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No.
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Barcelona • Medellín
Viven y trabajan en Medellín
Cuatro escritores, un ilustrador, cinco libros
Contenido
Sombra de Rosa y VinoDarío Ruiz Gómez
El tren de los dormidosJosé Guillermo Ánjel Rendo(Memo Ánjel)
El Teatro LeveHumberto Pérez Tobón (Ilustraciones)Saúl Álvarez Lara (Cuentos)
Encuentros y desencuentrosSaúl Álvarez Lara (Cuentos)
El último día de GardelReinaldo Spitaletta
BCN BaseSerge Herbiet Sovet
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Viven y trabajan en Medellín es el título de la primera entrega de tex-
tos para iPad que hace BCN Base de Barcelona y Ficción la Editorial
de Medellín.
Presentamos cinco libros de cinco autores con amplia trayectoria li-
teraria, artística y periodística en la ciudad de Medellín. Darío Ruiz
Gómez, Memo Ánjel, Humberto Pérez, ilustrador, Reinaldo Spitaletta
y Saúl Álvarez Lara. Es una muestra del trabajo que realizan quienes
viven y trabajan en una ciudad que, como Medellín, es propicia para la
creación.
Para la alianza BCN Base y Ficción la Editorial éste es el primer paso
del largo camino que nos propusimos recorrer en compañía de quie-
nes, como los cinco autores que presentamos en este número, escriben,
diseñan e ilustran en la ciudad. Es igualmente el primer paso hacia la
divulgación en iPad de la literatura colombiana contemporánea. En
esta publicación encontrarán una muestra parcial del contenido de los
títulos propuestos. La totalidad de cada libro está disponible en iTunes.
Hasta pronto con más títulos y autores.
Los editores
http://www.bcnbase.com
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Escritor colombiano, vive y trabaja
en Medellín. Graduado en la Escue-
la Oficial de Periodismo de Madrid
en 1961. Paralelamente estudia ur-
banismo y estética. Colabora con la
Revista Acento. En Bilbao es redac-
tor de Hierro hasta su despido por
motivos políticos. Durante treinta
años fue profesor de Historia de la
Arquitectura en la Universidad Na-
cional de Colombia. Ha publicado
Darío Ruiz Gómez
los libros de cuentos Para que no se olvide su nombre,
La ternura que tengo para vos, Para decirle adiós a
mamá, Sombra de rosa y vino, Tierra de paganos y las
novelas Hojas en el patio y En Voz baja. También ha
publicado libros de poemas y de ensayo sobre arte, lite-
ratura y urbanismo. Columnista y crítico polémico, en
la actualidad Darío Ruiz Gómez es considerado como
uno de los intelectuales colombianos de mayor presti-
gio internacional.
El cuento “Noticias econòmicas” es parte del libro
“Sombra de Rosa y Vino”. Puede leerlo a continuación
o, si prefiere, puede bajarlo sin costo de www.bcnbase.
com en el formato que ilustra esta página.
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El despiadado
mundo del nar-
cotráfico descrito
con agudeza en
“Tierra de paga-
nos”, su reconocido libro de cuen-
tos, alcanza en estos nuevos relatos
una profundización en lo funda-
mental: el factor humano. No sólo
pues el dato sociológico sino la des-
nuda condición del ser humano ante
sus pasiones definitorias, el odio, la
venganza pero igualmente la secre-
ta piedad, la callada solidaridad.
Una guerra que aparentemente ha-
bía terminado, personajes siniestros
convertidos en figuras cívicas de la
ciudad. O la fuga de una madre con
sus hijas herederas de un imperio
económico que las leyes abstractas
de la nueva economía le impiden
aceptar. La tentación de caer en el
tic comercial ha sido rehuída con
inteligencia por el
autor de este libro
quien ha hecho
de la escritura un
método de cono-
cimiento crítico. El género de la
noveleta tiene en “La pared trans-
parente” un notable aporte a través
de una pesquisa policial que permi-
te descubrir un mundo insospecha-
do de antiguos personajes de barrio
convertidos en fugaces actores de
una farsa que hoy nos parece remo-
ta pero que la escritura rescata con
humor y desenfado.
Librodisponible
para iPad enel AppStoreUS. $ 1.99
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6
Primer Documento
Creo, estimada señora, que es imposible que usted
pueda darse cuenta de lo que este testamento significa
desde el punto de vista económico dada la amplitud de
conceptos que abarca, la complejidad de los aspectos
sobre los cuales incide directamente y el número de ru-
blos de los cuales se compone -fincas, apartamentos,
edificios y sobre todo empresas comerciales- cuya enu-
meración se haría demasiado prolija y para usted difícil
de entender dado el hecho de que cada uno de ellos está
cobijado por normas, reglamentos, completamente di-
ferentes, sin contar con lo que supone en cada factoría
el número de empleados, importe hasta la fecha de las
cesantías etc. Por no enumerar lo referente a impuestos,
gravámenes, capitales asignados a importaciones y ex-
portaciones, títulos de valor constante, etc.
¿Entendería usted ésta complejidad? Si el número de
empleados de sólo dos de estas factorías llegase a seten-
ta personas; ¿a cuánto asciende hoy la nómina mensual
de pagos? Teniendo en cuenta que hay en éstas, emplea-
dos de diferentes categorías, economistas, abogados,
zootecnistas, etc., expertos en hotelería, muchos de los
cuales cuentan ya con suficiente antigüedad para aspirar
a la jubilación -antigüedad que debió ser tenida en cuen-
ta a la hora de la transacción de compra- ¿Cómo podría
usted enfrentar éste problema? ¿Cuál sería su actitud
frente al sindicato?
Pero es más, hay que contar igualmente con los
miembros de algunas juntas directivas que cobran altas
primas por concepto de asesoría. Y queremos recordarle
que entre estos asesores hay connotados personajes de
la alta vida social del país, reconocidos políticos, des-
tacados industriales, gracias a los cuales se han logrado
importantes contratos tanto con el sector público como
privado y gracias a los cuáles nuestras empresas cuentan
hoy con la imagen de respetabilidad y de honorabilidad
que les despejan el panorama de trabajo hacia el futuro.
No alcanzamos a sospechar entonces qué fue lo que
condujo a su marido a tomar finalmente esta absurda de-
cisión a través de su abogado de cabecera -muerto igual-
mente en el atentado- y no a través del equipo jurídico
de asesoría permanente de la compañía, lo que hubiera
facilitado el proceso testamentario sin tener que vernos
abocados a una situación de la cual usted debe ser la
primera sorprendida.
Comprenderá que en este caso lo que importa es la
buena marcha de las empresas y sobre todo la seguridad
económica de empleados, ejecutivos, asesores que viven
y crean para el país desde estas fuentes importantes de
trabajo. Esperamos que usted entenderá ésta situación
y por lo tanto se prestará a una negociación rápida para
evitar penosas fricciones. El nombramiento de un abo-
gado negociador seria un error lamentable de su parte.
Documento Nº 2
Para mí fue una sorpresa saber que usted existía. Co-
nocí a su marido durante los últimos cinco años, fui con-
fidente de muchas de sus acciones y decisiones impor-
tantes hasta el día de su muerte en el fatal atentado. Él,
sin embargo nunca se refirió a usted ni a sus dos hijas
y desde luego lo que me llama la atención es el hecho
de que a pesar de la notoriedad de su marido en la vida
Cuento tomado de “Sombra de Rosa y Vino”
Noticias Económicas
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pública del país y de la malevolencia con que los medios
de comunicación del país se han referido a su caso, usted
haya permanecido al margen, silenciosa sin haber jamás
reclamado nada de lo que, desde luego, le corresponde
por derecho propio. Esto sin embargo ha venido a tras-
tornarlo todo, pues parece simplemente que su marido
al tener oculto su testamento único, sabiendo que vivía
permanentemente en peligro, ha querido burlarse de al-
gunas personas que por derecho propio van a reclamar
su parte en la fortuna que usted está heredando hoy. Esta
actitud es incomprensible por lo siguiente :
El señor X, por ejemplo, durante los últimos diez
años fue su jefe de seguridad, un hombre leal, valiente al
cual le tocó enfrentar situaciones difíciles, acciones san-
grientas de los enemigos y lo hizo por respeto y cariño
hacia su marido. También está el señor X su contador,
quien únicamente luchó para incrementar la fortuna de
su esposo, para darle la validez jurídica que hoy tiene y
la fachada de honorabilidad necesaria para ser aceptada
por quienes como asesores son lo mejor y más represen-
tativo de nuestra vida social y política.
