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POR TU VENTANA DORMIDA ENTRA UNA RAMA DE CIELO. JUAN GONZALO ROSE febrero 5, 2014 en 1:13 am | Publicado en Artículos sobre Literatura, Comentarios diversos, Comunicación y Cultura, JARDIN DE DELICIAS | 2 comentarios
Juan Gonzalo Rose
No he inventado ninguna melodíalos que amaron dirán: “conozco esta cancióny me había olvidado de lo hermosa que era”,y habrá de parecerles la primera canción con que soñaron.Por tu ventana dormida entra una rama de cielo,en esa rama hay un trino y en ese trino un secreto,si te lo digo despiertas y si despiertas no puedo,por tu ventana dormida entra una rama de cielo.A tu ventana dormida viene a asomar mi lucero,él ya conoce el camino que lo conduce a su anhelo,te mira sin que lo mires, te quiere sin que lo quieras,sombra pegada a tu sombra que te ilumina de veras.JUAN GONZALO ROSE“Primera canción” En: Simple canción (1960)
Bella composición musical del maestro Víctor Merino basada en el poema de Juan Gonzalo Rose. En el siguiente video el mismo maestro Merino interpreta el piano acompañando a la cantante Claudia Aguirre.
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COUFFON: EL INTERMEDIARIO, EL POETA, EL INEFABLE, homenaje a Claude por el poeta peruano Jorge Nájar, al que adhiero agradecida por su vida y obra diciembre 19, 2013 en 11:45 am | Publicado en Artículos sobre Literatura, Comentarios diversos, Comunicación y Cultura, Miscelánea, Noticias y demás... | Deja un comentario
Claude Couffon
COUFFON:
EL INTERMEDIARIO, EL POETA, EL INEFABLE
Un caso muy curioso dentro de la poesía francesa contemporánea acaba de apagarse.
Claude Couffon ha muerto. Esta mañana, 18 de diciembre del 2013, me lo cumicó por
teléfono la misma Elisa, su esposa. Ha fallecido en el Hospital de Caen, muy cerca de la
localidad donde nació en 1926. Y al evocarlo se me viene a la memoria el primer
poema con el que se abre Tarde o Temprano, su último libro: “Me hubiera gustado ser
otro. / No aquél a quien se conoce / e incluso se reconoce. // Ser Bosquet o Sabatier. /
Alberti o Neruda, / Louis Aragon o Paul Eluard. / O bien / tantos otros que ríen en sus
barbas… // Pero yo sólo soy / -disculpen si me ufano- / aquél que todos llaman
Couffon.”
EL INTERMEDIARIO
En 1976, a fines de noviembre, en los mingitorios de La Complutense descubrí una
serie de garabatos con pretensiones de letrilla. Muchas de ellas estaban habitadas por
la pretensión política, por el veneno de la envidia o simplemente por la más burda
grosería. He aquí un ejemplo: “En París, cada bufón / tiene su Couffon.” Yo venía de
Lima y estaba de paso hacia París. Antes de emprender el viaje había vendido toda mi
biblioteca. Uno de los sectores más acariciados era la poesía de García Lorca y los
documentos que lo acompañaban, entre ellos el mítico Granada y García Lorca de
Couffon publicado por Losada, en Buenos Aires, en 1967. ¿Ven lo que quiero decir?
¿Calibran el volumen de la envidia? ¿Quiénes eran los bufones según el chistosito autor
de esa canallada? Recordemos que hasta 1976 Couffon había traducido e introducido
en el mundo del libro francés no sólo la poesía de García Lorca sino también la de
Miguel Hernández, la de Rafael Alberti, la de Blas de Otero, la obra narrativa de Miguel
Ángel Asturias, la ambición de Pablo Neruda y los cantos de Nicolás Guillén, entre
otros. No vale pues la pena ocuparse de la naturaleza del autor del citado graffiti. Vale,
sí, ocuparnos del intermediario, del passeur como dicen los franceses, una especie en
vías de extinción dentro del universo literario, no sé si sólo francés, de nuestros días.
El otro chisme que se me viene a la memoria ocurrió en París, en el invierno de 1978.
De vez en cuando me reunía con algunos amigos en el Café de la Ciudad Universitaria
para hablar de nuestros afectos comunes: la política, el arte, la literatura y para
intercambiar impresiones sobre la sociedad en la que nos encontrábamos. En esas
sobremesas se me hizo familiar el nombre de Couffon. Las referencias lo presentaban
como un profesor universitario, investigador y promotor de literatura en lengua
castellana, tanto de éste como del otro lado del océano. Es la reencarnación de Midas,
decían. Alguien, Dionisio o no sabían qué dios, le había otorgado el poder de convertir
en oro todo cuanto tocaba en el mundo de las letras. Así decían. Pero más allá del
aspecto externo de su trabajo, ¿quién era en realidad el personaje? La interrogación
quedó sin respuesta durante algún tiempo hasta que llegué a conocerlo personalmente
gracias a la mediación del poeta Armando Rojas. En las reuniones con Armando y
Couffon saltó ante mis ojos la evidencia de que el personaje era dueño de un afilado
sentido del humor, capaz de convertir en ángel al más pintado de los diablos. Desde
entonces compartimos innumerables conversaciones, más de un Taller de Traducción
en diferentes localidades de Francia, e incluso algunas aventuras de edición; por mi
parte también he atizado el fuego de los comadreos de quienes encontraban
inexplicable su obra de difusión de poesía, narrativa y ensayo en lengua castellana de
los últimos cincuenta años.
