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España durante
La Segunda
Guerra Mundial
Tutora: Rosario de la Torre del Río Alumno: David Rodríguez Gómez
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ÍNDICE
1. Introducción
2. Los inicios de una relación interesada: la Guerra Civil
3. España durante la Segunda Guerra Mundial
3.1. Neutralidad española (septiembre 1939 - junio 1940)
3.1.1. El nuevo Estado
3.1.2. Guerra en Europa: Los servicios de un neutral complaciente
3.1.3. El anteproyecto de flota de 1938
3.2. Etapa de no-beligerancia (junio 1940 - noviembre 1943)
3.2.1. El periodo de la gran tentación intervensionista
3.2.2. Reajuste de relaciones
3.2.3. Cambio en el teatro principal de operaciones. El Frente Este
3.2.4. Periodo de incertidumbre
3.3. Vuelta a la neutralidad (noviembre 1943 - mayo 1945)
3.3.1. El titubeante camino hacia la neutralidad
3.3.2. Retorno a la neutralidad
4. Balance de la actuación española en la Segunda Guerra Mundial
5. Condena internacional al Franquismo
5.1- Ostracismo y realineamiento
6. Reflexiones finales
7. Bibliografía
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1. Introducción
Las décadas de los años treinta y cuarenta del pasado siglo XX fueron años muy convulsos a
nivel político y diplomático, tanto en España como en el resto de Europa, que alcanzaron su cenit
con dos terribles sucesos ocurridos en ese periodo de tiempo. El primero tuvo lugar únicamente
en España, la Guerra Civil, pero contó con la intervención de varias potencias internacionales, en
lo que algunos autores como José Emilio Castelló (Castelló, 1988: 10) lo consideran como el
preludio de un segundo conflicto, esta vez internacional y que tuvo unas dimensiones hasta
entonces desconocidas, la Segunda Guerra Mundial.
De la primera de esas contiendas surgió un acercamiento irreversible entre Italia y Alemania con
España, lo que influyó a largo plazo en el escenario europeo. En ese inevitable acercamiento nos
encontraremos con varias corrientes. La primera, que será la de los defensores de Franco, dice
que este usó tanto a Hitler como a Mussolini para obtener de ellos armamento y apoyo militar,
amén de erigirse como el jefe indiscutible del bando sublevado durante la Guerra Civil, para
luego, después del fracaso de la Batalla de Inglaterra, cuando Hitler quiso contar con el apoyo
español para asestar un golpe definitivo a los británicos, sortear hábilmente la entrada en la
guerra por parte española. Ese será el mito de la hábil prudencia de Franco (Ros Agudo, 2009: 6)
que más adelante trataremos de explicar.
Otra corriente tendrá una visión mucho más desfavorable hacia Franco y la relación que mantuvo
con Alemania. Esta peligrosa relación le llevó a tener una actitud que no puede ser considerada
ni mucho menos neutral durante el conflicto, siempre posicionándose del lado de las potencias
del Eje. Incluso existieron conversaciones que estuvieron cerca de prosperar sobre la entrada de
España en la guerra en varios momentos, especialmente en el verano 1940, pero también durante
el año siguiente, siempre en el bando del Eje. Finalmente la colaboración española, a nivel
militar, se limitó a enviar al frente ruso a la División Azul para luchar contra el enemigo común
con Alemania, el Comunismo, a partir del verano de 1941.
Con respecto a la relación mantenida por España con los bloques que se estaban formando en
Europa, tuvo una relación de clara proximidad con uno de esos dos bandos, el bando del Eje. En
ese bando la ayuda alemana fue vital para la victoria de los sublevados, aportando los medios
necesarios para lograr esa victoria. También dejaron claro que pensaba recuperar la inversión
realizada en España, y que de hecho así hizo gracias a las materias primas. Italia, el otro gran
aliado, en cambio, mantuvo una relación bien diferenciada con los españoles que la que estos
últimos mantuvieron también con los alemanes. Mussolini decidió intervenir rápidamente
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pensando que obtendría beneficio a corto plazo, pero cuando vio que con eso no bastaba, no sólo
no dio marcha atrás en su planteamiento, sino que multiplicó su esfuerzo, llegando a ser este tan
generoso que no resultaría compensado por ventajas inmediatas o lejanas. Eso sí, a Il Duce le
proporcionó gran satisfacción la victoria, ya que con ello reforzaba la imagen de su país de cara
al exterior, creyendo con ello además haber conseguido con esa ayuda una pieza de apoyo para
su política internacional.
Con respecto al bloque que conformaría el bando Aliado, la relación española con Francia fue
tensa, a pesar de ser con el único con el que compartían fronteras. En ningún momento, de los
meses que transcurrieron entre una guerra y la otra, existió cordialidad entre ambas naciones, a
pesar que el representante galo en España fuese Petain (militar prestigioso y africanista, al igual
que Franco). Con Gran Bretaña la relación sería diferente al resto de potencias europeas, puesto
que fue la única que mantuvo una postura que pueda ser calificada de neutral. Solo cuando la
victoria de Franco parecía inevitable los británicos se intentaron adaptar a la situación, que para
ellos no tenía tantos inconvenientes una vez que alemanes e italianos abandonasen el país al
acabar la contienda.
Al tiempo que las relaciones con los países del Eje se iban estrechando, España pasaba al
segundo plano de la política internacional. El primero de los factores que explica este hecho
evidente, la carencia de peso militar y económico en la Europa de la época. El segundo motivo
fue debido a la política exterior practicada durante el conflicto bélico por el bando ganador, ya
que esta política se había caracterizado por la prudencia, como demostró la Crisis de los Sudetes
de 1938 (nada más estallar la crisis, Franco declaró su neutralidad) con la que estuvo a punto de
iniciarse una guerra mundial (Tusell, 1995: 21). Otro factor más fue el intentó de fascistización
que sufrió España, ya que se pensó -con cierta lógica- que sería proclive a una alianza con
Alemania e Italia por encontrarse ideológicamente más próximos a ellos, a pesar de los esfuerzos
del ministro Jordana, por centrarse exclusivamente en los problemas españoles, prescindiendo de
cualquier actitud comprometida con los problemas europeos.
A la conclusión de la Guerra Civil, España mantenía unas condiciones de relativa autonomía
política con respecto de los dos frentes que ya se vislumbraban en Europa, debido especialmente
a que la política de Jordana había procurado no enfrentarse excesivamente a Francia y Gran
Bretaña. Además, los compromisos adquiridos con Alemania no tuvieron graves consecuencias,
puesto que uno de esos compromisos era el Pacto AntiKomintern, que aunque muy explícito,
realmente lo era más por el hecho de que los firmantes eran dictadores, no por el contenido en sí.
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Sin embargo, el abandonar la Sociedad de Naciones (como consecuencia de firmar el
mencionado pacto) sí fue un guiño a las potencias fascistas. Sin embargo, los acuerdos
alcanzados con las potencias que habían sido decisivas en la victoria de Franco apenas preveían
otra cosa que no fuera el establecimiento de consultas.
Con respecto a la posición que España mantuvo a lo largo de la Segunda Guerra Mundial, esta
se manifestó en dos etapas claramente diferenciadas. La primera etapa tuvo lugar entre 1939 y
1942, y en ella se declaró una neutralidad oficial que realmente enmascaraba un apoyo
decidido a las potencias del Eje. Ante la inminente caída de Francia, España varió su status de
neutral a no beligerante (Huguet, 2003: 495), además de ocupar Tánger con tropas españolas.
La segunda etapa tuvo lugar a partir de 1942, poco después de la entrada de los Estados
Unidos en la guerra. En ese periodo España dio un giro forzado a la neutralidad, contando con
las garantías que los Aliados le ofrecieron acerca de su permanencia en el poder una vez
derrotado el enemigo (Sánchez Jiménez, 2004: 292-293). Para ese retorno a la neutralidad,
tras numerosos problemas y un juego a dos bandas, terminó el régimen prohibiendo el
abastecimiento al Eje y haciéndose concesiones especiales a los Aliados. Se trataba así de
aligerar posibles represalias aliadas hacia España.
Pese a la actitud del gobierno franquista en los últimos compases de la guerra, retornando a la
neutralidad, esta se había hecho demasiado tarde, cuando la derrota del Eje era ya inevitable.
Por ese motivo los principales países aliados rechazarían la propuesta que España haría de
entrar en las Naciones Unidas en la reunión celebrada en agosto de 1945. Se estaba fraguando
una condena internacional al régimen que se confirmaría cuando se rechazó esa propuesta
española de admisión el 9 de febrero de 1946. A esta condena se le sumó, el 1 de marzo, el
cierre de fronteras por parte francesa, a lo que en diciembre se unió una resolución para
romper relaciones diplomáticas con España por parte de los países miembros de las Naciones
Unidas. Esa resolución se cumplió y se provocó con ello un bloqueo económico y diplomático
al régimen, que por suerte no fue total y por ello pudo sobrevivir el Régimen.
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2. Los inicios de una relación interesada: la Guerra Civil
Para poder analizar con objetividad el papel que España desarrolló durante la Segunda Guerra
Mundial hay que remontarse unos años antes del comienzo de esta, concretamente hay que
situarse en los primeros compases de la Guerra Civil Española (1936-1939). Un análisis desde
el comienzo del conflicto nacional permitirá observar las alianzas y pactos del bando
vencedor en la guerra española, los cuales marcarían su posterior evolución e intervención en
el conflicto mundial que sucedió en el tiempo al español.
Hasta el momento en que estalló la sublevación, en julio de 1936, la República española había
mantenido la política que habían desarrollado los diferentes gobiernos durante el siglo XX. Esa
política consistía en mantenerse aislados ante los grandes problemas internacionales. Esa política
se puede observar con claridad en la actuación española la Gran Guerra (1914-1918), en la que
España se mantuvo neutral, y gracias a ello pudo obtener cuantiosos beneficios.
Pero cuando estalló la Guerra Civil española, se vivió un vuelco completo a esa situación de
aislacionismo de los grandes problemas internacionales, y aunque la historiografía española
durante los primeros años del franquismo trató de minimizar los efectos que el apoyo extranjero
tuvo durante la Guerra Civil española, el desarrollo de esta sería impensable sin la dimensión
internacional que adquirió.
Al estallar el conflicto, debido a esa política de autoaislacionismo que se señala anteriormente,
no fue sencillo encontrar interlocutores complacientes. La carencia de medios bélicos suficientes
para asegurar el triunfo en cualquiera de los dos bandos, invitaba a ambos contendientes a acudir
al apoyo exterior (Ros Agudo, 2009: 10; Viñas, 1984: 19-22), en donde podían encontrarse la
cantidad y calidad adecuadas de esos medios, y fue por ello que cada bando trató de buscar
potencias que fueran afines a su causa. Para tratar de estimular un apoyo más activo de las
potencias extranjeras al conflicto se intentó plantear en términos de la pugna fascismo-
antifascismo, por un lado, o bien de la lucha entre el comunismo y el anticomunismo, por otro, lo
que tuvo importantes repercusiones en la opinión pública y en la escena internacional.
Sin entrar a analizarlo profundamente, puesto que se escapa de la cuestión que queremos
estudiar, hay que señalar que el gobierno de Madrid, el legalmente constituido, a la vez que
se mostró sorprendido por un golpe de fuerza inesperado, no dudó en solicitar ayuda a otros
países. La ayuda inicial que solicitó el gobierno republicano eran armas y municiones. Pero la
situación republicana iba a ser preocupante, puesto que el apoyo de las democracias
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occidentales no se materializó en la cuantía y calidad necesaria, ya que los países que
hubieran podido ayudar a la República no lo hicieron, bien por la timidez o bien por la
acumulación de constreñimientos. Tan sólo México salió desde el comienzo en defensa de la
República. Incluso se llegó a crear en septiembre un Comité de no intervención, al que
también se adhirieron las potencias fascistas.
A estas circunstancias contrarías a la República, se une que el que sería el apoyo más importante
durante el conflicto, el soviético, llegó de manera cautelosa y lenta a partir del mes de octubre,
toda vez que Stalin se dio cuenta que ni Hitler ni Mussolini habían cumplido con lo firmado en el
Comité de no intervención (Viñas, 1984: 23-25). La ayuda soviética, además de tardía, tuvo
efectos contradictorios en otros posibles países que pudieran acudir en ayuda de la República,
como Inglaterra, pues divisaban la inevitable confrontación contra el comunismo.
Por su parte, el bando vencedor en la Guerra Civil, cuando al día siguiente del alzamiento,
Franco llegó a Tetuán para hacerse cargo del ejército de África, se encontró con el grave
problema de cómo trasladar sus tropas a la Península, ya que el Estrecho se encontraba
controlado por el Ejército Republicano y entrañaba un grave riesgo para sus hombres. La opción
más segura para trasladar a esas tropas era hacerlo por vía aérea, pero no era una opción
realmente probable en ese momento debido a la escasez de aviones. Ante ello, Franco inició la
búsqueda de países que apoyasen su alzamiento. Eso le conducía de manera irreversible ante la
Italia fascista y la Alemania nazi (Ros Agudo, 2009: 9-11). Para estos últimos, en aquellos
momentos España era una potencia de segundo nivel de importancia, ya que sus miras estaban
puestas en los países que firmaron el Tratado de Versalles, y por el este en la Unión Soviética.
Por el contrario, para la Italia de Mussolini la Segunda República española era un peligroso
experimento con el que había que acabar tarde o temprano, y vio en esta sublevación su
oportunidad de acabar con ella, ofreciendo su ayuda al ejército sublevado (García Queipo, 1996:
90). Para los sublevados, su ayuda aparecía como la condición necesaria, aunque no suficiente,
para mantener una guerra larga, una vez que había sido frustrado el pronunciamiento.
Por fortuna para Franco, una serie de afortunados contactos permitió que su solicitud consiguiese
llegar a Rudolf Hess, por aquel entonces número dos del gobierno nazi. Esa serie de contactos
permitieron una apresurada reunión con Hitler el 25 de julio.
No existen pruebas que demuestren que el régimen nazi se encontraba envuelto en los
preparativos del Golpe de Estado que se produjo en España, ateniéndonos sobre todo a la postura
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oficial del gobierno alemán, que había sido expresada por el Ministerio de Asuntos Exteriores en
las primeras fechas del alzamiento, informando que su gobierno se abstendría de cualquier tipo
de intervención. Pero tras la reunión mantenida el día 25, Hitler accedió a la modesta petición
inicial de Franco, sin que se sepa bien los motivos que le llevaron a ello. Este apoyo, además, iba
a ser exclusivo en la persona de Franco, lo que le daba a este una ventaja que sería definitiva con
respecto al resto de generales del Ejército (Leitz, 2002: 99), y que se hará notar en la Junta de
Burgos, que tendrá lugar meses más tarde.
Alemania iba a proporcionar de manera muy temprana aviones a Franco, lo que iba a suponer un
primer hecho decisivo en la guerra, ya que los sublevados iban a poder cruzar el Estrecho sin
grandes riesgos para su empresa. Y Alemania iba a proporcionar ese material sin que se
conocieran bien los motivos que le condujeron a ello (Fusi Aizpurua, 1992: 159). Las hipótesis
que se barajaron fueron diversas, como la ideología común anticomunista de ambos dictadores,
que al sur de Francia hubiera otro país que le distrajera de las acciones alemanas, que España
fuese una gran suministradora de minerales estratégicos (motivo posterior a la reunión) y un
último motivo, que se dio con el tiempo, fue el uso que Hitler hizo de la Guerra Civil como
distracción ante los planes de rearme que estaba realizando su país desde 1936.
Es probable que los rápidos planes que Bernhardt y Langenheim le relataron a Hitler le
hicieran ver que podría ganar a bajo precio y sin gran esfuerzo a un socio leal y agradecido al
otro lado de los Pirineos, algo que además, como ya hemos indicado, podría incomodar a
Francia. La primera ayuda, relativamente modesta, llegó a Marruecos a primeros de agosto, y
consistía en diez trimotores Junkers Ju-52. El resto de la ayuda aportada por Alemania
llegaría en buques mercantes a través de Portugal durante ese mes de agosto.
Pero viendo los problemas que los rebeldes estaban teniendo, el propio Hitler decidió el 24 de
agosto que apoyaría al general Franco con una mayor cantidad de abastecimiento (Leitz,
2002: 100) y militarmente, eligiendo desde ese momento a Göring para hacerse cargo de la
situación en el bando alemán. Como al tiempo Göring había sido nombrado plenipotenciario
del Plan Cuatrienal alemán para adaptar la economía alemana a una situación de
autosuficiencia, trató de enfocar la ayuda que estos suministraron a España como una
oportunidad de explotar al máximo los recursos mineros españoles en su favor. Este hecho fue
posible debido a que los sublevados españoles no disponían de divisa oro para pagar el
armamento, por lo que se le concedió una generosa línea de crédito, pero a cambio de
cobrarse en minerales y otros productos la deuda.
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Con el objeto de agilizar y dinamizar el proceso de intensificación comercial hispano-alemán,
se crearon dos empresas: Hisma organizaría las exportaciones españolas a Alemania y Rowak
tendría el monopolio en las importaciones alemanas a España (Ros Agudo, 2009: 14-15). El
problema de este sistema es que, desde el primer momento, no se desarrollaron acuerdos
bilaterales entre los Estados, sino que se usaron a estas dos empresas. Por lo tanto, desde el
comienzo y conforme avanzaba la Guerra Civil, la relación entre Franco y Hitler estuvo
descompensada, ya que el primero pedía constantemente ayuda, aumentando así la deuda,
mientras que el segundo tenía en su mano el aumentar o disminuir los envíos alemanes,
imprescindibles para la continuar la guerra.
Conforme avanzaba la Guerra Civil, la relación entre España y Alemania se iba a ir
afianzando, con el suministro de material bélico de manera abundante y constante, en lo que
sería un segundo hecho decisivo en la guerra. En noviembre de ese primer año de conflicto,
también envió la Legión Cóndor, un centenar de aviones y pilotos alemanes. Y pondría a
disposición de Franco más de cinco mil asesores a lo largo de toda la guerra. También se
afianzaron los vínculos económicos, gracias a lo cual, en julio de 1937, Berlín consiguió la
firma de tres protocolos que aseguraban al Reich su status de nación más favorecida en sus
tratos comerciales.
El primer protocolo posponía hasta después de la guerra la firma de un acuerdo económico
global, lo que permitía la perduración del modelo económico del sistema Hisma-Rowak. El
segundo asegura el intercambio de materias primas y alimentos entre ambos países. El tercero
y último se centraba en la deuda de la guerra y la forma de pago de la misma. Estos
protocolos vinieron por las dudas de Göring ante la firma que había tenido lugar en
noviembre de 1936 de unos acuerdos que otorgaban a Italia trato preferencial en lo político y
económico con España (Ros Agudo, 2009: 17-18), los cuales citaremos más adelante.
Para 1938 Alemania quiso dar un paso más en el estrechamiento de relaciones con España,
proponiendo la firma de un acuerdo cultural, que contemplaba la colaboración educativa,
cinematográfica y en el mundo editorial. Sin embargo Franco, ante el temor de la Iglesia
católica española, consiguió dar largas a un asunto que jamás llegó a ser firmado.
Después de la firma de estos protocolos, las relaciones de España y Alemania se enfriaron,
por la llamada Crisis de Munich, en la que Europa se encontró al borde de la guerra. Franco,
ante esa situación que parecía inevitable, no tardó en declarar su neutralidad en el conflicto,
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algo que a los ojos de Hitler fue prematuro y gratuito. Después de esto, las relaciones se
enfriaron bastante en los últimos compases de la guerra.
A pesar de ello, la ayuda continuó siendo constante, y a principios de 1939, los alemanes
decidieron hacer como si nada hubiera pasado y buscaron formalizar su vinculación con un
Tratado de Amistad (Fusi Aizpurua, 1992: 159; Ros Agudo, 2009: 19). La verdadera intención
de Hitler es que España ingresase en el Pacto Antikomintern. Franco aceptó la oferta, pero
solo la firmaría una vez que la Guerra Civil estuviese en su fase terminal y su figura fuese
reconocida por Francia. La firma de este pacto se produjo el 27 de marzo de 1939, a la que
siguió cuatro días más tarde, el 31, la firma del Tratado de Amistad con Alemania. España
también abandonó la Sociedad de Naciones.
En cuanto al otro gran aliado del bando sublevado, Italia, España también recibió una generosa
ayuda de su parte, y es que dadas las características sociales y culturales de ambos países, no
podía haber un mejor modelo que el italiano para este bando. Fue también el punto de partida de
la relación entre Mussolini y Franco (García Queipo, 1996: 90). El país trasalpino se vio
implicado en la Guerra Civil española en gran medida porque los militares españoles calcularon
mal la magnitud de la tarea a la que se enfrentaron el 18 de julio de 1936, aunque es probable
que su interés en España fuera anterior a ese levantamiento, con motivo de acabar con el
peligroso experimento que suponía la República.
En los días siguientes al levantamiento, Franco buscaba desesperadamente ayuda para sus
hombres, mientras que Mussolini mostraba sus dudas sobre dar el paso de suministrar
material a los insurgentes, llegando a negar inicialmente esa ayuda, alegando que no había
aviones que pudiera prestarle (Preston, 2002: 118-119). La negativa italiana se encontraba
basada principalmente en informes sobre un posible apoyo francés a la República. A pesar de
ello Franco no cesó en su objetivo y siguió insistiendo para conseguir la ayuda que solicitaba.
Mussolini comenzaría a variar su opinión a partir del 25 de julio, cuando supo con certeza que
Francia no iba a ayudar a la República española, y el día 27 despejó cualquier duda que
pudiera tener para no ofrecer su apoyo. En la citada fecha recibió un informe que decía que el
Kremlin había decidido no apoyar a la República. Los informes de la soviéticos, unidos a la
debilidad francesa fue lo que consiguió convencer a Mussolini para apoyar a Franco.
Por si los informes que le habían hecho llegar sobre que Francia y la Unión Soviética no
apoyarían la causa republicana no le habían aclarado acerca de su actuación, la reunión que
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tuvo lugar el día 25 de junio entre Franco y Hitler sirvió para despejar totalmente sus dudas,
ya que no querría quedarse por detrás del gobernante alemán en cuanto a los beneficios que
podían obtener por ayudar a Franco. Entre el 27 y 28 de julio se hicieron los primeros
preparativos para enviar ayuda a Franco (Preston, 2002: 120; 122; Ros Agudo, 2009: 10-13).
La ayuda consistiría en aviones de transporte italianos. Dicho apoyo se hizo sin investigar
acerca de las posibilidades de éxito franquistas, sino basándose en las afirmaciones de victoria
que había hecho Franco. En el proceso de colaboración con Hitler en su ayuda a Franco,
Mussolini iba a vincular su política exterior al Tercer Reich, desperdiciando grandes recursos
financieros y físicos. Tal grado de compromiso fue consecuencia, en parte, de la euforia que
siguió a su victoria en Abisinia.
La ayuda que tanto Alemania como Italia iban a suministrar durante los primeros meses de
conflicto a los sublevados se vería incrementada espectacularmente en el mes de octubre, con
las noticias que llegaron de que la República recibió ayuda de la Unión Soviética. Ese
incremento en la ayuda también sería exclusivo en la persona de Franco, no en la de ningún
otro general del ejército, lo que sin duda fue determinante en la Junta de Burgos, cuando fue
elegido como general de todos los ejércitos (Agudo, 2009: 10-13). Con el aumento de la
ayuda, la aviación alemana desempeñaría un papel fundamental en el desarrollo de la guerra,
usando las ciudades españolas como banco de pruebas de lo que luego sucedería a lo largo de
la Segunda Guerra Mundial (Leitz, 2002: 101-102). El ejemplo más claro de ello fue el
despliegue que hizo la Legión Cóndor, que tuvo aterradoras consecuencias tanto para civiles
como para las fuerzas armadas republicanas.
En la fecha del 18 de noviembre de 1936, a pesar de no haber conseguido conquistar Madrid y
del escaso respeto por la destreza militar que había mostrado, tanto Mussolini como Hitler
reconocieron formalmente a Franco (Fusi Aizpurua, 1992: 159; Preston, 2002: 127-129; Ros
Agudo, 2009: 16) aún cuando no había certezas sobre su victoria. Este reconocimiento fue
temerario, ya que las columnas de Franco estuvieron cerca de la derrota cuando atacaron
Madrid. Con el reconocimiento que hicieron de Franco tan precipitado, tanto Alemania como
Italia se comprometieron irrevocablemente a conseguir el éxito del general español. Desde
que Mussolini se comprometiera de forma tan activa en la causa de los militares rebeldes, no
había más opción que una humillante retirada, o bien un compromiso incondicional por la
causa franquista. El 28 de ese mismo mes, se firmó un acuerdo italo-español de cooperación
militar y económica.
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Entre diciembre y enero del año siguiente, hubo dos reuniones en las que Mussolini mostró un
total desprecio por Franco, sin embargo, con Göring como representación simbólica alemana
por la creciente amistad entre ambos países, Il Duce anunció con entusiasmo su decisión de
asegurar la victoria de Franco, y que no habría limitación en sus acciones (Preston, 2002: 133-
137; 139-140). El aumento de ayuda italiana después de esas reuniones fue espectacular.
Tras la derrota italiana en Guadalajara, Mussolini decidió seguir adelante, costase lo que
costase, declarando incluso la guerra a la República, para poder poner en juego todos los
recursos italianos.
De ahí al final de la guerra la colaboración italiana con Franco fue fundamental,
especialmente en las batallas del Ebro y la de Teruel. Debido a la cercanía geográfica entre
Italia y España, los abastecimientos de guerra tenían un impacto mucho mayor en las
operaciones inmediatas que los recibidos por la República procedentes de la Unión Soviética,
debido a que la oportunidad de entregas frecuentemente era más importante que la magnitud
de las mismas, ya que si uno de los dos bandos no hubiera podido recibir esos suministros,
habría tenido que rendirse inevitablemente. El esfuerzo de guerra italiano en España se cifró
en cinco mil millones de liras, aunque su coste real fue prácticamente el doble del acordado.
Sin embargo, los españoles no darían muchas muestras de gratitud a los italianos, que se
habían comprometido en la guerra y en donde sin cuyo apoyo no habrían podido vencer.
En última instancia, con su colaboración en el conflicto español, Mussolini consiguió una
victoria sobre el comunismo, el liberalismo y las democracias occidentales, además de
conseguir un aliado fiable en el Mediterráneo. Pero realmente a largo plazo no obtuvo
beneficios, debido a que la Segunda Guerra Mundial llegó demasiado pronto como para que
Franco fuese un aliado útil, ya que tuvo que aceptar la neutralidad española para reducir las
opciones de un competidor por el imperio territorial francés, el cual ambos países
ambicionaban. Los verdaderos beneficiarios de la intervención italiana en España fueron
Franco y Hitler. El primero por su victoria, y el segundo porque había conseguido que Italia
estuviese ligada a Alemania.
Haciendo un análisis del conflicto al final del mismo, se puede determinar que mientras que
los republicanos tan sólo recibieron el apoyo de México y de la Unión Soviética, los
sublevados vieron situarse a su lado a los regímenes fascistas, con Alemania e Italia
abanderando su causa. A ese apoyo de los regímenes fascistas se unieron más tarde la derecha
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europea y americana, que apoyarían también, en líneas generales (Viñas, 1984: 23), a los
cruzados contra el comunismo ateo. Los constantes vaivenes del Vaticano no impedirían que
un amplio sector del catolicismo se opusiera a la España roja.
Con su apoyo al bando sublevado, las potencias fascistas perseguían, aparte de metas
ideológicas (que eran bastante más obvias en Mussolini), intereses geoestratégicos evidentes
que coincidían en el deseo común de debilitar la posición francesa en el Mediterráneo
occidental. La ayuda de ambos países a Franco no fue muy amplia en los primeros meses del
conflicto, pero esta se iba a ir intensificando a partir del reconocimiento del gobierno de
Burgos en noviembre de ese primer año de conflicto.
Frente a la timidez y reticencias de las potencias democráticas occidentales, los regímenes
fascistas fueron desarrollando una actitud crecientemente agresiva y de apoyo a Franco,
aunque con vacilaciones. En los campos de batalla de España se estaba materializando el
denominado Eje entre el Tercer Reich y la Italia de Mussolini, en octubre de 1936.
El pronunciamiento había fracasado y tan sólo la intervención extranjera a favor de los
sublevados contribuyó a enderezar la balanza. Sin ese apoyo exterior es más que probable que
la República hubiese dado al traste con esa sublevación aislada y carente de apoyos
exteriores. Pero la agresividad de las potencias fascistas, unido al apocamiento de las
potencias democráticas (Viñas, 1984: 26-28), dieron al traste con esa posibilidad. Por ello, el
apoyo externo inicial que recibieron los sublevados les dio un aliento que se mostró
determinante en el transcurso del conflicto, además de que proyectaron indirectamente a
Franco al poder, favoreciendo el primer gran reconocimiento internacional del régimen que
iba alumbrando el general.
En consecuencia de todo ello, la Guerra Civil Española ha de integrarse en la dinámica de las
relaciones intraeuropeas del periodo. Estas fueron las que, en definitiva, permitieron que un
golpe de fuerza fallido se convirtiese en una larga y cruenta guerra civil.
España antes de la Guerra Civil había mantenido una cierta dependencia económica del bloque
anglo-francés, y después de la Segunda Guerra Mundial se convirtió en un satélite anglo-
norteamericano. A ambas circunstancias hay que sumar el hecho de que en la Guerra Civil las
fuerzas extranjeras (comunistas y fascistas) se apoderaron del destino del país, lo cual demuestra
la absoluta incapacidad española de controlar su propio destino (Smyth, 2002: 142-143). A la
conclusión de la Guerra Civil, España se encontraba económicamente casi aniquilada, según el
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juicio del medio financiero Banderarchiv de Berlín, lo que influyó notablemente en la libertad en
su política exterior posterior. Peterson, embajador británico en España estuvo de acuerdo con
este análisis, y declaró que Franco no tenía libertad de elección en materia de paz o guerra.
Por fortuna para el futuro inmediato de España, como los dos pactos alcanzados con
Alemania (el Pacto Antikomintern y el de Amistad) eran secretos, las nuevas relaciones con
Francia y Gran Bretaña no se verían alteradas, y suministraron ayuda a España, aunque de
forma muy reducida, para evitar que esta preparase ningún proyecto bélico o acumulase
material bélico para Alemania, en caso que entrasen en territorio peninsular. También se
pretendía con esta ayuda que Franco colaborase con los aliados y viera los problemas de
alinearse con el Eje.
Sin embargo, la vinculación española con el Tercer Reich en el futuro había quedado perfilado
con el Tratado de Amistad hispano-alemán, y al suscribirlo España, limitaba su libertad de
acción en la política internacional y económica (Ros Agudo, 2009: 20). La vinculación básica
que había quedado definida en 1936 hizo que Alemania se asegurase desde ese mismo momento
las fuentes de suministro de las materias primas necesarias para la guerra. Durante la Segunda
Guerra Mundial, esta función suministradora se fue reforzando como consecuencia de las
crecientes necesidades bélicas alemanas (García Pérez, 1992: 197). La dependencia alemana de
la producción española llegó a ser extrema, sobre todo con los minerales especiales. Esto llegó a
condicionar las decisiones sobre España por parte alemana, ya que siempre se orientaron a
mantener ese vital flujo comercial en unas condiciones más que favorables. Todos los intentos
que se hicieron para modificar esta relación se saldaron con una falta de acuerdo. El futuro
español iba a estar irreversiblemente ligado a la suerte alemana.
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3.1. Neutralidad española (septiembre 1939 - junio 1940)
3.1.1. El Nuevo Estado
El nuevo régimen emanado tras la Guerra Civil iba a adquirir una posición internacional que
se iba a ir definiendo en los meses que seguirían a la conclusión del conflicto nacional, y lo
iba a hacer en virtud a la ayuda que había recibido principalmente durante el mismo, ya que
sin esa ayuda no habría podido triunfar el levantamiento que tuvo lugar en julio de 1936. Una
vez que hubo concluido la guerra, las deudas pendientes de pago se estimarían en unos ocho
mil millones de liras con Italia y unos quinientos millones de Reichsmarks con Alemania.