Hay dos mujeres : la señora X quien lo acompañó
en los últimos años, asesorándolo en muchas acciones
por su conocimiento del medio, su pasaporte norteame-
ricano y su conocimiento de ciudades como Los Ánge-
les, Chicago. Mujer estricta en su disciplina casi militar.
También está la señora X socia de su marido en los nego-
cios de Pereira, conocedora como pocas del manejo de
dólares, amiga de reconocidas figuras de la vida política
y cultural del país, decisiva en el manejo de los negocios
de bienes raíces en la región de Cartago, Cerritos.
Estas personas reclaman la parte justa que les corres-
ponde de esta gran herencia y para ellas queda fácil de-
mostrar que mientras usted vivía aparte del sinnúmero
de los terribles azares de la vida del país en los últimos
años, de los peligros que los negocios conllevan hoy,
ellas estaban al lado de su marido jugándose la vida, sa-
liendo milagrosamente ilesas de muchos atentados. Son
pues, como ve, querida señora, personas como se dice
de armas tomar y para las cuales lo que digan unas sim-
ples normas jurídicas no cuenta para nada. En este país
ellas han sabido hacer de su ley, la única ley a respetar;
además, después de vivir hasta hoy con la modestia que
usted eligió -sin duda en beneficio de sus hijas- entrar de
pronto en este juego de grandes y complejos intereses,
le quedaría difícil por la mentalidad que éste exige, por
los conocimientos que se deben tener al respecto y por
la sangre fría necesaria para ser implacables con lo que
vaya aconteciendo.
No considere esto, querida señora, como un chantaje
sino como la ilustración que le hago de una situación
frente a la cual y en la situación misma del país se hace
necesario tomar fríamente una conveniente salida. No
dije justa salida sino conveniente salida pues aquí de
lo que se trata es, ni más ni menos, de salvar el pellejo.
Otra decisión la conduciría a entrar en el vértigo de es-
tos enfrentamientos, de estas retaliaciones.
Estoy dispuesto entonces querida señora a conseguir
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para usted una salida honorable pues creo que ya las
directivas de la empresa le han descrito suficientemen-
te la situación creada por su marido, los peligros de un
cierre de las factorías -que a nadie interesa- la necesidad
de salir adelante pensando, sobre todo, en el bienestar
de ejecutivos, empleados y sobre todo, también, de las
personas que como mis representados, reclaman un de-
recho a algo que es suyo por derecho propio.
Documento Nº 3
Su porvenir económico así como el de sus hijas ha
quedado asegurado. La suma de dinero que recibirá
mensualmente le servirá para llevar adelante una vida
con todos las comodidades, se ha comprado la casa en
la población que usted escogió y en el barrio señalado,
la próxima semana le harán entrega del jeep acordado
en nuestra conversación y de la escritura de la pequeña
finca.
Las personas que señaló como indeseables y pe-
ligrosas para su vida no sabrán nunca de su existencia
como no lo sabrá nadie en esta compañía. En cuánto a
sus futuros vecinos ya se encargará usted misma de in-
ventar la historia que más le convenga. A sido un pla-
cer tratar con alguien que, se prestó inmediatamente
a este arreglo que a todos nos deja satisfechos pues la
presencia de abogados litigantes hubiera entorpeci-
do la feliz culminación de este acuerdo que da a sus
hijas un porvenir, el mejor de todos.
Documento Nº 4
Me detengo en la noche y siento el sueño de las dos
niñas, sus rostros iluminados. Pero hay mañanas en que
su amor se hace extraño y sobre todo irreal debido a su
firmeza : jugamos entonces -las tres- a ser nadie en la
vida, llenas de nuevos motivos pero me atrevo a confe-
sar que tenemos temor y por eso sentimos una luz viva
que nos impide dormir. Una luz que recorre las habita-
ciones de la casa y llama al párpado a levantarse : y es
como si estuviésemos viendo un gran lago al atardecer
donde una gaviota solitaria parece ir hacia ninguna par-
te. Así somos nosotras : ¿dónde está la otra orilla del
lago? Pues mientras más volamos más lejana se hace la
orilla y más oscuras las aguas y más helado el viento.
Y cuando creemos ver la cinta de una carretera en la
montaña, ésta desaparece y una selva tupida se mueve
sin cesar borrando esa ilusión. ¿Qué hay en el horizonte,
allí donde está lloviendo y la gente se ha marchado del
parque? ¿Quién habla en la puerta de la casa? ¿Porqué
se van perdiendo las voces, los pasos?
Y sin embargo, tomadas de la mano, seguimos avan-
zando hacia la luz que nos llama.
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Escritor colombiano, vive y trabaja
en Medellín. Profesor de la Escue-
la de Teología, Filosofía y Humani-
dades de la Universidad Pontificia
Bolivariana de medellín. Es también
columnista de El Colombiano perió-
dico de la misma ciudad. Durante el
año 2005 obtuvo la Beca de Artista
en Residencia que otorga el Berli-
ner Kunstler Programm del DAAD
(Deutscher Akademischer Austaus-
chdienst) y vivió durante ese año en
Berlín.
José Guillermo Ánjel RendoMemo Ánjel
Los cuentos “La mujer en la ven-
tana” y “ El hombre del pijama”
hacen parte del libro “El tren de los
dormidos”. Puede leerlos a con-
tinuación o, si prefiere, puede ba-
jarlos, sin costo, de www.bcnbase.
com en el formato que ilustra esta
página.
Ha publicado Historias de Prado,
crónica, De dictadores, pangeles,
peatones y pecados renovados, en-
sayo, El tren de los dormidos, cuen-
to, La luna verde de Atocha, novela,
Entendimiento, novela de Spinoza y
La casa de las cebollas, novela.
Recibió la mención Especial de la
Cámara de Comercio de Medellín en
el año 2006 por su novela Míndele
1955. En Alemania y Suiza ha pu-
blicado Das meschuggene Jahr, Das
Fenster zum Meer, Geschicten von
Fenstersims y Mindeles Liebe.
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Librodisponible
para iPad enel AppStoreUS. $ 1.99
Ese libro de cuentos
pequeños lo escribí
en Berlín en el año de
2005, mientras hacía
uso de la beca de Ar-
tista en Residencia del
DAAD. Lo anterior
no tiene validez literaria porque no
es una invención. Pero fue en esta
realidad (la de Berlín y yo embuti-
do en esa ciudad) la que me permi-
tió leer las caras escondidas en los
periódicos, detrás de las ventanas,
entre la gente que subía y bajaba
por las escaleras del metro, en los
supermercados y, posiblemente (ha-
bito las posibilidades), en el interior
de las cámaras de los turistas japo-
neses, que deben estar llenas de los
lugares y gentes con las que nunca
entran en contacto.
Este libro, entonces, no es una
memoria sino un prontuario de la
ciudad escondida. Y un prontua-
rio mío, que como un zorro en la
noche, intervine con la escritura
lo que pudo haber pasado en esa
ciudad que, no sé si para huir de su
pasado o para borrar lo malos tiem-
pos, se reconstruye permanente-
mente. Y en esa reconstrucción deja
sueltos cientos de pequeños trozos
de historias que uno (como el “fla-
neur” de Baudelaire) se encuentra
en las esquinas, en alguna mesa de
bar, en la base de algún momento o
patea en una acera haciendo algu-
na jugada del viejo fútbol para que
haga una elipse en el aire y entre en
el corazón.
Escribí este libro para apoderarme
de la ciudad. Y desde entonces huyo
con ella.
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Ahora vivo en un viejo edificio de Frie-
denau, en Wielandstrasse 18. La calle y el
barrio son clásicos y viejos, y en invierno
hace un frío intenso. Así son enero y febre-
ro en Berlín. En ocasiones llueve agua casi
helada y en otras nieva. Por eso, mantengo la
nariz tapada y las manos y los pies con guan-
tes y medias de lana. Claro que en el piso
donde habito hay calefacción, pero saber que
afuera la temperatura está casi bajo cero me
mantiene con catarro permanente. Esto me
lleva a estar bebiendo café caliente y, como
consecuencia, no duermo. Y si alguien me
viera, creería que soy un pájaro negro con-
gelado que han puesto cerca de una lámpara
que produce una luz amarilla y una sombra
gorda.
Pero el frío y el insomnio me han permi-
tido conocer una extraña mujer que visita el
edificio en las noches. No sé si entra en los
otros pisos o sube directamente las escaleras
hasta el mío. El caso es que abre la puerta,
supongo que debe tener llaves, me saluda
muy amablemente y se va hasta el cuarto de
atrás y mira por la ventana que da al patio,
donde están los recipientes de basura y un espacio
enrejado en el que se amontonan troncos de leña para
alimentar las chimeneas. Permanece allí mirando, entre
diez o doce minutos, y luego se marcha, aunque antes
se despide alegremente. Porque la mujer es muy simpá-
tica y supongo que cuando joven debió ser muy bonita.