En el mes de abril del 2002, después de haberlo hablado repetidas veces, en las
pausas de los Talleres de Traducción dirigidos por Couffon, entre jóvenes aprendices de
traducción, vinos blancos, ostras y bogavantes, llegamos a convenir fechas
aproximadas para una serie de entrevistas sobre su aventura de intermediario en el
mundo literario parisino. El domingo 21 de abril de ese año los electores franceses
acababan de provocar un cataclismo en la primera vuelta de las elecciones
presidenciales eliminando de la confrontación al candidato socialista Lionel Jospin, para
poner al representante de la derecha tradicional, Jacques Chirac, frente al ultra
derechista Jean Marie Le Pen. El lunes por la mañana cuando descolgué el teléfono
para llamar a su casa de Nogent sur Marne, Couffon parecía apesadumbrado y me dijo
que una de las explicaciones del cataclismo había que buscarlas en el crecimiento de la
inseguridad y la violencia que los socialistas no habían podido controlar. Así un asunto
de policía urbana pasaba a convertirse en tema decisorio de las opciones políticas en
Francia. Sin entrar en mayores discusiones fijamos para el día siguiente, martes 23, la
fecha de nuestro encuentro. Eran las once de la mañana cuando me presenté en su
casa. Couffon estaba afanado en enviar un fax para confirmar unas conferencias sobre
Neruda. Por fin, a las doce del día, arrancamos con una entrevista que duró por lo
menos tres horas.
La traducción como búsqueda de felicidad
En la conversación salía en claro que Couffon había conocido a casi todos los poetas
españoles que sobrevivieron a los estragos de la guerra; salvo a Pedro Salinas, me dijo.
Eso me llevó a preguntarle cuáles habían sido los criterios que le incitaron a traducir a
unos y no a otros. Había intentado traducir la poesía de Jorge Guillén, me confesó, pero
para sus gustos el resultado terminaba pareciéndose demasiado a la poesía francesa.
No es que fuesen copias o algo similar, matizaba; todo lo contrario, sus poemas eran
profundamente suyos pero, traducidos, resultaban siendo algo semejantes a los de
Valéry, con ese estilo tan puro y profundo. En cambio el efecto que le produjo la poesía
de Rafael Alberti fue fulminante. Lo leía y enseguida le salía la traducción con una
melodía autónoma, sin necesidad de recurrir a artilugios. Y eso, creía, se debía a que
ambos, él y el traducido, tenían una sensibilidad muy cercana; esa cercanía era lo que
le producía felicidad al traducir. En realidad estaba poniendo en práctica la norma
superior de los traductores: traducir sólo lo que nos gusta. Naturalmente, reconocía
Couffon, el poema traducido es como la interpretación de una partitura; puede haber
numerosas traducciones de un mismo poema, como en música hay numerosas
interpretaciones de una exclusiva partitura musical. Esa ha sido su norma: música y
felicidad.
La traducción entendida al mismo tiempo como la búsqueda de una melodía esencial y
la coincidencia de sensibilidades entre el autor y el traductor también se produjo en el
caso de Nicolás Guillén y no así con José Lezama Lima. Con Nicolás las cosas se
pusieron en marcha inmediatamente, me dijo. En cambio, con Lezama, pese al
entusiasmo inicial, no fue así. Cuando apareció Paradiso, Lezama le pidió a Couffon que
se ocupara de la traducción. Y el aceptó. Firmó incluso el contrato con la casa editorial
Le Seuil. Tradujo el primer capítulo y lo publicó en la revista Lettres Nouvelles en un
número consagrado a la literatura cubana. Pero después el buscador de felicidad se
descolgó del texto. Me confesó incluso que no sabía qué hacer. Todo se le volvía difícil.
Se pasaba horas en la traducción de 20 líneas. Y no veía ninguna salida. Dejó las cosas
a un lado a la espera tal vez de alguna iluminación en otro momento. Pero la
iluminación no llegaba. Entre tanto, como el tiempo pasaba, en la editorial comenzaron
a preguntarse qué ocurría, por qué no recibían la traducción. Y Couffon siempre
contestaba que la novela era larga, muy larga. En realidad él no había avanzado más
allá del primer capítulo. Comenzaron entonces a formarse grupos de presión para que
otra persona se ocupara de la traducción. Sin embargo, cuando se revisa recientes
antologías de poesía cubana en francés preparadas por Couffon nos encontramos
siempre con poemas de Lezama. Lezama está siempre bien servido. Es imposible no
incluirlo, me dijo, si se quiere una antología equilibrada y en acorde con la realidad
literaria.
El fenómeno de la empatía ocurrido con García Lorca, Alberti, Nicolas Guillén se
produjo también con Miguel Ángel Asturias. ¿Cómo ha hecho para identificarse con
gente tan diferente?, le pregunté ese día. La respuesta fue fulminante: Todos los
hombres somos dobles o triples y a veces más. Dentro de una persona cohabitan
diferentes sensibilidades. Pero lo que de veras le movía era la fascinación. Con muchos
de los que tradujo hubo inicialmente un encuentro intelectual muy fuerte que terminó
creando eso. Se encontró por primera vez con Asturias en casa de Juan Liscano o quizá
en la de Carrera Andrade, me dijo, y hacía brevísimos instantes que estaban
saboreando unos vinos cuando Miguel Ángel sacó de su bolsillo unos papeles con
poemas suyos. Los leyó y le dijo que le gustaría que él, Couffon, los tradujera. Lo
curioso era que Asturias ya tenía traductores de primera línea como Francis de
Miomandre y Georges Pilmahn que habían trabajado con libros tan importantes
comoLeyendas de Guatemala, Hombres de Maíz o El señor presidente. Pero el día en
que él se sacó esos poemas del bolsillo y le los entregó, Couffon se quedó
impresionado. Los leyó inmediatamente. Aunque eran poemas escritos en español, la
esencia era profundamente india, Maya. Y eso, claro, fue lo que le impactó.
