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I Convocatoria del Certamen de Relato Breve Las Alcublas 2008
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INFANCIAS VIVIDAS E IRRECUPERABLES
El pueblo como casi todos los del mundo, en medio del campo; el nombre único:
Alcublas.
Quien lo quiera visitar puede llegar por el norte desde la carretera de la Cueva Santa,
desde el sur por la carretera de Valencia, por el este desde el camino de Santa Lucía y
desde el oeste por la carretera de Villar del Arzobispo. Todos estos accesos no hace
mucho eran caminos de tierra por los cuales circulaban cada día cerca de mil caballerías
entre caballos, burros y machos ó mulos.
Y aquí es dónde empieza la historia de un montón de niños cuyo oficio entre los
8 y los 14 años, era el de “recogedor de boñigas”
Casi todas las mañanas después de tomar las sopas de pan y malta, cogían su
capazo y salían a los caminos en busca del tan preciado tesoro, que serviría de abono en
las viñas que sus padres trabajaban.
Qué importantes se sentían aquellos niños que con tan corta edad ayudaban a sus
padres en el mantenimiento de la casa. Qué alegría cuando volvían a casa con el capazo
lleno. Cuántas veces engañaban, ó creían engañar a sus padres cuando por no encontrar
bastantes boñigas llenaban el capazo de paja y caminaban con él al hombro haciendo
ver que no podían con él. Qué ilusión el día que encontraban las rastreras y haciendo
montones como juego de niños decían “todo pillao”, mientras buscaban escondites
secretos dónde guardar el tesoro hasta el día siguiente.
I Convocatoria del Certamen de Relato Breve Las Alcublas 2008
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Al regresar a casa y después de lavarlos y peinarlos las madres los mandaban a
la escuela no sin antes haberles preparado el sabroso “bollicao” de aquel tiempo, que
consistía en un cantón de pan y media barra de chocolate redondo Monte Sión. Aquel
sabor tan peculiar que incluso hoy, después de tantos años, seguro que recordarán los
que tuvimos la suerte de compartir los caminos. Inconfundible el tacto terroso en la
boca, y sobre todo la satisfacción cuando a algún amigo despistado le hacíamos unas
cantareras.
Hoy ya no se escuchan los sonidos de las caballerías por los caminos que fueron
testigos de aquellos días que forjaron hombres fuertes que se juntaban cada mañana
compartiendo juegos, sueños y experiencias, ayudándose fieles los unos a los otros
cuando se necesitaban.
Sólo unos pocos recordarán ya aquellos tiempos, en que al contrario de lo que se
pueda pensar crecimos niños sanos y alegres. Hoy cualquiera diría que un niño de esa
edad sólo debe pensar en estudiar y jugar, y pensaría espantado que ningún pequeño
debe trabajar.
Pero yo, como uno de los muchos protagonistas de esta historia también tengo
algo que decir. En aquellas mañanas de mi infancia, muchos aprendimos valores como
el esfuerzo, la constancia, el compañerismo, la ayuda a los demás, el respeto a los
padres o la responsabilidad. En aquellas mañanas de mi infancia yo me sentía orgulloso
y útil. En aquellas mañanas de mi infancia yo reía y corría por los caminos con mis
amigos. Y lo más importante, hoy después de muchos años, recordando aquellas
mañanas puedo decir que tuve una infancia feliz.