Esta mujer, de quien no sé el nombre, debe tener más
de cincuenta años; lo deduzco por las arrugas del cue-
llo. Si no fuera por esas arrugas, podría tener cuarenta
años, porque sus ojos azules se mantienen brillantes y
su boca todavía está carnosa. Los dientes son fuertes y
el pelo corto se le ve hermoso. Y le he visto los ojos y
Cuento tomado de “El tren de los dormidos”
La mujer de la ventana
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las arrugas, los dientes y el pelo, porque cuando entra y
me ve, se quita el abrigo, el sombrero y la bufanda, me
saluda y juega un poco con un rizo castaño claro que le
cae sobre la frente. A veces, con ese gesto, parece una
niña.
Lo que me llama la atención de la mujer es su ruti-
na. Siempre va hasta la ventana del cuarto de
atrás, al mismo ángulo, y mira, pero no busca
algo en particular, es como si apreciara mucho
lo que ve desde ahí. Luego, se marcha igual
que como entró, se pone el abrigo, el sombre-
ro y la bufanda mientras baja las escaleras.
Después de que ella se va, yo miro por esa
ventana y no veo nada especial: sólo hay un
patio, unos árboles sin hojas y, al fondo, unos
edificios de ventanas pequeñas en las que es
difícil ver algo. Apenas unas luces y las som-
bras de unos objetos. Pero, como he dicho, el
interés de la mujer se centra únicamente en el
patio, que lee cuidadosamente desde la venta-
na.
De esta mujer no he podido saber si está
viva o es una aparición. Me inclino más por
lo segundo, porque me gusta que me visite un
fantasma bello, y porque sólo así podría estar
tranquilo, pues no es bueno que un descono-
cido tenga las llaves de la casa y entre por
ella como si fuera la propia. Y si es una apari-
ción, como creo, el hecho de que mire por la
ventana tiene un enorme sentido. Algo debe
haber sucedido en ese patio. Quizás, en los
días de la guerra, alguien se escondió entre los leños
amontonados o dentro de algún recipiente de basura. Y
la mujer lo vio todo. Y después no vio nada y eso es lo
que le preocupa. Hay preocupaciones eternas, me digo.
Y siento más frío y espero que pite el recipiente donde
hiervo el agua para hacerme otro café.
Dibujos tomados de la libreta de apuntes de Memo Ánjel
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Hay un hombre que vive en los bajos del
edificio de enfrente de donde yo vivo y todos
los días sale a una pequeña terraza para leer
el periódico y mostrar que luce un pijama
diferente. Esto lo sé por los colores y diseños
que logro ver. Lo miro salir en las mañanas,
pararse delante de las ventanas, dar una vuelta
sobre sí mismo y sentarse a leer el periódico.
Pero no lo lee sino que está atento para que
lo miremos desde la ventana, es decir, se
hace el que lee y es posible que el perió-
dico que pone sobre sus piernas sea un
ejemplar viejo o uno de esos periódicos
barriales que llegan a la casilla de correos
cada semana. No es claro qué periódico
lee. Desde cualquier ventana del vecinda-
rio, lo único que se puede ver es el pijama
y el color. Y al hombre que nos mira por-
que sabe que los vecinos lo miramos.
Pero lo que llama la atención no es que el
hombre sea un exhibicionista sino que sus
exhibiciones las haga en pleno invierno, a eso de las
diez de la mañana y a un promedio de dos o tres gra-
dos centígrados de temperatura, cuando no bajo cero,
y luce, la mayoría de ocasiones, pijamas que sólo se
usarían en verano: pantalones cortos, camisas de cue-
llo abierto. Lo he visto con pijamas de seda, como si
viniera de hacer el amor o se preparara para una sesión
con su amante, que podría ser una mujer o un hombre.
O quizás un (a) muñeco (a) de plástico. Todo puede
esperarse de un hombre que sale a lucir sus pijamas
delante de todo el vecindario.
El hombre sale, enciende un cigarrillo y hace su
acto. Y desde las ventanas los vecinos nos hacemos
señas de que está ahí. Incluso, hay unos que se asoman
Cuento tomado de
“El tren de los dormidos”
El hombre delpijama
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y beben una taza de café o comen un bocadillo, o un
trago de licor, como lo hace una vecina vieja que siem-
pre luce el mismo deshabillé y el mismo pelo cogido
con pinzas de aluminio. A lo largo del tiempo y de las
tantas salidas del hombre a la terraza, el vecindario se
ha ido cohesionando. Y personas que antes nos cruzá-
bamos en la calle sin mirarnos, ahora nos saludamos.
Claro que no sé el nombre de nadie ni deben
saber el mío, pero sí reconozco las caras y,
cuando me encuentro con algún vecino, son-
reímos los dos. Tenemos en común la salida a
la ventana cada mañana.
Con los días, y de tanto mirar al hombre,
he ido descubriendo ciertas cosas (imagino
que los vecinos también las han descubierto):
tiene la cara alargada y no parece tener cejas.
La boca es apenas un hueco redondo donde
cabe un cigarrillo. Y las manos son muy extra-
ñas: son manos distintas todos los días. Un día
toma el periódico con manos largas y otro con
manos cortas y gruesas; éste lo toma con una
mano de uñas pintadas y aquél con unas manos
que tienen aletas. Y no son guantes que usa
para impresionarnos sino que son reales exten-
siones del brazo. Los pies no los defino bien
porque van cubiertos por unas pantuflas, pero,
a veces, los noto más anchos o más flacos.
En el vecindario, como decía, todos nos
conocemos de tanto vernos en las ventanas y
saludarnos en la calle. Y existimos cuando el
hombre aparece con el periódico y el pijama.
Pero no debí conocerlos ni permitirles que me
conocieran: he notado, últimamente, cuando
saludo a cualquiera de ellos, que les cambian
las manos y el color de los ojos, que carecen
de cejas y que sus bocas son exageradamente peque-
ñas. Y que, por lo que presumo, se turnan para ser el
hombre de la terraza, porque él no es uno solo sino los
mismos vecinos, creo. Y esto me tiene nervioso porque
no sé qué pueda suceder cuando yo entre en este jue-
go de invierno. Y cuando me cambien las manos y las
cejas se caigan y…
Dibujos tomados de la libreta de apuntes de Memo Ánjel
15
Pintor, ilustrador, diseñador, colom-
biano, vive y trabaja en Medellín.
Realizó sus estudios en el Art center
School of Design (Pasadena, califor-
nia) Recibió clases con Harry Car-
mean, Gien Vilppu, John Edmonson.
Sus obras están en las colecciones
del Museo de Arte Contemporáneo
de América Latina de la Organiza-
ción de los Estados Americanos -
OEA-, Washington, D.C., en el Mu-
seo de Arte Moderno de Medellín,
Museo de Arte Moderno de Bogotá
y en la colección de la Compañía
Suramericana de Seguros. Recibió
el Premio Lorenzo El Magnífico en
la categoría Vida y Obra de la Bienal
Internacional de Arte Contemporá-
neo de Florencia, Italia.
Humberto Pérez TobónIlustraciones
El cuento “La ciudad desconoci-
da” hace parte del libro “El Teatro
Leve”. Puede leerlo a continuación
o, si prefiere, puede bajarlo, sin cos-
to, de www.bcnbase.com en el for-
mato que ilustra esta página.
Esta introducción a El Teatro Leve
pretende servir de justificación y
explicación del trabajo que usted
tiene entre sus manos. Durante los
últimos años Saúl Álvarez Lara
(Pacho Lara para sus amigos) se
dedicó a buscar en las palabras que
durante muchísimo tiempo ha plas-
mado con sorprendente imagina-
ción en su trabajo como ilustrador,
como pintor o como creativo publi-
citario. De hecho, su primer libro
de cuentos: Recuentos y su trabajo
sobre cuadros contados nos deja ver
el antecedente de este experimen-
to que nació de enamorarse de las
imágenes de Humberto Pérez.
Humberto Pérez, un pintor renacen-
tista en nuestro siglo, un hombre
maduro en todo el sentido metafó-
rico de esta palabra. Dedicado por
16
Escritor, editor, pintor, ilustrador,
diseñador, colombiano, vive y tra-
baja en Medellín. Con su primer li-
bro de cuentos Recuentos, recibió
el premio del Concurso de
la Cámara de Comercio
de Medellín, 2001.
