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¿GESTIÓN VERSUS CONSERVACIÓN?
EL FUTURO DEL PATRIMONIO URBANO RECIENTE
VICTOR DELGADILLO1
Publicado en Louise Noelle (Editora), El Patrimonio de los Siglos XX y XXI, México D.F:
UNAM – Instituto de Investigaciones Estéticas, pp. 89 - 110. ISBN: 978-607-02-1674-9
INTRODUCCIÓN
La ciudad de México posee un rico y vasto legado urbano arquitectónico que abarca casi
siete siglos de historia, incluido el siglo XX. Esta gran riqueza cultural representa una
enorme responsabilidad y desafío en términos de su salvaguarda y gestión. Actualmente, la
legislación local en materia urbana y de protección del patrimonio arquitectónico y
urbanístico reconoce 8 zonas arqueológicas, 6 zonas históricas, 3,298 monumentos
históricos, 8 mil inmuebles de valor artístico y 180 sitios con valor patrimonial (ALDF,
2003: 49)2. Cuatro de ellos han sido declarados Patrimonio Cultural de la Humanidad por la
UNESCO: el Centro Histórico de la Ciudad de México, las chinampas de Xochimilco, la
Casa de Luis Barragán y la Ciudad Universitaria. Se trata de una de las mayores
concentraciones de bienes culturales en el continente americano, que se ha acrecentado
gracias al reciente reconocimiento de bienes producidos en el siglo XX: allí están la Ciudad
1 Profesor Investigador de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México y miembro
del Sistema Nacional de Investigadores SNI Nivel 1.
2 Asamblea Legislativa del Distrito Federal, Decreto por el que se aprueba el Programa
General de Desarrollo Urbano del Distrito Federal, Gaceta Oficial del Distrito Federal, 31
de diciembre de 2003, 162 pp más planos.
2
Universitaria y el Centro Cultural Universitario, el Colegio de México, la Unidad
Habitacional Nonoalco Tlatelolco, la Ruta de la Amistad y las colonias o parte de las
colonias Hipódromo, Condesa, Roma, Morelos, Juárez y San Pedro de los Pinos. Además,
el legado del siglo XX también está presente en territorios de origen más antiguo, como es
el caso del centro histórico de la ciudad de México, en cuyo Perímetro A el 63.69% de los
edificios proviene o fue transformado en el siglo XX (Santa María, 1997: 12)3.
Sin embargo y a pesar de que en las últimas décadas se han multiplicado las iniciativas de
protección y recuperación del patrimonio edilicio,, una gran cantidad del legado construido
en la última centuria aún no está protegida (el patrimonio industrial, las grandes salas de
cines, parte de las colonias Portales, Nápoles, Polanco, etcétera) y su existencia e integridad
están amenazadas.
La salvaguarda del patrimonio cultural, incluido el del siglo XX, es uno de los temas
fundamentales en la discusión sobre el futuro de la ciudad latinoamericana. La pregunta que
nos hace Tung (2001: 13)4 ¿Hasta qué punto cambiamos lo que somos como sociedad, sí
removemos las manifestaciones físicas de nuestra identidad cultural?, tiene una gran
actualidad en un momento en que muchas ciudades latinoamericanas debaten sobre dos
patrones opuestos de desarrollo urbano:
el retorno a la ciudad construida5 o la ciudad compacta, que contribuye a un desarrollo
urbano racional y sostenible;
3 Rodolfo Santa María González, Inventario de edificios del siglo XX, Centro Histórico de
la Ciudad de México, México, INAH, 1997, 281 pp. De acuerdo a este autor, el 50.3% de
los inmuebles del siglo XX fue realizado entre 1900 y 1939, el 29.7% entre 1940 y 1959, el
9.2% entre 1960 y 1969, y el resto (10.7%) entre 1970 y 1989.
4 Anthony M. Tung, Preserving the World´s Great Cities: The destruction and renewal of
the historic metropolis, New York, Three Rivers Press, 2001, 470 pp.
5 Fernando Carrión (Editor), La ciudad construida, urbanismo en América Latina, Quito,
FLACSO Ecuador y Junta de Andalucía, 2001, 415 pp.
3
versus la expansión urbana periférica que continúa presentando ventajas para los
sectores público, privado y social (Rojas, 2004: xix)6; es un modelo depredador del
medio ambiente y despilfarrador de la ciudad central; es una expresión de la pobreza
social urbana y un proceso liderado por el mercado inmobiliario.
En el marco de esta discusión se inscribe el tema de la compatibilidad entre el
reaprovechamiento de la ciudad existente (reutilización edilicia y redensificación de
población) y la conservación del patrimonio edilicio, pues en este no tan falso dilema
aparece nuevamente la disputa por el patrimonio: su salvaguarda contra su destrucción, y su
conservación “intacta” versus su transformación o adaptación a los cambios de las formas
de vida modernas y los avances tecnológicos. Vale recordar que el suelo es una mercancía
escasa y que muchos propietarios e inversionistas pretenden aprovechar al máximo los
predios, a través de la sustitución de los inmuebles existentes, lo que les permite amortizar
los costos del suelo y obtener un mayor provecho y rentabilidad de los mismos
Este artículo analiza la compleja problemática que amenaza el patrimonio urbano reciente;
aborda el origen de la reivindicación del patrimonio urbano como un objeto con valor
propio, así como las diferencias y especificidades del patrimonio urbano con respecto al
patrimonio arquitectónico; y defiende el concepto de gestión (y no el de conservación) para
un patrimonio urbano habitado y vivo.
LAS DIFERENCIAS ENTRE EL PATRIMONIO URBANO Y EL
ARQUITECTÓNICO
Frente a una corriente que identifica al patrimonio urbano como un grupo de edificios,
plazas y calles; o como un objeto físico desvinculado de la dinámica socioeconómica; se
reivindica que 1. En el territorio urbano interactúan estrechamente las dinámicas
socioeconómicas, culturales, políticas, etcétera, en escala local, regional e incluso
internacional; y 2. El patrimonio urbano es disputado por diversos actores.
6 Eduardo Rojas, Eduardo Rodríguez y Emiel Wegelin (2004), Volver al Centro, la
recuperación de áreas urbanas centrales, Washington, BID, 2004, 289 pp.
4
La arquitectura y la urbe son dos ámbitos distintos. La arquitectura abarca espacios
privados generalmente cerrados y sirve directamente a su población usuaria o residente,
pero tiene una dimensión urbana pues mantiene relaciones con el entorno construido, del
que se perjudica o beneficia. Por su parte, la ciudad sirve a todos sus habitantes, es espacio
público por definición. Aquí radica la complejidad del patrimonio urbano, que implica
muchas funciones (vivienda, comercio, servicios, etcétera), actividades y actores con
intereses diferentes que se disputan el territorio.
