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8/18/2019 Genealogias Femeninas en La Tradicion l
1/10
Ferreras.
Juan lgnacio.
1987. kt
ttovela
es¡tañola
en
el
-sig,lo
XIX
(ltasta
,18ó8). Madrid:
Taurus.
Litchblar"r,
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The orgentine
novel
in
the
nineteentlt
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Hispanic Institute
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Vicente Fidel.
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Curso
tle
Bellas
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Santiago
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Inrprenta
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a
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de
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de 1854». En:
Cané,
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Esther:
novelct
origütul
de
d. Miguel
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Aires:
Imprenta
de Mayo:268-21
I .
Quesada,
Vicente G.
1864.
«Sueños y
realidades:
Edicion
completa
de
las
obras
de
la
Sra.
doña
Juana
Manuela
Gorriti".
La Rct'istct
de
Buenos
Aires,lY
(Buenos
Aires,
Imprenta
de
Mayo)
407
-416.
Rojas,
Ricardo.
1960.
Historiu
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literatttra
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Ensavofilosófico
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Obras
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Sheffy, Rakefet.
1999.
«Estrategias
de
canonización: la
idea
de la
novela
y de
campo
literario
en Ia cultura
alemana
del siglo
XVIII».
Teoría
de los
polisi.stenms.Estudio
introductorio,
compilación
de
textos
y
bibliografía:
M ontserrat
I
glesias
Santos.
Maclrid:
Arco/Libros
: 125
- I
46.
Tieghem,
Philippe
van.
1963.
Peclueña
histt.¡ria
de los
g.randes
doctrinas
lilerarias
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Franci\.Trad.:
Jean CatrySse.
Caracas:
Universidad
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Unzueta,
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kt imog,ittctción
histórica
-V
el
rontance
nac'ional
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Hispanorunéricct.
Lima
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Berkeley:
Latinoamericana
Editores.
Valcárcel,
Eva.
1996.
-
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2/10
vida
f'emenina
independiente, aunque secreta), las
"primeras
mujeres
escritoras
en
el sentido
que
he
dado
ya
a esta
palabra
-concluye
Rojas-
no
aparecieron
hasta después
de
la
organización nacional en
la
literatura
argentina.
Ellas
constituyerl
uuo
de
los rasgos
nuevos
y
más característicos
del
ciclo
de
'krs
modernos'
estudiado
en esta
obra"
(483).
Es
verdad que,
en su
momento,
las narradoras
argentinas
sur_gieron
corno
un colectivcl.sin_qularizado,
con
una estética globalmente adscripta al marco
romántico,
y con algr.rnas
coincidencias
temáticas y de enfoque
en
lo
histórico-
social
que
pueden
ser
atribuidas
a
una
"posición
de
-eénero"
-más
allá
de las
diferencias
de sus
poéticas
individuales-
que
comparten frente al grLteso
de
la producción escrita por sus contemporáneos
varones.
Una de
estas
posturas
comunes
-expresada
con
fuerza
desde Mariquita
Sánchez- es
la decidida oposición a
la
sangría
de
las
guerras
civiles,
sostenida
a veces desde
la voz autoral,
y
otras
desde
los
parlamentos
de
sus
personajes.
Con
esta actitud
es
coherente
la
tendencia
narativa
a
presentar,
en sns ficciones, situaciones
de
amor
y
de
amistad
entre
hombres
y
mujeres, o entre mr-rjeres, cuando
se
trata de amigas,
pertenecientes
a
bandos
contr¿rios. Asimismo, hay en
todas
ellas
una
recurrente
preocupación por
los sectores subalternos
y
las minorías étnicas,
que
no
los
demoniza
o los
animaliza, como
suele
ocurrir con
los autores
varones
del
período
lirndacional
(Amalia,
El Matoclero). Eduarda Mansilla
es la
primera.
antes
que
su
hermano
Lucio
Victorio,
y
antes
que
José Hemández.
en ocuparse de
la injusta
situación
del
gaucho,
despojado
y
expoliado
por
la
autoridad,
que
no encuentra lugar en
la
sociedad suplrestamente
civilizada.
Tanto
ella
como
Rosa Guerra,
rescatan,
en
1860.
el
mítico episodio
de
"Lucía
Miranda"
de
la
Argentina
manuscrita
de
Ruy
Díaz de
Guzmán,
para
elaborar senda.s novelas donde
los
"salvajes"
aparecen
bajo un
matizado
prisma
que
destaca seducciones
y
sentimientos.
aportes
rescatables
de la
cultura nativa, orgullosa libertad,
y, en
el
caso de
Cuerra,
una ambigua
circulación del
deseo
que
aproxima
razas
y muntlos dispares
a
pesar
de los
votos
matrimoniales
de
la
heroína.
No falta, en
Juana
Manuela
Gorriti. al,eírn relato de
"cautiverio
t-eliz"
(aunque
su
final sea
trágico)
como
el
de
"la
Cangallé",
que
forma
parte
de
su
conocida novela
Peregrinaciones
de
tut ¿tlma ¡riste.
Por
otra
parte,
la
memoria
del glorioso
pasado
incaico,
y
las
prácticas
y
saberes
culturales
que provienen
de un
468
vivo
sustrato
inclígena
popr-rlar,
se
hallan
siempre
presentes en
su
vasta
ohra
(Lojo
2005,
43-63).
Pelo
tal vez
Ia
tnás
destacada
originalidad
de
las
escritoras
decimonónicas
sea
su construcción
de la
interioridad
t-emenina. sin
duda
clesde
el
h"rgar
de
la
cxperiencia
propia.
Del
otro
lado
de
la
épica
y
de
los
mitos
del
coraje.
cstán
las mtrjeres del siglo XIX
que
c'.iercen
otra clase de
valor:
el
de
la
espera
y la
resistencia.