Ha publicado dos li-
bros de cuentos más:
El teatro leve en 2002,
relatos a partir de ilustraciones de
Humberto Pérez, en coedición en-
tre el periódico “Vivir en El Pobla-
do” de Medellín y la Editorial Uni-
versidad de Antioquia; y El sótano
del cielo, publicado por la Editorial
de la Universidad Eafit en 2003. La
Universidad Pontificia Bolivariana
publicó la novela La silla del otro
en 2005 y en el mismo año recibió
la beca de la III Convocatoria de
Proyectos Culturales de la Alcaldía
de Medellín para terminar la nove-
la ¡Otra vez!, publicada por la Edi-
torial Hombre Nuevo de Medellín
en 2007.
Saúl Alvarez laraCuentos
Librodisponible
para iPad enel AppStoreUS. $ 2.99
siempre a la pintura con asomos en
otras artes, Humberto Pérez tiene
en el trabajo su mejor arma, en la
constancia su mejor escudo y en su
imaginación su mayor gracia y en
él mismo su mejor faceta. En sus
cuadros él no reconoce eso que tra-
dicionalmente reconocemos como
“cuadros”, sino como ilustraciones
de cuentos que no habíamos podido
leer. Los cuentos que él lee antes de
pintar, los lee en su mundo particu-
lar y que ahora encontramos en este
libro…
Julio Posada A.
Director Vivir en El Poblado.
www.vivirenelpoblado.com
17
Se registró en el hotel Arcadia de la gran ciudad desco-
nocida a primera hora de la mañana. La habitación con
ventana hacía la arboleda del parque que había reservado
por telegrama con varios días de anticipación, por suge-
rencia de un amigo, estaba libre y podía tomar posesión
del lugar inmediatamente, le dijo el conserje mientras
daba tres golpes a la campana de escritorio para que el
botones le ayudara con
su única maleta y lo
llevara por las escale-
ras de medio circulo,
en el salón principal,
hasta los corredores
amplios como aveni-
das reservadas para
personas especiales.
Desde su llegada a la
estación de tren a tres
calles del hotel, todos aquellos con los que se cruzó en
la calle, el muchacho que le ayudó con la maleta de la
estación hasta el hotel, el dependiente de un puesto de
revistas donde compró una guía de la ciudad; todos, ab-
solutamente todos, mostraban a su presencia un cierto
aire de amabilidad que lo halagó pero una vez en su ha-
bitación, lo hizo sospechar de que algo se tramaba a su
alrededor. Luciana me diría que estoy loco por creer que
cuando la gente es amable es porque está tramando algo,
pensó mientras abría la llave del agua caliente de la ba-
ñera, después de agradecer la amabilidad discreta del
botones con un billete rojo del cual desconocía el valor.
Un buen baño, duermo un rato y después de almuerzo
decido el plan de la tarde. El sólo pensamiento de su
cuerpo en el agua tibia de la bañera, los ojos cerrados y
el pensamiento leve, fueron suficiente para que las du-
das sobre la amabilidad de los habitantes de la ciudad
pasaran a otro plano.
El ruido de objetos que
se deslizan, el frota-
miento de materiales
diferentes, como si se
estuvieran acariciando,
apenas perceptible des-
de la bañera, lo distra-
jo del sopor en el que
había esperado caer.
Abrió los ojos. Desde
la bañera tenía una vi-
sión parcial de la sala de baño, el vapor dejaba adivinar,
apenas, los cuadros blancos y negros en tablero de aje-
drez que cubría los muros y el cielo, brillante y sin nu-
bes, se reflejaba en el espejo del gabinete a través de la
bruma. Estoy soñando, pensó y volvió a cerrar los ojos.
El frotamiento de objetos continuó pero era tan distante
que muy pronto se convirtió en una más de las cosas
nuevas que lo rodeaban. Más tarde, el agua casi fría de
la bañera lo obligó a abrir los ojos y entonces decidió
salir del baño, se puso una levantadora blanca, marcada
con el nombre del hotel que encontró detrás de la puerta
Cuento tomado de “El Teatro leve”
La ciudad desconocida
18
y salió a la habitación. Las paredes,
color cáscara de huevo, contrastaban
con la madera oscura de los muebles y
el espaldar de la cama, enorme. Aquí
caben cuatro personas, calculó mien-
tras se recostaba para inspeccionar el
lugar, antes de bajar a la recepción del
hotel a organizar el itinerario de visi-
tas en la ciudad. El techo, del mismo
color de los muebles, era alto como la
nave central de una catedral. Un pai-
saje enmarcado en la pared al frente
de la cama y en la esquina, al lado de
la puerta, un sillón tapizado con paño
en bandas rojas bordeadas con hilos
dorados, era el mobiliario de la habi-
tación. No vio el libro de pastas rojas
que sobre la mesa de noche al lado
de la cama porque una sombra en el
cuadro de luz reflejado en el muro, lo distrajo. Creyó
que era una hoja de palmera movida por el viento pero
después de unos instantes cayó en la cuenta de que allí
no había palmeras. Se asomó a la ventana y se encon-
tró con las copas de los árboles pero no se percató de
que estaban absolutamente quietas como si alguién las
hubiera fijado en su movimiento. Tal vez es un pájaro,
pensó y volvió a recostarse en la cama.
El ruido, ahora más cercano, de materiales distintos que
se frotan continuó, aunque desde el momento en que se
19
confundió con todo lo nuevo que estaba viendo y sintien-
do no lo volvió a escuchar, lo que si alcanzó a percibir,
pero no le prestó atención fue un chirriar de ruedas que
se desplazan porque la pasta roja del libro sobre la mesa
de noche atrajo su mirada, lo tomó y para su sorpresa
no estaba en una lengua incompresible. “Las ciudades
invisibles” por Italo Calvino, era el título perfectamente
legible en la portada, el dibujo de una estructura transpa-
rente ilustraba la cubierta. La miró con detenimiento y
sintió sed, recordó que no había comido ni bebido nada
desde la noche anterior en el tren, entonces sintió ham-
bre también. Miró su reloj pero, con seguridad, pensó,
marca una hora distinta a la del lugar y prefirió ponerlo
en el cajón de la mesa de noche.
El número del servicio a las habitaciones era el cero cin-
co guión cuatro, lo marcó. La voz de una mujer joven
respondió que a esa hora podía ordenar lo que deseara,
desayuno, almuerzo o cena, en servicio completo o, si
prefería también le podrían preparar un plato especial.
Le sugiero hacer su pedido ya mismo, hoy es un día
especial, dijo la joven, el menú cambia y desconozco
cuál será el contenido del próximo. Pidió un desayuno
completo, colgó y se recostó de nuevo en la cama con el
libro entre las manos, lo abrió en la página marcada por
el separador y leyó algo sobre una ciudad que se despla-
za con sus edificios y sus gentes, a una distancia igual al
área que ocupa, cerró los ojos y trató de imaginar cómo,
en el mismo orden, todo se mueve dejando un vacío
igual donde se encontraba antes, quedó tan abismado
en sus cálculos que sólo sintió la presencia del emplea-
do del hotel con el desayuno sobre un carrito de servi-
cio cuando ya éste había entrado a la habitación. Nadie
abrió la puerta, dijo el muchacho vestido con uniforme
igual al que llevaba el empleado de la recepción, de otro
color, pero con el mismo cuello blanco almidonado en
plataforma, como era la moda entre los personajes im-
portantes de la corte holandesa que pintó Jan Vermeer.
El empleado dejó la bandeja con el pedido humeante
sobre la mesa de trabajo y se retiró empujando su carrito
sin decir más. La imagen de la ciudad en movimiento
lo absorbió por completo, cuando probó el café ya esta-
ba tibio, lo único que conservó el calor original porque
se encontraban sobre un plato especial que conserva la
temperatura, fueron los huevos revueltos en omelette
con tomate y perejil finamente picado.
20
Quiso leer mientras comia y puso el libro sobre la mesa
en frente suyo, entre el plato de la omelette y la jarra
plateada de café, donde se podía ver el reflejo de la ven-
tana que mira hacia el parque. Esta vez abrió el libro en
la primera página y se encontró con una pequeña nota
firmada por alguien que parecía ser de la dirección del
hotel. Leyó. Le pareció que algo extraño estaba escrito
allí, repasó la nota una y otra vez hasta que estuvo se-
guro del contenido pero ni aún así podía dar crédito a lo
leído, decidió leerlo en voz alta para estar seguro de que
era él quien leía y él mismo quien escuchaba, así, pensó,
no creeré que estoy soñando. El sonido de las cosas que
se frotan entre ellas y el chirrido de grandes ruedas en
movimiento se escuchaban cada vez más cerca pero él
no quería registrar eso, sólo quería oir su voz cuando
comenzara la lectura en voz alta. Estaba a punto de ha-
cerlo cuando un movimiento en la ventana y su reflejo
en la jarra del café, como la sombra que ya había visto
pasar, lo distrajo del texto. No se movió del lugar donde
se encontraba, no pudo hacerlo, quedó como clavado en
el borde de la cama, frente a la mesa donde estaba ser-
vido el desayuno. Lo único que pudo mover fueron los
ojos. Buscó con la mirada pero el movimiento no era
lo suficientemente amplio para ver algo, sin embargo
la jarra de café le devolvió el reflejo de cómo, poco a
poco, la sombra que se proyectaba en la pared cambiaba
hasta formar dos siluetas que se definen, dejando de ser
sombras, para convertirse en dos hombres vestidos con
el uniforme de cuello blanco en plataforma.