Por razones ideológicas, tanto Italia, principalmente, como Alemania y Portugal iban a ser los
modelos de organización política y económica para los nuevos gobernantes. España se alineó
en el lado de las potencias que representaban el modelo de éxito, con una economía
intervencionista que alcanzaban el pleno empleo (García Pérez, 2000: 303), frente a las
potencias tradicionales que se habían mostrado impotentes frente a la grave crisis económica
surgida en la década anterior. Aunque el deseo de incorporarse a ese grupo de naciones de
éxito era evidente, la España franquista concluyó la guerra con una cierta autonomía respecto
a ambos bandos.
Ese logro era debido en gran parte al buen hacer del ministro de Asuntos Exteriores, Jordana,
quien dirigió una política bastante prudencial aunque con un acercamiento a Berlín, sin
despertar en gran medida el recelo de Gran Bretaña. El madrileño trató de evitar que ninguna
potencia consiguiera un gran peso en la vida política española, tanto en la interna como en la
externa (Marquina Barrio, 1992: 174). Trató de evitar, aunque sin conseguirlo, que la
influencia alemana no se extendiese desde los medios de comunicación a la implantación de
empresas, pasando por la penetración en medios como la policía o concesiones económicas.
A pesar de esa prudencia, todos los pasos que dieron las autoridades tenían un camino único e
inconfundible, una dirección pro-Eje. En economía, la política de reconstrucción se basó en el
control severo de los cambios, licencias de importación y el bilateralismo. Todo el mercado
interno se intervino, y se impulsó un modelo industrializador de base militar. El modelo
autárquico fue puesto con objeto de recuperar para España la condición de potencia europea,
lo que en la mentalidad de los nuevos dirigentes significaba que había que conquistar un
nuevo imperio colonial.
16
Aunque el ministro trató de contrarrestar esa fuerza política, el hecho es que tuvo que aceptar
ver como en las postrimerías del conflicto nacional, este alineamiento internacional con el Eje
iba a quedar reflejado con varios pactos que se negociaron con Alemania. El primero iba a ser
un convenio cultural firmado el 24 de enero de 1939, pero que no sería ratificado. El segundo,
el tratado bilateral de amistad del 31 de marzo, y por último, el más importante, la firma del
Pacto Antikomintern del 27 del mismo mes (García Pérez, 2000: 304). Poco tiempo después,
el acercamiento con el Tercer Reich no dejaba duda alguna, con la retirada de la Sociedad de
Naciones. Ese alejamiento de las potencias democráticas no agradó al ministro Jordana, pues
iba en contra de sus deseos y del objetivo al que había encaminado su actividad política
(Huguet, 2003: 496). Por ello fue que cuando se produjo la crisis del gobierno de agosto de
1939, el ministro fue sustituido por Beigdeber, experto en cuestiones africanas y mucho más
proclive al abandono de la neutralidad por parte de España.
La única limitación con respecto al acercamiento entre España y Alemania radicaba en el
aspecto militar, en donde los dos países no llegaron a un acuerdo, debido a las condiciones en
que se encontraba España a la conclusión de la guerra. Esa exclusión militar, con retirada de
tropas alemanas e italianas en mayo de 1939 hizo que las potencias aliadas se calmasen.
En ese contexto de relaciones internacionales favorables al Eje por parte española, en la
madrugada del 1 de septiembre de 1939 Alemania cruzaba la frontera con Polonia e iniciaba
la invasión al país, declarándole tanto Francia como Gran Bretaña la guerra en los siguientes
días. De esta forma, con el estallido de la Segunda Guerra Mundial, apenas habían
transcurrido cinco meses desde que había finalizado la Guerra Civil española, lo que ha hecho
que en numerosas ocasiones el conflicto nacional haya sido considerado como el preámbulo,
o el ensayo del conflicto mundial que le sucedió. Y desde un primer momento, Franco iba a
hacer un llamamiento a favor del cese de las hostilidades.
Nada más estallar la guerra, con el giro que había tomado la política española y el reciente
cambio en el ministerio de Asuntos Exteriores, parecía indicar que España iba a tomar parte
del conflicto, y lo iba a hacer del lado de sus aliados naturales, las potencias del Eje (Castelló,
1988: 11), a las que el nuevo régimen tanto debía. Sin embargo, desde un primer momento
España declaró oficialmente su neutralidad (Sánchez Jiménez, 2004: 288; Ros Agudo, 2009:
23; Fusi Aizpurua, 1992: 160), mediante un decreto que apareció publicado en el BOE, en la
fecha del 4 de septiembre de 1939.
17
Que España declarase la neutralidad ante el conflicto que se iniciaba sorprendió a la
comunidad internacional. Sin embargo, este hecho no debía haber sorprendido, puesto que
esta se iba a deber a la tradicional neutralidad hispana, y, muy especialmente, a que al acabar
la Guerra Civil España se encontraba en una posición muy delicada, con los medios de
transporte prácticamente paralizados, gran parte de la industria y de las ciudades destruidas
por los bombardeos, con multitud de civiles desplazados, y con una economía que se
encontraba al borde de la ruina, entre otros motivos.
En esa declaración de neutralidad también pesó que la esperada ayuda tanto italiana como
germana para la reconstrucción del país no llegó, o llegó a cuentagotas a la industria,
circunstancia que decepcionó a Franco. Mientras, en el bando de los Aliados, solo Gran
Bretaña y los Estados Unidos ofrecieron algún crédito aislado a España, para tratar de alejarla
de la órbita del Eje (Ros Agudo, 2009: 21; (Huguet, 2003: 496). España se vio prácticamente
obligada, por tanto, asumir un modelo económico autárquico.
A las pérdidas materiales y a la terrible situación económica en que se encontraba, también
había que unir que el país se encontraba dividido en dos bandos irreconciliables (Castelló,
1988: 10). Dentro del bando perdedor, el republicano, muchos simpatizantes optaron por
abandonar el país, por temor a represalias, ejecuciones, o detenciones masivas en campos de
concentración o por la previsible supresión de las libertades democráticas. Entre esos
exiliados se encontraba una gran parte de la que había sido la élite intelectual del país antes de
comenzar la guerra.
A pesar de la neutralidad, en los primeros meses después de la guerra, el régimen franquista
mostró mucha afinidad con el fascismo italiano, mucho mayor que con Alemania, debido a la
generosa contribución de Mussolini en la guerra, sin las exigencias alemanas. También tuvo
mucho que ver en esas buenas relaciones la amistad del ministro de Asuntos Exteriores,
Ciano, y Serrano Suñer, quien sería su homónimo español.
Por esos motivos, en torno al estallido de la guerra mundial, España tenía definidas sus líneas
generales de actuación, y su relación durante el conflicto, ya que si el Eje triunfaba y España
no participaba, volveríamos a quedar relegados en la organización europea. Para ello había
que preparare para la guerra mediante el rearme, tal y como expresó Franco a Ciano en julio
de 1939 (García Pérez, 2000: 305-307). La intención de Franco era seguir la línea del Eje,
18
pese a que se declaró formalmente la neutralidad al comienzo de la guerra, aunque con una
clara benévola neutralidad hacia el Eje, muy próxima a Italia.
El estallido de la guerra dio ventaja a Madrid frente a Berlín, ya que la carga económica
legada del conflicto nacional era inmensa, y el estallido del conflicto mundial hizo que las
condiciones estratégicas y necesidades económicas variasen, debido al bloqueo aliado hacia
Alemania. El ejemplo de la mejora de la situación negociadora española se muestra con el
Acuerdo Comercial hispano-alemán firmado en diciembre de 1939, mediante el cual España
recuperaba su comercio exterior, y restablecía el tráfico de capitales y la actividad comercial
privada. También se recuperó la libertad para suscribir acuerdos comerciales con terceros
países (por el protocolo del 12 de julio de 1937 se debía firmar en primer lugar con Alemania
cualquier acuerdo económico de carácter general). Esto último hizo que se firmasen acuerdos
con Gran Bretaña y Francia que ampliaban el margen de actuación comercial.
Retomando el tema de la declaración de neutralidad española, que Franco la hubiese
declarado, no quiere decir que no hubiese numerosos campos en los que la atravesaría, como
se comentará más adelante, pero esos campos en los que la abandonó se referían sobre todo a
beneficiar a las potencias del Eje, perjudicando con ello a Francia y Gran Bretaña,
inicialmente, y con posterioridad a los Estados Unidos (Castelló, 1988: 11).
Aunque España mantuviese una situación de neutralidad, eso no quiso decir que con ello
hubiera algún tipo de impedimento para realizar preparativos para una posible intervención en
la guerra. Esos preparativos comenzaron en el mes de octubre de ese mismo año, y consistían
en llevar a cabo un rearme acelerado en secreto (Ros Agudo, 2009: 22-23), con objeto de una
posible entrada en la guerra contra el bando aliado, o al menos para dar cobertura al bando del
Eje además de cómo medida preventiva de autoprotección.
Se puede determinar, por tanto, que Franco estuvo inequívocamente con el Eje desde el 4 de
septiembre de 1939, fecha de la declaración de neutralidad, hasta prácticamente el final de la
guerra, llegando a cambiar su status de neutralidad por el de no beligerancia en junio de 1940
(Fusi Aizpurua, 1992: 160), entendida desde los Aliados como una pre-beligerancia, y no
retornando a la neutralidad hasta finales de 1943.
Este proceso de reajuste de las relaciones hispano-alemanas tendría una larga gestación
durante la Guerra Mundial. El alineamiento entre estos dos países tiene una naturaleza política
y militar que surgió a raíz de la intervención la Guerra Civil había supuesto la consolidación
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de una presencia predominante de Italia y Alemania en la vida política española, incluida su
política exterior. Esa influencia se extendía desde los medios de comunicación a la
implantación de empresas, pasando por la penetración en medios como la policía o
concesiones económicas. Se sentaron así las bases para una vinculación efectiva entre estos
dos Estados. Las relaciones hispano-alemanas deben ser entendidas en el seno del proyecto
continental del Tercer Reich (García Pérez, 1993: 2). Con el estallido de la Segunda Guerra
Mundial, la movilización alemana en los diversos sectores de la actividad española se hizo
más patente y así lo detectan y queda reflejado en documentos británicos e italianos
desclasificados.
Desde los meses posteriores a la finalización de la Guerra Civil española, hasta el verano de
1940, parecieron decantar a España hacía una homologación con el Eje, mucho más allá del
terreno de la política interna e institucional que en el de la política exterior. El primer paso en
ese sentido había sido la adhesión al Pacto Antikomintern, seguido del abandono de la
Sociedad de Naciones (Tussel, 2007: 106-107). También se produjo un acercamiento en las
relaciones de España con Italia, después del viaje de Serrano Suñer a Roma, en mayo de
1939. El viaje de Ciano en julio, no hizo sino ratificar la sensación de alineamiento español.
Fascistización fallida
Desde que el gobierno sufrió cambios en agosto de 1939, se inició la fascistización del nuevo
régimen instaurado en España, proceso culminado con el nombramiento de Serrano Suñer en
el gobierno, ya que sus tesis políticas se impusieron. Pero esa fascistización no fue completa
debido al propio Franco, ya que, como militar que era, reservó multitud de puestos en la
Administración para ellos, y porque el peso del Partido (FET y de las JONS) sobre el Ejército
no era relevante, como si sucedía en las otras potencias del Eje.
De todas formas, los primeros meses de posguerra se vivieron más cerca de Mussolini que de
Hitler. A pesar de esa clara simpatía hacia los países del Eje, que se mantiene hasta los
primeros compases de 1944, al inicio de la guerra, España decide declarar su neutralidad
(Sánchez Jiménez, 2004: 288). Esa neutralidad en la guerra vino debido a la tradicional
neutralidad hispana y a la situación de ruina en que había quedado el país.
Durante los primeros meses del conflicto mundial, España mantuvo una postura muy próxima
a la Italia de Mussolini, en el sentido de que, aunque no se participase en el conflicto, las
simpatías espontáneas de los medios oficiales se decantaban mucho más por Alemania que
20
por Gran Bretaña y Francia. No en vano, en febrero de 1940 se había llegado a un acuerdo por
la deuda contraída durante la Guerra Civil, que resultó muy favorable a los intereses
españoles, pues esta se cifró en cinco mil millones de pesetas a pagar en veinticinco años.
Pero a diferencia de Italia, España no se encontraba en condiciones de intervenir en el
conflicto. Hasta el momento en el que Italia decidió entrar en la guerra (aproximadamente en
abril), España había mantenido una neutralidad efectiva, condenando incluso la invasión de
los Países Bajos por parte alemana (Sánchez Jiménez, 2004: 288; Tussel, 2007: 119). Sin
embargo, la derrota francesa provocó una inmediata tentación en Franco de intervenir en la
guerra para obtener beneficios territoriales. Dos días después que Mussolini interviniera en la
guerra, España modificó su postura de neutralidad a una no-beligerancia que en realidad era
una pre-beligerancia. Esa clara simpatía hacia los países del Eje se mantendrá hasta los
primeros compases de 1944.
Puede resultar sorprendente que España no interviniese oficialmente en el conflicto, a pesar
que desde Alemania se le pidiera intervenir, máxime cuando durante los primeros años del
conflicto este estaba siendo tan favorable a los intereses del Eje. Este hecho de no haber
intervenido oficialmente fue hábilmente alabado a posteriori por la propaganda franquista.
Pero realmente España no intervino en la guerra porque los dirigentes eran conscientes que el
país estaba arruinado y necesitaba ser reconstruido antes de verse involucrado en otra guerra.
España no tenía medios materiales que permitieran una colaboración seria con el Eje. A ello
se sumó que Hitler tampoco mostró especial interés en esta intervención, especialmente a raíz
de la reunión que tuvo con Franco, ya que las condiciones que exigieron para intervenir en la
guerra le parecieron desmesuradas (Castelló, 1988: 12). A eso se unió un aspecto totalmente
fundamental para que se mantuviese la neutralidad por parte de Franco, y es que tanto Estados
Unidos como Gran Bretaña proporcionaban una ayuda imprescindible en alimentos y en
petróleo para la reconstrucción del país, y que no habrían existido de no haber declarado la
neutralidad.
21
3.1.2. Guerra en Europa: los servicios de una neutral complaciente
El proceso de reajuste de las relaciones hispano-alemanas sufrirá un largo periodo de gestación
durante la Guerra Mundial. La Guerra Civil había supuesto la consolidación de una presencia
predominante de Italia y Alemania en todos los aspectos de la vida política española, con una
influencia que se extendía desde los medios de comunicación a la implantación de empresas
(Marquina Barrio, 1992: 174), pasando por la penetración en medios como la policía o
concesiones económicas. Con el estallido de la Segunda Guerra Mundial, esta movilización
alemana en los diversos sectores de la actividad española se haría sino hacerse más patente.
Como apenas habían transcurrido unos meses desde que finalizase la Guerra Civil hasta el
comienzo de la Segunda Guerra Mundial, Franco, al igual que haría Italia, se apresuró a
declarar la neutralidad española en el conflicto. Pero esa declaración no fue más que una mera
formalidad, ya que el régimen no sólo se apresuró a reiterar su amistad con las potencias del
Eje (Collado Seidel, 2012: 594), sino que desde un momento muy temprano comenzó a
realizar preparativos para una posible intervención en la guerra, o bien para que desde su
neutralidad, se diese cobertura a estas potencias del Eje.
España durante todo el periodo que abarcó su primera etapa de neutralidad (como también
haría posteriormente), violó constantemente esa neutralidad. Uno de los puntos más
importantes en ese aspecto fue en el reabastecimiento de submarinos alemanes que tuvo lugar
en bases españolas, ya que estos sucesos contaban con el beneplácito de Franco y por ende
con el de todo su gobierno, siempre y cuando se hicieran de forma discreta esos
reabastecimientos, con objeto de evitar represalias de Francia y Gran Bretaña. El permiso
definitivo de Franco para ese reabastecimiento tuvo lugar durante el mes de noviembre 1939,
ya que en los meses anteriores sus puertos habían estado muy vigilados.
El abastecimiento de submarinos alemanes se hizo hasta un total de veintidós ocasiones entre
enero de 1940 y diciembre del año siguiente, cuando a la captura del último submarino
repostado, reconocieron que lo habían hecho en Vigo. Gran Bretaña, escandalizada, envió una
protesta a Madrid, que negó ningún conocimiento sobre esa actividad. En su protesta Gran
Bretaña alegó bombardeos a Gibraltar y que hacían lo posible por ocupar la zona,
favoreciendo los intereses del Eje (Sánchez Jiménez, 2004: 289). Por supuesto que Madrid
conocía la actividad, pero no podían admitirla públicamente. La ayuda española tuvo que ser
interrumpida por causas de fuerza mayor tras esta protesta británica.
22
El reabastecimiento de los submarinos y también de aviones alemanes fue el punto más
flagrante de la violación de esa neutralidad, que se dio hasta prácticamente el final de la
contienda, siendo casi siempre esta a favor del Eje, pero no fue de la única forma en que se
violó la neutralidad (Ros Agudo, 2009: 23-27). Algunas de las muestras más importantes
fueron los informes del embajador español en Inglaterra sobre los daños causados por la
Lutwaffe, la colaboración con el gobierno nazi para el secuestro del duque de Windsor cuando
marchaba de camino de Portugal, la actuación en España de la GESTAPO, el establecimiento
en España de la KO-Spanien u organización de guerra España (un servicio de información
militar alemán), la penetración alemana en los medios españoles para crear una opinión
favorable a ellos, o la posible influencia espiritual española en Latinoamérica, que trató de ser
instrumentalizada a favor de Alemania.
23
3.1.3. El anteproyecto de flota de 1938
El principal debate de la política exterior española a lo largo de toda la Segunda Guerra Mundial
viene dado por la discutida neutralidad, y por si esta fue voluntaria, defendida con gran habilidad
por parte de Franco, o si bien fue una actuación forzada por las circunstancias (Díaz Benítez,
2003: 271). Pues en este aspecto, Díaz Benítez nos habla que en 1939 ya había documentados
importantes preparativos bélicos para un inminente enfrentamiento con Gran Bretaña y Francia,
con una clara voluntad expansiva, e incluso que esta se puede adelantar incluso a la propia
Guerra Civil, con el anteproyecto de flota que se redactó en junio de 1938. Un documento de
más de cien páginas, divididas en nueve apartados (cuatro sobre composición y tamaño, cuatro
sobre la construcción y el último sobre el despliegue).
En el momento en que se redacta ese documento, España se encontraba sumida en un
enfrentamiento del que no se atisbaba el final, ya que, a pesar de las declaraciones, las potencias
extranjeras seguían participando. Esta situación de mantener la guerra hasta la victoria total
perjudicaba espacialmente a la República (Díaz Benítez, 2003: 272-274), pues la ayuda a los
sublevados llegaba en mejores condiciones y en mayor cantidad. Esa ayuda venía, en buena
parte, del Tercer Reich, aunque esta no fue ni mucho menos gratuita.
En junio de 1938, el nuevo gobierno formado por Franco redactó la Introducción a un
Anteproyecto de Flota Nacional. Esta flota sería un instrumento muy útil en la política
internacional, además de crear numerosos puestos de trabajo. Esta flota, en el futuro, debería
responder a las orientaciones futuras de la política internacional, y garantizar la defensa de la
metrópoli y sus posesiones en el Norte de África, además del control del Estrecho. Este
anteproyecto no acertó con el tipo de guerra que habría en Europa, pero si con los bandos que
tomarían parte de ella.
La definición de la futura flota
La composición de esa flota tenía que tener una serie de premisas. La primera era que el dominio
del mar solo se podía conseguir mediante una unidad estratégica fundamental, consistente en un
núcleo de buques de línea y fuerzas complementarias, y por otro lado, que la guerra al tráfico
marítimo debía hacerse mediante submarinos, o, en menor medida, con fuerzas ligeras de
superficie. Siempre había que contar con la necesaria intervención de las fuerzas aéreas. Este
planteamiento coincidiría en líneas generales con el que haría Carrero Blanco cinco años después
de este anteproyecto.
24
La constitución de la fuerza naval descansaría, según el anteproyecto, en cuatro conceptos. El
primero sería el desequilibrio entre los dos grupos de naciones, cuya potencia industrial y poder
naval, en igualdad de condiciones, estarían determinados por el número y el nivel cultural de sus
súbditos. Por otro, si el desequilibrio era desfavorable para el grupo en el que se encontraba
España, habría que constituir una fuerza naval que cuestionara la seguridad de la victoria
enemiga. El tercer concepto sería la paridad entre naciones, la cual sería alcanzada gracias a la
constitución y empleo apropiado de la flota (Díaz Benítez, 2003: 275-279). Por último, la fuerza
naval debía responder al concepto de flota elemental, a la cual era consideraba como una garantía
de paz.
La futura flota también debía estar constituida en función de las circunstancias estratégicas del
momento. Una de ellas consistía en el balance de fuerzas navales en Europa, las cuales habían
sido limitadas cuantitativamente por los tratados de Washington Londres de la década anterior.
En este caso, la potencia naval continuaba siendo Gran Bretaña, pero se inició una carrera naval
entre las grandes potencias entre 1933 y 1939, siendo Alemania donde se hizo el mayor esfuerzo.
La segunda circunstancia estratégica del anteproyecto hablaba del abastecimiento de petróleo.
Este podía ser fácilmente conseguido por Francia y Gran Bretaña, gracias a Estados Unidos,
mientras que Alemania e Italia debían buscar el control rumano e iraquí. Una previsión que
resultaría bastante acertada.
Una ambiciosa fuerza naval y un despliegue ofensivo
El viraje español hacia Italia y Alemania, patente en el documento, supone toda una novedad con
respecto a la política exterior española anterior a la Guerra Civil, sin embargo, las fuerzas
navales previstas en el mismo no difieren mucho de las del proyecto presentado por el
contralmirante Carvia (ministro de Marina en el último gobierno monárquico). El número de
acorazados y portaviones a construir era idéntico, y el de submarinos y destructores, muy similar.
Solo diferían en las características, fruto del desarrollo del paso del tiempo.
Esa poderosa flota naval que se debía construir necesitaría bases para poder ser abastecida y para
realizar las reparaciones necesarias (Díaz Benítez, 2003: 280-283). Lo ideal de esas bases sería
que se encontrasen lejos de las flotas enemigas, para proporcionar seguridad a las unidades de
flota que se encontrasen en ellas. Una de las misiones fundamentales de las bases sería la de
proporcionar combustible a la flota. El informe predecía que el combustible debía ser traído de
Rumania, como sucedería con las potencias del Eje en la guerra.
25
Naufragio del anteproyecto
Cuando concluyó la Guerra Civil aumentaron las esperanzas para realizar esa expansión. El 8
de septiembre de 1939 sería aprobado un programa de construcción naval por un periodo de
tres años, y las fuerzas previstas serían similares a las del Anteproyecto. Estos planes no iban
dirigidos a preparar una inminente participación en el conflicto al lado de Alemania (Díaz
Benítez, 2003: 284-287), ya que la precaria situación del país lo impedía. Realmente eran
proyectos a largo plazo, pero sí se fijaba claramente quien era el enemigo de España.
Sin embargo, a pesar del presupuesto estimado en el Anteproyecto de 1938, esta construcción
de la flota suponía una enorme carga para las endeudadas arcas del Estado, a lo que se sumó
además los problemas derivados de la Guerra Civil, como era la destrucción de las
infraestructuras, y los daños causados al sector primario, que no serían fácilmente recuperados
debido al programa autárquico del gobierno. A pesar de esas dificultades, se intentó que el
programa siguiese adelante, pero jamás llegó a ser realizado porque la dependencia
tecnológica española no fue resuelta ni por Italia ni por Alemania.
Balance final del anteproyecto
El anteproyecto preveía la creación de una fuerza naval capaz de enfrentarse a Gran Bretaña y
Francia en un hipotético enfrentamiento español al lado de las potencias del Eje. Ese
alineamiento con el Eje estuvo presente desde los proyectos de rearme posteriores a la Guerra
Civil e incluso durante la Segunda Guerra Mundial, cuando se aprobó el ambicioso programa
naval. Sin embargo, ese plan era la prueba de que España no estaba preparada para entrar en
la guerra a corto plazo, por lo que debía mantenerse neutral (Díaz Benítez, 2003: 288-289). En
1936 España no era una potencia económica, ni tenía un gran desarrollo industrial, pero
después de la Guerra Civil, obcecado por sus ambiciones expansionistas, el gobierno no fue
siquiera capaz de llevar a buen puerto la recuperación económica y el proyecto de rearme iba
a quedar en papel mojado.
26
3.2- Etapa de no-beligerancia (junio 1940 - noviembre 1943)
3.2.1. El periodo de la gran tentación intervencionista
Inicialmente, al estallar la Segunda Guerra mundial la opinión pública española sentía un mayor
sentimiento hacia las democracias, y era patente el deseo de mantenerse fuera de la guerra por
parte de los hombres de negocios, las jerarquías más antiguas del Ejército, los obispos y el
pueblo en general, a tenor de las dificultades económicas ya existentes en el país. No obstante,
las actuaciones de Alemania y la Unión Soviética en esos primeros meses de guerra no
significaron un mayor acercamiento a Francia y Reino Unido, cuyas relaciones con España
estaban muy deterioradas, en virtud a su actuación durante la Guerra Civil.
En el campo económico, las relaciones con Francia no se estructuraron hasta enero de 1940,
haciendo lo propio con el Reino Unido dos meses más tarde (Marquina Barrio, 1992: 175). En
ese aspecto, fue determinante la actuación de Serrano Suñer para explicar ese retraso de la
normalización de las relaciones. Un Serrano que se encontró con una fuerte oposición interna,
hasta que se produjo una crisis gubernamental en enero de 1940. A raíz de esa crisis, el
acercamiento de Serrano a la Embajada alemana fue mucho más patente, balanceando la hasta
entonces predominante influencia italiana en el gobierno. El que sería próximo ministro de
Exteriores consideraba que su programa totalitario solo podía llevarse a cabo con el apoyo
alemán y una clara política pro-Eje
En el transcurso de esos meses la opinión pública y militar había ido variando su postura y
había ido acercándose cada vez más a Alemania. Esa situación se confirmaría durante el mes
de abril de 1940, cuando el embajador español en La Haya informó al todavía ministro
Beigdeber sobre la comprometida situación que vivían los países del Benelux (Espadas
Burgos, 1987: 102). Dicha información se confirmó el 10 de mayo, cuando Alemania violó la
neutralidad de esos países, que días más tarde firmaban su rendición. Pese a la declaración de
neutralidad española, el cambio de actitud oficial del gobierno a favor del Eje cada día se
hacía más evidente, comenzando a hablarse de una neutralidad vigilante.
En junio de 1940, al tiempo que Alemania se encontraba a punto de derrotar a Francia, el giro
que había dado la mayor parte de la opinión política y militar de España había sido totalmente
radical con respecto al comienzo de la guerra. En esos momentos era totalmente favorable a
Alemania (Collado Seidel, 2012: 594), pues habían quedado deslumbrados por los avances
que habían obtenido con la Blitzkrieg, o guerra relámpago.
27
A pesar de ello, el régimen español seguía sintiéndose especialmente próximo al régimen de
Mussolini, al que consideraba su representante en el Eje ítalo-alemán. Ciano, que mantenía
una estrecha relación con Serrano Suñer, le pidió que convenciera a Franco de que aunque
España no entrara en la guerra por el momento, debía mostrar su solidaridad con el Eje, y por
ello modificar su posición de neutralidad con una declaración de no beligerancia. Franco no
dudó, y tras la reunión del Consejo de Ministros (Espadas Burgos, 1987: 106; Ros Agudo,
2009: 29) se publicó un decreto por el que España cambiaba su postura en la guerra de la
neutralidad a declararse como no-beligerante, el 12 de junio. Oficialmente eso se traducía
como un claro gesto de simpatía hacia el Eje. Franco declararía que al verse alterada la
situación de equilibrio en el Mediterráneo, España mostraba la voluntad de defender sus
territorios, aunque detrás de esa justificación había un carácter claramente pro-Eje. Italia
previamente había pasado de la no-beligerancia a la ofensiva contra Francia, el 10 de junio,
para tratar de obtener beneficios.
En los compases finales de la guerra, cuando el poder del Eje se debilitase, Franco insistiría
en que esta declaración sólo expresaba su simpatía por Alemania, sin cambiar los términos
reales de su neutralidad. No obstante, ha quedado demostrado que las relaciones hispano-
alemanas eran un primer paso en el alineamiento con el Eje, aunque Franco esperaba imponer
su precio a tal alineamiento y hacerlo en las mejores condiciones posibles.
Dos días después de esa declaración, el día 14 las tropas españolas ocuparon la zona
internacional de Tánger. La justificación para ocupar esa zona la encontró el régimen en que
con la entrada en guerra de Italia, tres de las cuatro potencias administradoras de la zona se
encontraban en guerra entre sí -Francia, Gran Bretaña e Italia-. Por ello, la ocupación
española, al ser el único país que no se encontraba en guerra, garantizaría la neutralidad de la
zona y la del Protectorado español adyacente. La medida tuvo el apoyo de Alemania, llegando
incluso Hitler a felicitar a Franco por esa maniobra (Collado Seidel, 2012: 594; García Pérez,
1996: 16; Payne, 1987: 283; Ros Agudo, 2009: 30). A los ojos del Eje, fue una acción al estilo
de las realizadas por Hitler y Mussolini en los años anteriores. Sin embargo, España había
negociado con Gran Bretaña (que oficialmente se reservaba todos sus derechos para el futuro)
y Francia esa ocupación temporal. En noviembre, entre las protestas británicas, se integró
formalmente Tánger en el protectorado español.
Una vez que se estaban dando los pasos de proclamar la no-beligerancia y ocupar Tánger,
había que ponerse en contacto rápidamente con Hitler (Ros Agudo, 2009: 30-32). Para ello
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Franco decidió enviarle una carta que hábilmente se fechó días antes de la caída de Francia
(fechada el día 3 de junio, aunque fue escrita probablemente el día 10), para dar sensación de
que se quería intervenir antes de la derrota francesa, y no parecer oportunistas en la victoria.
Esa carta sería una felicitación por la victoria e identificaría en ella a España con la causa
alemana, que en esta ocasión definió como la continuación de la lucha contra los mismos
enemigos con los que ya había luchado la España nacionalista. La misiva sería entregada por
el monárquico y pro-alemán general Juan Vigón, jefe del Alto Estado Mayor, enviado a
Berlín con la misión de discutir los posibles términos militares de la entrada española en la
guerra. Se reunió con Hitler y Ribbentrop el día 16 de junio, y de la reunión, prácticamente
solo se pudo concretar que España tenía interés en la zona francesa de África.
Se dio la circunstancia de que para el día 17, el de la caída francesa, Franco y el Alto Mando
habían preparado una gran operación militar para una ocupación española de la zona francesa
del Norte de África. Ese golpe, con la derrota de la metrópoli, podía ser muy interesante para
los intereses españoles. Pero en la misma mañana del día 17 un mensaje del gobierno de
Petain llegó a Madrid, pidiendo la intervención española con Berlín, para llegar a un alto al
fuego inmediato. Ante ese hecho, habría sido muy poco caballeroso que España atacase la
espalda francesa. También existió la posibilidad de que Hitler vetase el plan español en su
reunión con Vigón, aunque no hay verdaderas pruebas de ello.