Las
gueras
las
despojan
de
sus
bienes
y
de
sus af'ectos
(padres, esposos, amantes.
hert¡anos' hijos).
sin
darles a
cambio ta
exaltación
heroica
qtte
se
concede
a
las hazañas
varouiles.
Esa
experie.ncia
femer.rina
de
pérdida,
desamparo
y
desgarramiento.
está
admirablemente
expresada
en
[a
gran
novela
de
Eduarda
Mansilla'
Pablo,
ou
lct
vía dans les
Punrpas
(1869),
y
en
tnuchas
narraciones
de
Juana
Manuela Goniti.
Otra bandera
que
todas
levantan
con
pertinacia
es [a cle
la educación.
No
hubo en
la
Argentina de aquellos
días,
sufi'agist¿ls
como en
los
países
anglosajones.
No estaba
aún
preparado el
terreno
en las
antiguas
colonias
españolas como
para
exigir
derechos
políticos.
Pero sí,
unánimemente,
las
escritoras
consideran
que las mujeres,
siqttiera como
las
madres de
los futuros
ciudadanos
de
la
nueva
república,
deben
colocarse a la
altura de
r-rna
misión
indeclinable:
la fbrmativa
y
educativa. Y
para
ello,
han
de
estar
ellas
mismas
educadas.
Algunas
literatas,
conro Juana
Manso
(directora
de
escuelas.
fundadora
de
bibliotecas)
se abocaron
de
lleno,
desde
su vida
y
obra'
a la
empresa
de
[a
educación
pública
en
general. y
de
la l'emenina
en
particular.
Otras. conro
Eduarda
Mansilla,
ya
desde stt
pritnera novela'
El
tnédic'o tlc
San
Luis
(
1860),
concibieron
una
posibilidad de
regeneración
social firndada
en el robustecimiento
de la
autor{dad matetna,
que
debía
ser disociada
de
sss
conexiones
con
la
témora, el atraso.
lo estacionario,
para
asttmir un claro
papel
de
transtbrmación
positiva
de
las
costttmbres.
Su Lr-rcía
Miranda,
mucho
más
que una cautiva
mártir
(el
írnico
papel que
le
toca en la crónica
la
Argentina
m¿utuscrita, de
Ruy
Díaz de Guzmán,
donde
por
primera
vez
aparece), es
una
activa educadora.
una intérprete
capaz
de
vincular
mundos
y
culturas.
Esto
no
si-enifica
en
modo alguno
que
las
escritoras
decimonónicas
argentinas,
capaces
de representar
a las mujeres
desde
trn
enfoque
no
frecuentado
por
sus
colegas
varones,
escribiesen
solamente
Para
stl propio
469
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qénero.
Muy lejos
de
ello,
afrontaron
con
desenfado
una
amplia
representatividad
humana
y
social. Hablaron
para
todos, argentinos
y
extranjeros,
hombres
y
mujeres, en nontbre de
su
región,
su
cultur¿r, su
país:
para
describir
sus
tradiciones,
para
señalar
las carencias
y
las injusticias,
para amonestar
y
para
generar
horizontes utópicos. Así,
Eduarda
Mansilla.
en
El
métlico
de Son
La¡s, en
Publo, t¡u
lu vie
dans
les
Pumpas, acomete
la
reflexión
al estili¡ sarmientino: revisa
las
dicotomías civilización/barbarie,
citrdad/carnpaña
para
construir, casi, un
anti-Facunda donde
aspira
a
demostrar
(antes
que
su
herrlano Lucio
V.)
que
la
mayor
"barbarie"
no es
la
de
los
gauchos
sino de
los
que
se
creen
civilizados
e
intentan
imponer sus
ideas
por medios brutales.
Su
postura
en defensa de los llamados
"bárbaros"
argentinos
(a
quienes
considera,
antes bien,
víctimas
de
la
injusticia
y
la ignorancia)
no
tLlvo
nada
que ver con
una
cerrada
actitud
reaccionaria o chauvinista.
Cosmopolita
y
gran
viajera,
conocedora
por
igual del
Viejo
Mundo
y
del
Nuevo
(incluso
los
Estados Unidos
de
Norteamérica,
objeto
de su libro
Recuerrlos
de viaje
(1882).
colmado
de
perspicaces
observaciones),
"tradujo"
para
sus
compatriotas, las costumbres
y
peculiaridades
de
ambos mundos. Pero
ese
trabajo de traducción
plasmado en
su
propia
obra no
fue
nunca meramente
"reproductivo"
sino
"productivo".
No
copiaba
los originales extrarrjeros
sino
que proponía otros. Un
caso
notable fue
su libro Cttenros
(1880),
primera
obra,
en
lengua
castellana,
de
literatura
destinada
a
los
niños:
"sólo
he intentado
prodr-rcir
cn
español,
lo que
creo no existe aúur ori-einal
en
ese
idioma: es
decir el género
literario de Andersen".
Se
niega
también
a clasificar o
modelar
sus
relatos,
segúrn
el
género
sexual al
que
éstos
se dirigen,
como
es
costumbre entre
los escritores francescs, Prefiere
destinatarios.
niños o
niñas,
personalrnente
individualizados:
''Cada
uno de
mis cuentos,
que
no
he
querido denominar ni como mi amigo
M.
Laboulaye
de aztrles,
nicomo
la
Condesa
de
SégLrr
de rosados.
lleva
al
fiente el nombre
del niño
á
que va
dedicado"
(
I880
V-Vll).
En
Eduarda
Mansilla
se
dan conjuntamente rasgos
particulares
que
luego
desaparecenilr de
la
literatLrra
argentina
durante
décadas: la
certeza
de
que
la
voz femenina
puede y
debe expresarse,
con
su
carga
específica
de
experiencias
y
de perspectiva
social
y
sentimental,
y
la certeza de
que
410
esta
voz
y
esta
experiencia
pueden
y
deben
cambiar,
con su influelrcta
persuasiva y educadora,
las
costumbres de
la
sociedad.