El caso de La ciudad y los perros .
Ante estas confesiones de parte, no sé cuáles sean las razones profundas por las que
Couffon no haya traducido hasta ahora al escritor emblemático de los peruanos de
estos días. Me refiero a Mario Vargas Llosa. Fue el primero que leyó el manuscrito
de La ciudad y los perros me dijo alguna vez. Vargas Llosa se lo había entregado en
cuanto terminó de escribirla. Y él la leyó enseguida, de un tirón. Se quedó tan
entusiasmado que inmediatamente habló con Nadeau diciéndole que había que
publicarla, que era una maravilla. En “Les lettres nouvelles” él había publicado de
Vargas Llosa un cuento de su primer libro cuando con Octavio Paz y Julio Cortazar
prepararon un número especial sobre las nuevas literaturas de Latinoamérica. Cuando
Nadeau recibió el manuscrito de La ciudad y los perros le preguntó a Couffon si él
estaba listo a traducirla. El caso era que Couffon, me dijo él mismo, estaba entonces
muy ocupado en la traducción de dos libros de Miguel Ángel Asturias y materialmente
no le quedaba tiempo. Nadeau cogió el manuscrito y dijo que lo pasaría a sus lectores.
Al cabo de unos seis meses más tarde, llamó Mario a Couffon para informarse sobre el
estado de las cosas. Era un jueves, día en que Nadeau recibía. Y por eso le dijo a Mario
que fueran juntos a la oficina. Subieron hasta el sexto piso en que se hallaba su
despacho, en uno de los cuartos para las criadas de esos que tanto había por entonces
en el Barrio Latino. El despacho de Nadeau se hallaba al lado de la oficina de Sartre, en
el mismo pasillo. En la entrada se encontraron con la secretaria. Mario que la conocía
se quedó hablando con ella. Couffon avanzó hacia el fondo del despacho de Nadeau.
Cuando le habló del manuscrito de Mario Vargas Llosa el tipo se quedó sorprendido. No
se acordaba de nada. Couffon le recordó algunas características y Nadeau fue a
buscarlo en el armario. Lo extrajo del fondo de una infinidad de papeles. Leyó el
informe que lo acompañaba. Y mientras leía, su cara se fue convirtiendo en una
máscara grave, seria, triste, hosca. Y al cabo dijo, oye Claude, este libro no vale nada.
Y le mostró la nota redactada por uno de sus colaboradores. En cuatro líneas el lector
del manuscrito declaraba que la novela estaba plagada por un realismo sin interés
alguno. Y, claro, ante eso, todo se había paralizado. Y, por supuesto, no la iban a
traducir. Couffon recuperó el manuscrito, puso el informe en el bolsillo, tomó a Mario
por el brazo y salieron. Ya en la escalera Mario preguntó: ¿Qué pasa? ¿Por qué tienes
esa cara? Couffon respondió sin ningún rodeo: Nadeau acababa de decir que no iban a
publicar la novela. Mario empalideció. Pero en ese mismo instante Couffon pensó en
otra alternativa. Bueno, le dijo, tengo muy buenos contactos con Carlos Barral. En este
momento vas a tu casa y preparas un paquete con el manuscrito mientras tanto yo le
escribo una carta. Y veremos. Media hora después vino Mario al café donde Couffon
acababa de escribir la carta. Fueron al correo y la despacharon. Tres semanas más
tarde, el mismo Mario le llamó por teléfono a Couffon para anunciarle que acababa de
recibir un telegrama de Barral más o m enos con este tenor: libro magnífico. No
venderlo a nadie. Te felicito. Abrazos. A partir de ese momento ya todos sabemos la
suerte que ha tenido el libro entre sus millones de lectores.
El intermediario.
He citado el caso de Vargas Llosa sólo porque se trata de uno de los más conocidos.
Muchos otros han pasado por su intermediación para conseguir editor. Ese ha sido
también otro de sus papeles más importantes. ¿Cómo ha procedido para abrirse
camino en medio de la selva oscura que siempre ha sido el mundo de la edición, ahí y
donde sea? Para verlo con mayor claridad conviene recordar que después de la
Segunda Guerra Mundial los hispanistas de mayor renombre en Francia eran Francis de
Miomandre y Georges Pilman. Era una época en que la generación de Asturias, Neruda,
Onetti y otros publicaban sus libros dentro del catálogo general de cualquier editorial y
así el destino de cada libro traducido era una verdadera aventura puesto que todavía
no existían las colecciones especializadas. Así se publicó por ejemplo El laberinto de la
soledad de Octavio Paz. Lo había descubierto Max Poul Fouchet y lo publicó en una de
las editoriales a las que él tenía acceso. En ese momento y en esa circunstancia
apareció Roger Caillois a su regreso de Buenos Aires donde había establecido vínculos
muy estrechos con Borges y todo su grupo. Caillois consiguió convencer a Gallimard de
la necesidad de crear una colección de literatura latinoamericana. Y en La Croix du sud
aparecieron los primeros libros de Borges, las primeras novelas de Carpentier quien
pronto daría en el clavo con su obra maestra El reino de este mundo, a la que siguieron
luego todas sus grandes novelas. Dentro de ese contexto hay que ubicar al
intermediario Couffon; un medio en el que las relaciones universitarias, políticas y
periodísticas estaban interconectados.