Como esa operación militar contra Francia no había podido llevarse a cabo, el gobierno
español decidió que debía dar un paso más si quería conseguir el ansiado Imperio colonial, y
ese paso no era otro que ofrecerle a Hitler la entrada de España en la guerra contra Inglaterra
(Payne, 1987: 283). Ese ofrecimiento lo hizo el 19 de junio el embajador español en Berlín
presentando formalmente las exigencias territoriales españolas, siempre con el sueño de un
nuevo imperio colonial como telón de fondo. Esas exigencias incluirían la anexión de toda la
zona de Orán en Argelia occidental, la incorporación de todo Marruecos, la expansión del
Sahara español hacia el sur hasta el paralelo veinte, y la anexión del Camerún francés a la
Guinea española. Además, debido a su terrible situación militar, España solicitaba a Alemania
artillería pesada y aviación para conquistar Gibraltar y el apoyo de los submarinos alemanes
para la defensa de las Islas Canarias, así como grandes cantidades de alimentos, municiones,
combustible, y otros materiales. Ese ofrecimiento tuvo lugar dos días antes de que empezasen
las negociaciones alemanas con Francia por su armisticio (Ros Agudo, 2009: 33), con el
gobierno español y su embajador en París, José Félix de Lequerica, iniciando las mediaciones
29
entre Hitler y el derrotado régimen francés. Esas negociaciones terminarían con el armisticio
varios días después.
Esta nueva política española no sólo abogaba por el sueño del nuevo imperio español, sino
que también trataba de superar la dependencia internacional (Payne, 1987: 281) mediante el
desarrollo económico autárquico, al tiempo que trataba de arrebatar a Gibraltar a Gran
Bretaña y posiblemente a ampliar las modestas posesiones españolas en el noreste de África, a
expensas de Francia. Después de la caída de Francia, la actitud de la mayor parte de la
jerarquía militar española cambió a favor de entrar en el lado vencedor y las expresiones
públicas de germanofilia por parte de los falangistas eran más entusiastas que nunca.
Para decepción de Madrid, ese ofrecimiento de entrada en guerra por parte española llegó
muy tarde para influir en las cláusulas del armisticio. La respuesta alemana a ese ofrecimiento
se hizo de rogar, ya que tardó varias semanas, y en ella Hitler simplemente se dio por
enterado del interés español, pero como no quiso comprometer su política de apaciguamiento
(pretendía que Gran Bretaña, al verse sola, se rindiese), se negó a discutir la lista de las
peticiones españolas (Ros Agudo, 2009: 35). En su hora de triunfo mostraba poco interés en
España, aunque pronto cambiaría esa actitud. En respuesta a tal frialdad, Franco suspendió
temporalmente el abastecimiento de los submarinos alemanes en los puertos españoles que
había permitido en varias ocasiones desde principios de año.
En aquel verano de 1940 Franco estaba completamente seguro de la victoria alemana, postura
que mantendría, aunque cada vez con menos convencimiento, hasta mediados de 1944. A
pesar de sus deseos de ajustar la política española a la nueva situación, no abandonó su
cautela habitual, y aún con la negativa alemana a reconocer y garantizar las pretensiones
españolas en lo que era el viejo sueño del Imperio Colonial, Franco no dudaba realmente
sobre quien se estaba convirtiendo en el dueño de Europa (Payne, 1987: 284), y por ello la
diplomacia española hizo un intento de separar a Portugal de su tradicional alianza británica,
para aproximarlo al Eje mediante un pacto militar con Madrid, que habría convertido a
Portugal en un satélite español. Salazar, a diferencia de Franco, era verdaderamente neutral y
rechazó firmemente la oferta, firmando en cambio un Protocolo adicional al tratado hispano-
portugués existente, que simplemente preveía la consulta mutua de Madrid y Lisboa en el
caso de una amenaza extranjera a la Península.
30
El 19 de julio Hitler hizo un ofrecimiento ante el Reichstag de paz dirigido hacia Inglaterra,
que Churchill rechazó sin titubear. Fue entonces cuando Hitler empezó a interesarse por la
entrada española en el conflicto, para asegurar el control de Gibraltar y estrangular así la
posición estratégica británica en el Mediterráneo y Oriente Medio. Dicha incorporación de
España a la guerra era temida por el Primer Ministro británico, Churchill, ya que su país ya
estaba sufriendo los bombardeos de la Luftwaffe, y una entrada española en la guerra podría
significar un duro golpe para sus defensas (Collado Seidel, 2012: 594; Ros Agudo, 2009: 36),
ya que a la pérdida de Gibraltar se sumaría que se cerraría el paso por el Mediterráneo, y con
ello una ruta vital para abastecer a las Islas. Para tratar de evitar que España entrase en el
conflicto en el bando del Eje, la política que llevaron a cabo desde las islas fue la de comprar
a importantes generales del ejército español (Tussel, 2007: 126-127), o conseguir el suficiente
petróleo y los imprescindibles aprovisionamientos como para que España tan sólo subsistiera,
pero no se rearmara. Gran Bretaña ofrecía alimentos a cambio de paz, por adelantado,
mientras que Alemania lo hacía a cambio de guerra y a posteriori. Pero a pesar de esas
actuaciones británicas por mantener a España neutral, se realizaron varios planes de ataque
por si Alemania invadía la Península. Para ello era necesario contar con la colaboración en la
política de Estados Unidos, algo que no fue muy difícil de conseguir, debido a que eran
mucho menos proclives a Franco que en las islas. Esa política británica con España más o
menos se mantuvo constante durante todo el conflicto.
En los últimos días del mes de julio, atravesó España un reducido grupo de inspección de
militares alemanes con objeto de determinar el plan, el personal y el equipo necesarios para
un posible asalto a Gibraltar (Operación Félix), y el 2 de agosto, el anciano y
ultraconservador embajador en Berlín, Magaz, que al menos tenía cierta aversión al nazismo,
fue sustituido por un ferviente pro-hitleriano, el general Eugenio Espinosa de los Monteros.
Dieciocho días más tarde, el gobierno español decretaba el servicio militar obligatorio de dos
años.
El Generalísimo y su consejero más influyente, Serrano Suñer, estaban totalmente
convencidos de la eventual victoria alemana, y al tiempo se daban cuenta de que España sólo
podría beneficiarse de la llegada del Nuevo Orden si entraba en la guerra a tiempo. No
obstante, temían involucrar a su país, débil y sin preparar, en el conflicto en tanto que Gran
Bretaña tuviera una capacidad de resistencia significativa. Mientras que por el momento
31
Alemania era casi autosuficiente, la economía española podía quedar totalmente destruida por
un bloqueo naval británico.
Para sobrevivir, incluso por un breve período de tiempo, sería necesario concretar las
garantías de una ayuda alemana sustancial (Payne, 1987: 284-285). Además, si se iba a
construir un nuevo imperio español a costa de las posesiones francesas en África
noroccidental (para lo cual el Estado Mayor español ya se estaba preparando planes de
contingencia desde junio), Alemania tendría que reconocer y garantizar las nuevas
adquisiciones desde el principio, algo que no se iba a mostrar dispuesta a hacer, aún cuando
esa ayuda española todavía podía tener valor para Hitler.
Con la convicción sobre la victoria en la guerra del Eje, España tuvo un grado muy alto de
tentación de subir al carro de los vencedores, para conseguir así sus propias aspiraciones
territoriales. Realizó para ello numerosos gestos pro-Eje, como los gestos de homenaje al
ganador y el cruce de la frontera de numerosos efectivos alemanes (Espadas Burgos, 1987:
105). Habría que recalcar que sería a lo largo de ese verano de 1940 cuando España
mantendría la iniciativa sobre su entrada en la guerra, y era Alemania quien no aceptó ese
ofrecimiento, dándole largas.
En los siguientes meses el interés español de entrar en la guerra iría disminuyendo, aunque no
se disiparía del todo (Tussel, 2007: 129). Paralelamente el interés alemán por que España
entrase en la guerra aumentó de forma exponencial, y por ello fue aumentando la presión para
que entrase en el bando del Eje. Cuando la presión alemana comenzó a ser asfixiante, se eligió
a Serrano, aunque no era ministro de Asuntos Exteriores, para que encabezara una delegación
especial española a Berlín, que partió el 13 de septiembre. Fueron los días en que mayor fue
el protagonismo de Serrano Suñer en la política española, y muy importante fueron sus viajes
a Alemania y a Italia en septiembre, que a continuación explicaremos. El posterior
nombramiento de Serrano como ministro no haría sino disipar las dudas en los Aliados acerca
de la aproximación que había tenido lugar entre España y el Eje.
32
El viaje de Serrano Suñer a Berlín
A finales del verano de 1940 sería cuando Hitler se replantease nuevamente la propuesta
española de entrar en la guerra que había rechazado no hacía tanto tiempo atrás. Gibraltar se
encontraba como telón de fondo en el giro que habían dado los acontecimientos para el
Führer, ya que ahora lo veía como un objetivo fundamental para tratar de derrotar a la Royal
Navy en su base clave del Mediterráneo Occidental (García Pérez, 1996: 17; Leitz, 2002: 109).
Por ello en agosto Alemania ultimó el proyecto de protocolo para España, en el que se recogía
la entrada de esta en la guerra, las ayudas económicas, la ayuda militar facilitada -mínima- y las
reivindicaciones. El protocolo entraría en vigor una vez que Italia diese el visto bueno a ambos
gobiernos, según una cláusula del mismo.
Realmente las verdaderas intenciones alemanas eran el conseguir una autorización de paso de
sus fuerzas aéreas por España para atacar Gibraltar (Yllán Calderón, 2006: 40), más que la
participación española en la guerra, debido a que no quería hacer promesas a España a costa
del Marruecos francés; necesitaba conservar la neutralidad del Ejército francés estacionado en
Marruecos, y esperaba que el gobierno del General Petain se convirtiese en aliado suyo, lo
que era incompatible con promesas a España que afectasen al Protectorado marroquí.
En septiembre el general von Richtofen llegó a España, con objeto de sondear a Franco sobre la
posibilidad de conquistar Gibraltar, ocupar Azores, Canarias y Cabo Verde (Operación Félix)
(Marquina Barrio, 1992: 177). Franco mostró su preocupación por entrar en una guerra larga, ya
que temía un posible bloqueo, a lo que el general manifestó que Alemania trataría de hacer frente
a esas necesidades, aunque era el propio Franco quien decidiría la entrada o no en la guerra.
Al tiempo, habían llegado a Franco informaciones sobre que la situación española comenzaba
a peligrar de cara al Eje, ya que Hitler se había cansado de la inacción española. Por ese
motivo, los alemanes se estaban preparando para entrar en España a través de Álava (Serrano
Súñer, 1996: 40). Si bien es cierto que los alemanes se encontraban relativamente cansados de
la posición española durante el conflicto, no estaban preparando ningún ataque a la escala que
comentaba el que iba a ser el Ministro de Asuntos Exteriores.
Oficialmente los españoles fueron invitados a una primera ronda de conversaciones para
atraerlos a su bando y que entrasen de forma activa en la guerra. El enviado a esa reunión fue
Serrano Suñer, por la desconfianza que sentía Franco hacia el que seguía siendo su ministro
de Exteriores, Beigdeber, y quien se postulaba así como el próximo Ministro de Exteriores
33
(Marquina Barrio, 1992: 177; Ros Agudo, 2009: 37-38). El 15 de septiembre de 1940 Serrano
partiría en tren, desde Madrid a Berlín, en un viaje cuyo objetivo sólo conocerían él y Franco.
Nada más llegar a Berlín, el día 16, las dos delegaciones mantuvieron una reunión,
encabezados por Serrano Súñer y por Ribbentrop, respectivamente. En dicha reunión, el
español expuso que España quería participar en la guerra, pero mostró su preocupación
porque necesitaban asegurarse el suministro de materias primas, y preparar a la opinión
pública, la juventud y el Ejército, y dos meses después de proponer la entrada en la guerra de
su país, aún no habían recibido una propuesta concreta con respecto a esas peticiones y ciertas
exigencias territoriales (García Pérez, 1996: 18; Marquina Barrio, 1992: 178). El ministro
alemán se alegró por la posibilidad de entrada en guerra de España y mostró conformidad con
las peticiones españolas, aunque hico caso omiso de ellas.
En principio la entrada española se iba a limitar a la toma de Gibraltar. A cambio de esa toma,
Serrano iba a exigir el Marruecos francés, el Oranesado, una ampliación de las posesiones de
Guinea Ecuatorial, e incluso llegó a reclamar la devolución de aquellos territorios limítrofes con
Francia que habían sido cedidos bajo imposición francesa en la Paz de los Pirineos de 1659, es
decir, el Rosellón y la Baja Navarra. Tras estas reclamaciones se encontraba el sueño de la
reconstrucción del Imperio Español, esta vez en África (Collado Seidel, 2012: 596). Estas
reclamaciones iban a parecerles excesivas tanto a los dirigentes alemanes como a los italianos.
Alemania tan sólo tenía intención de conceder a España en aquel momento una ampliación de la
zona del Protectorado, por lo tanto, todas estas reclamaciones desbordaban lo que estaban
dispuestos a ofrecer. Y es que, aunque Francia había sido derrotada, Alemania prefería no
humillar más al nuevo gobierno francés y mantener buenas relaciones con ellos, pues la seguían
viendo como a una potencia respetable, no como a España.
En esa primera reunión con Serrano, Ribbentrop también habló de algo que no iban a esperar
los enviados españoles, y era el precio a pagar por España a cambio de la ayuda que les iban a
prestar los alemanes, y ese precio era una de las islas Canarias y unas proposiciones
económicas que prácticamente convertían a España en una colonia alemana (Ros Agudo,
2009: 39). Dicha propuesta no podía ser aceptada bajo ningún concepto por Serrano, aunque
quedó el asunto en que lo hablaría con Franco. El resto de propuestas alemanas sí que fueron
aceptadas en líneas generales.
34
El ministro español señalará que su homólogo alemán les indicó con respecto al tema de la isla
de las Canarias que Alemania necesita contar de forma urgente con el archipiélago canario, al
menos para submarinos y aviones (Serrano Suñer, 1996: 40), obteniendo la citada respuesta
negativa por su parte. Los alemanes habían considerado que Canarias era una colonia española, a
lo que Serrano hubo de explicarles que era territorio nacional. Ribbentrop volvió a insistir en su
petición, pidiéndolo esta vez de forma temporal, obteniendo nuevamente una respuesta negativa
a su petición. Ribbentrop, descontento por como estaban marchando las negociaciones, volvió a
la carga, pidiendo en esta ocasión una fecha para que España se declare país beligerante, a lo que
recibe Serrano respondió que en ese momento era imposible, dada la situación de España.
Primera reunión con Hitler
Al día siguiente, el 17 de septiembre, tendría lugar la primera reunión de Serrano con Hitler,
al que hizo entrega de una carta de Franco. La reunión dejó claro el interés español en el
imperio norteafricano y la necesidad de ayuda de materiales. Por parte alemana, sin embargo,
se pretendía que España primero entrase en guerra, y luego, si se lo podían permitir, atender
las demandas españolas. Esta indefinición será el verdadero obstáculo que imposibilite el
entendimiento entre ambos países (Ros Agudo, 2009: 40). En la reunión, Hitler le habló de la
importancia estratégica de España y del papel que debía jugar en Europa. Serrano, firme en su
postura, declara la sincera amistad que les une con Alemania, pero le hace ver que la
intervención española en la guerra podría suponer un desastre final, con lo que había que revisar
las condiciones que exigían para su incorporación al conflicto (Serrano Suñer, 1996: 41).
A Hitler le contrarió la tozudez española y le quiso hacer notar a Serrano que la conquista de
Gibraltar no sería tan difícil como los españoles pensaban y que su colaboración no era tan
necesaria como para revisar las condiciones bajo las cuales podía luchar España al lado de
Alemania y entrar en guerra inmediatamente (Marquina Barrio, 1992: 178). A pesar de ello,
propuso una reunión con Franco en la frontera, convocándole a ella mediante una carta.
Una vez que concluyó esa primera reunión con Serrano, Hitler envió una carta a Franco, para
convocarle a la frontera y de paso aclararle todos los temas relacionados con el ataque y el
aprovisionamiento, pero en ningún punto mencionó el tema que más importaba al Caudillo, el
Imperio Colonial (Marquina Barrio, 1992: 178; Ros Agudo, 2009: 41). Franco se dio cuenta
entonces que la guerra sería larga, y, en respuesta a la carta de Hitler, volvió a reivindicar
nuevamente Marruecos. Y es que Franco quería sinceramente formar parte del Eje de forma
inmediata, ser el tercer socio, pero también quería contar con unos derechos claramente
35
reconocidos (Imperio colonial) y con los suministros de armas y alimentos garantizados. La
falta de uno de esos dos elementos, o ambos, iba a implicar que Franco no daría el paso de
entrar en la guerra. Eso era algo que ya sabía Serrano cuando partió a Berlín, pero Hitler
quería lanzar a España primero a la guerra y luego atender a sus demandas, si eso fuera
posible (Ros Agudo, 2009: 45).
Al concluir la reunión, Serrano también se pone en contacto con Franco mediante carta. Recibirá
las felicitaciones del Caudillo por como estaba llevando las negociaciones, insistiéndole en que
debe comentar a los alemanes que ellos fueron a la guerra después de años de preparación y
encontrarse bien armados, mientras que España venía de una terrible guerra y no tenían
preparación ninguna (Serrano Suñer, 1996: 41). También le insiste en la carta que con los
protocolos que se firmen hay que tener mucho cuidado, y leerlos en ambos idiomas.
De la entrevista de Serrano en Berlín hay que destacar que presentó la posición española en
términos que implicaban la necesidad de un reajuste de relaciones entre los dos países (Marquina
Barrio, 1992: 178). En ese periodo en Alemania, negociando la posible entrada de España en
la guerra, también se ganó la antipatía prácticamente toda la plana mayor del Estado alemán
(Serrano Suñer, 1996: 43), por su postura firme con respecto a negarse a entrar en la guerra, al
menos en ese momento y con la situación que se vivía en España. Y todo eso a pesar de su
reconocido sentimiento progermánico.
Los sucesos de Dakar y el cambio de actitud de Hitler
Mientras se estaban celebrando estas reuniones entre Serrano y los altos mandos en Berlín,
iban a tener lugar el 23 de septiembre de 1940 los conocidos como sucesos de Dakar. En esa
fecha, una escuadra inglesa atacó el puerto de Dakar, que se encontraba bajo la administración
de la Francia ocupada, y trató de desembarcar en el continente tropas de la Francia libre
(García Pérez, 1996: 20; Ros Agudo, 2009: 46-47). La plaza fue defendida con éxito por los
defensores petainistas, aunque sufrieron numerosas bajas.
Este suceso demostró que Hitler podía confiar en Vichy para defender el imperio colonial
francés, y empezó a manejar una nueva estrategia en estas nuevas circunstancias. Esa nueva
estrategia sería una gran coalición contra Gran Bretaña, compuesta por Italia, Alemania,
Francia y España. En caso de acceder Francia a esta coalición, sus condiciones de paz serían
mucho más suaves, por lo que las peticiones españolas en territorio africano quedarían
relegadas a un segundo plano, aunque este detalle no se le comentaría a Franco. La nueva
36
política de Hitler sería, por tanto, la de embaucar a Franco en un gran engaño para que
consintiera la operación contra Gibraltar a cambio de escasos beneficios. Por lo tanto, el tema
de Dakar se cruzó de forma muy inoportuna en las negociaciones entre Franco y Hitler,
torciéndolas de manera irreversible.
Tercera conversación de Serrano con Ribbentrop y segunda con Hitler
Al día siguiente de los Sucesos de Dakar, el 24 de septiembre, iba a tener lugar una nueva
conversación entre Serrano y Ribbentrop. En ella Serrano pudo comprobar el cambio de
rumbo de la política germana, ya que no pensaban en desarmar la Francia de Vichy ni con ello
sus colonias, sino más bien al contrario, temiendo una posible acción británica. Eso iba en
claro perjuicio de los intereses españoles en la zona del Norte de África. En cuanto a la
pretendida relación militar Tripartita España-Alemania-Italia, donde se fijaría la entrada en la
guerra mediante una cláusula secreta, Ribbentrop pretendía formular un Protocolo, mientras
que Franco y Suñer querían un acuerdo redactado con extraordinario cuidado, con especial
ahínco en las futuras cesiones africanas a España.
En la reunión que mantuvieron Serrano y Hitler no se consiguió ningún tipo de avance sobre
ningún tema, más allá de mostrar el Führer la necesidad de establecer bases aéreas en las islas
occidentales de África (las islas Canarias) para evitar el peligro de incursiones británicas (Ros
Agudo, 2009: 50-52) y Serrano tratando de desviar la atención hacia las islas portuguesas.
Serrano acogió la idea de una conversación personal entre Hitler y Franco como la única
solución a los problemas que habían surgido durante el transcurso de las entrevistas en Berlín, y
esa reunión tendría lugar al mes siguiente. El ministro no iba a poder volver a España con la
garantía sólida de una firma de Hitler sobre el hipotético nuevo Imperio colonial español.
Pocos días después se reunirían Hitler y Mussolini, con el telón de fondo del ataque a Dakar y
como tratar de evitar nuevos posibles sustos, además de contar con la colaboración de Francia
en la defensa del territorio en el norte de África. Hitler pretendía ahora una alianza europea
(España, Francia, Italia y Alemania) contra Inglaterra (Marquina Barrio, 1992: 179-180), pero
para ello era necesario rebajar las pretensiones españolas, ya que también había que contentar
a Francia. Mussolini se mostró de acuerdo y en la posterior reunión que mantuvo con Serrano,
antes del regreso de este a España, le hizo ver que estaban de acuerdo en la reclamación de
Gibraltar (García Pérez, 1996: 22), pero que para el resto de reclamaciones habría que esperar
a la firma de un Tratado de Paz. Serrano regresó muy molesto a España por el reciente cambio
de actitud de Hitler.
37
En todas esas últimas entrevistas, desde el ataque a Dakar, los alemanes no hicieron ninguna
propuesta de ataque militar conjunto. Habían desechado la posibilidad de ataque conjunto a
Gibraltar. Mussolini, por su parte, consideraba que la no-beligerancia española era más
ventajosa que una hipotética intervención en la guerra. En la reunión de octubre entre Hitler y
Mussolini, se determinaba que España pasaba a ser un aliado no-militar del Eje.
Una vez que concluyeron las negociaciones en Berlín, Serrano Suñer volvería a España el 5
de octubre, y a su vuelta sería nombrado Ministro de Asuntos Exteriores. Mientras, la
posición alemana sería dura (Serrano Suñer, 1996: 43), insistiendo en que España pasase de la
no beligerancia a la beligerancia, y por ello propusieron una reunión entre Franco y Hitler,
para acercar posturas. Esa reunión parecía inevitable, debido a la imposibilidad de acercar
posturas entre Suñer y los altos cargos alemanes.
El que sería siguiente ministro volvería de Berlín sin lograr un acercamiento con Alemania (se
había producido negociaciones, pero las posiciones eran distantes), y tampoco había
conseguido de los alemanes el reconocimiento de las exigencias y peticiones españolas para la
entrada en la guerra, pues no consiguió que estos firmasen ningún documento en el que se
reflejasen tales exigencias.
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3.2.2. Reajuste de las relaciones hispano-alemanas
Tras la reunión que habían mantuvieron en Brennero Hitler y Mussolini en los primeros días
de octubre, comenzó a tomar forma la idea en el alemán de formar una gran coalición europea
contra Gran Bretaña, y ahí comenzaba a adquirir importancia la idea de que España entrase
finalmente en guerra.
Debido al agradecimiento y la admiración que sentía Franco por Hitler, se terminó acordando
una reunión personal entre ellos para finales de mes, con objeto de tratar esa hipotética
incorporación española a la guerra. Pero conforme habían ido avanzando las semanas y la
única respuesta que había obtenido a su propuesta de entrar en guerra habían sido moratorias
alemanas, el interés por parte del régimen por intervenir en la guerra se iba a ir enfriando. En
el momento en que se iba a producir la entrevista, tan sólo un vuelco en las negociaciones,
con Hitler aceptando las imposiciones de Franco, podría haber hecho a este replantearse la
opción de participar en el conflicto, pues para entonces, ya había perdido el interés.
Finalmente la reunión, único encuentro personal de ambos, iba a quedar fijada para el 23 de
octubre en la localidad fronteriza de Hendaya, justo tres días después que Heinrich Himmler
realizase una rápida visita a Madrid, en la que terminaron de acordar esa entrevista.
Este encuentro tendría lugar justo entre las reuniones que Hitler iba a realizar con Pierre Laval
(vicepresidente del gobierno francés) el día 22 y con Petain el 24, ambas en Montoire
(Espadas Burgos, 1987: 112; Payne, 1987, 287). Según el contenido de esta reunión en
Mostoire, Hitler podría tomar una u otra postura al día siguiente, en la reunión que tendría con
Franco.
En la reunión del día 22 Hitler hizo ver al vicepresidente que si Francia participaba
activamente en la caída de Gran Bretaña, su país prácticamente no se resentiría en el Tratado
de Paz, aunque su imperio colonial si sufriría alguna pequeña modificación (en alusión a
España) (Ros Agudo, 2009: 53-54). Francia no dio una respuesta negativa a Hitler, lo que sin
duda le pareció muy positivo.
La entrevista de Hendaya
Después de la reunión con Laval, Hitler partió a Hendaya, donde se iba a reunir con Franco al
día siguiente. Por su parte, previamente a la reunión de Hendaya, Franco había nombrado una
Junta de tres generales (Valera, Vigón y Muñoz Grandes) en caso de que le pasase algo, ya
que temía un secuestro de Hitler, como el que había hecho de Carlos IV Napoleón.
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Alrededor de las tres de la tarde del día 23 llegó a la estación de Hendaya el tren oficial de
Hitler, el Erika, desde París. Franco, por su parte, llegó unos minutos más tarde, proveniente
de San Sebastián. Una vez que ambos líderes políticos fueron presentados, se produjeron dos
reuniones, con una larga pausa entre ambas, y en total estas se extendieron por espacio de
unas ocho horas. De esta entrevista existirá una particularidad (Ros Agudo, 2009: 55), y es
que las actas oficiales alemanas (por lo general, siempre mucho más fiables que las españolas)
se interrumpieron en algún momento de la primera parte de la entrevista, no conservándose
nada de la segunda parte, mientras que las españolas se fechan tres días más tarde,
supuestamente para dar una imagen de mayor firmeza de Franco ante los alemanes.
La primera entrevista entre ambos tuvo lugar en el tren especial del Führer, y en la primera
intervención de Franco, este expresó su agradecimiento a la ayuda alemana en la Guerra Civil,
su solidaridad ideológica con el Eje, para a continuación hablar sobre el tema realmente
importante, la preparación para la entrada de España en la guerra. En su intervención expuso
la difícil situación que atravesaba el país y presentó lo que iba a ser la lista estándar de
peticiones territoriales y económicas españolas para entrar en el conflicto, abduciendo a la
dificultad que tenía para él y su país entrar en el conflicto. A pesar de esas dificultades que
señalaba el Caudillo (García Pérez, 2000: 310; Payne, 1987: 288; Ros Agudo, 2009: 57-59), si
en aquel momento Hitler hubiera garantizado el control español de la mayor parte de África
noroccidental, España habría entrado en la guerra, ya que es que este había sido el sueño de
los expansionistas españoles, durante cuarenta años, y pocas ambiciones eran más queridas
para Franco que el dominio de todo Marruecos y la zona de Orán.
A continuación de Franco tomó la palabra Hitler, y aunque las actas españolas indiquen que
se mostró intimidante en su intervención, haciéndose ver el dueño de Europa, realmente no se
mostró de tal forma. Hitler habló sobre dos temas concretos. Por un lado, de porqué aún no
había derrotado a Inglaterra y sus planes para el futuro, además de mostrar su preocupación
sobre el movimiento de resistencia que alentaba el general De Gaulle desde las islas
británicas, temiendo que este prendiese en las colonias francesas en África. En segundo lugar,
habló del tema que les había llevado a reunirse, que era la firma de un acuerdo hispano-
alemán que estableciese una firme alianza de España con el Tercer Reich, en el seno del Pacto
Tripartito, de manera que España pudiese entrar en el conflicto (Espadas Burgos, 1987: 113-
115) en el momento previsto por Alemania, previsiblemente febrero del año siguiente.
40
Aunque en aquel momento aún Franco no lo sabía, en el transcurso de esa primera parte de la
entrevista vio como las prioridades alemanas en las últimas semanas habían cambiado a favor
de Francia, y por lo tanto en contra de España. Hitler había decidido dar prioridad a una nueva
alianza con lo que quedaba de la Francia de Vichy (diciendo en privado que no tenía sentido
enemistarse con Vichy entregando el territorio colonial francés a un país que no podía
defenderlo) (Payne, 1987: 288). En el transcurso de la reunión le diría a Franco que, dada la
necesidad de atraerse a Francia, no podía ofrecer a España ninguna garantía por escrito en
aquel momento (Ros Agudo, 2009: 61-63). Franco, aunque disgustado por ello, siguió
escuchándole, haciendo hincapié en la falta de preparación de su país para entrar en la guerra.
En su intervención también declaró que no creía probable la por los alemanes temida
intervención británica en las Canarias.
Habían transcurrido unas cuatro horas de entrevista entre ambos líderes y la situación se había
ido tensando progresivamente, sin llegar a ningún tipo de acuerdo, por lo que se decidió
realizar una prudente parada para cenar y más tarde volverían a negociar.
Las principales diferencias en las negociaciones habían suscitado en la ayuda que Alemania
debía entregar a España, ya que los primeros proponían un volumen bélico para una acción
contra Gibraltar, mientras que los segundos pretendían asegurar el territorio nacional ante un
previsible ataque británico. La escasez de alimentos española supuso otra diferencia, ya que
Alemania no se encontraba en condiciones de cubrir las necesidades españolas (García Pérez,
2000: 311). Pero el mayor punto de disidencia se encontró en las garantías territoriales
demandadas por Franco, ya que entregar los territorios demandados por España le hubiera
supuesto a Alemania abrir una crisis con Italia, además de ir en contra de sus propios intereses
y los de la Francia de Vichy, un aliado mucho más interesante que una debilitada España para
una Alemania que no quería perder su apoyo en la lucha contra Gran Bretaña (Collado Seidel,
2012: 597), ya que las colonias africanas se mantenían fieles al gobierno de Vichy y era un
territorio era de gran valor estratégico para el Eje.
A la vuelta a las negociaciones, la negativa de Franco cada vez era más profunda y Hitler cada
vez se encontraba más fuera de sí. Finalmente, pasada la media noche, la reunión se dio por
finalizada, con Hitler haciendo alusión a que se entenderían en Montoire (la reunión del día
siguiente con Petain). Hitler se había encontrado con un negociador terco y correoso, que no
había estado dispuesto a tragarse su gran engaño, pero es que el Führer ya contaba con una
41
merecida fama de incumplir sus compromisos, incluso cuando estaban escritos (Ros Agudo,
2009: 66).
En dicha reunión se repitieron los argumentos que ya habían esgrimido anteriormente ambas
partes, con Franco insistiendo tozudamente en que se reflejase por escrito el botín de guerra
que le correspondería a España una vez finalizada la contienda (Collado Seidel, 2012: 597-
598; García Pérez, 2000: 311). Hitler, por su parte, no estaba dispuesto a reflejar bajo ningún
concepto por escrito lo que España pedía como compensación por entrar en la guerra. Esa
diferencia de pareceres se presentaría como una hábil estrategia negociadora de Franco para
no entrar en beligerancia.
A pesar de que las partes cada vez parecían más irreconciliables, Ribbentrop presentó un
protocolo secreto, para su firma, que era un documento de seis artículos; un preámbulo
introductorio a los acuerdos de disposición española a adherirse al Pacto Tripartito y a su
ingreso en el Pacto de Acero, que la entrada efectiva en la guerra quedaba aplazada con fecha
indeterminada que sería fijada entre las tres potencias, las compensaciones territoriales que
obtendría España por su beligerancia, y por último, el compromiso de conservar un estricto
secreto sobre lo tratado (García Pérez, 1996: 24). La primera reacción española fue negarse a
firmar el protocolo debido al artículo quinto, el de las compensaciones territoriales. Durante la
noche Franco, y Serrano improvisaron otro protocolo, que fue rechazado por Alemania
(Espadas Burgos, 1987: 116; 118; Serrano Suñer, 1996: 48).