Se está cumpliendo lo que dice la nota, pensó en voz
alta, gritó, pero sólo alcanzó a escuchar las palabras
retumbar en su cabeza acompañadas del sonido de gran-
des ruedas en movimiento, entonces percibió que él y
todo aquello que lo rodeaba estaba en movimiento como
una sola pieza. Los dos hombres con sus uniformes de
cuello blanco en bandeja, ahora nítidos en la pared de
su habitación, parecían observarlo desde lo alto de sus
pilares. Volvió a recordar lo que estaba escrito en la
nota, son los guardianes del movimiento, lo ven todo,
lo perciben todo, nada escapa a su mirada mientras, a su
alrededor, todo cambia de lugar como está escrito que
sucede cada veinte años y se demora veinte años. Según
la nota, el movimiento es eterno y quien entra en él no
vuelve a dejarlo nunca. 21
Saúl Alvarez laraEscritor, editor, pintor, ilustrador, di-
señador, colombiano, vive y trabaja
en Medellín. Con su primer libro de
cuentos Recuentos, recibió el pre-
mio del Concurso de la Cámara de
Comercio de Medellín, 2001.
Ha publicado dos libros de cuentos
más: El teatro leve en 2002, relatos
a partir de ilustraciones de Hum-
berto Pérez, en coedición entre el
periódico “Vivir en El Poblado” de
Medellín y la Editorial Universidad
de Antioquia; y El sótano del cielo,
publicado por la Editorial de la Uni-
versidad Eafit en 2003. La Universi-
dad Pontificia Bolivariana publicó la
novela La silla del otro en 2005 y en
el mismo año recibió la beca de la III
Convocatoria de Proyectos Cultura-
les de la Alcaldía de Medellín para
terminar la novela ¡Otra vez!, publi-
cada por la Editorial Hombre Nuevo
de Medellín en 2007.
El cuento “Tres, treinta y siete,
cuarenta, trece” hace parte del libro
“Encuentros y desencuentros”.
Puede leerlo a continuación o, si
prefiere, puede bajarlo, sin costo,
de www.bcnbase.com en el formato
que ilustra esta página.
22
Librodisponible
para iPad enel AppStoreUS. $ 1.99
Entrar en trato con desconocidos
o conocidos sucede a diario pero
es difícil. Muchos no lo asumen
por temor y prefieren dejarlo en el
plano de lo imaginado. Otros, en
cambio, afrontan la situación con
solvencia. Hay encuentros, coinci-
dencias, cruces fallidos por razones
diversas. La ignorancia del otro es
una de ellas. Hay ocasiones en que
el encuentro puede convertirse en
suplicio, por supuesto manipulado,
dirigido por el menos apegado a la
norma. También llega a ser com-
petencia, desidia y descalabro. En
cualquier caso una relación de fuer-
te a débil se instala entre las partes
y no siempre es el primero quien
lleva la mejor parte.
Encuentros y des-
encuentros plantea
desde bordes cono-
cidos: el amor, la
duda, el engaño, el
recuerdo, la ignoran-
cia, la ingenuidad y
también la amenaza,
situaciones que pa-
recen extremas. La
agitación es válida,
deseable, es la posi-
bilidad de alcanzar algo que tendría
tendencia a desaparecer como en
los encuentros fallidos.
Muchos lectores podrían tener
entrada a estos textos, muchos
que encuentren puntos en común
o situaciones referidas. Lectores
iniciados y por iniciar, encontrarán
una buena manera de abordar situa-
ciones conocidas en el universo de
las ficciones y, con más frecuencia
de la imaginada, a la espera de ser
descubiertas.
23
Está equivocada respondió Severo. No es posible
dijo la mujer, levantando la voz, el equivocado es
usted que no conoce el número de donde responde.
No señora, murmuró Severo con calma, este teléfono
no es el tres, treinta y siete, cuarenta, trece. Señora
no, señorita, devolvió la mujer con ironía. ¿Señori-
ta? disculpe, por teléfono es difícil ver esos detalles.
¡Ah, no! devolvió la mujer, cómo es posible que us-
ted me insulte de esa manera, si ni siquiera conoce
el número del teléfono de donde contesta, ¿está en
su casa? Por supuesto que estoy en mi casa. ¿A esta
hora? ¿no trabaja? páseme a su esposa. Estoy solo,
respondió Severo. ¿La que trabaja es su mujer? in-
sistió la mujer al otro lado. Cómo le parece que no
soy casado, mejor, no vivo con nadie y cuando usted
llamó estaba a punto de salir a encontrarme con unos
amigos, ¿quiere saber los nombres de mis amigos?
preguntó Severo algo alterado. No, eso no importa,
no faltaría más, ¿entonces dígame, ese no es el tres,
treinta y siete, cuarenta, trece? No señora. ¡Señorita!
señor, ¡Señorita!
Severo Peña no estaba acostumbrado a recibir lla-
madas equivocadas. En realidad era la primera vez
que recibía una, por lo menos desde la muerte de su
madre. Antes, era ella quien respondía el teléfono y
nunca le habló de llamadas perdidas o equivocadas.
Mientras se ponía el saco para salir, aunque hiciera
calor siempre llevaba saco, pensó en la señorita loca
pero no dio más trascendencia a la equivocación, bo-
rró la llamada de su memoria y se concentró en la
partida de billar que iba a jugar ese mismo día con
Joaquín Osorio, un apostador del Club de Billares
Metropol, que debía ganar a toda costa pues necesi-
taba recuperar el terreno perdido en las partidas de
los días anteriores.
Desde la desaparición de su madre la calidad de sus
golpes disminuyó, erraba carambolas que antes hacía
con los ojos cerrados y las series tres bandas por las
que se hizo famoso desaparecieron. Achacó el bajón
a la muerte reciente que lo afectó más de lo espera-
do. Tres meses y medio después del entierro, cuando
regresó al Club, seguía desconcentrado, tembloroso
y sin tino. Fue entonces cuando Joaquín Osorio apro-
vechó para retarlo a jugar las diez partidas rituales,
con liquidación total de fondos del perdedor.
Hasta ese día Severo había perdido tres partidas.
Los Peña no fueron familia acomodada. En vida del
padre tuvieron las contenciones y escasas holguras
de la clase media trabajadora. Su madre heredó una
pensión y ahora le tocó a Severo recibir los ahorros
Cuento tomado de “Encuentros y desencuentros”
Tres, treinta y siete,cuarenta, trece
24
que la señora guardó para la vejez. Una buena par-
te de esos ahorros debían pasar a manos de Joaquín
Osorio si no recuperaba su juego, hasta ese momento
perdido. El estado de ánimo de Severo era compren-
sible esa noche cuando regresó a casa después de ha-
ber perdido la cuarta partida consecutiva.
El teléfono timbró cuando Severo, con los ojos cerra-
dos, para olvidar, se dejaba caer en el sillón preferido
de su madre. Respondió sin saber por qué. ¿El tres,
treinta y siete, cuarenta, trece? preguntó la mujer. Está
equivocada, señora, respondió. ¡Señorita!, señor por
favor ¡Señorita! Con eso fue suficiente para recordar
la conversación anterior. Como si hubiera presenti-
do que Severo iba a colgar, la mujer gritó ¡Señor,
señor! no cuelgue, usted es el mismo caballero con
quien hablé esta mañana, dí-
game la verdad, ¿ese no es el
tres, treinta y siete, cuarenta,
trece? No señora, respondió
Severo con tal tono de resig-
nación que la mujer al otro
lado de la línea se preocupó.