Además, la salvaguarda del patrimonio urbano poco tiene que ver con las técnicas y
estrategias para la salvaguarda y puesta en valor del patrimonio arquitectónico. Aquí se
cuestiona la arraigada concepción que señala que el patrimonio urbano es un monumento
arquitectónico “grandote” o una zona de “muchos monumentos”, y se ponen en tela de
juicio algunos documentos que hasta la fecha se presentan como piezas incambiables de la
doctrina de la preservación del patrimonio edilicio. Por ejemplo, la Carta de Atenas de
1964, considera que lo que es válido para la conservación y recuperación del patrimonio
arquitectónico, lo es para su contexto urbano. En el único artículo dedicado a los Sitios
Monumentales señala que la restauración y conservación de éstos “debe inspirarse en los
principios enunciados en los artículos precedentes”7, es decir en las consideraciones de
conservación y restauración que se hacen a los monumentos aislados: no alterar y modificar
el monumento, restaurarlo excepcionalmente; reemplazar las partes faltantes con materiales
distintos del original; eliminar los agregados que no respetan el monumento, etcétera.
La recuperación del patrimonio urbano es diferente de la restauración del patrimonio
arquitectónico8, inicia justo donde ésta última concluye e incorpora toda la fábrica urbana y
los factores sociales, económicos, urbanos, culturales, políticos y medio ambientales, tanto
7 INAH, Antología de documentos internacionales, Programa Editorial de la Dirección de
Licencias, Inspecciones y Registros de la Coordinación Nacional de Monumentos
Históricos; México, mimeo, 2001, 114 pp.
8 Pero requiera de esta disciplina que durante mucho tiempo ha sido la responsable de la
salvaguarda de algunos conjuntos urbano arquitectónicos.
5
endógenos como exógenos (Cohen, 1999: 35)9. La conservación urbana no se limita a la
recuperación del patrimonio arquitectónico aislado, reconoce las relaciones de la ciudad en
su conjunto y contempla la integración de las estructuras antiguas a la vida moderna, así
como la generación de servicios en beneficio de toda la ciudad. Así, además del reuso de
inmuebles, la estructura urbana debe dar cabida a nuevos edificios que inyecten vida al
tejido urbano y social, pues el fin último es crear una mejor calidad de vida para los
habitantes de una ciudad.
La incorporación del patrimonio como un objeto con valor propio
La reivindicación del patrimonio urbano surgió desde principios del siglo XX y se ha
consolidado de forma paulatina en función de tres causas que en el transcurso del tiempo se
han sumado: 1. El reconocimiento del entorno o contexto de los monumentos y de la
arquitectura “menor” en las primeras décadas del siglo XX; 2. La pérdida de edificios y
barrios causada por la II Guerra Mundial y los subsecuentes programas de reconstrucción, y
en América Latina por procesos de modernización urbana y edilicia; y 3. El incremento
inflacionario en la valoración de objetos patrimoniales que incorporan nuevos tipos de
edificios, estructuras construidas y umbrales de tiempo cada vez más cercanos.
1. En Europa a fines del siglo XIX y principios del XX se comenzó a reivindicar el entorno
o contexto de los monumentos. En México, en la década de 1930 se emitieron dos leyes
(1930 y 1934), que elevaron la arquitectura colonial a categoría de monumento y
reconocían como “típico” a conjuntos urbanos y poblaciones integradas por edificaciones
coloniales vernáculas.
2. La humanidad ha construido mecanismos para preservar la belleza y la grandeza
edificada, en proporción directa a la perdida del patrimonio (Tung, 2001: 28). En este
sentido, las consecuencias de las dos Guerras Mundiales, los programas de reconstrucción
de la II posguerra, así como innumerables conflictos bélicos, fortalecieron la conciencia
9 Nahoum Cohen, Urban Conservation, Cambridge – Massachussets, The MIT Press, 1999,
359 pp.
6
sobre la salvaguarda del patrimonio arquitectónico y urbano, y han replanteado las
estrategias para su conservación.
3. Para Choay (1997: 10 - 11)10
asistimos a un momento de crecimiento excesivo del
patrimonio en donde la frontera de lo histórico se modifica y se incrementa el número y
tipo de objetos de conservación patrimonial. Para ella, la fascinación y el relativamente
reciente y generalizado interés en la conservación de los edificios y barrios antiguos,
“festejado por nostálgicos y promovido por la industria cultural”, pretende sustituir el viejo
ciclo de destrucción y reconstrucción, por el de la conservación museística. Choay
argumenta que en Europa hasta la década de 1960 se respetó como modernidad la frontera
de la segunda mitad del siglo XIX y por tanto, como patrimonio histórico se reconocían los
vestigios que provenían de períodos anteriores. Sin embargo, esto recientemente ha
cambiado, tal es el caso de las protestas contra la pérdida de arquitecturas de la segunda
mitad del XIX y construcciones del siglo XX, que en su momento no se consideraron
monumento: la destrucción en 1970 de Les Halles, el mercado parisino construido en
tiempos de Napoleón III y de Haussmann; el Hotel de Tokio de Frank Lloyd Wright
destruido en 1968; o la Secretaría de Salud de Filadelfia construida por Louis Kahn y
destruida en 1973. Actualmente varios edificios del siglo XX se encuentran protegidos por
leyes de conservación: Choay señala que la Villa Savoye de Le Corbusier ha sido restaurada
muchas veces y que cada restauración ha sido más cara que muchas restauraciones de
edificios de la edad media; mientras que Hall (1996: 130)11
se queja de que algunas de las
casas de la Siemmensstadt, barrio de Berlín construido según el paradigma de la Bauhaus
entre 1929 y 1931, han sido restauradas por el gobierno federal como “si se tratara de un
monumento”. Así, en las últimas décadas, y en particular en los últimos años, se ha
generalizado y fortalecido un movimiento local e internacional de defensa de la arquitectura
y el urbanismo del siglo XX, que pugna por su incorporación como parte del patrimonio
cultural de cada país, ahí está el Comité Científico de la Arquitectura moderna del Consejo
10
Francoise Choay, Das architektonische Erbe, eine Allegorie. Geschichte und Theorie der
Baudenkmale, Wiesbaden, Bauwelt Fundamente 109, Vieweg, 1997, 274 pp.
11 Peter Hall, Ciudades del mañana: historia del urbanismo en el siglo XX, Barcelona,
Ediciones del Serbal, 1996, 494 pp.
7
Internacional de Monumentos y Sitios (ICOMOS) sección México, que en 2003 realizó su
primer encuentro y en mayo de 2007 su cuarto encuentro; y el grupo internacional de
Documentación de la Arquitectura del Movimiento Moderno (DOCOMOMO) con una
sección mexicana integrada por destacados investigadores.
Los valores del patrimonio edilicio
Los valores contemporáneos que se asignan al legado del pasado son un tema antiguo, que
corresponde a cada generación redefinir. A fines del siglo XIX Riegl (1998)12
sintetizaba
los dos tipos de valores que en el tránsito al siglo XX se reconocían, y que de alguna aún
están presentes (no hay que olvidar que los criterios de valoración actuales son herederos
directos del siglo XIX):
El valor contemporáneo se presenta independientemente de que el objeto haya sido
producido en el pasado, y a su vez presenta un valor de uso que satisface necesidades
materiales en el presente (aún las de ornato) y un valor artístico, que constituye un
valor subjetivo y relativo, pues se establece en el presente de acuerdo a gustos
contemporáneos.
