Samira y Homam
Mecid y su familia
Wael
Fazel
Hassan
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ÍNDICE
FOTO: TheaDesign
Después de largos meses de travesía con miedo, hambre, frío, incertidumbre y pena por
dejar atrás su hogar, hay un rayo de esperanza: millones de refugiados buscan una nueva
oportunidad para rehacer sus vidas lejos de sus casas, sin saber si será una solución
definitiva o si alguna vez podrán volver a recorrer las calles que los vieron nacer.
Este es un recopilatorio, con nombres y apellidos, de las historias de integración de algunos
refugiados de diferentes nacionalidades, que han conseguido rehacer sus vidas en Europa
y que ahora son uno más en sus nuevos hogares. Si te quedas a leernos, descubrirás que
después de tanta oscuridad hay una luz de esperanza y que a veces se puede empezar
de cero tras haber perdido todo en la guerra.
Millones de refugiados buscan una nueva oportunidad para rehacer sus vidas lejos de sus casas.
Samira y Homam
Samira tiene 45 años y Homam 17, y nacieron en Siria. Cuando huyeron de la guerra, lo
hicieron sin imaginar dónde iban a acabar ni quiénes se convertirían en su nueva familia.
Ahora, charlan animadamente con Alex y Andrea, de 39 años en su apartamento de Berlín.
Madre e hijo están aprendiendo el idioma muy rápido para poder comunicarse con su
nueva familia alemana. Por ahora, son capaces de transmitir mucho solo con su mirada y
su sonrisa, que hacía tiempo que no florecía.
“No podíamos creer que estas personas nos invitasen a estar en su casa —dice Samira—. Desde el primer
momento sentí que eran buenas personas”.
Alex decidió dar su estudio a los refugiados cuando se enteró de que millones de ellos
necesitaban una solución desesperada. Samira y su hijo tuvieron que huir de un pueblo al
norte de Damasco cuando estalló la guerra.
Ahora, los anfitriones les han propuesto que se aloje también el padre de Homam,
que llegó hace poco de Siria y que ahora está en un centro de acogida, donde espera
pacientemente poder reunirse con su familia.
Dentro de poco, esta familia podrá empezar una nueva vida, buscar trabajo y establecer
sus raíces en Alemania, aprendiendo el idioma lejos de la guerra que los llevó a dejarlo
todo.
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FOTO: UNHCR/Ivor Prickett
Son capaces de transmitir mucho solo con su mirada y su sonrisa, que hacía tiempo que no florecía.
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Mecid y su familia
Huyeron de su casa al sur de Afganistán después de que asesinaran a parte de su familia.
Durante meses han vivido con el miedo pisándoles los talones y ahora han encontrado
una oportunidad. Sarah y Stevi les han dado la bienvenida a su casa, cerca de Dresde,
donde podrán empezar una nueva vida.
“El día que llegamos a esta casa no nos lo podíamos creer. Por fin mis hijas pueden salir a jugar a salvo. Casi
es difícil acostumbrarse después de todo lo que hemos pasado”, cuenta Mecid emocionado.
Un mes después de su llegada, las dos hijas mayores de la familia ya habían aprendido
mucho alemán en una escuela local y los más pequeños se están integrando muy bien
con los hijos de Sarah y Stevi.
“Lo que nos ha pasado es un regalo de Dios —dice Mecid—. Muchas veces mi esposa y yo nos preguntamos
cómo podríamos compensar a estas personas que son nuestra nueva familia”.
FOTO: UNHCR/Ivor Prickett
Durante meses han vivido con el miedo pisándoles los talones y ahora han encontrado una oportunidad.
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Wael
Este refugiado palestino ha descubierto que su anfitrión también es amante de los
videojuegos, y eso le encanta. Tiene 20 años y tuvo que huir de su país por los bombardeos.
Actualmente se encuentra a salvo en el salón de su nueva casa de Berlín con su nueva
familia, compuesta por una pareja, un gato y un perro, que ahora también son sus amigos.
“Ojalá yo fuera alemán —dice Wael—. No me puedo ni imaginar lo orgulloso que estaría de que haya tantas
personas buenas en mi país”.
Para su familia de acogida, esta también ha sido una oportunidad para aprender. Se han
dado cuenta de que Wael se siente cómodo en muchas situaciones y que valora las cosas
que para nosotros son insignificantes.
En su nueva vida, el joven da clases de alemán todos los días en una universidad local y,
cuando adquiera fluidez con el idioma, espera seguir estudiando, una oportunidad que no
ha tenido en su país. ¿El objetivo? Ser programador de Google y seguir disfrutando de su
pasión por los ordenadores.
