Hologramática literaria - Facultad de Ciencias Sociales - UNLZ Año I, N° 1, V1 (2005-2006), ISSN 1668-5024
Marta Urtasun / “Identidad y narración: la conformación de la figura del intelectual”
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Identidad y narración: la conformación de la figura del intelectual
Marta Urtasun Universidad Nacional de La Pampa
Universidad Nacional de Lomas de Zamora
Resumen El enunciado que afirma que al contar acciones de vida, el sujeto que cuenta dice quién es y también se refiere al grupo social al que pertenece, fundamenta el siguiente trabajo. Al escribir La operación Masotta (cuando la muerte también fracasa) [1991], Carlos Correa apela a tres registros: biográfico, autobiográfico y testimonial. Así, hablar de “operación” -palabra tomada como sinónimo de caso o asunto- implica aquí a decir ‘de otro’, ‘de sí’ y de la comunidad letrada de la que ambos formaron parte. Ello permite pensar este texto como posible mapa político-cultural que, desde la figura de Oscar Masotta -y la del propio autor-, acomete una lectura del campo intelectual rioplatense en el periodo que va desde el derrocamiento de Perón hasta los años setenta. Palabras clave Identidad -biografía – testimonio- intelectual- campo cultural Abstract The statement that affirms that when telling life actions, the subject that is narrating says who he is and also refers to the social group he belongs to, is sustained by the following work. While writing La operación Massota (when death also fails) [1991], Carlos Correa supports three registers: biographical, self biographical and testimonial. Thus, when speaking about the word “operation” -word taken as a synonym of case or subject matter- implies speaking about “the other”, “about himself” and about the literate community they both belong to .This allows to consider this text as a possible political- cultural map that, from Oscar Massota, and that of the author himself, proceeds to make a reading of the intellectual “rioplatense” field covering the period that goes from Peron´s defeat to the seventies. Key words Identity-biography-testimony-intellectual-cultural field
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Identidad y narración: la conformación de la
figura del intelectual
Marta Urtasun Universidad Nacional de La Pampa
Universidad Nacional de Lomas de Zamora
Quien está en los límites está más allá de los límites pues desde esos límites percibe lo que se encuentra en ese más allá.
Hegel
La elección de un tema para su estudio -en este caso la conformación de la figura del
intelectual de los años 50, 60 y 70- implica por un lado su relevancia en la circulación
de los saberes del campo intelectual y, por otro, el conocimiento del corpus crítico
significativo. En este caso, hay una exhaustiva bibliografía e interesantes aportes para el
debate acerca de la producción literaria de esas décadas a la hora de reflexionar sobre el
intelectual, la cultura y el poder. Entre esos trabajos, son insoslayables los de Beatriz
Sarlo (1985), José Aricó (1988), Silvia Sigal (1991), Oscar Terán (1991) y Claudia
Gilman (2003) entre otros. De ellos nos interesa recuperar un gesto que atraviesa el
objetivo del presente trabajo: al contar acciones de vida, el sujeto que cuenta dice quién
es y también se refiere al grupo social al que pertenece.
Beatriz Sarlo subraya:
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Las notas (de este trabajo) resultan, también, una forma de la biografía intelectual que, sin duda, tiene mucho de autobiografía colectiva. Son al mismo tiempo un ejercicio de la memoria y una construcción hipotética de algunos sentidos para nuestro pasado más reciente. (1)
Agrega, por su parte, Oscar Terán:
Las páginas que acaban de leerse han tratado posiblemente en vano de mantener una distancia pudorosa con acontecimientos y discursos constitutivos de mi propio perfil no sólo intelectual. A ello se debe que, entre el homenaje y el exorcismo, varias veces a lo largo de los últimos años retomara y abandonase este ensayo (...) porque en el entramado de su construcción me resultaba difícil distinguir lo que formaba parte de mis propias pasiones respecto de aquello que -se supone- debía ser la resultante más descarnada de mi oficio de intelectual. (2)
Estas reflexiones explican el punto de inflexión de la lectura que realizaremos de La
operación Masotta (cuando la muerte también fracasa) [1991]. Intentaremos analizar
de qué modo en este texto Carlos Correas, al construir una biografía de Oscar Masotta
y, a la vez, su autobiografía, narra no sólo identidades individuales sino también la de
una franja de la comunidad intelectual de las décadas de los cincuentas, sesentas y
setentas. Al organizar el relato de una ‘operación’ (palabra tomada como sinónimo de
caso o asunto, en términos del escritor Dashiell Hammet en una propuesta de títulos
para una de sus novelas), al contar acciones de vida, Correas como sujeto-relator dice
quién es y también se refiere a su grupo cultural.
Hablar de la identidad de una comunidad es responder a la pregunta acerca de
quiénes realizaron determinadas acciones. Así, los sujetos que emergen como ‘quienes’
resultan de una suma de acciones que se vinculan entre sí como una trama. Entonces, al
darle unidad a los acontecimientos de vidas colectivas se puede narrar una identidad
social. Leer La operación Masotta desde la tesis de la narración de Paul Ricoeur, nos
permite ingresar en la construcción de una identidad posible de ciertos intelectuales
argentinos.
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Un término fundante en esta teoría es el de ‘mediación’. La trama media entre el
tiempo cosmológico (aquel que fluye y no puede ser atrapado) y la conciencia del
tiempo humano, en la que pasado, presente y futuro coinciden.
El hecho de que la narración resuelva esta contradicción de las dos maneras de
percibir la temporalidad, constituye la tesis central desarrollada por Ricoeur en Tiempo
y narración. Éste va a distinguir en su teoría tres etapas a las que denomina “mimesis I,
II y III” -entendida mimesis como representación y no copia-. La primera es la
‘prenarración’ y engloba lo anterior a la obra; la ‘configuración narrativa’, la mimesis
II, corresponde a lo que la trama representa. Finalmente, la recepción, el acto de lectura,
la conjunción que el lector realiza entre el mundo del texto y su propio mundo,
constituye la mimesis III (PAMPILLO, 2004).
Desde esta teoría narrativa podemos leer cómo Carlos Correas, a través de una
biografía, ha posibilitado el pase de una red de acciones a la narración. Esta primera
mimesis le permite al lector, a partir de su inteligencia práctica, comprender esa vida de
la acción y sus significados simbólicos dados por la cultura. Entonces, integrar en una
historia completa (esquematizar) los acontecimientos dispersos de la narración y
legitimar su lectura. Puede hacerlo en función de su inteligencia narrativa sedimentada
en una tradición. Es a partir de la configuración narrativa -la mimesis II- que el hombre
-Correas, como cualquiera que narre- problematiza su temporalidad y es capaz de
construir su conciencia de sí.