También
existe
en
ella
otra convicción
que
perderán
casi
todos,
varones
y
mr-rjeres:
la [e en
el
valor propio
y
singular
de
Ia cultura
criolla
a la
que
ella
siempre
se sintió
pertenecer.
y
la
decidida
negativa a
asumir
dócilmente
e[
papel del
"bárbaro"
en
el
concierto
de
las
naciones.
A
tal
punto que
se
permite
decir
en
Pablo.-..
en
perfecto francés, para que
los
tianceses,
y
los
europeos
en
general.
queden
bien
enterados,
que
ellos
tambiérr
han
sido bárbaros
y
han
pergeñaclo
guerras más atroces
que
las nuestras'
y que
si
tantos
inmigrantes
llegan
y
siguen
llegando
desde
Europa
a
la Argentina,
es
porque vienen
huyendo
de
males
que en ésta
se desconocen
(Mansilla
1869.3r).
Luego
de la
promisoria
irrupción
de
destacables
narradoras
en
el siglo
XIX,
la
primera mitad
del siglo XX
implica
en
cambio un
prolongado
cono
de
sombra,
fuera
de
algún
éxito
popular como
el
de Emma
de la
Barra
de los
Llanos
que
sin
embargo
firma
-no
es casual-
con el
seudónimo
masculino
de
César
Duayen,
o, en
poesía, la
gran
voz
de Alfonsina
Stomi.
A
pesar
de
la
extenclida educación, el magisterio. y
la
incipiente profesionalización
femenina,
puede
señalarse
un
cierto
retroceso
de
las
mujeres en
el espacio
público.
La
llamacla
"lrueva
cuadrícula
burguesa"
acentúa
su sometimiento
jurídico,
colocándolas
en cl
rango
de
eternas
menores de
edad,
sometidas
a
la tutela
y
administración
desus
cónyuges
(Código
Civil de
Vélez Sársfield
*1871-
.
Ley det Matrimonio
Civil
-1889-),
separando
tajantemente
las esferas
de
lo
privado
(t'emenino) y
de
lo
público
(masculino)r obstacttlizando
su
ingreso
a
[a
vida
profesional
y
política.
Cgtólicos
y
liberales
concuerdan al
considerar
la
naturaleza
femenina
como
necesariamente
Sujeta
a
Ia
autoridad
del
varón,
y
circunscripta
a
lo
doméstico,
a
la
vez
que
se
extrenla
el puritanismo
de
las
costumbres
hasta un
grado
exasperantc
(Gálvez
24-25)
y
se coloca
a
las
mujeres
ante
una clisyuntiva
de
hierro:
ángeles
o
dernonios, doncellas
inocentes,
madres
y
esposas
castas
o
despreciablcs
pl'ostitLltas.
Ni siquiera
el
partido socialista
o la
izquierda
anarqui§ta
parecen dispuestos
a
discutir
el
papel central
de la
maternidad
y el sentimiento
para
la vida
femenina,
y
stt
pertenencia
prioritaria al
árnbito
familiar
(Míguez
4l
).
El
ideal
concebido
sobre
estas
pautas,
impregna
aun
las
programáticas
progresistas.
y
se
extiende
a
todos los
sectores socialesj.
471
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Las ntujeres
de
clase
alta.
privilegiadas
en tantos sentidos, fueron sin
enrbargo
las
primeras
víctimas
de este
orden puritano
que
las
encerraba
en
r.rn exquisito
sineceo,
resguardándolas
de toda contaminante
exposición.
Victoria
Ocampo,
que
seguramente no
leyó los cuentos en castellano
de
Eduarda, sino
los
franceses
de
la
Condesa
de
Ségur,
da
claro testimonio de
esta circunstancia.
Debe
descartar
su primera
vocación teatral, deshonrosa
para
los
parámetros
familiares
y
de
clase
y
luego, luchar duramente
por
imponerse --con
Ia
autoridad intelectual
que
se
les retaceaba
a
las
"señoras"-
en
el mundo
de la escritura.
Ella
misma no las tenía
todas
consigo.
Acomplejada.
a
pesar
de sus
varios idiomas
y
sus
muchas lecturas,
por
la
falta
de
educación
sistemática
académica que
sus
padres
no habían
creído
necesario
darle, e inhibida
también,
como argentina de
esa
época,
por
un
persistente
sentimiento
de
inf-erioridad
respecto
a
la
cultura europea, demorará
muchos años en sentirse
segura
de sí
misma,
en
atenuar
su
inveterada
tendencia
a
la adoración
de
héroes
intelectuales
masculinos
(las
más de las
veces con pies
de
barro),
y
en
aquilatar la
singularidad de
la expresión
americana:
algo
más
sin
duda,
o algo distinto,
que
una
copia deslucida
de
Europa. Pero
si de
al_eo
no
tuvo
duda
Ocampo,
desde
el
primer
momento,
flue
de
la
especificidad
(y
la
necesidad)
de
la
expresión femenina,
desoída,
silenciada
y autosilenciada,
en deuda
consigo
misma
y
con
el
murrdo.
Dice.
prres.
en
La
ntLtjer
t, .su
expresión:
"hasta
ahora
la
mr.rjer ha
hablado
muy
poco
de
sí
misma,
directamente.
Los hombres
han hablado enorme¡nente
de
ella,
por
necesidad
de compensación, sin
duda,
pero desde
luego
y
[atalmente a
través
de
sí
mismos
(...)
Se
les puede
elogiar
por
muchas
cosas.
pero
nunca
por
una
profunda
irnparcialidad
acerca
de este
tema.
(...)