El valor rememorativo incluye A. valores intencionales para conmemorar y mantener
vivas las hazañas de una sociedad y suponen el concepto más antiguo de monumento y
uno de los más vigentes; B. valores de antigüedad que corresponden a inmuebles
“muertos” o arqueológicos, cuya misión es recordar los ciclos de creación y ocaso; y C.
valores históricos, que se otorgan a posteridad a objetos no construidos como
12
Alois Riegl, El culto moderno a los monumentos, caracteres y origen, Madrid, La balsa
de la Medusa Visor, 1987. 99 pp.
8
monumentos, pero que representan vestigios de una etapa determinada en la evolución
de la humanidad.
Riegl proponía medidas de intervención para cada tipo de valores. Para el de antigüedad
dejar intacto el inmueble, porque su deterioro demuestra su autenticidad. Para el valor
histórico proponía eliminar los síntomas de deterioro y conservar el monumento lo más
cercano posible a su creación original, porque es testimonio de una etapa cerrada de la
humanidad. En tanto que para el valor rememorativo intencional demandaba la renovación
constante para que el monumento se mantenga siempre presente en la conciencia de la
posteridad. Este valor (como Dorian Grey) aspira por naturaleza propia a la inmortalidad y
al eterno presente. Para los valores de uso demandaba la seguridad del monumento, pues
las actividades contemporáneas se debían realizar sin que peligre la seguridad o la salud de
las personas. En este sentido reivindicaba la necesidad de continuar utilizando edificios
antiguos ante el despilfarro que representaría construir edificios nuevos acordes a las
necesidades contemporáneas. Finalmente, para el valor artístico no proponía ninguna
acción, porque se trata de un valor que continuamente cambia: varios monumentos para
estar a la moda o mantener el valor de novedad, sufren cambios estilísticos y renovaciones.
Para Choay son tres los valores vigentes que se otorgan al patrimonio: como soporte del
conocimiento histórico (didácticos), como objetos de disfrute (estéticos) y como soportes
de un sentimiento o discurso patrio (nacionalistas).
Según Throsby (1999, citado por Rojas, 2002: 3)13
el patrimonio tangible es un capital
físico y cultural capaz de producir beneficios económicos y sociales, e incluye valores
económicos y socioculturales.
Los valores económicos incluyen: valor de uso directo de consumo (residencial,
comercial, etcétera) y de no consumo (educativo, recreativo, etcétera); valor de uso
13
Eduardo Rojas, La preservación del patrimonio histórico urbano en América Latina y el
Caribe, una tarea para todos los actores sociales, Serie de informes técnicos del
departamento de Desarrollo Sostenible, Washington D.C., BID, 2002, 22 pp.
9
indirecto (beneficiarse de la cercanía de un monumento); y valor de no uso como la
herencia (legar el patrimonio a futuras generaciones) y la filantropía (capturar los
beneficios por invertir “sin” obtener beneficio).
Los valores socioculturales incluyen valores estéticos, espirituales (vinculados al culto
o al recuerdo de los antepasados), sociales (lugar de reunión), históricos (asociado a
que algo aconteció en ellos) y simbólicos (evocación de valores comunitarios).
Los valores de uso de consumo del patrimonio se construyen en el mercado inmobiliario y
se expresan por medio de precios altos o bajos. En tanto que la mayor parte de los valores
del patrimonio no se construyen en el mercado, sino en otra esfera de las relaciones
sociales, son difíciles de conceptuar y complicados de medir. Justamente estos son los que
se deben recuperar en beneficio de la ciudad y de la ciudadanía.
LAS IMPROPIAS CATEGORÍAS DE ANÁLISIS TEMPORAL
Los defensores del patrimonio urbano arquitectónico y en general los investigadores
sociales deberíamos abandonar las tradicionales periodizaciones vinculadas al sistema
métrico decimal que encajonan lapsos de historia en lustros, décadas o centurias; repiten
esquemas y concepciones positivistas; y dividen y segmentan los procesos de forma lineal.
¿Porqué hablar de la arquitectura y el urbanismo del siglo XX? ¿Cambió la forma de
construir edificios o de producir el espacio urbano entre 1890 y 1902? ¿Qué diferencias hay
entre una arquitectura producida entre 1997 y otra en 2003? Tiene más sentido periodizar
con fechas que marcan otros hitos históricos como 1910, 1917, 1968 ó 1985; o bien, con
hechos vinculados a la forma de producir la ciudad y sus edificios como la introducción del
cemento Pórtland, la edificación del primer rascacielos en hormigón armado o el trazo de la
primera ciudad jardín o el primer barrio obrero. Así, es mejor establecer las categorías de
los inmuebles en función del paradigma que les dio sustento: el movimiento moderno, el
postmoderno, etcétera.
La crítica se extiende a la legislación mexicana sobre protección del patrimonio cultural
que de forma positivista concibe las categorías de objetos patrimoniales de forma lineal en
10
períodos de tiempo: lo arqueológico (no tiene que ver con una ciencia), lo histórico (no es
un proceso) y lo artístico. En este sentido, se reivindican las categorías de valoración que la
Convención del Patrimonio Mundial de la Organización de Naciones Unidas para la
Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO) usa, pues aunque hacen hincapié en valores
discutibles como lo “universal”, lo “auténtico” y lo “excepcional”, no dependen de un
umbral de antigüedad y dan cabida al patrimonio del siglo XX: Brasilia una ciudad muy
joven es reconocida igual que una urbe milenaria como Aleppo (González Varas, 2000:
342)14
. En realidad la legislación mexicana también da cabida al patrimonio edilicio
producido en el siglo XX bajo la figura de monumento artístico, pero –como se verá
adelante- debido a su complicada instrumentación y a la falta de capacidad de la entidad
encargada de su identificación, selección, y conservación, es muy difícil la defensa de una
gran cantidad de patrimonio edilicio producido después de 1900.
De acuerdo a Becerril Miró15
la Ley Federal sobre Monumentos y Zonas Arqueológicos,
Artísticos e Históricos de 1972, vigente, es una legislación rebasada porque: atribuye la
responsabilidad sólo al gobierno federal; no reconoce categorías de bienes culturales que
recientemente han aparecido (itinerarios, paisajes culturales, rutas, entorno natural, y
patrimonio industrial y subacuático); omite la obra que mexicanos producen en el
extranjero; presenta incongruencias; contiene una inadecuada participación del sector
social; y es producto de una férrea voluntad por preservar, pero carece de instrumentos
jurídicos adecuados para lograrlo. Por ello, diversos autores han propuesto reformar nuestra
legislación, diferenciar el patrimonio producido en el pasado (prehispánico, colonial,
etcétera) del que tiene valores estéticos en función de las características específicas de los
objetos patrimoniales, y establecer un criterio movible para establecer lo “histórico”: 50 ó
14
Ignacio González Varas, Conservación de bienes culturales; teoría, historia, principios y
normas, Madrid, Manuales de Arte Cátedra, 2000, 628 pp.
15 José Ernesto Becerril Miró, El derecho del patrimonio histórico artístico en México,
México, Porrúa, 2003, 524 pp.