La configuración de la trama
En el inicio de La operación…, Carlos Correas toma distancia del modelo de la
biografía pictórico-impresionista (Borges sobre Evaristo Carriego obra aquí de referente
paradigmático) y explicita su intención de darle otro destino a su amigo Masotta, uno
que exceda el de un recordatorio nostálgico o necrológico. Él mismo como autor se
destina a los sobrevivientes para perdurar en el acto infinito de los lectores (3).
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El acto de la lectura -mimesis III- es el momento en que el lector, cada uno de
nosotros, siempre presente y nombrado en el texto de Correas, puede pensar el relato
como una unidad ya que la trama narrativa ha formado un todo con las acciones
episódicas, heterogéneas y el relato, al representar la experiencia temporal de los
hombres, hace que “la muerte también fracase”.
En su prólogo general, La Operación… anuncia algunas características de la poética
corrosiva de Correas que ya habían aparecido, por ejemplo, en el prefacio a su
traducción de las Cartas del noviazgo, de Kierkegaard. Una de ellas consiste en la idea
de que “escribir es escribirse” y, en este sentido, se mantiene fiel al precepto porque
escribe desde su singular existencia, de la que se constituye además como lector.
El género de la biografía y la trama que la configura se constituyen en el modelo de
construcción de la identidad. Y la noción de ‘identidad narrativa’ se muestra fecunda
porque se puede aplicar tanto a la comunidad como al individuo. El texto en tanto relato
de vidas toma el formato textual de un ensayo. Adorno sostiene que este género realiza
en su construcción un proceso parecido al de la creación literaria porque consigue que la
totalidad se organice a partir de un rasgo elegido, de un fragmento, de un recorte hecho
por el que cuenta. El ensayo, entonces, se presenta como recreación que no apunta a una
construcción cerrada y elige como opción recorrer los márgenes para construir otra voz
desde el lugar de la desviación. En este caso, prolongar el trabajo de una vida y de una
obra, la de Oscar Masotta, como otro modo del fracaso de la muerte.
Algunos críticos, entre ellos Juan José Sebreli, califican a esta obra como “ensayo
negro”, dado que su autor, usando el tono confesional casi de un diario íntimo, hace
ejercicio de la desazón existencialista y, como escritor de devastación, trabaja desde la
conciencia de la mala fe en términos sartreanos.
A partir del uso de la primera persona Correas es protagonista y, al mismo tiempo,
cuenta como contrafigura, como testigo privilegiado. Dado que ‘testigo’ proviene del
antiguo término griego ‘martyr’, su testimonio es un relato que toma cuerpo y, del
mismo modo, ofrece un cuerpo. Esto se puede homologar, por ejemplo, con el modo en
que durante la década de los 50 un grupo de intelectuales encontraron en el testimonio,
el compromiso y la actitud del escritor, las claves de una forma de producción
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intelectual que se volvería emblemática y en la que también pondrían el cuerpo en su
búsqueda.
Los cincuentas
En relación con esta década, es fundamental la presentación en la revista Sur,
alrededor de 1939, de Jean Paul Sartre en los núcleos académicos porteños. Hacia 1950
y en la misma revista, Sebrelli aplicaba los principios sartreanos a temas nacionales. Los
hermanos Viñas, Ramón Alcalde, Oscar Masotta y Correas, entre otros, transitaban en
esos años por espacios y revistas de los alrededores del Centro de Estudiantes de la
Facultad de Filosofía y Letras de Buenos Aires. La impronta existencialista atravesaba
sus experiencias literarias y políticas. Ante el agotamiento de la experiencia nacionalista
burguesa iniciada en 1945, fueron ellos quienes abrieron una serie de debates sobre el
nacionalismo y la identidad nacional en la búsqueda de un proyecto cultural propio.
En el contexto de la caída del peronismo, la llamada generación del 50 -“traicionada”,
según David Viñas (Marcha, 1959), “denuncialista”, según Adelaida Gigli (Centro Nº
6, 1953) e ideológicamente definida como de izquierda-, saldó cuentas con las
posiciones políticas de la izquierda orgánica y del liberalismo de derecha en las páginas
de la revista Contorno. Incluso Carlos Correas, que luego tuvo una historia muy
diferente, calificará a sus integrantes de “deprimentes”. Él no se sentía,
retrospectivamente, parte de Contorno, revista a la que consideraba “muy, muy pesada,
muy aburrida de leer, muy plomo”, y en la que su participación, estuvo lejos de ser
central. Provocador, decía: “Mi visión de lo que puede ser una revista más tolerable es
Sur, aunque sea de Victoria Ocampo y represente a la oligarquía y al liberalismo
argentino”. Y en el prólogo de Kafka y su padre, agrega: “La ignorancia, y la ignorancia
de la ignorancia, reinaban en Contorno”. La ignorancia y la ignorancia de la ignorancia
es la definición de lo que Sartre llamaba “mala fe” (4).
Carlos Correas leyó tempranamente La náusea y se le “apegó”, según el término que
solía usar para referirse al modo en que se vinculaba con los textos filosóficos.
También, prematuramente Correas y Masotta ‘literaturizaron’ su vida -en términos de
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Sebrelli-, ya que se alucinaban transformando en realidad todo lo que leían y
escribiendo todo lo que vivían (5). Esto fue cierto para Correas hasta el final de su vida
ya que durante medio siglo escribió un diario que, para algunos críticos, fue la
verdadera obra de su vida. El trío, como dijimos, hacía de la literatura su vida y las
experiencias tenían ese rango si podían ser contadas. También encarnaban las ideas y
las imágenes del cine y las proyectaban tanto en los conocidos como en ellos mismos.
Esa representación para ellos era más real que la contingencia de su ‘mezquina realidad
cotidiana’.
Otra influencia decisiva para Correas y su grupo de amigos existencialistas fue la
lectura de Saint Genet. Tanto en él, como en Massota y Sebreli, tal vez también en
David Viñas y Adelaida Gigli, las páginas iniciales del texto de Sartre parecen haberles
causado una fuerte impresión.
El proyecto filosófico y literario del Correas de aquella época tenía dos modelos:
Sartre y Jean Genet y su conquista del mal. Respecto del primero, se lo apropió a través
de la lectura; como el segundo, sentía que debía conquistar sus postulados casi al costo
de un trabajo. Es por eso curioso el modo en que se refiere a los robos que realizaba por
los años 50 en las librerías de la calle Corrientes. Robar implicaba la manera de ser un
personaje acorde con la literatura que los inspiraba y sobre la que se quería poder
escribir (6). Robaban para ser Genet y poder contarlo.