Finalmente, y con muchas reticencias, para seguir ganando tiempo en su política de estar
dentro pero no precipitar los acontecimientos, el gobierno español se suscribió al protocolo
presentado por los alemanes., mediante el cual se consideraba que España se adhería al Pacto
de Acero germano-italiano y se comprometía a entrar en el Pacto Tripartito y también a entrar
en la guerra contra Gran Bretaña en una fecha no especificada que determinaría el gobierno
español después de consultar con Alemania e Italia, mientras que las potencias del Eje, por su
parte, le compensarían con Gibraltar y declararon que tendrían en cuenta las aspiraciones
españolas en la reorganización del reparto colonial en África una vez alcanzasen la victoria en
la guerra. España era, desde ese momento, un miembro político del Eje a todos los efectos
(Collado Seidel, 2012: 598; García Pérez, 1996: 24; García Pérez, 2000: 310; Sánchez
Jiménez, 2004: 290), aunque ese protocolo carecía de fuerza efectiva y no vinculaba a España
con ninguna fecha concreta de entrada en la guerra.
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El gobierno español había considerado que con esa adhesión fortalecería su posición
negociadora, y que conseguirían modificar el artículo quinto. Eso sí, España tenía una baza
negociadora irreductible, y era el de hacer efectivos todos los compromisos adquiridos, que
era el de decidir la fecha de entrada en la guerra.
Aunque era un miembro efectivo del Eje, según Juan Pablo Fusi, España no había contraído
un compromiso irreversible, y a partir de ahí la posición española iría haciéndose más firme,
aunque la presión alemana e italiana fue considerable, llegando incluso a enviarle Hitler una
carta a Franco en febrero de 1941, recordándole su ayuda durante la Guerra Civil.
Más tarde, y pese a la firma de este protocolo secreto, Hitler se mantuvo impasible frente a las
peticiones españolas (consideraba a Gibraltar la única razonable), sin renunciar Alemania a
sus intereses en la zona. Ante ello, España mostró su negativa a participar en los planes
mediterráneos alemanes (Huguet, 2003: 497), lo que provocó un enfriamiento en las
relaciones entre ambos países. Al tiempo, con el fin de que España superase su etapa de no
beligerancia, Gran Bretaña y Estados Unidos iban a tratar de contrarrestar la influencia italo-
alemana en España.
Hasta el momento en que se produjo la famosa entrevista en Hendaya parece ser que Franco
había tendido la ingenua convicción de que Hitler era un gran líder favorable a España,
mientras que todos los obstáculos se debían a ciertos subordinados mediocres o mal
intencionados. La negativa de Hitler a acceder a las peticiones españolas le irritó, pero aún así
tenía que admitir que, dada la necesidad de atraerse a la Francia de Vichy, Hitler no podía
reconocer al mismo tiempo las demandas territoriales españolas (Payne, 1987: 288).
Dados los intereses que ambas partes tenían con respecto a su postura antes de la entrevista,
esta sólo podía abocar a un resultado dilatorio, aunque el gobierno franquista continuaría
empeñado en participar en la guerra. Estudios recientes han señalado también que por
entonces Franco ya sabía que Hitler no accedería a sus pretensiones territoriales y que la
guerra, como parecía demostrar la Batalla de Inglaterra, sería más larga de lo previsto (Yllán
Calderón, 2006: 40). A partir de entonces, Franco pospondría sine die la entrada en el
conflicto, aunque España se mantuvo próxima tanto a Italia como a Alemania.
La entrevista de Hendaya no dejó satisfecha a ninguna de las dos partes, y es bien conocida la
negativa opinión que Hitler se llevó de Franco. En España, esta entrevista fue vendida por la
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propaganda del régimen sobre el momento en que Franco resistió estoicamente la presión de
Hitler por entrar en la guerra.
Pero la realidad era otra, y esta era que Hitler se marchó de la localidad ferroviaria habiendo
conseguido del gobierno español un compromiso como el que jamás consiguió, por ejemplo,
de la Francia de Vichy; España estaba firmemente del lado alemán, mediante la firma de un
protocolo que comprometía la entrada española en la guerra, aunque sin fecha fija (García
Pérez, 1996: 25; Tussel, 2007: 130). Aunque en dicha entrevista se vivieron momentos de
bastante tensión entre los dirigentes, el momento real en que Alemania apretó a España para
que estos entraran en la guerra no fue tras la misma, sino que tendría lugar a finales de año.
Tras la entrevista, Franco se dio cuenta que Alemania ofrecía prácticamente nada a cambio de
mucho, y que tampoco ofrecía ninguna seguridad para las reclamaciones españolas.
Berchtesgades. Cita en los Alpes
Un acontecimiento el 28 de octubre hizo que la beligerancia española volviese a cobrar
importancia para Alemania. Ese acontecimiento fue el fallido ataque italiano contra Grecia, en
el que Alemania tuvo que acudir en su rescate. La guerra había trasladado su escenario al
Mediterráneo, en donde la importancia española aumentaba considerablemente. La operación
contra Gibraltar volvió a ser por ello reconsiderada (García Pérez, 1996: 25). Resurgiría de
esta forma la Operación Félix, la cual si Hitler quería realizarka, debía hacerse con bastante
premura, a inicios del año siguiente, ya que los primeros movimientos debían tener lugar
antes del final de año. Para poder afrontar con éxito esta misión era imprescindible que
España tomase una decisión definitiva y decidiese entrar en la guerra.
Por esos motivos Hitler iba a convocar una nueva reunión con España en Berchtesgaden, a
mediados de noviembre, tan sólo unas semanas después de fracasar la entrevista de Hendaya
y poco después de estampar España su firma en el Protocolo de Viena (11 de noviembre), con
objeto de seguir tratando la situación de ambos países y fijar una fecha para la entrada
española en la guerra (Ros Agudo, 2009: 70). El miembro del gobierno español encargado de
defender los intereses españoles iba a ser nuevamente Serrano (Collado Seidel, 2012: 598).
Antes de acudir a dicha reunión, el gobierno del régimen mantuvo otra de emergencia, en la
que estuvieron presentes los tres ministros militares, Franco y el propio Serrano (Serrano
Suñer, 1996: 49). En la reunión de emergencia del régimen tenían claro que la entrevista podía
representar la entrada inmediata en la guerra, y por ello había que preparar una estrategia
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adecuada para no asumir dicho compromiso si no eran satisfechos de forma previa: las
reivindicaciones territoriales debían ser garantizadas de forma previa y por escrito, era
necesaria también ayuda para afrontar la guerra, tanto de militares como de suministros para
alimentar a la población (García Pérez, 1996: 26). Si esas pretensiones no eran satisfechas,
acordaron que en Berchtesgaden Serrano se mostrase amable, pero también debía dar largas
sobre la propuesta de entrada de tropas alemanas en España con dirección a Gibraltar.
España no podía entrar en guerra en la situación que se encontraba el país en esos momentos,
por lo tanto, lo que necesitaba era ganar tiempo, entre otras cosas, también para fortalecer sus
condiciones como beligerantes.
En la reunión, Hitler afirmó que en cuanto España entrase en la guerra, Alemania le
proporcionaría todos esos elementos que necesitaban. Después de realizar esta afirmación,
Serrano pasó al asunto que realmente preocupaba al Caudillo, que no era otro que el asunto
territorial. En ese punto no se llegó a un acuerdo, diciendo el Führer que España no debía
preocuparse en ese aspecto, ya que en cuanto consiguieran cerrar el Mediterráneo, se harían
con sustanciosos territorios (Ros Agudo, 2009: 71-72). Pero no dejó constancia de ello por
escrito a Franco en la carta que debía enviarle días después, para confirmar los acuerdos, lo
que llevó a convencerse que sus aliados no querían garantizarle sus conquistas coloniales, por
lo que dejó de sentirse comprometido para entrar en la guerra.
El encuentro con Hitler lo narrará el ministro de Asuntos Exteriores español indicando que el
Führer comenzó haciendo su tradicional discurso triunfalista, a lo que respondió Serrano con sus
buenos deseos en pos de la victoria alemana y la amistad que unía a ambos países, recordando la
situación límite que se vivía en España como consecuencia de la reciente Guerra Civil. Fue
entonces cuando, cuenta el ministro español, es la primera vez que vio a Hitler como un ser
humano (Serrano Suñer, 1996: 50-52), pues se derrumbó ante la descripción de la situación
española, y por ello comunicó a sus ministros que habría que esperar a otro momento para ver a
España en la guerra.
De Berchtesgaden las partes salieron sin que se hubiera producido ningún tipo de
entendimiento, ya que entre otras cosas Hitler no iba a revelar a Serrano el contenido de la
directiva 18 (Operación Félix), y aunque se mostraba conforme con las reclamaciones
españolas, no estaba en condiciones de garantizarlas, además de exigir a Franco una respuesta
inmediata con el momento de la entrada en guerra (que no tendría lugar allí).
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En cualquier caso, de esta reunión se puede extraer que los alemanes no se fiaban de España
como aliado, con motivo de las largas que daba para entrar en la guerra (Collado Seidel, 2012:
598) y por la situación interna que se vivía en el país y con el descontento que había,
especialmente en las filas de los militares con el poder de Serrano y de Falange dentro del
régimen.
Canaris, el No de Franco y nuevas presiones
Los últimos meses del año fueron en los que Alemania ejerció una mayor presión, buscando
hacer efectiva la entrada española en la guerra. Uno de los pasos más importantes que dio
Hitler con respecto a ese tema fue el de enviar a Wilhem Canaris, jefe del servicio de
información militar a Madrid, con objeto de arrancarle a Franco una fecha concreta para el
ataque a Gibraltar. La reunión de Canaris con Franco se produjo el 7 de diciembre de 1940.
Para aquel momento, aunque su compromiso con el Eje seguía siendo firme (Espadas Burgos,
1987: 118), el alto mando español había decidido dar largas al asunto, y ahora había que
exponer las reticencias españolas a intervenir en el conflicto ante el enviado alemán,
dramatizando sobre la situación en la que se encontraba el país.
Canaris expuso el plan que había diseñado Hitler y la importancia que la Península y el
gobierno español tenían en él. Lo que el enviado alemán explicó al gobierno español es que
las tropas alemanas atravesarían la Península el 10 de enero, entrando España en guerra, y que
desde ese mismo momento, empezaría a enviar a España la ayuda económica. Franco no se
anduvo con rodeos y le comunicó su negativa, ya que el plazo fijazo por los alemanes era
totalmente insuficiente (Ros Agudo, 2009: 73-74) para preparar al país. Con su habilidad
propia, hizo ver que esa negativa no solo era buena para España, sino que también para el
Reich, ya que en caso de ser una guerra larga, España sería más un lastre que otra cosa para
Alemania, al no encontrarse el primero preparado para entrar en conflicto. En el trasfondo de
esa negativa a participar en la guerra se encontraban, como siempre, las diferencias en las
exigencias españolas y las ofertas alemanas, siendo las exigencias territoriales de Franco la
principal fuente de disidencia (Leitz, 2002: 109). Canaris transmitió la conversación a Berlín,
incluyendo el detalle que Franco habría dicho acerca que España solo podría entrar en la
guerra en su fase final, algo que no sentó nada bien a Hitler.
A pesar de esa negativa española, Hitler iba a ordenar a Ribbentrop que hiciera un último
intento para que España se decidiera a entrar en la guerra, recordándole los favores pasados
(Ros Agudo, 2009: 76) y en agradecimiento a quien debían la legitimidad de su régimen. Ese
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último intento se produjo en los últimos días de enero, en una reunión con Stohrer, en la cual
le dijo que si no entraba en la guerra es que dudaba de la victoria del Eje. Franco se siguió
escudando en la preocupante situación de alimentos que vivía el país y negó que no confiase
en la victoria del Eje.
Antes de acabar el año la Operación Félix (tres días después de la reunión de Franco con
Canaris, que tuvo lugar el 7 de diciembre) sería anulada, pues como declararía Goebbels
Franco no se estaba moviendo y Alemania no se encontraba en condiciones de desplegar
operaciones en contra de los deseos del régimen, pues consideraban a España como un
escenario secundario de la guerra. Aún no se sabía, pero la que fue denominada como
Operación Barbarroja se estaba poniendo en marcha por parte alemana, lo que priorizaba esa
acción sobre cualquier otra en la guerra.
Bordighera, sin resultados
Tras las reiteradas negativas españolas a entrar en el bando del Eje en la guerra, a Hitler le
quedaba un último cartucho para tratar de convencer a Franco. Ese cartucho era que
Mussolini tratase de convencerle, en pos de su buena relación. Con esta decisión, Hitler
además estaba dejando la hegemonía del Mediterráneo en manos de Italia (García Queipo,
1996: 94). Para tratar su posible incorporación a la guerra fue convocado el gobierno español
a una reunión en Bordighera, cerca de Génova. A la reunión acudirían por parte española
Franco y Serrano Suñer, mientras que por la de italiana lo haría Mussolini, encontrándose
Ciano ausente por estar en Grecia. La reunión se celebraría el 12 de febrero de 1941.
Dos semanas antes de esa reunión, Hitler había enviado una carta a Franco en la que le
cuestionaba sus razones, atacaba sus desmesuradas pretensiones coloniales (Ros Agudo,
2009: 77) y por último criticaba la actitud precavida y titubeante del general.
En la reunión, un Mussolini mucho más preocupado por la suerte de sus hombres en Grecia, a
diferencia de cómo había actuado anteriormente Hitler, no haría alusión alguna acerca de la
ayuda prestada durante la Guerra Civil. Il Duce mostró la seguridad que tenía de que el Eje
alcanzase la victoria final (Espadas Burgos, 1987: 119-120; Ros Agudo, 2009: 76),
haciéndole ver al tiempo a Franco que España no podía permanecer al margen de un conflicto
que ya consideraba ganado por parte de su bando. La neutralidad, trataba de explicarle,
significaba perder las ventajas de unirse a los vencedores. Franco, por su parte, retomaría los
argumentos que ya había expuesto con anterioridad en Hendaya: no se negaba en ningún caso
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a colaborar militarmente con el Eje, sino que simplemente la economía del país necesitaba
suministros de trigo y gasolina, los cuales, hasta ese momento, eran proporcionados por los
Aliados, los cuales, en caso de entrar en guerra, serían embargados. Además, como siempre,
expuso el tema de revisar las concesiones territoriales del Norte de África.
Il Duce se mostró desanimado, en parte por los sucesivos fracasos de su país, en parte porque
se había dado cuenta que tratar de convencer a Franco era como hablar con una pared, no
habría forma de convencerle para entrar en la guerra (García Pérez, 1996: 28). Mussolini se
resignó, ya que no había sido capaz de convencer a Franco para formar parte del Eje.
La respuesta de Franco a la citada carta de Hitler tendría que esperar hasta después de la
reunión en Bordighera, concretamente al día 20. En la respuesta a la carta, Franco ponía punto
final al intercambio epistolar entre ambos, denunciando el Protocolo de Viena y
considerándose desvinculado de los acuerdos alcanzados hasta entonces, aunque mantenía su
lealtad al Eje y manifestaba su firme creencia en el enemigo común británico (Ros Agudo,
2009: 78-79). Con la carta se ponía punto final a las opciones de entrar en guerra, y no se
entraría no por falta de voluntad, sino por no ofrecérsele las garantías necesarias para un
imperio colonial. Esta fue la gran piedra en el camino que imposibilitó la participación
española en la guerra, el imperio colonial, el resto de ayuda eran cosas secundarias.
Las diversas reuniones que habían mantenido las tres partes no habían hecho sino demostrar
que una entrada española en la guerra podría crear más problemas de los que podía solucionar
al bando del Eje. Esa postura se haría especialmente patente una vez que Hitler se demostró
que había centrado su ofensiva en el futuro ataque a la Unión Soviética. La opción de realizar
un ataque a Gibraltar solo le tentó durante un breve espacio de tiempo entre el verano de 1940
y finales de ese invierno (Ros Agudo, 2009: 80). Después de esos pocos meses, ya no
encontraba sentido al ataque, de ahí a que la última vez que insistiera, mediante carta, a
Franco fuera durante el mes de enero de 1941, y a través de Mussolini en la reunión que tuvo
lugar en Bordighera el mes siguiente.
Mayo de 1941: La última tentación
Después de aquella reunión del mes de febrero de 1941, la posibilidad de que España entrase
en la guerra fue mínima, (Tussel, 2007: 132), bien porque Hitler fijó su punto de vista en el
Frente Este, bien porque España alegaba el retraso sufrido por su país, aunque el verdadero
motivo era porque no se le garantizaban sus reclamaciones territoriales. El verdadero interés
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del Reich en España radicaba en las materias primas que pudiesen exportar, ya que era vital
para su maquinaria de guerra.
Pero esa mínima posibilidad de entrar en la guerra pudo haberse materializado en una última
ocasión, a lo largo de la primavera de ese mismo año. En aquel momento, antes de la invasión
a la Unión Soviética, España mantenía un cierto optimismo sobre la evolución del conflicto
en favor de los intereses del Eje. Ante ese hecho, el Estado Mayor de la Armada el último día
del mes de abril cursó órdenes secretas hacia todos los mercantes españoles que fueran a
encontrase en aguas internacionales en las semanas siguientes, en caso de que se confirmase
la entrada de España en la guerra. Esas órdenes indicaban que debían volver lo más
rápidamente posible a España, para evitar caer en manos británicas, ya que la flota era
indispensable para la supervivencia económica de la nación (Ros Agudo, 2009: 81). Sería la
última vez que Franco sopesase la posibilidad de entrar en la guerra.
Este último intento no era ni mucho menos un órdago del gobierno español, y por ello Serrano
iba a responder a Ciano en junio sobre su propuesta de unirse al Pacto Tripartido, que como
esta era una declaración abierta de guerra, se temía una ocupación de al menos una de las Islas
Canarias y el bloqueo del país, por lo que era imprescindible que se reconocieran por escrito
las garantías territoriales y ayudas económicas. En cuanto eso sucediera, él volaría a Roma a
fijar los detalles de la entrada española en la guerra. En la reunión que mantuvieron el día 15
Ciano y Ribbentrop, se observó el nulo interés alemán por ofrecer ningún incentivo a España
para que entrase en la guerra, pues aunque en ese momento no era conocido, estaban
ultimando el ataque a la Unión Soviética.
Gran Bretaña, por su parte, durante los primeros meses del año había tratado de mantener su
cautelosa dirección de las relaciones económicas y diplomáticas con España, llegando a
firmar el 7 de abril un nuevo Acuerdo de Préstamo Suplementario, que ampliaba los créditos
para importaciones a la Península. Al tiempo, Londres intentaba involucrar a Estados Unidos
en esta política de atracción, aunque sin el éxito deseado (Payne, 1987: 293-294), ya que al
otro lado del Atlántico eran más contrarios a la figura de Franco.
A finales de abril cundiría la alarma en Londres ante la posibilidad de una entrada alemana en
la Península, o de que Franco se decidiera finalmente a entrar en la guerra. Ante ello,
Churchill ordenó el 23 de abril que se preparase una fuerza expedicionaria que estuviera lista
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para embarcar en 48 horas para tomar las islas portuguesas (Azores y Cabo Verde) si la
Península caía bajo control del Eje.
A las pocas semanas de este último intento español por entrar en la guerra, Alemania iniciaba
la Operación Barbarroja, por lo que el interés ante esta petición de entrada en la guerra quedó
relegada a un segundo plano. A partir de entonces no se volvió a pensar en el tema de la
beligerancia por parte del gobierno español (Ros Agudo, 2009: 82-83; Tussel, 2007: 133), si
se excluye el envío de la División Azul a combatir al Frente Este.
Con la expansión del conflicto (tanto hacia la Unión Soviética como con la entrada de los
Estados Unidos) en los siguientes meses, España vio como su oportunidad de entrar en la
guerra había pasado. Con la globalización del conflicto sería hora de mantener buenas
relaciones con sus aliados, ayudarles en el Frente Este, y permanecer expectantes en el resto
de la situación internacional.
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3.2.3. Cambio en el teatro principal de operaciones. El Frente Este
Con el tema de la entrada española en la guerra aparcado, se produjo un distanciamiento en
las relaciones hispano alemanas y un enfriamiento en el interés español por alinearse de forma
más resuelta con el Eje. A ese hecho ayudó que el 22 de junio tuvo lugar un cambio en el
lugar de las operaciones, con la ofensiva de la Operación Barbarroja sobre la Unión
Soviética. Ante esta actuación alemana, España había pasado a ser considerada como un
objetivo secundario del conflicto.
Sin embargo, este ataque a la Unión Soviética hizo resaltar sentimientos anticomunistas entre
los falangistas. Como Franco no tenía intención de declarar la guerra a la Unión Soviética
(Payne, 1987: 295), Serrano Suñer y la Falange aprovecharon esta ofensiva para participar en
la guerra, sugiriendo la formación oficial de una División Azul de voluntarios de Falange para
luchar del lado de los alemanes en el frente ruso, y de paso, poder tomar parte del reparto del
botín en caso de victoria, que era un tema que preocupaba bastante al régimen. No querían
llegar tarde, como le había pasado a Italia o a ellos mismos en la caída de Francia. Esta
propuesta fue finalmente la aceptada por el gobierno.
En ese verano de 1941 se alcanzó el punto culminante del sentimiento bélico en favor de
Alemania. España intervendría en la guerra, pero lo haría sin declaración de guerra mediante,
por temor al bloqueo económico al que podían someterle los países aliados. Poco tiempo
después de decidir ser partícipes en el Frente Este, Franco hizo un discurso en su alocución
anual al Consejo Nacional, en el que se mostró notablemente imprudente en sus palabras, con
una clara orientación en sus palabras a favor del Eje, en el que atacó a los Aliados, de los que
dijo que habían perdido la guerra. Ese discurso no sentó nada bien entre esas potencias
(Marquina Barrio, 1992: 186-187). Gran Bretaña estuvo cerca de entrar en conflicto con
España, y Estados Unidos decidió suspender momentáneamente el envío de petróleo a
España, como haría otras tantas veces durante la guerra.
Durante el verano se firmaría un acuerdo con Alemania por el que se proporcionarían cien mil
trabajadores a la industria alemana, cada vez más necesitada de mano de obra, aunque ni un
solo trabajador salió de España durante varios meses. En total el número final de trabajadores
enviados al Reich se cifró en torno a los quince mil hombres.
51
En el bando aliado, la invasión a la Unión Soviética significó que Alemania redujo la presión
sobre Gran Bretaña, al tiempo que la participación española en dicho frente supuso que su
status de país no beligerante se debilitase notablemente. En las islas decidieron cancelar el
envío de numerosos créditos, reducir las importaciones españolas y suprimir el envío de
cereales y combustible. Incluso (Payne, 1987: 296-297; Sánchez Jiménez, 2004: 291) se
volvió a considerar la idea de tomar las Canarias como base estratégica, aunque se terminó
desechando. En cualquier caso, se siguió con la estrategia de querer atraer a España,
ofreciendo apoyo a España en la expansión del Protectorado en Marruecos cuando la guerra
hubiese acabado. No llegaron a ofrecerle a España garantías concretas, por el mismo motivo
que Hitler, ya que no quería complicar sus relaciones con Francia. Pero pronto el embajador
británico recibió ordenes de no ofrecer más apoyo verbal a las ambiciones españolas.
Con el cambio del centro de operaciones del Mediterráneo hacia la Unión Soviética, a lo que
se unió la entrada de Estados Unidos en la guerra a finales de año, provocó que España
solicitase armas modernas a Alemania para asegurar la defensa de sus territorios. También se
buscó un estrechamiento de relaciones con Portugal, algo que el ministro alemán Ribbentrop
vio con buenos ojos, para tratar de contrarrestar la influencia estadounidense en el continente
americano. A pesar del acercamiento con Portugal, el Pacto Ibérico que habían firmado al
comienzo de las hostilidades no sufrió modificaciones.
En el momento en que el teatro de operaciones se trasladó a la Unión Soviética, la posición de
Suñer en el gobierno era discutida, especialmente cuando este llegó a pensar que España ya
debía permanecer neutral en el conflicto, al faltar los materiales necesarios para entrar en el
mismo. El envío de la División Azul a combatir contra el enemigo que para España suponía el
Comunismo, fue uno de las últimas actuaciones públicas de Serrano, conocido dentro del
bando aliado como el Ministro del Eje, por su clara simpatía hacia estas potencias.
52
El envío de la División Azul
Con la cuestión de la entrada española en la guerra aparcada comenzó el ataque de la
Wehrmacht contra la Unión Soviética el 22 de junio de 1941. Con este ataque al Comunismo,
el régimen vio la ocasión propicia para contrarrestar el malestar que había ocasionado en
Berlín la negativa a permitir la realización de la Operación Félix, colaborando en ese ataque
con el envío de la División Azul. Con ese envío, España no entraba realmente en la guerra,
pero daba un paso muy importante de cara a una mayor implicación posterior.
La creación y el envío de la División Española de Voluntarios por parte española, conocida
como División Azul, a combatir en la Unión Soviética sería la máxima aportación militar del
franquismo a la causa alemana durante la Segunda Guerra Mundial, en su lucha contra el país
soviético. Dicha División estuvo integrada en su totalidad por más de 45.000 hombres, que
debían haber combatido en la toma de Moscú, pero una orden directa de Hitler hizo que
combatiesen en el Norte del Frente ruso. En su estancia en el Frente perdieron la vida unos
cuatro mil hombres de esta División (Moreno Juliá, 2012: 614), cifra a la que hay que sumar el
aproximadamente medio millar de soldados que cayeron prisioneros.
Este envío de la conocida como División Azul a combatir a la Unión Soviética ha sido
posiblemente uno de los elementos menos estudiados de la compleja situación que se vivió en
España, tanto a nivel interno como externo, durante los años de la Segunda Guerra mundial.
(Ibáñez Hernández, 1996: 55). Este paso dado por España, de intervenir en el frente ruso junto
a Alemania, sería calificado como de beligerante moral por el ministro Serrano Suñer el 3 de
julio de 1941. Once días más tarde, el 14 de julio, la División Azul partiría al Frente Este,
integrada por 641 jefes y oficiales, encabezados por Muñoz Grandes, 2.273 clases de tropa y
15.780 soldados, lo que hacía un número total de 18.694 hombres (Espadas Burgos, 1987:
122). La División Azul entró en acción el 2 de octubre de 1941, y se mantuvo hasta 1944.
Esta división fue formada finalmente por un total de cinco escuadrillas.
El ataque alemán y configuración de la División Azul
Pocas horas después de iniciarse la invasión alemana a la Unión Soviética, en la madrugada
del 22 de junio de 1941, los alemanes informaban al Ministro de Asuntos Exteriores español,
Serrano Suñer, del señalado ataque y los motivos que le habían llevado a producirse. Desde
ese mismo momento se desencadenó una vorágine política y diplomática, iniciada por el
Ministro al hablar con Franco sobre la conveniencia de formar y enviar voluntarios al nuevo
frente abierto. La respuesta de Franco no fue negativa, dando paso así a un periodo de intensa
53
actividad en el gobierno que culminaría en los siguientes días con la formación de la División
Azul de Voluntarios (Moreno Juliá, 2012: 615).
El mismo 22 de junio, antes incluso de una reunión del Consejo de Ministros, una vez que no
había recibido una respuesta negativa de Franco, Serrano ofreció al embajador alemán el envío
de voluntarios españoles para luchar en el nuevo frente (Ibáñez Hernández, 1996: 57). El
Ministro alemán Ribbentrop pedía una declaración de guerra contra la Unión Soviética, pero
finalmente aceptaron el ofrecimiento español en nombre del Führer. En la reunión del Consejo
de Ministros, que tuvo lugar al día siguiente, quedó patente la intención de Serrano, al rechazar la
propuesta de Varela de enviar una unidad del Ejército. Como Ministro de Asuntos Exteriores
debía negar cualquier movimiento que se pudiese interpretar como un acto de guerra contra la
Unión Soviética, y por lo tanto contra su aliada Gran Bretaña. El protagonismo para el
reclutamiento y organización de esos voluntarios recaería en la Falange.
Aunque la idea de enviar un cuerpo de voluntarios a luchar en el nuevo frente que se había
abierto en el Este sería asumida como personal por el Ministro Serrano Suñer, el padre de dicha
idea habría sido Dionisio Ridruejo, político durante los primeros compases del gobierno de
Franco. Sin embargo, el envío de ese cuerpo no podría haber sido posible sin la autorización del
propio Franco, contando con el consentimiento alemán.
Entre las principales razones para crear lo que se acabaría conociendo como la División Azul,
estarían la de la presión que estaban sometiendo los germanófilos en el país, la dilación ante las
reclamaciones del gobierno alemán y, por supuesto, el de la participación en una hipotética
victoria del Eje. En estos dos últimos apartados, los más fervientes defensores de la idea de un
Franco que resiste las presiones de Hitler, alegan que fue enviada la División Azul como un
señuelo para evitar la entrada de España en la guerra, al tiempo que se buscaba una cierta
posición de ventaja en caso de victoria alemana en el Frente Este, ventaja que se incrementaría
con la firma de un armisticio con los países occidentales. Todo ello tendría que hacerse sin
romper el vínculo democrático con Gran Bretaña, que era muy importante para el sostenimiento
del Régimen. Era, por tanto, una ruptura calculada de la no beligerancia (Ibáñez Hernández,
1996: 59-60). Otra razón para el envío de esa División Azul era como parte del pago de la deuda
con Alemania por su ayuda en la Guerra Civil. Esa deuda era tanto moral como por el favor de la
Legión Cóndor en la Guerra Civil. El pago de costes de esta División se articuló de forma tal que
al menos parte de estos sirvieran para saldar la deuda económica de guerra.
54
El día 24 de ese mismo mes, por otra parte, el gobierno español pudo observar la reacción
popular ante el ataque a la Unión Soviética. Ese día tuvieron lugar manifestaciones de jóvenes
falangistas en numerosas ciudades españolas, en las que se solicitaba con fervor que se luchase
contra el Comunismo. En una de esas manifestaciones, en la de Madrid, un grupo de exaltados
llegó a apedrear la Embajada británica, y por ello se creó un problema con su embajador, Hoare.
Minutos más tarde estos mismos manifestantes llegaban a la Secretaría General, en donde de
manera improvisada el Ministro Serrano se dirigió a ellos pronunciando su famoso “Rusia es
culpable” (Ibáñez Hernández: 1996: 58). Sería el último gran gesto político en público que
realizaría el ministro de Exteriores:
“Camaradas, no es hora de discursos, pero sí de que la Falange dicte en estos
momentos su sentencia condenatoria: ¡Rusia es culpable! Culpable de
nuestra Guerra Civil. Culpable de la muerte de José Antonio, nuestro
fundador. Y de la muerte de tantos camaradas y tantos soldados caídos en
aquella guerra por la agresión del Comunismo. El exterminio de Rusia es
exigencia de la Historia y del porvenir de Europa.”
Alistamiento de Voluntarios
El mismo 24 de junio Ribbentrop, en nombre del gobierno alemán y del Führer, aceptaba el
voluntariado español y pedía que se arrancase a Madrid el compromiso de declaración de guerra.
Este aspecto reclamado por el ministro alemán iba a resultar del todo imposible, dadas las
diferencias que entre ambos países se habían producido meses atrás, además de que se temía un
bloqueo, no infundado, de combustible por parte norteamericana.
El Estado Mayor del Ejército redactó y firmó las condiciones del compromiso de los voluntarios
el 28 de junio, prohibiéndose con posterioridad, de manera expresa la presentación de militares
profesionales ante otras autoridades (Ibáñez Hernández, 1996: 58). Esas condiciones para el
alistamiento de futuros combatientes iba a ser el límite de edad, que quedaría fijado entre los
veinte y los veintiocho años, reconociendo la preferencia para las solicitudes de quienes probasen
su especialidad en cualquiera de las Armas o Servicios del Ejército.