La
mqer
misma, apenas ha
pronunciado
algunas palabras.
Y es a la mujer
a
quien
le
toca no sólo descubrir
este
continente
inexplorado
que
ella
reprcsenta,
sino
hablar
del hombre,
a
su vez,
en
calidad
de
testigo
sospechoso. Si lo
consigue,
la
literatura
mundial
se
er.rriquecerá
incalculablemente, y
no
me cabe
duda de
que lo conseguirá"
(Ocampo
23).
La
aspiración
literaria
de
Victoria
Ocampo
es, como
la de
Eduarda
Mansilla
y
otras
antepasadas
del
siglo
XIX,
universal.
Para
ella
la
escritura no ha
de
ser
sólo
una
confidencia
endogámica
(o
endogenérica)
sobre
asuntos
"femeninos".
Por
el contrario,
como
alerta
la
cita anterior,
cree
que ya
tis
hora
de
que
las mujeres,
desde
su voz
propia,
les hablen
también
a
los
hombres
472
acerca
de
ellos y
acerca de sí mismas.
O en todo
caso
esos
asurltos
"f-erneninos"
tendrían
que
ser dc.l n-ráximo
interés
para
el
varon
nronologante,
puesto
que
"ellas"
son
al
lln
y
al
cabo,
la
mitad
de la especie,
y
puesto
que
dumnte
siglos
los varones
se
han
quejado
del
"misterio"
o la
''irracionalidad"
que
las
mujeres
mismas
se
aplrstarían
ahora a develar.
Tal
vez,
como
su-9iere
Ocampo.
el
"enigma':
se
deba. simplemente, a
que
los hombres
nunca
se
han
tomado
la
molestia
de
interrogar,
y
sobre
todo,
de escuchar,
a la
presunta
esfin-9e:
"Se
diría
que el
hombre
no siente, o siente
muy débilmente,
la nece-
sidad
de
intercambio
que
es la
conversación
con
ese otro ser semejante y
sin
embargo
distinto
a
é1:
la
mujer.
Que
en el mejor
de los
casos no tiene
ninguna
afición
a
las
interrupciones. Y
que
en
el
peor
las
prohíbe."
(Ocampo
l3).
Estas
dos
escritoras: Eduarda
Mansilla
y
Victoria
Ocampo
-ambas
de
viejas
familias criollas,
pero
conocedoras
de otras tieras
y
cultr-rras, ambas
dispuestas a escribir,
desde su
voz
f'emenina,
para
todos
y
todas-
inscriben en la
literatura
argentina
una línea
abierta al
diálogo
(y
también
a la polémica) entre
géneros y
culturas. Encarnan
-desde
una
especificidad
-eenérica
nunca
negada-
una
firme
voluntad
representativa
de toda la
condición
humana.
Creación
J'entenina
y
e
stereotipos
sexuale s
La negación
de la
"universalidad"
de
la
literatura de ntujeres,
se basa
en
esa injustificable
lectura
jerárquica
de
la
dit-erencia masculino
/ femenino.
que
la
anuopóloga Frangoise
Héritier ha
rastreado en el origen
cle toda
cultura.
La
creación femenina aparece
entonces
conro
lo
excepcional, particular,
accidental y
contingente, frente
a la
"nornta"
universal
encarnada
"naturalmente"
por
la literatura
"canónica"
escrita
por hombres, a
quienes
en
el
nrapa
general
de
la
"división
del
trabajo" les
toca
el monopolio
de
las
"creaciones
espirituales".
El
encierro
de la
literatura
escr'ita
por
mujeres
no
ya
en
el
cuarto propio
sino en
el cuarto
de costura,
o
en
el tocador
junto
a
otros adminículos
del
atuendo
y
el
maquillaje.
tiene
que
ver,
desde
luego, con
la
preceptiva
social
que
desde un
principio
dirigió
y
reglamentó
el decoro
de
la expresión
literaria
de las
da¡nas
(si
es
que querían
seguir siendo damas respetables).
En
la
Ar_eentina, las reacciones ante
la aparición de
Camelia,
primera
revista femenina en
ver
Ia luz después de
Caseros.
son harto
413
-
8/18/2019 Genealogias Femeninas en La Tradicion l
5/10
ejemplificadoras.
Solamente
el
hecho
de
que
Ias
mujeres
quisieran
escribir,
en un
plano
de
igualdad
con los
homhres, parecía
ser,
por
sí mismo,
indecente.
El
len.ra
de
la revista:
"¡Liberrad
No licencia. lgualdad
errtre
ambos
secsos",
le
valió
no
pocas
burlas, especialn'rente de
un
periódico
rival
llamado
El Padre
CustañeÍa, que pLrblicó
una
poesía
satírica con
versos como
éstos:
"y
hasta
habrá
tal vez alguno/
quc porque
sois
periodistas/
os
llame
mr-rjeres públicas/
por
llamaros
publicistas"
(es
decir
"periodistas",
en
el
léxico
de
aquel entonces). No obstante
estos
tropiezos,
las
mujeres
terminan
instalándose
en el espacio
literario,
y
después
de ésta
ven
la luz
otras muchas
revistas y
periódicos
femeninos.
De todas maneras,
esta
producción
se hallaba
tácitamente
"controlada".
Para
evitar
el
peli-qroso
deslizamiento
de
"publicista"
a
"mujer
pública",
la escritora debía
sujetarse
a
ciertos límites
en campos
de
religión,
política y
moral.
En
el siglo
XIX,
vemos
los malabarismes
que
hace Juana Manuela
Gorriti
para
no
escandalizar
a los posibles
censores,
y
adecuar sus textos a ciertos
requisitos
"morales"
sin
perder
por
ello el condimento
de la transgresión,
ni el
placer
de
narrar
las pasiones
humanas.