Además del existencialismo, los unió la pasión por Buenos Aires. Eran flaneurs que
deambulaban por los sitios más insólitos, desde el centro hasta puntos marginales, con
la intención de develar los enigmas de la ciudad. El mito del bajo fondo, con sello
genetiano, y el mito de la calle solitaria de impronta borgeana, aparecen en las alusiones
urbanas, tanto en este texto como en otros ficcionales de Carlos Correas
La operación…, estructuralmente hablando, está formado por un prólogo general y
tres capítulos que aluden a una organización cronológica: los años 50, los 60 y los 70.
En el prefacio inicial, Correas despliega una serie de procedimientos que se volverán
recurrentes a lo largo de todo el texto: por un lado, a partir de la rememoración de
anécdotas, nos presenta al Masotta de sus recuerdos y, cuando la anécdota se desdibuja,
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analiza su obra. Por otro, el recurso de la cita, tanto de cartas como de artículos. Así, su
voz es legitimada por otras voces, la del biografiado, la suya y también la de Juan José
Sebreli. Simétricamente, cuando la anécdota decrece se verifica la gradual separación en
la amistad de Masotta y Correas. En el juego de voces, afirma como un logro haber
podido borrar en las diversas relecturas la “tentación de parodiar la jerga de los
intelectuales argentinos contemporáneos” (7).
Correas elige hablar de Masotta por razones históricas y circunstanciales. Las
primeras tienen que ver con cuestiones biográficas, ya que nacieron el mismo año
aunque con meses de diferencia (Masotta era mayor) y tuvieron una formación
bibliográfica similar, pues antes de conocerse frecuentaron idénticos libros (8).
Las razones circunstanciales, paradójicamente, se vuelven jerarquizantes a la hora de
encontrarle un sentido a esta lectura: Masotta y sus papeles sobrevivieron a la quema de
cualquier material que ya no significara nada para Correas. Es aquella supervivencia de
ese material la que justifica esta narración (9).
En el pequeño prólogo de Los años cincuenta, Correas explicita su intención de hablar
de los logros intelectuales del trío que forma con sus amigos en los momentos previos a
la caída de Perón. Sin duda, para él Sebreli es el primero en ser conocido en los límites
del campo cultural de la época. Respecto de Masotta, en la referencia inicial Correas
une en la superficie del texto a David Viñas con Simone de Beauvoir. Del primero, elige
la expresión “Masotta te caga en un cajón” para remitirse a su abusivo desorden
cotidiano, la erosión de la domesticidad compartida en tiempos de convivencia. De la
segunda adopta la narración en clave de sinceridad para invalidarlo (10). El tema de la
invalidación le sirve, a través de la argumentación ad hominem, para definirlo y al
mismo tiempo definirse (11).
Para definirse, en esa época ellos acudían con insistencia y agrado al recurso de la
feminidad. Y así se consideraban mujeres imposibles, cómicas y hasta abandonadas
(12). O bien disfrutaban de su comparación con personajes de película. Entonces,
podían ser mercenarios o mafiosos o también “hombres que se van”, individuos épicos,
solitarios que podían regenerar a toda una comunidad.
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Estos jóvenes, condenados por la fascinación de la lectura, estaban convencidos de
que debían escribir. Desde qué lugar social lo hacían es lo que Correas intenta
explicarle al lector: carecían de la alcurnia de varias generaciones de argentinos y no
tenían ni la fraternidad de la lucha obrera ni la violencia del lumpenaje. Poseían, en
cambio, la certeza de estar desorientados, viviendo “el horror de la Argentina
antiperonista” (13).
Cuando comenta los éxitos intelectuales del trío exalta, una vez más, la fidelidad en
tanto canon filosófico que sentían por Sartre, a quien habían accedido a través de malas
traducciones. Resulta interesante cómo, al referirse a sus publicaciones juveniles,
Correas logra dar un panorama de las principales revistas culturales de la época: Sebreli
lo hace en Sur, Correas en Las ciento y una (dirigida por Murena) y la célebre
Contorno. Aquí aprovecha para establecer la diferencia que tenían con los Viñas. Valora
el estilo de esos artículos como grandilocuente, enardecido y de plagio (14). Completa
la información con la remisión a su propio cuento “El revólver”, aparecido en Contorno
en 1954. Un dato antitético singular lo constituyen, por un lado, la mención de las
lecturas de formación, Hegel, Kierkegaard, Heidegger, Lenin. Por otro, las curiosas
menciones de sus gustos por artistas femeninas de la época como Olga Zubarry y Nélida
Lobato.
Las referencias a la homosexualidad, profusas a lo largo de todo el libro, lo apartan en
este caso de Masotta y lo acercan a Sebreli, ya que ambos amaban y deseaban a chongos
y maricas argentinos y de otras nacionalidades. Enuncia el valor erótico del cabecita
negra en tanto agrega que fue y es una nueva certeza de la cultura argentina (15).
Correas se presenta como homosexual convicto, confeso y desafiante (según la
contundente definición de Jorge Lafforgue en el número homenaje de El Ojo Mocho).
Las vinculaciones personales entre los miembros del trío eran ambiguas y poco
idílicas (16). Sebreli dice que entre ellos había una relación camp, y que era una amistad
amorosa teñida de complicidad y compinchería (17). Para referirse a las relaciones
pasionales que mantenía con Correas en su casa de la calle Garay, homologa el vínculo
con el modo de vinculación de la pareja Sartre-de Beauvoir (18).
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En el inicio de La operación…, Correas recupera a Masotta a partir del gesto
metonímico de su sonrisa inconclusa. Su intención es afirmar que la fuerza del deseo
consiste en ser absoluto en el instante. Así, el minúsculo fragmento de sonrisa se suma
al de la caminata entre ambos por las calles de Boedo y le permite evocar “el resobado
alacraneo juvenil” de sus primeros años.
Ahora resulta válido que nos preguntemos cuál era la opinión de Oscar Masotta
respecto de la disyuntiva entre la práctica profesional y la política. En “Un peronismo
idealista”, otro de los apartados de los años 50, Correas analiza para ello algunas
publicaciones de Masotta en Clase Obrera, revista del partido comunista. Esas
colaboraciones mostraban que su posición política era sólo teórica. Si nos guiamos por
los testimonios de “viejos amigos”, entendemos que Masotta había abandonado todo
compromiso con la práctica política. Años después, en el marco del psicoanálisis y en
un artículo publicado en la revista Cuadernos Sigmund Freud, el mismo Masotta
afirmaba que no hacer declamaciones sobre la política sólo quiere decir “en primer
lugar que el psicoanálisis no es práctica política, y que en psicoanálisis no se trata de
hacer política sino de hacerla posible”.