Entre el 27 de junio y el 2 de julio se iba a materializar la recluta para la División Azul. En
Cataluña y País Vasco esa reclusión no tuvo apenas éxito, pero sí en otras regiones, como
Madrid, Castilla o Andalucía. El día 13 de julio partirían la primeras expediciones, de las 19 que
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lo harían en total a Grafenwöhr, en Baviera, donde completarían su formación, encontrándose ya
todas allí (Moreno Juliá, 2012: 617) el 17 de julio.
Una vez que se obtuvo el visto bueno para la creación del cuerpo de voluntarios, ante la llamada
al alistamiento se produjo una avalancha de voluntarios en los banderines de enganche abiertos
en las Jefaturas de Falange, lo que provocó que se desbordase cualquier previsión. En pocas
horas las relaciones de voluntarios inicialmente admitidos están completadas y hubieron de
habilitarse listas de espera. A ese listado de voluntarios habría que sumar la lista de voluntarios
remitidas por las unidades militares. Se superó por cuatro el número de voluntarios previsto.
Como el Ejército se hizo con el control de reclutamiento, se pudieron fijar unos criterios que
profesionalizarían la unidad creada.
De esta unidad creada, casi el total o la práctica totalidad de los miembros que la formaban eran
de carácter voluntario. Todos estos voluntarios se encontraban caracterizados por su marcado
carácter anticomunista, y una gran parte de ellos pertenecían a organizaciones falangistas,
aunque esta no fue condición necesaria para el alistamiento (Ibáñez Hernández, 1996: 60-61), ni
tampoco la pertenencia al Partido, ni antes de marchar ni al regresar del frente ruso.
El mando de la División
La División Azul no fue una simple expedición militar, sino que aunque en apariencia no lo
indicaba, era una empresa política, tanto en sus objetivos genéricos iniciales como en el ánimo
de los propios combatientes. Por si quedaban dudas del trasfondo de esa División Azul, estas se
despejaron inevitablemente al otorgarle Franco el mando de la unidad al General Agustín Muñoz
Grandes, un General africanista, germanófilo decidido, que contaba con todas las simpatías de
los sectores más radicales de la Falange, en donde había sido Secretario General entre los años
1939 y 1940. Muñoz Grandes iba a conjugar el doble carácter militar (Ibáñez Hernández, 1996:
62-63) y político que se le quería otorgar a la División.
Muñoz Grandes anteriormente a esta misión en el Frente Este, había sido el general de brigada
encargado de las baterías españolas del Campo de Gibraltar, en un momento en que las tensiones
existentes entre España y Gran Bretaña se encontraban en uno de sus puntos más álgidos. Esas
tensiones se demostraron cuando se obtuvo el visto bueno del ministro alemán Ribbentrop para
el alistamiento, el 24 de junio, que hubo un momento de grave tensión diplomática con Gran
Bretaña, ya que al día siguiente las baterías que se encontraban bajo el mando de Muñoz Grandes
dispararon a un avión británico que sobrevolaba Algeciras. El incidente no quedó ahí, sino que
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los británicos respondieron desde el Peñón y los españoles replicaron (Moreno Juliá, 2012: 616).
El día 26 el gobierno británico iba a ordenar un embargo momentáneo de petróleo, algo ya
temido por España en los meses precedentes. Esta situación iba a hacer que se acrecentaran las
diferencias entre ambos gobiernos.
Una vez que la política española se estaba enfocando a una vuelta a la neutralidad (Jordana
había vuelto al ministerio de Exteriores, en la segunda mitad del año 1942), las autoridades
alemanas intentaron convencer a Muñoz Grandes y a otros mandos de la División Azul de la
necesidad de un cambio drástico en la política española. Parece que Muñoz Grandes quedó
cautivado por la personalidad del Führer, y coincidía con este en que España necesitaba un
régimen pro-alemán y anti-británico (Payne, 1987: 312-313). No se sabe si Muñoz Grandes
simplemente decía lo que Hitler quería escuchar o realmente lo pensaba, pero por ese motivo
Franco retiró el mando a Muñoz Grandes, aunque siguiera un tiempo más ejerciéndolo.
Al tiempo, en España y aunque la situación militar de las potencias del Pacto Tripartito
parecía más favorable en julio de 1942 que al comienzo de la guerra, Franco cada vez se iba
mostrando más cauteloso, como demostró en su discurso por el aniversario del alzamiento
nacional. Al tiempo, a los veteranos de la División Azul que pudieran estar influidos por
Muñoz Grandes se les separó todo lo posible de los cargos importantes.
Por esos motivos, a comienzos de 1943 el general Muñoz Grandes iba a regresar del Frente Este,
por la decisión el gobierno del Régimen de relevarle del cargo. Su sucesor como Jefe de la
División Azul fue el General Emilio Esteban-Infantes, también africanista, aunque se le puede
considerar como la antítesis de su predecesor (Ibáñez Hernández, 1996: 64). Esteban-Infantes no
se dejó atraer por los guiños de los alemanes, como le pasó a Muñoz Grandes, mucho más afín al
gobierno alemán.
Aspectos políticos y jurisdiccionales de la integración
Un aspecto importante a tener en cuenta en cuanto a la incorporación de combatientes españoles
a la máquina de guerra alemana es el aspecto político e ideológico. En todo momento se intentó
evitar la interpretación del envío de estos hombres como un acto de guerra, porque eso podría
haber arrastrado a las naciones aliadas a la guerra contra España. Por ello había que delimitar
claramente los objetivos de la División, tanto para los voluntarios como para los enemigos del
Eje y a los propios alemanes. De esta forma, en el acto de jura que tendría lugar el 31 de julio de
1941, los voluntarios españoles prestaron juramento de obediencia a Hitler como Comandante
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Supremo del Ejército Alemán contra el Comunismo (Ibáñez Hernández, 1996: 69-70). Así se
limitaba la actuación española al Frente Este, contra el Ejército Rojo.
El caso de la División Azul supuso una particularidad exclusiva con la que no contó ningún otro
país que hubiese enviado voluntarios a la Wehrmacht. Esa particularidad fue que durante toda su
existencia, la totalidad del cuadro de mandos era español, inclusive el General. En cualquier otra
división mandada por generales no alemanes, existían mandos intermedios de origen alemán.
La División de Infantería 250 de la Wehrmacht contó con plena autonomía en materia de
derecho penal y disciplinario militar, no estando sometidos sus integrantes al derecho alemán.
Mantuvo, por tanto, su carácter de unidad militar española pese a estar integrada en el Ejército
alemán, y vestir sus miembros el uniforme feldgrau. Todo esto fue posible gracias al rápido
entendimiento entre ambos países, y que los alemanes reconocieron el Código de Justicia Militar
para la División Azul.
Los combatientes
El sometimiento a la rigidez del Ejército alemán no iba a resultar sencillo para los voluntarios
españoles, muchos de ellos ex combatientes de la Guerra Civil. Las primeras protestas alemanas
no se hicieron esperar y partieron ya desde sus propios instructores en Grafenwöhr. Esas quejas
versaban desde aspectos como la poca disciplina española con el uniforme hasta otros como que
no seguían el procedimiento normalizado con la artillería.
Tras abandonar el campo de adiestramiento, con apenas un mes de instrucción, la División tuvo
que enfrentarse a la dureza de su traslado. Tuvieron que recorrer a pie más de mil kilómetros,
desde Suwalki (Polonia) hasta Vitebsk (actual Bielorrusia), en apenas treinta días (Ibáñez
Hernández, 1996: 71-73). Aquella marcha los acercó al escenario de combate, en donde
demostrarían los soldados españoles que su talante era muy diferente al de los alemanes, pues
confraternizaron con las gentes con las que se iban encontrando en su camino, proveyéndolos de
alimentos y tabaco incluso. Ese comportamiento también fue para con los prisioneros
capturados, de los que en contra de lo que decían las normas alemanas, no se mantuvieron
distantes de ellos. Esa confraternización hizo que el enemigo sintiese respeto y consideración
hacia el soldado español.
El propio Hitler elogiaría el valor de los soldados españoles ante el Reichstag, el 26 de abril de
1942. Ese reconocimiento se plasmaría al año siguiente, cuando crease una condecoración
específica para los combatientes españoles en el Frente Este, hecho único en el Tercer Reich.
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Integración de los españoles en la máquina de guerra alemana
La integración de los voluntarios españoles en la máquina de guerra alemana supuso un gran
esfuerzo, aunque se realizó de forma satisfactoria, debido a la premura de tiempo con el que se
hizo dicho acoplamiento.
Siguiendo las instrucciones recibidas desde Alemania, el cuerpo expedicionario español iba a
quedar organizado según el modelo divisionario alemán antiguo, es decir, iba a estar compuesto
por tres Regimientos de Infantería, con tres Batallones cada uno, que era el modelo que entonces
se encontraba plenamente vigente. La denominación oficial que iba a recibiría la División Azul
iba a ser la de División de Infantería 250 de la Wehrmacht, e iba a contar con tres Regimientos
de Infantería, un Regimiento de Artillería y unidades de Ingenieros, Sanidad, Auditoría,
Veterinaria, Farmacia, Exploración y Transportes, además de un Batallón de Deposito en
campaña. En total, esa 250 División de Infantería de la Wehrmacht iba a estar compuesta por
más de dieciocho mil hombres.
La no existencia de un Regimiento de Depósito, que carecía de sentido mantenerlo fuera del
frente de batalla dado el carácter de la unidad española, fue suplida por un sistema de relevos
continuados desde España, que comenzó a funcionar a primeros de 1942. Sumaron un total de
veintisiete expediciones, mientras que de Rusia partieron un total de trece Batallones de
Repatriación (Ibáñez Hernández, 1996: 65-66). La cifra total de hombres que entraron en las filas
expedicionarias españolas fue de unos cuarenta y cinco mil hombres, cuando la plantilla de la
División Azul solo completaba unos dieciocho mil.
Con la caída de Smolensk, el 5 de agosto de 1941, el camino a Moscú había quedado abierto.
En la toma de la ciudad, inicialmente estaba previsto que participase la División Azul, que se
encontraba encuadrada en el 9º Ejército del Grupo de Ejércitos del Centro. Para ello concluyó
su permanencia en Grafenwöhr el día 19 y el 20 partieron a Rusia. Desde ese momento
emprendieron un duro viaje que sumó en total 53 días; nueve en tren (del 20 al 28 de agosto,
Alemania y Polonia), treinta y uno a pie (del 29 de agosto al 28 de septiembre, Bielorrusia,
Lituania, Bielorrusia de nuevo y Rusia) y los últimos trece en tren (del 29 de septiembre al 11
de octubre, Rusia).
Cuando la División se encontraba próxima a llegar a Smolensk muchas cosas habían
cambiado, pues había caído Kiev y Hitler y la plana mayor de su gobierno habían decidido el
18 de septiembre que esa división reforzaría el Grupo de Ejércitos Norte. La decisión les fue
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comunicada el día 27 de septiembre y no sentó nada bien a los soldados españoles, pues iban
a pasar de desfilar por la capital a ir a combatir a un lugar que era escombros, además de tener
que desandar una parte reseñable del camino andado hasta el momento (Moreno Juliá, 2012:
618). Desde ese momento, la División Española de Voluntarios iba a vivir un periplo en
cuanto a su posición en el organigrama de combate.
De depender de forma directa del OKH, el 18 de septiembre pasaron a integrar el 9º Ejército
del Grupo de Ejércitos del Centro, y poco tiempo después pasarían a quedar integrados en el I
Cuerpo de Ejércitos del 16º Ejército del Grupo de Ejércitos del Norte. Con su llegada al Frente,
se incorporará a la Agrupación von Roques del citado 16º Ejército, para participar en la ofensiva
que se iniciaba en esas fechas. Disuelta la Agrupación el 14 de noviembre de 1941, pasó a
depender con el resto de las unidades de aquella del XXXVIII Cuerpo del Ejército, con el que
será transferido el 23 de febrero siguiente al 18º Ejército. Cuando fue trasladada desde las orillas
del río Wolchow a las cercanías de Leningrado en agosto de 1942 para participar en la operación
Luz del Norte, la unidad española pasó a formar parte del LIV Cuerpo de Ejército del 11º
Ejército, siendo clasificada como División de Ataque. Finalmente, en enero de 1943 pasará a
formar parte del L Cuerpo de Ejército (Ibáñez Hernández, 1996: 69), hasta la disolución de la
División Española de Voluntarios.
Condiciones de combate
Los voluntarios españoles que fueron enviados a combatir al frente ruso, combatieron en un
territorio completamente extraño y hostil para ellos, además de muy alejado de las fronteras
nacionales, lo que con la única excepción de la reciente Guerra de África, hacía muchas décadas
que no sucedía entre las filas españolas. Eso podía provocar que los soldados viviesen una
sensación de aislamiento, lo que se podía hacer aún más patente comparados con sus propios
compañeros de armas, ya que estos tenían una filosofía militar tan diferente de la española, por
no hablar del propio lenguaje de ambos cuerpos.
Con objeto de evitar esa sensación de asilamiento, o al menos minimizar la sensación, la
División tuvo sus propios servicios sanitarios y de vigilancia y control, e incluso su propia
prensa. También se realizó el esfuerzo de mantener emisiones de radio y vuelo de correo
semanal desde Alemania, además de continuas visitas de destacados personajes.
A pesar de ello, lo más duro a lo que hubieron de enfrentarse los soldados españoles fue a las
condiciones climatológicas. El primer invierno en el que combatieron, el de 1941-1942, fue uno
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de los más duros del siglo, y las tropas alemanas no habían sido debidamente equipadas ante tal
contratiempo, frenando su avance en el este. Las crónicas hablaron del General Invierno como el
mayor defensor de la estepa rusa. Las bajas por congelación de ese invierno sumaron más de mil
doscientas, a los que habría que sumar otras más de dos mil quinientas bajas por enfermedad de
casos relacionados con las condiciones climáticas. Además de afectar a los hombres, el frío
afectó notoriamente a los vehículos, causando numerosas averías en ellos (Ibáñez Hernández,
1996: 74-75), además de en las armas y otros servicios, como eran las vías de comunicación y en
los medios de transporte.
Entrada en combate
Desde que fueron trasladados de la capital, el Alto Mando del Ejército dictaminó que la
División Azul debía cruzar el río Voljov y reunirse en su orilla oriental con la 126ª División,
para iniciar el avance que debía acabar en las colinas Valdai. Hubo varios intentos fallidos por
parte de los soldados para cruzar el río, hasta que fructificó uno de treinta y seis hombres el
19 de octubre. Tardarían un día en poder cruzarlo el batallón al completo. En aquellos
momentos el frío invierno ruso se acercaba, pero a pesar de ello, los españoles tomaron varios
lugares de relativa importancia, culminando con su avance el 5 de noviembre, al relevar a un
regimiento alemán en las localidades de Posad y Otenski, en lo que sería una lucha defensiva
atroz. El 15 de diciembre Muñoz Grandes ordenaría el repliegue a la otra orilla del Voljov,
cuando las bajas se contaban ya por centenares (Moreno Juliá, 2012: 619-621). A comienzos
de enero del año siguiente los hombres de la División atravesarían momentos muy
complicados, ya que tuvieron que hacer frente a un doble ataque soviético: al norte del Frente
Noroeste, un ataque del teniente general Pawel Alexejewitsch Kurotschkin, y al sur del Frente
Voljov, uno del teniente general Meretskov. A finales de febrero el Cuerpo de Ejércitos en el
que estaba encuadrada la División Azul pasó a formar parte del 18º Ejército.
En los meses siguientes, desde el 15 de marzo al 2 de junio, tuvo lugar la Operación
Predador, en la que la División Azul tomó parte y que consistía en embolsar a las tropas
soviéticas al oeste del Voljov.
En agosto la División Azul volvería a cambiar de frente, siendo trasladada más al norte, a las
afueras de Leningrado, para participar en el asalto a la ciudad. De ahí en adelante Hitler
manifestó públicamente el acierto de permitir la participación española en la campaña rusa.
Pero las cosas comenzaban a torcerse sin remedio para los alemanes, especialmente en
Stalingrado. Por ello el 16 de octubre se anuló la Operación Luz del Norte, que era la que
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había llevado a la División Azul al nuevo frente (Moreno Juliá, 2012: 622). El 13 de diciembre
Muñoz Grandes abandonaría la División Azul.
La División se enfrentaría en 1943 a tres batallas que definieron su actuación. La primera tuvo
lugar del 16 al 30 de enero, en donde debieron defender un ataque soviético que buscaba
liberar Leningrado. De los 550 hombres que partieron a esa defensa, hubo 418 bajas,
resultando 124 de ellos fallecidos. La segunda actuación tuvo lugar el 10 de febrero, cuando
35 batallones soviéticos, apoyados por carros y baterías artilleras se abalanzaron sobre las
posiciones españolas en Krasny Bor. En tan sólo un día hubo 1.125 muertes, 1.036 heridos y
91 desapariciones españolas. La deuda de sangre de España con el Tercer Reich por su
participación en la Guerra Civil se había invertido de forma más que considerable. El último
hito de lucha fue en los combates desarrollados en la orilla occidental del Ishora, en donde el
último asalto soviético costó más de ochenta bajas españolas, un 19 de marzo. Los últimos
seis meses fueron anodinos, con un frente estabilizado y en donde se sucedieron acciones
ofensivas de infantería por ambas partes, siendo estas acciones asaltos rápidos, destinados a
mermar la capacidad de resistencia del adversario (Moreno Juliá, 2012: 623-624).
La repatriación y la Legión Azul
En cuanto a la vuelta a la neutralidad española, y como consecuencia de ello la repatriación de
la División Azul, nos encontraremos con diferentes posiciones. La primera posición defiende
que la idea de dicho retorno nace por presiones británicas, mientras que la segunda posición
indica que esa idea surge en el propio Ministerio de Asuntos Exteriores español. Lo que es
común en ambas posiciones es que si se quería que a ojos de los Aliados la vuelta española a
la neutralidad comenzase a ser efectiva, sólo podía realizarse de una forma, con el retorno de
la División Azul de la Unión Soviética.
Señala Ibáñez Hernández que como durante los dos años que llevaba en funcionamiento la
División Azul, los Aliados habían guardado silencio con respecto a esta unidad de voluntarios,
desde el gobierno de Madrid pensaron que habían aceptado la teoría de varias guerras separadas
que ellos predicaban. Sin embargo, esto es probable que no fuera así, y por ello y conforme se
acercaba la derrota del Eje, desde el Ministerio dirigido nuevamente por Jordana se consideró
que lo más oportuno era hacer retornar al gobierno español a posiciones más neutrales. A ese
hecho sin duda influyó que se hubiera producido el desembarco en Italia, pues gracias a ello los
Aliados se encontraban en una mejor oposición para ejercer una presión efectiva sobre el
Régimen español.
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Sería a partir del mes de agosto de 1943 cuando el gobierno español comenzase a considerar
oportuna una repatriación de la División Azul, recibiendo órdenes la embajada en Berlín para
comenzar a crear un cierto malestar con el gobierno alemán. Para tal función, la embajada
alegaría que en ningún momento se le había concedido un descanso a la división española, a
diferencia de a las de la Wehrmacht. A ello accedería el General Asensio, aunque lo haría más
por cansancio que por convencimiento, ya que temía una posible reacción alemana, habida
cuenta de los reveses recientes sufridos por ellos.
A finales de ese mes de agosto sería cuando el embajador británico se reuniría con Franco, para
entregarle un memorándum en el que se exigía la retirada inmediata de la División Azul. Fue por
ello por lo que el 25 de septiembre se decidió iniciar las maniobras definitivas para esa
repatriación. En las negociaciones con Alemania, a cambio de esa repatriación se crearía una
unidad de tipo regimental, compuesta exclusivamente por voluntarios, en forma de
compensación con su país. El 17 de noviembre sería cuando finalmente nacería esta legión de
voluntarios, denominada como Legión Azul. Un mes más tarde sería puesta en alerta y sería
integrada en la División 21.
Aunque se había repatriado a la División Azul, la existencia de la Legión Azul siguió
molestando a los Aliados, que siguieron ejerciendo presión a España. Eso provocó que
finalmente Jordana hiciera prevalecer su deseo de desengancharse del Eje y durante el mes de
enero de 1944 obtuviese el consentimiento del Führer para repatriar la Legión. Podrían quedar,
eso sí, integrados en Divisiones alemanas todos aquellos soldados españoles que se mostrasen
reacios de volver al país (Ibáñez Hernández, 1996: 79-81). Esto comenzó a hacerse efectivo en
marzo y se culminó en abril, con la repatriación de los últimos hombres de la Legión Azul.
Por su parte, Moreno Juliá defenderá la idea de que la presión para la repatriación parte del
lado británico, a raíz de que el embajador británico Hoare fuese recibido por Franco durante el
mes de agosto de 1943. En dicha reunión, el embajador británico exigió a España que
abandonase la no beligerancia. Fue ese el momento en el que se iniciaron los esfuerzos para
hacer retornar a la División, al tiempo que trataban de cumplir con varias exigencias más que
habían planteado los británicos. Para poder cumplir con esta complicada tarea, desde el
gobierno español se contó con el Ministro Jordana y con el embajador español en Berlín,
Ginés Vidal, que fueron quienes solicitaron al secretario de Estado alemán el retorno de la
División Azul. Esta idea de repatriar a la División Azul desagradó notablemente a los
63
falangistas, aunque llegaron a conseguir que permaneciese en la Unión Soviética una unidad
de pequeñas dimensiones, la Legión Azul, una unidad de poco más de dos mil hombres.
La División Azul abandonaría sus posiciones de combate y comenzaría a ser repatriada el día
12 de octubre de 1943. La citada Legión Azul, por su parte, permaneció en suelo enemigo, y
desde el 26 de enero siguiente vivió una retirada atroz. Esta Legión Azul retornaría a España
durante el mes de abril, contando con tan sólo unos pocos meses de existencia (Moreno Juliá,
2012: 625-626). Aún así, todavía quedarían varios centenares de hombres luchando con el Eje,
aunque estos hombres ya lucharían por su cuenta, y al margen del régimen de Franco.
Más de una década de cautiverio
Durante ese periodo de aproximadamente tres años en que combatieron la División y la
Legión Azul en territorio soviético, la Unión Soviética se hizo con una cifra de entre
cuatrocientos y quinientos prisioneros españoles. Dichos presos permanecieron en aquellas
tierras hasta 1954, fecha posterior a la muerte de Stalin, como consecuencia de que Franco
prefiriese apuntarse a la Doctrina Truman, en vez de negociar con la Unión Soviética en 1947
(Moreno Juliá, 2012: 626). Los presos españoles permanecieron en territorio enemigo por un
periodo de entre once y trece años, tratando de sobrevivir en unas durísimas condiciones.
Estos cautivos eran soldados de una nación que había permanecido neutral en la guerra, con la
que, por lo tanto, no mediaba situación bélica alguna y sobre la que había un cerco internacional.
Estos prisioneros españoles se enfrentaron a situaciones fuera del Acuerdo de Ginebra.
Este periodo de cautiverio, señalará Ibáñez, podría dividirse en tres etapas. La primera etapa sería
hasta 1946 y correspondería a los años de guerra, en donde los cautivos sufrieron las mayores
penalidades, falleciendo muchos a causa del hambre y la necesidad. La segunda fase
correspondería con la fase de esperanza, entre 1946 y 1949, en la que la repatriación de soldados
italianos y franceses hizo concebir esperanzas a los españoles. Las condiciones de vida
mejoraron ligeramente. El último periodo fue el de los años de resistencia, desde 1949 hasta
1954. En este periodo la resistencia de los cautivos incrementó, mostrándose como una
imprudencia el mantener a un mismo grupo de soldados españoles en un mismo lugar durante
mucho tiempo, por lo que los traslados fueron constantes.
No se sabe exactamente como estos soldados pudieron sobrevivir a esa difícil situación, pero se
señalan una serie de pilares básicos, como el que se optase por mantener la cadena de mando, o
64
el ambiente de hermandad heredado de la División Azul, el cual consiguió mantenerse en esos
largos y difíciles años.
El proceso de repatriación de los prisioneros fue largo y muy costoso. Sólo tras muchos años de
esfuerzos para tratar de localizar y ponerse en contacto con ellos, se consiguieron resultados. El
gobierno español, por su parte, trató de recurrir a instituciones como Cruz Roja Internacional,
tras fracasar un primer intento de contacto indirecto de carácter comercial con la Unión Soviética
en 1947. Esas negociaciones se retomarían más adelante, y finalmente tendrían éxito para la
repatriación, tras la muerte de Stalin. Básicamente los prisioneros retornaron a cambio de
adquirir trigo al país soviético (Ibáñez Hernández, 1996: 82-84). No sería hasta la fecha del 2 de
abril de 1954 cuando llegarían los 286 primeros repatriados a España.
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3.2.4. Un largo periodo de incertidumbre
La política española en 1942
La inclusión de Estados Unidos de forma directa en la guerra en diciembre de 1941 hizo que
la política española poco a poco fuese sufriendo nuevas modificaciones, a pesar que desde el
régimen seguía confiando, y era aún deseada, la victoria alemana. Pero con la total
globalización del conflicto, la victoria de Alemania iba a ser mucho más lenta y difícil, y la
entrada de España no supondría aporte alguno para ninguno de los dos países. Esta nueva
situación había liberado relativamente a España, pero también significaba que un mayor
número de peligros por parte de cualquiera de los dos bandos de la guerra acechaba.
En febrero de 1942 el jefe del Estado Mayor fue enviado a solicitar la retirada provisional de
la unidad española del Este, circunstancia a la que Hitler se negó en rotundo. Franco estaba
tratando de suavizar su postura de no beligerancia en favor de Alemania, coincidiendo con esa
entrada norteamericana en la contienda (Payne, 1987: 310) y con el estancamiento alemán en
la Unión Soviética. Poro tiempo después se suspendieron las facilidades con que hasta ese
momento había contado Alemania para que sus submarinos repostaran en España,
coincidiendo en el tiempo con el comienzo de la fase principal de la Batalla del Atlántico.
Ese mismo mes se iba a producir una reunión de Franco con el portugués Salazar. No se iba a
conseguir una colaboración completa, por la postura de ambos países en la guerra, pero el
encuentro sirvió para confirmar verbalmente el Pacto Ibérico.
En la primavera de 1942 el temor a un desembarco aliado en las islas Canarias o en el
Protectorado de Marruecos provocó el refuerzo de las guarniciones españolas. Desde ese
momento se observó un movimiento interno hacia la neutralidad en la guerra (Huguet, 2003:
498), a pesar del deseo, aún mayoritario, de la victoria del Eje. De esta forma se limitaron
ciertos privilegios con los que habían contado Alemania e Italia anteriormente. Después de la
crisis del verano de ese año, Jordana volvió a asumir el ministerio de Exteriores, propiciando
un alejamiento del Eje.
Progresivamente las relaciones entre España y Alemania dieron un giro a favor de España,
aunque el compromiso de estos últimos con el Eje se mantuvo sólido durante mucho tiempo.
La victoria del Eje era prioritaria para España, máxime con su participación española en el
frente ruso, ya que una victoria aliada traería graves consecuencias al régimen. Sin embargo,
con un final incierto en la guerra, Franco cada vez se mostraba más reacio a comprometer al
66
país en la misma. Desde finales de 1941 Alemania importó más de España (Leitz, 2002: 111-
112) de lo que pudo exportar, cobrando además España precios inflados en alguno de los
productos que exportaba, como el Wolframio o el Tungsteno, materias primas indispensables
para una Alemania que se encontraba desprovista de la vital línea del Trans-Siberiano hacia
Extremo Oriente. España se aprovechó de esta situación hasta el verano de 1944.
En el periodo 1941-44 las exportaciones españolas significaron apenas el dos por ciento del
total de las alemanas, pero, en cambio estas eran de gran importancia para el esfuerzo de
guerra alemán. Durante esos tres años el régimen franquista se aprovechó y subió los precios
e impuestos para todas esas exportaciones, lo que creó tensiones con el Eje, pero también las
creó con los Aliados, por seguir exportando a uno de los bandos de la guerra, habiéndose
España declarado no-beligerante.
Hasta 1942 tuvo lugar una sistemática colaboración con los países del Eje. Esa colaboración
se especializó en las facilidades ofrecidas a los agentes del Eje para establecer en suelo
español redes de información, puestos de observación, predicción meteorológica y acciones
de sabotaje, y especialmente, facilidades a la aviación y a los submarinos. Esas facilidades,
unido al envío de la División Azul, fueron las más palpables violaciones de la neutralidad
española (García Pérez, 2000: 314; Payne, 1987: 311). Dicha violación de la neutralidad no
solo resultó fundamental para Alemania, sino que además se hizo de forma voluntaria, a
diferencia de lo que sucedía con países como Suecia o Suiza.
Esa señalada penetración alemana en los medios de comunicación españoles y en ciertos
ámbitos de la vida cultural había sido profunda desde 1940. Cuando en 1942 se estaba
aplicando un Gran Plan alemán para aumentar más todavía la difusión de la propaganda
alemana y penetrar en Latinoamérica, la embajada alemana en Madrid era la más grande
alemana del mundo, lo que permitía que los contactos políticos y del servicio de inteligencia
alemán operaban a múltiples niveles. El embajador y los agregados más importantes se
dedicaban a las principales figuras políticas, desde Serrano hacía abajo. Los líderes de la
organización del partido nazi en España mantenían sus propias relaciones, sobre todo con los
falangistas, pero la base principal de estas actividades probablemente era la red de inteligencia
establecida por Paul Winzer, Sturmbannführer del Sicherheitsdienst de las SS, que en 1940
era muy activa. Al menos había otra red alemana más pequeña que actuaba bajo la dirección
de la Abwehr (la inteligencia militar). Los contactos más próximos a los alemanes casi
67
siempre eran miembros de la Falange, y generalmente, cuanto más radical era el falangista,
más pro-nazi resultaba.
A raíz del creciente compromiso de España con el Eje, Gran Bretaña siguió manteniendo su
ayuda financiera con los generales españoles más díscolos, al tiempo que preparaba un
dispositivo militar para apoderarse de las Canarias, en caso de que Alemania interviniese en la
Península. Las medidas británicas se endurecieron, para tratar de lograr el objetivo de los
aliados, desde la entrada de Estados Unidos en la guerra, de convertir el control económico de
los países neutrales en un objetivo de guerra (García Pérez, 2000: 315; Huguet, 2003: 498). A
lo largo de la primavera de 1942, el temor a un desembarco aliado en las islas Canarias o en el
Protectorado de Marruecos provocó el refuerzo de las guarniciones españolas. Desde ese
momento se observó un movimiento interno hacia la neutralidad en la guerra, a pesar del
deseo, aún mayoritario, de la victoria del Eje.
De esta forma se limitaron ciertos privilegios con los que habían contado Alemania e Italia
anteriormente. Pero a pesar del deterioro de sus fuentes de suministros, la posición
internacional de España no se modificó, y las simpatías por el Eje no llegaron a desaparecer,
aunque las ayudas a Alemania no se iban a poder mantener de forma indefinida.
En ese contexto, y aunque la situación militar de las potencias del Pacto Tripartito parecía
más favorable en julio de 1942 que al comienzo de la guerra, Franco cada vez se iba
mostrando más cauteloso (Payne, 1987: 313), como se encargaría de demostrar en su discurso
por el aniversario del alzamiento nacional de ese año.
68
El incidente de Begoña y el relevo de Serrano Suñer
La difícil posición internacional que vivía en esos momentos España se iba a reflejar también
en la política interior del régimen. En mayo de 1941, una crisis interna en el país provocó que
Franco nombrase un nuevo gobierno, en un momento de tensión entre falangistas y militares.
Así, el nombramiento como ministro de Gobernación de Valentín Galarza, de escasas
simpatías hacia el Partido único, provocó un notable malestar en los medios falangistas y una
serie de dimisiones de mandos provinciales.