11
70 años atrás (Becerril, 2003) o bien 30 años o el lapso de una generación (González Pozo,
1996: 73)16
.
LA PROBLEMÁTICA DEL PATRIMONIO URBANO RECIENTE EN LA CIUDAD
DE MÉXICO
A pesar de que en las últimas décadas se ha fortalecido y multiplicado la defensa del
patrimonio urbano arquitectónico en escala local e internacional, y que esta tarea ha
incorporado paulatinamente el patrimonio cultural producido recientemente, éste continúa
en peligro y presenta una compleja problemática en la ciudad de México:
1. La falta de reconocimiento y protección jurídica. La legislación mexicana, además de
rebasada, es insuficiente e incapaz para salvaguardar el patrimonio edilicio del siglo XX.
Decretar un inmueble o un ensamble urbano como monumento artístico o zona de
monumentos artísticos requiere de mucho tiempo para realizar las gestiones y convencer a
las autoridades de la necesidad de ello, pero mientras dura el proceso de reconocimiento
legal el patrimonio se continúa deteriorando o se destruye. Un ejemplo reciente: en 2006 un
grupo de defensores del patrimonio pretendió que los Estudios Churubusco se declararan
Monumento Artístico y con ello evitar que se demolieran como ocurrió para la edificación
del Centro Nacional de las Artes, pero el director del Instituto Nacional de Bellas Artes
(INBA) lo rechazó por considerar que esos inmuebles “no tenían nada de artístico". Para
Flores Marini las autoridades mexicanas erróneamente piensan que el monumento artístico
tiene que ser “bonito”17
.
16
Alberto González Pozo, “Arquitectura y urbanismo del siglo XX como patrimonio
cultural, retrospectiva y prospectiva”, en Manuel Rodríguez Viqueira y Emilio Pradilla
Cobos (coords), Memorias del Seminario sobre la Conservación del Patrimonio del Siglo
XX, México, ICOMOS - UAM Xochimilco, 1996, 140 pp.
17 Fuente: Entrevista de Carlos Flores Marini concedida a Yanet Aguilar y publicada en el
diario El Universal el 10 de abril de 2007.
12
2. Un proceso de destrucción o transformación física que en los últimos años se agudiza en
territorios objeto de procesos de modernización, especulación inmobiliaria o de políticas
urbanas públicas. La política de redensificación habitacional y repoblamiento de las cuatro
Delegaciones centrales (Benito Juárez, Cuauhtémoc, Miguel Hidalgo y Venustiano
Carranza), realizada por el Gobierno del Distrito Federal entre 2000 y 2006, mejor
conocida como el Bando 2, pretendió por un lado, impedir la expansión de la mancha
urbana y la pérdida de suelo de conservación ecológico, y por otro lado, reaprovechar un
territorio que en 30 años perdió 1.2 millones de habitantes y que relativamente está bien
dotado de infraestructura, servicios y equipamientos (en algunos casos deteriorados u
obsoletos). Sin embargo, además de las evidencias que indican que tales propósitos se
cumplieron parcialmente18
, en términos de patrimonio urbano los resultados son
cuestionables: se destruyó arquitectura habitacional y fabril con valor patrimonial
(oficialmente reconocida o no) para construir edificios de departamentos con una calidad
arquitectónica y de habitabilidad discutibles. Los nuevos edificios injertados rompen con la
tradicional imagen urbana y la tipología edilicia, nada tienen que ver con las antiguas
colonias y casi nada positivo aportan al tejido urbano.
3. Un proceso de terciarización que se realiza en el marco de la globalización de la
economía y ha implicado el despoblamiento de algunos territorios, el cambio de uso del
suelo en antiguos barrios residenciales y la modificación física de algunos inmuebles: viejas
casas y edificios de departamentos son adaptados como oficinas, espacios de servicio,
escuelas, universidades, etcétera.
18
De acuerdo a los datos oficiales recientes (INEGI 2000 y 2005), en el período 2000 –
2005 dos Delegaciones (Benito Juárez y Venustiano Carranza) objeto de programas de
redensificación habitacional continúan perdiendo población y en las otras dos Delegaciones
(Cuauhtémoc y Miguel Hidalgo) apenas se han recuperado 5,093 y 894 habitantes
respectivamente. Sin embargo, otras 4 Delegaciones que no fueron incluidas en el Bando 2,
continúan perdiendo población y 8 Delegaciones con suelo de conservación ecológico
presentan la mayor parte del incremento de población y vivienda en ese período.
13
4. La ausencia de recursos públicos para salvaguardar el creciente patrimonio edilicio. A
pesar de que (recientemente) el sector privado se ha incorporado a la salvaguarda y
usufructúo del patrimonio histórico en (una parte de) el centro histórico, y de forma puntual
en algunas colonias céntricas, éste actor continúa siendo uno de verdugos del patrimonio
edilicio del siglo XX, pues no ve en los inmuebles valor alguno, salvo la ubicación y
tamaño del predio que le permitan construir edificios más rentables.
5. El deterioro físico derivado de la falta de mantenimiento y, en su caso, de recursos de
sus propietarios y ocupantes, y de la ausencia de líneas de crédito. Esto ocurre en
particular con los inmuebles más antiguos (en este caso con los producidos durante las
primeras décadas del siglo XX), cuyos propietarios son de la tercera edad, no tienen
ingresos y no son sujetos de crédito alguno para dar mantenimiento o mejorar su propiedad.
Además, los bancos y los organismos públicos de vivienda no contemplan en sus líneas de
financiamiento créditos para la rehabilitación y mantenimiento de inmuebles.
6. La descoordinación y duplicación de atribuciones entre las entidades federales y locales
para la preservación del patrimonio. Esta situación se ha vuelto más compleja a partir de
que la ciudad de México ha ganado un gobierno autónomo y crecientes atribuciones desde
1997. En los hechos los trámites para actuar en áreas e inmuebles con valor patrimonial se
duplican, a pesar de los ensayos realizados para desburocratizar los procedimientos: para
los proyectos que se realizan en el centro histórico existe una “mesa de proyectos”, en
donde intervienen las autoridades federales y locales involucradas, que analiza los
proyectos que los particulares le presentan .Sin embargo, este procedimiento no exime las
licencias federales y locales que las autoridades respectivas deben otorgar.
7. La obsolescencia e incongruencia de la legislación federal y local sobre el patrimonio
cultural. A la Ley Federal de Monumentos vigente y las atribuciones otorgadas a la
Dirección de Sitios Patrimoniales del gobierno local, se ha sumado una Ley de Salvaguarda
del Patrimonio Urbanístico Arquitectónico del Distrito Federal, emitida en 1999, que por
un lado, introduce el concepto de “Zonas de Patrimonio Urbanístico” (un barrio antiguo, un
centro o conjunto histórico) y el de “Monumento Urbanístico” (individuo arbóreo, escultura
14
ornamental o elemento de mobiliario urbano); y por otro, reconoce valor patrimonial a una
serie de inmuebles y ensambles urbanos, pero no los delimita físicamente. Entre ellos
menciona a las colonias Pedregal y Las Lomas; los centros históricos de Santa Fe,
Cuajimalpa y Mixcoac; las calles Arcos de Belén - Chapultepec, Florencia y División del
Norte (no señala si se trata de toda la avenida o sólo de tramos) y diversos panteones.