Las dos notas en Clase Obrera, ambas de 1955, remiten al periódico comunista
dirigido por Rodolfo Puiggrós que apoyaba al Estado justicialista y al peronismo en
tanto movimiento de liberación nacional. El problema dominante de la época era el
convenio sobre el petróleo que el gobierno peronista se disponía a firmar con una
empresa norteamericana. La publicación, en términos de práctica política, se mostraba
afecta a “empujar” al peronismo hacia la izquierda. Al caer Perón, derrotada
“provisoriamente” la liberación nacional y detenida la clase obrera por el agotamiento
de la práctica y de la doctrina peronistas, entonces la teoría marxista surgía como
condición sin la cual no se podía avanzar. Aquí había una tarea para los intelectuales
que no consistía en dar clases de marxismo. Correas une esta afirmación con
aclaraciones a pie de página para cerrar treinta años de historia y afirmar que la
instalación del marxismo es y ha sido en nuestro país solamente teórica.
La estrategia de Correas consiste en analizar el modo en que Masotta colabora con
Puiggrós, las relaciones del trío de amigos y cómo estaban ubicados políticamente. El
análisis del artículo “La tragedia del hombre en el radicalismo”, le permite a Correas
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afirmar que es un texto en el que Masotta “hace política peronista y se hace político a
secas”. Correas establece en este punto relaciones intertextuales con libros clave para
leer la época. Por ejemplo, cita En busca de la ideología argentina [1986], de Oscar
Terán.
Esta época de Masotta es calificada como de “idealista” en su consideración del
peronismo. La reflexión política de Correas está ilustrada con una analogía
cinematográfica, la película Nido de ratas, que lo lleva a teorizar acerca de la violencia
y su legitimación. En una nota al pie habla de la masacre del 16 de junio de 1955 y del
incendio de las iglesias. Cuando parece que va a detenerse en ese peronismo póstumo de
septiembre de 1955, irrumpe con el tono confesional de una carta de Masotta y
transcribe párrafos sólo para dar cuenta de que él no quiere que la amistad entre ambos
se corte. El biografiado permite dar su versión sobre Correas: Masotta le critica que no
se haya comprometido con Puiggròs y pone en evidencia el modo singular usado por
Correas para valorar, acusándolo de “ajusticiar con la fuerza hiriente de lo
indeterminado”.
El Masotta íntimo también lo acusa de su exceso de subjetividad, de escribir cuentos y
formar parte del grupo Rebeca (no era una célula política sino una de maricas). La carta
marca la distancia de Correas con los otros dos integrantes del trío. De todos modos,
queda claro que transitando caminos inversos, arribaron a resultados parecidos. Correas
tuvo como punto de partida el que ellos tuvieron de llegada: el ‘erostratismo’, el
resentimiento del personaje sartreano.
Los protagonistas de la operación, desde su impronta existencialista, se valoran como
teóricos inertes, porque se quedaron en la ‘contemplación’ del peronismo y del
antiperonismo y permitieron que esa contemplación los gobernara. Su desconocimiento
del peronismo los llevó a sustituirlo por una representación ingenua: que la clase obrera
tomara el poder cedido por Perón. Además, creyeron que la objetividad peronista
impondría ella misma la etapa histórica de un poder obrero. Su gesto de incomprensión
es el producto de esa inerte ingenuidad política.
La visión política y la actuación intelectual de Masotta se contraponen en este punto
con la versión que Correas da de sí mismo. Termina graduándose y se incorpora a la
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enseñanza universitaria oficial. En su itinerario profesional, Correas eligió la miseria de
la vida académica y fue una manera de mostrar el desprecio que sentía por él mismo y
por el mundo.
En un artículo que había escrito en 1956 y publicado en el nº 14 de la revista Centro
(cuarto trimestre de 1959), la dupla Juan Carlos Ghiano-Leopoldo Lugones, le sirve a
Masotta para aseverar que el peronismo ya no está más en el Estado pero que sigue en el
país y las conciencias. Correas aprovecha para nombrar el anti-antiperonismo de
Masotta cursando la vía idealista en pos del materialismo.
Es relevante el análisis que realiza de “Sur o el antiperonismo colonialista” aparecido
en Contorno en julio de 1956 (en respuesta a “Por la reconstrucción nacional”, en Sur
de diciembre de 1955). En ese texto, los objetos que describe Masotta son Sur y la
Señora Cultura, en referencia a Victoria Ocampo. Para ello, ‘guerrifica’ su lenguaje y
usa la ironía como forma verbal.
En una nota al pie, Correas explica la experiencia, tanto de la experiencia como de las
inexperiencias. Es peculiar el modo en que utiliza esta categoría para remitirse a la
manera en que ellos vivenciaban los hechos históricos: alude a los crímenes de Plaza de
Mayo de junio de 1955 y ‘de apenas’ haber hecho experiencia de la masacre José León
Suárez. Desde el punto de vista de la enunciación, trabaja en la parte central del texto la
referencia a la polémica con el grupo de Sur, y en nota a pie de página, critica el modo
en que Masotta y él pasaron por alto los episodios de Plaza de Mayo y los referidos por
Rodolfo Walsh en Operación masacre. A pesar de no haberlos percibido en su
momento, dichos crímenes les dieron “cierta tensión de estilo o cierto estilo de tensión o
cierta tensión de vida convertida al fin en hipertensión arterial” (19).
En el apartado 2, dedicado a la crítica literaria, a la que llama “Crítica del odio
impuro”, las condiciones que Correas exalta de Masotta y por ende de él mismo son: la
teorización acerca de la desesperación como un modo de indagar, como una estructura
de percepción y de acción para inquirir los extremos. Por otro lado, alude a cierta
generosidad -condición tomada de Sartre- más un sentimiento personal de odio de los
que resultaban cierta comprensión y conocimiento. Reconocían en ellos, además, una
cierta cualidad femenina que tomaba la forma de la inconciencia unida a la lucidez.
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El lector, a continuación, se centra en la lectura que a modo de ejemplo Correas
realiza sobre dos artículos de Masotta. Uno sobre Güiraldes y Don Segundo Sombra,
aparecido en 1957 en el diario Democracia y cuyo objeto de crítica es el sujeto social
Güiraldes. El otro, de 1958, en la Revista de la Universidad de Buenos Aires (RUBA),
sobre Ricardo Rojas. Aquí el odio de Masotta -“plástico” según la evaluación de
Correas- se diferencia de los odios desplegados contra Lugones o Victoria Ocampo. En
esta etapa, Masotta está influido por Lucien Goldmann y desde ese lugar teórico
sanciona el concepto “teológico” que Rojas tiene de la cultura, una cultura que para él
es puro espíritu.