¿Está enfermo? preguntó sin
resaltar que había sido trata-
da de señora. No, dijo Seve-
ro, este no es el número que
usted marca. ¿Sabe? agregó
la mujer, es la segunda vez
que hablamos. ¿Qué? pre-
guntó Severo. ¿No se había
dado cuenta? es la segunda vez que hablamos. Se-
ñora, por favor, tengo problemas por resolver. ¿Y no
puede hablar? usted me dijo que vivía solo. ¿Yo le
dije? Si señor, usted me dijo que vivía solo. Mire
señora. ¡Señorita! lo interrumpió la mujer, Mire se-
ñora, insistió Severo, tengo un problema grave por
resolver y no tengo tiempo para hablar con usted, el
número que marcó no es el que busca. Usted es un
hombre difícil, respondió la mujer, no quiere acep-
tar que hemos hablado dos veces. Con mayor razón,
protestó Severo, está confirmando su equivocación.
No señor, dijo la mujer, cuando uno habla varias ve-
ces con otra persona, lo corriente, por lo menos eso
fue lo que me enseñaron, es conocer su nombre y
usted ni siquiera menciona el apellido de su fami-
lia cuando responde, ¿aló?
familia tal o cual ¿sí o no?
insistió la mujer. Severo
había estirado su cuerpo
en la silla mientras habla-
ba y con los ojos cerrados
dijo el primer nombre que
le vino a la mente, está
bien soy Joaquín Osorio,
pero no respondo del nú-
mero al que usted llama.
Mucho gusto, respondió la
mujer, mi nombre es Sole-
dad Puerta y me encanta
conocerlo.
25
Eran las tres o cuatro de la mañana cuando el tut...
tut.tut.. tut... tut.tut... del teléfono pegado a la oreja
de Severo, ocupado o cortado, lo despertó. Un dolor
en la espalda contribuyó a sacarlo del movimiento,
que no era sueño era pesadilla, de la partida donde
Joaquín Osorio no erraba tacada, carambola tras ca-
rambola y hasta las más difíciles se las permitía con
adornos de fantasía.
El tut... tut...tut... le recordó la conversación con la
mujer equivocada pero nada más. Estaba preocupa-
do y se durmió profundamente mientras ella habla-
ba. Con imprecisión recordó palabras perdidas de la
conversación, un número, un nombre y su insistencia
para que la llamara señorita. Las luces del salón ha-
bían quedado prendidas, las apagó, fue a su cama, la
misma que ocuparon sus padres, después su madre
viuda, ahora él solitario y se acostó sin desvestirse.
Cayó profundamente dormido; no soñó, como temía,
con Joaquín Osorio, su juego, las bolas blancas y ro-
jas, la apuesta. No soñó.
El teléfono timbró cuando el sol entraba hasta la mitad
de la habitación, era Soledad. Joaquín, dijo cuando
respondió entre dormido y despierto, ¿Todavía duer-
me? son casi las once la mañana. Severo creyó escu-
char la voz de su madre que acostumbraba a sacarlo
de la cama con órdenes inmediatas apenas aparecían
las primeras luces. ¿Mamá? preguntó entre asus-tado
y esperanzado. ¿Mamá? repitió la voz femenina con
tono agresivo, no señor, no soy su mamá, anoche me
dejó hablando sola, y ahora no me reconoce, ¿qué le
pasa?¿Con quién hablo? preguntó Severo sentado en
la cama. Con Soledad Puerta, ¿ya olvidó mi nom-
bre? ¿qué le pasa? ¿qué problema tiene? ¿Con quién
hablo? repitió, está equivocada, no la conozco. Pero
Joaquín, dijo la mujer, no sea niño, ayer nos presen-
tamos, usted me dijo su nombre y el de su madre, me
contó que ella había muerto ¿no recuerda? y después
de decirme cuándo me dejó hablando sola. Severo
escuchaba sin comprender pero había algo en el tono
de voz de la mujer que lo tranquilizaba. ¿Yo le dije
todo eso? Hemos hablado varias veces, no nos co-
nocemos claro, pero ya somos amigos... de voz, ¿no
le parece? preguntó la mujer en un tono que tornaba
poco a poco a la dulzura. No sé qué decir, señora.
¡Señorita!, ¡señorita! ¿no me cree? ¡No, no, no... res-
pondió Severo arrepentido, por supuesto que le creo,
es una costumbre de familia, siempre llamé “seño-
ra” a mi madre y, hablo tan pocas veces con muje-
res que cuando lo hago siempre las llamo así. ¿Le
hace falta? preguntó Soledad. ¿Quién? Su madre.
Creo que sí, respondió Severo, es por eso que no me
concentro, tiemblo cuando voy a jugar y desperdicio
tacadas que antes, cuando ella vivía, ganaba con los
ojos cerrados. ¿Jugar qué? preguntó Soledad. Billar
en el Club con... al decir esto se interrumpió, estuvo
26
a punto de decir el nombre de su contrincante. ¿Con
quién? insistió Soledad. Severo dudó, dijo que era
tarde, inventó un retraso para llegar al trabajo o cual-
quier otra cosa y colgó sin despedirse. El teléfono
timbró varias veces pero no respondió, ensordeció
sus oídos y casi inmediatamente la figura de Joaquín
Osorio concentrado en una serie de carambolas, de
esas que lo estaban llevando a la ruina, apareció en
su memoria.
Es una cuestión de honor, cuando se hace una apues-
ta se lleva hasta el final, hasta la derrota del rival,
hasta su ruina. Le había ganado a jugadores menos
fuertes, incluso pensó que Joaquín Osorio estaba en-
tre los menos fuertes, por eso aceptó la apuesta. La
realidad era que Joaquín Osorio siempre había sido
un reto. Desde la primera vez que entró al salón de
las diecisiete mesas alineadas contra las paredes lado
a lado y con iluminación baja, el resto era dominio de
la penumbra donde sólo se escuchaba el tastaseo de
las bolas al chocar, Joaquín Osorio lo llevó a un lado,
sacó un fajo de billetes del bolsillo del pantalón, los
contó y al terminar le dijo moviéndolos en abanico
frente a sus ojos, ¿te parece mucho? en el banco ten-
go más para gastar dónde y cómo yo quiera, todo
ganado a pulso papito, usted nunca va a tener tanto
como yo, porque nunca será capaz de ganarme.
Severo nunca ganó tanto, pero a pesar de todo siem-
pre tuvo la convicción de que era mejor que Joaquín
Osorio en la carambola corrida, en la banda previa,
en la tres bandas o incluso en la retro. Por eso acep-
tó la apuesta, aunque desde la muerte de su madre,
como una manera de guardarle el luto, no había vuel-
to al Club. Sin duda en esos días se filtró entre los
apostadores la noticia de que había heredado una
gran fortuna; en realidad no tenía nada de fortuna
era sólo una pensión, pero cuando regresó al Club, a
media tarde de un jueves a la hora en que los colegas
comenzaban a llegar, Joaquín Osorio lo retó, como
era la costumbre, hasta el aniquilamiento del perde-
dor. Eran diez partidas donde cada uno apostaba lo
que tenía. Joaquín sospechaba que la herencia había
sido grande y Severo sabía que Joaquín tenía más
que él para perder. Por eso agradeció en silencio la
iniciativa. Pero el balance después de cuatro partidas
era una catástrofe.
Cuando regresó a su casa después de haber perdido
otra vez, la quinta derrota, lo único que deseaba era
cerrar los ojos, subir los pies sobre un banco más
alto que sus nalgas y esperar que su madre le trajera
el té caliente que siempre tomaron juntos porque era
el único que le gustaba a ella. El timbre del teléfono
le recordó que no habría té, a menos que él mismo
lo hiciera. Apenas descolgó, la voz de la señora, se-
ñorita, habló antes que él como si buscara atraparlo,
Joaquín, dijo, por qué te demoraste tanto, he llama-
27
do varias veces, ya me tenías preocupada. ¿Con
quién hablo? preguntó Severo. ¡Joaquín! dijo ella,
no es posible que me olvides tan fácil, ¿no recuer-
das mi nombre? Hubo un silencio mientras bajaba
los pies del banco y se acomodaba para hablar, si
señora respondió y antes de que ella lo corrigiera
agregó, no señora, así llamaba a mi madre y no
he perdido la costumbre, hace poco murió, ¿se lo
dije ya? ¿Estás solo? preguntó ella con voz con-
movida. Me parece verla en todos los rincones,
cuando usted llamó... Me puedes tutear, ya somos
amigos, lo interrumpió Soledad. Severo nunca se
atrevió a tutear a su madre, esa noche, quizá por-
que esperaba con ansia el té caliente, la voz de la
mujer en el teléfono le recordó la otra que siempre
llevó pegada al oído. No señora, dijo Severo. ¿No
te parece que ya es hora de que nos encontremos?
¿Encontrarnos? respondió Severo como si hubie-
ra derramado el té caliente en sus piernas. Si, en
alguna parte, dijo ella, conocernos, conversar, me
parece que necesitas compañía, alguien que ha-
ble contigo. Severo no supo qué responder. Si la
mujer con voz cada vez más parecida a la de su
madre y preocupada por él como la difunta, quería
conocerlo y hablar, quizá estar con él, y aceptaba,
pensó, no habría logrado nada, se encontraría en
ceros como el día antes de que todo comenzara.