Muchos han sostenido que entre Caillois y Couffon provocaron el lanzamiento de la
literatura latinoamericana en Francia. Pero la verdad sea dicha: Caillois trabajó sólo
para La Croix du Sud y prácticamente no tuvo relaciones privilegiadas con la prensa;
en cambio, si bien es cierto que no llegó a dirigir una colección, Couffon tuvo la ventaja
de su intensa relación con la prensa. Desde muy joven colaboró con Le Figaro
Litteraire; con Lettres Françaises, una de las publicaciones de la resistencia francesa y
que después de la liberación fue dirigida por Loius Aragón; también Couffon trabajó
para Les Lettres nouvelles, la revista literaria creada en 1952 por François Nadeau;
intensas fueron sus colaboraciones con Le temps modernes, la revista creada por Jean-
Paul Sartre y Simone de Beauvoir; y, claro, Couffon también mantuvo lazos estrechos
con la revista literaria Europe.
Esa es la razón por la que, según la tendencia política, el estilo o el mundo del escritor,
Couffon ha podido orientar los libros de unos y otros hacia diferentes casas editoras.
COUFFON, EL POETA
Cuando se revisa la hoja de vida de Couffon uno se queda asombrado por la enormidad
de los actos en los que ha participado para promover a la obra de sus amigos; es más,
es peor diría yo, en ningún momento aparece alusión alguna a cualquiera de sus
poemarios. Es como si deliberadamente para él sus propios poemas no tuvieses sitio
en su recargada vida pública. Y claro, en alguna oportunidad, no pude dejar de
preguntar sobre el por qué. Sí, ¿Por qué el poeta Couffon se oculta detrás del bosque
de los autores que ha traducido y de los libros que ha escrito para difundir la obra de
los otros? La respuesta fue hablarme de un jardín secreto que, para seguir cultivándolo,
había que protegerlo de las alimañas, de los pesticidas y de los riesgos de la
producción en serie. Tanto ha protegido su jardín secreto que en el Homenaje que le
rindieron en Francia sus amigos escritores y editores, escuché algo que me llenó de
asombro.
El viernes 18 de octubre del año 2002, en la noche de homenaje a la que aludo, le oí
decir a André Velter, el director de la colección de poesía de Gallimard, que el poeta
Couffon había sacrificado su propia obra para dedicarse a difundir el trabajo de los
otros. ¿Pero de qué sacrificio hablaba Velter? ¿No recordaba acaso que la traducción es
a la vez un ejemplo de práctica lingüística y el ejemplo mismo de toda operación
lingüística posible, es decir pura poesía?
Una sombra, una imagen (1973).
Couffon no es un jovencillo lanzado a la aventura cuando aparece su primer
poemario Le temps d’une ombre ou d’une image. Ya ha realizado gran parte del
recorrido que he señalado. Tiene 47 años. El libro se abre con un proemio que él
denomina Raison d’écrire – Por qué escribo – en el que se puede leer: “Se encontrarán
aquí con una experiencia onírica que se produjo durante el verano de 1971 cuando el
autor se hallaba en una playa de Normandía. En el duermevela de una noche de julio,
brotó un primer texto y se impuso con una intensidad extraña en mi memoria. Pronto
surgieron otros textos habitados por imágenes obsesiónales…” Hay que subrayar en
esta cita el entendimiento del acto poético como una experiencia onírica que
produce imágenes obsesiónales. Hay que subrayar también el escenario en el que
ocurre. En seguida, cuando nos confrontamos con los poemas encontramos unos textos
brevísimos, como tallados en la piedra pero habitados por una fina melodía. El primero
lleva por titulo Rilke: “La rose était una lampe endormie / rêvant le jour rêvant la nuit /
Un courant de mort l’a ternie” — “La rosa era una lámpara adormecida / soñadora de
día soñadora de noche / Una corriente de muerte la empañó”. Tres versos le han sido
suficientes a Couffon para condesar el universo rilkiano. Arranca con una imagen
onírica, sin duda, pero extremadamente concreta en un primer momento: la rosa, la
lámpara, el adormecimiento; para evolucionar luego hacia el extra-mundo de la
muerte. En el siguiente poema, llamado Nerval, también nos encontramos de entrada
con algo sumamente concreto: “Los nenúfares en el negro estanque / espían la ronda
sibilina / del verde y del oro al trenzarse / en el aro plateado de la bruma / del parque
infinito del recuerdo.
Si estuviéramos aquí para hacer un análisis prosódico de esta poesía nos detendríamos
en los mecanismos de la rima interna; en los perfiles de un universo contrastado de luz
y de noche, habitado por flores, vientos, agua y toda una paleta de colores; pero ese
análisis lo vamos a dejar para otra oportunidad. Hoy quiero señalar que ese primer
poemario se compone de 44 piezas. En su recorrido viajamos por el universo literario
que lo obsesionaba por entonces; los ya citados Rilke y Nerval, más una plétora de
poetas franceses, españoles, latinoamericanos, occidentales, y para mi gran placer,
también el peruano Javier Heraud, poeta emblemático de mi generación. El poemario
se cierra con una especie de remate o acotación firmada por Asturias. No sé por qué en
su momento no se tradujo este poemario al español.
El cuaderno de la bahía (1974).
Un año más tarde nos entregó su Cahier de la baie du mont Sain Michel. Como en el
anterior poemario ahora también estamos en Normandía, pero en esta oportunidad el
escenario se ha vuelto más preciso pues nos hallamos en ese lugar emblemático que
es la bahía del monte Saint Michel. El libro se compone de 43 objetos verbales y 6
aguafuertes. Si en el primer poemario nos proponía un viaje inmóvil, a la luz y el aire
de una playa normanda, un recorrido por las melodías de sus poetas preferidos, por la
evocación de sus lecturas, por el ensueño intelectual; en el Cuaderno de la
bahía asistimos, en un primer momento, a un acercamiento a ese espacio sagrado de
la cristiandad contorneándolo, disfrutando de la playa, del canto de las aves, del placer
de la pereza, del júbilo de las miradas, del silencio, de la desnudez de los cuerpos, de
los juegos prohibidos. He aquí una de sus piezas, Plage: “El día azulino me otorga sus
barcas / La gaviota / sus sedosos caprichos / Para ser eternidad la playa se despliega /
El instante / privilegiado /en la belleza del movimiento / se perenniza” ¿Qué imagen
más precisa del escenario de sus placeres esperamos? Todo está dicho sobre el lugar
en el que asistiremos a sus gozos. Allí donde los devotos van a recogerse para implorar
algún milagro, el poeta agnóstico sube al monte mostrándonos los jardines, las
murallas, la gentuza, los amores clandestinos, los secretos del pirata. Couffon no está a
la búsqueda de recogimientos ni de piedades sino, sólo, de una musiquilla muy íntima,
de colores apacibles y de encendidos abrazos. De este hermoso libro yo me permití
extraer numerosos poemas para integrarlos en la Antología de poesía contemporánea
de expresión francesa que la UNESCO, en el año 2000, tuvo a bien lanzar una primera
edición y la Pontificia Universidad Católica del Perú la segunda en el 2003.