En la revista Comentario, en 1958, Masotta reseña la novela Un dios cotidiano, de
David Viñas. Aquí, una vez más, Correas usa el ‘nosotros inclusivo’ cuando afirma que
estimaban al hombre “pero le temían”. Aparece el concepto de ‘ajuste de cuentas’,
usado por el propio Viñas para referirse a su propia actitud respecto de la generación de
1940, ajuste que para Correas todavía no había sido saldado en los 90. De la referencia
generacional, Correas salta a la individual pues considera que Masotta escribe la reseña,
la inventa para ajustar su relación con el hombre Viñas, que era “odiosa”. El ajuste de
cuentas afectaba las vidas privadas tanto como las actuaciones generacionales
El apartado dedicado a la crítica se cierra con otra faceta del ‘empirismo’ de la
literatura: se trata en realidad de qué modo se comprende el ‘compromiso’ sartreano,
siempre en la relación de la crítica de Masotta a Viñas. Una voz plural concluye que el
escritor no estaba dispuesto a comprometerse en esos términos, y que el suyo era un
compromiso diferente. El cierre marca la distancia que había con David Viñas y, al
mismo tiempo, el lugar emblemático que ocupó entre los miembros de su generación.
Hacia el final del apartado, nuevamente de las teorizaciones sobre la vida pública
pasamos a la confrontación privada. El lector tiene a su disposición la dedicatoria de
una separata que Masotta le entregó a Correas de un artículo sobre Merleau-Ponty. En
ella, define a Correas como “su otro” (“Hasta hoy mi otro, sos vos”). En la reseña,
Masotta se involucra filosóficamente al tratar de demostrar que Merleau-Ponty no tiene
razón en su crítica contra Sartre. La dedicatoria a su amigo nos muestra cómo calificaba
esa relación. (“Así era: así éramos: cónyuges”).
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El capítulo, además, nos permite comprender el modelo de intelectual al que estos
jóvenes adherían: rechazaban al místico e idealista, aceptaban a Arlt y a Borges e
ignoraban o desestimaban al resto de la literatura argentina (20). En “El amor, la gloria
y la pudrición final de la ignorancia”, el último apartado dedicado a los años 50, se
reiteran los movimientos pendulares que vinculan a lo largo de todo el libro las
situaciones del ámbito privado con la vida pública. Así es notorio el peso de una carta
en la que Masotta invita a Correas a su casamiento. No se trata de una participación
convencional ni desde el formato ni desde la intención. Lo invita para tenerlo como
punto de referencia y que lo ayude a ser “de mala fe”. Otra vez, Sartre inspira los gestos
de la privacidad.
El acto íntimo, que ocupa el inicio del capítulo, se complementa con una nota al pie en
la que la primera persona del plural de Correas da su opinión sobre la política y la
universidad de la época. El frondizismo les resultaba ridículo y apoyaban la enseñanza
laica ocupando una posición ambigua respecto de la Universidad, porque la veían como
un correccional donde se purgaban los viejos delitos de un peronismo errado y de la
“chafalonería intelectual”. A continuación, otro dato relevante trenza la vida privada
con la pública: Masotta intenta suicidarse a causa de la muerte de su padre, enfermo de
cáncer.
En el tercer trimestre de 1959, Eliseo Verón, por estos años incipiente crítico,
desacreditado por Correas a través de la insistencia en llamarlo Ernesto, su primer
nombre, polemiza con Masotta por su formación académica “al día”. La oposición
recurrente con Verón nos permite distinguir el gesto masottiano de pelea-conciliación
como uno de sus modos de relación personal, casi como de condición de vida. Además
de la alusión al mecanismo usado para la formación académica, Correas agrega otra
valoración que él mismo hace de Masotta y en la que, una vez más, se incluye: eran
librescos, acusaban a los otros de no leer y sentían que sus lecturas eran un recurso de
salvación. Se reconocen fracasados en la política y temerosos del escaso éxito literario.
Eso sí, se consideraban expertos en el cultivo del arte del reproche.
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Otros intelectuales evalúan esta situación diciendo como León Rozitchner: “Hemos
hecho un papel marginal, porque nuestra situación se desenvuelve en la ambigüedad: ni
totalmente burgueses ni menos aún proletarios”.
Se cierra el apartado con una categorización corrosiva de su actuación intelectual en el
frente social: Correas, egresado universitario titulado, Masotta, outsider. En el frente
literario, sienten la necesidad o el deseo de una literatura de la subversión, que pudiera
disolver a la burguesía, clase social a la que pertenecían. Ser profesor oficial o outsider
(ambos mantenidos por la burguesía) y a la vez escritor subversivo, eran destinos
brillantes y accesibles. El lector confirma los deseos explicitados por estos jóvenes, que
ya se acercaban a la treintena, pero se borran los modos discursivos de sus logros.
En abril de 1960, se imprime en Francia la Crítica de la razón dialéctica, de lectura
obligada para los intelectuales de la época pero de imposible complejidad por su
extensión y complejidad. En octubre del mismo año, el artículo “Destrucción y
promoción del marxismo contemporáneo”, de Oscar Masotta y aparecido en Marcha,
marca su crack mental. La crítica de Correas es lacerante: hay en el artículo una
enumeración paroxística de nombres, saber aparente, ignorancia efectiva pues se trata
de “hacer saber que se sabe”.
El apartado concluye con el mismo procedimiento de apertura, la remisión a la
privacidad. Como si fueran parte de acotaciones ficcionales de una novela de aventuras,
conocemos los itinerarios nocturnos de los jóvenes protagonistas de La operación…,
ciertas imágenes vinculadas con el modo en que vestían y asumimos que eran “frescos y
ascetas y, por fuera, esmerados, juiciosos, sólo por dentro (eran) monstruos ávidos y
depredadores” (22).
Los sesentas y setentas
En relación con la organización textual la década del 50 tiene mayor contundencia
porque señala la época de amistad entre Masotta y Correas. Cuando empiezan a
distanciarse se desdibuja la referencia contextual cronológica, por este motivo nos
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referimos a las otras dos décadas en forma conjunta a pesar de su relevancia en la
conformación del campo intelectual tanto argentino como latinoamericano.
El inicio de la sesenta está marcado por la soledad y la falta de entendimiento que
Masotta y Correas tienen con los demás. La incertidumbre del devenir encuentra algún
consuelo en los viejos amigos como Jorge Lafforgue, Emilio de Ípola, León Sigal y
estudiantes como Celia Durruty, Diana Guerrero y Analía Koremblit, de las que
supieron hacerse compañeros.
La evasión y la propia destrucción, lo que Correas llama el “lado malo”, pesó en
Masotta que “cayó loco” sobre el “lado bueno” (esto en referencia a tener un proyecto).
De todos modos, la amistad ya estaba sesgada y ninguno incluía al otro en su respectivo
porvenir. La salud mental de Masotta lleva al lector a un tema caro a la operación, la
consideración de cuáles son los fines de un intelectual. Se pregunta Correas: “¿Cuáles
eran nuestros fines personales? ¿Escritores? ¿Narradores? ¿Ensayistas? ¿Críticos?