Cüando
se
publican
sus
Oüra.r
Completas,
en 1865,
recibe
el
dudoso
eiogio
de
su
prologuista,
el señor
Torres Caicedo.
Éste
dice
que
si
bien
Gorriti
no
tiene
el
talento
ni
el
refinamiento
ni la
f,ormación
filosófica
de
George Sand, es mucho
más
"moral"
que
la autora
francesa, y
no ha
"perdido
su
sexo", como ella,
en
los
debates
ideológicos
y
la pasión
políticar.
Goniti,
para'forres
Caicedo, es
recomendable
además
por
su
sencillez
de
expresión,
su
corazón
femenino,
que
no
provoca
conflictos
intelectuales
sino
qr.re
inspira
a la
paz.
Aquí
se
condensa
todo un paradigma
de lo que
"debía"
ser
(o
al menos,
"parecer',,
porque
Gorriti
no
se
priva
de
hablar
de
política
y
de
pasiones y
de
pecados)
la
escritura
femenina.
Por
otro
lado.
esta
preceptiva
hacia
la
que
se ernpujaba
a las escritoras
servía para
criticarlas,
en
cuanto
literatas,
por
las
mismas
limitaciones (lo
sentimental,
lo
mínimo,
lo doméstico,
el
"color
de rosa")
que
la masculina
vigilancia
de la
moral
les
imponía....
Un
buen
ejemplo
de este círculo vicioso.
lo da el
sin
embargo
progresista
Lucio V.
Mansilla,
que
había
educado
a
sus
bellas
hijas en la declamación
y
las artes del teatro, y
que
-no
sin algún
trasfondo
de fiatemal
rivaliclacl-
alentó
y estimr.rló
siempre
a
su hermana
Eduarda.
una
de
sus ¿:¿¡¿rs¿ries.
"La
odisea
de una vocal"
testimonia
fielmente
las
expectativas
sociares
474
estereotípicas
en
cuanto
a la
escritura de las mujeres. Mansilla ha recibido
unos
poemas, que
atribuye
al
principio,
por
un error de lectura,
a una tal
"Dominga
Martinto"
(en
realidad,
"Dontingo").
Le extraña, en
principio.
el
sobrio
título del
volumen:
Poesíus'.
"que
una rnujer,
que
una
poetisa,
sea
tan
sucinta
que
no
haya
escogido
algún título sentimental
o
abracadabrante
como
Espin«s o
llttgcts
tlel
coruzótt
o
Lt¡s últintr¡s
latnenfos dcl altna
acong,ojatltr..."
Cuando
llega a
la
parte
del texto titulada
"Mis
amores",
exclama
con cómico
escándalo:
"¡Ah,
esta
mujer
es
un monstruo
¿De
cuándo
acá las mujeres cuentan
sus
amores?
Ellas
se
limitan
a
engañarnos
y
nosotros
a
lamentamos
confidencialmente."
Si la
poetisa
es
merecedora
de
burlas en
el
caso
de
que
se ajuste a
un
previsible
y
cursi
estereotipo
sentimental
femenino,
tarnbién es cuestionada
cuando
se
intema,
impúdica,
en
territorios
propios de
la
expresión
viril:
"leo
acá
y
acullá.
a salto
de
mata...mi
soryresa
crece....Esta ntujer
es
un
demonio
-exclamo-¡y
qué
alma
tan
varonil tienel"
En
ningún momento, mientras Mansilla cree
que
Domingo
es Dominga,
separa a la obra de la mujer
que
supuestamente la
escribe
y
la dedica
a diversos
hombres, lo
que
le
da
pie para
suponer
simpatías
galantes. Parece
pues,
no
haber
un
lugar
literario posible
y
practicable
para
la palabra
de
las
mujeres. Cuando ella
se
ajusta
a
los
moldes
del
lenguaje
supuestamente
"femenino"
-dulzón
o
hiperbólico, de
un
idealismo eniermizo-
es
ridícula,
carece
de
valor
estético.
Cr-rando
los
transgrede
con otra expresividad
desembozada, austera.
directa,
entonces
asusta, inquieta,
cruzala
línea de
los malos rnodales. Por Io demás eI
sexo
de
la escritora
(y
la
práctica implícita
de
su sexualidad)
desvía
la
atención
de
la
obra
misma. Nunca
deja de ser
"una
señora
que
escribe"
y
quizá, por
el
mismo
hecho de
escribir,
nunca tan aceptablemente señora
como
podría
esperarse5.
El encasillamiento
del horizonte
mental y moral
femenino
y
sus
posibilidades
expresivas ha sido
denunciado
y
deplorado recurrentemente
por
las escritoras.
Decía
nuestra
Alft¡nsina Stonri en I
921
,
refiriéndosc
a
las
posibil
idades de
las rnujeres
para lograr creaciones novelescas
equivalentes
a
las masculinas:
....para
escribircon alguna
propiedad.
hacía fhlta a la
mujer
abandonar,
siquiera
en
parte, las tareas
del
hogar
y
ponerse
a
observar
la vida. Eso
es
lo
que ha
hecho
475
-
8/18/2019 Genealogias Femeninas en La Tradicion l
6/10
en
estos últinros años,
en
que ha
sido
Ilamada a
nrás
duras
tareas
y
a nrás
hondas
rel-lexiones.
(....)
un es¡ríritu
dclminado por
las
ideas rnor¿rles corrieutes,
y
ct¡nvencido de
qtre
la
vida
se
resuelve con
lírr¡r'rulas claras
y
principios
inmutables,
carecerá
de clarid¿rd
y
grandeza
para penetrar,
enterrder, descitj.ar
las
pasiorres
humanas,
fuentes de
toda
gran
literatura.
(Storni
159-
160).