Siempre vivió apegado al calor maternal pero con
el deseo secreto de vivir independiente de la super-
visión familiar. Vivir la vida, repetía en las noches
cuando, incluso poco antes del falleci-miento, su
madre iba hasta la cama para darle el beso de las
buenas noches, pero la apuesta con Joaquín Oso-
rio y las llamadas de la mujer lo distraían de la
ruta que se había trazado. Nunca pensó que la
ausencia pudiese afectar su juego hasta ese pun-
to, no era un profesional del billar pero como no
había emprendido nada distinto, terminó como
apostador metido entre apostadores, mesas, bo-
las y tacos, algo que su madre jamás supo con
certeza. Cuando ella comenzó a manifestar du-
das sobre su trabajo y el lugar donde él asegura-
ba que iba todos los días, Severo decidió reducir
las dosis de algunos medicamentos y aumentar
las de otros al azar, con la esperanza de que la
señora lo dejara en libertad por muerte natural,
como sucedió, pero antes de lo previsto. Quizá
eso lo despistó. ¿Y las llamadas? Aparecieron en
el momento menos propicio, cuando comenzaba
a constatar que estaba más afectado de lo calcu-
lado y sobre todo, rumbo a la bancarrota. En esas
circunstancias una voz, cada vez más parecida a
la de su madre pegada al oído como siempre, no
era lo más recomendable.
Soledad decidió tener paciencia y esperó el final
del silencio. Cuando sintió que el hombre estaba
de nuevo al otro lado de la línea, le preguntó con
suavidad, ¿dónde quieres que nos encontremos?
¿Encontrarnos? repitió Severo. Sí, dijo ella, con-
versar, conocernos mejor, se me ocurre una idea,
28
cómo te parece si nos vemos en la cafetería del
Museo, al lado de las esculturas. ¿Al lado de las
esculturas? Si, mañana a las once. Había algo en
la voz del teléfono que lo subyugaba y lo repe-
lía como siempre sucedió con su madre, que en
paz descanse. Desde la primera llamada, la insis-
tencia, el tono imponente cuando se trataba de
aclarar que era señorita, la necesidad de saber su
nombre, de confirmar que eran amigos, o por lo
menos conocidos, el cariño de las últimas frases,
la forma como lo invitaba a una cita, todo parecía
salido de la imaginación de su madre. Mientras
Soledad esperaba paciente al otro lado de la lí-
nea, Severo se retorcía en el sillón que había sido
el preferido, a través de los años, por sus padres.
¿Mañana a las once? preguntó con la voz trans-
parente que utilizaba cuando su madre le daba
una orden. ¿A las once, estás de acuerdo?, me
alegra, por fin te voy a conocer, podremos hablar,
pasear, no te sentirás solo. Severo escuchó la voz
inconfundible de su madre, siempre intentando
convencerlo, persuadirlo, atraerlo con un cierto
acento de autoridad que lo hacía temblar. Recor-
dó a su padre sentado en aquel mismo sillón de-
jando que su mujer ordenara sin intervenir.
Con la misma voz transparente que encantaba a
su madre, Severo preguntó cómo se iban a re-
conocer. Soy alta, bueno no tanto, dijo Soledad,
delgada, no tengo cuerpo de modelo pero soy
delgada, mi cabello es largo, hasta los hombros y
rubio, mi cara tiene forma de corazón y mis ojos
se ven grandes cuando los maquillo, mañana los
voy a maquillar; iré vestida de rojo, blusa blanca
de cuello amplio y falda roja, llevaré una chaque-
ta del mismo rojo en la mano ¿te parece bien?
¿me reconocerás? ¿Y yo, cómo sabré que eres tú?
Mientras Soledad hablaba Severo dejó correr la
mirada hasta la foto de su madre que más gusta-
ba entre familiares y extraños, alguien la había
tomado unos veinte años antes, y vio en ella a la
misma mujer que Soledad describió en el teléfo-
no. Es la fatiga pensó, era tarde y la apuesta con
Joaquín Osorio llenaba todas las posibilidades de
su mente sin dejar espacio para más, sin embargo
la revelación de la figura de su madre ante sus
ojos a pesar de que siempre estuvo en el mismo
lugar, le produjo una reacción desconocida y con
más temor que astucia dijo, ¿no será mejor si nos
vemos en la cafetería del primer piso del Club,
Billares Metropol, en Junín a media cuadra del
Parque, a media tarde? Como quieras, respon-
dió Soledad, y yo, ¿cómo voy a saber cuál eres
tú? Entonces con respeto como si hablara a su
madre, Severo hizo una descripción precisa que
coincidía en los zapatos recién lustrados, la ca-
misa brillante, el peinado engominado, el anillo
de esmeralda en el dedo meñique, con la figura
de Joaquín Osorio. Si no me ves cuando llegues
espérame que no tardaré, le dijo tuteándola por
primera vez.
29
Reinaldo SpitalettaEscritor y periodista colombiano,
vive y trabaja en Medellín. Nacido
en Bello, Antioquia, ha publicado
más de una docena de libros de fic-
ción y periodismo, entre los que es-
tán las novelas El último puerto de la
tía Verania y El sol negro de papá;
la colección de cuentos El último día
de Gardel y otras muertes, los rela-
tos Estas treinta y tres cosas, y Ofi-
cios y Oficiantes. Es docente-inves-
tigador de la Universidad Pontificia
Bolivariana, Presidente del Centro
de Historia de Bello y columnista
del diario El Espectador.
El cuento “El último día de Gar-
del” hace parte del libro “El últi-
mo día de Gardel”. Puede leerlo a
continuación o, si prefiere, puede
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Nuestra señora muerte siempre está
ahí, al acecho, vigilante. Con la
certeza de su triunfo. Con la con-
vicción de que no hay, para el esco-
gido, -y somos todos- escapatoria
alguna. Puede, sí, que haya aplaza-
mientos. Pero al final de cuentas –y
de cuentos- ella será la victoriosa.
En El último día de Gardel y otras
muertes, el lugar común es ella. En
uno que otro relato, subyace; en la
mayoría, es evidente. Y mortal.
Estos cuentos suenan a música de
pianolas, a lenguaje callejero, a vida
cotidiana, pero también a la música
de los sueños. Y a la incertidumbre
de lo inesperado.
Cafetines, traganíqueles, pitonisas
y mujeres de “armas tomar”, luces
decembrinas y pájaros de mal agüe-
ro, en fin, desfilan por estas ficcio-
nes breves, que esperamos aporten
al asombro y la reivindicación de la
vida.
31
Cuento tomado de “El último día de Gardel”
El Último díade Gardel
“Este será tu último año”, le advirtió la pitonisa del
barrio. Todo el mundo solía hacer fila para que doña
Concepción les leyera las cenizas de cigarrillo, los
asientos de chocolate, las cartas de la baraja, el tarot.
Era un fenómeno, decía la voz general. Claro que
Gardel no creía en esas tonterías baratas, que eso a
un duro como yo no le hace falta, porque de todos
modos me tengo que morir de cualquier cosa. Sin
embargo, y no se sabe todavía el motivo, decidió en-
trar, rompiendo la cola, hasta la habitación en pe-
numbras de la maga, porque yo no nací para esperar
nada, y aquí estoy porque he venido a ver qué es lo
que usted sabe, mi señora, que me parece que todo es
pura estafa, ¿o no?.
-Pues no, mi querido. Sentate no más, le dijo- Ella lo
observó sin parpadeos y el hombre se sorprendió con
la serenidad de la adivinadora.
-¿Cómo querés tu futuro?-
-Con cigarrillo-, contestó él mientras encendía un
Lucky.
Cuando doña Concepción, tras examinar las cenizas,
le dio el vaticinio, Gardel soltó una carcajada, pero
sin poder disimular su súbito nerviosismo. Expresó
un temblor al prender el siguiente cigarrillo y tam-
bién temblaba por dentro, sin comprender por qué.
Tal vez fue la seguridad de ella la que lo desconcer-
tó. Salió sin pagar la consulta, se abrió paso entre la
gente y caminó hacia el bar Florida.
-Bizco, servime un aguardiente.