Además, vale señalar que las categorías de las legislaciones federal y local no son
compatibles.
8. Un proceso de disputa por el uso y aprovechamiento del patrimonio urbano
arquitectónico, por parte de inversionistas, autoridades públicas, población residente o
usuaria, en el que está en juego el uso de un discurso construido en las últimas décadas,
aunque no necesariamente compartido por los diversos actores: el patrimonio de la
humanidad, la identidad nacional, etcétera. Un ejemplo reciente es el conflicto que
mantienen los habitantes del barrio de Mixcoac y una universidad privada. La Universidad
Panamericana se expande sobre el barrio adquiriendo inmuebles (con o sin valor
patrimonial). El conflicto aquí no es sobre un inmueble en particular, sino sobre la defensa
de la calidad de vida del barrio, es decir sobre el patrimonio urbano, frente al incremento de
población flotante y de autos, la privatización del espacio público, la construcción de
nuevos edificios y el consumo de los servicios urbanos.
LA DIFÍCIL RELACIÓN CON EL PASADO RECIENTE
La discusión sobre los diversos valores que se asignan al legado cultural del pasado y sobre
su preservación o destrucción continúa abierta. La sociedad occidental tiene dificultades
para relacionarse con su pasado reciente. Esto ocurre en particular, pero no exclusivamente,
en las revoluciones y los cambios de régimen político, y de forma específica con el legado
urbano arquitectónico producido por el movimiento moderno, a quien se identifica como
destructor del patrimonio urbano arquitectónico más antiguo.
En una revolución o un cambio abrupto de régimen se presenta la necesidad de borrar de la
memoria social los signos más visibles del pasado y los símbolo del poder que se sustituye.
15
Hay muchos ejemplos: la revolución francesa mantuvo una relación dialéctica de
aceptación y rechazo con los edificios símbolo del poder que destruyó: por un lado,
pretende romper drásticamente la continuidad histórica anterior y afirmar la nueva
situación; pero por otro lado, crea las primeras instituciones encargadas de la conservación
de los monumentos. La revolución rusa intenta borrar las huellas del zarismo, y el Talibán
destruye los budas.
En otros casos las sociedades se enfrentan con su pasado reciente, al que pretenden destruir
porque identifican con un período de oprobio. Entre las decenas de ejemplos que se pueden
encontrar en la Alemania reunificada destaca el caso del Palast der Republik en Berlín,
construido por el gobierno de la República Democrática de Alemania, en sustitución del
antiguo castillo destruido en 1950. Después de la caída del Muro y al mismo tiempo que se
protegen los pocos barrios antiguos que se encuentran en el Este, a nombre de la “fealdad
de la arquitectura socialista” (una arquitectura funcionalista que igual se practicaba en
occidente) y de “las amenazas a la salud” (una construcción realizada con asbesto), se
decidió destruir el Palacio de la República (democrática o socialista) y se pretende
reconstruir el castillo barroco. En realidad se trata de sustituir los vestigios del “socialismo
real”, como si esas construcciones no fueran parte de la historia alemana19
.
El crecimiento urbano del siglo XX, el de la dramática redefinición urbana mundial, se
tradujo en el arrasamiento de barrios históricos y en la mayor destrucción del patrimonio
construido en la historia de la humanidad. Sin embargo, este siglo contribuyó al
enriquecimiento del patrimonio cultural de muchas ciudades, y paradójicamente éste ha
sido destruido en el incesante proceso de modernización urbana. Aunque varios edificios
del siglo XX se encuentran protegidos por leyes en la materia, la defensa de este patrimonio
es insuficiente e incipiente, comparado con el patrimonio cultural proveniente de siglos
anteriores.
19
Un libro reciente documenta el gran debate que se ha dado en Berlín en torno a la
destrucción del Palast der Republik y la reconstrucción del antiguo Castillo. Anna-Inés
Hennet, Die Berliner Schlossplatzdebatte im Spiegel der Presse, Berlín, Verlagshaus
Braun, 2005, 183 pp.
16
La destrucción del patrimonio arquitectónico producido por el movimiento moderno o
funcionalista, se ha legitimado por considerar, con justa razón, que esta corriente destruyó
el legado edilicio de siglos anteriores. Larrosa (1999)20
, por ejemplo, aboga por conservar
sólo los “buenos ejemplos” de la arquitectura funcionalista, corriente arquitectónica y
urbana a la que critica duramente. El funcionalismo –dice- desató una “guerra santa” contra
la arquitectura y la ciudad existente, produjo una devastación más grave que la proveniente
de la II Guerra Mundial, impidió a las ciudades bombardeadas “recuperar y mantener en la
reconstrucción su memoria cimentada”, devastó las ciudades mexicanas y anuló la
articulación con el pasado21
. Larrosa dice sarcásticamente que “el que a hierro mata...” a
hierro muere: varias obras de la arquitectura funcionalista son actualmente demolidas sin
defensa alguna, el verdugo en turno es el postmodernismo. Sin embargo, para las
arquitecturas funcionalistas “de mérito” pide el respeto como bienes patrimoniales, aquí no
vale aplicar la justicia del ojo por ojo. Pero para las que no tengan ningún mérito, aplica el
sugerente título del artículo. Sin embargo, cabe preguntarse quién decide qué es de mérito.
Tal vez este es el caso del inmueble que el arquitecto Villagrán “adosó” a la iglesia de
Corpus Christi, ubicado en la Alameda central en la década de 1950. Este edificio se
encontraba bastante dañado y fue acabado de destruir entre 2004 y 2005, para “rescatar”
otra vez el templo y destinarlo a un Archivo de Notarías.
Katzman (1993: 6)22
explica esta actitud que defiende un patrimonio antiguo y desdeña el
patrimonio reciente. Él la llama el circulo perverso sobre la valoración de la arquitectura
antigua y la modernidad: la arquitectura pasada reciente no se valora ni se documenta
porque se carece de interés, después aparece una nueva arquitectura que “supera” a la
20
Manuel Larrosa, “El que a hierro mata...”, en La Jornada Semanal, 1999. 6 – 7 pp.
21 No podía ser de otra manera, el movimiento moderno, la escuela de los Congresos
Internacionales de Arquitectura Moderna o la arquitectura funcionalista, es una corriente de
pensamiento que explícitamente rompió con el pasado, y que justificaba su destrucción en
aras de un mejor futuro, pero que a su manera –igual que en otras épocas- contribuyó a
enriquecer el patrimonio urbano arquitectónico de diversas ciudades.