1979: Celebrations.
El libro mayor de esta primera etapa de su producción poética, Celebrations, fue
publicado en 1979. Se compones de 83 poemas. En ellos retoma sus temas constantes,
el aire, los colores del lar, la alegría de vivir, el placer de disfrutar de los cuerpos y de
la naturaleza; pero al mismo tiempo rompe, expande y profundiza su universo poético,
otorgándole así los matices propios de la epopeya del hombre contemporáneo en su
devenir planetario. Oigamos lo que dicen en Teotihuacan: “Una piedra calla y otra se
despierta / en la pasividad de la memoria / La oreja oye un silencio de pie desnudo en
la arena / una música olvidada de argollas y brazaletes / Un ojo oblicuo insinúa el
futuro de un sueño asesinado” El poeta nos está induciendo a reflexionar no sólo
sobre el “aquí” y el “lugar” de cada quien en el planeta sino también a rastrear en su
obra la evolución de esos conceptos. Miembro de una generación contradictoria que
padeció los efectos de la segunda guerra mundial y que soñó con la ruptura de los
entrabes sociales, desde la aparición de su primer poemario, su voz ha estado marcada
por una reflexión en torno al espacio natal, como ya lo hemos señalado, no por un afán
de atrincheramiento sino más bien como expresión de la existencia. Más que cualquier
otra preocupación ideológica, su poética se centra en interrogantes tales como:
¿Quiénes somos? ¿Dónde vivimos? ¿Para qué vivimos?
Una negrura intensa (1980).
Mas, de pronto, en la búsqueda de elementos de respuesta a esas grandes
interrogantes, el lector asiste a un cataclismo. La casa poesía que hasta ahora había
venido construyendo con materiales del gozo, con colores de felicidad, con melodías
armoniosas, pierde la serenidad como si hubiera sido sacudida por los huracanes de la
existencia; diría incluso que se disloca, el techo vuela, puertas y ventanas se
descuajeringan, las paredes se desmoronan; sólo perduran los sólidos fundamentos y
uno que otro pilar. El verso que había sido azulino con sonoridades de rondalla, se ha
cargado de óxido para volverse negro, de un negro profundo. Tal es el caso de Aux
frontières du silence (En las fronteras del silencio), aparecido en 1980 con tres
impresionantes aguafuerte de Jacques Doucet. El libro en realidad es un oratorio
fúnebre compuesto de 20 estancias. He aquí dos botones, porque para muestras, como
decía mi abuela, no basta uno. Conformité: “A veces / adhiero mi cuerpo totalmente
/contra la imagen de mi muerte / inserto / vida / en el vacío / y entonces / siento / la
forma exacta de la ausencia” El verso, para quienes consigan verlo, carece de cesuras
preestablecidas, el ritmo tiende a hacer coincidir sus tiempos fuertes con los tiempos
fuertes del pensamiento; el verso es una sola palabra, y si así no fuera no sería un
verso. He aquí el otro botón:“Cuando muera, enterradme / en el mar, dijo Alberti, / en
mi guitarra, dijo Lorca. / Cuando yo muera, enterradme / en la rosa del corazón
amigo.” El poemario se cierra con la siguiente nota de pie de página: Besnières-sur-
mer, julio de 1978, Hospital Henri-Mondor, Créteil, 9 de febrero de 1979. Queda claro
así que el poeta ha escrito esas 20 lápidas mortuorias durante los trances de la
enfermedad.
En lo sucesivo aparecerían sus otros poemarios, tallados estos en la obsidiana negra de
los sacrificios y las supervivencias. A lo largo de su lectura uno va sintiendo que el
poeta se deja escribir por la poesía en el más profundo desasosiego; cada una de esas
entregas son verdaderos exorcismos contra la muerte. Si bien el sentido de su poesía
ha cambiado radicalmente, la factura ha permanecido. Todavía vivo -dice en Corps
automnal (1981)- ¿pero acaso vivir / es arrancarle luz a la espuma del tiempo?
A lo largo de los más de 30 años que lo he frecuentado pude constatar sus
exaltaciones y silencios. Couffon, como francés, es un bicho raro. Sólo una vez le
escuché, brevemente, hablar de sí mismo. Ocurrió en Fougères, el pueblo en el que
pasó algunos años de su infancia. El arroyo que se desliza al pie de la muralla, se
envuelve en una rueda dentada antes de convertirse en chorros de piedra diamantina.
Mirándolo atentamente le dije que creía descubrir algún verso suyo en esa realidad.
