundado en la concepcincristiana de la prdida y la recupera-
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11NOTAS PARA EL ESTUDIO DE LAS COMUNIDADES PENTECOSTALES
cin de un estado ideal de equilibrio
entre los hombres.
5. Esta nocin refiere a un sistema de co-
nocimiento que se orienta a los aspec-
tos del fenmeno que son captables in-
telectualmente producibles por el en-
tendimiento, mientras abandona el es-
tudio de las condiciones objetivas en
las que nace el discurso cientfico. El
racionalismo moderno se jacta de ha-ber descubierto el principio de la co-
nexin de todos los fenmenos con que
se enfrenta la vida del hombre en la
naturaleza y la sociedad (Lukcs,
1975: 43). Los sistemas filosficos de
Kant y Hegel representan los mayores
intentos de formalizar este modelo
epistemolgico.
6. El concepto de sociodicea remite al
proceso de construccin de discursos
legitimadores de las relaciones socia-
les, borrando su historia y sus luchas
para afirmar el presente de la domina-
cin devenido en el orden natural de
las cosas. Aqu es importante compren-
der la dominacin no exclusivamente
en los trminos marxistas de la concien-
cia sino tambin en el sentido fenome-nolgico del cuerpo, las costumbres, los
hbitos y las conductas. La sociologa
est siempre en peligro de contribuir ac-
tivamente al desarrollo de discursos ofi-
ciales que naturalizan las relaciones de
fuerza existentes.
7. Ver Slater, David (1996).
8. En El espinoso sujeto, Zizeck (2001)
utiliza el trmino despolitizacin para
dar cuenta de los efectos de la teora de
la sociedad del riesgo en el anlisis de
la realidad social. El hecho de negar la
existencia de responsables directos de
las amenazas globales sumado a la
aceptacin comn del capital y las re-
laciones de mercado como el marco
neutral, incuestionado, de la vida en so-
ciedad, lleva a un desplazamiento de la
poltica de su verdadero eje: la econo-
ma capitalista como principio genera-dos de riesgos desigualmente distribui-
dos.
9. Desde sus mismos orgenes el movi-
miento protestante realiza un vuelco
sobre los elementos emotivos de la ex-
periencia religiosa como reaccin con-
tra la postura escolstica que defiende
la ortodoxia calvinista despus de la
Reforma. El pietismo de Baxter
Spener, Francke y Zinzendorf recupe-
ra los aspectos sensibles y sentimenta-
les de las vivencias msticas frente a la
asctica racional del calvinismo. Esta
renovacin tambin se extiende a In-
glaterra a travs del Metodismo de
Wesley que refuerza la doctrina de la
santificacin y la gracia del espritu san-
to dentro de la iglesia anglicana. Losavivamientos religiosos adoptan en Es-
tados Unidos de mediados del siglo
XIX el modelo de movimientos de san-
tidad, constituyendo el trasfondo his-
trico de la emergencia del pente-
costalismo, como una nueva renovacin
del mundo protestante en su versin
ms emotiva vinculada a los dones sa-
grados.
10. Lejos de todo elemento peyorativo y
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116 JOAQUN M. ALGRANTI
etnocentrista nuestra referencia a la no-cin de magia no es para contrastar conla idea de una religin autntica, sino
para subrayar la dimensin ms tcni-ca, instrumental y utilitarista de la ma-nipulacin de las entidades sagradasque ponen en juego todas las religio-nes. La tendencia a la descalificacinde la magia que surgen en un principioen los primeros estudios etnolgicos de
Frazer, pero tambin en la sociologadurkhemiana y las interpretaciones psi-colgicas de Freud, tienden a compren-der a esta prctica bajo una matriz de
pensamiento evolucionista que la co-loca en una fase inicial del desarrollode la humanidad, destinada a ser supe-rada por la religin monotesta y esta,a su vez, tambin tendra el mismo des-tino a partir del proceso de seculariza-cin de la modernidad. Nuestra pers-
pectiva se inscribe en los estudios pos-teriores a estos diagnsticos, en elmodelo de anlisis de Marcel Mauss,Cassirer y Levi-Strauss en la bsqueda
por abordar los ritos mgicos como uni-versos simblicos de significado conlegalidad, eficacia y coherencia inter-na, estableciendo puntos de continui-
dad con las religiones instituciona-lizadas.