¿Poetas? ¿Filósofos? ¿Profesores o maestros? ¿Intelectuales? ¿Intelectuales teóricos y/o
prácticos? ¿Intelectuales ‘totales’? Sí, preferentemente este último rubro, en la época.”
(23)
Para Correas, las nuevas amistades de Masotta son sobreabundantes, como de un
lumpenaje artístico intelectual, una forma de modernización de la tradicional bohemia.
Son los años sesentas, la Beat Generation y los Flower Children de la época. Se trata de
una bohemia apolítica, en la que luego de la traición frondizista sobreviene el
escepticismo. Ante el peronismo no son ya ni siquiera antiperonistas, más bien son
inanes en política. Sin pasado y sin tradiciones, su sentido histórico es nulo o muy débil,
tienen fe en el aprendizaje y de allí sacará Masotta sus primeros alumnos, “los herederos
de su trabajo, de su nombre, de su biografía”. (24)
A propósito de otra intervención ensayística de Masotta en 1962 y sobre Roberto Arlt,
Correas hace una valoración bastante cruda del modo de estar situados: pertenecen a la
clase media, como tal son cínicos, mediocres, farsantes especialmente intelectuales.
Situación que aparece explicada como una “necesidad” social, lo son para poder
conservarse en la clase media.
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A propósito de la formación autodidacta de Masotta, Correas aprovecha para realizar
una síntesis de la situación intelectual y cultural de la época: lo hace desde la óptica de
su formación, de influencia francesa. Con motivo de la muerte de Merleau-Ponty en
1961, la publicación francesa Los tiempos Modernos le dedica un número especial en el
que también había un artículo de Jacques Lacan. En 1962 aparece El pensamiento
salvaje de Lévi-Strauss (del año anterior data la Antropología estructural) dedicado a la
memoria de Maurice Merleau-Ponty. Es la época en que predomina el estructuralismo,
declina Sartre y se produce el avance de las Ciencias Sociales y Humanas. En lo
individual, Masotta está en el momento de su quiebre mental, mantendrá un mínimo de
imaginario marxista, y un paulatino desamor y no aceptación del sartrismo.
El capítulo “Pasaje del intelectual contemporáneo o teórico” señala desde su
enunciación la evaluación de la figura representativa de Masotta: 1964 es el año de su
encuentro con Lacan. En una singular nota a pie de página, Correas sintetiza los modos
en que los intelectuales eran nominados en esa época y todavía en los 90: “intelectual
marxista, de izquierda, socialista”. Son términos que ya circulaban a mediados de la
década del 50 y que se refieren a aquellos intelectuales que no terminaron de “abrirse
comprensivamente al peronismo”. Aquí Correas destaca tipográficamente este gesto
generacional. El devenir ha variado el carácter diferencial de esas fórmulas y Correas
sintetiza los efectos en la polarización marcada por “la lucha guerrillera y la imaginería
bufonesca”, o de “adaptación cívico-democrática a las instituciones burguesas.” (25)
Lo moderno en una nueva mención lo constituyen Claude Lévi-Strauss, la lingüística
estructural, Roman Jakobson, Emile Benveniste y, para Masotta, el “confuso y
confundido” Roland Barthes y Jacques Lacan. A esta altura de su producción, Oscar
Masotta ha unido sistemas simbólicos disímiles entre sí.
El ciclo de conferencias de Masotta sobre el Pop-art en septiembre de 1965 en el
Instituto Di Tella nos ofrece, según Correas, una “semántica del arte pop, restringido a
las artes visuales y plásticas”. Su hipótesis es que el pop constituía una cultura estética
como la argentina, que consideraba a la subjetividad o el yo como centro de las
significaciones del mundo. Hay una insistencia en la palabra crítica que revela, según
Claudia Gilman, hasta qué punto la valoración del cambio y la ruptura van de la mano
con la intención de realizar una lectura ideológica que subrayara los aspectos críticos y
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oposicionales del arte moderno. El arte pop tenía sus detractores, sectores que se
oponían a toda tendencia renovadora, evaluada en general como “decadente”. Masotta
los critica porque es una incongruencia calificar al arte pop como reaccionario.
Defiende la autonomía artística y no cree que haya una relación de inherencia inmediata
entre política y arte, que sólo puede llevar, según él, a un “peligroso terrorismo
cultural”.
Correas evalúa a continuación una serie de trabajos de Masotta que dan cuenta de su
incursión en cuestiones de semiología y comunicacionales, su “estar al día”. La
distancia que Correas toma de la producción de Masotta es explícita. Confiesa haber
leído artículos ininteligibles a los efectos de tener una lectura completa de la producción
que intenta analizar.
En esa época, Masotta, como otros intelectuales, cuenta con instituciones que lo
respaldan en el momento happenista: el Instituto Di Tella y la Universidad de Buenos
Aires, de la que es investigador con dedicación exclusiva de 1964 a 1967. Es la época
de su entrega a la “contemporaneidad momentánea”. El mercado y las instituciones son
las que deciden la contemporaneidad artística para los que Masotta ofrece su servicio
reflexivo. En este punto, Correas hace una crítica del Di Tella, institución que en
diversos estudios ha sido evaluada desde los arcos ideológicos más variados.
La descripción del desempeño intelectual de Masotta marca, como en otros
intelectuales, su débil inserción en el Estado pero de todos modos presentes en la
sociedad. Silvia Sigal apunta que los intelectuales argentinos tienen una escasa
influencia sobre el Estado y sobre los aparatos, excepto sobre aquel que, no siendo por
completo del estado, tampoco es la sociedad: la Universidad.
Respecto de estos años finales de Masotta, aparece destacado el hecho de que
introdujera la enseñanza de Jacques Lacan en la Argentina. Desde los años sesentas, en
nuestro país la APA (Asociación Psicoanalítica Argentina) institucionalizó la histeria en
la carrera de Psicología por la vía del discurso universitario, con la pecualiaridad de que
se difundía una doctrina, aunque sin correspondencia directa con la práctica, reservada
sólo para los médicos. Más tarde, esta tradición local se alteró por la entrada del
pensamiento de Lacan de la mano de Masotta. Así se cierra en la operación otra de las
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facetas de este intelectual que como personaje de la cultura pudo también explicar el
estructuralismo por su conocimiento de Sartre y Lévi-Strauss, manifestar su gusto hacia
los cuentos de Edgar Poe y ejercer la crítica semiológica sobre la historieta y el Pop-art.