Respondió con tres o cuatro palabras para confirmar mis impresiones y cambió de
tema. Estábamos en los Talleres de Traducción que él animaba en la localidad con la
complicidad del centro cultural del ayuntamiento y algunos profesores de los liceos
locales. Sobre sus propias creaciones Couffon es el francés más discreto que he
conocido. Y ese tipo de comportamientos en mí saben engendrar curiosidad. Allí
encuentra raíz esta pesquisa sobre las huellas secretas del demiurgo y su yo, es decir
sobre lo que este hombre aparentemente extravertido deja traslucir en su poesía. En
1983 nos entregó Absent / Present. Perdura el tono de la elegía mas, de pronto, brota
un impromptus, tal el caso del Autorretrato pintado en esas páginas: “Esta
representación es mi retrato jamás pintado / tiene los colores del día a orillas de la
noche // mucho azul las manos los ojos cuando tocan / el paraíso secreto de la
cómplice desconocida // mucho del verde de mi soledad / verde como el agua el árbol
o la pradera / a la espera del canto para sublimar el silencio // un fino reflejo de oro
para darle soleada alegría / un toque de carmín para el fuego de las heridas // y azul
mucho azul verde mucho verde”. Un poco como el Dante al emerger de las
profundidades del infierno, volvemos a entrever en su palabra luces, colores, alusiones
a sus espacios privilegiados y a las amistades de la juventud.
Como algunos poetas de su generación, Couffon no quiere limitarse exclusivamente a
la escritura de versos. Sus ambiciones de renovación también se orientan hacia una
deliberada voluntad de prosa y hacia estructuras no sólo limitadas a tono y registro,
sino hacia la construcción de un conjunto. Sin embargo, a diferencia de la mayoría de
los poetas franceses de hoy, no le interesa la poesía como ejercicio retórico sino más
bien como antena del alma. “Me aburren los profesionales de la poesía”, me confesó
una tarde en Saint Malô en que saboreábamos unas copas de vino blanco y seco frente
la inmensidad del mar.
Sherlock Homes descubre un crimen de C. Vallejo.
En una de nuestras caminatas me dijo que había descubierto una bomba. Sí, una
verdadera bomba. Se trataba del ejemplar de Escalas Melografiadas, el libro de relatos
que César Vallejo había publicado poco antes de abandonar el Perú. No era un ejemplar
cualquiera sino el mismo que César había dedicado a su padre y en el que el autor
de Trilce había cometido un crimen. Sí, el crimen de corregir sus propios relatos años
después de haberlos publicado. Incrédulo, le pedí que me los mostrara. Y llegando a
París constaté el crimen. Y al mismo tiempo la prueba de que Vallejo consideraba que
sus palabras, el tejido que ellas constituían, estaban vivas hasta cuando él pudiera
seguir nutriéndolas o sometiéndolas a dieta para arrancarles toda la celulitis.
Inmediatamente llamé a un amigo mío que trabajaba en el departamento de ediciones
de una universidad peruana y le hablé del asunto. Arreglé una cita para presentarle a
Sherlock Homes. Así apareció en Arequipa la nueva versión de Escalas que ahora los
vallejólogos denominan el Texto Couffon. Lo que yo supuse que provocaría una
explosión atómica entre los vallejianos, que andan siempre con una retrocarga bajo el
brazo para disparar contra los que se atrevan con el santo varón, cayó como un golpe
de espada en el agua.
A la sombra de este cuerpo (1988).
Cuando en 1988 apareció A l’ombre de ce corps, constaté la persistencia de las ideas,
los motivos, las imágenes y los colores oscuros en los que se movía. En cuanto a la
forma, permanecía irreprochable en su precisión. Frío se llama el poema con el que se
abre ese libro; de versos gélidos, volvemos a constatar sus espantos frente a la
muerte, las separaciones, las rupturas. Así, directamente, nos instala en el territorio
por el que nos conducirá, tenso, obsesionado, llegando incluso a los bordes de la
neurosis. El camino por el que nos lleva va de un claroscuro a otro. Desde los
atardeceres durante los que el ogro de la muerte lo persigue hasta los amaneceres de
nuevos consentimientos. La noche, en todo caso, será el espacio de su voz. Y allí, en
las oscuridades, asistiremos a las tribulaciones del demiurgo y su yo ante las
futilidades que tienen ciertos libros que se le caen de las manos. El viaje se cierra con
el poema Muelle. Se trata de un significativo adiós de aquellos en los que ya no se
reconoce: cuerpos, palabras, afectos, vivos y aún bellos mientras el río pasa inmutable;
mientras la vida sigue su curso hacia otros territorios. Fenêtre sur la nuit -Ventana a la
noche- apareció en edición bilingüe en 1996. El libro venía acompañado por tres
impactantes dibujos de Guayasamín. El terror de la noche, la añoranza de los cuerpos
jóvenes, pero sobre todo un constante ir y venir sobre la importancia, la vacuidad, los
colores o la opacidad de las palabras, son ahora las constantes. Entre los 27 poemas
que lo componen hay cuatro en prosa. Trascribo uno de ellos, Amor: Y pensar que el
amor no existiría sin las palabras. Pero incluso la palabra amor es una más. Vieja voz
inmutable para los cuerpos siempre nuevos. Eternidad verbal de lo efímero. Tiene el
perfume de las rosas de Ronsard, de Rilke o de Eluard, el azufre del Marqués, de
Baudelaire, Apollinaire o Aragon, los huesos de miles de voces, el anonimato de un
planeta desde aquella pulpa amarga de una manzana sospechosa. Mito. Árbol-mito con
hojas de imágenes que hombres y mujeres alimentan con savia extraña y desconocida.
Sin embargo, altos y claros susurros del ahora hay en las invisibles raíces del siempre.
El libro bomba.