Por
su
parte
Erica
Jong
recuerda
que, ya
iniciada la clécada
del sesenta.
en
el
si-9lo XX,
un prestigioso
crítico literario
dictaminó que
las mujeres
janrás
llcgarían
a ser
grandes
escritoras
por
f-alta de
"sangre
y
a-eallas,,,
quc
se adquirirían
-teóricamente-
en
episodios
de
sexo
y
violencia
mucho
más
accesibles
a
los
escritores
hombres.
Se
dice
Jong, con
razonable
ironía. que
justamente
la
..sangre
y
las
agallas" son acaso
los
tópicos
menos
adecuados para
señalar
las
carencias
fcmeninas, en
tanto las
mujeres
-menstruantes,
gestanl.es,
parturientas-
han estado
siempre más
próximas
que
los
varones
a las
"entrañas
de
la
vida".
aunque
la
moralina
social les vedara
referirse
a
estas
experiencias.
Ciettamente, en los
últimos
años,
muchas
escritoras
han
tomado revancha
de esas interdicciones,
adentránclose
deliberadanrente
en
el
territorio
prohibido
de
[a
"sangre
y
las
agallas":
las pasiones
y
la corporalidad
e,
todos
sus
matices,
aún
lo pornográfico
y
lo
obscenoó,
hasta
casi
couvertirlos
en
tópicos
obligados
o
clistiutivos
cle
una nueva
"escritura
fenrenina".
No
obstante,
como
lo recuerda
la citada
Jong, esto
no ha
bastaclo
para
eliminar
las
críticas.
si antes
las
escritoras
eran desdeñadas
por
el
excesivo y
delicado
decoro que
impedía
"toda
grandeza".
"durante
las
dos
últimas
décadas
han
sido
condenaclas
por
los
críticos masculinos por
su
lalta
de decoro
(que
también
impide,
supLlestamente,
toda grandeza";
"Hagan
lo
que
hagan las
mujeres. será
algo
que
impida
toda
grandeza,
según Ia
visión
machista.
Debemos
considerar
tal
razonamiento
como [o
que
es:
un
prejuicio"
(Jong
73)i.
Otros
prejuicios.
¿Literatura
de mujeres y
para
mujeres? La,,ntala
lecfora,,.
Los prejuicios
no sólo
atañen
a las creadoras
sino a
las
lectoros.
La
relación supuesta
entre
mujeres
lectoras
y
"mala
literatura"
o literatura
cle
nasas
o literatura
intrascendente
es
antigua
y
persiste pese
a
los
datos
476
estadísticos.
Nora
Catelli
ha
señalado
lúcidamente
la
extraordinaria
abundancia de
pcrsonajes f'emeninos lectores en la Iiteratura del
siglo
XlX,
a
pesar
de
que
la
población
de mujeres
alfalretizadas
era
nluy
infcrior
a
la
masculina.
Estas
lectoras
suelen
ser
representadas
como
"malas
lectoras"
y
no sólo
porque
iean libros
deleznables
sino
porque
abordan aún los
canónicos o
clásicos
en fon¡a
indebida:
Emma Bovary consume toda
la
literatura
(hasta
la llamada
"alta",
que
tanlbién
integra
su biblioteca) como
si
se
tratara de
un
f,olletín:
Ana
Ozores,
la
desdichada
Re-uenta.
termina
leyendo todos
los
textos
como
si
contblmasen
una
gran novela sentimentals.
Esas
mujeres
novelescas leen
peligrosamente.
deformando.
malinterprctando. desde la mutilación,
la
repre sión, la enfermedad
(car-rsadas.
hay
que
decir,
por las
condiciones
sociales en
que viven); en este punto,
los
grarrdes
escritores
parecen coincidir
con
los
moralistas,
abocados a
apartar a
los
fiá-eiles espíritus
t'enrenitros
de
la
lectura.
sobre todo
la
de
novelas. Los historiadores
y
[ilósofbs,
por
su
parte
(Catelli
cita a
Huyssen)
vinculan
el
naciente
consumo
masivo de
ficciones
"románticas"
con
un
dispositivo
fernenino
de
lectura.
pero
habría
que
aclarar
(insiste
Catelli)
que
este
dispositivo
"es
imaginario y
que
no
gLrarda
corespondencia
con
las
tendencias
históricas
y
las
prácticas
sociales
de acceso
y
f,recuentación
cle
los libros"
(Catelli
I
I
I
).
La
vinculación
así
establecida: mujeres/literatura
de nrasas,
mujeres/mala
Iectura
persiste
hasta
nuestros días. Señala
Laura
Freixas
-basándose
en
un
repertorio
de crítica
literaria
periodística. recogido
durante diez años-la
"convicción,
bastante extendida,
de
que las
mujeres
leen
mucho,
sí,
pero
leen
mal:
leen sólo, o
principalmente,
literatura
escrita por mujeres,
o leen
literatura de masas.
popular,
o
no entienden
lo
c¡ue leen"
(Freixas
6l
).
Ninguna
de
estas
presuposiciones, enlpero, tiene bases
objetivas.
Si
las
mujeres
-
dice Freixas-representan
al,eo
más
del
507o del
total
de lectores.
sería
imposible
que
leyeran exclusivamente
literatura femenina, ya que
ésta
alcanza
(en
España,
Francia
y
Gran
Bretaña)
sólo al 25o/o
de
los libros
publicados.
que
no
son
necesariamente
los de mayor venta. Tampoco
es
justo
achacarles
la lectura de literatura
de
masas
(escrita
por
mujeres
o
no).
cuando
ellas
constituyen
la
rnayoría
de
la
población
universitaria en las
Facultades
hulnanísticas,
público
consumidor,
por
excelencia,
de
Ia
"alta
literatura".