11. El avivamiento o despertar del espritu(awakening) remite a momentos hist-ricos de efervescencia religiosasignados por la recuperacin de las vi-vencias emotivas, combinadas con unretorno a las fuentes bblicas para re-cuperar el verdadero sentido del
Evangelio. Estos procesos de transfor-macin y cambio suelen ser reacciones
contra el monopolio simblico de lasortodoxias sacerdotales en nombre deun regreso a las fuentes. La reforma pro-testante del siglo XV, el impulso pietistay metodista, as como el gran despertaroriginado en California, Estados Uni-dos, a fines del siglo XIX, son ejem-
plos de este mecanismo cristiano de re-novacin interna. Los avivamientossuelen aparecer en contextos de crisis
social en los que nacen nuevas deno-minaciones religiosas, como es el casodel pentecostalismo.
12. Para profundizar sobre las formas derelacin directa con la divinidad que
propone el protestantismo ver el cap-tulo The religious communityen ellibro de Robert Nisbet, The Social
Philosophers. Community & Conflict in
Western Thought, Thomas Y. CrowellCompany, Inc. New York, 1973.
13. En Rey de Reyes la formacin de loslderes cuenta de un ao de cursos se-manales en lo que se instruye en el co-nocimiento de la Biblia, la alabanza, laoracin y el trabajo de grupos. Esta ins-tancia le permite al templo mantener
una correspondencia doctrinal entre losdiferentes eslabones que componen suestructura. Luego el lder est en con-diciones de pastorear su propia clula;estos espacios son variables segn lasactividades que se realicen en su inte-rior por eso existen diferentes tipos declulas algunas estn divididas por g-nero, otras por edades o trabajos espe-cficos.
14. Las iglesias evanglicas suelen habili-
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11NOTAS PARA EL ESTUDIO DE LAS COMUNIDADES PENTECOSTALES
tar mltiples espacios de participacin
en los que se revaloriza los conocimien-
tos previos del creyente aunque estn
relacionados a experiencias dolorosas
o traumticas. Los ex adictos pueden
contribuir a la asistencia a drogodepen-
dientes o aquellas parejas que se hayan
logrado atravesar crisis importantes se
les abre la posibilidad de trabajar en el
rea de consolidacin de matrimonios.
15. Ver Algranti, J. (2005).
16. El carcter secundario de la socializa-
cin no apunta a comprender el proce-
so de adquisicin de conocimientos es-
pecficos vinculados a roles dentro de
la divisin del trabajo como plantean
Berger y Luckman (1986). Nuestro
punto de partida no es la experiencia
de integracin fuertemente instituciona-
lizada de la sociedad salarial, sino las
diferentes formas de exclusin social y
el modo en que se hacen cuerpo en las
personas promoviendo la adhesin a los
discursos totalizadores del universo re-
ligioso.
17. Segn los estudios de Foucault en La
Hermenutica del sujeto, los modos detransformacin del hombre dentro de
la espiritualidad occidental oscilan en-
tre las formas del amor Eros- y las
ascesis askesis-. Ambas tcnicas apa-
recen en las estrategias del pastoreo del
pentecostalismo, ya sea a travs del per-
dn y las curaciones, o en el cuerpo de
disciplinas que componen el ayuno y
la oracin.
18. Michael Lwy (1997) identifica cuatro
grados de afinidad electiva directamen-
te relacionados a los momentos
dialcticos de la relacin: el primero,
apunta a una forma de analoga estti-
ca en donde el vnculo entre dos confi-
guraciones socioculturales aparece en
potencia como posibilidad, todava no
actualizada. El segundo grado plantea
la puesta en marcha de la correspon-
dencia, manteniendo la autonoma y la
identidad de las estructuras involucra-das. El tercero, identifica distintas mo-
dalidades de unin que van desde la
simbiosis cultural a la fusin total
pasando por la fusin parcial de sus ele-
mentos. El cuarto grado, reconoce la
creacin de una nueva figura producto
de la fusin de ambas configuraciones
19. La nocin de empowermentsurge en el
discurso gerencial de las empresas,
como seala Lahera Sanchez (2004), en
referencia al involucramiento aparente
de los trabajadores en las decisiones
ejecutivas a travs de nuevos modelos
de autoridad. Este concepto es
retomado en los estudios de religin
(Levine y Stoll, 1997) para dar cuenta
del fortalecimiento del sujeto y su ca-
pacidad de desenvolverse en el mundosocial a partir del universo simblico
que desarrollan los grupos evanglicos
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