El libro más potente de todo este largo período de inmersión en el oscuro cargado del
rojo de los infiernos, es, sin duda, Tarde o Temprano, aparecido en México en 2002. El
libro se compone de 37 poemas, separados en tres cuerpos, como los antiguos
retablos. De yapa, como dicen las señoras de los mercados amazónicos cuando nos
regalan unos granos después de haber adquirido algo en sus puestos de venta, vienen
los testimonios de algunos de sus amigos, nada menos que los poetas Senghor,
Sabatier, Asturias, Carrera Andrade, entre otros. El libro arranca con ese poema
impresionante que ya he leído al iniciar esta conversa y que ahora vuelvo a repetir tan
sólo por el gusto de afirmarme en mis convicciones, Nombre: “Me hubiera gustado ser
otro. / No aquél a quien se conoce / e incluso a veces se reconoce. // Ser Bosquet o
Sabatier. / Alberti o Neruda, / Louis Aragon o Paul Eluard. / O bien / tantos otros que
ríen en sus barbas…// Pero yo sólo soy / -disculpen si me ufano- / aquél que todos
llaman Couffon.” Que duda cabe, cuando alguien plantea así, de entrada, el libro, el
lector tiene que estar preparado para un arreglo de cuentas. ¿Pero arreglo de qué
cuentas y con quiénes? Desde la resurrección que ha significado tanto para él como
para sus lectores el contenido de En las fronteras del silencio hasta el que ahora
deshojamos el poeta se ha confrontado con la muerte, con la enfermedad, con los
amores perdidos, con el silencio, con la traición. Agotados los espejismos del destino
salvador del genero humano –aquella lucha de clases a la que hacía alusión
inicialmente– y agonizantes las ideas de la trascendencia, en ningún momento su
palabra se ha extraviado en los señuelos teológicos. El infierno no son los otros, como
sostuvo alguien; el infierno somos nosotros mismos parece decirnos Couffon. Y acaso
el paraíso también. Se ha refugiado, sí, en la pura inmanencia de su palabra ceñida,
sin una gota de grasa, sin autocomplacencias vulgares. Pero para verificarlo, caracho,
como decimos en el Perú, tendrían que leerlo, incluyendo, claro, El cuaderno secreto,
poemario del que he oído hablar pero que hasta ahora no he podido conseguir en
ninguna parte. Tendrían que leerlo, caracho, porque además de lo que he señalado, su
voz, su palabra está también habitada de un espíritu socarrón; pero no entraré en esos
detalles para que quede eso de carnada. Así es Couffon, un poeta secreto incluso con
sus más cercanos amigos. Y ahora para terminar me gustaría que escucharan su voz
en la lectura del poema Ceremonia de adiosescon el que cierra su libro bomba.
“Ya estoy muerto. Mi corazón ha dejado de latir mientras dormía, a las cinco y
veintisiete minutos de la mañana. Sensación extraña. Sentí que mis huesos crujían
como si se deshicieran. Quise gritar y un soplo salió de mi boca. Mi alma, como diría el
cura de mi pueblo. Tengo los ojos abiertos pero ya no veo. Mis ojos se han vitrificado,
envueltos por una nube blancuzca, compacta como las que a veces veía en el cielo al
viajar en los aviones. He abierto mi boca igual a cuando hacía argollas de humo con el
cigarrillo, pero no se cierra. Un chapoteo de olas o de aguacero se ha cristalizado en el
hueco de mis orejas. Unas manos levantan mi cuerpo. Bajan por mi vientre. Abren mis
piernas, levantan y empuñan mi sexo. Lo siento largo y fofo. No, no ocurre nada. Pero
la caricia es agradable. Me han cruzado de manos. Tratan de que sostenga un manojo
de boj. Yo siempre he detestado el boj, su acre olor después de la lluvia. Lo rechazo
endureciendo los dedos. Y se ha quedado aquí, sobre mi barriga. Han puesto un
crucifijo encima de mi pecho. Nunca he creído en Dios ni en Jesucristo. Pero algo sí en
el diablo. Me parecía verlo cuando miraba a Picasso, a Charlot, a Dalí, a Stalin, a Hitler,
a Brassens o a Gainsbourg. ¡Ah! ¡Esta cruz me oprime! Pareciera que quisiera hundirse
en mi tórax. Aplastarlo. Imprimir ahí el hierro candente con que se marca a los novillos
y a los toros. ¿Hace cuanto que estoy en este lecho? ¿Cuántas horas? ¿Cuántos días?
Encima de la chimenea, el incansable San Jorge del viejo reloj de péndulo debe
continuar aniquilando al dragón y marcando las horas. Ya debería descomponerme,
incomodar a la gente que seguro me mira con tristeza o miedo o gozo. No, me he
puesto tieso, pero no siento que mi carne se reblandezca, se distienda, se agriete para
liberar de sus células la sangre que se impacienta por abandonarme. ¿Me voy a
despertar?
¡Eh! Pero vean cómo me trasladan, me transportan, me depositan… y me hundo…”
Con ligeras variante este fue el texto leído en Madrid, el 21 de mayo del 2008, en el
homanaje que le rendimos sus amigos en Casa de América, en Madrid.
Muchos años más tarde ha ocurrido lo que tenía que ocurrir.
El poeta, el intermediario, el traductor y el amigo ha fallecido.
10 POEMAS DE VENTANA A LA NOCHE
(FENETRE SUR LA NUIT)
VIAJE
De niño viajaba en sueños
por encima de los azules verdes amarillos rojos
de planisferios y mapas
de mis libros escolares
luego atravesé por esos azules verdes amarillos y rojos
y conocía a su gente
descubrí sus paisajes ritos y magias
y a veces la embriaguez de sus cuerpos
Ahora viajo loco de contento
alrededor de una maceta de geranios
SIGNOS
¿Viví antaño la angustia que te invade? ¿Acaso la muerte se olvida de tu presencia en
esta orilla? Bastaría que un roce de pétalos arañara el azogue de este espejo negro,
que un nacer de asustadas alas dispersara la rabia inútil o que en la muda indiferencia
un helecho enganchara sus zarcillos azules al cortinaje andrajoso de la noche…
Nos une aún el hilo del aliento
Cuerda que raspa las paredes del silencio.