La
única
forma
de
explicar opiniones
tan extendidas
como
poco
fundanrentadas,
417
-
8/18/2019 Genealogias Femeninas en La Tradicion l
7/10
concluye Freixas,
es apelando
a
la
misoginia latente
en
la
cultura,
al
pr.rnto
de
considerar que
lo t'emenino
sienrpre
es
malo,
y
[o nralo siempre
es
femenino.
Cita
el elocuente
testimonio
del
crítico de un
diario
progresista,
que
para
describir
a
una
novela
de escaso
valor.
pero
de mucho
éxito
de
ventas,
seirala
que
ésta
se diri-ge
"al
corazón
femenino.
No
al
de las
mujeres,
sino
a
ese
corazón ctrrsi y
tierno
que
tienen
tantos
humanos,
entre
ellos
los
lectores
d,e be.st-sellers"
(Freixas
63).
Cuando
se
piensa
en
producciones
destinadas al
"público
femenino"
-
desde
los culebrones
televisivos
a las novelas
impresas-
se lo
hace
habitualmente
en
términos
de disvalor literario
(lo
cursi,
1o
sentimental, lo
mínimo,
lo trivial),
o
en
términos
de
literatura
de
tesis
(feminista,
reinvidicatoria,
y por
lo tanto mala
por
dogmática
si
se trata
de
ficciones),
o
bien,
de
literatura
testimonial
o
confesional
de una experiencia
específicamente
femenina,'escrita por
mujeres
para
mujeres
y
que
por
lo
tanto no
interesaría a los hombres.
Las
mujerres
en
cambio, han
leído
y
siguen
leyendo
libros
escritos
por
hombres, aunque éstos
traten
experiencias específica o
mayoritariamente
masculinas.
Cómo no
hacerlo,
si éstos
configuran
la
literatura clásica,
y
por
lo tanto
inexcusable,
así
sea en las aulas
escolares.
El
canon argentitto o los
dinosaurios todavía esttin ahí
Aún hoy. cuando
nos
es
posible
ver claramente el carácter
atltural de
tantas
jerarqlrías
axiológicas
dadas
por
supuestas,
la
creaci
-
8/18/2019 Genealogias Femeninas en La Tradicion l
8/10
generaciones
de narradores y
narradoras;
así
lo
prueba
una
áspera
polémica
que
trascendió
en los
suplementos
culturales de
Buenos
Aires.
provocada
por
escritores que
se
hallan
hoy en
la
década
de los
cuarenta
años.
Guillemro
Martínez, en
dueloe
con Damián
Tabarovsky,
esgrime
en
el libro lttJiinnulcr
de
la
inmorÍalidad los
argumentos por los
cuales un
grupo
de novelistas en
el
que
él
mismo está incluido
y
al que Tabarovsky alude con
desdén en
otro
llbro
(Literafura
cle
ii.tluiercla),
merecerían
figr-rrar
en
un futuro canon
argentino mucho
más que
otros,
supuestamente vanguardistas, defendidos
por
Tabarovsky..
Uno
solo
entre algunos opinantes
(varones
y
mujeres)
consultados por
la
redacción de
Ñ:
el escritor Carlos Gamerro,
del misr¡o
espectro
generacional,
advierte con tino
que
toda
la
discusión es
"además,
una
pelea
entre
hombres
y
sobre
hombres. Hay
producción femenina muy
interesante
pero
esta
polémica no la registra"r0.
No
implica esto
necesariamente que la construcción
del
canon
esté
sólo
a cargo
de
hombres que actúran
a
favor
de
sus
intereses
"mascu-
linos". Así como
muchas
madres han sido
y
son
las
mejores reproductoras
y
transmisoras de los valores patriarcales,
así
como
creadoras
destacadas
se
juzgaban
ellas mismas excepcionales
con
respecto
a la
normal
"incapacidad"
t-emenina
(el
caso de
la
poeta
Anna de
Noailles,
segírn
lo
recuerda
Victoria
Ocampo), así también
críticas literarias
inlluyentes
y
prestigiosas
(salvo
que
estér.r comprometidas
con
una
postura
feminista)
no se molestan
demasiado
por
revisar ese
canon nacional
cerradamente
masculino.
Por
otra
parte,
suele decirse,
también
(y
en
cierto
sentido
comparto
esta
tesis)
que
la
constitución
de
la crítica dedicada
a
la literatura
de mujeres
como
un
campo especializado, y
la consiguiente convocatoria
a
congresos
y
la
pLrblicación
de
libros
consagrados
solamente
al
estudio
de
escritoras,
puede
tener,
como
indeseable
efecto secundario,
el
consolidar la
especiñcidad
subordinada
de la
creación
f'emenina,
fuera del
gran
campo
de
"La
Literatura"
con
mayúsculas.
El
contra argulnento. atendible
desde
luego,
es
que
sin
estos
estudios
especiales
la
situación canónica de
las escritoras sería aúur
peor,
las
retrotraería a
la invisibilidad
casi
completa
en
la
que
se
hallaban
antes de
que
la crítica
de
género
se
preocrrpara
por
ellas.
Y
la
actitud
general
al respecto de las
críticas
y
los críticos no feministas lamentablemente
parece
confirmarlo.
480
Nuestras
primeras
escritoras:
Goniti,
o Manso o
Mansilla,
no
se consi-
deraron oLtfsiders
en
una
incipiente
"tradición
nacional". Entraron en
ella
como
sus
co-fundadoras,
aunque luego
Ricardo
Rojas, con algunas
razones
entonces atendibles,
las
haya empaquetado en un solo capítulo.
Esas
razones,
que pudieron
servir
para
la
perspectiva
de la
década del
veinte,
ya
no tienen
vigencia
para
la
ploducción
actual.
Es
verdad
que
entre las
narradoras
pioneras
del siglo
XIX,
y
sus
sucesoras
del siglo
XX
media
un
ancho campo
de silencio
y
de
silenciamieuto.