FOTO: UNHCR/Ivor Prickett
Tiene 20 años y tuvo que huir de su país por los bombardeos.
Fazel
Nuestro protagonista trabaja en la actualidad en el cultivo de hortalizas, pero no siempre fue
así. En Afganistán lo hacía como vendedor de zapatos, pero ahora vive en un alojamiento
para refugiados en Grecia, donde el pequeño jardín comunitario se ha convertido en una
forma de pasar el tiempo.
Su amigo, el horticultor David Triboulot, enseña a refugiados como Fazel cómo cultivar
hortalizas con el objetivo de distribuir los alimentos a las familias más necesitadas.
La idea de cultivar el jardín ha sido de una iniciativa de la Agencia Humanitaria de Apoyo
(HSA), una pequeña organización sin ánimo de lucro que trabaja en Grecia. Además de
judías y tomates, cultivan berenjenas, pimientos verdes, sandías y cebollas.
“Es una manera de que la gente invierta en el lugar donde viven, ya que van a estar aquí durante algún
tiempo”, explican sus impulsores. Las verduras frescas recolectadas van a las familias
griegas locales que lo necesitan. La cosecha de una semana produce suficiente para
alimentar a diez familias.
Fazel solo fue unos pocos años a la escuela en Afganistán antes de que la guerra
interrumpiese su educación. Se casó y tuvo cuatro hijos, pero no se sentía seguro. “Cada
día, cuando iba a trabajar, no sabía si iba a volver”, dice.
Hace un año, dos de sus hijos huyeron a Alemania. Fazel y su esposa Zahra y sus otros
dos hijos lo hicieron más tarde y están en Grecia esperando que se tramite su solicitud de
asilo.
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FOTO: UNHCR/Achilleas Zavallis
Fazel aprende a cultivar hortalizas con el objetivo de distribuir los alimentos a las familias más necesitadas.
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Hassan
Con tan solo 19 años, Hassan es uno de los miles de voluntarios que ayudan en Alemania
a jóvenes recién llegados a adaptarse a su nuevo entorno. Él mismo es un solicitante
de asilo que ha sufrido la violencia en Afganistán y que el verano pasado llegó al viejo
continente.
Todos los lunes, nuestro protagonista y sus amigos del proyecto juvenil acompañan a otros
refugiados a una asociación cercana, donde juegan y aprenden nuevas actividades. “Me
gusta mucho estar en Alemania —dice—. Hay mucha gente agradable”.
Hassan es uno de los cientos de solicitantes de asilo que donan su tiempo como parte del
Servicio Federal de Voluntarios de Alemania, un programa de voluntarios dirigido por el
Gobierno. El programa está abierto a los adultos de todas las edades que quieran pasar un
año ayudando, trabajando 20 horas a la semana y recibiendo una pequeña remuneración.
Además, una vez a la semana, ayuda a organizar torneos de fútbol con los adolescentes
que viven en los hangares del antiguo aeropuerto berlinés de Tempelhof, que hace de
refugio y centro de acogida para varios refugiados.
FOTO: UNHCR/Gordon Welters
Miles de voluntarios ayudan en Alemania a jóvenes recién llegados a adaptarse a su nuevo entorno.
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Sanas
Durante el verano, los solicitantes de asilo de Alemania se sientan en las aulas para
aprender el idioma y tratar de adaptarse. Cuando llegó de Afganistán, Sanas no sabía ni
una palabra de alemán; por eso tiene que poner todo su empeño en lograr un buen nivel.
“Como sabía hablar inglés, no fue tan difícil adaptarme. Otros no conocían ni el alfabeto” cuenta.
Cuando tenía 15 años, Sanas y su familia se trasladaron a un refugio de Berlín, donde las
autoridades les asignaron una plaza en las clases. Junto con otros 13 niños procedentes
de Siria, Afganistán e Irak, Sanas acude a clases intensivas de idiomas y de conceptos
básicos de integración en la sociedad alemana. En 6 meses, su nivel ha mejorado mucho,
y ya tiene amigos en la escuela con los que comparte vivencias.
¿Qué te han parecido estas historias de integración? Todos nuestros protagonistas han
conseguido rehacer sus vidas en otra comunidad, adaptándose a sus costumbres pero
manteniendo las propias y sobre todo tener un rayo de esperanza para su futuro.
FOTO: UNHCR/Gerhard Westrich
En 6 meses, su nivel ha mejorado mucho, y ya tiene amigos en la escuela con los que comparte vivencias.