Pero, al final, los falangistas ganarían la partida viendo reforzada su presencia en este
gobierno. Un destacado ideólogo de la Falange, José Luis de Arrese, que gozaba de prestigio
y amplio apoyo en la organización, fue colocado al frente de la Secretaría Nacional del
Movimiento; José Antonio Girón ocupó la cartera de Trabajo (Yllán Calderón, 2006: 41);
Miguel Primo de Rivera -hermano del fundador de Falange- la de Agricultura, y el propio
Serrano Suñer (García Pérez, 1993: 409-416) seguiría ocupando el Ministerio clave de
Asuntos Exteriores.
Estos nombramientos iban a hacer que las tensiones internas del régimen, que ya eran
bastante agudas en 1941, se dispararan a lo largo del año siguiente. El resentimiento de los
mandos militares había empezado a hacerse insostenible desde hacía un año, y el cambio de
gabinete de Franco sólo los calmó momentáneamente. Pedían la expulsión de Serrano Suñer y
la degradación de la FET o su abolición, objetivos que estaban muy lejos de cumplirse
(Payne, 1987: 313-315). La situación interna del país cada vez era más tensa, con continuos
ataques entre falangistas y militares. Esta situación llegó incluso a preocupar al gobierno
italiano, ya que empezaron a crecer las dudas sobre la estabilidad del régimen español, y por
primera vez, Ciano se preocupó en halagar al pretendiente monárquico como alternativa,
invitando a Don Juan a una cacería en Albania en el mes de abril.
La situación se volvió tan tensa que el Ministro del Ejército, Varela, que era el principal
representante de la opinión militar en el gobierno, tuvo una conversación con Franco en la que
le indicó que el equilibrio existente dentro del gobierno y de la FET no podía seguir
manteniéndose. Franco varió ligeramente su postura, aunque siguió negando la destitución de
un Serrano Suñer que había perdido bastante peso en el gobierno desde la crisis producida el
año anterior. Desde aquel momento, los acontecimientos condujeron a Serrano a un
progresivo aislamiento y a su marginación política, hasta que se convirtió en un personaje sin
apenas poder real (García Pérez, 1993: 499). Aparte de los militares, Serrano contaba con dos
69
influyentes enemigos en el gobierno, el nuevo subsecretario de la Presidencia de Franco,
Arrese, y Carrero Blanco.
Finalmente la situación terminó explotando después de un sangriento incidente a las afueras
de Bilbao, que se convirtió en el suceso más destacado de la década. Un acto que tendría lugar
el 16 de agosto de 1942, en el santuario de la Virgen de Begoña en Bilbao, en memoria de los
requetés caídos en la Guerra Civil (Espadas Burgos, 1987: 126; Payne, 1987: 318; Tussel,
2007: 141). En dicho acto, un pequeño grupo de falangistas que se encontraban fuera de la
iglesia fueron reconocidos, insultados, y según su testimonio, atacados. Estos respondieron
lanzando dos granadas de mano a los carlistas, que pudieron causar víctimas (las fuentes
carlistas afirmaron que hubo dos muertos), y provocaron numerosos heridos. Fueron los
conocidos como Incidentes de Begoña, y estos causaron una gran intranquilidad en el país,
llegando a apuntar incluso los hilos de la trama al mismísimo Serrano Suñer.
En el momento del incidente, Varela se encontraba en el interior del santuario, y lo tomó
inmediatamente como prueba de un ataque falangista a los militares, enviando telegramas a
los capitanes generales de todas las provincias y protestando ante Franco. Galarza, Ministro
de Gobernación, le apoyó y actuó de igual manera con los gobernadores civiles del país. Hubo
seis falangistas arrestados y cinco de ellos terminaron condenados a penas de prisión, siendo
dos de ellos condenados a muerte. A uno le sería conmutada la pena capital por ser mutilado
de guerra, pero el otro condenado, Juan Domínguez Muñoz, no tuvo tanta suerte y fue
fusilado el 2 de septiembre de ese año.
La situación creada iba a exigir de Franco una respuesta política en la que tendría que
considerar también la situación exterior, donde el curso de la guerra no acababa de decantarse
a favor del Eje. Al tiempo, aparecía una corriente de opinión favorable a la restauración de la
monarquía en la persona de don Juan de Borbón, en quien había abdicado Alfonso XIII poco
antes de morir en febrero de 1941 (Yllán Calderón, 2006: 42). A Franco le desagradaron
considerablemente estas iniciativas de Varela y Galarza y poco tiempo después tomó la
decisión de destituirlos (Espadas Burgos, 1987: 127), no tomando ninguna medida contra los
principales líderes falangistas, que se mostraron completamente sumisos a Franco, además de
desentenderse de la defensa de los falangistas que habían sido juzgados y condenados, a pesar
de las presiones sufridas. Franco comunicó su decisión a Carrero Blanco, quien le advirtió que
cesar a dos ministros del Ejército sin hacer lo propio con sus equivalentes políticos crearía
graves complicaciones, y parecería que Serrano y la FET habían logrado una victoria
70
completa, dando a entender que él ya no sería quien controlase la situación. Pero eso no iba a
ser así, y se producirían más cambios en el gobierno.
En la citada reorganización del gobierno, Varela sería sustituido por el general Carlos
Asensio, mientras Galarza lo sería por Blas Pérez González (Payne, 1987: 320-21). Pero el
cambio más importante de todos iba a afectar al Ministerio de Asuntos Exteriores, en donde
Serrano Suñer sería sustituido por Gómez Jordana como ministro, nombramiento que agradó
tanto en Berlín, donde estaban bastante cansados de Serrano Suñer, como entre los Aliados,
satisfechos de ver como era sustituido el llamado ministro del Eje.
Aunque la nueva reorganización del gobierno no dejó completamente satisfecho a ninguna de las
partes implicadas, sí se dieron por contentas. Era la segunda vez en año y medio que Franco
había sobrevivido a una crisis. Esta nueva combinación terminó de hacer a Franco más
dominante personalmente y darle más confianza en sí mismo en el plano político.
El retorno de Jordana suponía el fin de las disputas políticas internas y el descontrol
administrativo de Serrano, pero no tenía porque significar un cambio en la política exterior
española. De hecho, ese nombramiento fue bien recibido por los dos bandos de la contienda
mundial (García Pérez, 1993: 539-542; García Pérez, 2000: 316). Las relaciones con Italia se
mantuvieron y Alemania tampoco vio con malos ojos este nombramiento, ya que Ribbentrop
no tenía especial simpatía por Suñer. De hecho la destitución de Serrano Suñer significó una
mejoría para las relaciones hispano-germanas (Leitz, 2002: 113). Por el bando aliado, estos se
alegraron de este nombramiento, ya que era sustituir a un hombre pro-Eje por un hombre más
simpatizante de los Aliados que del Eje (Espadas Burgos, 1987: 128-129). El relevo se
confirmaría el 3 de septiembre de 1942. Jordana fue bien acogido por todos los beligerantes,
coincidiendo además, su nombramiento, con un momento clave en la marcha de la guerra, con
el desembarco en África y la Batalla del Alamein.
Aunque las primeras actuaciones del nuevo ministro no supusieron un giro hacia posiciones
aliadófilas, sino una continuidad en la política anterior, Jordana era el hombre indicado para
llevar a cabo una vuelta a la neutralidad, y por ello el giro en la política exterior no se hizo
esperar. Ya el 22 de septiembre, tras una reunión del Consejo de Ministros, el gobierno hacía
pública en una nota su nueva orientación internacional, siendo Portugal y América Latina los
nuevos vértices de referencia (García Pérez, 2000: 316; Marquina Barrio, 1992: 189), y tratando
de mejorar con ello también sus relaciones con los países anglosajones. Además se anunció que
71
se proseguiría con el rearme español, pero no con sentido prebeligerante, sino como advertencia
ante cualquier posible intromisión.
El incidente de Begoña no había sido el motivo principal por el que se decidió apartar Suñer
del gobierno, sino que este fue que se había decidido apartar a España de la senda de la
beligerancia. La gran cantidad de enemigos que se había labrado el Cuñadísimo entre los
hombres importantes del gobierno tampoco habían hecho ningún favor al futuro de su carrera
política. El incidente no fue más que el detonante que hizo que Franco actuase y realizase un
reajuste más en su gobierno. Con la sustitución de Serrano se acababa con una primera época
de la guerra en la que la política española había sido de clara subordinación hacia los países
del Eje aunque, bien es cierto, España no había llegado a entrar en la guerra (Marquina Barrio,
1992: 188). Esa subordinación tuvo lugar en aspectos numerosos aspectos, como podía ser la
economía, pero también en el campo policial o los servicios de información. Además, esa
sustitución en el Ministerio supuso el fin de la carrera política de Suñer, que nunca más volvió
a aceptar un cargo político.
72
3.3. Vuelta a la neutralidad (noviembre 1943 - mayo 1945)
3.3.1. El titubeante camino hacia la neutralidad
La entrada de los Estados Unidos de forma directa en la guerra en diciembre de 1941 tras el
ataque sufrido en Pearl Harbour por parte japonesa hizo que la política española sufriera
nuevas modificaciones. La noticia de ese ataque fue acogida con cierta alegría por las
autoridades españolas (Espadas Burgos, 1987: 124-125), aunque esa alegría se tornó en
preocupación en las siguientes semanas. Con esa entrada norteamericana en la guerra, sus
aliados europeos comenzaron a buscar operaciones conjuntas para conseguir derrotar a
Alemania, a la que en ese momento sostenía prácticamente en solitario la Unión Soviética.
Stalin pedía insistentemente, con razón, un segundo frente.
El tan ansiado segundo frente solicitado por Stalin se definió que entraría en acción en el
Norte de África, en la llamada Operación Torch, que haría que una fuerza aliada
desembarcara en Marruecos y Argelia (la idea inicial era que desembarcaran en Argelia y
Túnez). Para dicha operación, era imprescindible la neutralidad española, que se había
declarado como no beligerante en 1940. No se quería irritar a España, y por ello se desechó la
posibilidad de realizar ese desembarco en Canarias o en el Protectorado de Marruecos, que se
habían reforzado ante el temor a que el desembarco se produjera en esos lugares.
Poco tiempo antes que tuviera lugar el desembarco aliado en África tendrían lugar los
Incidentes de Begoña y las consecuencias que de él se derivaron. La más importante, la del
regreso al ministerio de Exteriores de Jordana, ponía fin a una primera época española en la
guerra que había sido de clara subordinación hacia los países del Eje (Marquina Barrio, 1992:
188), aunque sin llegar a entrar en la guerra, envío de la División Azul aparte. La
subordinación española tuvo lugar en numerosos aspectos como la economía, el campo
policial o especialmente en los servicios de información.
Jordana daría una impronta más neutral a la política española, aunque también dio repetidas
seguridades a los países del Eje de que la actitud española no variaría en la política exterior.
Este hecho, sin embargo, no sería así, como se iba a demostrar con la nota del 22 de
septiembre de ese mismo año, en la que se presentaba un cambio en la posición española. Ese
paso a la neutralidad iba a ver favorecido por los acontecimientos de la guerra, al margen de
cualquier decisión de Franco (García Pérez, 2000: 316; Tussel, 2007: 144-145). Las
facilidades de las que habían gozado Alemania e Italia hasta ese momento fueron recortadas,
73
y los nombramientos militares iban a ser extremadamente prudentes. Se trataba ahora de
mejorar las relaciones con los países anglosajones, toda vez que Estados Unidos había entrado
en la contienda.
Desembarco aliado en el Norte de África
La Operación Torch se inició el 8 de noviembre de 1942, y ante el desembarco aliado,
Roosevelt aseguró a Franco que nada debía de temer de las Naciones Unidas, que no atentaría
contra España o contra sus territorios, con una única condición, la neutralidad española en ese
ataque. Poco después, el gobierno británico hizo promesas de similar carácter. En ese
momento Franco pudo respirar tranquilo por haberse resistido a seguir el Protocolo secreto de
Hendaya, pues eso habría supuesto que España estuviese en guerra con Estados Unidos
(Espadas Burgos, 1987: 126; Huguet, 2003: 498; Payne, 1987: 323). Y también significaba
que, aunque se seguía confiando en la victoria alemana, esta hipotética victoria sería mucho
más lenta y difícil, mientras que la entrada de España en ella sería mucho más costosa y
potencialmente desastrosa para el país. Esta nueva situación otorgaba mayor libertad a
España, pero también significaba un mayor número de peligros, puesto que en ese momento
sus fronteras se encontraban amenazadas por los dos bandos contingentes (Marquina Barrio,
1992: 189; Sánchez Jiménez, 2004: 291), aunque acababa de recibir la primera garantía de la
supervivencia de su régimen aún con la derrota del Eje, como declararía el propio Franco más
adelante. La respuesta española a esas garantías fue la de iniciar los preparativos para retornar
nuevamente a la neutralidad.
Este desembarco aliado en África noroccidental llevó la guerra más cerca de España que
nunca, pues la respuesta alemana al desembarco fue rápida y contundente: ocuparon la mitad
meridional de Francia, controlada hasta entonces por el gobierno de Vichy, y cerraron así la
frontera de los Pirineos con España, que ahora estaba atrapada entre dos fuegos. Sería uno de
los momentos de mayor tensión internacional.
Con motivo de la Operación Torch y las movilizaciones alemanas en respuesta a esta, hubo
una reunión del gobierno el 16 de noviembre, y en ella se presentó un informe de la embajada
en Berlín que indicaba que Hitler tenía la intención de solicitar permiso para el paso de tropas
por territorio español. La opinión de Franco y Jordana en favor desechando la entrada
alemana y continuando con la no beligerancia fue la mayoritaria en dicha reunión.
74
El gobierno temía una ocupación alemana de la Península y acordó que era necesario impedir
la entrada de tropas alemanas, por ello se decretó dos días después de la reunión una
movilización parcial que durante varios meses elevó a más del doble el número de hombres
en armas (García Pérez, 2000: 317; Payne, 1987: 324). Este gesto demostró a Hitler que una
acción peninsular costaría demasiado esfuerzo y encontraría gran resistencia por parte de los
españoles. Antes de final de mes, todos los embajadores españoles fueron informados de la
firme decisión del gobierno de resistir cualquier ocupación extranjera de las Baleares,
decisión que según la inteligencia estaban considerando ambos bandos.
El cambio de política español permitió la firma del primer acuerdo comercial hispano-alemán
de la guerra, el 17 de diciembre. Este acuerdo serviría para que los alemanes saldasen parte de
sus deudas comerciales, mediante el pago de una importante carga de armamento (Marquina
Barrio, 1992: 189). Hitler accedió a ello pensando en la futura entrada de España en la guerra.
El alejamiento entre el gobierno español y el Reich era cada vez más evidente, por ello
durante el otoño de 1942 hubo planes alemanes para provocar un cambio político en España,
manteniendo conversaciones sobre todo con Arrese y Manuel Valdés, vicesecretario de la
FET. Pero el propio Hitler ya era escéptico con esta posibilidad, debido a que el Ejército
permanecería leal a Franco, y no había nadie que tuviera un apoyo importante, ni entre los
militares ni en la opinión pública (Payne, 1987: 325-326). Esos intentos alemanes fueron en
balde y la política española siguió dando pasos hacia una mayor neutralidad
De ese momento hasta el final de año, Franco haría sus últimas manifestaciones fascistas en
público, en el aniversario del ataque a Pearl Harbour. También estaría de acuerdo en que
Arrese hiciera el viaje a Berlín que los alemanes llevaban mucho tiempo pidiendo, pero eso sí,
a cambio de que Muñoz Grandes volviese a España, regreso que Hitler había retrasado nada
menos que seis meses, para servir de enlace entre Madrid y Berlín.
En esas últimas semanas del año, los diplomáticos alemanes trataron que España modificase
su postura y entrase en la guerra, algo a lo que se oponían la mayoría de comandantes y altos
cargos nacionales, máxime al enterarse de las dimensiones del desastre alemán en
Stalingrado. Gómez Jordana dirigía la diplomacia española de forma lenta, pero decidida en
una dirección más neutral, postura que se vio respaldada por Carrero Blanco, quien también
era un neutralista con gran influencia sobre Franco. Éste redacto un informe en el que
75
indicaba que Alemania sufriría una derrota, como en 1918, si bien pensaba que Alemania
terminaría pactando con los rusos.
De forma previa al desarrollo de todos estos acontecimientos, tuvieron lugar varios sucesos
relevantes en la política española, y que aprecian el giro hacia la neutralidad que esta estaba
tomando. El primer suceso, y de mayor importancia fue en febrero de 1942, cuando fue
enviado el general Carlos Asensio, jefe del Estado Mayor a un viaje de inspección a la
División Azul en Rusia, para después solicitar la retirada provisional de la unidad española,
circunstancia a la que Hitler se negó. Franco trataba de suavizar así su postura de no
beligerancia en favor de Alemania, coincidiendo con la entrada de Estados Unidos en la
contienda y con el punto muerto que estaba sufriendo la Blitzkrieg alemana en la Unión
Soviética. Poro tiempo después se suspendieron definitivamente las facilidades para que los
submarinos alemanes repostaran en España justo cuando comenzaba la fase principal de la
Batalla del Atlántico.
Ese mismo mes de febrero, se reunió por primera vez Franco con el dictador portugués
Salazar en Badajoz. La colaboración no podría ser completa, por la postura de ambos países
en la guerra, pero el encuentro sirvió para confirmar verbalmente el Tratado de Amistad y No
Agresión de 1939, el llamado Pacto Ibérico (Payne, 1987: 310). Franco manifestó
rápidamente que no estaba influido por la neutralidad de Salazar.
El año 1943 supondría el giro definitivo en el devenir de la contienda, con las derrotas
alemana e italiana en Stalingrado y el norte de África, con la invasión de los aliados a Italia
que supuso que Mussolini (Castelló, 1988: 15) fuese derrocado y que se rompiese su alianza
con Alemania. Esta, a su vez, ocupó el territorio de su antiguo aliado.
En enero de ese año, como paso significativo de la política de Jordana, se admitió una
representación del gobierno de la Francia Libre en Madrid, algo totalmente en contra de los
deseos alemanes. Cuando fue ocupada la Francia de Vichy, una riada de refugiados franceses
comenzó a atravesar la frontera de Pirineos (Marquina Barrio, 1992: 190). Alemania ante ello
protestó, consiguiendo cerrarla durante unos días, para reabrirse posteriormente por presión
aliada. El 19 de mayo el Alto Estado Mayor realizó un estudio de la situación militar europea
el 19 de mayo de 1943 (Payne, 1987: 343), el cual determinó que lo más probable era la
derrota alemana, dejando a la Unión Soviética como la fuerza dominante en Europa. En
76
noviembre de 1943 se anunciaría el acuerdo entre el gobierno español y el estadounidense por
el que se concederían derechos de aterrizaje a las líneas aéreas de ese país.
Este nuevo giro que había dado la política exterior española se hizo notar en la campaña
diplomática lanzada a comienzos de 1943, con la que trataba de llegar a un entendimiento
entre los países neutrales (Suecia, Irlanda y Suiza) para tratas de mediar en una paz negociada
entre aliados y Alemania para salvar a Europa del bolchevismo. Suecia y Suiza se negaron a
cooperar, mientras que tanto Gran Bretaña como Alemania rechazaron completamente tal
perspectiva (Payne, 1987: 327). Solo Italia, con la posible ayuda del Vaticano, podría haber
estado interesada. Esa política se extendió hasta el mes de abril, en que se produjo un claro
avance en dirección a la neutralidad, cuando Jordana mostró su deseo de paz, en cuya
gestación tuviera un papel importante el catolicismo, mientras que declaraba al Comunismo
como más temible que la guerra (Tussel, 2007: 148). Ese discurso de Jordana fue haciéndose
también propio de Franco, un discurso muy diferente del usado por él en la primera fase de la
guerra. A ese hecho le siguió la caída de Túnez en mayo, y las primeras quejas españolas
sobre la persecución del catolicismo en Alemania.
Con el desembarco aliado en el Norte de África las dificultades a las que se tuvo que enfrentar
Mussolini hicieron que se convirtiese en una necesidad un ataque a través de España contra las
posiciones aliadas en África en la primavera de 1943. Il Duce incluso llegó a escribir a Franco
para pedirle colaboración, sin confiar demasiado en ello. Los dirigentes del Eje acordaron en que
Mussolini se entrevistaría con Franco para estudiar esta posibilidad, pero la entrevista jamás se
llegó a producir, primero por la actitud de Jordana, y posteriormente porque en la primavera de
ese año tanto alemanes como italianos descartaron cualquier operación bélica que supusiera un
ataque a la espalda de los aliados contando con España (García Queipo, 1996: 99-100). En ese
punto fue cuando se llegó al colapso del fascismo y al desenganche de Italia del Eje, lo que jugó
un papel de primera importancia en la política interna española.
Desembarco aliado en Sicilia
El éxito del desembarco en el Norte de África había sido notable, pero insuficiente para
derrotar al enemigo, por lo que los Aliados fueron planificando un segundo desembarco a lo
largo de 1943. A pesar de los grandes esfuerzos que estaba realizando Jordana, España seguía
siendo vista como una potencia tan cercana al Eje. Por ello fue que en los primeros meses de
ese 1943 el embajador norteamericano en Madrid propuso para que los aliados tuvieran
presencia en Europa que el ansiado nuevo desembarco aliado se produjera por España, y de
77
esta forma matar dos pájaros de un tiro, ya que se tendría presencia en Europa y se acabaría
con el régimen de Franco (Collado Seidel, 2012: 603). Finalmente desde Washington no se
vio como necesaria esa propuesta, ya que aunque estaban cansados de Franco, su actitud de
no beligerancia la seguían viendo como positiva.
La realidad era que los aliados no tenían interés, ni capacidad en aquel momento, para realizar
dicha invasión, ya que se temía que un hipotético ataque volcase a España hacia el bando del Eje
(Espadas Burgos, 1987: 136). Las ganancias sobre ese hipotético ataque serían pequeñas y la
operación sería larga en un teatro que no era decisivo. Pese a que esas ventajas serían pocas, no
se descartó un ataque en la Península durante ese año para debilitar el poderío militar alemán. Se
llegaron a elaborar un par de planes de ataque, pero finalmente fueron desechados.
Finalmente el desembarco tendría lugar en el verano de 1943 y en esos momentos la política
de neutralidad iniciada por Jordana vivió uno de sus momentos más delicados, cuando los
servicios secretos aliados en España prepararon un gran engaño al imperante espionaje
alemán, precisamente usando el territorio peninsular como señuelo. Ese engaño se iba a hacer
para tratar de distraer al enemigo sobre el emplazamiento de este nuevo desembarco, que
probablemente tendría lugar en Túnez o en Sicilia. La operación llevada a cabo era de vital
importancia para los Aliados.
El nombre de esta operación sería el de Mincemeat, y tendría lugar a finales de abril de 1943,
que sería cuando aparecía en la playa de Huelva el cadáver de un oficial británico con una
importante documentación secreta (Espadas Burgos, 1987: 133). En esa documentación, que
rápidamente llegó a los alemanes, se desestimaba el ataque en Sicilia, hecho que creyeron en
Berlín, por lo que cuando el desembarco se produjo finalmente en Sicilia, el 10 de julio de
1943, les pilló bastante de improviso.
El desmoronamiento italiano fue muy rápido, siendo Roma bombardeada el día 16 y
Mussolini depuesto el día 25 de ese mismo mes. España, no tendría noticias de la caída de
Mussolini hasta dos días más tarde. El viraje sufrido en la política española se hizo evidente
entonces, pues el ministro Jordana dio orden al embajador español de que reiterara su
simpatía y amistad al nuevo ministro de Exteriores italiano, pero a su vez le dijo que no
concederían peticiones de asilo político a los miembros del antiguo gobierno.
El régimen franquista, por lo tanto, decidió reconocer el Gobierno Badoglio en Italia, después
de la invasión aliada que había tenido lugar a través de Sicilia. En esa situación, España no
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reconoció al gobierno de Mussolini, que se sostenía por la acción alemana (Huguet, 2003:
499). Esa postura mantenida por el ministro español, permitió que se apuntalara la política de
neutralidad, y que España volviera a declararse neutral, aunque vigilante a finales de año. El
camino a la neutralidad era largo y lento. Se iniciaba así un largo reacomodo en la política
exterior. En ese momento España ya había restringido las facilidades económicas y
estratégicas de las que habían gozado Italia y Alemania en el país.
La ofensiva monárquica de 1943
Hasta que se alcanzó el ecuador de la guerra, sobre mediados de 1942, la Familia Real
española había apoyado la causa nacionalista, tanto a nivel económico como político.
Además, tanto Alfonso XIII (hasta su muerte en 1941) como su heredero después, Don Juan,
mostraron su apoyo al bando del Eje.
Sin embargo el giro que tomó la guerra en esos momentos, con la entrada de Estados Unidos
en ella, junto con el primer signo de reforma en el régimen, alentaron a los monárquicos a
actuar para conseguir la restauración inmediata de la Familia Real, lo que podría considerarse
la sustitución lógica de Franco en términos aceptables para los aliados.
De esta forma, la metamorfosis que experimentó Don Juan (Alfonso XIII había muerto
cuando aún la guerra era favorable a Alemania) fue producto de las circunstancias cambiantes
del conflicto, dando un giro radical en la búsqueda del apoyo de los Aliados, toda vez que el
signo de la guerra les fue favorable (Payne, 1987: 335-336). En marzo de 1943, Don Juan
escribiría a Franco declarando que la continuación de su régimen provisional estaba
exponiendo a España a graves riesgos e instándole a preparar rápidamente la restauración
monárquica. La respuesta de Franco tardó dos meses en llegar y en ella declaraba que su
gobierno no era simplemente transitorio, sino que representaba uno movimiento organizado
que ya estaba instalado y que debía obedecer a su propio ritmo, que sólo él estaba en posición
de interpretar. Don Juan era su potencial sucesor, pero debía aceptar la Monarquía las
directrices del Movimiento.
Pero sería la caída de Mussolini, en julio de ese mismo año, lo que lanzó a la acción al sector
de la clase política española que buscaban el restablecimiento de la Monarquía, en la figura
del heredero del fallecido Alfonso XIII (Tussel, 2007: 150; 152). Fue la época en la que la
presión monárquica se hizo más fuerte y patente sobre Franco, por lo que su respuesta debía
ser más prudente que en ocasiones anteriores. Al Caudillo le llegó en septiembre un escrito
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firmado por los generales en que le instaban a dar un paso a otro régimen. Franco, que no
estaba dispuesto a abandonar el poder, lo que hizo fue recibir uno por uno a todos esos
generales, a diferencia de Mussolini, que lo hizo en conjunto y fue su fin político, y disipó una
posible oposición peligrosa.
En 1944, ante la proximidad de la derrota alemana, el error político de la opción fascista era
ya evidente, pero su rectificación, sin alterar el resultado de la Guerra Civil, parecía muy
difícil. Se inició por entonces una nueva toma de posición de don Juan de Borbón, quien veía
en el rumbo que había adquirido la guerra como una oportunidad de sustituir a Franco y
ofrecer de esta forma a la Monarquía como solución al atolladero político en que estaba
sumido el régimen de Franco (Yllán Calderón, 2006: 44). En los compases finales de la
guerra en Europa presentaría como alternativa al Régimen una Monarquía Constitucional,
mediante el Manifiesto de Lausana, del 19 de marzo de 1945. En dicho manifiesto rechazaría
el régimen franquista.
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3.3.2. Retorno a la neutralidad
Los hechos acontecidos durante todo el año supusieron que Franco variase de nuevo su
postura, y el 3 de octubre de 1943 haría el anuncio del fin de la no beligerancia española y la
adopción de una postura de neutralidad vigilante. El anuncio lo haría vestido con el uniforme
de almirante, en lugar de con el traje falangista. Este retorno a la neutralidad se reafirmaría
cuando el 17 de noviembre comunicó oficialmente que la División Azul había sido disuelta,
retornando las primeras unidades que la formaban el 12 de diciembre de ese mismo año
(Castelló, 1988: 16; Huguet, 2003: 499; Payne, 1987: 344; Sánchez Jiménez, 2004: 292) a
España, aunque los voluntarios que así lo deseasen podrían quedar como voluntarios en las
filas alemanas. Estos pocos hombres que se quedasen pasarían a integrar Legión Azul, que se
disolvería finalmente el 15 de marzo del año siguiente.
El giro de la política española fue tan radical que el 15 de diciembre de 1943 el nuevo
embajador alemán en Madrid protestó ante Franco por una serie de medidas que consideraba
que perjudicaban al Eje, como eran restricciones de envíos a Alemania o la retirada de la
División Azul. Franco respondió que eran medidas necesarias, y que incluso favorecían a
Alemania. Posteriormente, el 7 de febrero siguiente, cambió el plan de defensa español para
que diera prioridad a la protección ante una invasión aliada por las costas, en vez de un ataque
alemán por los Pirineos.
Aunque las relaciones con Alemania se enfriaron, se continuó enviando ayuda o trabajadores,
pero se aceptaron algunas presiones aliadas para limitarlas (Collado Seidel, 2012: 602). A
pesar de que la derrota alemana era inminente, la evolución de la política exterior hacia esas
posturas neutrales tuvo que ser progresiva, debido a que en Falange y el Ejército había
sectores germanófilos. De ahí en adelante, Franco hizo numerosas declaraciones sobre su
neutralidad, con objeto de preservarse de las consecuencias de haber colaborado con el Eje. El
3 de febrero siguiente, España ratificaría su posición de neutralidad. El régimen no veía otra
posibilidad de cara al exterior que la de intentar lavar su imagen ante Estados Unidos y Gran
Bretaña, especialmente.
En esos difíciles momentos tanto para el régimen como para el país fue cuando comenzó a
surgir en Franco lo que se denominó como la teoría de las tres guerras y la actitud
diferenciada de España en cada una de ellas. El Caudillo estaba virando el rumbo político del
país nuevamente hacia la neutralidad en el conflicto. Eso motivó que tanto británicos como
estadounidenses se decidieran a mejorar los suministros de alimentos y las condiciones
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económicas desde principios de 1943, acabando así el periodo de sufrimiento más intenso
para gran parte de la población española.
En los momentos finales de la no beligerancia española y los primeros meses de la vuelta a la
neutralidad (desde verano de 1943 hasta la primavera del año siguiente), fue un periodo en
que el gobierno español trató de obtener ventajas de ambos bandos. Para ello adoptó
decisiones contradictorias, que en muchas ocasiones anulaban sus efectos positivos. El
momento cumbre de esa política incoherente se alcanzó cuando se decidió pagar a Alemania
parte de la deuda con dinero en efectivo (un crédito de unos cien millones de Reichsmarks).
Ante ese hecho, Estados Unidos impuso un embargo de petróleo a España, hasta que no se
interrumpieran los suministros al Tercer Reich (García Pérez, 2000: 318; Payne, 1987: 344).
Ese embargo fue desastroso para la economía española, y el gobierno tuvo que aceptar las
condiciones norteamericanas.
Otro ejemplo de esa incoherente política tuvo lugar con el llamado Incidente de Laurel, con
motivo de un telegrama poco afortunado enviado al nuevo régimen de Filipinas, que era un
gobierno títere de Japón. Este telegrama no era un reconocimiento oficial a ese gobierno, pero
tanto Estados Unidos como Gran Bretaña denunciaron la respuesta española (García Pérez,
1993: 718), provocando una nota aclaratoria y se suspendieron los envíos de petróleo al país.
Desde comienzos del año, la administración americana pareció tener voluntad de que se
impusieran sus exigencias y recrudeció mucho su política con respecto a los envíos a España,
al menos hasta que se suspendieran por completo los envíos de materias primas estratégicas a
Alemania. Al principio Franco estaba dispuesto a resistir, contando con el apoyo de algún
ministro, pero Jordana le hizo ver que en caso de mantener su postura, la situación para
España sería muy complicada, ya que la victoria aliada era inevitable, y su supervivencia
dependía de que se llegara a un acuerdo con los Aliados.