Por eso.
otra
vez,
a
mediados del
siglo
XX, la
literatura
de
mujeres
parece
un
acon-tecimiento
especial en un mapa literario donde
ya
ha asomado la
gran van-guardia de los años
veinte
(la
única mujer de este
grupo
es Norah Lange),
el
llamado
"ensayo
nacional"
de
la
década
del
treinta. los
libros
fundamentales
de
la narrativa rural o
-qauchesca
(desde
Don
Seguntlo
Sombra
a El
inglés
de los
gíieso.r)
y
donde el campo
de la
novela
realista urbana
está
presidido por la
caudalosa obra
de
Manuel
Cálvez,
y
luego,
en una
inflexión
experimental del realismo
por
la
figura
creciente
de
Roberto
Arlt.
No
es
que
no
hubiese narradoras
en las
primeras
cuatro
décadas
del siglo
pasado,
pero su
visibilidad
fue menor
que
la
de
los
narradores,
y
el proceso
de
canonización
no las
consideró. Han quedado
englobadas
en
las
"expediciones
de
rescate"
de
alguna
crítica
históricarr
y
de
la crítica
feministarr.
Desde
los
años cincuenta
hasta estos
comienzos del nuevo
siglo,
han
pasado correntadas bajo
los
puentes de
la Historia.
Cinco
décadas
y
media
aportaron
a la
tradición
argentina
muchas narradoras,
poetas
y
algunas
ensayistas,
relativamente
agrupables
por
corrientes estéticas o ideológicas,
y
sobre todo,
distinguibles
como
s.ujetos
creadores individuales, más allá
de
su común
condición de
género. Desde
esta condición,
ciertamente,
las
creadoras
pueden
construir
un
valor
diferenciado:
poetizar,
nanar, debatil', la
experiencia
f-emenina
vista desde
dentro, en una
literatura nacional
donde
esto
es
relativamente poco
común. Si
tomamos sólo la narrativa,
dicho
sea
esto al margen de la calidad
de los
autores,
veremos que
no
abr-rndan los
textos
de autores
varones donde
el
mundo
femenino
sea
percibido y
trahajado
desde
una visión interior.
Casos como
el de Eduardo
Mallea
(Toclo
verdor
perccertí),
Manuel
Puig
(toda
su
obra.¡
o
Benito Lynch
(E/
inglés
de
los
giiesos)
son más
bien
excepcionales.
481
-
8/18/2019 Genealogias Femeninas en La Tradicion l
9/10
Pero
también
han sabido
instalarse
las creadoras
en la
experiencta
masculina,
asumiendo
-en
calidad
de
testigo sospechoso,
como
decía
Victoria
Ocampo-
la
visión
del otro
género, para
configurar
un
lenguaje
y
una mirada
de
la
totalidad.
El
día
en
que
tanto
las
escritoras como
los escritores
tengan
el
mismo
peso
constructivo
en la
tradición
argentina
(y
en la
literatura en
general),
el
día
en
que
la crítica
lea
la literatura
escrita
por mujeres
con
la
misma seriedad
que
se
propone
dedicar
a la escrita
por
hombres,
podremos
decir
que
los
dos testigos
sospechosos se
habrán
equilibrado en
una
perspectiva
completa
de
la condición
humana
y
de
Ia
sociedad
que
les
ha
dado origen,
libre
al
fin de la dicotomía
sexista
que
ha
convertido
a
las
mujeres,
como
1o hicieron los
supuestos
"civilizados"
con
los
supuestos
"bárbaros",
en
semi
exiliadas de
una lengua
común
y
una
legítima ciudadanía
literaria.
NOTAS
I
No faltaron,
empero, poetas
(o
"poetisas"),
alguna
de
ellas muy meritoria,
como
Agustina Andrade, hija
de
Olegario
V.
(Rojas
la
menciona
de todas maneras, entre
las novelistas),
aunque
esta
producción
quedó
sobre todo
dispersa
en
publicaciones
periódicas
de
la época.
Cfr. Lea
Fletcher
(2003,
21-29).
2
"El
imaginario
liberal
detlnía
el ordenamiento
de la sociedad
como
una esfera
por
cuyo
centro pasa
una línea
que
la
divide en dos mitades.
Una mitad
es la
sociedad
pública;
otra
mitad
es la sociedad
íntima.
El
hombre ocupa
la
primera,
la mujer la
segunda"
(Bravo
y
Landaburu
266).
No obstante,
y
a Ia
larga,
[aobra de
las nrilitantes
políticas,
de las feministas,
y de
las pocas
y
esforzadas
profesionales, Iogra, en una
"lucha
de
titanes"
(Cátvez
157
y
ss.)
y
dentro
de sus
disidencias
internas,
socavar
lentamente
la
asimetría
y
la separación de los
sexos.
Al menos,
en
1926, se
consigue abolir la discriminatoria
Ley
de
Matrimonio
Civil.
Dice
textualmente
Torres Caicedo:
"La
señora doña Juana
Manrrela
Corriti
no
pertenece
conro Jorge Sand
á
una escuela
filosófica,
ni
como
ésta tiene
los
refinanrientos del arte
y
del estilo;
pero en cambio
posee
el selltinriento
de
lo
bello
y
de [o bueno
[....]
La
escritora
no
olvida a
la
mujer;
la
literata
recuerda
siempre
que
es
cristiana;
y
por
eso sus
novelas
y
sus crónicas son
recreativas, morales,
y pueden
sin recelo
ponerse
en
manos de las
vírjenes
y
entrar
por
la puerta
principal
en
el
hogar
de
la
thmilia que más sea dada
á la práctica de la
virtud.
Lejos está [a literata
482
483
5
6
argentina
de
FyJseer
las
fhcultades de
la
autora de
Indiattu
t' Valerúin«;per
-
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