22 Israel Katzman, La arquitectura del siglo XIX en México, México, Trillas, 1993, 397 pp.
17
anterior y los viejos edificios se alteran y se reemplazan por otros edificios modernos y
nuevos, decenios más tarde se rechaza la arquitectura inmediata anterior, pero se admira la
arquitectura antigua cuando ya quedan pocos edificios de aquella época. La actitud se repite
cíclicamente: los amantes del barroco no comprendían porqué la arquitectura del siglo XIX
destruyó la del XVIII, pero ellos sustituían la arquitectura decimonónica y porfiriana por
modernos edificios; actualmente se defiende la arquitectura del siglo XIX pero se desdeña
la del movimiento moderno. Por ejemplo, en la no tan lejana Carta Internacional de Toledo
Washington (1986 y 1987), que aborda la conservación de la ciudad histórica, el ICOMOS
implícitamente reconoce que nada de lo urbano realizado en el siglo XX tiene valor, pues se
trata de una forma de producir la ciudad nacida con la industrialización que amenaza a la
“ciudad histórica”.23
Para Katzman, la conservación de la arquitectura del pasado debería regirse por
razonamientos simples y no por el adverso juicio estético actual. Por ello, demanda la
aceptación de las arquitecturas acumuladas, aunque no gusten, pues tienen el derecho a la
vida por el simple hecho de que en el futuro serán revaloradas, como ha acontecido en la
historia reciente de la humanidad .
EL CICLO DIALÉCTICO DE LA DESTRUCCIÓN Y LA CREACIÓN
El problema con el pasado reciente y el dilema de destruir para construir o de transformar
para “modernizar” no es exclusivo de la sociedad mexicana y tampoco es solamente
ideológico, sino funcional y utilitaria, y abarca muchas decisiones de la vida práctica
contemporánea: la tecnología avanza y los estándares modernos de habitabilidad en nada se
parecen a las de hace décadas.
23
Aquí la “ciudad histórica” se entiende solamente como la ciudad producida antes de la
era industrial. Sin embargo, vale señalar que toda la ciudad, en tanto producto de relaciones
sociales, es histórica, incluso la producida recientemente. En este sentido es mejor hablar de
la ciudad antigua.
18
En efecto, la obsolescencia del patrimonio edilicio es funcional, económica y/o física. Los
patrones de consumo, los estándares de habitabilidad y las modas cambian, las
innovaciones tecnológicas son continuas y tornan un conjunto de inmuebles, servicios e
infraestructuras en inservibles. Los procesos de desindustrialización y competencia
económica han generado el abandono de antiguas fábricas; los cambios en las modas y las
formas de consumo han hecho obsoletas a las grandes salas de cine; mientras que los
procesos de terciarización, aunados a otros de especulación inmobiliaria, generan la
caducidad real o virtual de muchos inmuebles con diversos usos en las áreas urbanas
centrales. Aquí caben muchas preguntas: ¿Qué hacer con los galpones industriales, las
estaciones de trenes y las ferrovías? ¿Sustituirlos, hacer museos o centros comerciales?
¿Qué hacer con los hospitales y las grandes salas de cine? Además, en términos más
amplios surge la eterna dicotomía ¿Qué debe adecuarse a qué, los viejos edificios a las
nuevas comodidades de la sociedad y estándares de habitabilidad o al revés? ¿Debe
permanecer el patrimonio construido “intacto” como museo o adecuarse para no morir?
Katzman señala que la destrucción y conservación de inmuebles del pasado ha sido una
cuestión de modas. En este sentido, vale introducir dos ejemplos paradójicos sobre la
“obsolescencia” funcional de inmuebles del siglo XX y las modas en la recuperación del
patrimonio edilicio: 1.Mientras Slim crea Lofts (departamentos con un amplio espacio
multifuncional) en algunos edificios de oficinas (con espacios muy compartimentados) en
inmuebles construidos entre 1920 y 1940 en el centro histórico de la ciudad de México; 2.
Desarrolladores inmobiliarios destruyen el patrimonio industrial para crear departamentos
de lujo en una “ampliación” de Polanco. Aquí se puede citar el caso de la fábrica Chrysler,
demolida por una empresa de desarrollos inmobiliarios en 2004 para edificar departamentos
de lujo24
. De esta fábrica quedan planos publicados en un libro de Max Cetto en 1963, y el
mural de Siqueiros que fue trasladado a la Plaza Juárez en la Alameda Central.
El mito del subdesarrollo destructor
24
María Bustamante Harfush, La reciente demolición de la fábrica Chrysler de México,
Anales del Instituto de Investigaciones Estéticas, núm. 85, 2004, 127 – 137 pp.
19
Varios defensores del patrimonio urbano arquitectónico comparten el mito de que la
destrucción de patrimonio corresponde a los países subdesarrollados: Varela Torres
(2000)25
dice que ciertas sociedades del tercer mundo “periódicamente se destruyen a sí
mismas en aras del progreso, la modernización o el desarrollo y la industrialización”.
Enrique del Moral (1977: 10 - 11)26
también opinaba que “son los pueblos subdesarrollados
los que atropellan y destruyen las expresiones representativas de su pasado, para mostrar
una faz falsamente moderna, inclusive creando valores inauténticos de esta modernidad”.
Guillermo Tovar y de Teresa (1991: 13 - 14)27
, es más categórico, él asegura que la
implacable cultura de la devastación del patrimonio histórico de los mexicanos es un caso
único en el mundo y en la historia de la humanidad, peor que el de los bárbaros que
destruyeron Roma, porque al menos esa ciudad no les pertenecía. Más o menos en esta
línea de pensamiento, en que los mexicanos de la capital son irremediablemente
autodestructores, Carlos Monsivaís (1990)28
aseguraba (después de los sismos de 1985) que
el destino manifiesto de la ciudad de México es el “hacerse de ruinas”: la ciudad encontró
en el hecho de haber sido construida sobre la destrucción de un imperio (el azteca), esta
primera y última definición. Desde entonces, y a lo largo de los siglos, la ciudad siempre ha
vuelto al mismo principio: la relación entre los arrasamientos de toda la ciudad y el
proyecto inacabable de su construcción. El signo distintivo de la modernidad hacia la
ciudad es la indiferencia, lo que ha permitido el crecimiento desmedido, la demolición
minuciosa de cualquier armonía capitalina y la sustitución de los elementos estéticos por el
funcionalismo, no como corriente arquitectónica o urbanística, sino como una manera
práctica de enfrentar los problemas.
25
Alfredo Varela Torres, Conservación de la vivienda como patrimonio arquitectónico y
satisfactor habitacional en los centros históricos, Guadalajara, Secretaría de Cultura del
Gobierno de Jalisco, 2000, 310 pp.
26 Enrique del Moral, Defensa y conservación de las ciudades y conjuntos urbanos
monumentales, México, Academia de Artes, 1977, 75 pp.
27 Guillermo Tovar y de Teresa, La ciudad de los Palacios: crónica de un patrimonio
perdido, Tomo I, México Ediciones Espejo de Obsidiana, 1991, 191 pp.
28 Carlos Monsivais, “La ciudad de México: un hacerse entre ruinas”, en El Paseante
números 15 – 16, dossier sobre México, Madrid, 1990, 10 – 19 pp.
20
En contra de lo que piensan estos y otros autores, la cultura de la destrucción no es un mal
endémico del subdesarrollo, ni es exclusiva de los mexicanos y tampoco es reciente, sino
una práctica que históricamente se ha constituido en “patrimonio de la humanidad”.