Al tiempo que España trataba de retornar a la neutralidad, la presión alemana aumentaba a
finales de año. El nuevo embajador alemán en Madrid, Von Moltke, insistió al gobierno
español de al menos firmar un protocolo secreto comprometiéndose a resistir por la fuerza
cualquier incursión aliada. Franco acordó hacerlo el 12 de febrero de 1944, siempre que
Alemania garantizase nuevo material. Hitler indicó su deseo de recibir otra comisión
española, siempre que fuera a alto nivel, para discutir esa ayuda. El elegido por Franco fue
Carlos Martínez Campos, un general con malas relaciones con los elementos pro-alemanes.
82
En la reunión, Hitler no habló de prestar mucha ayuda militar, pero mostró tal exhibición de
armas que Martínez Campos al volver al país comentó a Franco que Alemania todavía podría
ganar la guerra (Payne, 1987: 328-329). Eso sorprendió a Franco, que ya se estaba
convenciendo de lo contrario, ya que, entre otras cosas, ese atisbo de derrota alemán le estaba
permitiendo controlar más fácilmente a los disidentes dentro del régimen. Las maniobras
alemanas con los miembros del régimen estaban llegando a un punto muerto.
Con el cambio de la situación, más favorable ahora a los Aliados, Washington comenzó a
adoptar una línea más dura con respecto a Madrid y se pensó en reducir las exportaciones de
petróleo, que eran vitales para la economía española. Esa opción fue descartada por la
insistencia del embajador norteamericano, Hayes (Collado Seidel, 2012: 603; Payne, 1987:
343). Como demuestran los hechos, los Aliados habían tenido en su mano el ahogar
económicamente a España, y sin embargo, como estrategia militar, prefirieron aceptar un
relativo apoyo del régimen al Tercer Reich, siempre que no se traspasaran ciertos límites. A
partir de ese momento la política española de neutralidad se fundamentó en una identificación
con el Papa y el catolicismo.
El 1 de mayo de 1944 se produjo un acuerdo mediante el cual se satisfacía a las demandas de
los Aliados, y acababa con dos años de tensión diplomática y comercial. España anunciaba la
expulsión de un gran número de agentes nazis del país, cerraba el consulado alemán en
Tánger y especialmente el asunto más importante, se limitaba el envío de Wolframio a
Alemania (España era en esos momentos su único suministrador de ese material), dejando
prácticamente el resto de este material en manos aliadas.
A cambio se realizarían los necesarios envíos de petróleo y otros artículos de primera
necesidad a España por parte de las potencias occidentales. Este hecho marcó un giro
estratégico en la orientación del Régimen, que no culminaría hasta 1953 (García Pérez, 1993:
758-762; García Pérez, 2000: 319-20; Marquina Barrio, 1992: 192; Payne, 1987: 345; Tussel,
2007: 155), con los acuerdos que firmarían con los Estados Unidos, ya que aunque España
consideraba que Alemania perdería la guerra, estos conservarían su potencial industrial y
tecnológico a la conclusión de la misma, por lo que decidió no romper lazos con Alemania
(aunque si ejercer una política equidistante con ambos bandos), para así convertirse en su
principal opción mediterránea una vez se iniciase la posguerra. Este hecho agravó su posición
internacional en los primeros años de posguerra.
83
Pero si hubo un hecho que terminó de convencer a Franco y a su gobierno que la derrota
Alemana era inevitable y tan sólo era cuestión de tiempo que se rindiese, fue el éxito que
obtuvieron los Aliados con el desembarco de Normandía (Payne, 1987: 347). Sólo a partir de
ese momento fue cuando le concedieron a los Aliados el derecho de que sus patrullas
antisubmarinas sobrevolaran el espacio aéreo español y también se les permitió evacuar a sus
heridos de Francia por Barcelona. No había dudas acerca del intento del gobierno español de
cooperar más estrechamente con los Aliados, entre otros motivos porque esperaban que ellos
defendieran a Europa del Comunismo tras la derrota alemana.
Fue en ese contexto de neutralidad, con los aliados tratando que la situación española fuera
más benevolente con ellos que con su enemigo, cuando el ministro Jordana, fallecía en agosto
de 1944. José Félix de Lequerica, un hombre leal al régimen (Payne, 1987: 348-349), fue
elegido como su sucesor, lo que no sentó especialmente bien entre los aliados. El 21 de
agosto, la prensa española recibió instrucciones de que mostrasen una verdadera neutralidad
al comentar los acontecimientos internacionales y militares, con la excepción de lo que
sucediera con la Unión Soviética.
Realmente, desde entonces, la iniciativa en la práctica política la llevaría el propio Franco.
Desde ese momento, la nueva orientación de la política exterior fue el tratar de mejorar las
relaciones con Estados Unidos, ofreciendo incluso importantes ventajas estratégicas a su
aviación. También se reconoció al nuevo gobierno provisional francés, y en el mes de abril de
1945 se rompieron las relaciones diplomáticas con Japón.
Desde finales de 1944, comenzó a debatirse en Londres la política que se llevaría a cabo hacia
España a la conclusión del conflicto. El Primer Ministro británico, Churchill, era contrario a
cualquier plan para intervenir abiertamente en los asuntos españoles, observando que el
régimen le había hecho más bien que mal a los aliados en la guerra. Si bien ni Gran Bretaña ni
Estados Unidos decidieron intervenir directamente, la política hacia Madrid se endureció. En
los primeros meses de 1945 ambas embajadas presentaron varias protestas por lo que
denominaban como el incumplimiento por parte de las autoridades españolas del acuerdo del
1 de mayo del año anterior.
Desde las altas esferas del gobierno se había pensado que estas medidas oportunistas serían
suficientes para adaptarse al resultado de la guerra, debido a que no querían alinearse con los
aliados, ya que habría forzado las tendencias monárquicas en el seno del Régimen, cuando el
84
objetivo principal y primordial era la supervivencia y perpetuación de Franco en el cargo. Por
ello la posterior condena internacional fue recibida con sorpresa, al igual que las presiones
políticas aliadas.
Franklin D. Roosevelt escribiría en sus últimos días de vida al embajador de su país en
España diciéndole que aunque no quería intervenir en la política española, no creía que un
régimen apoyado en su origen por los países fascistas, pudiera ser aceptado en la nueva
organización del mundo (Payne, 1987: 350; Tussel, 2007: 159). Sin embargo, a la muerte del
presidente, la nueva administración de Truman en Washington se iba a mostrar mucho más
opuesta a España que la predecesora, como mostrarían en la Conferencia de Postdam.
Incluso los que iban a ser derrotados se desentendían de Franco desde muchos meses antes de
caer. Ante ese probable horizonte de aislamiento exterior, Franco también podría sufrir
problemas internos debido a la oposición, circunstancia que el contexto de las relaciones
internaciones se encargaron de evitar.
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4. Balance de la actuación española en la Segunda Guerra Mundial
El año de la victoria para Franco fue el del desastre para el resto de Europa, debido al inicio de la
Segunda Guerra Mundial. En dicho conflicto, el alineamiento español con las potencias del Eje
fue claro e innegable desde un primer momento. Este alineamiento surgía como consecuencia del
resultado de la Guerra Civil y del apoyo recibido por el bando vencedor en la misma. La
identificación del Régimen con el fascismo italiano era muy explícita.
A pesar de ello, las divisiones internas a la conclusión de la Guerra Civil, más los problemas para
la reconstrucción del país, le hacían no estar bien situado de cara a un conflicto internacional. La
política económica no fue bien calculada para resucitar la producción nacional. Además, a pesar
del hecho que España al final de la Guerra Civil tuviera unas fuerzas armadas de cerca de un
millón de hombres, estas unidades dependían por completo de las potencias del Eje para el
suministro del material bélico más importante. Era impensable que España pudiese participar en
esas circunstancias en la guerra.
Si hiciéramos una interpretación de la propaganda del régimen a lo largo de la dictadura, esta
decía que Alemania presionó a España para entrar en la guerra. Pero esa presión no consiguió
romper la resistencia de Franco. La realidad es que a raíz de la victoria alemana sobre Francia,
hubo una identificación absoluta de los dirigentes españoles con el Eje (Tussel, 2007: 121),
que se prolongó en el tiempo hasta bien entrado 1944. En cuanto a la presión alemana sobre
España para intervenir en la guerra, es cierto que existió, pero tan sólo durante unas pocas
semanas. La iniciativa de entrar en la guerra por parte española fue llevada por los propios
dirigentes españoles, no por Alemania, al menos en sus primeras fases.
Esta última afirmación concuerda más con la política que debió haber ejercido Franco desde el
inicio, que habría de haber sido la de mantener una neutralidad formal para proteger a España,
pero que en cambio mostró siempre su apoyo convencido a Alemania. La política económica
autárquica que comenzó a aplicar a la conclusión del conflicto nacional se inspiraba en Italia y en
Alemania, y gracias a ella rechazó créditos muy importantes de Estados Unidos, que no podía
reemplazar de ninguna otra forma. Tan sólo aceptó alguna ayuda británica.
La política que aplicó España a lo largo de la Segunda Guerra Mundial atravesó varias fases. En
un primer momento, debido en gran parte a las dificultades que señalábamos, se declaró una fase
de neutralidad técnica. Esa primera fase abarcó hasta que la caída de Francia ante el poderío de la
Blitzkrieg alemana era inminente (Payne, 1996: 183-184). Ante la inminencia de la derrota
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francesa, Franco quiso intervenir en el conflicto, para ver si podía obtener beneficios en el
reparto del botín de guerra. Desafortunadamente para sus intereses, Hitler no haría caso de sus
reivindicaciones y España tan sólo haría un cambio en su status ante la guerra, pasando de la
neutralidad a una no-beligerancia.
Se iniciaba así una segunda fase en la contienda que iba a estar orientada claramente a los
intereses del Eje, y que alcanzaría su punto de culminación cuando nada más atacar Alemania a
la Unión Soviética, España aprobó el envío de una División de Voluntarios a combatir contra el
enemigo común del Comunismo. A pesar de no mediar declaración de guerra, algo que
conllevaría numerosos problemas a los hombres que caerían presos en el Frente Este, España
envió a la División Azul a combatir a la Unión Soviética, enrolados en el Ejército alemán.
El régimen todavía retornaría a una neutralidad formal, si cabe favorable a los Aliados, desde los
compases finales de octubre del año 1943. Este retorno a la neutralidad se hizo demasiado tarde,
cuando la derrota alemana parecía inevitable, lo que supuso graves consecuencias para España a
la conclusión de la guerra. Franco declararía, una vez concluida esta, que jamás había pensado en
entrar en el conflicto del lado de Hitler, pero tanto su estrategia política como su actuación
durante esos años no hacen sino desmontan sus palabras. Esas palabras eran oportunistas, y así
las calificaron los Aliados.
En cuanto a las relaciones que se vivieron entre Franco y Hitler, estas estuvieron siempre
presididas por la mutua conveniencia e interés, por encima de simpatías o sintonías
ideológicas. Ambos líderes trataron de sacar provecho de la relación bilateral para sus propios
fines. Franco obtuvo durante la Guerra Civil toda la ayuda material posible, además que esta
le ayudó a asentarse en la jefatura, sin por ello convertirse en un estado satélite de Roma y
Berlín (Ros Agudo, 2009: 84). Alemania, por su parte, trató de crear un imperio minero que
asegurase un abastecimiento regular en el futuro, siendo este, probablemente, el pilar sobre el
que se asentaron las relaciones hispano-alemanas.
En cuanto a su relación durante el conflicto mundial, el primero siempre mostró buena voluntad,
y un deseo de participar en la guerra si se hubieran asegurado sus exigencias. Sin embargo la
historiografía ha reflejado que sus exigencias para participar fueron en todo momento excesivas,
para el grado de participación que tendría España en la guerra, y que estas no fueron sino una
excusa para evitar esa entrada directa. Exigencias que, dada la lamentable situación en que se
encontraba el país a la conclusión de la Guerra Civil, tanto económica como militarmente, eran
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extensas, pero necesarias para suministrar al Ejército y sostener la economía española en el
momento en que entrasen a luchar contra Gran Bretaña, debido a que los suministros con que los
Aliados aprovisionaban al país habrían desaparecido, y estos eran imprescindibles para la
reconstrucción del país.
La negativa de Hitler a negociar también ayudó a evitar la entrada española en el conflicto, ya
que si se hubiera mostrado dispuesto a negociar las pretensiones de Franco (especialmente las
que más interesaban a este último, las territoriales) es probable que sus exigencias de Franco se
hubieran reducido. Por lo tanto, durante gran parte de 1940, el periodo en que España se mostró
más dispuesta a participar, la negativa a intervenir fue mucho más por las evasivas que Hitler dio
en forma de respuesta a las propuestas de Franco de participar. Cuando fue Hitler quien quiso
contar con España, el interés de Franco por intervenir se había reducido bastante y usó como
excusa las exigencias para frenar el posible interés alemán en hacerlos partícipes de la guerra.
La entrada española en la guerra, y eso buscaban los nuevos dirigentes, debía haber coincidido lo
más posible con el declive final de Gran Bretaña. Ese declive aún no se había hecho patente en
octubre de 1940, por lo que unido a las citadas reticencia de Hitler por garantizar las exigencias
de Franco, hicieron que se perdiera ese entusiasmo por el proyecto y desde ese momento en
adelante se buscase más el evadir y postergar la participación. A pesar de ese desinterés creciente
en participar, la documentación revela que hasta la primavera siguiente, Franco se habría
mostrado dispuesto a intervenir.
Y es que durante esa primavera de 1941 se vivirá un último periodo de tentación por intervenir
en el conflicto bélico, aunque a mucha menor escala, como consecuencia de las victorias
alemanas en los Balcanes y el Mediterráneo y la posterior invasión a la Unión Soviética. Esta
invasión provocó un gran entusiasmo popular, al ser contra el enemigo número uno del régimen.
Pero el hecho que Alemania realizase ese ataque al enemigo común -el Comunismo- significaba
que Gran Bretaña iba a irse liberando poco a poco del yugo al que Alemania le había sometido,
debido a que la Unión Soviética cada vez iba a ir requiriendo de más y más esfuerzos en la
maquinaria bélica alemana. Eso iba a provocar que Gran Bretaña cada vez se fuera haciendo más
fuerte, algo que fue definitivo con la entrada en guerra de Estados Unidos, que no hizo sino
reforzar su posición frente al nazismo.
Sin embargo, a pesar de que el frente occidental iba a pasar a un segundo plano para Alemania,
España, esta vez sí, no iba a dejar pasar la oportunidad de participar, y para ello iba a decidir
88
enviar a la División Azul a combatir al Frente Este (Payne, 1996: 185-187). Para que esto se
pudiera producir, se elaboró la teoría de las dos guerras -posteriormente serían tres- paralelas en
el tiempo, de las que España se mostraría neutral en la europea y sería el primer país que
combatiría contra el enemigo del Comunismo.
Por su parte, Hitler inicialmente no tenía ningún interés en que España interviniese en la guerra,
ya que ocupaba un lugar secundario dentro de sus intereses al iniciarse el conflicto. Sin embargo,
a raíz del fallido intento de derrotar a Gran Bretaña, este interés fue aumentando paulatinamente,
ya que una posible invasión a Gibraltar habría podido acabar con las fuerzas británicas en el
Mediterráneo y el norte de África, y con ello garantizar la derrota británica. Si se hubiese
decidido a realizar este ataque a Gibraltar, España habría tenido un gran peso en la contienda.
Paralelamente a la guerra, desde que se declaró la no-beligerancia, la situación interna española
se hizo muy tensa, llegando a vivirse tres crisis políticas. La primera de ellas se debió a una lucha
por el poder por parte de los falangistas, en 1941, de la cual salieron favorecidos. La segunda
crisis, probablemente la más grave, fue la que estalló con el Incidente de Begoña, en agosto de
1942, que terminó con un nuevo reajuste del gobierno y con los falangistas como los grandes
derrotados, ya que perdieron todo su peso en el gobierno, además de que Serrano Suñer fue
sustituido del ministerio de Exteriores. El sustituto de Serrano fue Jordana, que realizó un giro en
la política exterior del país, ya que era mucho más neutral que su predecesor en el cargo (Tussel,
2007: 141). Es probable que Franco ya hubiera optado por la opción de retornar a la neutralidad
antes de la crisis de Begoña y esta fuese simplemente el detonante que acabó con la carrera
política del Cuñadísimo.
La última crisis fue en 1943 y esta se produjo porque algunos altos mandos militares pidieron a
Franco que dimitiera en favor de la Monarquía. Franco consiguió salir favorablemente de la
situación y no volvió a ser cuestionado en el cargo.
Retomando el tema de la tentación intervensionista, esta tentación había acabado para Franco en
la primavera de 1941 -envío de la División Azul aparte-, situación que se confirmó con el ataque
japonés a los Estados Unidos a finales de año. Aunque desde aquel momento ya no se quiso
intervenir en la guerra, una victoria de Japón en el Pacífico o una paz separada de Alemania con
las potencias anglosajonas le habrían hecho variar su postura.
Que se perdiera el interés intervensionista no implicó un cambió en el status de no beligerante
hasta que ya fue demasiado tarde y tan sólo ante una inminente derrota del Eje en el conflicto.
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Cuando se cambió, en octubre de 1943, ya era tarde para sacar provecho de su supuesta
neutralidad que se había mantenido durante el conflicto, máxime cuando el bando que resultaría
triunfante sabía que la neutralidad española era una simple fachada, puesto que habían
colaborado con el Eje hasta prácticamente las postrimerías del conflicto.
En cuanto a los aspectos económicos, la Segunda Guerra Mundial supuso un auténtico desastre
para el país, al contrario de lo sucedido durante la Gran Guerra, en donde España se había
mostrado realmente neutral. Para poder entender el desastre que la guerra supuso para España
hay que observar la política económica adoptada en estos años, la cual no se supo aprovechar de
la coyuntura internacional que la guerra le podía proporcionar, como ya había sucedido en el
primer conflicto mundial. Es cierto que el nivel de exportaciones entre 1939 y 1944 aumentó con
respecto a los años anteriores, pero este éxito fue relativo, debido a que se venía de un retroceso
provocado por la Guerra Civil (Payne, 1996: 189), y de ese nivel de aumento, el mayor volumen
de comercio pertenecía a las relaciones con Alemania.
En la economía habría que destacar el desastre que vivió la agricultura, con lo que el gobierno se
vio forzado a utilizar una gran parte de divisas en la importación de productos agrícolas. En
términos generales, la economía española creció en los años centrales de la guerra, pero la fuerte
recesión vivida en el último año de la misma hizo que todo lo conseguido hasta el momento se
viera reducido a nada.
El gobierno español no deseaba relaciones económicas con Estados Unidos, sin embargo
comprendió que estas relaciones cada vez iban a ser más importantes. Al tiempo que España
cada vez mostraba un mayor interés en esta relación, la actitud de Washington se fue
endureciendo cada vez más, debido a las relaciones económicas y militares que aún mantenía el
gobierno español con Alemania. El punto culminante se alcanzó en los acuerdos de mayo de
1944 (García Pérez, 1993: 759; Marquina Barrio, 1992: 192), que supusieron el acabar
prácticamente con cualquier colaboración que España estuviera haciendo con el Tercer Reich.
En cuanto a la política de Franco con respecto a Alemania, ambos países irán mostrando cada
vez una mayor lejanía en sus puntos de vista y en su actuación, toda vez que se produjo el
acercamiento que culminó con el cambio de status español de no-beligerancia y con las
negociaciones de entrada en la guerra. Una primera fase de alejamiento se dará en torno a la
reunión de Hendaya. En ese momento será cuando Franco (Tussel, 2007: 155) se dará cuenta
que Hitler no se iba a mostrar dispuesto a acceder a las exigencias españolas para la entrada en la
90
guerra, al tiempo que Franco no se mostrará inabordable en esa cuestión (aunque algunos autores
hablan que habría rebajado sus exigencias si Hitler hubiera accedido a parte de sus peticiones).
Un segundo punto de alejamiento se producirá por varios hechos contrarios a los intereses
alemanes en la contienda, como serán la entrada de Estados Unidos en la guerra, el desembarco
aliado en el norte de África y en Sicilia (y que provocará la caída de Mussolini y que Italia se
convierta en un estado satélite alemán) y especialmente los desastres alemanes en el Frente Este,
que se ejemplifican con Stalingrado. Para concluir con esa fase de alejamiento, España retornará
a la neutralidad a finales de 1943.
A pesar que hasta un momento muy tardío del conflicto Franco siempre confió en una victoria en
la guerra del Eje, las duras imposiciones de Estados Unidos en mayo y el éxito del desembarco
aliado en Francia en junio de 1944 le llevaron a alcanzar esa tercera fase de alejamiento
definitivo, cuando ya era inevitable la derrota alemana.
Esta última fase de la guerra, desde aproximadamente el desembarco aliado en Francia, hasta la
caída de Berlín, coincidió con el periodo en que Franco planeó la metamorfosis de su régimen,
aunque este había sido preparado lentamente desde la destitución de Serrano Suñer y el
nombramiento de Jordana en el Ministerio de Exteriores. La nueva imagen del régimen sería la
de un gobierno ultracatólico (eventualmente monárquico) y corporativista, cuyas instituciones
fueron inspiradas por las encíclicas papales. La política exterior se orientaría hacia la Hispanidad
con América Latina y con los Estados Unidos, anclada en el más firme anticomunismo. Inclusive
la política económica sufrió cambios, habida cuenta que la autarquía debía modificarse.
Pero esta variación no tuvo ningún éxito en la primera fase de la posguerra, sino todo lo
contrario, ya que los Aliados declararon que la identificación del régimen de Franco con los
fascismos fue total, y que tan sólo la inevitable caída de estos le hicieron variar su política, en la
búsqueda de su propia supervivencia. Por fortuna, el inicial aislamiento diplomático que sufrió
España en los primeros años de posguerra (Payne, 1987: 345) no significaron un total
aislamiento económico -gracias a la ayuda argentina y norteamericana, especialmente-. El
surgimiento de lo que Churchill definió como el Telón de Acero fue el salvoconducto que
permitió que Franco y su régimen se perpetuaran en España, ya que Estados Unidos lo vio como
un beneficioso aliado en su lucha contra el Comunismo.
Este nuevo modelo del régimen que surgiría tras la Guerra Mundial sería mucho más eficaz y
duradero que el surgido a la conclusión de la Guerra Civil. La experiencia de los años del
91
conflicto no había sido exitosa y de ello supo aprender el gobierno de Franco, que supo
aprovecharse del cambio de ambiente internacional.
Análisis de la situación económica
El periodo que coincidió con la Segunda Guerra Mundial fue, probablemente, el más terrible que
sufrió el país durante todo el siglo XX, más aún que los propios años de la Guerra Civil. La
memoria colectiva de los españoles ha conservado de la posguerra un recuerdo de hambre y
penurias, de miedo y represión generalizada. El gobierno franquista trató de justificar esos años
de penuria achacándolo inicialmente al legado destructivo de la Guerra Civil, y posteriormente a
las circunstancias adversas del exterior. Sin duda alguna, estos condicionantes existieron, pero no
pueden explicar en sí mismos el terrible retroceso que sufrió el país.
El hecho de ser neutral en una guerra, no explica esa recesión, si no que más bien debería haber
sucedido todo lo contrario, como demostró la propia España en la Primera Guerra Mundial,
donde obtuvo cuantiosos beneficios (García Pérez, 1996: 103-104). Serían las propias decisiones
adoptadas por el gobierno las principales causantes de dicho retroceso.
Las decisiones adoptadas por el régimen llevaron al país a establecer una relación muy
estrecha con el Tercer Reich desde el inicio de la Guerra Civil hasta casi el final de la
Segunda Guerra Mundial, debido a que su legitimidad era en gran parte debido a ellos. Esas
relaciones hispano-alemanas estuvieron definidas por una predominante vinculación
económica, la cual ligaba la producción española con la maquinaria bélica nazi. La
consecuencia de la Guerra Civil, fue que Alemania conseguiría extender de manera
extraordinaria sus bases económicas en la Península, teniendo un control efectivo sobre el
comercio exterior del nuevo régimen, y el control sobre la producción estratégica española,
creando también un holding industrial y financiero.
Debido a la debilidad financiera del Tercer Reich, la fórmula que se usó para financiar esas
inversiones fue reclamar al gobierno español el pago de la ayuda militar prestada a crédito
durante la Guerra Civil. Desde que se decidió por un tratamiento financiero para resolver la
cuestión de la deuda, la existencia y liquidación de ese débito se convirtió en un conflicto de
primera magnitud (García Pérez, 1992: 197-199). Alemania trató de incrementar el volumen
de la factura, mientras que España demoró todo lo posible esos pagos. Esto derivó en un largo
pulso entre ambos gobiernos, que se mantuvo hasta el final de la guerra. La liquidación de la
deuda contraída en la Guerra Civil no se completó hasta 1948.
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Es de sobra conocido que el sistema económico alemán se basaba en su hegemonía industrial
sobre Europa, limitando la capacidad productiva del resto de países a la tarea de meros
proveedores de su país. El programa de integración económica alemán se basaba en una
primarización de su entorno. España cumplía esas necesidades alemanas mediante la propia
estructura del intercambio comercial, progresivamente desequilibrado a favor de Alemania, y
la red industrial, básicamente extractiva, en manos de Sofindus. Por ese motivo, el Tercer
Reich jamás aceptó transformar unas relaciones con España que modificasen esa naturaleza
económica. España no podía ser más que un mero país subordinado
La consecuencia de esto es que el gobierno español sufrió una notable frustración en varias
ocasiones, lo que lleva a que no se pueda entender bien el empeño que mantuvo el Régimen en
mantener la autarquía y la alianza diplomática con el Tercer Reich durante la práctica totalidad
de la guerra, habida cuenta que estos habían protagonizado al menos tres decepciones en las
esperanzas del nuevo Régimen, todas ellas antes de que se alcanzase el ecuador del conflicto.
La primera decepción vino no sólo al negar la colaboración en el plan de reconstrucción tras la
guerra del país, sino que a eso además añadió la exigencia del pago de la deuda de guerra. El
segundo punto, fue con el sueño colonial en el Norte de África (García Pérez, 1992: 200), con la
taxativa negación en reconocerlo por temor a enturbiar sus relaciones Francia. El último gran
punto de decepción vino cuando se solicitó ayuda alemana para poner en marcha el plan nacional
de industrialización del Instituto Nacional de Industria, en el año 1941, donde la participación
alemana fue escasa y tardía. La única explicación que se puede dar de esa obstinación por
mantener la alianza con Alemania puede radicar en la absoluta incapacidad para defender otros
intereses que no fueran los de la mera supervivencia del Régimen.
La victoria en la contienda nacional por parte de los sublevados se había conseguido casi a
cualquier precio, y el legado de ese sacrificio fue una situación de máxima dependencia
económica y militar del Reich. A pesar de ello, los nacionalistas españoles hicieron una
valoración favorable de la colaboración hispano-alemana, a pesar de que los logros alemanes en
dicha guerra atentaban contra los intereses económicos españoles, en un proceso de penetración
pseudo-colonial. Se había logrado la victoria total en la guerra, pero casi a cualquier precio. De
esta guerra se heredaría una satelización política que los nuevos dirigentes consideraban
beneficiosa (García Pérez, 1996: 111), confiados en el Nuevo Orden Europeo.
93
Crisis económica interna
Los salarios reales de la inmediata posguerra quedaron equiparados, en líneas generales, con la
situación retributiva anterior a la Primera Guerra Mundial. Se habían retrocedido veinte años en
la economía española, con lo que eso significaba para los niveles de consumo efectivo.
Eso suponía que el consumo privado disminuía mientras que al tiempo, se incrementaba el gasto
público, alcanzando un promedio de crecimiento récord para el periodo de la Segunda Guerra
Mundial del veinte por ciento. Pero ese aumento del gasto no fue un mayor esfuerzo inversor por
parte del Estado, ya que en ese periodo fueron asignados menos recursos que durante la Segunda
República, sino que fue destinado al presupuesto de Defensa, a la adquisición de armamento, en
detrimento de las necesidades civiles más importantes.
En cuanto a la producción agraria, al acabar la guerra mundial, esta se había reducido en un
tercio con respecto a una década antes. La producción industrial, por otra parte, tras sufrir una
importante caída durante la Guerra Civil, cifrada en un catorce por ciento, se mantenía estancada.
Estas cifras serían suficientemente significativas por sí mismas, pero no determinan el peso real
que tuvo la Guerra Civil y las oportunidades que la guerra mundial ofreció a la economía
española. Un estudio del profesor Jordi Catalán demuestra que el conflicto no tuvo
necesariamente consecuencias negativas sobre los Estados neutrales, ya que el hecho de que las
potencias industrializadas soportasen tal esfuerzo bélico, ofreció un respiro a la competitividad
de las potencias intermedias.
La guerra favoreció el desarrollo de las industrias de fábrica en todos los países neutrales,
incluida España. El esfuerzo bélico hizo aumentar la demanda de materias primas y de
alimentos, productos tradicionales de la exportación española. Para los países energéticamente
dependientes, la contienda supuso un severo recorte en sus importaciones, pero incluso en ese
aspecto, España tenía una posición ventajosa con otros países neutrales, dada la abundancia de
carbón en nuestro territorio. Además, la demanda de los beligerantes permitió invertir la
tendencia del comercio internacional, y países tradicionalmente deficitarios, como España,
vieron como sus déficits se transformaban en superávits.
Pero si la guerra favorecía a los países neutrales, en detrimento de los que se encontraban en
situación de beligerancia, habría que explicar porqué España, sin intervenir en el conflicto, no se
estaba favoreciendo de ella. Tanto Jordi Catalán como García Pérez encuentran una explicación
a eso basándose en la política industrializadora autárquica emprendida por la dictadura.
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Hay que recordar que al concluir la guerra Civil, en 1939, el gobierno español impulsó un
programa de crecimiento económico autárquico teniendo como base la producción militar y
contando con una dirección económica férreamente intervensionista y dirigista. El programa se
ponía en marcha con el ejemplo económico de los Estados totalitarios europeos. El objetivo era
recuperar la condición de potencia europea, algo que estaba asociado al imperio colonial en el
Norte de África. Se asumió, por tanto, una función esencialmente suministradora, como
exigencia económica en la nueva estrategia. La transferencia neta de materias primas y
mercancías no dejó de aumentar.
La recesión económica española en este periodo se puede explicar entonces por varios factores.
El primero sería por una caída de la productividad laboral, debido a las propias cuestiones
internas del país, ya que la represión de la posguerra tuvo un alto coste de capital humano,
especialmente en la mano de obra cualificada o en los profesores. Esas pérdidas tardarían
décadas en recuperarse.
Otros factores que influenciaron en esa recesión serían como consecuencia del contexto
internacional, ya que la guerra multiplicaba los costes de transporte y la propia demanda de los
países beligerantes dejaba pocos stocks en el mercado internacional (García Pérez, 1996: 105-
107). Ante esa situación, los países neutrales, con excepción de España, aceleraron programas de
producción eléctrica. En el caso español, ENDESA no fue fundada hasta cinco años después de
concluir la Guerra Civil, es decir, casi con la guerra mundial finalizada, o la Empresa Nacional
Hidroeléctrica, que no hizo lo propio hasta finales de 1946, en plena posguerra e iniciándose el
aislacionismo español. El gobierno franquista renunció a producir, inicialmente, este tipo de
energía, centrándose en la fabricación de combustibles líquidos de naturaleza sintética, tratando
de imitar así a la Alemania nazi.
Ante la perspectiva de una reducción significativa de los suministros energéticos, el Régimen
desestimó una energía que favorecía la recuperación industrial y el consumo doméstico, optando
por la producción de combustibles líquidos sintéticos. La gasolina ofrecía la ventaja, frente a la
electricidad, de ser un producto estratégico imprescindible para el desarrollo de la guerra
moderna, y por ello se adoptó esta posición.