ROJA O NEGRA
Viví largo tiempo
por y para y en
las palabras
las vi reunirse
en ramos mágicos
cada sílaba
pétalo escrito
corola ardiente roja o negra
flores de dicha o de infortunio
cogidas por mí por ti por nosotros
o más secretas
conservadas
entre dos páginas de la vida
donde las vuelvo a encontrar ajadas
como las palabras
que deshojo esta noche.
INVIERNO
Ya nada
me llega
que no sea
el hielo equívoco de las palabras
sol vacío
noche larvada
pasos que anuncian a lo lejos la cómplice presencia
y deshacen camino
hojas susurrantes en el árbol desnudo
ceniza
cenizas
incluso
el libro cae inútil de las manos.
DUDA
¿Y si acaso el poema fuera un embuste
mórbida maniobra
para burlarse del fastidio
de vivir sin saber por qué?
¿Y si acaso la imagen fuera
espejo sin azogue
para no verse
amar u odiar
el pozo de la nada?
¿O si acaso las palabras que dicen…
o tal vez las que callan…
sólo fueran… ?
RELOJ DE ARENA
Vacías quedan mis manos
la arena se deslizó hasta el fondo del negro envase
Sólo permanecen
algunos granos de nostálgica soledad
bajo el frío sol
incierto y brumoso
del recuerdo
CANCIÓN TRISTE
A Marie-Claude
No hablo de la desolación
de caminar solitario
por las calles de la urbe
De sentir en el brazo
el vacío
de otro brazo
De ver y no ver
lo que fue
y ya no es.
INTERROGACIÓN
Si nada permanece
¿por qué entonces este cuerpo se agota
de tanto amar
de tanto cantar
de tanto soñar
de tanto odiar
para acabar en el olvido de una fosa?
FINAL
Cuando el amor se aleja
cuando la vida se niega a la esperanza
y las palabras del poema
ya no son más que cenizas de muerte
tú bajas hacia las fronteras del silencio
aguas glaucas donde esperan
el negro fantasma de la quimera
el hórrido rictus de la nada.
BALCÓN
Cuando la sonrisa tiene más fuerza que el reír
En los labios siempre sedosos
cuando la canción ya asciende a estos labios
sólo con el sonido de un disco gastado
cuando el ojo aún en celo no es más que un mendigo
que se aburre
olvidado del juvenil aroma de hoy
cuando para amarte aún y abrazarte
sólo quedan tus recuerdos
te acercas indiferente a esta ventana que da a la noche.
Jorge Nájar
Hasta aquí el homenaje del poeta y narrador peruano. Por mi parte solo me queda
añadir ¡GRACIAS POR SU VIDA, MAESTRO!
Cuando mi amigo Jorge Nájar me anunció ayer la noticia quedé consternada. Ha
muerto Claude Coufon, el escritor, el traductor francés amante de nuestra lengua
castellana y cultura iberoamericana a quien tanto debemos los escritores
iberoamericanos. En lo personal, su traducción y la incorporación de dos de mis
poemas en su Poésie péruvienne du XX siecle d’expression espagnole. Geneve,
Switzerland: Editions Patiño (2000). Más adelante, le envié los poemas que solicitaba
para una antología de poesía creada por mujeres. Trabajo que debe haber quedado
entre las tareas inconclusas de este fecundo maestro constructor de puentes.
En Poésie Péruvienne du XXe Siècle, Claude Couffon, luego de un extenso y
magnífico estudio “”Petite historire de la poésie péruvivenne”, reúne la versión
bilingüe la obra poética de 77 poetas agrupados por etapas tales como : Les
précurseurs; Les forgeurs; Inquiétude sociales et politiqu- quete de l’identité; La
Generaction de 1950; La genration de 1960; La Generation de 1970 y Avant le
Nouveau siécle.
Como se ha señalado, Federico García Lorca, Miguel Hernández, Juan Ramón Jiménez,
César Vallejo, Gabriel García Márquez, Gabriela Mistral, Pablo Neruda, Rafael Alberti y
Nicolás Guillén son solo algunos de los muchos nombres de escritores que llevó al
francés a través de su impecable obra . Pero Claude el gentil caballero que me
escribiera en su momento una amable nota acompañando la antología, también es un
delicado, excelente poeta. Descanse en paz, Maestro, ahora en el dominio de la
serenidad.
Sonia Luz Carrillo
También ver:
Homenaje a Claude Couffon en Casa de América de Madrid
http://hablasonialuz.wordpress.com/2008/05/20/homenaje-a-claude-couffon-en-casa-
de-america-de-madrid/
Tags: Claude+Couffon , Claude+Couffon+poemas , Couffon+por+Jorge+Nájar ,
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EL ALUCINADO DE JORGE NÁJAR Y LOS NUEVOS MISERABLES EN PARÍS diciembre 14, 2013 en 12:55 am | Publicado en Algunas fotos, Artículos sobre Literatura, Comentarios diversos,Comunicación y Cultura, Miscelánea | 2 comentarios Etiquetas: Jorge Nájar
Nadie escucha el canto, El árbol de Sodoma, Vallejo y la célula Non plus ultra,Penúltima odisea y otras ficciones, constituyen el corpus narrativo del poeta, narrador y amigo, Jorge Nájar, que ahora se incrementa con El alucinado, su más reciente novela, publicada en Lima por Editorial Summa y que fue presentada el 25 de octubre. A esta tarea me convocó, una vez más, el querido autor. Tarea que compartí con el editor y también poeta, Harold Alva.