En las notas a pie de página, la alusión a los setentas desde el ángulo de lo
estrictamente político puede sintetizarse en las menciones a los secuestros, la acción de
la Triple A y la posterior represión de estado llevada a cabo por las Fuerzas Armadas. El
cuerpo del texto cierra esta indicación con una extraña anécdota que Correas cuenta
para referirse a la última vez que vio a Masotta, en 1973, en el interior de un automóvil
Ford Falcon flanqueado por cuatro personas. Como ilustración final, Correas evalúa a
los intelectuales de la época como pequeños burgueses pedestres y sentimentales.
Cuerpos que importan
Finalmente, vinculado con la figura del intelectual, y aunque excede los objetivos de
este trabajo, no podemos dejar de considerar ciertas imágenes y estereotipos ligados a la
moral sexual que circulan en La operación Masotta. Correas explicita cuestiones
referidas a sus elecciones sexuales sin eufemismos y a través de una doble estrategia
enunciativa: desde el presente de su enunciación -1991- y por medio de la cita de cartas
y testimonios del pasado compartido, cuenta y evalúa sus relaciones interpersonales.
El prólogo general y el cierre son los escenarios enunciativos elegidos por Correas
para hablar acerca de la sexualidad. Sin confesionalismos (“no había nada que confesar,
todo estaba a la vista”) anuncia que ellos, Masotta, Sebreli y él mismo, iban a producir
cultura y que, además, “poseían deseos y cuerpos”. Ésta es quizá una de las
afirmaciones más lúcidas de toda la operación, porque da cuenta de que la intención de
Correas no queda reducida a la mera expresión del desarrollo intelectual de un grupo
sino, y manifiestamente, a refrendar sus pulsiones como determinantes en lo crucial de
sus decisiones.
Desde su individualidad, Correas nos anuncia que entre 1953 y 1954 practicaba la
homosexualidad y aclara que “constituiría un exceso o una improbabilidad enunciar que
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‘era’ homosexual”. Cuando Masotta profería una de sus fórmulas: “Seremos
inteligentísimos, cancherísimos, bellísimos y crudelísimos”; Correas agregaba: “Y
purísimos”.
Las observaciones más íntimas de Correas hacia Masotta en general están atravesadas
por la expresión del deseo. Él era apetecible, mantenía su castidad viril y trataba con
benevolencia las prácticas homosexuales de su amigo. No era afecto a escuchar burlas
sobre los involucrados en esas prácticas y reaccionaba éticamente clamando por la
hombría de los involucrados. Masotta reproduce la línea ideológica que defiende a
ultranza el hecho de ser “varón”.
Juan José Sebreli y Carlos Correas fueron amantes. Pero entre Correas y Masotta
jamás sobrevinieron vínculos homosexuales. En el doble acto de enunciación al que nos
referimos antes el autor acota: “Ocurría (pienso ahora, cuando estoy escribiendo con la
franqueza plena y siniestra de un quincuagenario) que éramos bastante semejantes como
para desearnos” (26). A través del uso del nosotros inclusivo, explica que sus deseos
sexuales eran fuertes, se dirigían a objetos sexuales diversos y se satisfacían del mismo
modo. Volviendo a la primera persona protagónica, él asegura que en su caso “se trataba
de deseos de una homosexualidad mayormente frenética y fanática (...) un vehemente
emputecimiento neurótico en el que quería y no quería hundirme, aunque de la cual en
última instancia buscaba desprenderme”.
Las palabras ‘marica’, ‘puto’ y ‘chongo’ constituyen modos de nominación para los
homosexuales y se convierten en testimoniales para entender la validación social de la
sexualidad en esa época.
Correas predica su amistad con Masotta con un vínculo de índole legal: era su
cónyuge, (“así era, así es, así éramos cónyuges”). Esa relación es convalidada por una
cita textual de una carta de Masotta en la que afirma que Correas es su otro. Hasta que
se separaron, siempre la amistad prevaleció por sobre el sexo.
Por las mujeres, de escaso protagonismo en la interioridad del texto, Correas se fue
alejando de Masotta, lo que demostraría el monto de homosexualidad en su
frecuentación. Masotta y sus mujeres lo habilitaron a Correas para despojarse de su
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homosexualidad. Se fue “librando” de Masotta por las mujeres y la literatura. Y 1961 es
la fecha que señala la separación total: Correas inicia una relación heterosexual con una
joven estudiante de diecinueve años, Marta Brarda (a ella le dedica la Operación…).
Para finalizar, son significativas las referencias a un debate sobre la sexualidad y la
censura a un cuento de Correas. La primera resulta ilustrativa para entender cómo se
dirimía la discusión en torno al sexo en algunos ámbitos académicos. Para ello, Correas
descalifica el modo en que la polémica dupla Eliseo Verón - Jacques Lacan define
semiológicamente la naturaleza óntica de las relaciones sexuales desde una ontología
doctrinaria. Sin duda se burla despiadadamente de la inutilidad de la discusión.
La censura de un cuento del propio Correas, “La narración de la historia”, publicado
en la revista Centro en 1959, permite analizar cómo las manifestaciones de sexualidades
alternativas a la moral burguesa como las que aparecen en la ficción, son rápidamente
disueltas por las regulaciones de la heterosexualidad normativa que rige la sociedad
patriarcal. Correas pertenece a ese grupo de voces marginales cuyas obras ficcionales
excedieron las posibilidades de lectura en los años de su producción.
Resultado de una operación
Si, como dijimos al principio de este trabajo, Carlos Correas al construir una biografía
de Masotta y, a la vez, su autobiografía, narra no sólo identidades individuales sino
también la de un grupo representativo de aquellos significativos años de producción
intelectual, podemos afirmar que La operación… puede leerse como un posible mapa
político-cultural que, desde la figura de Oscar Masotta, nos permite acceder a las
prácticas de ciertos intelectuales en el periodo que va desde el derrocamiento de Perón
hasta los años setentas. Además, considerar cuáles son las relaciones entre el arte y la
política, el compromiso del artista y las posturas antiintelectualistas, entre otras
cuestiones.
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Correas concluye con la afirmación de que “la operación de un hombre es ya el
recuerdo y la influencia que deja en la posteridad, el resultado ha de ser la medida de la
fuerza y de la vida de esa operación”.
Nosotros, por último, nos adueñamos de la interpelación final de Carlos Correas: “Por
eso, usted, lector, habrá de desear conmigo que este libro no sea únicamente otra forma
de muerte para Oscar Masotta”.