Durante el siglo XX, una gran proporción de monumentos ha sido destruida por sus propios
habitantes. Para Tung, se trata de una práctica que durante el siglo XX abarcó a casi todos
los pueblos del mundo. Él no sólo alude a las guerras mundiales y a los innumerables
conflictos bélicos, sino al enorme crecimiento de las áreas metropolitanas en todo el
mundo, que lo mismo arrasaron arquitectura y barrios históricos, para construir autopistas y
estructuras urbanas anónimas. El desarrollo urbano no sólo requiere de la expansión urbana,
sino de la transformación de la ciudad existente, es decir de la remoción de estructuras
antiguas. En este sentido la modernización de las ciudades es cualitativa y cuantitativa, y
requiere tanto de la expansión como de la adecuación de la ciudad existente a los modernos
estándares de calidad de vida de la población. Por ello, para Tung desde la primera
construcción de asentamientos humanos densos en el pasado distante, la adaptación de las
ciudades a los cambios sociales, económicos, políticos y tecnológicos ha estado siempre
envuelta en la pregunta básica sobre la preservación o no, de los antiguos edificios como
parte de la ciudad del futuro. Este autor consigna que una gran proporción de patrimonio
edilicio ha sido destruido por sus propios habitantes: una cuarta parte de edificios
patrimoniales en Ámsterdam, más de la mitad del stock patrimonial en El Cairo, miles de
edificios en Nueva York, etcétera. En su larga lista, lo mismo incluye a comunistas y
capitalistas, estadounidenses, italianos y alemanes. Así, a pesar de la creciente
consolidación mundial de la ética de la conservación del patrimonio, la bárbara habilidad
destructiva de la humanidad sólo se ha incrementado, por lo que salvar el patrimonio
urbano arquitectónico se ha tornado en una carrera contra el tiempo.
La renovación constante
En algunas ciudades con economías prósperas los procesos de modernización son tan
frecuentes y acelerados que los inmuebles se renuevan con mayor frecuencia y en algunas
áreas urbanas las construcciones se sustituyen hasta dos y tres veces en un período de
21
tiempo relativamente corto. Recientemente el estadio londinense de fútbol de Wembley se
destruyó para construir en su lugar otro estadio moderno. En la ciudad de México, muchos
inmuebles de la antigua colonia Juárez (surgida a fines del siglo XIX y principios del XX)
sucumbieron ante una ola modernizadora realizada entre las décadas de 1950 y 1970:
antiguas casonas porfirianas fueron sustituidas por nuevos edificios destinados a los
servicios de la turística Zona Rosa. En este mismo sentido, Wong Kar Wai, cineasta chino
autor de películas fascinantes y seductoras, menciona que para realizar su filme “Deseando
amar”, ambientado en la década de 1960, tuvo que rodar gran parte en Bangkok, pues en
Hong Kong es casi imposible encontrar vestigios de los sesenta, su ciudad ha cambiado
tanto29
.
LA GESTIÓN DEL PATRIMONIO URBANO
La gestión del patrimonio urbano sería conseguir que cada actor haga su tarea para
preservar y mantener vivos y habitables los barrios con valor patrimonial. Se trata de la
coordinación de acciones entre los diversos actores involucrados en un territorio
(residentes, propietarios, comerciantes, empleados, turistas, usuarios, etcétera) y de la
definición de un proyecto de futuro consensado para la protección y aprovechamiento del
patrimonio cultural en beneficio de la sociedad y de la ciudad. Esta tarea requiere de la
definición o actualización de un marco legal y de un plan flexible de manejo del bien
patrimonial, que establezca las reglas del juego y el papel que los actores desempeñan en el
proceso.
Actualmente la conservación y recuperación del patrimonio urbano se reconoce como una
tarea multidisciplinaria que requiere de los sectores público, privado y social, liderazgo del
sector público y una amplia gama de políticas sociales y económicas, integrales e
integradoras. Este enfoque reconoce que: 1. La salvaguarda del patrimonio urbano no es
cuestión sólo de expertos y del gobierno; 2. Todo bien patrimonial es susceptible de
amenazas a sus valores y atributos, y es mejor una respuesta planificada que coyuntural; y
29
Leonardo García Tsao, entrevista con Wong Kar Wai, en el diario La Jornada,
14/02/2003.
22
3. El patrimonio cultural tiene diferentes significados para los diversos actores sociales y es
parte de la compleja red social y económica del lugar donde se inserta.
La cultura del habitante común y su percepción, valoración y relación con el bien
patrimonial debe tenerse en cuenta, y más que como un obstáculo debe ser entendida como
una oportunidad para conservar ese objeto patrimonial. Pues en la medida en que la
población se apropia del patrimonio edilicio éste se puede defender mejor. En caso
contrario los esfuerzos del sector público y de grupos filantrópicos están condenados al
fracaso, o bien costará mayores esfuerzos garantizar la salvaguarda del patrimonio urbano
arquitectónico.
APRENDER DE LA HISTORIA RECIENTE
Para salvaguardar el patrimonio es indispensable aprender de la historia, en este caso de la
reciente, en dos sentidos: 1. La lógica del movimiento moderno y del postmoderno, no para
justificar la justicia del “ojo por ojo”, sino para ayudarnos a conservar el legado reciente de
forma dinámica y valorar sus aspectos permanentes y mutables, sus innovaciones
tecnológicas y las expresiones locales de una corriente internacional; y 2. Los modelos y
programas de recuperación del patrimonio urbano arquitectónico que ya suman algunas
generaciones de práctica.
1. En primer lugar, debe tenerse presente que la arquitectura y el urbanismo funcionalistas
se constituyeron en un paradigma mundial que orientó la reconstrucción de las ciudades
europeas, y la modernización (parcial) de muchas ciudades latinoamericanas. Esta corriente
urbano arquitectónica le había declarado la guerra a la ciudad histórica desde 1933. En la
también llamada Carta de Atenas30
se dice que no todo lo que es pasado tiene derecho a la
perennidad; que cada generación tiene su propia manera de pensar y una estética propia
acorde al desarrollo de la tecnología; y en ningún caso el “mezquino culto” al pasado debe
prevalecer sobre la salubridad de la vivienda. Así, la arquitectura funcionalista de ninguna
30
Le Corbusier, Principios de urbanismo, la Carta de Atenas (1933), Barcelona, Planeta
Agostinis, 1993, 151 pp.
23
manera podía reconciliarse con la arquitectura antigua, porque justamente su leit motiv era
el rechazo a aquella, se trataba de la negación (destrucción) de una cultura a nombre de
“otra cultura”. El rompimiento de la arquitectura moderna con la arquitectura histórica y el
surgimiento de los nuevos materiales y sistemas de construcción, y en América Latina los
cambios sociales y económicos, alteraron irremediablemente la manera de hacer la
arquitectura y de construir la ciudad.