El cantinero lo observó con aire de conmiseración
que no pudo saber por qué le salía, sirvió la copa
y de pronto se dio cuenta de que Gardel tenía mie-
do. Nunca en tantos años lo había visto así. Gardel,
que jamás se había arrugado ante nadie, ni siquiera
frente a los más guapos del barrio, que era mucho
decir porque cada uno tenía a sus espaldas más de
un muerto. El Bizco advirtió un desencajamiento en
la fisonomía de su cliente: “Algo muy malo le debió
haber pasado”, se dijo el hombre mientras empeza-
ba a recordar la tarde aquella cuando Gardel le tum-
bó del Wurlitzer “Sangre maleva” al Tato Márquez.
Aquella actitud, en rigor, era como suscribir una
pena de muerte. Nadie, en la historia del bar había
realizado un desafío tan temerario, pero Gardel ese
día tenía ganas de terminar con el reinado de Már-
quez, y ¡plum!, apretó el interruptor y la música y las
palabras cesaron. La concurrencia, aterrada, miró al
atrevido. Gardel se sentó, como si acabara de llegar
del orinal.
-Gardelito, se te acabó la vida, carajo-, dijo Márquez.
-Eso creés vos, pedazo de hijueputa-, replicó, al tiem-
po que desenfundaba la puñaleta y se abalanzaba
32
sobre Márquez. El cuer-
po del malevo, sangrante,
tirado en el suelo del bar
era como el testimonio de
que un nuevo rey había
llegado al trono del barrio.
Desde entonces a Gardel todos le tenían miedo, que
es otra forma del respeto. Las muchachas, sin em-
bargo, veían en él a un galán, con una sonrisa per-
manente, tan parecida a la del cantante que estaba en
todos los cafés, enmarcado. A ellas les gustaba verlo
pasar –eso decían- por ese caminado de bamboleo, de
tipo que se cree único, exclusivo, que se sabe mirado
y deseado. Y también temido. Pero eso sí, siempre
impecable en el vestir de camisas bien planchadas y
pantalones de dacrón o de pana, zapatos lustrados y
cabello peinado a la gomina.
-¿Qué será lo que le pasa?-, pensó el Bizco mientras
lavaba unas copas. El café olía a detergente y a cho-
rizos secos.
La mirada de Gardel
se detuvo en la sonrisa
petrificada del cantor,
en el cuadrito detrás
del mostrador. “Qué
va, cuál último año.
Esas son güevonadas”, se dijo y pidió otro trago. El
Bizco lo observó como si estuviera interrogándolo
con los ojos.
-Hoy estás más bizco que nunca-, le dijo Gardel,
alargando la sonrisa.
-Oíste, Gardel, vos sabés que no me meto en nada:
por eso he sobrevivido. Pero me parece que tenés
miedo-.
La frase le cayó como un machetazo.
-¿Miedo yo?, de qué, si nunca me arrugo, papá, cómo
así, de dónde putas me va a venir a mí el miedo, si
es que eso no está hecho para mí, hombre, vos sí que
sos un güevón, bizco de mierda, dame otro guaro y
33
no me fastidiés más, que de pronto me acelero con
vos y ya sabés cómo es la movida conmigo-.
Las palabras le salían en surtidores, los ojos fijos so-
bre el Bizco, pero, claro, el Bizco parecía mirar a
otro lado. Y entonces Gardel recordó a doña Concep-
ción: “Este será tu último año”. Bebió con avidez, se
limpió los labios con el dorso de la mano y tornó a
mirar el cuadrito sonriente. “Vaya, si es que somos
el mismo”.
Fue hasta el Wurlitzer, metió una moneda y seleccio-
nó. La voz del cantor le susurró una canción, que ya
era un lugar común en el café: “Barrio plateado por
la luna, rumores de milonga es toda tu fortuna…”.
-Sólo me falta cantar como él-, se dijo, no sin vani-
dad y volvió con aire de suficiencia hasta el mostra-
dor. El Bizco, de espaldas a él, organizaba copas y
vasos.
-Gardel –dijo el Bizco-, creo que algo malo te va a
pasar. Vos sabés que no me meto en nada, pero te veo
muy raro hoy. ¿Estás enfermo?-
-Ve, hombre, Bizco, lo que sea es asunto mío. A mí
no me pasa nada y estoy muy aliviado.
La voz de la maga resonó en el cerebro de Gardel
confundiéndose con la que brotaba del traganíquel:
“En tus muros con mi acero, yo grabé nombres que
quiero…”.
Y por qué me habrá de pasar algo, más bien le puede
pasar a este bizco que ya se está sobrepasando, no
sé por qué tuve que ir adonde esa vieja hijueputa,
que de maga no tiene nada, engañadora y estafadora,
34
bueno, por lo menos no le pagué nada. “Barrio... ba-
rrio... que tenés el alma inquieta
de un gorrión sentimental…”. Cuál último año de mi
vida ni qué nada, más bien éste será el último de esa
tumbabobos…
-¡Otro aguardiente!
El Bizco, al servirlo, vio que Gardel estaba temblan-
do.
-Oíste, ¿cierto que estás enfermo?
-Cuál enfermo, bizco metido, ya te dije que nada me
pasa y no me jodás más, que esa bizquera te la puedo
arreglar a punta de puñaleta, y entonces el enfermo
vas a ser vos, pedazo de nada- Su voz se unió a la del
cantor: “…que al rodar por tu empedrao, es un beso
prolongao que te da mi corazón”.
-Gardel, pero si estás temblando-, remató el Bizco,
que casi no alcanza a terminar la frase porque un pu-
ñetazo de Gardel se estrelló contra su cara. El Bizco
rodó detrás del mostrador, con un estropicio de bo-
tellas.
-Bizco, hijo de mala madre, que te dije que yo no
estoy temblando, ni me pasa nada, que vos te la bus-
caste, hijo de la gran puta-.
Gardel caminó como si nada hacia la pianola, intro-
dujo una moneda, oprimió las teclas, se fascinó con
la luz fosforescente del Wurlitzer, miró cómo se mo-
vía un disco, cómo hacía contacto con la aguja, sintió
un estremecimiento y de pronto oyó en confusiones
la detonación del inesperado disparo y aquella voz
ineludible: “Este será tú último año”.
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BCN Base Barcelona
Serge Herbiet Sovet
Grupo Editorial
Lali Doménech
Paco Gayá
Estudió diseño gráfico en la escuela Mas-
sana, Barcelona. Más tarde abrió un res-
taurante que dirigió durante varios años.
Estilista de alimentación, redactora de
artículos y recetas de cocina, y autora de
varios libros de cocina para la editorial
RBA. Actualmente combina su trabajo
con la docencia.
Comunicador Visual y Diseñador Gráfico
especializado en diseño editorial, egre-
sado de La Cambre, Bruselas, Bélgica.
Serge ha trabajado durante varios años
en America Latina y en Estados Unidos.
Desde 2006 vive y trabaja en Barcelona.
Fotógrafo especializado en fotografía de
alimentación, packaging, publicidad y edi-
torial. Estudió en Santa Monica College
y en Art Center College of Design, Calli-
fornia, EEUU. Hasta 1990 trabajó en Los
Angeles, donde abrió su propio estudio.
En 1990 se traslada a Barcelona, su ciu-
dad natal, donde abrió su nuevo estudio.
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En este pequeño recetario se han
reunido veinte recetas con olor a sol
y tradición. Lali Doménech y Paco
Galá, dos grandes artesanos, han
aportado sus saberes en cocina y en
fotografía. Faltaron los olores, qui-
zás en una próxima edición logren
inmiscuirse...
El Mediterráneo existe desde la noche de los tiempos,
los ingredientes también.
Juntarlos ha sido obra de los hombres, hombres que
los han aprovechado para alimentarse y para crear en
infinidad de culturas, cocinas que se repartieron por el
mundo entero.
Árabes, Griegos, Italianos, Espa-
ñoles, Franceses, Catalanes, Ro-
manos, Egipcios... un sinnúmero
de razas y culturas, de ingredien-
tes y de recetas que se han acom-
pañado durante miles de años en
sus cabalgadas y en sus barcos, en
sus guerras y en sus festines, en
sus victorias y en sus derrotas, día
a día, de cocina en
cocina, de plato en
plato y de paladar
en paladar.
Librodisponible
para iPad enel AppStore
Gratis
“Los ingredientes y la cocina mediterránea” se en-
cuentra disponible en el App Store para IPad en
español, francés e inglés. 37
Passatge de la Pau, 10 ent 2
08002 Barcelona. España
http://www.bcnbase.com
T. +34 630 867 405
Calle 37B Sur No. 28C-01 / 102
Medellín. Colombia
http://www.ecbloger.com/marginalia
http://www.ecbloger.com/marginalia
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Cuatro escritores, un ilustrador, cinco libros.Darío Ruiz Gómez, Memo Ánjel, Humberto Pérez, ilustrador,
Reinaldo Spitaletta, Saúl Álvarez Lara
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