____________________ Notas (1) SARLO, Beatriz (1985), “Intelectuales: ¿escisión o mimesis?”, Punto de vista, año VII, Nº 25, p.1. (2) TERÁN, Oscar (1991), Nuestros años sesentas. La formación de la nueva izquierda nacional en la Argentina 1956-1966, Bs.As., Puntosur, p.191. (3) “(…) daremos por admitido que sabemos qué es una biografía o que creemos saberlo Entonces sí diremos que ‘toda biografía” debe contener anécdotas. Sólo los pedantes teoricistas y demás ralea desprecian o temen la anécdota: en ésta (ya anécdota literaria, ya de ‘vida’) la idea se reúne con la emoción y ofrece la mayor esperanza de efecto sobre el lector”. CORREAS, Carlos (1991), La operación Masotta (cuando la muerte también fracasa), Buenos Aires, Catálogos, p. 15. (4) El Ojo Mocho (1996), Revista de Crítica Política y Cultural, Buenos Aires, Nº 7/8. (5) “Nos identificábamos con nuestros héroes preferidos, los del clan sartreano: Masotta me disputaba a Merleau Ponty, y Correas a Genet, ninguno competía conmigo por Simone de Beauvoir, y los tres, por supuesto, nos identificábamos con Sartre”. SEBRELI, Juan José (2001/2002), “La operación Correas”, en El Ojo Mocho, Revista de Crítica Política y Cultural, Nº 16, Dossier: Homenaje a Carlos Correas, p. V. (5) “Éramos David, Masotta, Sebreli, Adelaida y yo. Éramos unos chorros. Ismael, no tanto. Alcalde, no. Rozitchner, tampoco. Como no nos pescaba entonces nos engolosinábamos. Cada vez robábamos más...” (6) “Nos alucinábamos transformando en realidad todo lo que leíamos, y escribiendo todo lo que vivíamos”. SEBRELI, J. J., Op.Cit., p. VI. (7) CORREAS, Carlos, Op. Cit., p.16. (8) “(…) a nuestra veintena le tocó la facinerosa década del 50, que nos politizó y enrabió furiosamente; nos fuimos separando a la vez que nos volvíamos docentes de otros. Todo esto constituyó una cultura para Masotta y para mí; de esa cultura sentí necesidad de hablar; me he convencido de que no existe en la mera tradición cultural pequeño burguesa; también me he convencido de que si no fuimos ni somos ejemplares, al fin, como cualquiera, devinimos ilustrativos”. Op. Cit., p. 15. (9) “Claro que la muerte de Masotta y mi sobrevivencia son otras tantas circunstancias. Vivo Masotta, yo no escribiría sobre Masotta; recibiría, a lo sumo, afable y desganadamente, noticias acerca de él (...) Muerto, Masotta se reencarna y se extiende, denso, palpable a través de años de nuestra historia: único e infinitamente múltiple, bel esprit, víctima, testimonio de la salvación por el saber y por la inteligencia, hombre argentino y porteño”. Id., p. 15. (10) “Pero en La ceremonia del adiós la invalidación no cierra a un hombre sobre su obra (...) sino que abre el enigma del individuo declinante incapaz de ponerse a la altura de las cuestiones y sugerencias que irradia su propia obra, y que se vacía y se inmediatiza en el alcohol”. Id., p.22.
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(11) “En la década del 50 o, al menos, en los primeros y medianos años cincuenta, Masotta, y debo agregarme yo y a Sebreli, vivíamos situadamente invalidados.” (12) CORREAS, Carlos, Op. Cit., p.23. (13) “Masotta, una mujer imposible; Sebreli, como incluso actualmente, una mujer cómica; yo, una mujer abandonada (tanto en el sentido sentimental de desvalimiento como en el menos blando de desidia)”. Op. Cit., p.23. (14) Id., p.26. (15) “Entrañables cómplices y a la vez cada uno desolado con el deseo de que los otros dos resultaran muertos”. Id., p.27. (16) “Dos focos luminosos no pueden hacerse el amor”. SEBRELI, J. J., Op. Cit. (17) “Interpreto y explico que para castigarme por este error caí en otro diverso error: reingresar en la Facultad de Filosofía y Letras-y Masotta junto conmigo- que habíamos abandonado años atrás. Incapaces, hasta entonces de discriminar entre un error histórico nuestro o un error de la Historia, optamos por abandonar la historia y pasar al latín”. CORREAS, Carlos, Op. Cit., p. 42. (18) Op. Cit., p. 45. (19) “Haríamos obra con las felicidades y los infortunios propios de nuestra condición social, en modo directo u oblicuo. No haríamos obras cuyos verdaderos protagonistas resultan ser algunos de esos fantasmas apolillados (...). Estas entidades (...) y otras análogas, eran los pedruscos en la cabeza que enceguecían al viejo tipo de intelectual, idealista y místico, y lo volvían insoportable y odioso. En eso estábamos hacia 1956, 1957, 1958; aunque no solamente en eso; o, mejor estábamos y no estábamos; estábamos, al fin, en devenir. Id., p. 56. (20) Ibid., p. 69. (21) ROZICHTNER, León (1956), “Experiencia proletaria y experiencia burguesa”, Contorno, n 7-8. (22) CORREAS, Carlos, Op. Cit., p. 75. (23) Op. Cit., p. 77. (24) Id. p. 91. (25) SIGAL, Silvia (1986), “Intelectuales y política en la Argentina”, París, (Centre d’Etude des Mouvements Sociaux), p. 53, en TERÁN, Oscar, Nuestros años sesenta, cit. (26) CORREAS, Carlos, op. cit., p. 10. (27) Op. Cit., p. 54. (28) “éramos demasiado amigos para destruir nuestra amistad por un contacto físico que jamás se produjo”. Id., p. 167. __________________________ Bibliografía ARICÓ, José (1988), La cola del diablo. Itinerario de Gramsci en América Latina, Buenos Aires, Puntosur. AVARO, Nora y CAPDEVILA, Analía (2004), Denuncialistas. Literatura y polémica en los 50, Buenos Aires, Santiago Arcos Editor.
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CORREAS, Carlos (1991), La operación Masotta (cuando la muerte también fracasa), Buenos Aires, Catálogos. El Ojo Mocho (2001/2002), Revista de Crítica Política y Cultural, Buenos Aires, Nº 16. Dossier: “Homenaje a Carlos Correas”. pp. I-XXXIV. PAMPILLO, Gloria y otros (2004), La araña en el zapato, Libros de la Araucaria. RICOEUR, Paul (1996), Tiempo y narración, México, Siglo XXI. RINESI, Eduardo y HA KANG, Jung (s/d), “Vivir para contarlo. Homenaje a Carlos Correas”, Coloquio Sartre. ROZITCHNER, León (1998), “Experiencia proletaria y experiencia burguesa”, en Contorno n 7-8, julio 1956. SARLO, Beatriz (1985), “Intelectuales: ¿escisión o mimesis?”, en Punto de vista, año VII, Nº 25, pp.1-6. TERÁN, Oscar (1991), Nuestros años sesentas. La formación de la nueva izquierda nacional en la Argentina 1956-1966, Bs. As., Puntosur.