2. En las últimas tres décadas se ha avanzado en la conservación del patrimonio urbano
arquitectónico en tres ámbitos: 1. De la legislación se ha transitado a la acción, y la primera
ya no sólo abarca únicamente la salvaguarda del patrimonio sino la normatividad
urbanística; 2. La restauración del patrimonio monumental y de circuitos (generalmente
destinada a los servicios, la cultura y el turismo) ha dado paso a la rehabilitación urbana,
entendida como el mejoramiento del espacio público y de la infraestructura en pequeñas
áreas urbanas; y 3. La intervención pública y de grupos filantrópicos abre espacio a la
incorporación del sector privado.
De estos programas se deben extraer las lecciones aprendidas, los aciertos y desaciertos,
para emprender la tarea de la salvaguarda de un patrimonio cultural que cada día se
incrementa. Por ejemplo, en la ciudad de México, en materia de planificación urbana, las
ordenanzas y programas de desarrollo urbano desde la década de 1990 incluyen la
delimitación de zonas de conservación patrimonial, así como normas generales y
específicas para la protección de áreas urbanas con valor patrimonial, en ocasiones en
escala de predio en función de sus características. Sin embargo, se puede decir que éstos
programas urbanísticos son letra muerta y que por sí solos no son adecuados para la
conservación del patrimonio edilicio
El patrimonio urbano arquitectónico como capital económico y social
Desde la década de 1960 ha ido ganando presencia un enfoque, fundamentalmente
económico, que considera que el patrimonio cultural por si mismo puede generar recursos
para su mantenimiento y recuperación. Se trata de una visión que además de los valores
24
históricos, estéticos y sociales, concibe al patrimonio como un capital o un activo, que
debidamente preservado y aprovechado puede generar beneficios económicos que no sólo
le permitan solventar los costos de su rehabilitación y preservación, sino generar utilidades,
empleos e ingresos. En este sentido, se demanda que este patrimonio albergue funciones
compatibles con sus características morfológicas y actividades rentables, capaces de
generar recursos económicos suficientes para su mantenimiento físico, en proporción a su
dimensión y valor arquitectónico.
Desde una visión social y de equidad, una extensión de este enfoque reivindica que el
patrimonio cultural es un “capital que juega a favor del desarrollo” y, por lo tanto, debería
contribuir al mejoramiento de la calidad de vida de sus habitantes y desempeñar un papel
fundamental en la promoción del desarrollo sostenible, que contribuya a evitar “la
perpetuación de las enormes diferencias económicas y sociales de los países”
latinoamericanos (BID, 2001: 8)31
.
El turismo se ha entendido como una oportunidad y un riesgo para el patrimonio cultural:
en el primer caso es un capital que debidamente explotado permitirá al patrimonio ganarse
su sustento propio, y en el segundo, se trata del deterioro y destrucción que la actividad
puede implicar en el patrimonio. En el marco de la globalización de la economía y a partir
del reconocimiento del patrimonio como capital activo para el desarrollo económico,
algunos gobiernos y organismos de financiamiento internacionales promueven la
participación del sector privado en el rescate y usufructúo del patrimonio cultural. Se trata
de la generación de condiciones idóneas para la operación del mercado inmobiliario; y el
retorno de la buena clientela. El BID, por ejemplo, justifica la participación del sector
privado y las formas de asociación público privada en varios hechos. El modelo que
asignaba a los gobiernos y a algunos grupos filantrópicos toda la responsabilidad en la
salvaguarda del patrimonio, está agotado y demostró ser insuficiente porque: 1. Nunca se
pudo asumir toda la responsabilidad, 2. Los cambios de gobierno afectaron la continuidad
de estos esfuerzos, y 3. Los recursos económicos han sido insuficientes para la
31
Banco Interamericano de Desarrollo, Una obra en marcha: el Banco Interamericano de
Desarrollo y la Protección del Patrimonio Cultural, Washington D.C., BID, 2001, ___ pp.
25
conservación del creciente patrimonio edilicio y su asignación competía con otras
necesidades sociales más apremiantes. Además, en el pasado no había convergencia entre
los que pagaban la preservación (contribuyentes) con quienes la promovían (elites y
gobierno) y quienes las usufructuaban (residentes y usuarios). El modelo no era
“sostenible”32
.
Vale tener en cuenta que los programas de conservación, recuperación y usufructúo del
patrimonio edilicio, benefician o afectan a los diversos actores involucrados (propietarios,
comerciantes, inversionistas, habitantes, defensores del patrimonio, filántropos, etcétera).
Por ejemplo, el proyecto Mundo Maya, que se dice de salvaguarda del patrimonio
arqueológico y de generación de riqueza nacional, a través de las actividades turísticas
¿Beneficia a los inversionistas vinculados a las actividades turísticas en escala internacional
o a las comunidades indígenas? De acuerdo a algunas evidencias, los beneficios recaen
únicamente en los primeros33
.
.
COMENTARIOS FINALES
Las necesidades del siglo XXI se podrían resolver reconociendo y reutilizando con respeto
el legado antiguo y el reciente. Aquí se trata de contribuir a la construcción de ciudad sobre
la ciudad existente: los edificios del pasado pueden cambian de uso y adaptarse a nuevas
necesidades, mientras el paisaje urbano debería expresar esa simbiosis de lo antiguo y lo
moderno, y demostrar que lo que fue se puede reutilizar de forma novedosa y respetuosa,
otorgando nuevos usos y contenidos al legado edilicio.
Las presiones modernizadoras, la especulación urbana y los procesos de terciarización que
amenazan al legado urbano reciente, se deberían confrontar a través de la gestión del
patrimonio y de la ordenación urbana. Ello implica 1. La urgente actualización de la
32
Sostenible es el proceso que garantiza que el patrimonio retenga “permanentemente” sus
características estructurales, estilísticas y funcionales y no requiere inversiones adicionales
para su rehabilitación.
33 Esther Ibarra, La Jornada, 12/01/1999.
26
legislación sobre la conservación del patrimonio, para abarcar y defender el patrimonio
reciente; 2. La elaboración de planes de manejo con la apertura de espacios de participación
para el mayor número de actores involucrados en un territorio; y 3. El reconocimiento de
los valores económicos y socioculturales del patrimonio, éstos últimos se construyen en la
esfera de las relaciones sociales y son los que se deben preservarse en beneficio de la
sociedad.
Para salvaguardar el patrimonio es indispensable aprender de la historia reciente y
entenderla como una continuidad con rupturas, en dos sentidos: 1. La lógica del
movimiento moderno para ayudarnos a conservar el legado reciente de forma dinámica y
valorar sus aspectos permanentes y mutables, sus innovaciones tecnológicas y sobre todo su
vocación social; y 2. Los programas de recuperación del patrimonio urbano arquitectónico
que asignan el papel preponderante al sector público y al privado, y que conciben al legado
cultural como un bien que por si mismo puede ganarse su sustento.
Es cierto que la arquitectura y el urbanismo recientes destruyeron patrimonio edilicio del
pasado, pero contribuyeron a enriquecer nuestras ciudades. Este legado es parte de la
ciudad que heredamos y constituye la expresión física de un período cerrado de nuestro
desarrollo cultural, que abruptamente rompió con la continuidad edilicia producida durante
centurias y –hay que reconocerlo- pretendió construir mejores metrópolis. Este espíritu
también se debería rescatar.
***