El esfuerzo inversor público, en esos años, se concentró en los astilleros civiles y militares, la
producción de aluminio (componente básico de la aviación), o en el nitrógeno (dado su doble
aprovechamiento, tanto civil, en forma de fertilizantes, como en el ámbito militar, como
95
componente esencial de los explosivos). Incluso la red telegráfica en Marruecos tenía una
innegable intencionalidad estratégica.
El planteamiento de esta política industrial era coherente con el programa autárquico, que tenía
una finalidad marcadamente expansionista. Pero las consecuencias de estas decisiones fueron de
extrema gravedad, ya que no sólo se condenó a la población y a la industria españolas a padecer
restricciones eléctricas, sino que tampoco se dispuso de combustibles líquidos de ningún tipo,
puesto que la importación de ellos dependía especialmente de los Estados Unidos, y el país
norteamericano realizó numerosos embargos de petróleo, dependiendo de la política que aplicase
en cada momento España. A lo largo de toda la guerra el país no tuvo dinero para comprar en los
mercados internacionales, y eso se aprecia en que el volumen de las importaciones obtenidas se
redujo a menos de la mitad con respecto al nivel medio previo a la Guerra Civil.
Puede chocar que en esta situación de penuria extrema en el país, se conviviera con una situación
de extraordinaria balanza comercial, en lo que se obtuvieron superávits. Sin embargo este
superávit comercial español no generaba divisa libre, ni siquiera compensación en productos,
como consecuencia de producirse casi en exclusividad al Tercer Reich, quienes lo consideraban
como modo de pago por las deudas de guerra. El no diversificar el flujo exportador a otros países
neutrales o anglosajones, capaces de pagar con alimentos o productos de primera necesidad, fue
resultado de la opción política adoptada por el Régimen.
Las condiciones del comercio exterior
Las cifras en que se desenvolvió el conjunto del comercio exterior español fueron relativamente
modestas. Esto se debió a circunstancias como que los países beligerantes redujeron las
exportaciones, bien por incapacidad de transportarlas, bien por temor a una posible reexportación
o por la propia demanda de guerra (García Pérez, 1996: 108). Al tiempo, la demanda en esos
países beligerantes se disparó, especialmente en los materiales de interés militar en manos de los
países neutrales. La importancia de estos productos hizo que ambos bandos establecieran una
competencia comercial por su control que favoreció a los países con esos yacimientos, como es
el caso de España con el Wolframio.
En el caso español, la dependencia del mercado alemán fue extraordinaria a lo largo de la guerra.
La exportación española se vio reducida hasta 1941, pero tuvo un gran crecimiento en los dos
años siguientes, para reducirse sensiblemente a partir de 1944. Esto muestra que los saldos
fueron positivos cuando los vientos de guerra fueron favorables al Eje.
96
Esta exclusiva orientación económica hacía los países del Eje respondía a las condiciones
materiales que el sistema de alianzas que la Guerra Civil había establecido, una opción de
indiscutible contenido político, pues antes de estallar la Guerra Mundial, el gobierno español
rechazó en varias ocasiones las ofertas de financiación exterior en los mercados internacionales
que fueron presentadas por británicos y norteamericanos. Incluso se rechazó la devaluación de la
peseta, ya que el propio Franco se opuso a cualquier tipo de ajuste. Este mantenimiento acabó
condicionando al conjunto de la política autárquica y comercial. Frente a la devaluación se optó
por un rígido sistema de intercambios basado en el bilateralismo, es decir, que los intercambios
se producían sin intervención de divisas.
Esta orientación económica era coherente con la orientación política del Régimen, en favor de
las potencias del Eje. Y es que esa vinculación había quedado definido desde un primer
momento en la relación entre Franco y Alemania, allá por 1936, cuando estos últimos se
aseguraron desde aquel momento las fuentes de suministro de las materias primas necesarias
para la guerra. Con excepción de una beligerancia plena, el gobierno español dio todos los pasos
necesarios para situarse inequívocamente del lado de Hitler y de Mussolini. Esa vinculación
económica española con el Tercer Reich, puede ser interpretada como una beligerancia
económica (García Pérez, 1992: 197; García Pérez, 1996: 110), en donde conforme avanzaba la
contienda mundial, la función suministradora se fue acentuando. La dependencia de la
producción española llegó a ser extrema, especialmente con los minerales especiales. Esto llegó
a condicionar las decisiones sobre España por parte alemana, ya que siempre se orientaron a
mantener ese vital flujo comercial en unas condiciones más que favorables.
El Régimen franquista contribuyó con el esfuerzo bélico alemán de diversas formas, más allá del
envío de la División Azul, como fue el envío de trabajadores a las fábricas alemanas y
especialmente el pago en efectivo de las deudas contraídas durante la Guerra Civil. Se fue
creando de esta forma un desequilibrio en el intercambio por clearing con los alemanes, un
desequilibrio que en 1941 adquirió dimensiones alarmantes (García Pérez, 1992: 201; García
Pérez, 1996: 112). A partir de ese momento Alemania perdería parte de su capacidad
exportadora y haría un incremento de su demanda. Las autoridades alemanas se esforzaron por
conseguir que el gobierno español admitiera un desequilibrio comercial que empezó siendo de
cuarenta millones de Reichsmark en 1940 y superó los doscientos cuarenta millones en
septiembre de 1942. Desde ese momento, y hasta el final de la guerra, ese desequilibrio
comercial se convirtió en la cuestión central de las relaciones hispano-alemanas, con los
97
esfuerzos alemanes por conservar ese flujo insustituible de suministros. Las exigencias del
nuevo tipo de guerra (la guerra total predicada por Goebbels) a partir de 1942-43 confirmaron
la función esencialmente suministradora cumplida por España.
Al tiempo que se asentaba este nuevo tipo de guerra, en España se produjo un cambio en la
política exterior, que significaba concluir con el periodo de mayor implicación con Alemania
para tratar de recuperar la neutralidad en la guerra, y tratar de recomponer así la unidad
interna en el Régimen (García Pérez, 1992: 202). El franquismo se decantó por una política en
defensa de sus intereses inmediatos, lo que, tras el cambio en la tendencia de la guerra,
significó que trató de conseguir su propia supervivencia.
Para esa supervivencia, el gobierno determinó que era imprescindible el rearmamento, tanto
para nivel interno como externo. A nivel externo lo era para protegerse de los anglosajones,
pero también para neutralizar a los alemanes, en caso de necesidad. Las demandas de
armamento españolas, a partir de 1942, fueron acogidas con desconfianza por parte del Tercer
Reich, aunque las circunstancias en la zona recomendaban rearmar a su aliado. El ministro
Jordana consiguió normalizar las relaciones bilaterales, y limitar el desequilibrio en el
clearing a unos setenta millones de Reichsmark, muy lejos de las cifras que había llegado a
alcanzar. A cambio, Alemania facilitaría una gran cantidad de armamento.
Con el nuevo curso de la guerra, favorable a los Aliados, el gobierno español comenzó a sufrir
presiones con cierta firmeza a partir de julio de 1943. A pesar de las presiones, la relación
hispano-alemana se seguía manteniendo, por lo que los Aliados tuvieron que actuar. España
sufrió un embargo de petróleo (García Pérez, 1992: 203-205; García Pérez, 1996: 113), y se
vio obligado a repatriar a la División Azul, a cerrar el consulado alemán en Tánger o a la
expulsión de los agentes de espionaje alemanes en el Norte de África. Pero la reivindicación
más importante aliada se centró en conseguir el cese del envío de Wolframio a Alemania.
Estas condiciones se aceptaron en mayo de 1944, y con ello se ponía fin, de forma unilateral a
la vinculación económica con Alemania.
Como conclusión hay que decir, que esta política adoptada desde el inicio por el nuevo gobierno
español, que se mantuvo contra viento y marea, supuso un elevado coste social. La opción
autárquica fue asumida por los ejemplos totalitarios y por la ambición imperialista del Régimen.
La verdadera intención era dotar de medios materiales suficientes para realizar una política
exterior de gran potencia.
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Si se admite el salto atrás que se produjo en la economía española, la explicación que más
consenso cuenta es la de que la depresión fue consecuencia de la política económica adoptada, y
no así que esta fuese causada por la destrucción de la Guerra Civil o por que inmediatamente a su
conclusión estalló el conflicto mundial.
Dicha política autárquica fue asumida entre 1937 y 1938, con el protagonismo del ministro Juan
Antonio Suanzes y la aceptación de Franco (García Pérez, 1996: 114-115). Este sistema
autárquico fue concebido como un instrumento de política exterior, para alcanzar la expansión
colonial. Dicha política fue asumida, en buena parte, como preparación para una futura guerra
exterior, pues a diferencia de países como Suiza, España no hizo acopios ni se renovaron
instalaciones, además de rechazar las ofertas crediticias anglosajonas.
99
5- Condena internacional al Franquismo
Durante la mayor parte de la Segunda Guerra Mundial Franco mantuvo unas relaciones
mucho más estrechas con Alemania e Italia que con los Aliados, bien por su declarada
simpatía hacia los países del Eje, bien porque pensaba que una derrota de estos tendría
consecuencias graves para el futuro del régimen. Tan sólo cuando los aliados le ofrecieron
garantías en la Operación Torch, estas resultaron esperanzadoras para Franco, toda vez que el
futuro del Eje se veía cada vez más borroso en el horizonte. Pese a esas ciertas garantías,
tardó mucho en adoptar una política más favorable a los Aliados que la mantenida hasta ese
momento (Payne, 1987: 355). El alineamiento con el Eje fue un hecho durante la práctica
totalidad del conflicto, y ese alineamiento se fue realizando de manera progresiva, primero
con el paso de la neutralidad a una no beligerancia que, de hecho, era beligerancia en el lado
del Eje, para finalmente volver a la neutralidad, con una cierta tendencia a apoyar a los
Aliados. (Sánchez Jiménez, 2004: 293).
Aún a pesar del progresivo deslizamiento a la neutralidad que realizó el régimen cuando la
derrota alemana parecía ya inevitable, durante el último año de guerra, el gobierno español
trató de mantener una relación equidistante con ambos bandos de la guerra, sin subordinarse
por completo a los Aliados y tratando de conservar relaciones con Alemania. Este último
hecho, el de mantener relaciones con Alemania fue debido a un error de cálculo, ya que jamás
se llegó a pensar que Alemania pudiera llegar a desaparecer como Estado, sino que iba a
conservar su potencial industrial y tecnológico. Por ello España decidió mantener esa
relación, para obtener beneficio político en la reconstrucción europea (García Pérez, 1992:
206). Esto no hizo más que complicar el horizonte español en la posguerra, ya que a su
vinculación con el Tercer Reich se le unió una imagen de compromiso hasta el final.
Pese al aparente cambio de actitud del gobierno español en esos últimos compases de guerra,
cuando la derrota del Eje era ya inevitable, España pagaría en la posguerra su claro
alineamiento con ellos en los primeros años del conflicto y su lento cambio de política hacia
la neutralidad en los últimos años de la contienda (Marquina Barrio, 1992: 194). Por los
motivos anteriormente expuestos, aparte de por su origen ilegítimo, Franco fue muy mal visto
en el bando de los vencedores a la conclusión de la guerra, especialmente por la Unión
Soviética, quien quería que el régimen fuese derrocado bajo cualquier circunstancia (Ros
Agudo, 2009: 7). El resto de países vencedores, sin embargo, se contentó con realizar un
aislamiento internacional al país.
100
Ese progresivo reajuste de sus alianzas en los últimos compases de la guerra no sirvió para
que los principales países aliados aceptasen o apoyasen la propuesta de España de entrar en
las Naciones Unidas, en la reunión celebrada en agosto de 1945. La condena al régimen se
estaba fraguando desde la primera reunión de la ONU, que se celebró en junio de ese mismo
año. Finalmente se rechazó la propuesta española de admisión el 9 de febrero de 1946,
iniciándose así la condena internacional al régimen de Franco.
El principal impulsor de ese veto a la entrada en la Naciones Unidas por parte española fue
Estados Unidos, aún a pesar de que en 1939 había reconocido al régimen de Franco como el
legítimo. Pero al concluir el conflicto mundial, y a tenor de la actuación española en el
mismo, varió su posición inicial con respecto a la posición de Franco, y por ende, a la de
España, tanto que el 20 de noviembre de 1945 su embajador abandonó España, dejando la
embajada en manos del encargado de negocios. Meses antes de que éste abandonase la
embajada, Roosevelt en sus últimos días de vida, le había escrito que, aunque no quería
intervenir en la política española, no creía que un régimen apoyado en su origen por los países
fascistas, pudiera ser aceptado en la nueva organización del mundo. Incluso los que iban a ser
derrotados se desentendían de Franco desde muchos meses antes de caer. Ante ese probable
horizonte de aislamiento exterior, Franco también podría sufrir problemas internos debido a la
oposición (Tussel, 2007: 159). A esas palabras del presidente norteamericano durante la
mayor parte del conflicto, y al veto de agosto de 1945 se unió una declaración, en febrero de
1946 de la Asamblea General de la ONU, en la que no reconocía al gobierno de Franco como
representante de la nación española, al considerarle fruto del apoyo de las naciones del Eje.
La entrada española en las Naciones Unidas quedaba pues, condicionada a un cambio de
gobierno en el que los Aliados no se iban a mostrar de acuerdo en cuanto al método para
sustituirlo. Tras el rechazo al ingreso en las Naciones Unidas, el gobierno español emitió una
nota de protesta.
En marzo de 1946, tras una conferencia entre los países vencedores, se rechazó la
intervención en España, pero se llegó a un compromiso por el cual, mientras permaneciese
Franco en el poder, España no contaría con ningún tipo de colaboración de los países
occidentales. Se calificó también a España como un régimen que desde sus orígenes no sólo
estuvo intrínsecamente compenetrado con las potencias del Eje, sino que por su naturaleza no
era apto para ser aceptado como miembro de las Naciones Unidas (Collado Seidel, 2012:
605). Fue la manera en que las Naciones Unidas instaron a romper relaciones diplomáticas
101
con España, hecho que ratificaría en una Asamblea General del mes de diciembre siguiente,
en donde recomendaría la retirada de las embajadas en Madrid, si no se establecía pronto un
gobierno representativo.
La mayor parte de los países comenzaron a romper relaciones con el régimen franquista desde
diciembre de ese año, aunque no de forma completa. Francia, además de romper relaciones,
cerró definitivamente la frontera (ya lo había hecho provisionalmente meses antes). En
España tan sólo quedaron la embajada de Portugal y Suiza -país neutral- además del Nuncio
del Vaticano (Huguet, 2003: 500-501; Payne, 1987: 370-71; Sánchez Jiménez, 2004: 293).
Con esta ruptura de relaciones se provocó un bloqueo económico y diplomático al régimen,
que por suerte no fue total, debido al apoyo de Argentina y al encubierto de Estados Unidos,
que evitó el colapso del régimen y permitió con ello su continuidad.
5.1. Ostracismo y realineamiento
La victoria Aliada en la guerra iba a significar el fin de los fascismos en el continente
europeo. Pese a ello, el régimen franquista iba a suponer una enorme, e intolerable, mancha
para las vencedores de la contienda mundial (Huguet, 2003: 500). Por ello el régimen fue
juzgado no solo por su actuación durante la guerra, sino también por su propio origen, que se
remontaba a la Guerra Civil, y por ende a la dependencia de la ayuda alemana e italiana de la
que se benefició en la misma. Franco sería visto, a la caída del Eje, como el último régimen
fascista de Europa. En líneas generales, no se hacían distinciones en Europa entre el
franquismo y el nazismo.
Con la negativa de ser aceptado por las Naciones Unidas, el régimen había sido condenado al
ostracismo político y militar, mientras que la debilitada economía española no se iba a poder
beneficiar de los créditos y oportunidades internacionales necesarias para una recuperación
más rápida (Payne, 1987: 356). Aunque ninguna potencia militar estaba dispuesta a llevar a
cabo una acción militar contra el gobierno de Madrid, la oposición interna recibió alientos
para emprender esa tarea.
Los peores momentos del ostracismo internacional
Los archivos del Tercer Reich que pudieron capturar los aliados contenían numerosas pruebas
acerca de la asociación del régimen franquista con Alemania durante toda la guerra, a lo que
se sumaban los numerosos rumores que aparecieron, especialmente los que venían desde el
Este del continente. Esos rumores provenientes del Este hablaban de que un gran número de
102
antiguos nazis habían encontrado refugio en España, además de que se estaba fabricando la
Bomba Atómica en Ocaña, un pueblo bastante cercano a la capital, amén de rumores acerca
de una posible invasión a Francia en la primavera de 1946 a través de los Pirineos. Con la
ratificación del poder de la izquierda en las nuevas elecciones en Europa, la antipatía hacia el
régimen español aumentó.
De poco servía ante todo esto la campaña de la prensa para lavar la cara del régimen o el que
no se concediera refugio a ninguna de las figuras más importantes de Alemania. Tampoco
tuvo efecto el hecho de que ante la petición aliada de abandonar la zona de Tánger, el
gobierno accediera enseguida.
En enero de 1945 el gobierno francés cerró temporalmente la frontera de los Pirineos, hecho
que se confirmó como definitivo en el mes de marzo de 1946. Días más tarde de este cierre
definitivo, los gobiernos de Gran Bretaña, Francia y Estados Unidos emitieron una nota
tripartita condenando al régimen una vez más y pidiendo la formación de un nuevo gobierno
provisional en Madrid (Payne, 1987: 368-371). Sólo había un atisbo de luz en aquel momento
para el régimen, y salió a relucir con el discurso del día siguiente de Churchill en el que por
primera vez se habló del Telón de Acero, en el que se mostraba el distanciamiento entre los
Aliados, formando un bloque compuesto por los países occidentales (con los que se alineaba
el régimen) y otro con la Unión Soviética.
La situación durante todo ese 1946 continuó siendo muy complicada para el gobierno
emanado de la Guerra Civil, ya que en el informe de una subcomisión especial del Consejo de
Seguridad de las Naciones Unidas, se declaraba que el régimen de Franco era un régimen
fascista y lo consideraba una amenaza potencial, que no real, para la paz, a pesar de la
extremada debilidad de las Fuerzas Armadas españolas y de que no fomentaban actividades
terroristas o subversivas más allá de sus fronteras. Finalmente, el 12 de diciembre, la
Asamblea General decidió con 34 votos a favor, 6 en contra y 13 abstenciones, recomendar la
retirada de las embajadas en Madrid, si no se establecía pronto un gobierno representativo.
Esta decisión motivó la retirada del embajador británico, el último representante diplomático
que quedaba en la capital, aunque ningún Estado occidental importante llegó a romper
relaciones completamente con España.
Con el final de la Guerra mundial, el gobierno de Franco trató más que nunca de propagar la
Hispanidad con América Latina, como doctrina de unidad cultural y religiosa. Franco quería
103
lograr el apoyo diplomático que contribuyera a vencer al ostracismo. En este aspecto, el
nuevo gobierno en Argentina de Juan Perón proporcionó un respaldo crucial durante los
decisivos años de 1946 a 1948 (Payne, 1987: 373). Muy tempranamente rompió la
prohibición de las Naciones Unidas y nombró un embajador en Madrid, demostrando que al
menos un país exportador estaba dispuesto a ayudar a España. Durante ese periodo
especialmente, la colaboración de Argentina aseguró alimentos vitales para una población
hambrienta. Su ayuda fue indispensable en aquellos duros años de aislamiento internacional.
Final del ostracismo
Los acontecimientos políticos sucedidos en el extranjero durante 1947 y 1948 prepararon el
camino hacia el final del boicot formal al régimen. El establecimiento de dictaduras
comunistas en Polonia, Hungría, Rumanía y Bulgaria provocó una respuesta hostil en los
países occidentales. El Golpe de Estado no sangriento en marzo de 1948 contra el gobierno
representativo de Checoslovaquia, único país democrático que quedaba en Europa oriental-
central, convirtiéndose en un régimen comunista, fue la gota que colmó el vaso. La Guerra
Fría había comenzado.
La ocasión fue aprovechada por el régimen, alegando que ellos habían sido los primeros y
más explícitos en advertir los peligros de la expansión comunista en Europa, y declaró en
varias ocasiones que estaban dispuestos a cooperar en una alianza anticomunista occidental,
señalado que ellos tenían más experiencia que nadie.
La política internacional de ostracismo hacia España se estaba debilitando, como demostró la
iniciativa del 17 de noviembre de 1947 en la Asamblea General de las Naciones Unidas, la
cual autorizaba al Consejo de Seguridad a tomar algún tipo de medida no específica contra el
régimen español. Dicha medida no recibió los dos tercios de votos necesarios, votando en
contra de dicha, entre otros, Estados Unidos, Canadá, Australia y numerosos países
latinoamericanos. Poco después, el 10 de febrero de 1948, Francia reabría la frontera española
por primera vez en casi dos años.
El gobierno español tomó nuevas iniciativas durante esa primavera, negociando acuerdos
comerciales con Gran Bretaña y Francia. También se inició una presión de extraordinario
éxito durante los siguientes dos años en Estados Unidos, que finalizó con la concesión de un
préstamo de 25 millones de dólares del Chase National Bank en febrero del año siguiente. Por
esos motivos, en su discurso de fin de año de 1948, Franco habló sobre que el tiempo de
104
dificultades tanto económicas como políticas había llegado a su fin (Payne, 1987: 392-395;
Sánchez Jiménez, 2004: 294). Aunque Truman jamás sintió simpatía por Franco y el régimen
español, la opinión de la sociedad norteamericana para con España estaba cambiando, y no
podía dejar de lado esa opinión contraria a sus propios gustos, como demostró el importante
préstamo de 1950, el hecho de nombrar un embajador por primera vez en casi un lustro.
Aunque España no sería invitada a integrarse en la OTAN nunca bajo el gobierno de Franco,
y la entrada en las Naciones Unidas aún se retrasaría durante varios años más, a finales de
1950 los aspectos más severos del ostracismo internacional con España se podría considerar
que habían llegado a su fin.
105
6. Reflexiones finales
Hacer un balance de la actuación española durante la Segunda Guerra Mundial no resulta
sencillo, debido a que estuvo muy vinculada a las circunstancias cambiantes de la misma. Para
interpretar la postura que adoptó el régimen durante esos años hay que partir de la vinculación
fundamental que tuvo con el Eje, que nacía de antecedentes históricos y de simpatías ideológicas
que no implicaban una sumisión servil motivada por la lealtad o la adhesión a unos principios.
Eso explica que la neutralidad se transformase en no-beligerancia cuando existió la posibilidad
de obtener rentabilidad por un servicio mínimo y nos lleva a comprender que se rechazase
también esa posibilidad de entrar en el conflicto al no poder darse esas condiciones. En
definitiva, la prioridad del régimen no fue tanto la victoria del Eje, sino su propia subsistencia
Que el régimen sobreviviera a la guerra mundial y a la presión a la que se vio sometido a la
conclusión de la misma no se debió tanto a la astucia, la prudencia y la habilidad de Franco,
virtudes que se encargó de señalar en la figura de Franco la propaganda del régimen desde un
primer momento una vez concluido el conflicto, sino probablemente a otra serie de factores.
Dicha propaganda anunció que Franco había salvado a España de entrar en la guerra, y por ende,
de evitar las tormentosas aguas que de ella derivaron.
Es probable, como se encarga de señalar Javier Tussel en su obra, que la no intervención de
España en la guerra no se debiera a Franco, sino a las condiciones en que se encontraba el país,
después de haber vivido la Guerra Civil. A eso habría que sumar el desinterés que Alemania
mostró a la posible intervención española en la guerra (solo durante unos meses barajó esa
posibilidad), y al italiano, que no quería un posible competidor por el reparto del botín. La difícil
reconstrucción del país es otro factor a tener en cuenta en la no intervención, pues los encargados
de enviar la ayuda necesaria para la reconstrucción -sus aliados naturales, Alemania e Italia-, no
enviaron nunca, o lo hicieron con mucho retraso, la ayuda prometida para la reconstrucción.
Es cierto que la posición geográfica española -las puertas del Mediterráneo-, le otorgaba cierta
importancia, pero los dos bandos contingentes consideraron que la Península era un teatro
estratégico secundario. Durante una gran parte del conflicto el objetivo de ambos bandos fue
más el de impedir que la Península y sus recursos fueran al otro bando, manteniendo a Franco
fuera de la guerra, que el de atraerle a su propia causa. Ninguno de los bandos pensaron nunca
seriamente abordar los enormes problemas geográficos, logísticos y de combate que
conllevaría una ocupación peninsular.
106
Es de rigor también el señalar que aunque España no llegó a intervenir oficialmente en la guerra,
la política llevada a cabo por el gobierno durante todo ese periodo no fue, ni mucho menos, de
neutralidad, ya que proporcionó al Eje una gran ayuda, mucho mayor que la de algunos países
beligerantes cabe decir. A lo largo del conflicto hubo al menos tres ocasiones en las que de
haberse dado las circunstancias necesarias, España habría entrado en la guerra. Franco se había
mostrado dispuesto a intervenir, pero sólo lo haría en un momento en que las circunstancias
revelasen que podía hacerlo sin excesivos peligros y con la seguridad de grandes ventajas,
aunque el Caudillo después de la guerra siempre mantuviera que su gobierno había sido
esencialmente neutral y nunca consideró la posibilidad de entrar en la guerra al lado del Eje.
A pesar de ello, ninguno de los logros del régimen han recibido tantos elogios como el de la
no participación militar de España en la guerra. Franco murió siendo el único estadista
europeo que aventajó a Hitler en las negociaciones personales, mientras que los demás
murieron o sufrieron pérdidas masivas (Payne, 1987: 351). Franco estuvo dispuesto a entrar
en el conflicto del lado alemán, pero solo una vez que éste hubiera pagado su precio. Por lo
tanto la decisión de no llevar a España a la guerra fue más del propio Hitler más que de
Franco, que no consideró que la participación española mereciera el coste de enemistarse con
la Francia de Vichy. Por supuesto, ni Hitler ni Mussolini veían a Franco como su igual, sino
como un dictador militar accidental de un país débil.
Lo único cierto en esa supuesta neutralidad predicada por el régimen es que si hubo algo de
neutralidad en él, fue debido a la habilidad de Jordana, quien siempre predicó una actitud de
cautela en el conflicto. Para el Ministro de Asuntos Exteriores una toma de partido en exclusiva
por uno de los bandos representaría un planteamiento suicida ante la evolución del conflicto. Por
ello tuvo constantes enfrentamientos con los responsables de la prensa, que no dejaban de
comulgar con el bando del Eje, debido a que estos se encontraban dominados por los hombres
del Tercer Reich.
Pero Jordana no intentó distanciarse lo más posible de ambos bandos de la guerra, sino que la
política que el trató de realizar le llevaba a tratar de mantener unas relaciones lo más cordial
posible con ambos bandos. Que Jordana tratase de mantener esas buenas relaciones tanto con
Alemania como con Estados Unidos y Gran Bretaña se debía a que desde el gobierno español se
pensaba que las tres potencias firmarían un armisticio y aunarían fuerzas en la lucha contra el
Comunismo. Jordana también confiaba en que durante las negociaciones de paz España tendría
un papel importante.
107
Sería en los compases finales del conflicto -y sólo ante la imposibilidad de una victoria del Eje-
cuando la diplomacia española comenzase a elaborar la famosa teoría de las tres guerras, para
conseguir de esta forma lavar un poco la cara del régimen (Collado Seidel, 2012: 608). Esas tres
guerras serían totalmente independientes entre sí, pero que al tiempo también serían simultáneas.
La primera de esas tres guerras era para España la más importante, puesto que es la que se
encargaba de luchar contra el Comunismo, y en ella España participaba activamente. La segunda
guerra era la que enfrentaba al Eje contra Estados Unidos y contra Gran Bretaña, y en ella
España se declaraba en la más estricta neutralidad. Mientras, la tercera guerra, la del Pacífico, fue
vista con mayor indiferencia, si bien en ella se simpatizaba más con Estados Unidos.
El viraje hacia una política de neutralidad que tomó España a partir de 1943 ha sido considerada
como la base sobre la que Franco logró acomodarse de cara a la posguerra. Los aliados vieron
inicialmente ese viraje con buenos ojos, aunque no impresionó a sus gobiernos, ya que España
siguió colaborando casi hasta el final de la guerra con el gobierno alemán, además de que esa
postura española era poco justificable ante la previsible derrota del Eje. Por lo tanto no sólo no
quedaron satisfechos con las medidas tomadas por el régimen, sino que se enfurecieron con
algunas medidas, como el telegrama enviado por Jordana al gobierno títere de Filipinas -el
Incidente Laurel-, que hizo pensar a los Aliados que España aprobaba dicho gobierno, y por ello
se produjo el embargo de productos imprescindibles para la reconstrucción y supervivencia
española.
También se puede señalar como un gran fracaso de la diplomacia de Franco el no volver a una
auténtica neutralidad con la entrada norteamericana en el conflicto, cuando esto podría haberse
hecho sin un coste especialmente alto e incluso con ventajas económicas y políticas para el
régimen. El no haber aprovechado esta oportunidad es atribuible sobre todo a las auténticas
simpatías hacia el Eje de gran parte de los líderes españoles.
En cambio de regresar a una verdadera neutralidad política, se prefirió proseguir con una política
de neutralidad y amistad con ambos bandos, lo que hizo peligrar realmente la situación
internacional del país, pues especialmente para Washington (en donde Franco era muy mal
visto), la supuesta neutralidad ante el conflicto era cada vez más intolerable. En ese contexto se
produjo la famosa crisis del Wolframio, en donde Estados Unidos estuvo dispuesto a doblegar a
España sin miramientos. Sólo la oportuna intervención de Churchill, y tras muchas y duras
negociaciones, hizo prevalecer el no abrir un nuevo frente en la Península, pues sus
consecuencias podrían ser impredecibles. Gracias a esa fuerte discusión entre Londres y
108
Washington, Franco –nuevamente- se salvó de un golpe al que seguramente no hubiera podido
sobrevivir. Pero la postura británica escondía detrás la intención de una restauración monárquica
en España. Restauración a la que pensaban que se llegaría por las propias circunstancias internas
del país, en donde los monárquicos, pensaba el embajador británico, se levantarían contra el
régimen. Situación que finalmente no se dio.
Desde 1944 si bien Franco y el régimen no serían bien vistos internacionalmente, ni Londres ni
Washington se iban a mostrar dispuestos a intervenir militarmente. España iba a estar a merced
de estas potencias cuando se sentasen a negociar el futuro del país, al igual que había estado a
merced de las grandes potencias durante la guerra, y se había salvado de la ocupación durante la
misma por circunstancias ajenas al buen hacer del gobierno de Franco, como sucedió en los
primeros meses de 1941, cuando la ocupación de la Unión Soviética impidió que la Wehrmacht
ocupase la Península, o que sucediese lo propio con la Operación Torch, en la que Estados
Unidos había previsto una ocupación del Protectorado español dadas las muchas dudas que les
ofrecía el Régimen.
Las consecuencias de esta política pre-beligerante se cosecharían una vez concluido el conflicto
mundial. También la confrontación permanente de la España de Franco con la Unión Soviética le
sirvió al país mucho más para su supervivencia en los primeros años de la posguerra de lo que lo
hicieron su amistad con Portugal o el Vaticano.
Hay que señalar, por último que en los años en que se prolongó la Segunda Guerra Mundial,
fueron los años en que se consolidó de forma interna el gobierno de Franco, ya que ese periodo
fue el de mayor disidencia en las élites nacionalistas, mayor que ningún otro periodo posterior
de la historia del régimen. Las sucesivas reorganizaciones del gobierno entre 1939 y 1945
fueron cruciales para consolidar su propia autoridad sobre los militares en particular y sobre el
régimen en general. En ese periodo, no dejaron de crecer su confianza y su creencia en una
misión providencial. La experiencia que ganó así, junto con la consolidación de su régimen, le
permitieron afrontar con confianza y decisión la oposición y el aislamiento exteriores que
siguieron a la Segunda Guerra Mundial.
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